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Las tres leyes robóticas 1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño. 2. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes están en oposición con la primera Ley. 3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no esté en conflicto con la primera o segunda Leyes. Manual de Robótica 1 edición, año 2058

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jueves, 16 de abril de 2009

¿QUO VADIS? -- ALFONSO LINARES

¿QUO VADIS?

Alfonso Linares








- Atención... atención Houston. Solicito comunicación. Cambio.

- Aquí Houston. Lo escucho, Atlantis. Confirme solicitud: clave, oficial a cargo. Cambio.

- Clave Redstone 61 actualizada. Le habla el Comandante Schirra. Espero verificación. Cambio.

- Houston al habla. Solicitud verificada. Buenos días, Comandante. Le habla el operador Hauck. El General McDivitt no ha llegado al Centro todavía. Sin embargo, lo comunicaré con el Teniente Elías. Cambio.

- Comprendido, Houston. Cambio.

- Comandante, le habla el Teniente Elías. Estoy autorizado a recibir su informe preliminar DEORBIT. Utilice el Eurovisor. Iniciaremos la grabación cuando usted confirme. Cambio.

La gigantesca pantalla del Centro de Operaciones Espacial desdibujó instantáneamente el mapa del mundo junto con la trayectoria del Atlantis para convertirse en un gigantesco monitor donde apareció la figura del Comandante Schirra, sentado de frente, vistiendo aún las ropas térmicas de experimentación, algo inusual a una hora tan temprana de la mañana. Parecía sereno, tal vez ignorante del efecto que provocaría su informe.

- Eurovisor encendido. Espero verificación de señal. Cambio.

- Señal nítida, Comandante. Comience su informe cuando quiera. Cambio.

- Les habla el Comandante Schirra, en nombre de los seis tripulantes del transbordador espacial Atlantis y en el mío propio... Es mi deber informarles que hemos cancelado todas las secuencias DEORBIT que se habían implementado desde hace dos días, como también las previstas para hoy. Debo informar también que hemos bloqueado el Sistema Secuenciador de Tierra (SST), como también los receptores radiales de control a distancia...

El Teniente Elías y el Operador Hauck se miraron por un momento las caras. Once personas más se encontraban en la sala. Había silencio.

- Se encuentra conmigo en estos momentos - continuó el Comandante - el resto de la tripulación. Todos están al tanto de las medidas adoptadas y las aceptan...

El Teniente Elías comenzaba a impacientarse. Los científicos en la sala empezaban a movilizarse para confirmar lo que acababan de escuchar. El Operador Hauck encendió un cigarrillo.

- No sabía que fumaba - comentó Elías, distrayendo por un segundo la mirada del Eurovisor.

- No lo hago.

- ...los resultados de los experimentos de Proto-Plasma AQ, así como los de aislamiento centrífugo del virus HV-8, serán transmitidos a través de la computadora matriz. Informaremos convenientemente qué código será utilizado... Creo que de momento no hay nada más que agregar. Cambio.

El Teniente Elías se preparó para tomar la palabra. Hauck se le acercó y le confirmó con un gesto que absolutamente todo lo que había dicho era verdad.

- Comandante... Me parece que la situación no es muy clara... ¿Acaso consideran usted y su tripulación que no están dadas las condiciones mínimas de seguridad para el aterrizaje de mañana? Cambio.

- No, Teniente. Las condiciones son favorables. Cambio.

- ¿Los sistemas de direccionamiento abortaron las secuencias primarias? Cambio.

- Negativo. Sistemas favorables a DEORBIT. Cambio.

- Comandante, tengo en mis manos la confirmación escrita de todas las maniobras que describió usted. Creerá que estoy loco, pero cualquiera diría simplemente que no quieren... bajar. Cambio.

Hubo un silencio prolongado en la pantalla. El Comandante Schirra bajó la mirada por un momento. Luego sonrió levemente y dijo:

- ¿Para qué?

La señal del Eurovisor desapareció y enseguida regresó el mapamundi. Hauck dejó caer el cigarro. Elías se incorporó al instante.

- Localicen al General McDivitt - ordenó -. Esto es serio.

La reunión comenzó a las 10:45 a.m. de ese mismo día. De Washington habían viajado de inmediato dos funcionarios cercanos al Presidente. Además del General McDivitt se encontraban William Haise, Coordinador del Programa Espacial, y Leonard Roosa, jefe encargado de la misión.

Los dos funcionarios eran el Consejero de Seguridad Nacional, John Mullane, y Brian Coats, Asesor Presidencial.

El señor Roosa tomó la palabra:

- Caballeros, me parece que todos estamos conscientes de la gravedad de la situación. El General McDivitt les ha dado todos los detalles de la última comunicación realizada con el Atlantis, más específicamente con su Comandante.

- Señor Roosa, no quiero que me malinterprete - interrumpió Mullane -, pero considero que tal vez existan algunos detalles que hayan sido omitidos por su gente.

- ¿Como cuáles? - preguntó de inmediato el General McDivitt, sintiéndose claramente aludido.

- Verá, General - intervino Coats -. Nuestra misión es mantener al Presidente lo más informado posible en relación a este singular asunto. Cualquier información pertinente que justifique la demora en el aterrizaje nos será muy útil.

- Señor Coats, si hubiera algo que justificara este retraso no me hubiera molestado en llamar al Presidente y ustedes no estarían aquí.

- Tan vez usted está llevando el secreto militar más allá de la misión, General - sugirió Mullane con ironía.

- No me gusta su actitud, Consejero. Conozco los procedimientos y no necesito que un civil venga a decirme cómo manejar mis asuntos.

- Caballeros, por favor, no hay que perder la calma - intervino Haise -. La situación es delicada, no la compliquemos más. El General McDivitt no ha omitido nada. La tripulación ha aislado por completo al transbordador de cualquier intento de forzar un aterrizaje dirigido desde tierra. No hemos tenido comunicación con ellos desde esta mañana y no responden a nuestros llamados. Inferimos del último informe grabado que por el momento no piensan aterrizar...

- ¿Cuándo lo harán? - preguntó Coats.

- De la evidencia desprendida de la grabación... aparentemente nunca. Pero es muy prematuro afirmar eso - opinó Roosa -. Debemos esperar una nueva comunicación. Tal vez tengan alguna petición. No lo sé.

- ¿Qué le dirán a la prensa? - preguntó Mullane -. Esto no puede trascender.

- Ya tomamos las medidas pertinentes. Las personas que se encontraban en la sala esta mañana estarán bajo estricta vigilancia. Restringiremos el acceso del personal y el señor Roosa prepara ya una declaración atribuyendo el retraso a una falla en las computadoras - concluyó McDivitt.

Finalmente alguien preguntó, tal vez interpretando la sensación de impotencia que brotaba de aquel círculo de «poder»:

- ¿Cuál será el próximo paso?

El General McDivitt sacó un habano, lo encendió con tres aspiraciones, dio una bocanada y dijo:

- Esperar...

Tres líneas curvadas atravesaban las inmensas siluetas de los continentes delineadas en la gigantesca pantalla. Una serie de coordenadas aparecían intermitentemente a medida que una señal triangular avanzaba a lo largo de las líneas. Era el Atlantis en su eterna órbita, recorriendo la pantalla por décima vez desde su última comunicación. La atmósfera del Centro de Operaciones era de expectación tensa. Sólo cinco personas se encontraban ante los terminales, en constante alerta a la menor señal de comunicación. Del personal original que se encontraba cuando se recibió la última transmisión, sólo se encontraban Elías y Hauck.

- No se comunicarán... No lo harán.

Hauck miró a Elías con aire de incredulidad ante lo que acababa de decir.

- ¿Por qué no?

- Ya lo habrían hecho. Han pasado ocho horas. El plazo para comenzar el descenso terminó hace dos horas. Pasará una semana antes de que se pueda reprogramar DEORBIT, además del aterrizaje.

- Oí decir al señor Roosa que los cálculos se podrían hacer en menos tiempo.

- Aunque lo lograran... ¿qué pasará si se rehúsan a bajar otra vez?

- No pueden rehusarse. No pensarán quedarse allá arriba para siempre...

Esta vez fue Elías quien miró a Hauck con incredulidad:

- ¿No?

- Atención... Atención, Houston. Solicito comunicación. Cambio.

- Aquí Houston, Atlantis. Mantenga frecuencia, iniciamos acceso. Cambio.

- Avisen al General - gritó Elías al tiempo que ocupaba un lugar frente a un terminal.

Rápidamente llegaron de una habitación contigua los miembros del alto mando reunido aquella mañana, con excepción de los funcionarios de Washington.

- Iniciamos activación de Eurovisión, Atlantis. Cambio.

- Comprendido. Cambio.

- Ya lo tenemos en la pantalla, General.

- Muy bien, conecte Eurovisión simultánea. Quiero que me vea cuando le hable.

- Entendido.

La imagen se fue formando lentamente. Se distinguía al Comandante Schirra y al Mayor Cernan en un primer plano y al fondo el resto de la tripulación. El General McDivitt se situó delante del terminal con la cámara para visualización simultánea, el número 14.

- Comandante Schirra, nos ha tenido a todos muy preocupados aquí abajo. Ha sido muy difícil comunicarse con ustedes.

- Hemos estado muy ocupados aquí arriba, General.

- Al parecer usted y su tripulación han decidido trabajar horas extras, Comandante. El descenso debió hacer comenzado hace horas. Los objetivos de su misión fueron cumplidos hace ya tres días, y no ha habido órdenes de tierra para prolongar su órbita... ¿Me equivoco?

- No, señor.

Hubo una pausa. El General McDivitt pareció sentirse un tanto aliviado. Más dueño de la situación.

Estaba errado.

- La reprogramación total de las rutinas DEORBIT tomará cinco días, Comandante. Como usted bien sabe, las reservas de oxígeno de la nave durarán tres semanas más, así que no existe peligro inmediato. Yo no me ocupo de esos aspectos técnicos, lo demás lo puede discutir con el señor Roosa.

- General... - lo interrumpió Schirra -. Al parecer no fue informado de nuestra última transmisión.

- Tenía la esperanza de que todo fuera un error, Comandante.

- No hay ningún error... Hemos decidido permanecer voluntariamente... en órbita. Tengo a mi lado al Mayor Cernan. El le confirmará nuestra decisión y si así lo desea podrá hablar con todos los miembros de la tripulación.

- Comandante, no creo que todo esto tenga mucho sentido. Sus reservas de oxígeno no durarán mucho. ¿Qué pretenden, Dios mío?

- Estamos conscientes de las consecuencias de nuestro acto, pero estamos dispuestos a afrontarlas - intervino el Mayor Carl Cernan.

El General McDivitt había perdido el habla. Se acercó a la pantalla el señor Roosa.

- No estoy muy seguro de eso que acaba de decir, Mayor. Se enfrentan a una muerte segura, una muerte innecesaria. ¿Han pensado en sus familias? ¿Qué les diremos?

El Mayor Cernan titubeó por un momento. Pareció afectado, pero finalmente dijo:

- Ellos entenderán.

- Iniciaremos la transmisión de los resultados experimentales a través del satélite CENCOM-2 - agregó Schirra -. Utilizaremos sus dos bandas alternas, así que solicitamos que sean liberadas si desean recibir los datos.

- ¡Olvídese de los malditos datos! - gritó McDivitt, ya irritado -. ¡Aterricen esa nave cuanto antes!

Schirra lo contempló como si estuviera en la misma habitación y no a kilómetros, con una expresión casi de lástima y sin perder su serenidad. Parecía que los condenados a muerte segura fueran los otros.

- Liberen las bandas... - dijo.

- Es todo. Cortaron la transmisión - informó Hauck.

- Maldición - susurró McDivitt.

Nadie se atrevió a replicar.

La actividad en el Centro Espacial Lyndon B. Johnson se incrementó violentamente desde aquel momento. La situación fue declarada de extrema emergencia, que en su terminología técnica era la más grave. Desde el accidente del Challenger, en 1986, no había sido necesario recurrir a tal estado de alerta, y ahora, después de ocho años, la temida emergencia era anunciada en las tres filas de terminales del Centro de Control de Misión.

La segunda reunión empezó a las 8:15 a.m. del siguiente día. De nuevo el alto mando del Centro Espacial se encontraba reunido con los representantes del Gobierno, y había una persona más.

El Consejero Mullane inició la discusión.

- Señor Haise, creo que es más que evidente que la situación está escapando de nuestro control. El Presidente está muy preocupado por el efecto que podría tener este contratiempo en la opinión pública.

- Señor Mullane, mi intención no es alarmar al Presidente, pero esto ya pasó de ser un simple «contratiempo».

- ¿Cuál es nuestro margen de maniobra? - preguntó Coats.

- Cero - contestó secamente el señor Roosa.

- Se han aislado por completo de nosotros. En estos momentos se están compilando los datos de los experimentos realizados durante la misión. El hecho de que nos los envíen es signo evidente de que no piensan aterrizar - informó el señor Haise.

- ¿Qué me dice del satélite? - preguntó Mullane.

- El satélite está en orden - intervino el General McDivitt, que hasta ahora se había mantenido pensativo, casi ausente de la reunión -. Entrará en funcionamiento dentro de cinco días. Por fortuna fue puesto en órbita mucho antes de este «motín».

- Señor Haise, independientemente de que esta misión tenga un final afortunado o no, creo que no necesito recordarle que en estos momentos se discute en el Congreso la aprobación del presupuesto para la segunda fase de la estación espacial FREEDOM. El Presidente ha sido su aliado en la defensa del proyecto, pero las críticas se incrementan, la opinión pública está presionando y cada vez hay más sectores en contra de la conclusión de la Estación Orbital. Alegan que en los últimos tiempos hubieron demasiadas misiones mientras el Sur es devastado. Ayer hubo un nuevo terremoto en África, y la gente empieza a simpatizar con las causas humanitarias.

- No creo que una cosa tenga que ver con la otra, señor Coats. Las tragedias que están azotando el Sur no tienen por qué afectar el Programa Espacial. Me parece que el Presidente sabrá reconocer la prioridad de nuestro trabajo ante cualquier otra necesidad.

- No podemos perder la delantera. Los europeos ya están prácticamente en la Luna y los japoneses están apuntando hacia Venus - agregó Roosa.

- Caballeros, no creo que esta sea la hora de discutir prioridades o caridad. La vida de siete personas se encuentra en juego en estos momentos y aún no tenemos una forma de rescatarlos - interrumpió McDivitt.

- Tal vez sí.

Las miradas fueron dirigidas al final de la mesa, donde el nuevo integrante de la reunión había permanecido en silencio hasta el momento. Roosa se puso en pie, y se dispuso a presentarlo.

- Señores, permítanme presentarles al doctor Layce Irwing. El doctor Irwing es el encargado de realizar las pruebas psicológicas a nuestros astronautas. Ha estado trabajando en nuestro Programa Espacial durante diez años, como jefe de la Sección Psicofisiología.

- Doctor Irwing, me pareció oírle decir que existe una posibilidad.

- Sólo dije «Tal vez», General. Caballeros, buenos días. El señor Roosa me ha informado de la situación y el resto lo ha escuchado ahora. Al parecer la tripulación del Atlantis ha decidido permanecer en órbita sin motivo aparente. De acuerdo a lo que me han dicho, ninguno parece forzado a aceptar la decisión y todos se observan muy serenos. Creo que todos están dispuestos a morir, aunque ése no sea su objetivo.

- ¿Y cuál es su objetivo?

- Verán, señores, durante todos estos años he tratado a decenas de astronautas antes y después de sus misiones. Un gran porcentaje de ellos presentan lo que es conocido como el «Síndrome de Cooper». El mayor Gordon Cooper, tripulante de la misión Mercury-Atlas 9, en 1963, fue el primero en presentarlo. Al parecer los astronautas adquieren una perspectiva diferente de sus vidas y del mundo al encontrarse en el espacio.

- Explíquese.

- Al regresar, y después de cierto tiempo, muchos han rechazado a sus esposas. Un gran porcentaje de ellos se dedica a participar activamente en la Iglesia y a predicar el Evangelio. Otros han buscado el aislamiento total del mundo exterior. Me estoy entrevistando constantemente con muchos de ellos, los he conocido antes y después de las misiones, y créame que ninguno regresa como era antes. Pareciera que ante la belleza del espacio descubrieron una perspectiva más religiosa de sus vidas.

El clima de la sala de reuniones era de perplejidad. Nadie se atrevía a preguntar nada. El doctor Irwing continuó:

- En mi opinión estamos frente a una especie de anticipación del Síndrome, una aberración causada, tal vez, por lo prolongado de la misión, que ha inducido en los tripulantes del Atlantis un falso sentimiento de bienestar.

- ¿Podría ser un poco menos técnico, doctor?

- Están viviendo un espejismo. Tal vez piensen que están en el Cielo.

- ¡Jesús! - exclamó el Consejero Mullane.

- ¿Usted habló de una posibilidad? - preguntó Coats.

- Podría intentar hablar con ellos. Si es eso lo que está pasando, tal vez los pueda convencer de que aterricen. No es seguro, pero se puede intentar.

- Tiene que ser eso, ¿qué más puede ser?

- Señor Haise, ¿existe la posibilidad de una misión de rescate? - preguntó Coats.

- Las plataformas principales están ocupadas con los preparativos del FREEDOM I. No garantizaría otros antes de tres semanas. Sería demasiado apresurado. No asumiré el riesgo.

- Creo que ahora todo depende de usted, doctor Irwing.

Más que una orden era un voto de confianza. El doctor Irwing se levantó de la mesa y abandonó la sala de reuniones de inmediato. El tiempo era ahora un enemigo.

- ¿Qué le diremos a la prensa? - preguntó el señor Roosa.

Mullane y Coats se miraron. La respuesta era necesaria.

- La verdad.

La verdad, ¿pero cuál era la verdad de todo? La gente no iba a aceptar tal explicación. Aun a ellos mismos les costaba aceptarla. El mundo estaba particularmente sensibilizado, aunque no lo suficiente, ante los constantes desastres naturales que habían estado sacudiendo el hemisferio sur del planeta en los últimos diez meses, precisamente en los continentes más pobres y más abatidos por el hambre. La muerte era aceptada como algo cotidiano, latente en el desarrollo habitual de aquellos países distantes, lejos, hacia el sur. Pero de improviso se encontraban ante las imágenes de una tripulación que abordaba una nave, una tripulación que saludaba desde el espacio en los primeros días de su misión, y que ahora, de acuerdo al narrador de las noticias, había decidido permanecer en el espacio, enfrentando la muerte, aceptando la muerte voluntariamente, sin una razón lógica. Era algo impresionante. ¿Pero acaso no tan impresionante como las imágenes de un maremoto en Quatar, o un tifón en Brasil? ¿Es que el hecho de que las imágenes estén personalizadas le da mayor horror a la tragedia? No, claro que no, mucha gente se dio cuenta de ello. ¿Era acaso la paz, la tranquilidad lograda desde hacía dos años, el fin de las alianzas militares, la reducción sistemática de los armamentos, lo que había sumido a la Humanidad en el Sueño Espacial, en una carrera por las estrellas, buscando el progreso? ¿El Progreso? ¿A qué precio? ¿Es que no se hace nada por esos pobres países del sur? ¿No hay ayuda?

Los rebeldes fueron reconocidos de inmediato como héroes, protagonistas de un acto único en la historia. Sacrificaban sus vidas con un propósito: demostrar a la Humanidad su indiferencia, su indiferencia ante el dolor, ante la muerte, tomando con ellos el orgullo de su desarrollo tecnológico, quitándoles súbitamente todo cuanto pudiera haber sido un mérito en la conquista del espacio. La NASA y todas las agencias espaciales del mundo eran vistas ahora como entes criminales. Aquella gloriosa tripulación orbitaría el mundo como símbolo de una causa, una causa que, a diferencia de ellos, no moriría nunca: la de la humanidad, la verdadera humanidad.

Todo esto sucedía a un tiempo, al mismo tiempo que el doctor Irwing tenía interminables entrevistas con los miembros de la tripulación, tratando de escrutar en sus mentes las razones de su decisión. Ninguno parecía asustado o vacilante. Aun el Especialista de Misión Sean Cunningham, que había mostrado cierta aversión a la permanencia prolongada en el espacio exterior en los tests preliminares, se veía tranquilo, hasta de buen humor. Las entrevistas fueron posibles gracias al Comandante Schirra, que accedió para demostrar que nadie era forzado a la decisión común. Después de entrevistar al último miembro de la tripulación, el doctor Irwing decidió enfrentarlos con sus familias: esposas, hijos, padres. Todo fue inútil. Era un encuentro innecesario. Se mantenían firmes aun ante las lágrimas. Luego hubo silencio por una semana. El terminal número 14 fue trasladado a una habitación cerrada donde la única persona con acceso era el doctor Irwing. El movimiento de personal se había reducido drásticamente. En el Centro de Control permanecía sólo el personal necesario ante cualquier cambio de situación, como esperando un milagro. Un milagro que no llegaría.

- Aquí el Atlantis. Cambio.

El doctor Irwing se levantó de inmediato de la cama que le habían dispuesto en la habitación aislada. Junto con un escritorio y la pantalla-cámara, el Eurovisor, era el único mobiliario.

- Aquí el doctor Irwing. Enciendo el Eurovisor. Cambio.

La pantalla parpadeó por unos momentos hasta estabilizarse. En primer plano se encontraba el Comandante Schirra. Nadie más se observaba a su alrededor.

- Buenas noches, doctor. Espero no haberlo despertado.

- Buenas noches, Comandante. En realidad sólo descansaba. Últimamente he tenido problemas para conciliar el sueño.

- Tal vez ha estado bajo mucha presión.

- Tal vez... No teníamos noticias de ustedes desde hace una semana.

- Mientras más alejados permanezcamos de todo, será más fácil.

- ¿Fácil? ¿Considera usted que esta situación se puede hacer más fácil simplemente ignorándola? Sólo podrán facilitar esto si acceden a justificar de alguna manera esta locura; y si no, regresando a Tierra.

- Usted no se da por vencido, doctor.

- Sólo quiero ayudarlos.

- ¿Ayudarnos a qué? ¿A regresar? ¿Es que acaso no se han percatado todavía de nuestra felicidad aquí arriba? ¿Necesitará mil exámenes más para llegar a una conclusión tan obvia?

El Comandante Schirra parecía exaltado. Se observaba en sus ojos un brillo de alegría intensa. Un fuego interior parecía devorarlo. Su mirada irradiaba una revelación, un misterio, un secreto develado, y al mismo tiempo desesperación. Recobró su compostura lentamente.

- Lo llamé porque necesito que me haga un favor.

- Claro.

- Mi segundo hijo nacerá en dos meses. Sé que esto es una tontería, pero quiero que le diga a mi esposa que no lo bautice con mi nombre. Nunca me gustó mi nombre.

Hizo una pausa. Era la primera vez que se lo veía realmente afectado.

- Dígale que lo llame como su padre; ella siempre quiso eso.

El doctor Irwing simplemente asintió. No podía articular palabra.

- Me hubiera gustado conocer a mi hijo, doctor, pero así pasa; nosotros no escogimos, fuimos escogidos.

La imagen se difuminó lentamente hasta que la oscuridad invadió por completo la pantalla. El doctor Irwing permaneció inmóvil, contemplando la pantalla, pensativo.

¿Fueron escogidos?

La investigación que siguió en los días subsiguientes fue extensa, completa, ininterrumpida. El doctor Irwing analizó uno por uno los informes grabados que fueron enviados periódicamente desde el inicio de la misión. Revisó con cuidado los detalles de cada uno de los experimentos que realizaron en el espacio. Aunque entendía poco de los procedimientos científicos que implicaban los experimentos, y mucho menos de su interpretación, el doctor Irwing continuaba su búsqueda, aun sin saber a ciencia cierta qué era lo que buscaba. Los informes grabados presentaban normalidad durante los primeros nueve días de la misión; luego había una interrupción atribuida a una falla del satélite EUROSTAR, encargado de transmitir la parte visual. No hubo informes en los dos días siguientes, cosa que fue considerada normal por el Centro de Control de Misión, pues lo único importante que faltaba comunicar era el informe preliminar al aterrizaje, denominado DEORBIT. Los experimentos no presentaban una relevancia mayor; sólo un experto en microbiología podría interpretarlos bien. Por último, el satélite espía, que el General McDivitt había tenido la precaución de mantener al margen, representaba una obsolescencia, algo inútil en un mundo desmilitarizado casi en su totalidad. ¿Fueron escogidos? El doctor Irwing concluyó que el cambio ocurrió entre el noveno y el décimo día de la misión. Fue algo repentino. ¿Pero qué?

El lunes 23 de Mayo de 1994 se cumplieron los 42 días de estadía en el espacio. De acuerdo a los cálculos, las reservas de oxígeno ya habían llegado a su fin. Fueron dados por muertos exactamente a la doce del mediodía del día anterior, y el mundo entero les rindió un homenaje póstumo la mañana de aquel lunes. El Presidente de los Estados Unidos daba un discurso ante miles de personas que se habían congregado alrededor del monumento a Lincoln, como una despedida final. Oficialmente todo había terminado.

Sólo una persona permanecía en su lugar, vigilando el terminal número 14, tres días después de haber recibido la orden de abandonarlo todo.

- Tienen que llamar. Tienen que hacerlo...

Sólo en su corazón persistía la esperanza, tal vez absurda, de que el Atlantis llamaría, no para salvar sus vidas, pero sí para redimir su acto. ¿O ya estaban redimidos?

- Doctor Irwing, ¿está usted ahí?

Nunca sabría si la imagen que vio en esos momentos en la pantalla era de este mundo, ni siquiera intentó grabar la transmisión. No pensó, sólo contestó instintivamente.

- Aquí estoy, Comandante Schirra.

El Comandante se veía más delgado, pálido, su cara denotaba un cansancio de días enteros, fatiga, pero aún conservaba ese brillo, esa vida en sus ojos. Su respiración era dificultosa, jadeante. Una mascarilla de oxígeno era su único vínculo con este mundo.

- Creo que se acerca el final. Ya todos se han ido y ya me queda poco a mí. - Se colocó un momento la mascarilla y respiró -. Pero necesitaba saber, necesitaba saber antes...

Parecía que por momentos perdía el conocimiento. El doctor Irwing cerró un puño.

- Comandante...

- Estoy bien. - Hizo una pausa y respiró -. ¿Qué piensa el mundo de nosotros?

- Son unos héroes. Han sido cancelados los programas espaciales de casi todos los países desarrollados. Se está ayudando al Sur con esos recursos. Ustedes lo lograron. Es un cambio total de rumbo.

El Comandante Schirra sonrió, casi con sorpresa. Pareció tomar un segundo aire; no pudo disimular su felicidad.

- ¿Lo entiende ahora, doctor? Es el quo vadis de la Humanidad. Alguien tenía que hacer la pregunta, y de una manera que no pudiera ser ignorada.

- Usted y su tripulación nunca hubieran podido predecir este cambio. Ni siquiera sabía, hasta hace unos momentos, la consecuencia de su acto.

- Doctor...

- En unos días no pudieron tener una evolución tan drástica de sus perspectivas del mundo. Nunca sabrían a ciencia cierta lo que iba a pasar. En su quinto informe bromea y habla de cosas que hará al regresar. Algo pasó allá arriba, algo los hizo cambiar. ¿Qué, maldición, qué?

Fueron sólo unos segundos entre el momento en que había terminado de hablar y el instante en que la imagen del Comandante desapareció de la pantalla. A veces no recuerda qué fue primero. Lo único que se escuchaba era la voz de Schirra, cada vez más apagada.

- Sucedió en la madrugada del noveno día de misión. Cernan había salido a reparar un deflector del ala izquierda. El lo vio primero, luego nos avisó.

La pantalla presentaba estática constante. En ese momento se vio una grabación, una grabación del circuito interno del Atlantis. En la esquina superior derecha se podía leer la fecha y la hora, con los segundos avanzando sin interrupción. La perspectiva mostraba la parte izquierda del fuselaje del Atlantis, al fondo la silueta cortada de la Tierra y muy lejos, atrás, el brillo del sol. ¿El sol? ¿Pero por qué aumentaba de tamaño? ¿Se estaba acercando? ¿Era el sol?

No podía darle crédito a sus ojos. Pensó por momentos que era la estática, pero ésta desapareció. Aquella luz se acercaba más y más, y adquiría forma, forma humana.

- Observe el aura, doctor. ¿La ve?

Ya aquella luz llenaba por completo el campo visual de la pantalla. Disminuyó lentamente de intensidad y entonces se pudieron distinguir las alas, doradas como el oro, aquel vestido de blancura luminosa y el rostro más inimaginablemente hermoso que ser humano alguno haya visto. El doctor Irwing sintió que se le formaba un nudo en la garganta ante esa visión celestial, ante aquel Ángel bondadoso que ahora volteaba muy lentamente hacia la cámara. No se pudo contener, las lágrimas invadieron sus ojos y deseó, deseó con toda su alma estar en el Atlantis.

- Vea cuando sonríe, doctor. ¿Lo vio?... ¿Lo vio?





FIN

EL IMPERIO CONTRA ATACA

EL IMPERIO CONTRAATACA

Donald F. Glut



...

—¡A esto le llamo frío! —la voz de Luke Skywalker rompió el silencio que mantenía hace horas, desde que había abandonado la base rebelde recientemente establecida.

Iba montado en un tauntaun que, por lo que se podía apreciar a simple vista, era el único ser viviente además de él. Luke se sentía cansado y solo y el sonido de su propia voz le sobresaltó.

Luke y sus compañeros, los miembros de la Alianza Rebelde, hacían turnos para explorar los yermos blancos de Hoth y reunir información acerca de su nuevo hogar. Todos regresaban a la base con un sentimiento mezcla de consuelo y soledad. Nada contradecía sus primeros hallazgos según los cuales en ese frío planeta no había formas de vida inteligente. Todo lo que Luke había visto en sus expediciones solitarias eran llanos desiertos blancos y cadenas de montañas teñidas de azul que parecían perderse en las brumas de los horizontes lejanos.

Luke sonrió tras el gran pañuelo de color gris, semejante a una máscara, que le protegía de los helados vientos de Hoth. Miró los glaciales yermos a través de las gafas y se ciño más aún en la cabeza la gorra forrada de piel.

Curvó hacia arriba una de las comisuras de los labios al tratar de distinguir a los investigadores oficiales que estaban al servicio del gobierno imperial. “La galaxia está salpicada de asentamientos de colonizadores que se preocupan muy poco por los asuntos del Imperio o de su enemiga, la Alianza Rebelde”, pensó. “Cualquier colono estaría loco si hiciera una reclamación en Hoth. Este planeta no puede ofrecer nada a nadie... salvo a nosotros.” Hacía poco más de un mes, la Alianza Rebelde había establecido un puesto avanzado en el mundo helado. Luke era famoso en la base y, a pesar de que sólo tenía veintitrés años, otros guerreros rebeldes le llamaban comandante Skywalker. Semejante título hacía que se sintiese incómodo. De todas formas, ya estaba en condiciones de impartir órdenes a un grupo de soldados aguerridos, tantas eran las cosas que le habían sucedido y lo mucho que había cambiado. A Luke mismo le resultaba difícil creer que hacía solo tres años era un ingenuo granjero en su mundo natal de Tatooine.

El joven comandante espoleó a su tauntaun y le dijo:

—Adelante chica.

El cuerpo gris de la bestia, el lagarto de la nieve quedaba protegido del frío por una capa de gruesa piel. Galopaba con sus musculosas patas traseras y sus patas tridáctilas acababan en zarpas grandes y ganchudas que levantaban grandes penachos de nieve. La cabeza del tauntaun, semejante a la de una llama, caía hacia adelante y su cola serpentina se enroscaba mientras la bestia corría por la ladera helada. La cabeza cornuda del animal se movía de un lado a otro, zarandeada por los vientos que atacaban su hocico peludo.

Luke deseó concluir de una vez la misión. A pesar de la vestimenta gruesamente acolchada distribuida por los rebeldes, sentía el cuerpo casi congelado. Pero sabía que él mismo había elegido estar allí, que se había ofrecido voluntariamente para recorrer los campos helados en busca de otras formas de vida. Se estremeció al ver la larga sombra que la bestia y él dibujaban sobre la nieve. “Los vientos arrecian —pensó—. Al caer la noche, estos vientos fríos traen a los llanos temperaturas insoportables”. Sintió la tentación de regresar a la base más temprano, pero sabía que era importante demostrar sin lugar a dudas que los rebeldes estaban solos en Hoth.

La tauntaun giró bruscamente a la derecha y estuvo a punto de hacer que Luke perdiese el equilibrio. Este aún no se había acostumbrado a montar seres imprevisibles.

—Sin animo de ofenderte —le dijo a su montura— me sentiría mucho más cómodo en la cabina de mi viejo y seguro vehículo terrestre.

Pero para esa misión un tauntaun —a pesar de sus desventajas— era el tipo de transporte más eficaz y práctico con que se contaba en Hoth.

Cuando la bestia llegó a la cumbre de otra ladera helada, Luke la hizo detenerse. Se quitó las gafas de lentes obscuras y parpadeó unos instantes, lo suficiente para que sus ojos se adaptaran al centelleo cegador de la nieve.

Súbitamente desvió su atención al ver aparecer en el cielo un objeto que pasaba como un rayo y que dejaba una persistente estela de humo mientras se hundía en dirección al horizonte brumoso.

Luke se llevo rápidamente la mano enguantada hasta el cinturón utilitario y aferró los electroprismáticos. Le recorrió un escalofrío capaz de competir con el frío de la atmósfera de Hoth. Lo que acababa de ver podía estar hecho por el hombre, incluso podía tratarse de algo enviado por el Imperio. El joven comandante, concentrado todavía en el objeto, siguió su llameante recorrido y lo miró con atención mientras se empequeñecía contra el terreno blanco y se consumía en su propia luz cegadora.

Al oír la explosión, la tauntaun de Luke se estremeció. De su boca escapó un gruñido de miedo y empezó a rascar la nieve con nerviosismo. Luke palmeó la cabeza del animal e intentó tranquilizarlo. Le costó trabajo oír su propia voz a causa del viento que soplaba con fuerza.

—¡Cálmate, no es más que otro meteorito! —gritó. El animal se serenó y Luke se acercó el comunicador a los labios—. Eco Tres a Eco Siete. Han, viejo compinche, ¿me oyes?

Del receptor surgió un sonido cargado de estática. Después, una voz conocida dominó la interferencia.

—¿Eres tú muchacho? ¿Qué ocurre? —La voz sonaba un poco más aguda que la de Luke y parecía pertenecer a alguien mayor que él.

Durante unos segundos, Luke recordó cálidamente la primera vez que había visto al contrabandista espacial coreliano en aquella obscura cantina atestada de seres extraños de un puerto espacial de Tatooine. Ahora el coreliano era uno de los pocos amigos de Luke que no era miembro oficial de la Alianza Rebelde.

—He terminado la ronda y no he captado ningún indicio de vida —dijo Luke por el intercomunicador y apretó la boca contra el transmisor.

—En esta roca de hielo no hay vida suficiente para llenar un crucero espacial —respondió Han y se esforzó por hacer oír su voz a pesar de los vientos sibilantes—. He colocado mis marcadores de guardia. Volveré a la base.

—Hasta luego —se despidió Luke. Aún tenía la mirada fija en la retorcida columna de humo oscuro que surgía de un punto negro situado a lo lejos—. Un meteorito acaba de caer cerca de aquí y quiero observarlo. No tardare mucho.

Luke desconectó el enlace de comunicaciones y dirigió su atención a la tauntaun. El reptil se movía y descansaba el peso de su cuerpo primero en una pata y luego en otra. Lanzó un profundo rugido que parecía denotar temor.

—¡Caramba, chica! —exclamó y palmeó la cabeza de la tauntaun—. ¿Que sucede... hueles algo? Aquí no hay nada.

Por primera vez desde que había partido de la base rebelde oculta, Luke también empezaba a sentirse inquieto. Si algo sabía sobre esos lagartos de la nieve era que tenían sentidos agudos. Sin duda, el animal intentaba decirle a Luke algo, algún peligro, estaba cerca.

Sin perder un segundo, Luke retiró un pequeño objeto de su cinturón utilitario y accionó sus controles en miniatura. El aparato era lo bastante sensible como para detectar incluso los más ínfimos indicios de vida pues respondía a la temperatura corporal y a los sistemas vitales internos.

Cuando empezó a registrar los indicios, Luke se dio cuenta de que no había necesidad de continuar ni tiempo para ello.



Una sombra pasó por encima de él y cubrió más de un metro y medio del suelo. Luke se volvió y súbitamente pareció que el terreno mismo cobraba vida. Una inmensa mole de piel blanca y perfectamente camuflada entre los amplios montículos de nieve se abalanzó salvajemente sobre de él.

—El muy ca...

La barrena de mano de Luke no llegó a salir de la cartuchera. La enorme garra del wampa, la criatura del hielo golpeó con fuerza y de lleno el rostro de Luke, lo derribó de su tauntaun y el muchacho cayó en la nieve congelada.

Luke perdió rápidamente el conocimiento, tan deprisa que no oyó los chillidos lastimeros de la tauntaun ni el brusco silencio que siguió al sonido de un cuello al romperse. Tampoco sintió cómo ese atacante gigantesco y peludo agarraba salvajemente su tobillo ni que su cuerpo era arrastrado como un muñeco sin vida por el llano cubierto de nieve.



El humo negro aún se elevaba de la depresión de la ladera de la colina donde había caído el objeto volador. Las nubes de humo se habían reducido considerablemente desde que el objeto se estrellara contra el suelo y formara un cráter humeante, y los helados vientos de Hoth dispersaban por los llanos el humo oscuro.

Algo se agitaba en el interior del cráter.

Al principio sólo hubo un sonido, un sonido mecánico y ronroneante cuya intensidad creció como si quisiera competir con el viento que ululaba.

Después la cosa se movió... algo brilló bajo la luz clara de la tarde mientras se elevaba lentamente desde el interior del cráter.

El objeto parecía una forma de vida orgánica alienígena, su cabeza era un horror de múltiples esferas parecido a una calavera, y sus ojos, como ampollas y de lentes oscuras, enviaban su gélida mirada a través de la extensión aún más gélida del yermo. A medida que la cosa subía por el cráter, por su forma se vio claramente que era una especie de máquina que poseía un “cuerpo” grande y cilíndrico conectado a una cabeza circular y provista de cámaras, sensores y apéndices de metal, algunos de los cuales acababan en pinzas prensiles como las de los cangrejos.

La máquina coronó el cráter humeante y extendió sus apéndices en diversas direcciones. Después se conectó una señal en el interior de sus sistemas mecánicos y la máquina empezó a flotar por el llano congelado.

Poco rato después, el oscuro androide de exploración se perdió en el horizonte lejano.



Otro jinete, protegido con ropas de invierno y montando un tauntaun de manchas grises, se desplazaba velozmente por las laderas de Hoth en dirección a la base rebelde de operaciones.

Los ojos del hombre, que semejaban puntos de frío metal, miraban sin interés las cúpulas de color gris opaco, las innumerables torretas de los cañones y los colosales generadores de energía que constituían las únicas muestras de vida civilizada de ese mundo. Han Solo frenó gradualmente su lagarto de nieve y tiró de las riendas para que éste cruzara al trote la entrada de la enorme cueva de hielo.

Han se alegró del calor relativo del enorme complejo de cavernas calentadas por las unidades de calefacción de los rebeldes, que obtenían energía de los enormes generadores instalados en el exterior. Esa base subterránea era una cueva natural de hielo y un laberinto de túneles anguloso que los lásers de los rebeldes habían abierto en una compacta montaña de hielo. El coreliano había estado en lugares infernales de la galaxia, más desolados, pero de momento no lograba recordar el emplazamiento exacto de ninguno de ellos.

Desmontó de su tauntaun y vio la actividad que se desarrollaba en el interior de la descomunal cueva. Mirara donde mirase, veía que trasladaban, ensamblaban o reparaban cosas. Los rebeldes de uniforme gris se apresuraban a descargar las provisiones y a ajustar los equipos. También había robots, en su mayoría unidades R2 y androides de energía, que parecían encontrarse en todas partes, rodando o caminando por los pasillos de hielo y cumpliendo con eficacia sus innumerables tareas.

Han empezó a preguntarse se estaría ablandándose con la edad. Al principio no había mostrado el menor interés personal ni lealtad por ese asunto de los rebeldes. Su compromiso posterior en el conflicto entre el Imperio y la Alianza Rebelde comenzó por una simple transacción comercial en la que vendió sus servicios y la utilización de su nave el Millennium Falcon, el trabajo parecía muy sencillo: se trataba de llevar a Ben Kenobi, más el joven Luke y dos androides, hasta el sistema de Aldebarán. ¿Cómo podía imaginar Han en aquel momento que también recurrirían a él para rescatar a una princesa de la Estrella de la Muerte, la más temida estación de batalla del Imperio?.

La princesa Leia Organa...

Cuanto más pensaba Solo en ella, con mayor claridad comprendía cuántos problemas se había creado al aceptar los honorarios de Ben Kenobi. En principio, lo único que Han había querido era cobrar y largarse a toda prisa para pagar algunas molestas deudas que pendían sobre su cabeza como un meteoro a punto de caer. Jamás había tenido la intención de convertirse en héroe.

Pero algo le había llevado a unirse a Luke y a sus locos amigos rebeldes cuando emprendieron el ya legendario ataque espacial contra la Estrella de la Muerte. Algo. De momento, Han no lograba descubrir qué era ese algo.

Ahora, mucho después de la destrucción de la Estrella de la Muerte, Han seguía con la Alianza Rebelde y prestaba su ayuda para establecer esa base en Hoth, probablemente el más lúgubre de todos los planetas de la galaxia. Pero todo eso estaba a punto de cambiar, se dijo. En lo que a él se refería, Han Solo y los rebeldes estaban próximos a salir disparados en direcciones divergentes.

Anduvo con rapidez cruzando por el hangar subterráneo, donde se encontraban varios cazas rebeldes atendidos por hombres de gris que eran ayudados por androides de diversos modelos. La máxima preocupación de Han se centraba en el carguero en forma de platillo que reposaba sobre sus podios de aterrizaje recién instalados. Esta nave, la más grande del hangar, había acumulado algunas abolladuras más en su casco de metal desde que Han se encontrara con Skywalker y Kenobi. Pero el Millennium Falcon no era famoso por su aspecto exterior sino por su velocidad: ese carguero seguía siendo la nave más veloz que hizo el recorrido de Kessel y que dejo atrás a un caza TIE imperial.

Gran parte del éxito del Falcon podía atribuirse a su mantenimiento, confiado ahora a las peludas manos de una montaña de pelos pardos de dos metros de altura, cuyo rostro en ese momento quedaba oculto por una máscara de soldador.

Chewbacca, el gigantesco copiloto wookie de Han Solo, estaba reparando el elevador central de Millennium Falcon cuando advirtió que su compañero se acercaba. El wookie dejó de trabajar, se levantó el protector de su cara y dejó ver su rostro velludo. De su boca surgió un gruñido que pocos no wookies del universo podían traducir.

Han Solo pertenecía a esa minoría.

—Chewie, frío no es la palabra —respondió el coreliano—. ¡Cualquier día enviaré al demonio este escondite y este frío que hiela! —percibió las volutas de humo que salían del trozo de metal recién soldado—. ¿Cómo va con esos elevadores?

Chewbacca respondió con un gruñido típicamente wookie.

—De acuerdo —dijo Han y coincidió plenamente con el deseo de su amigo de regresar al espacio, a otro planeta... a cualquier lugar que no fuese Hoth—. Iré a comunicar que he regresado. Después te echaré una mano. En cuanto coloquemos esos elevadores, nos largamos de aquí.

El wookie ladró, lanzó una risa alegre y reanudó su tarea mientras Han seguía caminando por la cueva artificial de hielo.

El centro de mando estaba a rebosar de equipos electrónicos e instrumentos de control que se extendían hasta el helado cielo raso. Al igual que en el hangar, el personal rebelde atestaba el centro de mando. La sala se veía repleta de controladores, soldados, encargados de mantenimiento y androides de diversos modelos y tamaños, todos los cuales procuraban diligentemente convertir la cámara en una base de trabajo que remplazara a la de Yavin.

El hombre al que Solo había ido a ver estaba ocupado tras una enorme mesa de control y fijaba la atención en una pantalla de computadora que mostraba lecturas de brillantes colores. Rieekan, que vestía el uniforme de general rebelde, se irguió en toda su estatura para mirar a Solo a medida que se acercaba.

—General, no hay el menor indicio de vida en la zona —comunicó Han—. Como todos los marcadores de perímetro están colocados, se enterará si alguien llama.

Como de costumbre, el general Rieekan no sonrió ante la impertinencia de Solo. Sin embargo, admiraba el hecho de que el joven asumiera una especie de pertenencia oficiosa a la rebelión. Las cualidades de Solo impresionaban tanto a Rieekan que a menudo pensaba en concederle el cargo de oficial honorario.

—¿Se ha presentado ya el comandante Skywalker? —inquirió el general.

—Está comprobando un meteorito que cayó cerca de donde se encontraba —replicó Han—. Volverá pronto.

Rieekan echó una rápida mirada a la pantalla de radar recién instalada y estudió las imágenes parpadeantes.

—Debido a la actividad meteórica de este sistema, será difícil reconocer a las naves que se acerquen.

—General, yo... —Han titubeó—. Creo que ha llegado la hora de que me vaya.

Han apartó la atención del general Rieekan para fijarla en una figura que se acercaba a paso firme. El modo de caminar de la mujer era gracioso y decidido y, de algún modo, su silueta de mujer joven parecía contrastar con su uniforme blanco de combate. Incluso a esa distancia, Han se dio cuenta de que la princesa Leia estaba preocupada.

—Es usted bueno para el combate —comentó el general y agregó—: No me gustaría perderle.

—Gracias, general. Ocurre que han puesto precio a mi cabeza. Si no le pago a Jabba el Hucha, seré como un muerto que camina.

—No es fácil vivir con un estigma de muerte... —empezó a decir el general mientras Han se volvía hacia la princesa Leia.

Aunque Solo no era un sentimental, se dio cuenta de que en ese momento estaba muy emocionado.

—Supongo que es así, Alteza —hizo una pausa, sin saber qué respuesta recibiría de la princesa.

—Exactamente —respondió Leia con frialdad. Su repentina reserva se convertía rápidamente en verdadera ira.

Han meneó la cabeza. Hacía mucho tiempo se había dicho que los seres del sexo femenino —fuesen mamíferos, reptiles o de cualquier clasificación biológica aún por descubrir— estaban más allá de su escasa capacidad de comprensión. Mejor dejarlas envueltas en el misterio, se había aconsejado a menudo.

Sin embargo, por lo menos durante un tiempo Han creyó que en el cosmos existía como mínimo un ser del sexo femenino al que comenzaba a comprender. Pero se había equivocado.

—Está bien —dijo Han—, no se ponga sentimental conmigo. Adiós, princesa.

Han le dio bruscamente la espalda y avanzó por el tranquilo pasillo que comunicaba con el centro de mando. Se dirigía al hangar, donde le esperaban dos realidades que comprendía: un gigantesco wookie y un carguero de contrabandista. No tenía la menor intención de dejar de caminar.

—¡Han! —ligeramente jadeante, Leia corría tras él. El coreliano se detuvo y se volvió hacia ella con expresión fría.

—¿Sí, Alteza?

—Pensé que habías decidido quedarte.

La voz de Leia parecía denotar una auténtica preocupación, pero Han no hubiera podido asegurarlo.

—Ese cazador a sueldo con el que nos topamos en Ord Mantell me hizo cambiar de idea.

—¿Lo sabe Luke?

—Se enterará cuando regrese —respondió Han bruscamente.

La princesa Leia entrecerró los ojos y le juzgó con una mirada que él conocía bien. Durante unos instantes, Han se sintió como uno de los carámbanos de la superficie del planeta.

—No me mire así —dijo con severidad—. Cada día me buscan más cazadores a sueldo. Pagaré a Jabba antes de que envíe más remotos asesinos de Gank y vaya usted a saber quién más. Tengo que pagar el precio que han puesto a mi cabeza mientras la conservo.

Evidentemente, esas palabras afectaron a Leia y Han percibió que estaba preocupada por él y que, quizá, sentía algo más.

—Pero nosotros te necesitamos —afirmó.

—¿Nosotros? —preguntó.

—Sí.

—¿Qué puede decirme de usted?

Han tuvo el cuidado de hacer hincapié en la última palabra pero, en realidad, no sabía con certeza por qué lo hacía. Quizá era algo que hacía tiempo quería decir pero había carecido del valor... no, se corrigió, de la estupidez de mostrar sus sentimientos. Pensó que en ese momento tenía poco que perder y estaba preparado para recibir la respuesta de Leia, cualquiera que fuese.

—¿De mí? —preguntó bruscamente—. No sé lo que quieres decir.

Incrédulo, Han Solo meneó la cabeza.

—No, probablemente no lo sabe.

—¿Qué es exactamente lo que se supone que debo saber? —la ira volvía a dominar su voz, probablemente a causa de que al fin empezaba a comprender, pensó Han Solo.

El coreliano sonrió.

—Quiere que me quede a causa de lo que siente por mí.

La princesa volvió a enternecerse.

—Sí, claro, has sido una gran ayuda... —hizo una pausa antes de agregar—: para nosotros. Eres un jefe nato...

Han la impidió terminar, interrumpiéndola en medio de la frase.

—No, Señoría, no es eso.

De pronto Leia miró directamente el rostro de Han con una mirada que, al fin, era totalmente comprensiva. Se echó a reír.

—Imaginas cosas.

—¿Que yo imagino cosas? Pensé que usted temía que me marchara sin siquiera un... —Han fijó la mirada en los labios de la princesa—, un beso.

Leia rió con más fuerza.

—Antes preferiría besar a un wookie.

—Puedo prepararlo así —el coreliano se acercó a ella, que estaba radiante incluso bajo la fría luz de la cámara de hielo—. Créame si le digo que un buen beso no le vendría mal. Ha estado tan ocupada dando órdenes que se ha olvidado de ser mujer. Si se hubiese relajado unos instantes, podría haberla ayudado. Lo siento, querida, pero ya es demasiado tarde. Su gran oportunidad está volando por ahí afuera.

—Creo que podré sobrevivir —replicó, obviamente molesta.

—¡Buena suerte!

—Ni siquiera te importa que la...

Han sabía lo que iba a decir y no le permitió terminar.

—¡Por favor, evítemelo! —la interrumpió—. No vuelva a hablarme de la rebelión. Es lo único en lo que piensa. Es usted tan fría como este planeta.

—¿Y crees que eres el único capaz de dar un poco de calor?

—Si estuviera interesado, por supuesto. Pero creo que no sería muy divertido —después de decir esas palabras, Han retrocedió, la miró y la evaluó fríamente—. Volveremos a encontrarnos —afirmó—. Es posible que para entonces se haya enternecido un poco.

La expresión de la princesa había vuelto a cambiar. Han había conocido a algunos asesinos de mirada más amable.

—Tienes la educación de un bantha, pero no tanta clase —respondió furiosa—. ¡Que disfrutes de tu viaje, experto! —la princesa Leia se apartó presurosa de Han y corrió pasillo abajo.



La temperatura había descendido en Hoth. A pesar del aire gélido, el androide imperial de exploración proseguía su perezoso desplazamiento por encima de los campos y las colinas cubiertos de nieve y sus sensores aún se estiraban en todas direcciones en busca de señales de vida.

Los sensores de calor del robot reaccionaron súbitamente. Había encontrado una fuente de calor en las cercanías y ésta era una buena señal de vida. La cabeza giró sobre su eje y las sensibles ampollas semejantes a ojos captaron la dirección en la que se originaba la fuente de calor. El robot de exploración ajustó automáticamente su velocidad y avanzó con el máximo de rapidez por encima de los campos congelados.

La máquina semejante a un insecto sólo frenó cuando se aproximó a un montículo de nieve más grande que ella misma. Los dispositivos exploradores del robot tomaron nota del tamaño del montículo: casi un metro ochenta de alto y seis interminables metros de largo. De todos modos, el tamaño del montículo sólo era de importancia secundaria. Lo realmente sorprendente, si es que una máquina de reconocimiento podía sorprenderse, era la cantidad de calor que surgía de debajo del montículo. Sin duda, el ser situado bajo esa colina nevada debía de estar perfectamente protegido del frío.

Un delgado rayo de luz blanquiazul surgió de uno de los apéndices del robot de exploración, el intenso calor que emitió taladró el montículo blanco y dispersó brillantes partículas de nieve en todas direcciones. El montículo empezó a temblar y después se estremeció. Lo que estaba debajo se sintió profundamente molesto por el rayo láser explorador del robot.

Grandes trozos de nieve cayeron del montículo y en un extremo aparecieron dos ojos en medio de la masa blanca.

Unos enormes ojos amarillos observaron como puntos gemelos de fuego al ser mecánico que siguió disparando sus dañinos rayos. Los ojos ardían con un odio primitivo hacia la cosa que había interrumpido su sueño.

El montículo volvió a temblar y lanzó un rugido que estuvo a punto de destruir los sensores auditivos del androide de exploración. Este retrocedió algunos metros y amplió la distancia que lo separaba del otro ser. El androide nunca se había topado con un wampa, la criatura del hielo, y sus computadoras le aconsejaron que acabara prontamente con la bestia.

El androide hizo un ajuste interno para regular la potencia de su rayo láser. En menos de un segundo, éste alcanzó su intensidad máxima. La máquina apuntó con el láser a la criatura y la envolvió en una enorme nube de llamas humeantes. Poco después, los vientos helados arrastraron las pocas partículas que quedaban del wampa.

El humo se dispersó y no quedaron pruebas materiales —con excepción de una profunda depresión en la nieve— de que alguna vez hubiese habido allí una criatura del hielo.

Pero su existencia ya estaba correctamente registrada en la memoria del androide de exploración, que ya había reanudado la misión que tenía programada.

Los rugidos de otro wampa despertaron finalmente al joven y magullado comandante rebelde.

A Luke le daba vueltas la cabeza, le dolía intensamente y, a juzgar por lo mal que se sentía, creía que le iba a estallar. Con un gran esfuerzo logró centrar la mirada y se dio cuenta de que estaba en una garganta de hielo, cuyas paredes serradas reflejaban la luz del crepúsculo.

Súbitamente notó que colgaba cabeza abajo, con los brazos estirados y las puntas de los dedos a unos treinta centímetros del suelo nevado. Tenía los tobillos entumecidos. Estiró el cuello y vio que sus pies estaban cubiertos de hielo congelado y colgaban del techo y que el hielo formaba estalactitas en sus piernas. Sentía la máscara congelada de su propia sangre pegada a la cara en los puntos donde la criatura del hielo le había golpeado cruelmente.

Luke volvió a, oír los gemidos bestiales, que sonaron más intensamente al retumbar en el estrecho y profundo pasadizo de hielo. Los rugidos del wampa eran ensordecedores.—Se preguntó qué lo mataría primero, si el frío o los colmillos y las garras de la bestia que habitaba esa garganta.

Tengo que liberarme, pensó, tengo que librarme del hielo. Aún no había recuperado por completo las fuerzas, pero hizo un decidido esfuerzo, se irguió y se estiró hacia las ligaduras. Como todavía estaba muy débil, Luke no pudo romper el hielo, por lo que volvió a quedar colgado y el suelo blanco, se le acercó vertiginosamente.

Relájate —se dijo—. Relájate. Las paredes de hielo se rompieron a causa de los bramidos cada vez más estrepitosos del animal que se acercaba. Sus patas aplastaban el terreno helado y se acercaban aterradoramente. En poco tiempo, el horror blanco y peludo estaría de regreso y probablemente calentaría al joven guerrero aterido de frío en las tinieblas de su panza.

La mirada de Luke recorrió la garganta y finalmente divisó las herramientas que había llevado para cumplir esa misión y que ahora se encontraban inutilizadas y en desorden en el suelo. El equipo estaba a casi un inalcanzable metro de distancia. Éste incluía un aparato que llamó poderosamente la atención de Luke: una sólida pieza con mango, provista de un par de pequeños interruptores y de un disco de metal colocado encima. El objeto le había pertenecido a su padre, un ex caballero jedi que fue traicionado y asesinado por el joven Darth Vader. Pero ahora era de Luke y Ben Kenobi se lo había regalado para que lo esgrimiera con honor contra la tiranía imperial.

Desesperado, Luke hizo esfuerzos extraordinarios por girar lo suficiente su cuerpo dolorido para llegar hasta el sable de luz. Pero el insoportable frío que recorría su cuerpo le frenó y le debilitó. Estaba a punto de aceptar su destino cuando oyó que la gruñona criatura del hielo se acercaba. Sus últimas esperanzas prácticamente habían desaparecido cuando percibió esa presencia.

Pero no fue la presencia del gigante blanco la que dominó la garganta de hielo.

Se trataba de esa serenante presencia espiritual que solía visitar a Luke en momentos de tensión o de peligro. La presencia que se le apareció por primera vez sólo después de que el viejo Ben, una vez más en su papel jedi de Obi-Wan Kenobi, se desvaneciera en unos pliegues de túnicas oscuras después de caer abatido por el sable de luz de Darth Vader. La presencia que a veces semejaba una voz conocida, un susurro casi mudo que se dirigía rectamente a la mente de Luke.

“Luke —el susurro volvía a estar acosadoramente presente—, piensa en el sable de luz en tu mano.” La cabeza dolorida de Luke latió a causa de las palabras. Después experimentó un repentino retorno de las fuerzas, un sentimiento de confianza que le impulsó a seguir luchando a pesar de su situación aparentemente desesperada. Fijó la mirada en el sable de luz. Estiró dolorosamente la mano y la congelación que sufrían sus miembros cobró su precio.

Cerró los ojos con fuerza para concentrarse. Pero el arma seguía fuera de su alcance. Supo que necesitaría hacer algo más que forcejear para llegar hasta el sable de luz.

Tengo que relajarme —se dijo Luke—, he de relajarme... —La cabeza de Luke giró al oír las palabras de su protector incorpóreo: “Luke, deja fluir la Fuerza.” ¡La Fuerza! Luke vio cómo se cernía la imagen invertida y semejante a un gorila de la criatura del hielo y sus brazos en alto que acababan en unas brillantes y enormes garras. Vio por primera vez el rostro simiesco y se estremeció al ver los cuernos parecidos a los de un carnero y la temblorosa mandíbula inferior con los colmillos salientes.

En ese momento el guerrero apartó de sus pensamientos a la criatura. Dejó de forcejear para coger el arma, relajó el cuerpo y dejó que su espíritu asumiera la sugerencia de su maestro. Sintió que le recorría ese campo de energía generado por todos los seres vivos y que unía a la totalidad del universo.

Como Kenobi le había enseñado, la Fuerza estaba en su interior para que Luke la utilizara como considerara conveniente.

El wampa extendió sus garras negras y ganchudas y avanzó pesadamente hacia el joven colgado.

Súbitamente, como por arte de magia, el sable de luz saltó hasta la mano de Luke. En ese mismo instante apretó un botón de color del arma y descargó un haz parecido a una hoja que cortó rápidamente sus heladas ataduras.

Mientras Luke caía con el arma en la mano, la monstruosa figura que se cernía sobre él retrocedió un paso cautelosamente. Los ojos sulfurosos de la bestia parpadearon con incredulidad ante el zumbante haz de luz, pues era un espectáculo desconcertante para su cerebro primitivo.

A pesar de que tenía dificultades para moverse, Luke se puso en pie de un salto, esgrimió su sable de luz ante la masa de músculos y pelo blanco como la nieve y la obligó a retroceder un paso y después otro. Bajó el arma y cortó el pellejo del monstruo con la hoja de luz. La criatura del hielo, el wampa, chilló y su terrible rugido de agonía hizo temblar las paredes de la garganta. Se volvió, salió a toda prisa y su masa blanca se fundió con el terreno lejano.

El cielo estaba mucho más oscuro y, junto con la penumbra que todo lo invadía, llegaron los vientos más gélidos. La Fuerza acompañaba a Luke, pero ni siquiera ese misterioso poder podía darle calor en ese momento. Cada paso que daba para salir de la garganta le costaba más trabajo que el anterior. Por último, mientras su visión disminuía con la misma rapidez que la luz del día, Luke trastabilló en un terraplén de nieve y perdió el conocimiento antes de llegar al fondo.



En el muelle del hangar principal de la sub-superficie, Chewie preparaba el Millennium Falcon para el despegue. Apartó la mirada del trabajo y vio un par de figuras bastante extrañas que acababan de surgir de un rincón próximo para participar en la actividad rebelde que solía desarrollarse en el hangar.

Ninguna de las figuras era humana, aunque una de ellas tenía forma humanoide y parecía un hombre con una armadura dorada de caballero. Sus movimientos eran precisos, casi demasiado para ser humanos, mientras avanzaba tiesamente por el pasillo. Su compañero no necesitaba piernas como las de los seres humanos para moverse, ya que se las ingeniaba bastante bien haciendo rodar su cuerpo más corto y parecido a un barril con unas ruedas en miniatura.

El más bajo de los dos androides lanzaba bips y silbidos agitados.

—No es culpa mía, lata que funciona mal —afirmó el androide alto y antropomórfico, y señaló con una mano metálica—. No te pedí que encendieras el calentador termal. Sólo comenté que en la cámara de ella hacía un frío de congelarse. Pero se supone que es de congelarse. ¿Cómo secaremos todas sus cosas? ¡Ah...! Hemos llegado.

See-Threepio, el androide dorado de forma humana, se detuvo para fijar sus sensores ópticos en el Millennium Falcon.

Artoo-Detoo, el otro robot, contrajo sus ruedas y su pata frontal y posó su fornido cuerpo metálico en el suelo. Los sensores del androide más pequeño leían las conocidas figuras de Han Solo y su compañero wookie mientras continuaban con la tarea de remplazar los elevadores centrales del carguero.

—Amo Solo, señor —dijo Threepio, que era el único miembro de la pareja robótica equipado con una imitación de la voz humana—. ¿Puedo hablar con usted? Han no estaba de humor para que le molestasen, menos aún para ser fastidiado por ese androide.

—¿Qué quieres?

—El ama Leia ha intentado ponerse en contacto con usted a través del comunicador —le informó Threepio—. Seguramente funciona mal.

Han sabía que no era así.

—Lo he desconectado —replicó bruscamente, mientras seguía reparando la nave—. ¿Qué desea ahora su Señoría? Los sensores auditivos de Threepio identificaron el tono desdeñoso de la voz de Han, pero no lo comprendieron. El robot imitó un gesto humano al agregar:

—Está buscando al amo Luke y supuso que estaría aquí, con usted. Al parecer nadie sabe...

—¿Aún no ha regresado Luke? Han se mostró preocupado. Notó que el cielo que veía más allá de la entrada de la caverna de hielo se había oscurecido considerablemente desde que Chewbacca emprendiera las reparaciones del Millennium Falcon. Han sabía cuánto bajaba la temperatura de la superficie al caer la noche y lo letales que podían resultar los vientos. Bajó de un salto del elevador del Falcon y ni siquiera dio la vuelta para mirar al wookie.

—Chewie, échale el cerrojo. ¡Oficial de cubierta! —gritó Han, se acercó el intercomunicador a la boca y preguntó—: Control de seguridad, ¿ya ha comunicado su entrada el comandante Skywalker?

La respuesta negativa hizo que Han frunciera el ceño.

El sargento de cubierta y su ayudante respondieron presurosamente a la llamada de Solo.

—¿El comandante Skywalker ha regresado? —preguntó Han con la voz cargada de tensión.

—No le he visto —respondió el sargento de cubierta—. Es posible que pasara por la entrada sur.

—¡Compruébelo! —ordenó Solo, aunque oficialmente no estaba autorizado a dar órdenes—, ¡Es urgente!

Mientras el sargento de cubierta y su ayudante se volvían y corrían pasillo abajo, Artoo emitió un silbido de preocupación cuya intensidad se agudizó inquisitivamente.

—No sé, Artoo —respondió Threepio volvió tiesamente el torso y la cabeza en a Han—. Señor, ¿me permite preguntarle lo que ocurre?

La ira creció en el interior de Han mientras respondía con un gruñido al robot.

—Ve a decirle a tu preciosa princesa que, a no ser que aparezca pronto, Luke es hombre muerto.

Artoo silbó histéricamente ante la funesta predicción de Solo y su dorado compañero, que a esas alturas ya estaba asustado, exclamó:

—¡Oh, no!

El túnel principal bullía de actividad cuando Han Solo entró a la carrera. Vio a un par de soldados rebeldes que utilizaban todas sus energías para contener a un tauntaun nervioso que intentaba escapar.

Desde el otro extremo, el oficial de cubierta corrió hasta el pasillo y paseó su mirada por la cámara hasta que vio a Han.

—Señor —dijo frenético—, el comandante Skywalker no ha pasado por la entrada sur. Quizás olvidó registrar su entrada.

—Lo dudo —replicó Han—. ¿Están listos los vehículos?

—Todavía no —respondió el oficial de cubierta—. Ha sido difícil adaptarlos al frío. Tal vez por la mañana...

Han le interrumpió. No se podía perder tiempo con máquinas que podían averiarse y que probablemente lo harían.

—Tendremos que salir con tauntauns. Cubriré el sector cuatro.

—La temperatura disminuye demasiado de prisa.

—Ya lo sé —protestó Han—. Pero Luke está afuera.

El otro oficial se ofreció espontáneamente:

—Cubriré el sector doce. Que control prepare la pantalla alfa.

Han comprendió que no había tiempo para que control hiciera funcionar sus cámaras de vigilancia, menos aún ahora que Luke probablemente agonizaba en los desolados llanos de arriba.

Se abrió paso entre los soldados rebeldes reunidos, cogió las riendas de uno de los tauntáuns adiestrados y montó en el lomo de la bestia.

—Se desencadenarán las tormentas nocturnas antes de que cualquiera de vosotros pueda llegar al primer marcador —advirtió el oficial de cubierta.

—En ese caso nos veremos en el infierno —gruñó Han, tiró de las riendas de su montura e hizo salir al animal de la cueva.



Nevaba copiosamente mientras Han Solo cabalgaba presuroso por el yermo montado en el tauntaun.

Estaba a punto de caer la noche y los vientos ululaban y atravesaban su ropa de abrigo. Sabía que sería tan inútil como un carámbano a menos que pronto encontrara al joven guerrero.

El tauntaun había empezado a padecer las consecuencias de la disminución de la temperatura.

Una vez caída la noche, ni las capas de grasa aislante ni el pelaje gris enmarañado podían protegerlo de la intemperie. La bestia resollaba y su respiración se hacía cada vez más dificultosa.

Han rezó para que el lagarto de la nieve no cejara, al menos hasta que lograra localizar a Luke.

Hizo avanzar más velozmente a su montura y la obligó a atravesar los helados llanos.



Otra figura avanzaba en medio de las nieves y su cuerpo de metal sobrevolaba el terreno congelado.

El androide imperial de exploración hizo una breve pausa en pleno vuelo y movió sus sensores.

Satisfecho de lo que había encontrado, el robot descendió suavemente y se posó en el suelo.

Como si fuesen patas de araña, varias sondas se separaron del casco de metal y quitaron parte de la nieve que se había asentado encima de éste.

Algo empezó a adquirir forma alrededor del robot: un brillo pulsátil que cubrió gradualmente la máquina como si se tratase de una cúpula transparente. Ese campo de energía se estabilizó rápidamente y repelió la nieve agitada que rozaba el casco del androide.

Unos segundos más tarde el brilló se apagó y la nieve agitada formó una perfecta cúpula blanca que ocultó por completo al androide y su campo de energía protector.



El tauntaun avanzaba al máximo de velocidad, a decir verdad demasiado de prisa si consideramos la distancia que había recorrido y el aire insoportablemente frío. Había dejado de resollar para gemir penosamente y sus patas vacilaban cada vez más. Han se compadeció de los sufrimientos del tauntaun pero, en ese momento, la vida de este ser sólo era secundaria en relación con la de su amigo Luke.

A Han le resultaba difícil ver a causa de la nevada cada vez más copiosa. Desesperado, buscó alguna interrupción en los llanos infinitos, algún punto lejano que pudiera corresponder a Luke.

Pero sólo vio las extensiones penumbrosas de nieve y hielo.

Sin embargo, oyó un sonido.

Han tiró de las riendas e hizo que el tauntaun se detuviera bruscamente en el llano. Aunque no estaba seguro, creyó percibir un sonido diferente del ulular de los vientos que le azotaban. Se esforzó por ver en la dirección de donde procedía el sonido.

Después espoleó a su tauntaun y lo obligó a galopar a través del campo nevado.

Luke hubiese podido convertirse en un cadáver, en alimento para los carroñeros, antes de que surgieran las primeras luces del alba. Pero aún estaba vivo, aunque muy poco, y luchaba por permanecer así a pesar de las tormentas nocturnas que le atacaron violentamente. Logro levantarse dolorosamente de las nieves, pero un vendaval helado volvió a derribarle. Al caer, pensó en lo irónico de la situación: un granjero de Tatooiné que había madurado para luchar contra la Estrella de la Muerte y que perecía, solitario, en un yermo extraño y, congelado.

Tuvo que reunir a todas las fuerzas que le quedaban para arrastrarse medio metro más, pero finalmente cayó y se hundió en los montículos cada vez más densos.

—No puedo... —dijo en voz alta a pesar de que nadie podía oír sus palabras.

Pero fueron oídas por alguien a quien Luke aún no había visto.

“Debes hacerlo” las palabras vibraron en la mente del joven guerrero. “¡Luke, mírame!”

Luke no podía ignorar la orden: la energía de esas palabras pronunciadas con suavidad era imponente.

Luke hizo un gran esfuerzo por levantar la cabeza y vio algo que le pareció una alucinación. Ante sus ojos se encontraba Ben Kenobi, que al parecer no se sentía afectado por el frío y que iba vestido con las modestas túnicas que había usado en el caluroso desierto de Tatooine.

Luke intentó llamarle, pero se había quedado sin habla.

La aparición habló con el mismo tono delicado y de autoridad con que Ben siempre se había dirigido al joven:

“Luke, debes sobrevivir”. El joven comandante volvió a encontrar fuerzas para mover una vez más los labios:

—Tengo frío... tanto frío...

“Debes ir al sistema de Dagobah”, le informó la figura espectral de Ben Kenobi. “Aprenderás con Yoda, el maestro jedi que me enseñó a mí”. Luke prestó atención y se estiró para tocar a la figura espectral.

—Ben... Ben... —gimió.

La figura no se inmutó ante los intentos de Luke por llegar hasta ella. Volvió a hablar:

“Luke, eres nuestra única esperanza”. Nuestra única esperanza.

Luke estaba confundido. Antes de que lograra reunir fuerzas para pedir una explicación, la figura comenzó a diluirse. Cuando toda huella de la aparición se esfumó, Luke creyó ver que un tauntaun cabalgado por un jinete humano se acercaba. El lagarto de la nieve avanzaba hacia él con paso vacilante. El jinete se encontraba demasiado lejos y la tormenta lo hacía demasiado borroso para poder identificarlo.

Desesperado, antes de perder una vez más el conocimiento, el joven comandante rebelde gritó:

—¡Ben!

El lagarto de la nieve apenas podía mantenerse sobre sus patas traseras de saurio cuando Han Solo frenó y desmontó.

Han miró horrorizado el cuerpo cubierto de nieve y casi congelado que yacía como muerto a sus pies.

—Vamos, compañero —suplicó a la figura inerte de Luke y en el acto se olvidó de su propio cuerpo casi congelado—, todavía no estás muerto. Hazme alguna señal.

Han no percibió el menor indicio de vida y vio que la cara de Luke, prácticamente cubierta de nieve, estaba salvajemente lastimada.

Frotó la cara del joven y tuvo buen cuidado de no tocar las heridas que se secaban.

—Luke, no lo hagas. No ha llegado tu hora.

Al fin obtuvo una ligera respuesta: un gemido suave, apenas audible a causa de los vientos, bastó para enviar una corriente cálida a través del cuerpo tembloroso de Han. Sonrió aliviado.

—¡Sabía que no me abandonarías aquí! Tenemos que retirarte de este lugar.

Como sabía que la salvación de Luke y la propia dependían de la velocidad del tauntaun, Han caminó hacia la bestia llevando en sus brazos al joven guerrero desmayado. Antes de lograr colocar el cuerpo inconsciente en el lomo del animal, éste lanzó un rugido de agonía y cayó en un peludo montón gris sobre la nieve. Han acomodó a su compañero en el suelo y corrió hasta el lagarto de la nieve caído. El tauntaun emitió un postrer sonido que no fue un rugido ni un bramido sino un chirrido enfermizo. Después la bestia calló.

Solo aferró el pellejo del tauntaun y sus dedos embotados buscaron un hálito de vida.

—Está más muerto que una luna de Tritón —dijo, sabedor de que Luke no podía oírle—. No nos queda mucho tiempo.

Acomodó el cuerpo inerte de Luke contra el vientre del lagarto de la nieve muerto y puso manos a la obra. Pensó que quizá fuera un sacrilegio emplear el arma favorita de un caballero jedi de ese modo pero, de momento, el sable de luz de Luke era la herramienta más eficaz y adecuada para cortar el grueso pellejo de un tauntaun.

Al principio el arma le resultó extraña al tacto, pero poco después cortó el cuerpo de la bestia desde la cabeza peluda hasta las escamosas patas traseras.

Han reculó ante el desagradable olor que surgía del corte humeante. Recordaba pocas cosas que apestaran tanto como las entrañas de un lagarto de la nieve. Sin reflexionar, arrojó las entrañas viscosas en la nieve.

Cuando el cadáver del animal quedó totalmente destripado, Han colocó a su amigo dentro de la piel cálida y cubierta de pelo.

—Luke, sé que no huele demasiado bien, pero evitará que te congeles. Estoy seguro de que el tauntaun no vacilaría si se diera la situación inversa.

De la cavidad destripada del lagarto de la nieve salió otra ráfaga de hedor.

—¡Caray! —Han estuvo a punto de vomitar—. Amigo, por suerte estás desmayado.

No quedaba mucho tiempo para llevar a cabo lo que era necesario hacer. Las manos heladas de Han se acercaron a la mochila de provisiones atada al lomo del tauntaun y revolvieron los elementos preparados por los rebeldes hasta localizar el contenedor del refugio.

Antes de desenvolverlo, Han habló por el intercomunicador:

—Base Eco, ¿me oís? —no obtuvo respuesta—. ¡Este intercomunicador no funciona! El cielo había adquirido una oscuridad inquietante y los vientos soplaban con violencia, de modo que hasta respirar resultaba casi imposible. Han forcejeó hasta abrir el contenedor del refugio y, con los miembros rígidos, comenzó a armar el único elemento del equipo rebelde que quizá les protegiera a ambos... aunque sólo fuese durante un rato más.

—Si no armo el refugio a toda velocidad —gruñó para sí—, Jabba no necesitará a los cazadores a sueldo.



Artoo-Detoo estaba junto a la entrada del hangar de hielo secreto de los rebeldes, cubierto por una capa de nieve que se había posado sobre su cuerpo en forma de tapón. Sus mecanismos de regulación interna sabían que llevaba mucho tiempo en ese lugar y sus sensores ópticos le indicaban que el cielo estaba oscuro.

Pero la unidad R2 sólo se preocupaba por sus sensores de exploración incorporados, que aún emitían señales a través de los campos de hielo. Su prolongada y sincera búsqueda con los sensores de los desaparecidos Luke Skywalker y Han Solo no había dado el menor resultado.

El androide rechoncho lanzó nerviosos bips cuando Threepio se acercó a él, andando rígidamente entre la nieve.

—Artoo, no puedes hacer nada más —el robot dorado inclinó la mitad superior de su cuerpo girando en las coyunturas de la cadera—. Será mejor que entres —Threepio volvió a erguirse en toda su estatura y simuló un escalofrío humano cuando los vientos nocturnos aullaron junto a su casco brillante—. Artoo, se me están congelando las juntas. ¿Tendrías la amabilidad de... de darte prisa... de...? —antes de terminar la frase, Threepio regresó a toda prisa hacia la entrada del hangar.

La noche había dominado por completo el cielo de Hoth y la princesa Leia Organa se encontraba en el interior de la entrada de la base rebelde, sufriendo una prolongada e inquieta vigilia. Se estremeció a causa del viento nocturno mientras intentaba penetrar las tinieblas de Hoth. Aguardaba junto al comandante Derlin, que también estaba muy preocupado, pero su mente se encontraba en los campos helados.

El gigantesco wookie esperaba cerca y alzó rápidamente la cabeza melenuda de las manos cubiertas de pelos cuando los dos androides, Threepio y Artoo, volvieron a entrar en el hangar.

Threepio estaba humanamente acongojado.

—Artoo no ha logrado captar ninguna señal —informó con pena—, aunque opina que probablemente su alcance es demasiado limitado para que renunciemos a toda esperanza.

—De todos modos, se percibía muy poca confianza en la voz artificial de Threepio.

Leia hizo un gesto de reconocimiento al androide más alto, pero no habló. Dedicaba sus pensamientos a los dos héroes desaparecidos. Lo que más la perturbaba era que descubrió que concentraba su mente en uno de los dos: un coreliano moreno cuyas palabras no siempre podían interpretarse literalmente.

Mientras la princesa mantenía la vigilancia, el comandante Derlin se volvió para atender a un teniente rebelde que iba a darle el parte.

—Señor, con excepción de Solo y Skywalker, todas las patrullas han regresado.

El comandante miró a la princesa Leia.

—Alteza —dijo con voz cargada de pesar—, esta noche no podemos hacer nada más. La temperatura está bajando vertiginosamente. Lo lamento, pero debemos cerrar la capa protectora. —Derlin guardó silencio unos instantes y después se dirigió al teniente—: Cerrad las puertas.

El oficial rebelde se retiró a cumplir la orden de Derlin y de inmediato la temperatura de la cámara de hielo pareció disminuir aún más mientras el pesaroso wookie aullaba apenado por los dos desaparecidos.

—Los vehículos rápidos estarán listos por la mañana —comunicó el comandante a la princesa Leia Nos facilitarán la búsqueda.

—¿Existe alguna posibilidad de que sobrevivan hasta que amanezca? —preguntó Leia, sin esperanzas de obtener una respuesta afirmativa.

—Sí, la posibilidad existe, pero es ínfima —respondió el comandante Derlin con seria honestidad.

En respuesta a las palabras del comandante, Artoo hizo funcionar los computadores miniaturizados del interior de su cuerpo metálico semejante a un barril. Sólo tardó unos segundos en hacer juegos malabares con diversos conjuntos de cómputos matemáticos y culminó sus cálculos con una serie de bips triunfales.

—Señora —tradujo Threepio—, Artoo dice que cuentan con una posibilidad de supervivencia entre setecientas veinticinco —el androide protocolario se inclinó hacia el robot más bajo y protestó—: En realidad, me parece que no es necesario que lo sepamos.

Nadie comentó la traducción de Threepio. Durante un rato reinó un silencio solemne que sólo interrumpía el estrépito retumbante del metal chocando contra el metal: las enormes puertas de la base rebelde se cerraron en la noche. Fue como si una deidad despiadada hubiese apartado sumariamente al grupo de los dos hombres que estaban en los llanos helados y anunciara sus muertes con un estrépito metálico.

Chewbacca exhaló otro aullido de sufrimiento.

Una muda plegaria, que a menudo se rezaba en un antiguo mundo llamado Alderaan, dominó los pensamientos de Leia.



El sol que ascendía por el horizonte norteño de Hoth era relativamente débil, pero sus rayos bastaban para transmitir un poco de calor a la helada superficie del planeta. La luz se deslizó por las colinas onduladas de nieve, luchó por llegar a los rincones más oscuros de las gargantas heladas y por último se posó en lo que seguramente era el único montículo blanco perfecto de todo ese mundo.

Ese montículo cubierto de nieve era tan perfecto que sin duda debía su existencia a un poder que no era el de la naturaleza. Más tarde, a medida que el cielo aclaraba cada vez más, el montículo empezó a zumbar. Cualquiera que lo observara se habría sor prendido al ver que la cúpula de nieve parecía estallar y arrojaba hacia el cielo su capa exterior en un gran estallido de partículas blancas.

Una máquina ronroneante comenzó a guardar sus sensores retráctiles y su espantosa mole se elevó lentamente del lecho blanco y congelado.

El robot de exploración se detuvo unos instantes en el aire ventoso y después prosiguió su misión matinal a través de los llanos cubiertos de nieve.



Algo más había invadido el aire matinal del mundo de hielo: una nave relativamente pequeña y de morro chato con ventanas de cristales oscuros en la carlinga y cañones láser montados a ambos lados. El vehículo rápido para nieve de los rebeldes poseía un fuerte blindaje y estaba destinado a librar batalla cerca de la superficie del planeta. Pero esa mañana la pequeña nave había salido para cumplir una misión de reconocimiento; avanzaba veloz por el amplio paisaje blanco y trazaba arcos sobre los contornos de los montículos de nieve.

Aunque el vehículo rápido para la nieve podía albergar una tripulación de dos hombres, en ese momento Zev era el único ocupante de la nave. Sus ojos hicieron un registro panorámico de las desoladas extensiones que se abrían debajo y rezó con la esperanza de encontrar los objetos que buscaba antes de que la nieve le cegase.

Después oyó un suave bip.

—Base Eco —gritó lleno de alegría por el intercomunicador de la carlinga—, ¡he encontrado algo! No es nada extraordinario, pero podría tratarse de un indicio de vida. Sector cuatro seis uno cuatro por ocho ocho dos. Me acercaré.

Zev manipuló exaltado los mandos de la nave, redujo ligeramente la velocidad e inclinó lateralmente la nave al virar por encima de un montículo de nieve Acogió de buena gana la repentina fuerza de gravedad que le apretaba contra el asiento y dirigió el vehículo rápido para nieve hacia la zona de la débil señal.

Mientras el infinito blanco del suelo de Hoth se deslizaba por debajo, el piloto rebelde conectó su intercomunicador a una nueva frecuencia.

—Eco Tres, soy Pícaro Dos. ¿Me recibís? Comandante Skywalker, Pícaro Dos al habla.

La única respuesta que obtuvo fue la estática que pasaba por el receptor de su intercomunicador.

Pero después oyó una voz, una voz que sonaba muy lejana y luchaba por hacerse oír en medio del ruido crujiente.

—Chicos, ha estado bien que pasaseis por aquí. Espero que no os hayamos obligado a madrugar.

Zev acogió con entusiasmo el cinismo característico del tono de voz de Han Solo. Volvió a conectar el transmisor con la base rebelde oculta:

—Base Eco, soy Pícaro Dos —informó y alzó la voz súbitamente—. Los he encontrado. Repito...

Al hablar, el piloto realizó una perfecta localización a partir de las señales que parpadeaban en las pantallas de los monitores de la carlinga. Redujo aún más la velocidad de la nave y descendió lo bastante cerca de la superficie del planeta para mirar con más claridad un pequeño objeto que se destacaba entre los llanos cubiertos de copos de nieve.

El objeto, un refugio portátil fabricado por los rebeldes, estaba encima de un montículo de nieve.

En el lado de barlovento del refugio se veía una capa blanca compacta; apoyada con cuidado en la parte superior del montículo de nieve, aparecía una improvisada antena de radio.

Pero lo más agradable fue ver la conocida figura humana que se encontraba delante del refugio contra la nieve y que agitaba frenéticamente los brazos en dirección al vehículo rápido.

Cuando hizo descender la nave para aterrizar, Zev se sintió profundamente dichoso de que al menos uno de los guerreros que le habían enviado a buscar siguiera con vida.



Solo una ventana de cristal grueso separaba el cuerpo maltratado y casi congelado de Luke Skywalker de sus cuatro vigilantes amigos.

Han Solo, que gustaba del calor relativo del centro médico rebelde, se encontraba junto a Leia, su copiloto wookie, Artoo-Detoo y See-Threepio. Han suspiró aliviado. Sabía que, a pesar del funesto ambiente de la cámara que le circundaba, al fin el joven comandante estaba fuera de peligro y atendido por las mejores manos mecánicas.

Vestido únicamente con un pantalón corto de color blanco, Luke colgaba en posición vertical dentro de un cilindro transparente provisto de una combinación de máscara respiratoria y micrófono, la cual cubría la nariz y la boca. El androide cirujano Too-Onebee, atendía al joven con la habilidad de los mejores médicos humanoides. Contaba con la cooperación de su ayudante médico androide, FX-7, que parecía un conjunto de cilindros, alambres y apéndices coronados de metal. Con gracia, el androide cirujano accionó un ¡interruptor que hizo que un líquido rojo y gelatinoso se derramara sobre su paciente humano.

Han sabía que ese bacta podía obrar maravillas, incluso en pacientes de tanta gravedad como Luke.

A medida que el lodo burbujeante cubría su cuerpo, Luke empezó a agitarse y a delirar.

—Cuidado —gimió—... Criaturas de la nieve. Peligrosas... Yoda... Vé a ver a Yoda... única esperanza.

Han no tenía la menor idea de lo que decía su amigo. Chewbacca, confundido también por los desvaríos del joven, se expresó con un ladrido wookie de interrogación.

—Chewie, lo que dice tampoco tiene sentido para mí —respondió Han.

Lleno de esperanzas, Threepio comentó:

—Es ero que funcione bien, si es que me entendéis. Sería una verdadera pena que el amo Luke sufriera un cortocircuito.

—Este chico se encontró con algo que no era únicamente el frío —observó Han tácticamente.

—Sigue hablando sobre esos seres —dijo Leia observando a Solo, que tenía la mirada torvamente fija—. Han, hemos duplicado las medidas de seguridad— agregó e intentó darle, las gracias—. No sé cómo...

—Olvídelo —respondió bruscamente. De momento, a Han sólo le preocupaba su amigo sumergido en el líquido rojo del bacta.

El cuerpo de Luke chapoteó en la sustancia de color claro y las propiedades curativas del bacta comenzaron a surtir efecto. De momento parecía que Luke intentaba rechazar el flujo terapéutico del lodo translúcido. Finalmente renunció a sus murmuraciones, se relajó y se entregó a los poderes del bacta.

Too-Onebee se apartó del humano cuyo cuidado le hablan confiado. Su cabeza en forma de cráneo describió un ángulo para mirar a Han y a los demás, que estaban al otro lado de la ventana.

—El comandante Skywalker ha sufrido un dormi-choque pero reacciona bien al bacta —anunció el robot; su voz dominante y autoritaria se oyó claramente a través del cristal—. Ya está fuera de peligro.

Las palabras del robot cirujano aliviaron inmediatamente la tensión que se había apoderado del grupo situado al otro lado de la ventana. Leia suspiró reconfortada y Chewbacca gruñó para manifestar su aprobación por el tratamiento de Too-Onebee.



Luke no podía calcular cuánto tiempo había delirado, pero ahora había recuperado el pleno dominio de su mente y sus sentidos. Se sentó en la cama del centro médico rebelde. Pensó que era feliz de volver a respirar aire de verdad, por muy frío que fuese.

Un androide médico retiraba de su rostro ya curado la almohadilla protectora. Sus ojos quedaron descubiertos y empezó a percibir el rostro de alguien que estaba junto a su cama. Gradualmente logró centrar la imagen sonriente de la princesa Leia. Ella se inclinó graciosamente hacia él y con delicadeza le apartó el pelo de los ojos.

—El bacta está actuando bien —comentó la princesa mientras observaba sus heridas casi curadas—. Las cicatrices desaparecerán dentro de un día o dos. ¿Aún te duele?

Al otro lado de la habitación, una puerta se abrió estrepitosamente. Artoo lanzó un alegre bip a modo de saludo mientras se deslizaba hacia Luke y Threepio se acercó ruidosamente a la cama:

—Amo Luke, me alegro de ver que vuelve a funcionar.

—Gracias, Threepio.

Artoo lanzó una serie de bips y silbidos de alegría.

—Artoo también quiere expresar su alegría —tradujo Threepio servicialmente.

Luke deseaba agradecer la preocupación de los robots, pero antes de que pudiera responderles se topó con otra interrupción.

—Hola, chico —Han Solo le saludó alegremente mientras entraba con Chewbacca en el centro médico.

El wookie gruñó a manera de amistoso saludo.

—Pareces lo bastante fuerte para luchar con un gundark —comentó Han.

Luke se sentía fuerte y también agradecido a su amigo.

—Gracias a ti.

—Pequeño, ahora me debes dos —Han dirigió a la princesa una sonrisa amplia y perversa—. Bien, Señoría —agregó burlonamente—, parece que se las ha arreglado para mantenerme cerca un tiempo más.

—Yo no tuve nada que ver —respondió Leia acaloradamente, molesta por la vanidad de Han—. El general Rieekan opina que es peligroso que cualquier nave abandone el sistema antes de que los generadores estén en condiciones de operar.

—Es una buena explicación, pero creo que usted no soporta la idea de tenerme lejos.

—Cerebro de láser, no sé de dónde extraes tus ideas delirantes —respondió la princesa. las dos yo Divertido por esa batalla verbal entre voluntades humanas más fuertes con las que se había topado en su vida, Chewbacca lanzó una rugiente risa wookie.

—Ríe cuanto quieras, pelota de pelos —agregó Han afablemente—. No nos viste cuando estábamos solos en el pasillo sur.

Hasta ese momento, Luke apenas había prestado atención al delirante diálogo. Han y la princesa habían discutido mucho en el pasado. Sin embargo, esa referencia al pasillo sur despertó su curiosidad y miró a Leia en busca de una explicación.

—Expresó lo que sentía verdaderamente por mi —agregó Han y se deleitó con el rubor sonrosado que apareció en las mejillas de la princesa—. Vamos, Alteza, no puede haberlo olvidado.

—Eres un pastor de nerfos vil, engreído, tonto, desaliñado... —barbotó furiosa.

—¿Quién me llama desaliñado? —sonrió—. Querida, le diré una cosa. Seguramente golpeé muy cerca del blanco para hacerla saltar así. ¿No te parece, Luke?

—Sí —replicó y miró incrédulo a la princesa—. Me parece que sí.

Leia miró a Luke, y en su rostro ruborizado se traslucía una extraña mezcla de emociones. Durante unos segundos se reflejó en sus ojos algo vulnerable, casi infantil. Después volvió a cubrirse con la máscara de la dureza.

—Ah, ¿te parece que sí? —preguntó—. Supongo que no lo sabes todo sobre las mujeres, ¿verdad? Luke reconoció en silencio que así era. Estuvo aún más de acuerdo cuando Leia se inclinó y le besó con vehemencia en los labios. Después la princesa se volvió, cruzó la habitación y dio un portazo al salir.

Todos los presentes —humanos, wookie y androides— se miraron sin pronunciar palabra.

A lo lejos, en los pasillos subterráneos, sonó una alarma.

El general Rieekan y su controlador jefe conferenciaban en el centro de mando de los rebeldes.

La princesa Leia y Threepio, fue habían escuchado al general y a su oficial, se volvieron expectantes al ver que entraban Han Solo y Chewbacca.

Una señal de advertencia resplandecía en la inmensa consola situada detrás de Rieekan, operada por los oficiales rebeldes de control.

—General —llamó el controlador de sensores.

Seriamente preocupado, el general Rieekan miró las pantallas de la consola. Repentinamente vio una señal parpadeante que unos segundos antes no estaba allí.

—Princesa, creo que tenemos un visitante —comunicó.

Leia, Han, Chewbacca y Threepio se reunieron alrededor del general y miraron las pantallas del monitor que emitían bips.

—Hemos captado algo fuera de la base en la zona doce. Se mueve hacia el este —agregó Rieekan.

—Sea lo que fuere es de metal —comunicó el controlador de sensores.

Leia abrió los ojos sorprendida y preguntó:

—¿No puede ser una de esas criaturas que atacaron a Luke?

—¿Podría ser nuestro? —inquirió Han—. ¿Quizás un vehículo rápido? El controlador de sensores meneó negativamente la cabeza.

—No, no hay señal —de otro monitor surgió un sonido—. Un momento, algo muy débil...

Threepio caminó tan deprisa como se lo permitían sus rígidas juntas y se acercó a la consola. Sus sensores auditivos sintonizaron las extrañas señales.

—Señor, debo decir que domino más de sesenta millones de formas de comunicación, pero ésta es nueva. Seguramente está en código o...

En ese momento la voz de un soldado rebelde sonó por el altavoz del intercomunicador de la consola:

—Estación Eco tres ocho. Dentro de nuestro alcance hay un objeto no identificado. Se encuentra encima de la cordillera. Haremos contacto visual dentro de... —sin más, la voz se cargó de temor—. ¿Qué demonios... ¡Oh, no! Por la radio se oyó un estallido de estática y la transmisión se interrumpió por completo. Han frunció el ceño.

—Sea lo que fuere, no se trata de un amigo —dijo—. Echemos un vistazo. Vamos, Chewie.

Antes de que Han y Chewbacca abandonaran la cámara, el general Rieekan ya había enviado a los Pícaros Diez y Once a la Estación tres ocho.



El descomunal destructor galáctico imperial ocupaba una posición de prominencia letal en la flota del emperador. La nave elegantemente alargada era más grande y aún más funesta que los cinco destructores galácticos estelares en forma de cuña que la protegían. Esos cinco cruceros constituían las naves de guerra más temidas y devastadoras de la galaxia y podían reducir a desechos cósmicos todo lo que se acercara demasiado a sus armas.

Varios cazas más pequeños flanqueaban a los destructores galácticos, y esparcidos entre esa gran armada espacial se encontraban los infames cazas TIE.

Una confianza absoluta reinaba en el corazón de todos los tripulantes de ese escuadrón imperial de la muerte, sobre todo en el del personal del monstruoso destructor galáctico central. Pero en sus almas también ardía algo más: el miedo, miedo ante el simple sonido de las conocidas pisadas pesadas cuando retumbaban por la inmensa nave. Los tripulantes temían esos pasos y se estremecían cada vez que los oían pues traían a su tan temido jefe, que también era muy respetado.

Más alto que ellos, con su túnica negra y su toca del mismo color que le ocultaba la cabeza Darth Vader —el Oscuro Señor del Sith— entró en la cubierta principal de control y los hombres que estaban presentes guardaron silencio. Durante lo que pareció una eternidad, sólo se oyeron los sonidos de los tableros de mando de la nave y el ruidoso resuello que procedía de la Pantalla respiratoria de metal de la figura de ébano.

Mientras Darth Vader observaba la disposición de las estrellas, el capitán Piett corrió por el amplio puente de la nave con un mensaje para el rechoncho almirante Ozzel, de aspecto perverso, que se encontraba apostado en el puente.

—Almirante, creo que hemos encontrado algo —anunció nervioso y paseó la mirada de Ozzel al Oscuro Señor.

—¿Sí, capitán?

El almirante era un hombre sumamente confiado que estaba relajado ante su superior cubierto con una túnica.

—Lo que tenemos solo es el fragmento del informe de un androide de exploración enviado al sistema de Hoth. Pero se trata de la mejor pista con que contamos desde que...

—Hemos enviado miles de. androides de exploración para que registren la galaxia —le interrumpió Ozzel furioso—. No quiero pistas sino pruebas. No pienso continuar una persecución de un lado al...

La figura vestida de negro se acercó bruscamente a los dos y les interrumpió:

—¿Habéis encontrado algo? —preguntó y la máscara respiratoria distorsionó un poco su voz.

El capitán Piett miró respetuosamente a su jefe, que se cernía sobre él como un dios omnipotente vestido de negro.

—Si, señor —replicó Piett lentamente y eligió con cuidado las palabras—. Disponemos de controles visuales. Aparentemente, el sistema carece de formas humanas...

Vader ya no prestaba atención a las palabras del capitán. Volvió su rostro enmascarado hacia una imagen que brillaba en una de las pantallas visoras: la imagen de un pequeño escuadrón de vehículos rápidos para la nieve de los rebeldes que se deslizaban sobre los campos blancos.

—Es eso —afirmó Darth Vader sin reflexionar.

—Señor —protestó el almirante Ozzel—, existen muchos asentamientos inexplorados. Podrían ser contrabandistas...

—¡Es ése! —insistió el ex caballero jedi y cerró el puño cubierto por un guante negro—. Skywalker está con ellos. Almirante, reúna las naves de patrulla y ponga rumbo al sistema de Hoth. —Vader miró a un oficial vestido con uniforme verde y una gorra del mismo color.

Se dirigió a él.

—General Veers, prepare a sus hombres.

En cuanto Darth Vader habló, sus hombres se pusieron en acción para poner en práctica el terrible plan.



El androide imperial de exploración alzó una gran antena en su cabeza de sabandija y emitió una señal aguda y de alta frecuencia. Los dispositivos exploradores del robot reaccionaron ante una forma de vida escondida detrás de un enorme montículo de nieve y advirtieron la aparición de la cabeza parda de un wookie y el sonido de un gruñido ronco. Las barrenas incorporadas al robot de exploración apuntaron al gigante peludo. Antes de que pudiera disparar, el rayo rojo de una barrena de mano estalló detrás del androide imperial de exploración y melló su casco de color oscuro.

Mientras se ocultaba detrás de un gran montículo de nieve, Han Solo comprobó que Chewbacca seguía oculto y después vio que el robot giraba en el aire para hacerle frente. De momento, la estratagema daba resultado y ahora era él el objetivo. Han apenas se había apartado del radio de alcance cuando la máquina flotante disparó y levantó trozos de nieve del borde de su montículo.

El coreliano volvió a disparar y dio en el blanco con el rayo de su arma. Oyó que de la máquina mortal surgía un chirrido agudo y un instante después el androide imperial de exploración estalló en más de un billón de piezas llameantes.

—...sospecho que no queda mucho —explicó Han por el intercomunicador mientras concluía su informe a la base subterránea.

La princesa Leia y el general Rieekan seguían ante la consola a través de la cual se habían mantenido en comunicación constante con Han.

—¿Qué es? —quiso saber Leia.

—Una especie de androide —replicó—. No le di tan fuerte. Seguramente contaba con un sistema de autodestrucción.

Leia se detuvo a meditar sobre esta información tan poco agradable.

—Un androide imperial —murmuró y dejó traslucir cierta inquietud.

—Si lo era, no cabe duda de que el Imperio sabe que estamos aquí —advirtió Han.

El general Rieekan meneó lentamente la cabeza.

—Será mejor que iniciemos la evacuación del planeta.



Seis formas siniestras aparecieron en el espacio negro del sistema de Hoth y se cernieron como enormes demonios destructores, dispuestas a descargar las furias de sus armas imperiales. En el interior del más grande de los seis destructores galácticos imperiales, Darth Vader se encontraba solo en una pequeña habitación esférica. Un único haz de luz brillaba sobre su casco negro mientras permanecía inmóvil en su cámara de, meditación, elevada con respecto al suelo.

Cuando el general Veers se acercó, la esfera se abrió lentamente y la mitad superior se alzó como una mandíbula mecánica de dientes serrados. Para Veers, la oscura figura sentada en el interior del capullo semejante a una boca apenas parecía tener vida a pesar de que emanaba un poderoso halo de pura maldad, lo cual estremeció al oficial.

Inseguro de su propio valor, Veers se adelantó un paso. Tenía que entregar un mensaje, pero, si era necesario, prefería esperar varias horas antes que perturbar la meditación de Vader.

De todos modos, Vader reaccionó de inmediato:

—¿Qué quiere, Veers?

—Mi señor —respondió el general y eligió con cuidado las palabras—, la flota ha abandonado la velocidad de la luz. El explorador de comunicaciones ha detectado un campo de energía que protege una zona del sexto planeta del sistema de Hoth. El campo es lo bastante poderoso para desviar cualquier bombardeo.

Vader se irguió en sus dos metros de alto y su manto se balanceó sobre el suelo.

—En consecuencia, la escoria rebelde está enterada de nuestra presencia —furioso, cerró sus puños cubiertos por guantes negros—. El almirante Ozzel abandonó la velocidad de la luz demasiado cerca del planeta.

—Consideró que el factor sorpresa era más inteligente...

—Es tan torpe como estúpido —le interrumpió Vader, y respiró pesadamente—. Es imposible llevar a cabo un bombardeo correcto a través del campo de energía. Prepare sus tropas para un ataque de superficie.

El general Veers se volvió y abandonó la sala de meditación con precisión militar, dejando atrás a un furioso Darth Vader. Una vez a solas en la cámara, Vader activó una gran pantalla visora en la que apareció una imagen claramente iluminada del amplio puente de su destructor galáctico.

El almirante Ozzel respondió a la llamada de Vader, dio un paso hacia delante y su rostro ocupó prácticamente toda la pantalla del monitor del Oscuro Señor. La voz de Ozzel vaciló al anunciar.

—Señor Vader, la flota ha abandonado la velocidad de la luz...

La respuesta de Vader iba dirigida al oficial que se encontraba ligeramente detrás de Ozzel:

—Capitán Piett.

Como sabía que era mejor no remolonear, el capitán Piett avanzó en el acto mientras el almirante retrocedía un paso y se llevaba automáticamente una mano a la garganta.

—Sí, mi señor —respondió Piett respetuosamente.

Ozzel sintió náuseas cuando su garganta, corno si fuese presa de garras invisibles, empezó a estrecharse.

—Prepárese para desembarcar tropas de asalto al otro lado del campo de energía —ordenó Vader—. Después despliegue la flota para que nada ni nadie pueda salir del planeta. A partir de ahora tiene usted el mando, almirante.

Piett se sintió simultáneamente satisfecho e inquieto por la noticia. Cuando se volvió para cumplir las órdenes vio una figura que quizás algún día sería la suya. El rostro de Ozzel estaba horriblemente contorsionado, pues luchaba por aspirar una última bocanada de aire; después cayó muerto al suelo.



El Imperio había entrado en el sistema de Hoth. Los soldados rebeldes corrieron a sus estaciones de alerta mientras las alarmas ululaban por los túneles de hielo. Las tripulaciones de tierra y los androides de todo tipo de tamaños y modelos se apresuraron a cumplir las tareas asignadas, respondiendo con eficacia a la inminente amenaza imperial.

Los vehículos rápidos y blindados para nieve fueron repostados mientras esperaban en formación de ataque con el fin de volar la entrada principal de la cueva. Simultáneamente, en el hangar, la princesa Leia se dirigía a un grupúsculo de pilotos de cazas rebeldes:

—Las grandes naves de transporte partirán en cuanto estén cargadas. Sólo dos cazas de escolta por nave. La capa protectora de energía sólo puede abrirse durante unas décimas de segundo, por lo que tendréis que permanecer muy cerca de los transportes.

Obvie, un rebelde veterano en muchas batallas, miró preocupado a la princesa y preguntó:

—¿Dos cazas contra un destructor galáctico?

—El cañón de iones disparará varias ráfagas que deben destruir a cualquier nave que se encuentre en vuestro corredor de vuelo —explicó Leia—. Cuando hayáis salido de la capa protectora de energía, continuaréis hasta el punto de reunión. ¡Buena suerte! Algo más tranquilos, Hobbie y los demás pilotos echaron a correr hacia las carlingas de sus cazas.

Entretanto, Han trabajaba frenéticamente para terminar la soldadura de un elevador del Millenium Falcon. Acabó en seguida, saltó al suelo del hangar y conectó su intercomunicador.

—Todo listo, Chewie —dijo a la figura peluda sentada ante los mandos del Falcon—, inténtalo.

En ese preciso instante Leia pasó a su lado y le dirigió una furiosa mirada. Han la miró con suficiencia mientras los elevadores del carguero se alzaban del suelo, después de lo cual el derecho empezó a sacudirse irregularmente, se separó en parte y cayó con un violento estrépito.

Se apartó de Leia y sólo percibió un atisbo de su rostro cuando la princesa alzó burlonamente una ceja.

—Sujétalo, Chewie —gruñó Han por el pequeño transmisor.



El Avenger, uno de los destructores galácticos en forma de cuna de la armada imperial, se encumbró como un ángel de la muerte mecanizado en el mar de estrellas situado fuera del sistema de Hoth. A medida que la descomunal nave se acercaba al mundo de hielo, el planeta fue claramente visible a través de las ventanas que se extendían más de cien metros en el inmenso puente de la nave de guerra. El capitán Needa, comandante de la tripulación del Avenger, miraba por una portilla principal y observaba el planeta cuando se le acercó un controlador:

—Señor, una nave rebelde se aproxima a nuestro sector —le informó.

—¡Muy bien! —respondió Needa con los ojos brillantes—. Será nuestra primera captura del día.

—El primer blanco serán los generadores de energía —aseguró el general Rieekan a la princesa.

—El primer transporte de la zona tres que se aproxime a la capa protectora —dijo uno de los controladores rebeldes y rastreó una imagen clara que sólo podía corresponder a un destructor galáctico imperial.

—Preparaos para abrir la capa protectora —ordenó un operador de radar.

—Preparado Control de Iones —dijo otro controlador.

Un gigantesco globo metálico situado en la superficie helada de Hoth rotó hasta situarse y curvó hacia arriba la torreta de su gran cañón de torrecilla.

—¡Fuego! —ordenó el general Rieekan.

Súbitamente, dos rayos rojos de energía destructora salieron disparados por íos fríos cielos. Casi de inmediato adelantaron a la primera nave rebelde de transporte qué, avanzaba a toda velocidad y siguieron en camino directo hacia el enorme destructor galáctico.

Los dos rayos rojos iguales alcanzaron a la enorme nave y volaron su torre de mando. Las explosiones desencadenadas por el estallido hicieron balancear la enorme fortaleza volante, que perdió el control. El destructor galáctico se hundió en el espacio profundo mientras el transporte rebelde y los dos cazas de escolta partían hacia la seguridad.



Luke Skywalker, a punto de partir, preparó el equipo contra el mal tiempo y observó a los pilotos, artilleros y las unidades R2 que se apresuraban a cumplir sus tareas. Echó a andar hacia la fila de vehículos rápidos de la nieve que le aguardaban. A mitad de camino, el joven comandante se detuvo junto a la sección de cola del Millennium Falcon, en la que Han Solo y Chewbacca reparaban frenéticamente el elevador derecho.

—Chewie, cuida de ti mismo y vigila a este muchacho ¿quieres? —pidió Luke.

El wookie lanzó un ladrido de despedida, dio a Luke un gran abrazo y volvió a ocuparse de los elevadores.

Los dos amigos, Luke y Han, se miraron atentamente, quizá por última vez.

—Espero que hagas las paces con Jabba —dijo Luke por último.

—Chico, enloquécelos —respondió alegremente el coreliano.

El joven comandante se alejó mientras su mente se inundaba con los recuerdos de las hazañas compartidas con Han. Se detuvo, se volvió para mirar el Falcon y notó que su amigo seguía con la vista fija en él. Mientras se observaban fugazmente, Chewbacca les miró y supo que cada uno deseaba lo mejor para el otro, dondequiera les llevasen sus respectivos destinos personales.

El sistema de altavoces interrumpió sus pensamientos.

—El primer transporte ha pasado —un locutor rebelde dio la buena noticia.

Al oírla, las personas reunidas en el hangar aplaudieron. Luke se volvió y corrió a su vehículo rápido para la nieve. Cuando llegó vio que Dack, su joven artillero de aspecto rozagante, le esperaba junto a la nave.

—Señor, ¿cómo se siente? —preguntó Dack entusiasmado.

—Como nuevo, Dack. Y tú, ¿cómo estás?

Dack sonrió de oreja a oreja.

—En este momento me siento capaz de vérmelas yo solo con todo el Imperio.

—Claro —respondió Luke suavemente—, comprendo lo que dices.

Aunque sólo se llevaban unos pocos años, en ese momento Luke se sintió varios siglos más viejo.

La voz de la princesa Leia surgió por el sistema de altavoces:

—Atención, pilotos de los vehículos rápidos... al oír la señal de retirada reuníos en la ladera sur.

Vuestros cazas están preparados para el despegue. Se transmitirá en código uno cinco una vez efectuada la evacuación.

Threepio y Artoo se encontraban entre el personal que se movía a toda velocidad mientras los pilotos se preparaban para partir. El androide dorado se inclinó ligeramente para dirigir sus sensores hacia el pequeño robot R2. Los sombras que jugaban sobre la cara de Threepio dieron la sensación de que su placa facial se alargaba hasta formar un ceño fruncido.

—¿Por qué será que cuando las cosa parecen resueltas todo se viene abajo? —preguntó. Se inclinó hacia delante y palmeó cariñosamente el casco del otro androide—. Cuida del amo Luke y también de ti mismo.

Artoo lanzó unos silbidos y unos sonidos breves a modo de despedida y después giró para deslizarse por el pasillo de hielo. Threepio saludó tiesamente y vio cómo se alejaba su fiel y rechoncho amigo.

A un observador hubiera podido parecerle que a Threepio se le humedecían los ojos, pero no era la primera vez que una gota de aceite se atascaba en sus sensores ópticos.

El robot con forma humana finalmente giró y se alejó en dirección contraria.



Nadie en Hoth oyó el sonido. Al principio, sonaba demasiado lejos para que los vientos ululantes lo transmitiesen. Además, los soldados rebeldes que combatían el frío mientras se preparaban para el combate estaban demasiado ocupados para prestar atención.

En las trincheras excavadas en la nieve, los oficiales rebeldes daban órdenes a gritos para hacerse oír entre los vientos huracanados. Los soldados se apresuraron a cumplir las órdenes, corrieron sobre la nieve cargando al hombre armas pesados parecidas a bazookas y clavaron esos lanzarrayos letales en los bordes helados de las trincheras.

Los generadores de energía de los rebeldes, situados cerca de las torres de los cañones, comenzaron a saltar, zumbar y chisporrotear con ensordecedores estallidos de energía eléctrica suficiente para alimentar el enorme complejo subterráneo. Por encima de esa actividad y de los ruidos podía percibirse un sonido extraño, un golpeteo agorero que se acercaba y hacía temblar el terreno congelado. Cuando estuvo lo bastante cerca para llamar la atención de un oficial, éste se esforzó por ver en medio de la tormenta y buscó el origen de los golpes pesados y rítmicos. Otros hombres desviaron la vista de sus tareas y vieron algo que parecía una serie de partículas en movimiento. Los pequeños puntos parecían avanzar en medio de la ventisca a paso lento pero constante, levantando nubes de nieve a medida que se aproximaban a la base rebelde.

El oficial cogió los electro-prismáticos y enfocó los objetos que se acercaban. Había unos doce que avanzaban decididamente entre la nieve y que parecían seres de un pasado inexplorado. Pero se trataba de máquinas y cada una de ellas acechaba como un inmenso ungulado sobre sus cuatro patas articuladas. ¡Caminantes! El oficial identificó los transportes blindados y todo terreno del Imperio y se estremeció. Cada máquina iba fabulosamente armada con cañones situados en la parte anterior, a la manera de los cuernos de una bestia prehistórica. Los caminantes avanzaban como paquidermos mecánicos y sus armas y cañones giratorios lanzaban un fuego mortal.

El oficial aferró su intercomunicador.

—Pícaro Jefe... ¡estoy a punto de llegar! Punto cero tres.

—Estación Eco cinco-siete, estamos en camino.

Mientras Luke Skywalker respondía, una explosión rodeó de hielo y nieve al oficial y a sus aterrados hombres. Éstos ya estaban al alcance de los caminantes. Los soldados rebeldes sabían que su tarea consistía en desviar la atención mientras las naves de transporte partían, pero ninguno estaba dispuesto a morir bajo las patas de esas horribles máquinas ni a ser víctima de sus armas.

De los cañones de un caminante surgieron olas brillantes de llamas naranjas y amarillas.

Nerviosos, los soldados rebeldes apuntaron contra los caminantes y cada uno de ellos sintió que unos dedos gélidos e invisibles atravesaban sus cuerpos.

De los doce vehículos rápidos para la nieve, cuatro tomaron la delantera y se elevaron a toda prisa para marchar sobre el enemigo. Uno de los transportes blindados todo terreno disparó y erró por muy poco al aparato ladeado. Una ráfaga de fuego convirtió a otro vehículo rápido para la nieve en una bola llameante que iluminó el cielo y desapareció.

Al mirar por la ventana de la carlinga, Luke vio el estallido de la primera baja de su escuadrilla.

Enfurecido, disparó los cañones de su nave contra un caminante, pero sólo recibió una lluvia de disparos imperiales que estremecieron su vehículo rápido con la barrera de fuego antiaéreo.

Cuando Luke recuperó el control de la nave, otro vehículo rápido para la nieve se unió a él:

Pícaro Tres. Se arremolinaron como insectos alrededor de los caminantes que avanzaban implacablemente y pisando muy fuerte, al tiempo que otros vehículos rápidos seguían intercambiando disparos con las máquinas imperiales de asalto. Pícaro Jefe y Pícaro Tres revolotearon junto al caminante que abría la marcha, se separaron y después ambos se ladearon hacia la derecha.

Luke vio cómo se inclinaba el horizonte mientras maniobraba su vehículo rápido entre las partes articuladas del caminante y salía de debajo de la monstruosa máquina. El joven comandante volvió a volar horizontalmente y contactó con la nave compañera:

—Pícaro Jefe a Pícaro Tres.

—Te recibo, Pícaro Jefe —informó Cuña el piloto de Pícaro Tres.

—Cuña, divide tu escuadrilla en pares —dijo Luke por el intercomunicador.

A continuación el vehículo rápido para la nieve de Luke se ladeó y giró mientras la nave de Cuña se alejaba en dirección contraria, acompañada de otro aparato rebelde.

Los caminantes prosiguieron la marcha a través de la nieve sin dejar de disparar con todos sus cañones. Desde el interior de una de las máquinas de asalto, dos pilotos imperiales divisaron las armas rebeldes, que se destacaban en el campo blanco. Los pilotos hicieron maniobrar al caminante hacia los cañones cuando advirtieron que un solitario vehículo rápido para la nieve arremetía en forma temeraria hacia la portilla visora principal, disparando con todas sus arnas. Un impresionante estallido relampagueó en el lado exterior de la ventana impenetrable y se disipó al tiempo que el vehículo rápido para la nieve rugía en medio del humo y se perdía en lo alto.

Mientras se encumbraba y se alejaba del caminante, Luke miró hacia atrás. Ese blindaje resiste demasiado bien las barrenas, pensó. Tiene que haber alguna otra forma de atacar a esos monstruos, algo que no sea potencia de fuego. Durante unos instantes, Luke pensó en algunas de las tácticas sencillas que un granjero utilizaría contra una bestia salvaje. Después hizo girar su vehículo a fin de arremeter una vez más contra los caminantes y tomó una decisión.

—Grupo pícaro —se dirigió a todos por intercomunicador—, preparad los arpones y los cables de remolcar. Id contra las patas. Es la única posibilidad que tenemos de detenerlos. Hobbie, ¿estás conmigo?

—Sí señor —respondió de inmediato una voz tranquilizadora.

—Bien, pues no te alejes.

—Al enderezar la nave, Luke tenía la firme decisión de deslizarse con Hobbie en formación cerrada. Viraron juntos y descendieron hacia la superficie de Hoth.

Dack, el artillero de la nave de Luke, se sacudió en la carlinga a causa del brusco movimiento del aparato. Procuró no soltar el arma de arpón que sostenía en la mano y gritó:

—¡Caramba! —Luke no logro encontrar mis abrazaderas.

Las, explosiones estremecieron la nave de Luke y la sacudieron violentamente en medio: del fuego anti aéreo que la rodeaba. Por la ventana divisó a otro caminante que, al parecer, no fue afectado por la plena potencia de fuego de los vehículos de ataque de los rebeldes. Esa maquina pesada se convirtió en el blanco de Luke mientras perdía altura y trazaba un arco descendente.

El caminante disparaba directamente contra él, lo que creaba un muro de rayos láser y de fuego antiaéreo.

—¡Aguanta, Dack, y prepárate para lanzar el cable de remolcar! —gritó en medio, de las explosiones.

Otro estallido estremeció el vehículo rápido de Luke. Mientras luchaba por recuperar el control de la nave, ésta se tambaleó. A pesar del frío, Luke empezó a sudar copiosamente mientras hacía desesperados intentos por enderezar la nave que caía. De todos modos, el horizonte seguía girando ante sus ojos.

—¡Aguanta Dack! ¡Prepárate, que casi hemos llegado! ¿Te encuentras bien?

Dack no respondió. Luke logró virar vio; que el vehículo rápido de Hobbie mantenía el rumbo junto al suyo al tiempo que esquivaban las descargas a las que; estaban sometidos. Estiró el cuello y vio que Dack estaba caído sobre los mandos y que de, su frente manaba sangre.

¡Dack! En tierra, las torres de los cañones próximas a los generadores de energía disparaban contra los caminantes imperiales, pero los disparos no parecían afectarlos, Las armas imperiales bombardearon la zona próxima a las torres, levantaron nubes de nieve, y es tuvieron a punto de cegar a sus blancos humanos con su asedio violento y constante. El oficial que había divisado las increíbles máquinas y las había combatido junto a sus hombres, fue, una de las primeras víctimas de los rayos aniquiladores de un caminante. Los soldados corrieron en su auxilio pero no lograron salvarle, pues ya había perdido tanta sangre que formó una mancha de color escarlata en la nieve.

De una de las armas como platillos colocados cerca de los generadores de energía surgieron más disparos rebeldes, A pesar de las terribles explosiones, los caminantes seguían avanzando. Otro vehículo rápido se lanzó heroicamente entre un par de caminantes, pero fue abatido por los disparos de una de las máquinas disparos que lo convirtieron en una inmensa bola de llamas ondulantes.



Las explosiones de la superficie hicieron temblar las paredes del hangar de hielo y lograron, que las profundas grietas se agrandaran.

Han Solo y Chewbacca, trabajaban frenéticamente para concluir la soldadura. Mientras lo hacían se dieron cuenta de que las grietas, cada vez más amplias harían que en poco tiempo todo el techo de hielo cayera sobre ellos.

—En cuanto tengamos tiempo, someteremos este cacharro a una revisión completa —afirmó Han aunque sabía que primero tendría que sacar al Millennium Falcon de ese infierno blanco.

Mientras el wookie y él reparaban la nave, enormes trozos de hielo que las explosiones habían liberado cayeron estrepitosamente en el suelo de la base subterránea. La princesa Leia avanzó presurosa e intentó eludir los fragmentos congelados que caían mientras buscaba refugio en el centro de mando de los rebeldes.

—No estoy seguro de que podamos proteger dos transportes al mismo tiempo —le comunicó, el general Rieeken a la princesa mientras entraba en la cámara.

—Sé que es arriesgado, pero nuestra acción de resistencia está fallando —replicó.

Leia había comprendido que el lanzamiento de los transportes llevaba demasiado tiempo y que era imprescindible acelerarlo.

Rieeken dio una orden a través del intercomunicador:

—Patrullas de lanzamiento, continuad con las salidas aceleradas...

Mientras el general hablaba por el intercomunicador, Leia se dirigió a un ayudante y le dijo:

—Iniciad la retirada del personal de tierra que aún esté aquí.

De todos modos, la princesa sabía que la salida dependía totalmente del éxito de los rebeldes en la batalla que tenía lugar en la superficie.



En el interior de la fría y atestada carlinga del caminante imperial que iba en vanguardia, el general Veers se movió entre sus pilotos protegidos con ropa para la nieve.

—¿Qué distancia hay hasta los generadores de energía?

Sin apartar la mirada del tablero de mandos, uno de los pilotos respondió:

—Seis cuatro uno.

Satisfecho, el general Veers cogió un el electro telescopio y miró por el visor hasta enfilar los generadores de energía con forma de proyectil y los soldados rebeldes que luchaban por salvarlos.

De pronto el caminante se estremeció violentamente a causa de una barrerá de fuego rebelde. Al caer hacia atrás, Veers vio que los pilotos luchaban con los mandos para evitar que la máquina se desplomara.



El vehículo rápido para la nieve que respondía al nombre de Pícaro Tres acababa de atacar al caminante que iba en vanguardia. Cuña, el piloto lanzó un grito de victoria al ver los daños provocadas por sus armas.

Otros vehículos rápidos pasaron junto al de Cuña y siguieron avanzando en dirección contraria.

Cuña hizo virar la nave hasta poner rumbo directo hacía otro caminante letal. Al acercarse al monstruo, Cuña gritó a su artillero:

—¡Activa el arpón!

El artillero apretó el botón de disparo mientras el piloto hacia maniobrar osadamente la nave entre las patas del caminante. De inmediato, el arpón salió silbando de la parte trasera del vehículo rápido y detrás se desenrolló un largo cable.

—¡Cable fuera! —gritó el artillero—. ¡Sigamos!

Cuña vio que el arpón se hundía en una de las patas metálicas y que el cable seguía conectado a su vehículo. Echó un vistazo a los mandos y después dio media vuelta a su vehículo hasta colocarlo delante de la máquina imperial. Cuña hizo un viraje brusco, hizo girar la nave alrededor de una de las patas traseras del monstruo y el cable se enredó en ésta como si fuera un lazo metálico.



De momento, el plan de Luke da resultado, pensó Cuña. Lo único que le quedaba por hace era trasladar su vehículo rápido hasta la parte trasera del caminante. Cuña vio por el rabillo del ojo a pícaro Jefe mientras ejecutaba la operación.

—¡Cable fuera! —volvió a gritar, el artillero mientras Cuña conducía la nave junto al caminante enredado en los cables, sin alejarse demasiado del casco de metal. El artillero de Cuña oprimió otro botón y liberó el cable de la parte trasera.

El vehículo ascendió, verticalmente y Cuña rió al ver los resultados de sus esfuerzos. El caminante hacía torpes esfuerzos por seguir avanzando, pero tenía las piernas totalmente enredados en los cables rebeldes. Finalmente se inclinó hacia un lado y se estrelló contra el suelo. El impacto levantó una nube de hielo y nieve.

—Pícaro Jefe... Luke hemos abatido uno —anunció Cuña al piloto del vehículo rápido que lo acompañaba.

—Ya lo hemos visto, Cuña —replico el Comandante Skywalker—. ¡Buen trabajo! Los soldados rebeldes aplaudieron triunfalmente en las trincheras al ver la caída de la máquina de asalto. Un oficial salió de, un salto de la trinchera cavada en la nieve e hizo señas a sus hombres.

Los condujo en tumultuoso ataque contra el caminante caído y llegaron junto al, enorme casco metálico antes de que un solo soldado imperial lograra salir ileso.

Los rebeldes estaban apunto de entrar en el caminante cuando estalló súbitamente desde el interior, expandiendo grandes fragmentos de metal retorcido. El impacto del estallido hizo que los aturdidos soldados rebeldes cayeran sobre la nieve.

Luke y Zev vieron la destrucción del caminante mientras volaban y se ladeaban a derecha e izquierda para eludir el fuego antiaéreo dirigido contra ellos. Cuando finalmente se pusieron en trayectoria horizontal, las explosiones de los cañones de los caminantes sacudieron sus aparatos.

—¡Tranquilo, Pícaro Dos! —recomendó Luke y miró hacia el vehículo que volaba paralelamente a su nave—. Prepara el arpón. Te cubriré.

Hubo otra explosión que deterioró la parte frontal de la nave de Zev. El piloto apenas veía a causa de la nube de humo que cubría su cristal. Lucho por mantener la nave en trayectoria horizontal, pero otras ráfagas del enemigo la sacudieron violentamente.

Su visión era tan confusa que sólo cuando se encontró directamente en la línea de fuego vio Zev la imagen imponente de otro caminante imperial. El piloto de Pícaro Dos sintió unos instantes de dolor y después su aparato de morro chato, que lanzaba humo y avanzaba en una trayectoria de colisión con el caminante, ardió súbitamente en llamas en medio de una ráfaga de cañonazos. Muy pocos restos de Zev y de su nave llegaron al suelo.



Luke vio la desintegración y se sintió mal por la pérdida de otro camarada. Pero ahora no podía expresar sus dolor dado que tantas otras vidas dependían de la firmeza y corrección de sus órdenes.

Miró desesperado a su alrededor y habló por el intercomunicador:

—Cuña... Cuña... Pícaro Tres. Prepara el arpón y sígueme en la próxima pasada.

Mientras una hablaba, una terrible explosión estremeció el vehículo rápido de Luke. Manipuló los mandos en un intento inútil de dominar la pequeña nave, Un escalofrío de miedo le recorrió al reparar en el denso y retorcido embudo de humo negro que salía de la sección de popa de su aparato.

Comprendió que era imposible seguir volando en el vehículo averiado por si esto fuera poco, un caminante apareció directamente en su camino.

Luke manipuló los mandos a medida que la nave caía hacia tierra, dejando una estela de humo y llamas. En ese momento el calor que hacía en la carlinga era insoportable. Las llamas empezaban a acariciar el interior del vehículo rápido y se aproximaban a Luke. Finalmente dejó que su nave patinara y se estrellara en la nieve, a pocos metros de uno de los caminantes imperiales.

Después del impacto, Luke luchó por salir de la carlinga y vio horrorizado la gigantesca figura del caminante que se acercaba.

Luke recurrió a todas sus fuerzas, salió a toda prisa de debajo del metal retorcido del tablero de mandos y subió hasta la parte superior de la carlinga. Logró entreabrir la escotilla y abandonó la nave. El vehículo temblaba violentamente a cada paso que daba el colosal caminante. Luke no se había dado cuenta de lo enormes que eran esos monstruos cuadrúpedos hasta que vio uno de cerca y sin la protección de su nave.

En ese momento se acordó de Dack y volvió a entrar en la nave estrellada para tratar de recuperar el cuerpo sin vida de su amigo. pero tuvo que renunciar al intento. El cuerpo estaba demasiado encajado en la carlinga y el caminante ya se encontraba casi a su lado, Luke evitó las llamas, se estiró dentro del vehículo rápido y aferró el arpón.

Al ver el avance de la colosal bestia mecánica tuvo una idea, Se estiró, dentro de la carlinga y buscó a tientas una mina terrestre sujeta al interior de la nave. Hizo un gran esfuerzo con los dedos y sujetó la mina con, firmeza.

Luke se apartó del vehículo de un salto en el mismo momento en que la máquina gigantesca levantaba una imponente pata y la posaba violentamente sobre el vehículo rápido para la nieve, aplastándolo.

Luke se agazapó debajo del caminante y se movió con él para eludir sus lentas pisadas. Alzó la cabeza y, mientras estudiaba la amplia parte inferior de la máquina, sintió que el viento frío le golpeaba la cara.

Mientras se deslizaba a toda velocidad por debajo de la máquina, Luke apuntó con el arma de arpón y disparo. Un potente imán sujeto a un cable largo y delgado salió expulsado del arma y se adhirió firmemente a la parte inferior de la máquina.

A la carrera, Luke tiró del cable y lo probó para cerciorarse de que podía soportar su peso. Ató la bobina del cable a la hebilla a de su cinturón utilitario y dejó que el mecanismo de éste le levantara del suelo.

Colgado de la parte inferior del monstruo, Luke vio los caminantes que quedaban y dos vehículos rápidos pilotados Por los rebeldes, que seguían luchando mientras se elevaban entre llameantes explosiones.

Como había visto que en el casco de la máquina había una pequeña escotilla, trepó hasta ella.

Con su espada láser la abrió prestamente, arrojó al interior la mina terrestre y descendió a toda velocidad por el cable. Al llegar al suelo, chocó con fuerza contra la nieve y se desmayó. Una de las patas traseras del caminante estuvo a punto de rozar su cuerpo inerte.

Después de pasar por encima de Luke y alejarse, una explosión sorda destrozó las entrañas del caminante. Inesperadamente, la tremenda mole de la bestia mecánica cedió por las juntas y por todas partes volaron mecanismos y fragmentos del casco. La máquina imperial de asalto se derrumbó hasta formar un montón humeante e inmóvil, que se posó sobre lo que quedaba de sus cuatro patas semejantes a zancos.

El centro de mando de los rebeldes intentaba operar en medio de la destrucción mientras las paredes del techo temblaban y se resquebrajaban a causa de la devastadora violencia de la batalla que se libraba en la superficie. Las tuberías destrozadas por las ráfagas arrojaban chorros de vapor hirviente. Los suelos blancos estaban cubiertos de piezas de máquinas rotas y por todas partes se veían fragmentos de hielo. Con excepción de los rugidos lejanos de los disparos de láser, el centro de mando se encontraba agoreramente tranquilo.

Aún había rebeldes de guardia, incluida la princesa Leia, que observaba las imágenes que aparecían en las pantallas de las pocas consolas que todavía funcionaban.

La princesas quería asegurarse de que todas las naves de transporte habían eludido a la armada imperial y se acercaban a su punto de reunión en el espacio.

Han Solo entró a la carrera en el centro de mando y esquivó grandes fragmentos del techo de hielo que se derrumbaron a su lado. A un fragmento impresionante le siguió una avalancha de hielo que se diseminó por el suelo, junto a la entrada de la cámara. Sin darse por enterado, Han corrió hasta el tablero de mando, donde Leia se encontraba junto a See-Threepio.

—Oí que el centro de mando había sido alcanzado —Han parecía preocupado—. ¿Se encuentra bien? La princesa asintió con la cabeza. Le sorprendió ver al piloto donde el peligro era mayor.

—Vamos —la apremió antes de que ella pudiera responder—. Tiene que embarcar en su nave.

Leia parecía agotada. Había permanecido durante horas de pie ante las pantallas visoras y participado en el envío del personal rebelde a sus puestos. Han la cogió de la mano y la alejó de la cámara mientras el androide protocolario le seguía ruidosamente.

Antes de salir, Leia dio una última orden al controlador:

—Envíe la señal en código de evacuación... y trasládese al transporte.

Mientras Leia, Han y Threepio salían a toda prisa del centro de mando, una voz sonó en el sistema de altavoces y retumbó en los desiertos pasillos de hielo próximos:

—¡Retiraos, retiraos! ¡Iniciad la operación de retirada!

—Vamos —insistió Han y frunció el ceño—. Si no se da prisa, su nave no podrá despegar.

Las paredes temblaron con más violencia. Los fragmentos de hielo siguieron cayendo en la base subterránea mientras los tres avanzaban deprisa hacia las naves de transporte. Prácticamente habían llegado al hangar donde esperaba, listo para partir, el transporte de Leia cuando, al volver una esquina, descubrieron que la entrada estaba totalmente bloqueada por el hielo y la nieve.

Han comprendió que tendrían que encontrar otro modo de llegar a la nave en la que partiría Leia... y que había que hacerlo rápidamente. Les condujo de regreso a lo largo pasillo por el que habían llegado, eludió el hielo que caía y conectó su intercomunicador mientras corrían hacia la nave.

—¡Transporte C uno siete! —gritó por el micrófono—. ¡Vamos hacia allí! ¡Esperad! Estaban lo bastante cerca del hangar para oír que la nave en la que partiría Leía se preparaba para abandonar la base de hielo de los rebeldes. Si Han lograba que avanzaran unos pocos metros más, la princesa llegaría sana y salva y entonces...

Súbitamente la cámara tembló a causa de un ruido ensordecedor que dominó toda la base subterránea. Poco después, todo el techo callo delante de Han, Leia y Threepio, formando una sólida barrera de hielo entre ellos y el hangar, Miraron sobresaltados la densa masa blanca.

—Estamos aislados —gritó Han por el intercomunicador, sabía que para que el transporte escapara no debían perder tiempo en derretir la barricada ni volarla—. Tendréis que iros sin la princesa Organa —se dirigió a ella—, si tenemos suerte, lograremos llegar al Falcon.

La princesa y See-Threepio siguieron a Han mientras éste corría hacia otra cámara con la esperanza de que el Millennium Falcon y su copiloto wookie no estuviesen enterrados bajo una avalancha de hielo.



Al observar el blanco campo de batalla, el oficial rebelde vio los vehículos rápidos que quedaban en el aire y las últimas naves imperiales que pasaban junto a los restos del caminante que había estallado. Conectó su intercomunicador y oyó la orden: “Retiraos, retiraos”. Iniciad la operación de retirada. Hizo señas a sus hombres para que ocuparan el interior de la caverna de hielo y se dio cuenta de que el caminante que llevaban la delantera aún avanzaba pesadamente hacia los generadores de energía.

En el interior de la carlinga de esa máquina de asalto, el general Veers se acercó a la portilla.

Desde donde se encontraba, veía claramente el blanco situado debajo. observó los chisporroteantes generadores de energía y a las tropas rebeldes que los defendían.

—Punto tres punto tres punto cinco... Dentro de nuestro alcance, señor —comunicó el piloto.

El general se dirigió al oficial de ataque:

—Las tropas desembarcarán para un ataque en tierra —dijo el general Veers—. Prepárese para atacar el generador principal.

Flanqueado por dos de esas voluminosas máquinas, el caminante que iba en vanguardia se echó hacia delante y utilizó sus armas para dispersar a los soldados rebeldes que se retiraban.

A medida que de los caminantes que se acercaban brotaban más disparos de láser, volaron por los aires cuerpos rebeldes y partes de cuerpos de rebeldes. Muchos de los soldados que habían logrado evitar los devastadores rayos láser quedaron convertidos en una pulpa irreconocible bajo los pisotones de los caminantes. El aire estaba cargado de olor a sangre y a carne quemada y en él resonaba el fragor del combate.

Mientras huían, los pocos soldados rebeldes que sobrevivieron divisaron un solitario vehículo rápido para la nieve que retrocedía a lo lejos y de cuyo casco incendiado surgía una estela de humo negro.

Aunque el humo que surgía de su vehículo le restaba visibilidad, Hobbie aún logró ver parte de la carnicería que causaba estragos en tierra. Las heridas que le había infligido el láser de uno de los caminantes hacían que moverse fuese una tortura, para no hablar de operar los mandos de su aparato. Si lograba accionarlos lo suficiente para regresar a la base, tal vez encontrara un robot médico que...

No sabía que no sobreviviría. Ahora tenía la convicción de que estaba agonizando y, a menos que se hiciera algo para salvarles, los hombres de la trinchera morirían también.



Mientras transmitía orgullosamente su informe al cuartel general de los imperiales, el general Veers ignoraba por completa el acercamiento de pícaro Cuatro.

—Sí, Lord Vader, he llegado a los generadores principales de energía. La capa protectora será abatida dentro de unos segundos. Puede iniciar el desembarco.

Al concluir la transmisión, el general Veers cogió el electrotelémetro y miró por el ocular con el propósito de enfilar los generadores principales de energía.

Las retículas electrónicas se acomodaron de acuerdo con la información recibida de las computadoras del caminante. De improviso desaparecieron misteriosamente las lecturas de las pequeñas pantallas del monitor.

Desconcertado, el general Veers apartó la mirada del ocular del electro telémetro y se dirigió instintivamente hacia una de las ventanas de la carlinga. Retrocedió aterrorizado al ver que un proyectil en llamas avanzaba en línea recta hacia la carlinga de su caminante.

Los demás pilotos también vieron el vehículo rápido que se precipitaba a toda velocidad y supieron que no había tiempo para hacer girar la pesada máquina de asalto.

—Va a... —empezó a decir uno de los pilotos.

En ese momento, la nave incendiada de Hobbie se estrelló contra la carlinga del caminante como una bomba tripulada y su combustible se convirtió en una cascada de llamas y desperdicios.

Durante unos segundos sé oyeron gritos humanos, después sólo hubo fragmentos y la máquina se derrumbó.



Tal vez el sonido de ese estallido cercano fue lo que le permitió a Luke Skywalker recuperar el conocimiento. Atontado, levantó lentamente la cabeza dela nieve. Se sentía muy débil y estaba dolorosamente rígido a causa del frío. Pensó que era posible que la congelación ya hubiese dañado sus tejidos. Deseó que no fuera así pues no tenla ganas de pasar más tiempo sumergido en el pegajoso bacta.

Intentó levantarse pero volvió a caer sobre la nieve y rogó que ninguno de los pilotos de los caminantes le viese. El intercomunicador chirrió y logró reunir fuerzas para conectar su receptor.

—Cumplida la retirada de las unidades de avanzada —informó una voz.

¿Retirada? Luke meditó. ¡En ese caso Leia y los demás hablan escapado! Súbitamente sintió que toda la contienda y las muertes del personal rebelde leal no habían sido en vano. Una ola de calor recorrió su cuerpo y logró reunir fuerzas para ponerse en pie e iniciar la larga marcha hacia una lejana formación de hielo.



Una nueva explosión sacudió la cubierta del hangar rebelde, sacudió el techo y estuvo a punto de enterrar al Millennium Falcon bajo un montículo de hielo. El cielo raso podía derrumbarse en cualquier momento. Al parecer, el único lugar seguro del hangar se encontraba debajo de la nave, donde Chewbacca aguardaba impaciente el regreso de su capitán. El wookie empezaba a preocuparse. Si Han no regresaba pronto, seguramente el Falcon quedaría enterrado en un sepulcro de hielo. Pero la lealtad hacia su compañero hizo que Chewie no partiera solo en el carguero.

Cuando el hangar tembló más violentamente, Chewbacca percibió movimientos en la cámara contigua. El gigante peludo echó atrás la cabeza y llenó el hangar con su rugido más estentóreo al ver que Han Solo trepaba por las colinas de hielo y nieve y entraba en la cámara, seguido de la princesa Leia y de un See-Threepio evidentemente nervioso.



Cerca del hangar, las tropas imperiales de asalto, que protegían sus cabezas con cascos blancos y pantallas blancas contra la nieve, habían comenzado a descender por los pasillos abandonados.

Con ellos avanzaba su jefe, la figura de túnica negra, que inspeccionó las ruinas de lo que había sido la base rebelde de Hoth. La imagen negra de Darth Vader se destacaba claramente contra las paredes, el techo y el suelo blancos. Al avanzar entre las blancas catacumbas, se apartó como un monarca para esquivar un trozo del cielo raso de hielo que caía. Después siguió avanzando con paso tan rápido que los soldados tuvieron que correr para mantener su ritmo.



Del carguero en forma de platillo surgió un sonido suave que fue aumentando de tono. Han Solo se encontraba ante los mandos en la carlinga del Millennium Falcon y por fin se sentía a sus anchas.

Accionó rápidamente los interruptores, con la esperanza de ver en el tablero el conocido mosaico de luces, pero sólo funcionaron algunas.

Chewbacca también había advertido que fallaba algo y vociferó preocupado mientras Leia estudiaba un indicador que parecía funcionar mal.

—Chewie, ¿qué ha sido? —preguntó Han angustiado. La respuesta del wookie fue claramente negativa.

—¿Serviría de algo que bajara a empujar? —propuso la princesa Leia, que empezaba a preguntarse si la nave se mantenía unida gracias a la saliva del coreliano.

—No se preocupe, su Señoría. Lo pondré en marcha.

See-Threepio hizo un ruido metálico en la bodega e intentó llamar la atención de Han gesticulando.

—Señor —dijo el robot—, me preguntaba si podría... —sus dispositivos exploradores interpretaron el ceño fruncido del rostro que lo miraba fijamente, por lo que concluyó—: Puede esperar.

Acompañadas por un Darth Vader que avanzaba rápidamente, las tropas imperiales de asalto recorrieron los pasillos de hielo de la base rebelde. Aceleraron el paso, corriendo hacia el zumbido que provenía de los motores de iónicos. El cuerpo de Darth Vader se tensó cuando al entrar en el hangar reparó en la conocida forma de platillo del Millennium Falcon.

En el interior del destartalado carguero, Han Solo y Chewbacca hacían desesperados esfuerzos para ponerlo en marcha.

—Este cubo de tornillos no nos permitirá pasar entre el bloqueo —se quejó la princesa Leia.

Han fingió no oírla. Controló los mandos del Falcon y luchó por conservar la serenidad a pesar de que su compañera evidentemente la había perdido. Accionó los interruptores de la consola de mando e ignoró la mirada desdeñosa de la princesa, Evidentemente, ella dudaba de que ese conjunto de recambios y chatarra soldada se mantuviera unido aunque lograran superar el bloqueo.

Han apretó un botón del intercomunicador:

—¡Chewie... ven! —después le guiñó un ojo a Leia y agregó—: Este cacharro todavía guarda algunas sorpresas.

—Me sorprendería ver que nos movemos.

Antes de que Han pudiera darle una respuesta igualmente ofensiva, una ráfaga de disparos láser de los imperiales que parpadeó en el interior de la ventana de la carlinga sacudió al Falcon. Todos vieron el pelotón de tropas imperiales de asalto que corrían con las armas desenfundadas por el extremo del hangar de hielo. Han comprendió que el casco abollado del Falcon podía repeler el ataque de esas armas de mano, pero sería destruido por el arma más poderosa y en forma de bazooka que dos soldados imperiales montaban a toda prisa.

—¡Chewie! —gritó Han mientras se ataba velozmente al asiento del piloto.

Al mismo tiempo la joven algo aliviada, se acomodó en el asiento del navegante.

En el exterior del Millennium Falcon, las tropas de asalto trabajaban con eficacia castrense montando la enorme arma. Tras ellos empezaron a abrirse las puertas del hangar. Del casco del Falcon surgió una de las poderosas armas láser, que giró hasta apuntar directamente a las tropas de asalto.

Han actuó de prisa para obstaculizar los esfuerzos de los soldados imperiales. Sin reflexionar, disparó una ráfaga mortal con la poderosa arma láser con la que había apuntado a las tropas de asalto. La explosión dispersó sus cuerpos acorazados por todo el hangar.

Chewbacca entró estrepitosamente en la carlinga.

—Tendremos que orientamos y esperar que ocurra lo mejor —declaró Han.

El wookie lanzó su cuerpo peludo sobre el asiento del copiloto mientras el estallido de otro láser explotaba junto a él, al otro lado de la ventana. Gritó indignado y dio un tirón a los mandos para provocar el agradable rugir de los motores desde lo más profundo del Falcon.

El coreliano sonrió a la princesa con un brillo de “ya te lo decía yo” en los ojos.

—Algún día te equivocarás y espero estar presente para verlo —afirmó ligeramente disgustada.

Han se limitó a sonreír y se volvió hacia el copiloto.

—¡Dale ya! —gritó.

Los motores del enorme carguero rugieron. Todo lo que estaba detrás de la nave se derritió instantáneamente a causa del fuego abrasador del escape que surgió de la cola. Chewbacca manipuló enérgicamente los mandos y miró por el rabillo del ojo el paso de las paredes de hielo mientras el carguero salía disparado.

En el último momento, antes de despegar, Han vio otros grupos de tropas de asalto que entraban a la carrera en el hangar. Detrás iba un gigante agorero —vestido totalmente de negro. Después sólo vio un borrón y la llamada de miles de millones de estrellas.



Cuando el Millennium Falcon se elevó desde hangar, el comandante Luke Sykwalker reparó en su vuelo y se volvió para sonreír a Cuña y a su artillero.

—Por lo menos Han ha escapado.

Después, los tres caminaron hasta los cazas con ala en X que les esperaban. Cuando finalmente llegaron junto a las naves, se estrecharon las manos y cada uno se dirigió a su vehículo.

—Buena suerte, Luke —le dijo Cuña antes de separarse—. Te veré en el punto de reunión.

Luke saludó con la mano y empezó a caminar hacia su caza. En medio de las montañas de hielo y nieve se sintió presa de una profunda soledad. Ahora que hasta Han había partido, se sentía desoladoramente solitario, Peor aún, la princesa Leia también estaba en otro lugar y podría encontrarse a todo un universo de distancia...

Como surgido de la nada, un silbido conocido silbido saludó a Luke.

—¡Artoo! —exclamó—. ¿Eres tú? Cómodamente sentado en el hueco que había sido instalado para esas útiles unidades R2, se encontraba el pequeño androide en forma de barril y su cabeza sobresalía en la parte superior de la nave. Artoo había reparado en la figura que se acercaba y silbó aliviado cuando sus computadoras le informaron que se trataba de Luke. El joven comandante se sintió igualmente aliviado al encontrarse nuevamente con el robot que le había acompañado en tantas aventuras anteriores.

Al subir a la carlinga y acomodarse detrás de los mandos, Luke oyó el sonido del caza que rugía por el cielo hacia el punto de reunión de los rebeldes.

—Activa la energía y deja de preocuparse. Pronto estaremos volando —dijo Luke en respuesta a los bips nerviosos de Artoo.

Su caza fue la última nave rebelde que abandonó aquello que, durante un período muy breve, había sido una secreta avanzada en el proceso revolucionario contra la tiranía del Imperio.



Darth Vader, el espectro negro semejante a un cuervo, recorrió rápidamente las ruinas de la fortaleza de hielo de los rebeldes, obligando a trotar a los hombres que le acompañaban pues de lo contrario no podían seguir su ritmo. Mientras avanzaban por los pasillos, el almirante Piett corrió para alcanzar a su jefe.

—Diecisiete naves abatidas —comunico al Oscuro Señor—. Ignoramos cuántas lograron escapar.

Sin volver la cabeza, Vader inquirió a través de la máscara:

—¿Y el Millennium Falcon?



Plett hizo una pausa antes de responder, pues hubiese preferido evitar esa cuestión.

—Nuestros dispositivos de rastreo lo siguen —respondió con temor.

Vader se volvió para mirar de frente al almirante, su alta figura sobrepasando amenazadora la del asustado oficial. Piett sintió que un escalofrío recorría su cuerpo y cuando el Oscuro Señor volvió a hablar, su voz transmitió una imagen del terrible destino que le esperaba si no cumplía sus órdenes.

—Quiero esa nave —siseó.



A medida que el Millennium Falcon se deslizaba por el espacio, el planeta de hielo se convertía rápidamente en un punto de débil luz. Poco después, sólo pareció uno de los miles de millones de puntos luminosos esparcidos por el negro vacío.

Pero el Falcon no iba solo en su fuga por el espacio profundo. Lo seguía una flota imperial que incluía el destructor galáctico Avenger y media docena de cazas TIE. Estos avanzaban por delante del enorme destructor de movimientos más lentos y rodeaban al Millennium Falcon que escapaba.

Chewbacca aulló por encima del rugido de los motores de la nave. El carguero empezó a dar bandazos a causa del fuego antiaéreo que lanzaban los cazas enemigos.

—Lo sé los he visto —gritó Han. Hacía todo lo posible por mantener el control de la nave.

—¿Qué es lo que ves? —preguntó Leia.

Han señaló por la ventanilla dos objetos muy brillantes.

—Otros dos destructores galácticos que se dirigen hacia nosotros.

—Por suerte dijiste que no habría problemas —comentó con un marcado acento irónico—. De lo contrario, me preocuparía. La nave se balanceó bajo los disparos constantes de los cazas TIE, por lo que Threepio tuvo dificultades para mantener el equilibrio mientras regresaba a la carlinga. Su piel metálica chocó y resonó contra las paredes al acercarse a Han.

—Señor —dijo con cierta inseguridad—, me preguntaba si...

Han Solo le dirigió una mirada amenazadora.

—O te callas o te desconecto —advirtió Han al robot que inmediatamente guardó silencio.

Mientras luchaba con los mandos para mantener el rumbo del Millennium Falcon, el piloto se dirigió al wookie Chewie, ¿resiste el escudo desviador? El copiloto ajustó un interruptor situado en o alto y vociferó una respuesta que Han Solo interpretó como afirmativa.

—Bien —agregó Han—. Es posible que a la velocidad subluz sean más veloces, pero todavía podemos superarlos estratégicamente. ¡Sujetaos! —súbitamente, el coreliano cambió el rumbo de la nave.

Los dos destructores galácticos imperiales se encontraban a una distancia desde la que casi podían disparar contra el Falcon a medida que se adelantaban; los cazas TIE y el Avenger que los perseguían también estaban peligrosamente cerca. Han sintió que no tenía más alternativa que describir un picado de noventa grados.

Leia y Chewbacca sintieron que el estómago se les subía a la garganta cuando el Falcon realizó esa brusca maniobra. El pobre Threepio tuvo que ajustar rápidamente sus mecanismos interiores para permanecer sobre sus pies metálicos.

Han se dio cuenta de que quizá la tripulación opinase que era una especie de jockey galáctico enloquecido que arrastraba a su nave a una trayectoria delirante. Pero había elaborado una estrategia. Ahora que el Falcon ya no estaba entre ellos, los dos destructores galácticos se encontraban en una trayectoria directa de colisión con el Avenger. Lo único que cabía hacer era sentarse y mirar.

Las alarmas resonaron en el interior de los tres destructores galácticos. Esas naves pesadamente macizas no podían responder con suficiente rapidez a este tipo de emergencia. Lentamente, uno de los destructores se apartó hacia la izquierda para tratar de evitar la colisión con el Avenger. Por desgracia, al virar rozó a su nave compañera, maniobra que sacudió violentamente a las dos fortalezas lanzadas al espacio. El destructor alcanzado empezó a derivar por el espacio mientras el Avenger seguía con la persecución del Millennium Falcon y de su piloto, indudablemente loco.

Dos menos, pensó Han. Sin embargo, un cuarteto de cazas TIE todavía seguía pegado al Falcon y enviaba descargas de láser contra su popa, pero Han supuso que lograría dejarlos atrás. Los rayos láser de los cazas sacudieron violentamente la nave y obligaron a Leia a sujetarse en un intento desesperado por no salir disparada del asiento.

—¡Eso los frenó un poco! —se alegró Han— Chewie, prepárate para dar el salto a la velocidad de la luz.

No podían perder un instante, pues el ataque con los láser era ahora intenso y tenían casi encima a los cazas TIE.

—Están muy cerca —advirtió Leia cuando finalmente pudo hablar.

Han la miró con un brillo sardónico en los ojos.

—Ah, ¿de verdad? Pues mire esto.

Accionó el regulador del hiperespacio, desesperado por huir pero también deseoso de impresionar a la princesa tanto con su inteligencia como con la fabulosa potencia de su nave. ¡No ocurrió nada! Las estrellas que entonces debieron convertirse en simples manchas de luz seguían allí. Sin lugar a dudas, algo había fallado.

—¿Qué quieres que mire? —inquirió Leia con impaciencia. En lugar de responder, Han accionó por segunda vez los mandos de la velocidad de la luz. Y por segunda vez no ocurrió nada.

—Creo que tenemos problemas —murmuró. Se le hizo un nudo en la garganta. Sabía que la palabra “problemas” era un burdo eufemismo.

—Señor, si me permite decirlo —intervino Threepio— hace un rato noté que todo el sistema principal de paraluz parecía dañado.

Chewbacca echó atrás la cabeza y lanzó un gemido estentóreo y pesaroso.

—¡Tenemos problemas! —repitió Han.

El ataque con los láser había incrementado su violencia en tomo a ellos. El Millennium Falcon sólo podía continuar a la máxima velocidad subluz a medida que se internaba en el espacio, seguido de cerca por un enjambre de cazas TIE y un gigantesco destructor galáctico imperial.



Los dobles conjuntos de alas en X del caza de Luke Skywalker estaban unidos para formar una sola mientras la pequeña y esbelta nave sé alejaba del planeta de nieve y hielo.

Durante el vuelo el joven comandante pudo reflexionar sobre los acontecimientos de los últimos días. Ahora tenía tiempo para analizar las enigmáticas Palabras del espectral Ben Kenobi meditar sobre su amistad con Han Solo y también considerar su relación poco sólida con Leia Organa.

Mientras pensaba en las personas que más le importaban, tomó una decisión repentina. Dirigió una última mirada al pequeño planeta helado y se dijo que ya no había camino de retorno.

Luke accionó varios controles del tablero de mandos y describió un giro cerrado con la nave. Vio cómo se movían los cielos al salir despedido al máximo de velocidad en una nueva dirección. Daba un rumbo regular a su nave cuando Artoo, aún encajado en el hueco especialmente disecado para él, empezó a lanzar silbidos y bips.

La computadora en miniatura instalada en la nave de Luke para traducir el lenguaje del androide transmitió su mensaje a una pantalla visora del panel de mandos.

—No hay ningún problema, Artoo —aseguró Luke después de leer la traducción—. Sólo he emprendido un nuevo rumbo.

El pequeño androide lanzó unos agitados bips y Luke sé volvió para leer el último comentario en la pantalla visora.

—No —replicó Luke—, no nos reuniremos con los demás.

La noticia Sorprendió a Artoo, que de inmediato lanzó una serie de sonidos nerviosos.

—Iremos al sistema de Dagobah —explicó Luke.

El robot volvió a lanzar un bip y calculó la cantidad de combustible que llevaba el caza con alas en X.

—Nos alcanzará.

Artoo emitió una serie más larga y cadencioso de pitos y silbidos.

—No nos necesitan —replicó Luke a la pregunta del androide sobre el punto de reunión planificado por los rebeldes.

A continuación Artoo lanzó un delicado bip para recordarle la orden de la princesa Leia.

Exasperado, el joven piloto exclamó:

—¡Revocaré esa orden! Ahora haz el favor de callarte.

El pequeño androide guardó silencio. Al fin y al cabo, Luke era uno de los comandantes de la alianza rebelde y, como tal, podía revocar órdenes. Hacía unos ajustes secundarios en los mandos cuando Artoo volvió a chillar.

—Sí, Artoo —suspiró Luke.

Esta vez el androide emitió una serie de sonidos suaves y eligió con sumo cuidado cada bip y silbido.

No deseaba molestar a Luke, pero los descubrimientos de su computadora eran lo bastante importantes como para comunicarlos.

—Sí, Artoo, sé que el sistema de Dagobah no aparece en ninguna de nuestras cartas espaciales, pero no te preocupes, existe.

La unidad R2 emitió otro preocupado bip.

—Estoy completamente seguro —dijo el joven, e intentó serenar a su compañero mecánico—. Confía en mí.

Confiara o no en el ser humano que manipulaba los mandos del caza en X, Artoo sólo emitió un humilde suspiro. Guardó un silencio absoluto durante unos segundos como si pensara, y después lanzó otro bip.

—Si, Artoo.

Este mensaje del robot fue planteado aún más cuidadosamente que el anterior, se podría hablar de la táctica de las oraciones silbadas. Parecía que Artoo no tenía el menor deseo de ofender al humano en quien había confiado. Pero, calculo el robot, ¿no existía la posibilidad de que el cerebro humano funcionara ligeramente mal? Al fin y al cabo, había permanecido mucho tiempo en los montículos de nieve de Hoth. Artoo también computó otra posibilidad: quizás el wampa, la criatura del hielo, le había golpeado con más fuerza de lo que diagnosticó Too-Onebee.

—No —respondió Luke—, no me duele la cabeza.

Me siento bien. ¿Por qué? El gorjeo de Artoo fue tímido e inocente.

Ni mareos ni somnolencia. Hasta las cicatrices han desaparecido. El tono del silbido siguiente se agudizo inquisitivamente.

—No, Artoo, todo está bien. Prefiero pilotar manualmente la nave durante un rato.

El rechoncho robot lanzó un último quejido que a Luke le pareció un sonido de derrota. Le divirtió percibir la preocupación del androide por su salud.

—Artoo, confía en mi —dijo Luke y sonrió cariñosamente—. Sé a dónde voy y llegaremos allí sanos y salvos. No está lejos.

Han Solo estaba desesperado. El Falcón no había logrado eludir a los cuatro cazas TIE y al inmenso destructor galáctico que lo perseguían.

Solo corrió hasta la bodega del carguero y se puso a trabajar frenéticamente para reparar la unidad de hiper transmisión que fallaba. Era prácticamente imposible realizar esa delicada reparación mientras el Falcon se sacudía a cada ráfaga de fuego antiaéreo de los cazas.

Han lanzó órdenes a su copiloto, que controló los mecanismos.

—Aumentador de presión horizontal.

El wookie vociferó. Le parecía que funcionaba bien.

—Humedecedor aluvial.

Otro grito. Esa pieza estaba en su sitio.

—Chewie, tráeme las llaves hidráulicas.

Chewbacca corrió hasta el pozo con las herramientas. Han cogió las llaves, se detuvo y miró a su fiel amigo wookie.

—No sé cómo saldremos de ésta —le confió. En ese momento un resonante golpe percutió en el costado del Falcon, por lo que la nave cayó y giró vertiginosamente.

Chewbacca ladró preocupado Han se sujetó para asimilar el impacto y las llaves hidráulicas volaron de su mano. Cuando recuperó el equilibrio, gritó a Chewbacca a pesar del ruido.

—¡Eso no fue una ráfaga de láser! ¡Algo nos ha alcanzado!

—Han... Han... —frenética, la princesa Leia le llamaba desde la carlinga—. ¡Ven aquí!

Salió de la bodega disparando y regresó a la carrera a la carlinga, en compañía de Chewbacca.

Lo que vieron por las ventanas les dejó asombrados.

—¡Asteroides!

Hasta donde llegaban sus miradas, veían enormes fragmentos de rocas voladoras que se movían vertiginosamente por el espacio. ¡Como si las malditas naves de persecución de los imperiales no supusieran problema suficiente! Han ocupó de inmediato su asiento de piloto y volvió a hacerse cargo de los mandos del Falcon.

El copiloto se acomodó en su asiento en el mismo momento que un asteroide especialmente grande pasaba a toda velocidad junto a la proa, de la nave.

Han llegó a la conclusión de, que tenía que permanecer tan sereno como le fuese posible, pues en caso contrario, quizá no pudieran sobrevivir más de unos instantes.

—Chewie, curso dos siete uno —ordenó.

Leia quedo boquiabierta de asombro. Conocía el significado de la orden de Han y se sorprendió ante plan tan temerario.

—¿No pensarás sumergirte en el campo de asteroides? —preguntó con la esperanza de haber oído mal la orden.

—¡No se preocupe, no nos seguirán en medio de esta lluvia! —gritó entusiasmado.

—Señor, si me permite recordárselo —intervino Threepio, que procuraba ejercer una influencia racional—, la probabilidad de navegar con éxito en un campo de asteroides es una en aproximadamente dos mil cuatrocientas setenta y siete.

Nadie pareció oír.

La princesa Leia frunció el ceño.

—No es necesario que lo hagas para impresionarme —dijo mientras otro asteroide golpeaba contra el Falcon.

Han estaba pasándolo la mar de bien y decidió ignorar las insinuaciones de la princesa.

—Resista, querida —se echó a reír y sujetó con más firmeza los mandos—. Ya lo creo que vamos a volar.

Leia dio un respingo y, resignada, se sujetó firmemente al asiento, See-Threepio, que seguía recitando cifras, desconectó su voz humana sintetizada cuándo el wookie se volvió y le miró con expresión adusta.

Han Solo se concentró en cumplir su plan. Sabía que funcionaría; tenía que funcionar pues no había ninguna otra alternativa, Voló más por instinto que basándose en los instrumentos y dirigió su nave entre la implacable lluvia de piedras. Echó un rápido vistazo a las pantallas de sus dispositivos exploradores y descubrió que los cazas TIE y el Avenger aún no habían renunciado a la persecución. Será un funeral imperial, pensó mientras maniobraba el Falcon entre la granizada de asteroides.

Miró otra pantalla visora y sonrió al ver el choque entre un asteroide y un caza TIE. La explosión apareció en la pantalla como un estallido de luz. En ése no hay supervivientes, pensó Han.

Los pilotos de los cazas TIE que perseguían al Falcon se contaban entre los mejores del Imperio, pero no podían competir con Han Solo, o no eran lo bastante buenos o no eran lo bastante locos.

Sólo un lunático habría enviado su nave a un recorrido suicida entre los asteroides. Locos o no, esos pilotos no tuvieron más alternativa que pisarle los talones. Indudablemente preferían, morir en el bombardeo de rocas que comunicar un fracaso a su lúgubre jefe.



El más grande de los destructores galácticos imperiales abandonó regiamente la órbita de Hoth.

Iba flanqueado por otros dos destructores galácticos y una escuadrilla protectora de naves de guerra más pequeñas acompañaba a todo el grupo. En el destructor central, el almirante Piett aguardaba junto a la puerta de la cámara personal de meditación de Darth Vader. La mandíbula superior se alzó lentamente hasta que Piett logró ver a su amo con la túnica, de pie entre las sombras.

—Señor —dijo Piett respetuosamente.

—Pase, almirante.

El almirante Piett sintió un gran respeto al entrar en la habitación apenas iluminada y acercarse al Oscuro Señor del Sith. Su amo se destacaba en la sombra de modo que Plett apenas logró discernir los bordes de un conjunto de apéndices mecánicos a medida que retiraban un tubo respiratorio de la cabeza de Vader. Se estremeció al comprender que quizás era la primera persona que vela desenmascarado a su jefe.

El espectáculo era horroroso. Vader, que daba la espalda a Piett, estaba totalmente vestido de negro, pero por encima del cuello negro con tachones brillaba una cabeza calva, Aunque intentó apartar la mirada, una mórbida fascinación obligó al almirante a mirar esa cabeza sin pelo y con forma de cráneo. Estaba cubierta por un laberinto de grueso tejido de cicatrización que se retorcía sobre la piel de Vader, pálida como la de un cadáver. A Piett le cruzó por la mente la idea de que quizá pagaría un precio muy alto por ver lo que nadie más había visto, En ese momento, las manos robóticas aferraron el casco negro y lo acomodaron delicadamente sobre la cabeza del Oscuro Señor.

Con el casco en su sitio, Darth Vader se volvió para oír el informe de su almirante.

—Nuestras naves de persecución han avistado al Millennium Falcon, señor. Se ha introducido en un campo de asteroides.

—Almirante, los asteroides no me preocupan respondió Darth Vader mientras cerraba lentamente el puño. No quiero excusas sino esa nave. ¿Cuánto tiempo se tardará en tener a Skywalker y a los demás ocupantes del Millennium Falcon?

—Será pronto, Lord Vader —respondió el almirante temblando de miedo.

—Sí, almirante... —dijo Darth Vader lentamente—, que sea pronto...



Dos asteroides gigantescos salieron disparados hacia el Millennium Falcon. El piloto realizó rápidamente una arriesgada maniobra de inclinación lateral que permitió a la nave salir aleteando de la trayectoria de esos dos asteroides. Pero estuvo a punto de chocar con un terceroro. Mientras el Falcon se deslizaba por el campo de asteroides, tres cazas TIE imperiales que viraban entre las rocas lo perseguían pisándole los talones. Súbitamente una roca informe rozó fatalmente a uno de los cazas, que salió disparado en otra dirección, irremediablemente incontrolado. Los otros dos cazas TIE continuaron la persecución en compañía del destructor galáctico Avenger, que disparaba contra los veloces asteroides que se interponían en su camino.

Han Solo observó las naves que les perseguían por las ventanillas de la carlinga mientras ponía del revés su carguero, aceleraba para eludir otro asteroide que se aproximaba y luego volvía a colocar la nave en su posición correcta. De todas maneras. el Millennium Falcon todavía no estaba fuera de peligro. Los asteroides pasaban aún junto al carguero. Una roca pequeña golpeó la nave y produjo un estrépito terrible que aterrorizó a Chewbacca e hizo que See-Threepio se cubriera las lentes oculares con una mano dorada.

Han miró a Leia y vio que permanecía sentada con cara de piedra mientras observaba el campo de asteroides. Le pareció que deseaba estar a miles de kilómetros de distancia.

—Bien —comenzó el coreliano—, dijo que quería estar presente cuando cometiera un error.

Leia no le miró.

—Retiro lo dicho.

—Ese destructor galáctico ha reducido la velocidad —anunció Han al comprobar las lecturas de la computadora.

—Bien —respondió la princesa secamente.

La panorámica del otro lado de la carlinga aún estaba poblada de veloces asteroides.

—Si seguimos aquí mucho tiempo más, acabaremos pulverizados —observó Han.

—Me opongo a eso —comentó Leia bruscamente—. Tenemos que alejarnos de esta lluvia.

—Eso tiene sentido.

—Me acercaré a una de las naves grandes —agrego Han.

Eso no tenía sentido.

—¡Acercarse! —exclamó Threepio y alzó sus brazos metálicos. Su cerebro artificial apenas podía registrar lo, que sus sensores auditivos acababan de percibir.

—¡Acercarse! —repitió Leia incrédula.

Chewbacca miró asombrado al piloto y vociferó.

¡Ninguno de los tres podía comprender por qué motivo el capitán, que había arriesgado la vida por salvarles, ahora intentaba aniquilarles! Han hizo algunos ajustes sencillos en los mandos de la carlinga, deslizó el Millennium Falcon entre algunos asteroides grandes Y después enfiló directamente la nave hacia uno del tamaño de una luna, Una lluvia relampagueante de rocas más pequeñas chocó contra la superficie escarpada del inmenso asteroide cuando el Falcon lo sobrevoló perseguido todavía por los cazas TIE del Imperio.

Fue como efectuar un vuelo rasante sobre la superficie de un planeta pequeño, yermo y carente de vida.

Con precisión de experto, Han Solo hizo que la nave virase hacia otro asteroide gigantesco, el más grande de los que habían encontrado. Recurrió a toda la habilidad que e había hecho famoso en la galaxia y maniobró con el Millennium Falcon de modo que el único objeto interpuesto entre el carguero y los cazas TIE era la roca que se deslizaba peligrosamente.

Sólo se produjo un breve resplandor luminoso y después nada. Los restos de los dos cazas TIE se perdieron en la negrura y el enorme asteroide siguió avanzando sin desviarse de su rumbo.

Han sintió una alegría interior tan intensa como el espectáculo que acababa de iluminar su visión.

Sonrió para sus adentros con mudo triunfo.

Percibió una imagen de la pantalla Principal de la consola de mando Y dio con el codo al peludo copiloto.

—Mira —Han señaló la imagen—. Chewie haz una lectura. Parece bastante bueno.

—¿De qué se trata? —quiso saber Leia.

El piloto del Falcon ignoró su pregunta y dijo:

—Satisfará nuestros propósitos.

A medida que se aproximaban a la superficie del asteroide, Han observó el escabroso terreno y le llamó la atención una zona en Penumbra semejante a un cráter de gigantescas proporciones.

Hizo bajar el Millennium Falcon hasta el nivel de la superficie y se introdujo directamente en el cráter, cuyas paredes, formado una especie de cuenco, rodearon súbitamente la nave.

Pero los dos cazas TIE seguían la persecución disparaban con sus cañones láser o intentaban imitar todas las maniobras que ejecutaba el coreliano.

Han Solo comprendió que tendría que ser más hábil y osado para perder a las naves que le perseguían a muerte. A través del cristal divisó un abismo estrecho e hizo virar al Millennium Falcon hacia un lado. La nave se deslizó lateralmente a través de la trinchera rocosa de altas paredes.

Inesperadamente, los dos cazas TIE le siguieron.

Uno de ellos lanzó chispas al rozar la pared con su casco metálico.

Han avanzó por la estrecha garganta, pero tuvo que girar, ladear y hacer virar su nave. Atrás, el cielo negro se iluminó cuando los dos cazas TIE chocaron entre sí y estallaron contra el terreno rocoso.

Han disminuyó la velocidad. Aún no estaba a salvo de los cazadores imperiales. Observó el cañón y advirtió algo oscuro. la boca de una caverna que se abría en el fondo mismo del cráter y era lo bastante grande para albergar al Millennium Falcon... quizás. En caso Contrario, la tripulación y él pronto lo sabrían.

Han frenó la nave, atravesó la boca de la caverna y se introdujo en un largo túnel que, esperaba, sería un escondite ideal. Respiró Profundamente cuando las sombras de la caverna cubrieron velozmente la nave.

Un pequeño caza con ala en X se acercaba a la atmósfera del planeta de Dagoban.



Al aproximarse al Planeta, Luke Skywalker tuvo una vislumbre de una parte de su curvada superficie pesar de la densa capa de nubes. El planeta no había sido explorado y era prácticamente desconocido. De algún modo Luke se las había ingeniado para llegar, aunque no estaba seguro que hubiese sido su mano sólo la que guió la nave hasta ese sector ignoto del espacio.

Artoo-Detoo, que iba en la parte de atrás de la nave de Luke, observaba las estrellas y dirigía sus comentarios al joven comandante a través de la pantalla de la computadora.

Luke leyó la traducción que apareció en la pantalla visora.

—Si Artoo, es Dagobah —respondió al pequeño robot y miró por la ventana de la carlinga mientras el caza descendía a la superficie del planeta—. Parece un poco siniestro, ¿no? Artoo lanzó un bip e hizo un último intento para que su dueño tomara un rumbo más sensato.

—No, no quiero cambiar de idea —replicó Luke. Controló los monitores de la nave y empezó a sentirse algo nervioso—. No capto ninguna ciudad ni tecnología. Sin embargo, hay lecturas de múltiples formas de vida. Ahí abajo vive algo.

Artoo también estaba preocupado, hecho que se tradujo en una pregunta cargada de temor.

—Sí, estoy convencido de que es absolutamente seguro para los androides. ¿Por qué no lo tomas con calma? —Luke empezaba a molestarse—. Tendremos que ver lo que ocurre, Desde la parte de atrás de la carlinga le llegó un patético quejido electrónico.

—¡No te preocupes! El caza con ala en X navegó por el halo crepuscular que separaba el espacio negro como boca de lobo de la superficie del planeta. Luke respiro a fondo y luego sumergió su nave en el manto blanco de la bruma.

No veía absolutamente nada. La densa blancura que chocaba contra los ventanos abovedados de su nave le obstaculizaba la visión. No le quedó más alternativa que controlar el caza utilizando los instrumentos. Pero las pantallas no registraban nada, ni siquiera al acercarse Luke al planeta.

Desesperado, manipuló los mandos y ya ni siquiera pudo saber a qué altura volaba.

Cuando empezó a zumbar una alarma, Artoo se unió a su sonido claro y potente con una serie de silbidos y bips frenéticos.

—¡Lo sé, lo sé! —gritó Luke, que aún luchaba por controlar los mandos de la nave—. ¡Las pantallas no registran nada! No veo nada aguanta iniciaré el ciclo de aterrizaje. Espero que haya algo debajo de nosotros.

Artoo volvió a chillar, pero el estallido ensordecedor de los retrocohetes del caza con ala en X lo acalló eficazmente. Luke sintió que se le revolvía el estómago cuando la nave cayó a toda velocidad Se aferró al asiento del Pilotos y se preparó para la posibilidad de un choque. Después, la nave se hundió y Luke oyó, un sonido horrible, como si su caza estuviese arrancando ramas de los árboles.

Cuando el caza con ala en X se detuvo finalmente lo hizo con una terrible sacudida, que estuvo a punto de arrojar al Piloto por la ventana de la carlinga. Convencido al fin de qué estaba en tierra, se recostó en el asiento y respiró aliviado. Después accionó un interruptor que levantó la bóveda de la carlinga. Cuando alzó la cabeza fuera de la nave para echar un vistazo a ese mundo extraño, Luke, Skywalker quedó boquiabierto.

El caza estaba totalmente rodeado de bruma y sus potentes luces de aterrizaje sólo iluminaban unos pocos palmos, Los ojos de Luke se adaptaron gradualmente a la penumbra que le rodeaba y logró discernir las raíces y los troncos retorcidos de unos árboles de aspecto grotesco. Salió de la carlinga mientras Artoo apartaba su corpulento cuerpo del hueco pequeño y cerrado.

—Artoo, quédate aquí mientras echo un vistazo —dijo Luke. Los enormes árboles grises tenían raíces nudosas y entrelazadas qué sé alzaban muy por encima de Luke antes de unirse para formar él tronco. El joven comandante echó atrás la cabeza y, en lo alto, vio las ramas que parecían formar un dosel con las nubes que pendían a poca altura. Luke trepó cautelosamente hasta el largo morro de su nave y vio que había ejecutado un aterrizaje de emergencia en una masa de agua pequeña y cubierta de niebla Artoo lanzó un corto bip... después se oyó un ruidoso chapoteo y a continuación el silencio.

Luke se volvió justo a tiempo para ver la parte superior en forma de calla del androide que desaparecía bajo la brumosa superficie del agua.

—¡Artoo! ¡Artoo! —gritó Luke. Se arrodilló sobre el casco liso de la nave, se inclinó hacia delante y buscó preocupado a su amigo mecánico.

Pero las aguas negras permanecían quietas y no mostraban el menor indicio de la pequeña unidad R2. Aunque parecía terriblemente honda, Luke no pudo calcular qué profundidad podía tener esa charca tranquila y oscura. Súbitamente fue presa del temor de que quizá nunca volviera a ver a su amigo androide. En ese momento, un pequeño periscopio salió a la superficie y Luke escuchó un bip débil y borboteante, ¡Que alivio!, pensó Luke mientras veía que el periscopio se dirigía a la orilla. Corrió por el morro de su caza y cuando la orilla quedó a menos de tres metros de distancia el joven comandante se zambulló y chapoteó hasta ella. Miró hacia atrás y vio que Artoo aún se dirigía hacia la orilla.

—¡Artoo, date prisa! —gritó Luke.

Lo qué súbitamente se movió en el agua a espaldas de Artoo lo hizo demasiado deprisa y quedaba demasiado desdibujado por la bruma para que Luke lo identificara con claridad. Lo único que vio fue una forma imponente y oscura. El ser se elevó unos segundos y después se sumergió, chocando estrepitosamente contra el casco de metal del pequeño androide. Luke oyó los patéticos gritos electrónicos del robot pidiendo auxilio y después... nada...

Horrorizado, Luke permaneció en su sitio y siguió mirando las aguas negras, quietas como la muerte misma. Unas pocas burbujas reveladoras empezaron a aparecer en la superficie. El corazón de Luke latió aterrorizado cuando se dio cuenta de que estaba demasiado cerca de la charca. Antes de que pudiera moverse, el robot del tamaño de un rocín fue lanzado por la cosa que acechaba debajo de la negra superficie, Artoo trazó un elegante arco en el aire y se estrelló contra una extensión de suave musgo gris.

—Artoo, ¿estás bien? —gritó Luke mientras se acercaba a la carrera.

El joven comandante se alegró de que al lúgubre al acecho en los pantanos los androides metálicos no le parecieran sabrosos ni digeribles.

El robot replicó con una serie de silbidos y bips débiles.

—Si dices que venir aquí no fue una buena idea, empiezo a estar de acuerdo contigo —reconoció Luke y miró a su tenebroso alrededor.

En el mundo de hielo había por lo menos compañía humana, pensó. Con excepción de Artoo aquí sólo parecía existir ese pantano lóbrego... y seres todavía no vistos que podían acechar en la oscuridad creciente.

Anochecía de prisa. Luke se estremeció en medio de la bruma cada vez más densa que le rodeó como algo vivo. Ayudó a Artoo-Detoo, a ponerse de pie y después limpió el fango que cubría el cuerpo cilíndrico del androide. Mientras lo hacía, Luke oyó gritos extraños e inhumanos que surgían de la selva lejana y se estremeció al imaginar las bestias que podían producirlos.



Cuando acabó de limpiar a Artoo, Luke advirtió que había oscurecido profundamente. Las sombras se cernían amenazantes a su alrededor y los gritos ya no parecían tan lejanos. Artoo y él observaron la tétrica selva pantanoso que les rodeaba y se acercaron el uno al otro. De repente, Luke vio que un par de ojos diminutos pero malintencionados les hacían guiños a través de la maleza en sombras y que después desaparecían con una carrera de pequeños pies.

No deseaba poner en duda los consejos de Ben Kenobi, pero se preguntó si el espectro cubierto por una túnica había cometido un error al llevarle a ese planeta, con su misterioso maestro jedi.

Miró su caza con ala en X y gimió al ver que toda la parte inferior estaba sumergida en las aguas oscuras.

—¿Cómo lograremos que vuelva a volar? —la situación parecía insoluble y un poco ridícula. Se quejó—: ¿Qué hacemos aquí? Dar una respuesta a cualquiera de esas preguntas iba más allá de las posibilidades de computadora de Artoo que de todos modos, emitió un suave bip de consuelo.

—Es como el fragmento de un sueño —agregó Luke, meneó la cabeza y se sintió asustado y con frío—. Tal vez esté volviéndome loco. Por lo menos sabía con certeza que era imposible que estuviese metido en una situación más descabellada.



Darth Vader parecía un enorme dios mudo mientras permanecía de pie en la cubierta principal de mandos del colosal destructor galáctico.

A través de las amplias ventanas rectangulares situadas encima de la cubierta observaba el violento campo de asteroides que acribillaba su nave mientras se deslizaba por el espacio. Cientos de piedras pasaban raudas al otro lado de las ventanas. Algunas chocaban entre sí y estallaban, con brillantes destellos de luz vívida.

Mientras Vader miraba, una de las naves más pequeñas se desintegró después de chocar con un enorme asteroide. Aparentemente impertérrito, se volvió para observar una serie de veinte imágenes holográficas. Éstas recreaban tridimensionalmente los rasgos de los comandantes de veinte naves imperiales de guerra. La imagen del comandante cuya nave acababa de estallar desaparecía raudamente, casi tan deprisa como volaban hacia el olvido las brillantes partículas de su aparato.

El almirante Piett y un ayudante se acomodaron sin hacer ruido detrás del jefe vestido de negro mientras éste observaba una imagen del centro de los veinte, hologramas, imagen que la estática interrumpía constantemente y que aparecía y desaparecía a medida que el capitán Needa, del destructor galáctico Avenger, presentaba su informe. La estática ya había ahogado sus primeras palabras.



—...que fue la última vez que aparecieron en una de nuestras pantallas —agregó el capitán Needa Si tenemos en cuenta la cantidad de bajas que hemos sufrido, es seguro que ellos también han sido destruidos.

Vader no estaba de acuerdo. Conocía la potencia del Millennium Falcon y la capacidad de su vanidoso piloto.

—No, capitán, están vivos —respondió furioso.

—Quiero que todas las naves disponibles recorran el campo de asteroides hasta que los encuentren.

En cuanto Vader dio la orden, la imagen del capitán Needa y las de los otros diecinueve desaparecieron por completo. El Oscuro Señor, que había percibido la presencia de dos hombres a sus espaldas, se volvió apenas desapareció el último holograma.

—Almirante, ¿qué asunto tan importante le trae que no puede esperar? —preguntó autoritariamente—. ¡Hable de inmediato!

El rostro del almirante palideció de miedo y su voz tembló casi tanto como, su cuerpo.

—Se trata... del emperador.

—¿Del emperador? —repitió la voz detrás de la negra máscara respiratoria.

—Sí —afirmó el almirante—. Le ordena que establezca contacto con él.

—Retire esta nave del campo de asteroides —dijo Darth Vader imperativamente— y sitúela en una posición desde la que podamos tener una comunicación clara.

—Si señor.

—Envíe la señal en código a mi cámara.



El Millennium Falcon permanecía oculto en la pequeña caverna oscura como boca de lobo que chorreaba humedad. La tripulación del carguero paró los motores hasta que de la nave no brotó sonido alguno.

Dentro de la carlinga, Han Solo y el peludo copiloto concluían la desconexión de los sistemas electrónicos de la nave. Al hacerlo, disminuyó la potencia de las luces de mantenimiento y el interior de la nave quedó casi tan oscuro como la caverna que la albergaba.

Han miró a Leia y le dedicó una rápida sonrisa.

—Esto se está poniendo muy romántico.

Chewbacca vociferó. Tenían que trabajar y el wookie necesitaba toda la atención de Han para reparar la hiper-transmisión que fallaba. Irritado Han volvió a la tarea.

—¿Por qué estás tan malhumorado? —preguntó.

Antes de que el wookie pudiera responder, el androide protocolario se acercó tímidamente a Han y planteó un asunto de elemental importancia.

—Señor, tengo miedo de preguntarlo, pero me gustaría saber si la desconexión de todos los sistemas salvo de energía para casos de emergencia me incluye a mí.

Chewbacca dio su opinión con un estentóreo ladrido afirmativo, pero Han no estaba de acuerdo.

—No, te necesitaremos para que hables con el viejo Falcon y averigües lo que ocurrió con nuestra hiper-transmisión —Miró a la princesa y agregó—: Señoría, ¿que tal maneja el macro-fundidor?

Antes de que Leia pudiera dar una respuesta adecuada, el Millennium Falcon se sacudió al recibir un golpe repentino en el casco. Todo lo que no estaba sujeto con pernos voló por la carlinga. El gigantesco wookie chilló estruendosamente y tuvo que hacer esfuerzos para no salir desparado del asiento.

—¡Sujetaos! —gritó Han—. ¡Cuidado!

See-Threepio chocó contra la pared y se acondicionó por sí mismo.

—Señor, es muy probable que este asteroide no sea estable.

Han le miró furioso.

—Me alegro de que estés aquí para explicarnos estas cosas.

La nave volvió a estremecerse más violentamente que la vez anterior.

El wookie volvió a chillar, Threepio salió disparado hacia atrás y Leia se vio lanzada por la cabina hasta los brazos expectantes del capitán Sol El balanceo de la nave: cesó tan repentinamente como había comenzado, pero Leia seguía abrazada por Han. Esta vez no se apartó, y el coreliano casi habría jurado que le abrazaba voluntariamente.

—¡Vaya, princesa! —dijo agradablemente sorprendido—. Esto es sorprendente.

Al oír sus palabras, Leia empezó a apartarse.

—Suéltame —insistió e intentó librarse de sus brazos—. Voy a enfadarme.

Han advirtió que la conocida expresión de arrogancia volvía a su rostro.

—Pues no parece molesta —mintió.

—¿Que parezco?

—Hermosa —repuso en honor a la verdad y con una emoción que le sorprendió.

Repentina e inesperadamente, Leia se sintió tímida. Sus mejillas enrojecieron y al darse cuenta de que se había ruborizado bajó la mirada. Pero todavía no hizo un verdadero esfuerzo por apartarse.

Han no podía permitir que el momento de ternura llegara, de modo que agregó:

—Y excitada.

Leia se molestó. Una vez más en el papel de princesa airada y senadora arrogante, se apartó de Han y adoptó su actitud más regia.

—Lo siento, capitán —dijo con las mejillas encendidas por la furia—, el hecho de ser abrazada por usted no basta para excitarme.

—Bueno, ojalá no espere nada más —gruñó Han más disgustado consigo mismo que por las palabras hirientes de la princesa.

—Yo no espero nada, salvo que me deje en paz —afirmó Leia indignada.

—Sí se aparta de mi camino, la dejaré.

Perturbada al darse cuenta, de que aún se encontraba bastante cerca, Leia se apartó e intentó cambiar de tema.

—¿No te parece conveniente tratar de reparar la nave?

Han frunció el ceño.

—De acuerdo —respondió fríamente y sin mirarla.

Leia se volvió rápidamente y abandonó la carlinga.

Durante unos instantes Han permaneció inmóvil y se limitó a recuperar la compostura. Miró tímidamente al wookie y al androide que habían sido testigos silenciosos del incidente.

—Vamos, Chewie ocupémonos del cortocircuito —propuso en seguida para poner fin a la incómoda situación.

El copiloto estuvo de acuerdo y se reunió con el capitán para abandonar la carlinga. Antes de salir, Han se volvió para mirar a Threepio, que permanecía mesa inmóvil en la cámara en penumbra y parecía pasmado.

—¡Tú también, vara de oro!

—Debo reconocer que hay momentos en que no entiendo la conducta de los humanos —murmuró el robot para sus adentros mientras abandonaba rápidamente la carlinga.

Las luces del caza con ala en X de Luke Skywalker penetraban la penumbra del planeta pantanoso. La nave se había hundido un poco más en las aguas, pero aún sobresalía lo suficiente por encima de la superficie para que Luke pudiera retirar de los compartimientos de almacenamiento las provisiones que necesitaba. Sabía que en breve su aparato se hundiría aún más probablemente en su totalidad. bajo de la superficie. Pensó que tendría más probabilidades de sobrevivir si reunía tantas provisiones como pudiera.

Estaba tan oscuro que Luke apenas veía lo que tenía delante. En la tupida selva oyó un ruido agudo y chasque ante y sintió que le Recorría un escalofrío.

Empuñó la pistola y se dispuso a :disparar contra lo que fuese que saliese de la selva para atacarle.

Como no apareció nada, guardó el arma en la cartuchera y siguió preparando el equipo.

—¿Quieres un poco de energía? —preguntó Luke a Artoo que esperaba pacientemente su alimento. De una caja de herramientas Luke cogió un pequeño horno de fusión, lo encendió y se, alegró con el débil brillo que arrojaba el pequeño aparato calentador: después cogió un cable y lo conecto a Artoo por medio de una protuberancia que parecía una nariz. Mientras la energía se transmitía a sus entrañas electrónicas, Artoo silbó apreciativamente.

Luke se sentó y abrió un contenedor de alimentos preparados. Mientras comía, charlaba con el robot:

—Ahora, lo único que tengo que hacer es encontrar a Yoda, si es que existe.

Miró nerviosamente las sombras de la selva y se sintió asustado, triste y cada vez más dubitativo en cuanto a su búsqueda.

—Sin duda, no es éste el lugar más adecuado para buscar a un maestro jedi. Este sitio me aterroriza.

A juzgar por el sonido del bip era evidente que Artoo compartía la opinión de Luke acerca del mundo pantanoso.

—De todos modos, hay algo familiar en este sitio —agregó Luke mientras comía de mala gana unos bocados más—. Me siento como...

—¿Cómo te sientes?

¡Esa no era la voz de Artoo! Luke se levantó de un salto, cogió la pistola, giró sobre sí mismo y atisbó en la penumbra para tratar de encontrar la fuente de esas palabras.

Al volverse, vio que tenía delante un minúsculo ser. Luke retrocedió instantáneamente, sorprendido.

¡Ese pequeñajo parecía haber surgido de la nada! No medía más de medio metro y permanecía audazmente delante del joven alto que esgrimía una terrible pistola láser.

El pequeñajo arrugado podía tener cualquier edad. Su rostro estaba cubierto de arrugas, pero enmarcado por puntiagudas orejas de duende que le daban un aspecto de eterna juventud. La larga cabellera blanca estaba partida por enmedio y colgaba a ambos lados de la cabeza de piel azul. El ser era bípedo y se sostenía sobre unas piernas cortas que acababan en pies tridáctilos casi de reptil.

Iba vestido con unos harapos tan grises como las brumas del pantano, tan andrajosos que seguramente tenían la misma edad del ser.

Durante unos instantes, Luke no supo si asustarse o reír. Sin embargo, se relajó al mirar los ojos bulbosos y percibir la naturaleza bondadosa del ser, Por último, el pequeñajo señaló. la pistola que Luke tenía en la mano.

—Tú arma aparta. No intento hacerte daño —dijo.

Después de superar la duda, Luke acomodó serenamente la pistola en su cinturón. Al hacerlo se preguntó por qué se sentía obligado a obedecer al pequeñajo.

—Me pregunto por qué estás aquí —agregó el ser.

—Busco a alguien —respondió Luke.

—Buscar? ¿Buscar? —repitió el ser con curiosidad mientras una amplia sonrisa fruncía su rostro ya arrugado—. Has encontrado a alguien, diría, ¿No? ¡Sí! Luke tuvo que hacer un esfuerzo para no reír.

—Claro.

—Ayudarte puedo... Sí... sí.

De manera inexplicable, Luke descubrió que confiaba en el extraño ser, aunque no estaba seguro de que el diminuto individuo pudiera ayudarle en su importante búsqueda.

—Me parece que no —respondió cortésmente—. Verás, busco a un gran guerrero.

—¿A un gran guerrero?

La criatura agitó la cabeza y el pelo blancuzco acarició sus orejas puntiagudas.

—Las guerras no te hacen grande.

Es una frase extraña, pensó Luke. Antes de que pudiera responder, el joven comandante vio que el pequeñajo saltaba hasta la más alta de, las cajas de provisiones recuperadas. Asombrado, observó que revolvía los artículos que él había traído de Hoth.

—Aparta de ahí dijo y se sorprendió de esa conducta súbita y extraña.

Artoo avanzó hasta la pila de cajas y quedó a nivel de su sensor óptico con relación al ser. El androide expresó su desaprobación mientras observaba al pequeñajo revolver descuidadamente las provisiones.

El extraño ser aferró el contenedor con los restos de la comida de Luke y dio un mordisco.

—¡Espera, es mi cena! —exclamó Luke.

El ser no había acabado de dar el primer bocado cuando escupió lo que había probado y su rostro surcado de arrugas se frunció como una ciruela.

—¡Puaf! —protestó mientras escupía—. Gracias, pero no. ¿Cómo creces tanto ingiriendo alimentos de este tipo? —observó a Luke de arriba a abajo.

Antes de que el sorprendido joven pudiera responder, el ser arrojó el contenedor de alimentos en dirección a él y hundió una de sus manos pequeñas y delicadas en otra caja de provisiones.

—Escucha, amigo —dijo Luke sin dejar de mirar al estrafalario carroñero—, no nos proponíamos aterrizar aquí. Si lograra apartar mi caza de la charca lo haría, pero no puedo. En consecuencia...

—¿No puedes retirar tu nave? ¿Lo has intentado? ¿Lo has intentado? —le aguijoneó el ser.

Luke reconoció para sus adentros que no lo había intentado, pero la idea era indiscutiblemente ridícula. Carecía del equipo adecuado para...

Algún elemento de la caja de Luke despertó el interés del ser. Luke llegó al colmo de la paciencia cuando vio que el loco pequeñajo cogía algo de la caja de suministros. Como sabía que la supervivencia dependía de eso, intentó arrebatarle la caja. Pero el ser aferró su premio: una lámpara de energía en miniatura que sostuvo fuertemente con su mano de piel azul. La pequeña luz iluminó su rostro. De inmediato, el pequeñajo se dedicó a estudiar su tesoro.

—¡Dámela! —exclamó Luke.

El ser se alejó de Luke como un niño caprichoso.

—¡Mía! ¡Mía! De lo contrario, no te ayudaré.

Con la lámpara contra el pecho, el ser retrocedió y sin querer chocó con Artoo-Detoo. El pequeñajo no recordó que el robot era un ser animado y permaneció a su lado cuando se Luke se acercó.

—No quiero que me ayudes —respondió Luke indignado—. Quiero, que me devuelvas la lámpara.

La necesitaré en este repugnante agujero pantanoso, Instantáneamente, Luke se dio cuenta de que había pronunciado un insulto.

—¿Agujero pantanoso? ¿Repugnante? ¡Éste es mi hogar!

Mientras discutían, Artoo estiró lentamente un brazo mecánico. De pronto, su apéndice aferró la lámpara hurtada y las dos pequeñas figuras lucharon por el objeto robado. Mientras daban vueltas en la refriega, Artoo lanzó unos pocos bips electrónicos que querían decir “dámela”.

—Mía, mía. Devuélvemela —gritó el pequeñajo.

De todos modos, pareció renunciar repentinamente al ridículo forcejeo y hundió ligeramente un dedo azulado en el androide.

Artoo lanzó un estentóreo chillido de sorpresa y de inmediato soltó la lámpara, El vencedor sonrió al objeto brillante que sostenía, en sus minúsculas manos y repitió con alegría:

—Mía, mía —Luke estaba harto de esas piruetas y comunicó al robot que la lucha había terminado.

—Ya está bien, Artoo, deja que se la quede —dijo y suspiró—. Pequeñajo, lárgate de una vez. Tenemos que hacer algunas cosas.

—¡No, no! —suplicó la criatura agitada—. Me quedaré y te ayudaré a encontrar a tu amigo.

—No busco a un amigo sino a un maestro jedi —puntualizó Luke.

—Ah, a un maestro jedi —el ser abrió los ojos a medida que hablaba—. Totalmente distinto. A Yoda, buscas a Yoda.

La mención del nombre de Yoda sorprendió a Luke, pero seguía escéptico. ¿Cómo era posible que semejante duende supiera algo acerca de un gran maestro de los caballeros jedi?

—¿Le conoces?

—Claro que sí —respondió el, ser orgullosamente—. Te conduciré hasta él. Pero primero debemos comer buenos alimentos. Ven, ven, Dichas estas palabras, el ser desapareció del campo de visión de Luke y se interno en las sombras del pantano. La luz de la pequeña lámpara de energía que llevaba se perdió en la distancia mientras Luke permanecía inmóvil y desconcertado. Al principio no tenía la menor intención de seguir al pequeñajo, pero de repente descubrió que, se internaba en la bruma tras la extraña criatura.

En el momento en que Luke entró en la selva, oyó que Artoo emitía unos silbidos y bips como si estuviera a punto de hacer volar sus circuitos, Luke se dio vuelta y vio que el pequeño androide permanecía desolado junto al horno de fusión en miniatura.

—Será mejor que te quedes aquí y vigiles el campamento —instruyó Luke al robot.

Artoo intensificó su producción de sonidos y recorrió toda la gama de sus articulaciones electrónicas.

—Artoo, cálmate de una vez —gritó Luke mientras se internaba en la selva—. Sé cuidar de mí mismo. No correré riesgos, ¿comprendido? Las protestas electrónicas de Artoo se debilitaron a medida que Luke corría para alcanzar al pequeño guía, Debo de estar realmente loco para seguir a este extraño ser hasta vete a saber dónde, pensó Luke. Pero el ser había mencionado el nombre de Yoda y Luke se sintió obligado a aceptar toda ayuda posible para encontrar al maestro jedi. Tropezó a oscuras con la densa maleza y las raíces retorcidas mientras seguía a luz vacilante que se le adelantaba.

El ser parloteaba dicharachero mientras le guiaba en el camino por el pantano.

—Ja... sin correr riesgos... ja... totalmente seguro... si, por supuesto.

Después, a su extraña manera, el misterioso ser se echó a reír.



Dos cruceros imperiales recorrieron lentamente la superficie del gigantesco asteroide. El Millennium Falcon debía de estar oculto en su interior, pero...

¿Dónde? A medida que recorrían la superficie del asteroide, las naves arrojaban bombas sobre el terreno cubierto de hoyos con el propósito de asustar a los del carguero y obligarles a salir. Las ondas de choque de los explosivos estremecían violentamente el esferoide, pero aún no había indicios del Falcon. Al derivar por encima del asteroide, uno de los destructores galácticos imperiales arrojó una sombra elíptica a través de la entrada del túnel. Sin embargo, los dispositivos exploradores de la nave no repararon en el extraño agujero de la pared parecido a un cuenco. Y dentro de ese agujero, en un túnel zigzagueante que no había sido detectado por los secuaces del poderoso Imperio, se encontraba el carguero. Se estremecía y vibraba con cada una de las explosiones que asolaban la superficie.

En el interior de la nave, Chewbacca trabajaba febrilmente para reparar el complejo tren de energía. Había trepado a un compartimiento alto para llegar a los cables que hacían funcionar el sistema de hipertransmisión. Cuando percibió la primera explosión, asomó la cabeza por el laberinto de cables y lanzó un grito de preocupación.

La princesa Leia, que se ocupaba de soldar una válvula averiada, interrumpió su trabajo y levantó la cabeza. El bombardeo sonaba muy cerca.

See-Threepio dirigió una mirada a Leia e inclinó la cabeza nervioso.

—¡Oh cielos, nos han encontrado! —murmuró Todos guardaron silencio, como temerosos de que el sonido de sus voces pudiera transmitiese y revelar el lugar exacto en que se encontraban. La nave fue sacudida por otro estallido, aunque menos intenso que el anterior.

—Se alejan —afirmó Leia.

Han explicó la táctica de los imperiales.

—Sólo intentan averiguar si pueden agitar algo —explicó a la princesa—. Estaremos a salvo si seguimos quietos.

—¿Dónde he oído esa frase con anterioridad? —preguntó Leia con aire de inocencia.

Han ignoró la ironía, y pasó al lado de la joven para regresar a su trabajo. El pasillo de la bodega era tan estrecho que le fue imposible pasar... ¿O quizás hubiese podido evitarlo? Con una mezcla de emociones, la princesa le observó unos segundos mientras Han seguía reparando su nave. Después volvió a ocuparse de su soldadura.

See-Threepio pasó por alto esa extraña conducta humana. Estaba muy ocupado tratando de comunicarse con el Falcon y de averiguar cuál era el fallo de la hiper transmisión. Ante el panel central de mandos, Threepio emitía silbidos y bips que no eran comunes en él. Unos segundos después el panel de mandos le respondió con silbidos.

—¿Dónde se mete Artoo en el preciso momento en que lo necesito? —suspiró el robot dorado. Le había costado trabajo interpretar la respuesta del panel de mandos. Threepio se dirigió a Han—. No sé dónde. aprendió a comunicarse su nave pero su dialecto deja mucho que desear. señor, por lo que entiendo, dice que se ha polarizado el empalme de energía del eje negativo. Sospecho que tendrá que reemplazarlo.

—Claro que tendré que reemplazarlo —replicó Han y llamó a Chewbacca, que miraba desde el compartimiento del cielo raso. Murmuró—. Reemplázalo.

Advirtió que Leia había terminado la soldadura pero que tenía problemas para volver a instalar la válvula y luchaba con una palanca que no cedía. Se acercó a ella para ofrecerle ayuda pero la princesa le dio fríamente la espalda y siguió luchando con la válvula, Tranquil a, Señoría, sólo quería ayudar.

Sin dejar de forcejear con la palanca, Leia preguntó suavemente:

—¿Tendrías la amabilidad de no llamarme más de ese modo?

Han se sorprendió ante el tono llano de la princesa. Esperaba una respuesta hiriente o, en el mejor de los casos. un frío silencio. Pero las palabras de Leia carecían del tono burlón al que estaba acostumbrado. ¿Acaso ella quería poner fin a la implacable batalla de sus voluntades?

—Por supuesto —respondió con ternura.

—A veces haces difíciles las cosas —agregó Leia mirándole tímidamente.

—Así es, en verdad —reconoció; pero agregó—: Usted también podría ser un poco más amable. Vamos, reconózcalo, a veces piensa que no estoy tan mal. La princesa soltó la palanca y se frotó la mano irritada.

—A veces —dijo y apenas sonrió—, quizás... en ocasiones, cuando no te comportas como un sinvergüenza.

—¿Sinvergüenza yo? —Han se echó a reír y consideró que la elección de la palabra era encantadora—. Me gusta cómo suena eso.

Sin decir más, cogió la mano de Leia y empezó a masajearla.

—Quédate quieto, para —protestó Leia.

Han no le soltó la mano y preguntó con voz muy suave:

—¿Que pare qué?

Leia se sintió acalorada, confundida, perturbada... un centenar de sensaciones a la vez. Pero su sentido de la dignidad prevaleció.

—¡Para eso! —exclamó regiamente—. Tengo las manos sucias.

Han sonrió ante una excusa tan poco convincente, pero no le soltó la mano y la miró a los ojos.

—Yo también tengo las manos sucias. ¿Qué es lo que le asusta?

—¿Asustarme? —Leia sostuvo su mirada—. Me asusta ensuciarme las manos.

—¿Y, por eso tiembla? —inquirió. Han advirtió que su proximidad y sus caricias la afectaban.

La expresión de la princesa se enterneció, después de lo cual Han le cogió la otra mano.

—Creo que le gusto porque soy un sinvergüenza —dijo—. Creo que no ha conocido suficientes sinvergüenzas en su vida —mientras hablaba acercó lentamente a la princesa hacia sí.

Leia: no rechazó su delicada presión. Ahora mientras le miraba, pensó que nunca lo había Visto tan guapo, pero ella seguía siendo la princesa.

—Ocurre que me gustan los hombres guapos —murmuró en voz muy baja.

—¿Y yo no lo soy? —preguntó Han burlonamente.

Chewbacca asomó la cabeza desde el compartimiento superior y vio lo que ocurría sin que repararan en su presencia.

—Sí —susurró la princesa—, pero tú...

Antes de que pudiera acabar la frase, Han Solo la abrazó y sintió que el cuerpo de la joven temblaba mientras la besaba. Pareció transcurrir una inmensidad de tiempo, parecieron compartir una eternidad cuando él le hizo inclinar delicadamente el cuerpo.

Esta vez Leia no le rechazó.

Cuando se separaron, Leia tardó unos segundos en recuperar el aliento. Intentó mantener la compostura y mostrarse algo indignada, pero le costó un esfuerzo hablar.

—Está bien, experto, yo... —empezó a decir. Se detuvo y súbitamente descubrió que le besaba y abrazaba con más vehemencia que antes.

Cuando finalmente sus labios se separaron, Han mantuvo a Leia entre su brazos mientras se miraban. Compartieron una serena emoción durante algunos momentos. Después Leia se apartó con pensamientos y sentimientos confusos. Bajó la mirada y se apartó del abrazo de Han. Poco después se volvió y salió de la cabina corriendo.

Han la observó en silencio mientras abandonaba la estancia. Después fue agudamente consciente de la presencia de un wookie muy curioso que asomaba la cabeza desde el cielo raso.

—¡Ya está bien, Chewie! —gritó—. Échame una mano con la válvula.



La bruma que una lluvia torrencial había dispersado se deslizaba por el pantano describiendo tenues remolinos. Un solitario androide R2 corría rápidamente bajo la copiosa lluvia en busca de su amo.

Los sensores de Artoo-Detoo emitían constantes impulsos a sus terminales nerviosas electrónicas. Sus sistemas auditivos reaccionaban —quizás en exceso— ante el más leve de los sonidos y enviaban información al nervioso cerebro de computadora del robot.

Esa selva sombría era demasiado húmeda para Artoo. Apuntó sus sensores ópticos hacia una pequeña y extraña casa de barro situada a orillas de un oscuro lago. Dominado por una percepción casi humana de la soledad. el robot se acercó a la ventana de la minúscula morada. Artoo anduvo con sus pies utilitarios hacia la ventana y atisbó en el interior. Abrigaba la esperanza de que nadie percibiera el ligero temblor de su cuerpo en forma de barril ni oyera su nervioso crujido electrónico.

Luke Skywalker se las había ingeniado para entrar en la casa en miniatura, donde todos los elementos guardaban perfecta proporción con su diminuto habitante. Luke estaba sentado con las piernas cruzadas en el suelo de tierra seca de la sala e intentaba no dar con la cabeza al techo bajo.

Delante de él había una mesa y vio algunos contenedores que albergaban algo parecido a pergaminos escritos a mano.

El ser de rostro arrugado estaba en la cocina, contigua a la sala, y preparaba una comida increíble. Desde donde estaba, Luke veía que el pequeño cocinero revolvía el contenido de ollas humeantes, picaba algo, cortaba otra cosa en tiras, lo condimentaba todo con hierbas y corría de un lado a otro para colocar bandejas en la mesa, delante del joven.

A pesar de que esa actividad bulliciosa le fascinaba, Luke se impacientaba cada vez más. En una de las frenéticas carreras de su anfitrión a la sala, Luke le recordó.

—Ya te he dicho que no tengo hambre.

—Ten paciencia —recomendó el ser mientras regresaba corriendo a la cocina humeante—. Es hora de comer.

Luke intentó ser amable.

—Escucha, huele bien y estoy seguro de que es delicioso, pero no comprendo por qué no podemos visitar ahora a Yoda.

—El jedi también come a esta hora —respondió el pequeñajo, Luke estaba impaciente por ponerse en camino.

—¿Tardaremos mucho en llegar? ¿Está muy lejos de aquí?

—No muy lejos, no muy lejos. Ten paciencia Pronto lo verás, ¿Por qué quieres convertirte en un jedi?

—Supongo que por mi padre —replicó Luke mientras pensaba que en realidad nunca había conocido demasiado bien a su padre. A decir verdad, lo más profundo de la relación con su padre correspondía al sable de luz que Ben le había confiado.

Luke advirtió que los ojos del ser se mostraban curiosos en el momento en que mencionó a su padre.

—Ah, tu padre —comentó el pequeñajo y se dispuso a comer la opípara comida—. Un poderoso jedi.

—Fue un poderoso jedi.

El joven se preguntó si el pequeño se burlaba él.

—¿Cómo es posible que conozcas a mi padre? —preguntó, un poco molesto—. Ni siquiera sabes quién soy yo —miró la estrafalaria habitación y meneó la cabeza—. No sé qué hago aquí...

En ese momento notó que el pequeñajo se había apartado de él y hablaba con una esquina de la sala. Realmente ésta es la gota que colma el vaso, pensó Luke. ¡Ahora esta criatura incalificable había con el aire!

—Esto no es bueno —decía el pequeñajo irritado—. No servirá. No puedo enseñarle nada. ¡El chico no tiene paciencia!

Luke volvió la cabeza hacia donde miraba el ser.

No puedo enseñarte No tiene paciencia. Azorado, vio que allí no había nadie. Gradualmente la realidad de la situación le resultó tan clara como las profundas arrugas del rostro del pequeñajo.

Le estaban poniendo a prueba... ¡y lo hacía el mismo Yoda ni más ni menos! Desde la esquina vacía de la sala, Luke oyó la voz sabia y delicada de Ben Kenobi que le decía a Yoda:

—Aprenderá a tener paciencia.

—Hay mucha ira en él —insistió el diminuto maestro jedi— al igual que en sus padre.

—Ya hemos discutido sobre eso —le recordó Kenobi.

Luke no podía esperar un segundo más.

—Puedo se un jedi —interrumpió. Pasar a formar parte del noble grupo que había defendido las causas de la justicia y la paz era para él más importante que cualquier otra cosa—. Estoy preparado, Ben... Ben... —el joven pronunció el nombre de su mentor invisible y miró a su alrededor con la esperanza de encontrarlo, pero sólo vio a Yoda sentado ante la mesa, frente a él.

—¿Estás listo? —inquirió el escéptico Yoda—. ¿Qué sabes tú de estar listo? He educado a los jedis durante ochocientos años. Guardaré el secreto acerca de quién puede ser iniciado.

—¿Por qué no puedo serlo yo? —pregunto Luke, que se sintió agraviado por la insinuación de Yoda.

—El hecho de convertirse en jedi exige el más profundo de los compromisos, la mente más seria —respondió Yoda seriamente.

—Puede hacerlo —dijo la voz de Ben en defensa del joven.

Yoda señaló a Luke al tiempo que miraba al invisible Kenobi.

—Hace mucho tiempo que le observo y durante toda su vida ha apartado la mirada... para mirar el horizonte, el cielo, el futuro. Nunca concentró su mente en donde estaba ni en lo que hacía.

—Aventuras, entusiasmo... —Yoda miró furioso a Luke— ¡Un jedi no anhela esas cosas!

Luke intentó defender su pasado:

—Hice caso de mis sentimientos.

—¡Eres temerario! —exclamó el maestro jedi.

—Aprenderá —afirmó la voz conciliadora de Kenobi.

—Es demasiado viejo —opinó Yoda—. Sí, es demasiado viejo y sus costumbres están demasiado arraigadas para iniciar el aprendizaje.

Luke creyó percibir un matiz más suave en la voz de Yoda. Quizá todavía existía la posibilidad de convencerle.

—He aprendido muchas cosas —dijo Luke.

Ahora no podía darse por vencido. Había ido demasiado lejos, soportado demasiado y perdido demasiado para lograrlo.

Yoda pareció mirar a través de Luke en el momento en que el joven pronunció esas palabras, como si intentará evaluar cuánto había aprendido. Se dirigió una vez más hacia el invisible Kenobi y preguntó:

—¿Acabará lo que empiece?

—Hemos llegado hasta aquí —fue la respuesta—. Él es nuestra única esperanza.

—No os defraudaré —dijo Luke—. No tengo miedo.

A decir verdad, en ese momento el joven Skywalker se sentía capaz de afrontar cualquier cosa sin miedo.

Pero Yoda no era tan optimista.

—Lo tendrás, jovencito —le advirtió. El maestro jedi se volvió lentamente para mirar a Luke y en ese momento en su rostro azul se dibujó una extraña sonrisa—. Sí, lo tendrás.



En todo el universo sólo un ser era capaz de aterrorizar el sombrío espíritu de Darth Vader. El Oscuro Señor del Sith esperaba la visita de su temido amo a solas y en silencio en el interior de su cámara débilmente iluminada.

Mientras esperaba, su destructor galáctico imperial se deslizaba por un inmenso océano de estrellas. Ningún tripulante de la nave se habría atrevido a molestar a Darth Vader cuando se encontraba en su cubículo privado. Si alguien lo hubiese hecho, quizás habría percibido un ligero temblor en la estructura cubierta por una capa negra. Si alguien hubiese podido ver a través de la negra máscara respiratoria que lo cubría, tal vez habría percibido un indicio de terror en su semblante.

Pero nadie se acercó y Vader permaneció inmóvil mientras cumplía con una vigilia paciente y solitaria. Poco después, un extraño quejido electrónico rompió el silencio mortal de la estancia y una luz parpadeante relumbró en el manto del Oscuro Señor. De inmediato Vader hizo una profunda reverencia para rendir culto a su regio amo.

El visitante llegó en forma de holograma y se materializo ante Vader, y se destacó por encima de él. La figura tridimensional iba vestida con una sencilla túnica y su rostro quedaba cubierto por una enorme capucha.



Cuando el holograma del emperador habló por fin, lo hizo con voz más grave que la de Vader.

Por si la presencia del emperador no fuera terrible, el sonido de su, voz hizo que un estremecimiento de terror recorriera el poderoso cuerpo de Vader.

—Siervo puedes, levantarte —ordenó el emperador.

Vader se irguió en el acto, pero no se atrevió a mirar el rostro de su amo, por lo que clavo la mirada en sus botas negras.

—Amo, ¿qué ordenas? —preguntó Vader con la solemnidad de un sacerdote que atiende a su dios.

—La Fuerza ha sufrido una grave perturbación —dijo el emperador.

—La he percibido —replicó solemnemente el Oscuro Señor.

El emperador puso de relieve el peligro:

—Nuestra situación es sumamente precaria. Tenemos un nuevo enemigo que podría provocar nuestra destrucción.

—¿Nuestra destrucción? ¿Quién?

—El hijo de Skywalker. Si no acabas con él, se convertirá en nuestra ruina.

¡Skywalker! Era una idea delirante. ¿Cómo era posible que el emperador se preocupara por ese joven insignificante?

—No es jedi —afirmó Vader—. Sólo es un chico. Obi-Wan Kenobi no pudo enseñarle lo suficiente para que...

El emperador le interrumpió e insistió.

—La Fuerza es poderosa en él. Hay que destruirlo.

El Oscuro Señor meditó Tal vez existiera otro modo de ocuparse del muchacho un modo que beneficiara a la causa imperial.

—Si se le convirtiera, sería un poderoso aliado —sugirió Vader.

El emperador analizó esta propuesta en silencio.

Poco después, agrego:

—Sí... sí. Sería una gran ventaja. ¿Se puede hacer?

Por primera vez, Vader levantó la cabeza para mirar de frente a su jefe.

—Amo, se unirá a nosotros o morirá —respondió con toda firmeza.

Pronunciadas esas palabras, el encuentro llegó a su fin. Vader se arrodilló ante el emperador galáctico, que pasó la mano por encima su siervo obediente. Unos segundos después la imagen holográfica desapareció por completo y Darth Vader quedó solo para esbozar lo que quizá sería el plan de ataque más sutil que había trazado; en su vida.



Las luces de los indicadores del panel de mandos iluminaban con un brillo extraño la tranquila carlinga del Millennium Falcon. Iluminaban suavemente el rostro de la princesa Leia, que se encontraba en el asiento del piloto y pensaba en Han. Ensimismada pasó la mano por el panel de mandos que tenía delante. Sabía que algo se agitaba en su interior, pero no estaba segura de que deseara reconocerlo. Pero, de todos modos, ¿podía negarlo? Súbitamente una serie de movimientos al otro lado de la ventanilla de la carlinga llamó su atención. Una sombra oscura, que al principio era demasiado veloz y oscura para identificarla, se deslizó hacia el Millennium Falcon. Unos segundos después se pegó a la ventana delantera de: la nave con la ayuda de algo que parecía una ventosa. Leia se adelantó cautelosamente para observar desde más cerca la cosa negra en forma de mancha. Mientras miraba por la ventanilla, súbitamente se abrieron unos grandes ojos amarillos que la observaron con suma atención.

Leia se sobresaltó y retrocedió hasta el asiento del piloto. Mientras intentaba recuperarse, oyó unas patas que corrían y un chillido inhumano. Repentinamente la forma negra de ojos amarillos se perdió en la negrura de la caverna del asteroide.

La princesa contuvo la respiración, se levantó de un salto y corrió hasta la bodega de la nave.

La tripulación del Falcon concluía las reparaciones del sistema eléctrico de la nave. Mientras trabajaban, las luces parpadearon débilmente, pero después se encendieron y permanecieron conectas a plena potencia. Han terminó de conectar los cables y empezó a colocar en su sitio el panel del suelo mientras el wookie veía cómo See-Threepio cumplía su tarea en el panel de control.

—Aquí todo está bien —informó Threepio— si se me permiten creo que todo está bien.

En ese momento la princesa entró sin aliento en, la bodega.

—¡Afuera hay algo! —gritó.

Han apartó la mirada de lo que estaba haciendo.

—¿Dónde?

—Fuera, en la caverna —replicó Leia.

Mientras la princesa hablabas oyeron, un golpe seco contra el casco de la nave. Chewbacca levantó la mirada y emitió un estentóreo ladrido de preocupación.

—Sea lo que fuere parece que intenta entrar —comentó Threepio inquieto.

El capitán se dispuso a abandonar la bodega.

—Iré a ver de qué se trata —declaró.

—¿Estás loco? —Leia le miró asombrada.

Los golpes sonaban cada vez con más fuerza.

—Escuchad, tenemos que volver a poner en marcha este cacharro —explicó Han—. No permitiré que un bicho destroce mi nave.

Antes de que Leia pudiera protestar, Han cogió una máscara respiratoria de la estantería de provisiones y se la pasó por la cabeza, Mientras salía, el wookie corrió tras él y cogió la máscara que le correspondía, Como miembro de la tripulación Leia comprendió que su deber era unirse a ellos.

—Si hay más de uno necesitarás ayuda —le dijo al capitán.

Han la miró con cariño mientras la princesa cogía una tercera máscara respiratoria y cubría su rostro bello y de expresión decidida.

Los tres salieron de prisa y el androide Protocolario se quejó penosamente en la bodega vacía:

—¡Así que yo me quedo aquí completamente solo!

La oscuridad que rodeaba la parte exterior del Millennium Falcon era densa y húmeda. cubrió a las tres figuras mientras recorrían cautelosamente los alrededores de la nave. A cada paso que daban oían ruidos inquietantes y chirriantes que retumbaban en la caverna.

No había luz suficiente para saber dónde podía ocultarse el ser desconocido. Avanzaron con cautela y escudriñaron con esfuerzo las profundas penumbras Chewbacca, que en la oscuridad veía mejor que el capitán y la princesa, lanzó un repentino ladrido sordo y señaló una cosa que se movía a lo largo del casco de la nave.

Evidentemente asustada por el, aullido del wookie, una masa informe y correosa se deslizó por la parte superior de la nave. Han le apuntó con su barrena y la liquidó con un rayo láser. La forma negra chirrió, tropezó, cayó de la nave espacial y aterrizó con un golpe seco a los pies de la princesa.

Leia se inclinó para observar mejor la cosa negra.

—Parece una especie de mynock —comunicó a Han y a Chewbacca.

Han observó rápidamente el túnel oscuro.

—Tiene que haber más —dijo—. Siempre se mueven en grupo. Lo que más les gusta es adherirse a las naves. ¡Es lo que nos faltaba! Leia estaba más interesada en la consistencia del suelo del túnel que en las palabras de Han.

El túnel le había parecido extraño y el olor era distinto del de todas las cavernas que había conocido. El suelo era especialmente frío y parecía adherirse a sus pies.

Al dar una patada contra el suelo, sintió que el terreno cedía ligeramente bajo su tacón.

—La consistencia de este asteroide es muy extraña —comentó—. Mirad el suelo. No parece de piedra.

Han se arrodilló para inspeccionar el suelo de cerca y notó que era muy flexible. Mientras lo estudiaba intentó averiguar hasta dónde llegaba y divisar el contorno de la caverna.

—La cantidad de humedad que hay aquí es impresionante —dijo.

Se puso de pie, apuntó con su barrena de mano al otro lado de la caverna y disparó hacia el chirrido que un mynock producía en la distancia. En cuanto disparó la caverna entera empezó temblar y el suelo se combó.

—Lo sospechaba. ¡Larguémonos de aquí!

Chewbacca ladró para expresar su acuerdo y salió corriendo hacia el Millennium Falcon. Leia y Han fueron tras él pisándole los talones se cubrieron el rostro cuando un enjambre de mynocks pasó junto a ellos. Llegaron a la nave y subieron a la carrera a la plataforma que comunicaba con el interior. En cuanto todos estuvieron a tordo, Chewbacca cerró la escotilla y se ocupo de que ningún mynock pudiera deslizarse hasta el interior de la nave.

—¡Chewie, pon en marcha los motores! —gritó Han mientras que la princesa y él corrían por la bodega del carguero—. ¡Nos largamos! Chewbacca fue a toda velocidad hasta su asiento en la carlinga, mientras Han se apresuraba a estudiar las pantallas del panel de controles de la bodega.

Leia, que corría para no quedar rezagada, advirtió:

—Advertirán nuestra presencia antes de, que logremos alcanzarla velocidad necesaria.

Aparentemente, Han no la oyó. Puso a prueba los mandos y regreso de prisa a la carlinga. Pero al pasar junto a ella hizo un comentario que puso de relieve que había oído sus palabras:

—No hay tiempo para discutir este asunto.

Volvió rápidamente a su asiento de piloto y empezó a manipular los reguladores de los motores.

Poco después el gemido de los motores principales recorrió la nave.

Leia corrió tras él.

—Yo no soy un Comité —gritó indignada.

Tampoco pareció oírla. El súbito movimiento de la caverna comenzaba a disminuir, pero Han estaba decidido a retirar de allí la nave... y hacerlo a toda velocidad.

Leia se acomodo las correas que la sujetaban al asiento.

—No podrás dar el salto a la velocidad de la luz en este campo de asteroides —gritó en medio del rugir de los motores. .

Han le sonrió por encima del hombro.

—¡Querida. sujétese con las correas! ¡Estamos a punto de despegar! ¡Los temblores han cesado!

Han no estaba dispuesto a parar la nave en ese momento. El aparato ya había avanzado y atravesó a toda velocidad las paredes rocosas del túnel. Chewbacca ladró horrorizado al mirar por la pantalla visora delantera.

Directamente delante de ellos se alzaba una hilera serrada y blanca de estalactitas y estalagmitas que rodeaba por completo la entrada a la caverna.

—La he visto, Chewie —gritó Han. Accionó enérgicamente el regulador y el Millennium Falcon siguió avanzando—. ¡Sujetaos!

—La caverna se ha derrumbado —dijo Leia al ver que la entrada se hacia más pequeña.

—Esto no es una caverna.

—¿Cómo?

Aterrorizado, Threepio empezó a farfullar:

—¡Oh, cielos, no! Estamos condenados. Adiós, ama Leia. Adiós, capitán.

Leia abrió la boca mientras miraba la abertura del túnel que se acercaba a toda velocidad.

Han tenía razón: no se encontraban en el interior de una caverna. Al aproximarse a la abertura, fue evidente que las formaciones de mineral blanco eran dientes gigantescos. ¡Y también quedó claro que, al elevarse para abandonar esa boca gigantesca, los dientes empezaban a cerrarse! Chewbacca lanzó un rugido.

—¡Chewie, ladéate!

Era una maniobra imposible, pero Chewbacca respondió en el acto y lo logró. Ladeó bruscamente el Millennium Falcon e inclinó la nave mientras aceleraba para pasar entre dos brillantes colmillos blancos. Lo hizo justo a tiempo, ya que las mandíbulas, se cerraron herméticamente en cuanto el Falcon abandono el túnel viviente.

El carguero atravesó la hendidura rocosa del asteroide perseguido por una babosa espacial titánica.

La inmensa mole rosada no se proponía perder ese sabroso alimento y salió del cráter para devorar a la nave que huía. Pero el monstruo se movió con demasiada lentitud. Sin perder un; segundo, el Falcon se elevó, se alejó de su pegajosa perseguidora y entró en el espacio. Al hacerlo, se topó con otro peligro: el Millennium Falcon había vuelto a entrar en el letal campo de asteroides.



Luke jadeaba y prácticamente se había quedado sin respiración al llevar a cabo la última de las pruebas de resistencia. Su supervisor jedi le había ordenado que emprendiera un maratón en medio de la densa vegetación de la selva del planeta. Yoda no sólo había enviado a Luke a una carrera agotadora sino que había decidido asistir a ella. Mientras el aprendiz jadeaba y sudaba en esa accidentada carrera, el pequeño maestro jedi observaba sus progresos desde una bolsa atada con correas a la espalda de Luke.

Yoda meneó la cabeza y se refirió despectivamente a la falta de resistencia del joven.

Cuando regresaron al claro en el que Artoo-Detoo esperaba pacientemente, el agotamiento prácticamente dominaba a Luke. Se dejó caer en el suelo del claro, pero Yoda le había preparado ya otra prueba.

Antes de que Luke recuperara el aliento, el menudo jedi que llevaba a la espalda colocó una barra metálica delante de sus ojos. En un segundo, Luke conectó su espada láser y atacó frenéticamente la barra. Pero no fue lo bastante rápido y ésta cayó intacta al suelo, produciendo un golpe seco.

Extenuado, Luke se dejó caer sobre la tierra húmeda.

—No puedo —gimió—, estoy demasiado cansado.

Yoda no mostró, la menor compasión por él y agregó :

—Si fueras un jedi, la habrías cortado en siete trozos.

Pero Luke sabía que no era un jedi... por lo menos todavía. El riguroso programa de aprendizaje establecido por Yoda le había dejado casi sin aliento.

—Suponía que estaba en buena forma —jadeó.

—Claro, pero me gustaría saber por qué norma te guías para hacer tales suposiciones —preguntó el menudo instructor—. Olvida las viejas medidas. ¡Desaprende, desaprende! Luke se sentía realmente preparado para desaprender las viejas costumbres y estaba dispuesto a librarse de ellas con el fin de aprender todo lo que el maestro jedi podía enseñarle. Era un programa agotador, pero con el tiempo la fuerza y la capacidad de Luke se incrementaron, hasta el escéptico maestro vislumbró algunas esperanzas. Pero no fue fácil.

Yoda dedicó muchas horas a explicar a su discípulo las costumbres de un jedi. Sentados bajo los árboles cerca de la pequeña casa de Yoda, Luke escuchó atentamente las lecciones y los relatos de su maestro. Luke prestaba atención y Yoda mascaba su vara gimer, una estaca corta con tres ramas pequeñas en un extremo.

Hubo pruebas físicas de todo tipo. Luke se esforzó por perfeccionar su salto. En una ocasión, se sintió preparado para mostrar a Yoda sus progresos.

Cuando estaba sentado sobre un tronco junto a un amplio estanque, el maestro oyó el enérgico crujido producido por alguien que se acercaba a través de la vegetación.

Luke apareció repentinamente al otro lado del estanque y se acercó a la carrera hasta el agua Al aproximarse a la orilla, dio un salto a la carrera en dirección a Yoda y se elevó por encima de las aguas al saltar en el aire.;Pero no llegó hasta la otra orilla y cayó al agua en una estrepitosa zambullida que empapó completamente a Yoda.

Los labios azules de Yoda se curvaron hacia abajo en una expresión de decepción. Sin embargo, Luke no estaba dispuesto a darse por vencido. Había tomado la decisión de convertirse en un caballero jedi y, por muy tonto que se sintiera durante el intento, pasaría todas las pruebas que Yoda le plantease. Por ese motivo no se quejó cuando el maestro jedi le pidió que se pusiera cabeza abajo apoyado en las manos y mantuviera el equilibrio. Con algo de torpeza al principio, Luke invirtió la posición de su cuerpo y después de algunos instantes de vacilación logró mantener firmemente el equilibrio. Le pareció que llevaba horas en esa posición y le costó menos trabajo que el que le habría exigido antes de iniciar el aprendizaje. Había mejorado hasta tal punto la concentración que logró mantener un equilibrio perfecto... incluso mientras Yoda permanecía sentado en las plantas de sus pies, Pero ésa sólo era una parte de la prueba. Yoda le señaló algo a Luke golpeándole la pierna con su vara gimer. Lenta y cuidadosamente, plenamente concentrado, Luke apartó una mano del suelo.

Su cuerpo se tambaleó ligeramente a causa del cambio de peso... pero Luke logró mantener el equilibrio y, concentrado, empezó a levantar una pequeña piedra que tenía delante. De forma imprevista, una unidad R2 que silbaba y lanzaba bips se acercó corriendo a su joven amo, Luke cayó y Yoda se apartó de un salto. Molesto, el joven aprendiz de jedi preguntó:

—Ay, Artoo, ¿de qué se trata?

Artoo-Detoo trazó frenéticos círculos mientras intentaba transmitir su mensaje mediante una serie de gorjeos electrónicos. Luke vio que el androide corría rápidamente hasta la orilla del pantano.

Lo siguió de prisa y entonces comprendió lo que intentaba transmitirle el pequeño robot.

Junto al borde del pantano, Luke vio que, con excepción de la punta del morro, la totalidad del caza con ala en X estaba sumergida.

—Ah, no —protestó Luke—. Nunca conseguiremos sacarlo de ahí.

Yoda se había acercado a ellos y pataleó irritado al oír el comentario de Luke.

—¿Tan seguro estás? —le regañó—. ¿Lo has intentado? Siempre dices que no se puede hacer. ¿No oyes nada de lo que digo? —su pequeño rostro arrugado frunció furiosamente el ceño.

Luke miró a su maestro y después observó dudoso la nave hundida.

—Maestro, levantar piedras es una cosa, pero esto es algo distinto —dijo con escepticismo.

Yoda estaba realmente irritado.

—¡No! ¡No es distinto! —gritó—. Las diferencias corresponden a tu mente. ¡Expúlsalas! Ya no te sirven de nada.

Luke confió en su maestro. Si Yoda decía que se podía, hacer, quizá debía intentarlo Miró el caza sumergido y se dispuso a alcanzar el máximo de concentración.

—Está bien —dijo por último—, lo intentaré.

Había vuelto a pronunciar unas palabras incorrectas.

—No —dijo Yoda impaciente—. No lo intentes. Hazlo, hazlo. O no lo hagas No se trata de intentarlo.

Luke cerró los ojos. Intentó representarse mentalmente los contornos y la forma de la nave, sentir el peso de su caza con ala en X. Se concentró en el movimiento que haría al surgir de las aguas oscuras.

Al concentrarse, el joven comandante oyó que las aguas se agitaban, al salir el morro del caza abandonó lentamente el pantanos permaneció suspendida unos segundos Y volvió a hundirse con un estentóreo chapuzón.

Luke estaba agotado y jadeaba al respirar.

—No puedo —afirmó, desalentado—. Es demasiado grande.

—El tamaño no tiene importancia —insistió Yoda—. Carece de significado. Mírame. Júzgame por mi tamaño, ¿Quieres? Escarmentado, Luke se limitó a menear la cabeza.

—Será mejor que no lo hagas —le aconsejó el maestro jedi—. Tengo a la Fuerza como aliada. Y es una aliada poderosa. Crea la vida y le permite desarrollarse. Su energía nos rodea y nos une.

—Nosotros somos seres luminosos, no esta materia tosca —agrego y pellizcó la piel de Luke. Yoda hizo un amplio gesto para abarcar la inmensidad del universo—. Debes sentirla. Percibe cómo fluye.

—Siente a la Fuerza a tu alrededor. Aquí —agregó y señaló—, entre tú y yo, entre ese árbol y esa piedra.

Mientras Yoda daba esta explicación sobre la Fuerza, Artoo volvió su cabeza en forma de cúpula y, sin éxito, intentó registrar la mencionada “Fuerza” con sus dispositivos de exploración.

Desconcertado, lanzó bips y silbidos.

—Sí. en todas partes —continuó Yoda e hizo caso omiso del pequeño androide—, en espera de que se la sienta y utilice. ¡Sí, incluso entre este terreno y esa nave! Después Yoda se volvió y miró hacia el pantano. Al hacerlo, las aguas empezaron a arremolinarse. El morro del caza volvió a aparecer con lentitud entre las aguas que burbujeaban suavemente.

Luke observó asombrado cómo el caza con ala en X se elevaba con gracia. desde el fondo de su tumba acuática y avanzaba majestuosamente hacia la orilla.

Luke juró para sus adentros que nunca volvería a utilizar la palabra “imposible”. Allí, de pie en su pedestal de la raíz de un árbol, estaba el diminuto Yoda, que sin esfuerzo deslizaba la nave desde las aguas hasta la orilla. Luke apenas podía creer en lo que veían sus ojos, pero comprendió que se trataba de un claro ejemplo del dominio del jedi sobre la Fuerza.

Artoo, igualmente asombrado, aunque no de manera tan filosófica, lanzó una serie de ruidosos silbidos y después se ocultó tras algunas raíces gigantescas.

El caza pareció flotar sobre la orilla y por último se detuvo delicadamente.

Luke se inclinó ante la hazaña que acababa de presenciar y, rebosante de respeto, se acercó a Yoda.

—Yo... —empezó a decir deslumbrado— no puedo creerlo.

—Ése es el motivo de que fracases —aseguró Yoda con firmeza.

Anonadado, Luke meneó la cabeza y se preguntó si alguna vez alcanzaría la condición de jedi.



Entre los habitantes más despreciables de la galaxia se encontraban los cazadores a sueldo, una clase formada por amorales buscadores de dinero que incluía a miembros de todas las especies. Él trabajo de los cazadores a sueldo era repelente y solía atraer a seres del mismo tipo. Darth Vader había mandado llamar a algunos de esos seres, que ahora estaban reunidos con él en el puente de mando de su destructor galáctico imperial El almirante Piett observó desde lejos a ese grupo abigarrado, mientras permanecía junto a uno de los capitanes de Vader. Vieron que el Oscuro Señor había invitado a una selección especialmente estrafalaria de buscadores de fortuna, en la que estaba incluido Bossk, un ser cuya cara blanda y floja miraba estúpidamente a Vader con unas enormes órbitas inyectadas en sangre.

Junto a Bossk estaban Zuckuss y Dengar, dos humanos cubiertos por las cicatrices de innumerables e inenarrables aventuras. El grupo también incluía a un vapuleado y opaco androide de color cromo llamado IG-88, que se encontraba junto al famoso Boba Fett. Cazador humano a sueldo, Fett era famoso por su métodos brutalmente implacables. Vestía un traje espacial blindado y cubierto de armas, semejante al que usaron los perversos guerreros que los caballeros jedi derrotaron durante las guerras clónicas. Unos pocos cueros cabelludos trenzados remataban su repelente imagen. Al ver a Boba Fett, el almirante sintió que un estremecimiento de asco recorría su cuerpo.

—¡Cazadores a sueldo! —exclamó Piett despectivamente—. ¿Por qué los habrá metido en esto? Los rebeldes no se nos escaparán.

Antes de que el capitán pudiera responder, uno de los controladores de la nave se acercó a la carrera al almirante.

—Señor, hemos recibido una llamada prioritaria del destructor galáctico Avenger —comunicó con tono apremiante.

El almirante Piett leyó la señal y se apresuró a informar a Darth Vader. Al acercarse al grupo, Piett oyó las últimas instrucciones que daba Vader:

—Habrá una recompensa considerable para quien encuentre al Millennium Falcon. Podéis emplear cualquier método que os parezca necesario pero quiero pruebas, no su desintegración.

El señor del Sith dejó de hablar cuando el almirante Piett se acercó de prisa.

—¡Mi señor, los tenemos! —exclamó el almirante con entusiasmo.



El Avenger divisó al Millennium Falcon en cuanto éste salió disparado del enorme asteroide.

A partir de entonces la nave imperial reanudó la persecución del carguero con una cegadora cortina de fuego. Sin inmutarse ante la lluvia constante de asteroides que recibía su imponente casco, el destructor galáctico siguió implacablemente a la nave menos voluminosa.

El Millennium Falcon, que era mucho más maniobrero que la otra nave, esquivaba los asteroides más grandes que se le acercaban a la velocidad de un cohete. El Falcon lograba mantener la delantera con respecto al Avenger, pero fue evidente que la nave que lo perseguía sin tregua no estaba dispuesta a cejar en su intento.

Súbitamente, un asteroide gigantesco se interpuso en el camino del Millennium Falcon y se acercó al carguero a enorme velocidad. La nave se ladeó rápidamente y el asteroide siguió de largo para chocar contra el casco de Avenger sin hacerle el menor daño.

Han Solo observó el fragor de la explosión por la ventana delantera de la carlinga de su nave.

Aunque él no tenía tiempo para analizar la diferencia entre ambas naves, el aparato que les seguía parecía absolutamente invulnerable. Han necesitaba todas sus energías para mantener el control del Falcon mientras era hostigado por los cañonazos de los imperiales.



Cargada de tensión, la princesa Leia observaba los asteroides y los cañonazos que brillaban en medio de la negrura espacial, al otro lado de las ventanillas de la carlinga. Apretaba con los dedos los brazos del asiento. Muda abrigaba contra toda probabilidad la esperanza de que salieran ilesos de esa persecución.

See-Threepio, que observaba atentamente las imágenes parpadeantes en una pantalla de rastreo se dirigió a Han y le informó:

—Señor, veo el borde del campo de asteroides.

—Bien —respondió Han—. En cuanto hayamos salido, conectaremos la hipertransmisión de este trasto.

Confiaba en que pocos segundos después el destructor galáctico que les perseguía quedaría rezagado unos cuantos años luz, Habían completado las reparaciones de los sistemas de velocidad de la luz del carguero y lo único que les quedaba por hacer era salir del campo de asteroides e internarse en el espacio, donde podrían perderse hacia la seguridad.

Chewbacca lanzó un entusiasmado ladrido wookie cuando miró por una ventana de la carlinga y advirtió que la densidad de los asteroides ya había disminuido. Pero todavía no habían conseguido huir, el Avenger acortaba distancias y los rayos de sus cañones láser hostigaban al Falcon, motivo por el cual éste se sacudía Y hacia cabriolas.

Han accionó rápidamente los mandos y puso la nave en equilibrio. Un segundo después el Falcon abandonó a toda velocidad el campo de asteroides e ingresó en el pacífico silencio poblado de estrellas del espacio profundo. Chewbacca gimoteó, contento de que por fin abandonaran el peligroso campo de asteroides... y deseoso de perder de vista el destructor galáctico.

—Chewie, estoy de acuerdo contigo —replicó Han—. Abandonemos la zona. Prepárate para la velocidad de la luz. Esta vez serán ellos los sorprendidos. Sujetaos.

Todos se sujetaron mientras Han accionaba el regulador de la velocidad de la luz, Pero fue la tripulación del Millennium Falcon y en especial su capitán quienes se sorprendieron pues, una vez más... no ocurrió nada.

¡Nada! Frenético, Han volvió a accionar el regulador.

La nave mantuvo la velocidad subluz.

—¡No es justo! —exclamó Han y empezó a asustarse.

Chewbacca estaba furioso. En muy pocas ocasiones había perdido los estribos con su amigo y capitán, pero ahora estaba enfadado y expresó su indignación con típicos gruñidos y ladridos wookie.

—No es posible —respondió Han a la defensiva, mientras miraba las pantallas de la computadora y apuntaba de prisa las lecturas—. He comprobado los circuitos de traspaso.

Chewbacca volvió a gruñir.

—Te digo que esta vez no tengo la culpa. Estoy seguro de que lo comprobé.

Leia lanzó un profundo suspiro.

—¿No hay velocidad de la luz? —preguntó con un tono que demostraba que ella también esperaba una catástrofe.

—Señor —intervino See-Threepio—, ha desaparecido el escudo desviador trasero. Si recibimos otro golpe directo en ese área estamos perdidos.

—Bueno, ahora ¿qué haremos? —preguntó Leia mientras miraba furiosa al capitán del Millennium Falcon.

Han comprendió que sólo le quedaba una alternativa. No había tiempo de hacer planes ni de comprobar las lecturas de la computadora, menos aún ahora que el Avenger había abandonado el campo de asteroides y se acercaba a toda velocidad. Tuvo que tomar una decisión basada en el instinto y la esperanza. En realidad, no les quedaba otra alternativa.

—Chewie, ladéalo bruscamente —ordenó y accionó una palanca mientras miraba al copiloto—. Invirtamos la dirección de este cacharro.

Ni siquiera Chewbacca podía imaginar lo que Han se traía entre manos. Ladró desconcertado... quizá no había oído bien la orden.

—¡Ya me has oído! —gritó Han—. ¡Da la vuelta! ¡Escudo delantero a plena potencia! Esta vez no había error posible y Chewbacca obedeció, aunque era incapaz de comprender esa maniobra suicida.

La princesa quedó pasmada.

—¡Vas a atacarlos! —tartamudeó incrédula.

Ya no quedaba la, menor posibilidad de supervivencia, pensó Leia. ¿Era posible que Han hubiese enloquecido realmente? Después de hacer algunos cálculos con su cerebro de computadora, Threepio se dirigió a Han Solo:

—Señor, si me permite decirlo, las posibilidades de sobrevivir a un ataque directo contra un destructor galáctico imperial son...

Chewbacca miró frenético al androide dorado, que se calló inmediatamente. Ninguno de los tripulantes quería conocer las estadísticas, sobre todo porque el Falcón trazaba un giro brusco para iniciar su camino hacia la tormenta de cañonazos imperiales.

Han Solo se dedicó atentamente a pilotar la nave. Era todo lo que podía hacer para eludir las ráfagas de fuego antiaéreo que la nave imperial lanzaba hacia el Falcon. El carguero zigzagueaba y se balanceaba mientras Han, que aún se dirigía rectamente hacia el destructor galáctico, viraba con el fin de esquivar los rayos.

Ninguno de los que ocupaban la nave tenla siquiera una idea remota de cuál podía ser el plan de Han Solo.



—¡Vuela demasiado bajo! —gritó el oficial imperial de cubierta, a pesar de que apenas podía creer en lo que veían sus ojos.

El capitán Needa y la tripulación del destructor galáctico Avenger se acercaron corriendo al puente para presenciar la maniobra —suicida del Millennium Falcon mientras las alarmas sonaban a lo largo y a lo ancho de la enorme nave imperial. Un pequeño carguero no infligiría muchos daños a un destructor galáctico si chocaba contra el casco, pero si atravesaba las ventanas del puente, la cubierta de mandos quedaría atestada de cadáveres.

El aterrado oficial de rastreo comunicó lo que veía:

—¡Vamos a chocar!

—¿Los escudos están preparados? —inquirió el capitán Needa.

—¡Están locos!

—¡Cuidado! —chilló el oficial de cubierta.

El Falcón se dirigía en línea recta hacia las ventanas del puente y la tripulación y los oficiales del Avenger se arrojaron aterrorizados al suelo. Pero en el último momento, el carguero viró y se elevó bruscamente. Después...

El capitán Needa y sus hombres alzaron lentamente las cabezas. Lo único que vieron al otro lado de las ventanas fue un pacífico océano estelar.

—Rastréenlos —ordenó el capitán Needa—. Es posible que intenten hacer otra pasada.

El oficial de rastreo se esforzó por encontrar al carguero en sus pantallas, pero no vio nada.

—¡Qué extraño! —murmuró.

—¿Qué ocurre? —inquirió Needa y se acercó a lo monitores de rastreo para comprobarlo don sus propios ojos.

—La nave no aparece en ninguna de las pantallas.

El capitán se mostró confundido.

—No es posible que haya desaparecido. ¿Una nave tan pequeña puede contar con un dispositivo de ocultamiento?

—No, señor —replicó el oficial de cubierta—. Quizás en el último momento entraran en la velocidad de la luz.

El capitán Needa sintió que su furia crecía al mismo ritmo que su desconcierto.

—En ese caso, ¿por qué atacaron? Pudieron entrar en el hiperespacio cuando salieron del campo de asteroides.

—Bueno, señor, al margen del modo en que lo hicieron, no hay rastro de ellos —respondió el oficial de rastreo, que aún no había logrado localizar en sus pantallas el Millenium Falcon—. La única explicación lógica es que debieron partir a la velocidad de la luz.

El capitán vaciló. ¿Cómo era posible que ese cacharro hubiese logrado esquivarlos? Se acercó un ayudante que dijo:

—Señor, Lord Vader exige el último informe sobre la persecución. ¿Qué se le debe decir?

Needa cobró ánimos. Permitir que el Millennium Falcón escapara cuando estuvo tan cerca era un error imperdonable. Supo que tendría que hacer frente a Lord Vader y comunicar su fracaso.

Se resignó al castigo que le esperaba, cualquiera que fuese.

—Soy responsable de esto —dijo—. Prepare el vehículo para trayectos cortos. Cuando nos reunamos con Lord Vader, le pediré disculpas personalmente. Maniobre y registre una vez más la zona.

El enorme Avenger empezó a girar lentamente como una colosal bestia viviente, pero no hallaron el menor vestigio del Millennium Falcon.



Los dos globos brillantes se cernían como extrañas luciérnagas por encima del cuerpo de Luke, que yacía inmóvil en el barro. Situado protectoramente junto a su amo caído, un pequeño androide con forma de barril extendía a veces un apéndice mecánico para apartar los objetos bailarines como si se tratara de mosquitos. Sin embargo, los globos de luz se situaban fuera del alcance del robot.

Artoo-Detoo se agachó sobre el cuerpo inerte de Luke y silbó en un intento inútil por revivirle.

Pero el joven, que había perdido el conocimiento a causa de las descargas de esos globos de energía, no respondió. El robot se volvió hacia Yoda, que permanecía serenamente sentado en el tocón de un árbol, y lanzó bips furiosos hacia el menudo maestro jedi.

Al no obtener respuesta, Artoo volvió a ocuparse de Luke. Sus circuitos electrónicos le indicaron que no tenía sentido tratar de que Luke recuperara el conocimiento mediante sonidos suaves.

Dentro de su metálico se activó un sistema de rescate de emergencia y Artoo extendió un pequeño electrodo metálico que posó sobre el pecho de Luke. Emitió un suave bip de preocupación y generó una ligera carga eléctrica lo bastante potente para que Luke recuperara el conocimiento. El pecho del muchacho se alzó y Luke se recuperó, sorprendido.

Embotado, el joven aprendiz de jedi sacudió la cabeza hasta despejarse. Miró a su alrededor y se frotó los hombros para aliviar el dolor provocado por la agresión de los globos buscadores de Yoda. Al ver que todavía estaban suspendidos por encima de él, Luke frunció el ceño. Después oyó que Yoda reía divertido a poca distancia y dirigió su mirada hacia él.

—Concentración, ¿no? —Yoda rió y su rostro arrugado se frunció alegremente—. ¡Vaya concentración! Luke no estaba de humor para corresponder a su sonrisa.

—¡Pensé que esas buscadoras estaban destinadas a atontar! —exclamó irritado.

—Así es —respondió el divertido Yoda.

—Son mucho más poderosas que todo lo que conozco.

A Luke le dolían mucho los hombros.

—Eso no tendría importancia si la Fuerza fluyera a través de ti —explicó Yoda—. ¡Saltarías más alto! ¡Te moverlas más de prisa! —exclamó—. Debes abrirte a la Fuerza.

A pesar de que sólo llevaba poco tiempo con ello, el joven empezaba a exasperarse con ese aprendizaje agotador. Se había sentido muy próximo a conocer la Fuerza... pero había fallado muchas veces y comprendido que aún estaba muy lejos de él. Sin embargo, en ese momento las palabras burlonas de Yoda le hicieron ponerse en pie de un salto. Estaba harto de esperar esa Fuerza durante tanto tiempo, hastiado de su fracaso y cada vez más furioso por las enigmáticas enseñanzas de Yoda. Luke cogió su espada láser del barro y la activó de prisa.

Aterrorizado, Artoo-Detoo se deslizó hasta un lugar seguro.

—¡Ahora estoy abierto a ella! —gritó Luke—. La siento. ¡Acercaos, pequeños demonios voladores! Con los ojos encendidos, Luke preparó el arma y se acercó a las buscadoras listas se apartaron de inmediato y retrocedieron para sobrevolar a Yoda.

—No, no —le amonestó el maestro jedi, y meneó su cabeza cana—. Eso no sirve. Lo que sientes es ira.

—¡Pero siento la Fuerza! —protestó Luke con vehemencia.

—¡Ira, ira, miedo, agresividad! —advirtió Yoda—. Forman el lado oscuro de la Fuerza. Fluyen fácilmente... y se unen rápidamente a cualquier pelea. ¡Cuidado con ellas! Se paga un precio muy alto por el poder que proporcionan.

Luke bajó la espada y miró confuso a Yoda.

—¿Precio? —preguntó—. ¿Qué quieres decir?

—El lado oscuro atrae —respondió Yoda dramáticamente—. Si alguna vez emprendes el camino oscuro, éste dominará para siempre tu destino. Te consumirá... como consumió al aprendiz de Obi-Wan.

Luke asintió con la cabeza para expresar que sabía a quién se refería Yoda.

—Lord Vader —dijo. Después de meditar unos segundos, preguntó—: ¿El lado oscuro es más fuerte?

—No, no. Es más fácil, más rápido, más seductor.

—¿Cómo puedo distinguir el lado bueno del malo? —preguntó Luke desconcertado.

—Lo sabrás —replicó Yoda—. Cuando estés en paz... sereno, pasivo. Un jedi utiliza la Fuerza por la sabiduría, jamás para atacar.

—Pero explícame por qué... —empezó a decir Luke.

—¡No! No hay explicaciones. No te diré nada más. Aparta las preguntas de tu mente. Ahora quédate tranquilo, en paz... —la voz de Yoda se perdió, pero sus palabras ejercieron un efecto hipnótico en Luke. El joven discípulo dejó de protestar, se sintió en paz y se relajó física y mentalmente—. Sí... —murmuró el maestro—, tranquilo.

Luke cerró lentamente los ojos a medida que apartaba de su mente cualquier idea que le distrajera.

—Pasivo...

Luke oyó la voz tranquilizadora de Yoda a medida que penetraba en la oscuridad receptiva de su mente. Decidió deslizarse junto a las palabras del maestro hasta cualquiera fuese el lugar al que lo condujesen.

—Déjate llevar...

Cuando percibió que Luke estaba tan relajado como era posible que lo estuviese en esa etapa, Yoda hizo el más leve de los gestos. En ese momento los dos globos buscadores que tenían por encima de la cabeza se dirigieron hacia Luke y dispararon rayos atontadores a medida que avanzaban.

En ese mismo instante Luke se puso en movimiento y activó su espada láser. De un salto se puso de pie y mediante pura concentración desvió los rayos que los globos buscadores le dirigían.

Afrontó el ataque sin miedo y esquivó los golpes con suma gracia.

Los saltos que dio en el aire para hacer frente a los rayos eran más altos que los logrados antes.

Luke no desperdició un solo movimiento, pues sólo se concentró en cada disparo dirigido hacia él.

Con la misma rapidez con que se había iniciado, el ataque de los buscadores concluyó. Los globos brillantes volvieron a su lugar a ambos lados del maestro jedi.

Artoo-Detoo, el observador siempre paciente, lanzó un suspiro electrónico y ladeó su cabeza-cúpula metálica.

Luke sonrió orgulloso y miró a Yoda.

—Jovencito, has progresado mucho —confirmó el maestro jedi—. Estás haciéndote más fuerte.

El menudo instructor no hizo una sola alabanza más.

Luke se sentía muy orgulloso de la maravilla que acababa de lograr. Miró a Yoda con la esperanza de recibir más cumplidos, pero el maestro no se movió ni habló. Esperó tranquilamente... y después otros dos globos buscadores aparecieron a sus espaldas y se movieron en formación junto a los dos primeros.

La sonrisa de Luke Skywalker se esfumó.



Un par de soldados cubiertos por una armadura blanca levantaron el cuerpo sin vida del capitán Needa del suelo del destructor galáctico imperial en el que viajaba Darth Vader.

Needa sabía que probablemente la muerte sería la consecuencia de su fracaso en la captura del Millennium Falcon. También sabía que debía comunicar la situación a Vader y disculparse formalmente. Pero entre los militares imperiales no había piedad ante el fracaso. Asqueado, Vader selló la muerte del capitán.

El Oscuro Señor se volvió y el almirante Piett y dos capitanes se acercaron para comunicar lo que habían visto.

—Lord Vader —informó Piett—, nuestras naves han concluido el registro de la zona y no han encontrado nada. Sin duda, el Millennium Falcon partió a la velocidad de la luz. Probablemente en este momento está en algún punto al otro lado de la galaxia.

Vader siseó a través de la máscara respiratoria.

—Alerte a todos los comandos —ordenó—. Calcule todos los destinos posibles a lo largo de la última trayectoria conocida y despliegue la flota para que los busquen. Almirante, no cometa ningún error.

¡Ya es suficiente! El almirante Piett pensó en el capitán del Avenger, al que poco antes había visto que retiraban de la estancia como si fuese un saco de cereales. También recordó la muerte atroz del almirante Ozzel.

—Sí, mi señor —respondió, e intentó ocultar el miedo que sentía—. Los encontraremos. —Se dirigió a un ayudante y dio unas instrucciones—: Ocúpese, del despliegue de la flota.

Mientras el ayudante se alejaba para cumplir las órdenes, una sombra de preocupación atravesó el rostro del almirante. No tenía la certeza de correr mejor suerte que Ozzel o Needa.



El destructor galáctico imperial de Lord Vader se deslizó regiamente por el espacio. La flota protectora compuesta por naves más pequeñas permanecía cerca mientras la armada imperial dejaba atrás al destructor galáctico Avenger.

Ninguno de los tripulantes del Avenger ni de toda la flota de Vader tenía idea de lo cerca que se encontraban de la presa. A medida que se deslizaba por el espacio para proseguir la búsqueda, sin saberlo, el Avenger llevaba a un lado de la enorme torre de control un carguero en forma de platillo: el Millennium Falcon.

En el interior de la carlinga del Falcon reinaba el silencio más absoluto. Han Solo había detenido la nave y desconectado todos los sistemas con tanta rapidez que hasta See-Threepio, normalmente parlanchín, permanecía en silencio. Threepio permanecía inmóvil, sin sacudir un solo remache y en su rostro dorado se veía una expresión de asombro.

—Podrías haberle advertido antes de desconectarlo —dijo la princesa Leia y miró al androide, que permanecía inmóvil como una estatua de bronce.

—¡Ay, lo siento mucho! —exclamó Han con burlona preocupación—. No tenía intención de ofender a su androide. ¿Cree que es fácil frenar y desconectarlo todo en tan poco tiempo? Leia dudaba de las posibilidades de éxito de la táctica de Han.

—Aún no sé lo que has logrado.

Han se encogió de hombros y restó importancia a las dudas de la princesa. Pronto lo sabrá, pensó.

No quedaban más alternativas. Se dirigió al copiloto:

—Chewie, comprueba la liberación manual de los garfios de aterrizaje.

El wookie ladró, se levantó del asiento y fue hacia la parte trasera de la nave.

Leia miró a Chewbacca mientras éste desenganchaba los garfios de aterrizaje para que el carguero pudiera despegar sin trabas de tipo mecánico.

La princesa meneó la cabeza incrédula y se volvió hacia Han:

—¿Qué piensas hacer ahora?

—Finalmente, la flota ha comenzado a desplegarse —respondió mientras señalaba por una ventana de babor—. Espero que sigan la rutina imperial de costumbre y arrojen la basura antes de partir a la velocidad de la luz.

La princesa analizó unos segundos la táctica de Han y empezó a sonreír. Después de todo, quizás el loco sabía lo que hacía. Impresionada, le palmeó la cabeza.

—No está mal, experto, no está mal. Y después, ¿qué?

—Después tendremos que encontrar un puerto seguro por esta zona —repuso Han—. ¿Se le ocurre algún lugar?

—Depende de dónde estemos.

—Aquí —dijo Han, y señaló una configuración de pequeños puntos luminosos—, cerca del sistema de Anoat.

Leia se levantó del asiento y se acercó al coreliano para mirar desde más cerca la pantalla.

—Es extraño, pero tengo la sensación de que he estado antes en esta zona —comentó Han después de meditar un rato—. Lo comprobaré en los libros de navegación.

—Llevas diarios de navegación? —a cada minuto que pasaba, Leia estaba más impresionada. Se burló de Han.

—¡Cielos, qué organización!

—Sólo a veces —repuso mientras observaba la lectura de la computadora—. ¡Ajá! ¡Lo sabía! Lando... la cosa se pone interesante.

—Nunca he oído hablar de ese sistema —replicó Leia.

—No se trata de un sistema sino de un hombre, de Lando Calrissian. Un jugador, un estafador, un sinvergüenza hecho y derecho —hizo una pausa para poner de relieve las últimas palabras e hizo un guiño a la princesa—... el tipo de muchacho que le va. El sistema se llama Bespin. Está bastante lejos, pero podemos llegar.

Leia miró una de las pantallas monitoras de la computadora, leyó los datos y comentó:

—Una colonia minera.

—Una mina de gas tibanna —agrego Han—. Lando la ganó en una partida de sabacc, o eso es lo que él dice. Nos conocemos hace mucho tiempo.

—¿Puedes confiar en él? —quiso saber Leia.

—No, pero sé que no siente el menor afecto por el Imperio.

El wookie lanzó un ladrido a través del intercomunicador.

Han respondió de prisa, accionó algunos interruptores para que en la pantalla de la computadora apareciera una nueva información y después se dedicó a mirar por la ventanilla de la carlinga.

—Lo veo, Chewie, lo veo —dijo—. Pon en marcha la liberación manual —después se dirigió a la princesa y agregó—: A la nada vamos, querida.

Han se recostó en el asiento y sonrió seductoramente a la muchacha.

Leia meneó la cabeza, esbozó una tímida sonrisa y le dio un beso.

—Tienes tus momentos —reconoció de mala gana—. Aunque no muchos, tienes tus momentos.

Han empezaba a acostumbrarse a los ambiguos cumplidos de la princesa y, en realidad, no podía decir que le molestaran. Disfrutaba cada vez más del hecho de que ella compartiese su irónico sentido del humor. Estaba casi convencido de que ella también disfrutaba.

—Suéltalo, Chewie —exclamó con alegría.

La escotilla de la parte inferior del Avenger se abrió bostezante. Cuando salió disparado hacia el hiperespacio, el crucero galáctico imperial arrojó su cinturón de asteroides artificiales: basura y piezas de maquinaria imposible de reparar que se dispersaban por el negro vacío espacial. Oculto en la estela de desperdicios, el Millennium Falcon se despegó del costado del destructor sin ser detectado y quedó muy rezagado con respecto al Avenger.

Al fin estamos a salvo, pensó Han Solo.

Los motores de iones del Millennium Falcon se encendieron y la nave corrió a la deriva entre la chatarra espacial, en dirección a otro sistema.

Sin embargo, entre los desperdicios dispersos se escondía otra nave Mientras el Falcon se lanzaba a toda velocidad a la búsqueda del sistema de Bespin, la otra nave encendió los motores. Boba Fett, el más famoso y temido cazador a sueldo de la galaxia, hizo girar su pequeño aparato con forma de cabeza de elefante, el Slave I, para iniciar la persecución. Boba Fett no tenía la menor intención de perder de vista al Millennium Falcon. Había un precio muy alto por la cabeza del piloto del carguero y ésa era la recompensa que el terrible cazador a sueldo estaba decidido a conseguir.



Luke sentía que, sin duda alguna, progresaba. Corrió en medio de la selva con Yoda acomodado en uno de sus hombros y saltó con gracia de gacela entre el denso follaje y las raíces de los árboles que crecían en la ciénaga.

Al fin, Luke había empezado a dejar de lado el orgullo. Se sentía libre de ataduras y estaba preparado para experimentar plenamente el fluir de la Fuerza.

Cuando el diminuto instructor arrojó una barra de plata sobre la cabeza de Luke, éste reaccionó en el acto. En un segundo, el joven aprendiz de jedi se volvió y cortó la barra en cuatro segmentos brillantes antes de que cayera al suelo.

Yoda estaba satisfecho y sonrió ante el éxito de Luke.

—¡Esta vez han sido cuatro! Sientes la Fuerza.

Súbitamente Luke se distrajo. Percibió algo peligroso, algo perverso.

—Algo no anda bien —le dijo a Yoda—. Percibo algún peligro... muerte...

Miró a su alrededor e intentó descubrir qué era lo que emitía un halo tan potente. Se volvió y vio un árbol enorme y enmarañado, con la corteza ennegrecida, seca y desmoronada. La base del árbol estaba rodeada por una pequeña charca de agua, en la que las gigantescas raíces se habían desarrollado hasta formar la entrada de una cueva oscuramente siniestra.

Luke bajó delicadamente a Yoda de su hombro y lo posó en el suelo. Paralizado, el aprendiz de jedi observó la siniestra monstruosidad. Respiraba con dificultad y descubrió que no podía hablar.

—Me has traído aquí a propósito —logró decir Luke por fin.

Yoda se sentó en una raíz enmarañada y se llevó la vara gimer a la boca. Miró serenamente a Luke y no dijo nada.

Luke se estremeció.

—Siento frío —comentó con la mirada fija en el árbol.

—Ese árbol está dominado por el lado oscuro de la Fuerza. Es un esclavo del mal. Debes entrar en él.

Luke experimentó un estremecimiento de temor.

—¿Qué hay adentro?

—Únicamente lo que lleves contigo —respondió Yoda de forma enigmática.

Luke miró con cautela a su maestro y después el árbol. En silencio, decidió reunir valor y ánimo para aprender e introducirse en esa oscuridad y hacer frente a lo que le esperaba. Sólo se llevaría...

No, también llevaría el sable de luz.

Luke conectó su arma, atravesó las aguas poco profundas de la charca y se dirigió a la entrada oscura que se abría entre las raíces enormes y agoreras.

La voz del maestro jedi lo detuvo.

—Tu arma —le reprendió Yoda—. No la necesitarás.

Luke se detuvo y volvió a mirar el árbol. ¿Entraría totalmente desarmado en esa caverna del mal? A pesar de que cada día era más hábil, Luke no se sintió en condiciones de enfrentar esa prueba.

Empuño con más fuerza el sable y negó con la cabeza.

Yoda se encogió de hombros y mordisqueó plácidamente su vara gimer.

Luke respiró profundamente Y entró con cautela en la grotesca caverna formada por el árbol.

La oscuridad interior era tan profunda que Luke podía sentirla Contra su piel, tan negra que la luz de su espada láser era rápidamente absorbida y apenas iluminaba más de un metro. Mientras avanzaba lentamente unas cosas viscosas y chorreantes rozaron su cara y la humedad del empapado suelo de la caverna se filtró en sus botas.

A medida que avanzaba por la negrura, sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. Luke vio un pasillo más adelante pero, al caminar hacia él, le sorprendió una membrana gruesa y pegajosa que le rodeó totalmente. Al igual que la tela de una araña gigantesca, la masa se adhirió con fuerza a su cuerpo. El aprendiz de jedi la golpeó con su sable de luz y finalmente logró desenredarse y distinguir un camino.

Levantó la brillante espada y vio que en el suelo de la caverna había un objeto. Luke apuntó hacia abajo el sable de luz e iluminó a un escarabajo negro y brillante del tamaño de su mano. Un instante después, la cosa subió deslizándose por la viscosa pared y se reunió con un grupo de seres semejantes.

Luke contuvo la respiración y retrocedió. En ese momento pensó en buscar la salida... pero cobró ánimos y se atrevió a internarse aún más en la cámara oscura.

Al avanzar utilizando el sable de luz como débil linterna, sintió que el espacio se ensanchaba a su alrededor. Se esforzó por ver en medio de la penumbra e hizo todo lo posible por oír. Pero no llegó hasta él ningún sonido, nada.

Después escuchó un siseo muy claro.

El sonido le resultó conocido. Permaneció inmóvil en su lugar. Había oído ese siseo incluso en pesadillas: era la respiración dificultosa de una cosa que antaño había sido un hombre.

Una luz apareció en la oscuridad: la llama de una espada láser recién encendida. Gracias a ella, Luke vio que la alta figura de Darth Vader elevaba el arma encendida —para atacar y arremetía contra él.

Gracias a la disciplina del aprendizaje, Luke estaba preparado. Alzó su sable de luz y esquivó hábilmente el ataque de Vader. En un único movimiento, Luke se volvió hacia Vader y, con la mente y el cuerpo totalmente concentrados, convocó a la Fuerza. Al sentir que su poder le acompañaba, Luke alzó su arma láser y la dejó caer estrepitosamente sobre la cabeza de Vader.

Con ese poderoso golpe, la cabeza del Oscuro Señor quedó separado del cuerpo. La cabeza y el casco cayeron y rodaron por el suelo de la caverna con un ruidoso estrépito metálico.

Asombrado, Luke vio cómo la oscuridad se tragaba todo el cuerpo de Vader. Después observó el casco, que se detuvo directamente delante de él. Durante unos segundos, el casco permaneció totalmente inmóvil, pero después se partió por la mitad y se abrió.

Sobresaltado y sin poder creerlo, Luke vio que el casco roto se abría y no mostraba el rostro desconocido e imaginado de Darth Vader sino su propia cara que le miraba.

Horrorizado, quedó boquiabierto. A continuación, con la misma rapidez con que había aparecido, la cabeza decapitada desapareció como si se tratara de una visión espectral.

Luke fijó la mirada en el espacio vacío donde habían estado la cabeza y los fragmentos del casco.

La cabeza le dio vueltas y las emociones que bullían en su interior eran casi insoportables.

¡El árbol!, se dijo. Se trataba de un truco de esa horrible caverna, de una charada de Yoda, organizada de ese modo porque había entrado en el árbol provisto de un arma.

Se preguntó si realmente luchaba contra sí mismo o si había cedido a las tentaciones del lado oscuro de la Fuerza. Quizá podría, convertirse en una figura tan perversa como Darth Vader.

Incluso se preguntó si, detrás de esa inquietante visión, podía contenerse un significado aún más siniestro.

Pasó mucho tiempo hasta que Luke Skywalker logró salir de esa caverna profunda y oscura.

Mientras, sentado en la misma raíz, el diminuto maestro jedi mordisqueaba su vara gimer.



En el planeta gaseoso de Bespin amanecía.

Cuando se aproximó a la atmósfera del planeta, el Millennium Falcon pasó a toda velocidad junto a varias de las numerosas lunas de Bespin. El planeta brillaba con el mismo tono rosa suave del amanecer que lucía en el casco de la poderosa nave estelar pirata. Al acercarse al planeta, el carguero viró para evitar el ondulante cañón de nubes que rodeaba ese mundo.

Cuando finalmente la nave descendió entre las nubes, Han Solo y la tripulación vieron por primera vez el mundo gaseoso de Bespin. Al maniobrar en medio de las nubes vieron que una especie de vehículo volador les seguía. Han reconoció el aparato, que era un coche de nubes de dos vainas, y se sorprendió cuando éste se ladeó junto al carguero. El Falcon se sacudió violentamente cuando una descarga de lásers golpeó contra el casco. Ninguno de los tripulantes del carguero esperaba ese tipo de recepción.

El otro aparato transmitió un mensaje cargado de estática a través del sistema de radiocomunicaciones del Falcon.

—No —respondió Han molesto—, no tengo permiso para aterrizar. Mi matrícula es... —la potente estática de la radio ahogó sus palabras.

Evidentemente, el vehículo de dos vainas no estaba dispuesto a aceptar la estática a modo de respuesta. Abrió nuevamente fuego sobre el Falcon y la nave se sacudió y agitó con cada ráfaga.

Un claro mensaje de advertencia sonó a través de los altavoces del carguero:

—Prepárense. Cualquier movimiento agresivo provocará su destrucción.

A esas alturas, Han no tenla la menor intención, de hacer movimientos agresivos. Bespin era el único lugar donde podían refugiarse y no pensaba alejarse de sus posibles anfitriones.

—Son bastante delicados, ¿no? —preguntó el reactivado See-Threepio.

—Pensé que conocías a esta gente —Leia reprendió a Han, y le miró con desconfianza.

—Bueno, ha pasado algún tiempo —contestó Han evasivamente.

Chewbacca gruñó, ladró y sacudió significativamente la cabeza en dirección a Han.

—Eso ocurrió hace mucho tiempo —contestó bruscamente—. Estoy seguro de que lo ha olvidado.

Pero Han empezó a preguntarse si Lando había olvidado el pasado.

—Concedido el permiso para aterrizar en la Plataforma 327. Toda desviación del sendero de vuelo provocará su...

Furioso, Han desconectó la radio. ¿Por qué le sometían a ese hostigamiento? Se dirigía pacíficamente al planeta. ¿Acaso Lando no estaba dispuesto a olvidar el pasado? Chewbacca gruñó y miró a Solo, que se dirigió a Leia y al preocupado robot.

—Nos ayudará —afirmó e intentó tranquilizarles—. Nos conocemos hace mucho tiempo... de verdad. No os preocupéis.

—¿Quién se preocupa? —mintió Leia poco convencida.

En ese momento divisaban claramente Ciudad de las Nubes, de Bespin, a través de la ventana de la carlinga. Era una urbe enorme que parecía flotar entre las nubes al surgir entre la atmósfera blanca. A medida que el Millennium Falcon se aproximaba fue evidente que la inmensa estructura-urbana era sustentada desde abajo por una delgada univaina. La base de esa sustentación consistía en un amplio reactor circular que flotaba en medio del ondulante mar de nubes.

El Millennium Falcon descendió aún mas hacia la enorme ciudad, giró en dirección a las plataformas de aterrizaje y voló junto a las elevadas torres y las agujas que moteaban el paisaje urbano. Dentro y alrededor de esas estructuras paseaban más vehículos de dos vainas, que se deslizaban sin esfuerzo entre las nubes.

Han posó delicadamente el Falcon en la Plataforma 327.

Mientras los motores de iones de la nave gemían hasta detenerse, el capitán y la tripulación vieron que el grupo de recepción avanzaba hacia la plataforma de aterrizaje con las armas desenfundadas.

Como cualquier sector representativo de la ciudadanía de Ciudad de las Nubes, éste incluía seres extraños, androides y humanos de todas las razas y tipos. Lando Calrissian, el jefe del grupo, era uno de los humanos.

Lando, un apuesto negro de aproximadamente la misma edad que Solo, iba vestido con un elegante pantalón gris, camisa azul y una capa azul de mucho vuelo. Se detuvo sin sonreír en la Plataforma de Aterrizaje 327 y esperó a que la tripulación del Falcon desembarcara.

Han Solo y la princesa Leia aparecieron en la puerta abierta de la nave con las barrenas desenfundadas. Tras ellos se encontraba el gigantesco wookie, con la pistola en la mano y una banderola de municiones colgada del hombro izquierdo.

En lugar de hablar, Han observó serenamente al amenazante grupo de recepción que marchaba por la plataforma hacia ellos. El viento de primeras horas de la mañana sopló a ras del suelo y la capa de Lando voló a sus espaldas como si se tratara de unas enormes alas de color azul oscuro.

—Esto no me gusta nada —comentó Leia en voz baja a Han.

A Han tampoco le gustaba mucho, pero no estaba dispuesto a admitirlo ante la princesa.

—Todo se solucionará —aseguró en voz baja—. Confíe en mí —a modo de advertencia, agregó—: Pero mantenga los ojos abiertos. Espere aquí.

Han y Chewbacca dejaron a Leia a cargo de la nave y descendieron por la rampa a fin de hacer frente a Calrissian y a su abigarrado ejército. Ambos grupos avanzaron hasta que Han y Calrissian se detuvieron a una distancia de tres metros y quedaron frente a frente, Durante un rato, cada uno de ellos observó al otro en silencio.

Finalmente Calrissian habló, meneó cabeza y miró entrecerrando los ojos a Han:

—Vaya, timador repugnante, hipócrita e inútil —dijo en tono severo.

—Viejo amigo, puedo explicártelo todo si me escuchas —respondió Han, presuroso.

Sin sonreír, Lando sorprendió a los seres humanos y a los extraños al agregar:

—Me alegro de verte.

Escéptico, Han levantó una ceja.

—¿No me guardas rencor?

—¿Estás bromeando? —preguntó Lando fríamente.

Han estaba poniéndose cada vez más nervioso. ¿Le había perdonado o no? Los guardias y los ayudantes aún no habían enfundado las armas y la actitud de Lando resultaba confusa. Han intentó ocultar su inquietud y agregó valientemente:

—Siempre dije que eras un caballero.

Al oír esas palabras, el otro hombre sonrió:

—¡Seguro! —rió entre dientes.

Han rió también, aliviado cuando al fin se abrazaron como viejos compinches que eran.

Lando saludó con la mano al wookie, que permanecía detrás de su jefe.

—Chewbacca, ¿cómo estás? —preguntó amablemente—. ¿Todavía pierdes el tiempo con este payaso? A modo de saludo, el wookie. emitió un gruñido reservado.

Calrissian no supo cómo interpretar ese gruñido.

—De acuerdo —sonrió a medias y pareció incómodo.

Lando desvió la atención de la enmarañada masa de músculos y pelos cuando vio a Leia, que descendía por la rampa. Esa hermosa visión iba seguida de cerca por un androide protocolario, que miraba cautelosamente a su alrededor a medida que se acercaban a Lando y a Han.

—¡Hola! ¿Quién está aquí? —Calrissian dio la bienvenida a la princesa mostrando su admiración—. Soy Lando Calrissian, administrador de esta instalación. ¿Quién es usted?

La princesa respondió con fría amabilidad:

—Puede llamarme Leia.

Lando hizo una inclinación formal y beso con delicadeza la mano de la princesa.

—Yo... —dijo el compañero robot de Leia y se presentó al administrador— ...yo soy See-Threepio, relaciones entre humanos y organismos cibernéticos, a su...

Antes de que Threepio lograra concluir su discurso, Han pasó un brazo por los hombros de Lando y lo alejó de la princesa, .

—Lando, ella viaja conmigo y no pienso perderla en el juego —advirtió a su viejo amigo—. Será mejor que olvides que existe.

Lando miró anhelante por encima del hombro, mientras se alejaba con Han de la plataforma de aterrizaje, seguidos. por Leia, Threepio y Chewbacca.

—Amigo mío, no será fácil —comentó apesadumbrado. Después miró a Han—. De todos modos, ¿qué te trae por aquí?

—Unas reparaciones.

Un susto fingido dominó la expresión de Lando.

—¿Que le has hecho a mi nave?

Han sonrió y miró a Leia.

—Lando era el propietario del Millennium Falcon —explicó—. A veces olvida que, lisa y llanamente, perdió la nave.

Lando se encogió de hombros aceptando la presuntuosa afirmación de Han.

—Esta nave me salvó la vida muchas veces. Es el montón de chatarra más veloz de la galaxia.

—¿Que problema tiene?

—Falla la hipertransmisión.

—Haré que mi gente la repare de inmediato —agregó Lando—. Me repele la idea de que el Millenium Falcon esté sin corazón.

El grupo cruzó el estrecho puente que enlazaba la zona de aterrizaje con la ciudad... y quedó instantáneamente fascinado por su belleza. Vieron muchas plazas peques rodeadas por torres de perfiles suaves, agujas y edificios. Las estructuras que configuraban los sectores comercial y residencial de Ciudad de las Nubes eran de un blanco resplandeciente y brillaban alegres al sol matinal. Varias razas extrañas constituían el pueblo y muchos de esos ciudadanos paseaban ociosamente por las amplias avenidas, junto a los visitantes del Falcon.

—¿Cómo marcha tu explotación minera? —le preguntó Han a Lando.

—No tan bien como quisiera —repuso Calrissian—. Éste es un puesto avanzado muy reducido y no del todo autosuficiente. Hemos tenido muchos problemas con las provisiones y... —el administrador reparó en la mueca divertida de Han—. ¿Qué es lo que te hace tanta gracia?

—Nada —Han rió entre dientes—. Jamás hubiese imaginado que bajo el delirante fabulador que conocí se ocultaba un hombre de negocios y un jefe responsable —de mala gana, Han reconoció que estaba impresionado—. Estás haciéndolo bien.

Lando miró pensativo a su viejo amigo.

—Te aseguro que volver a verte hace que recuerde los viejos tiempos —sonrió y meneó la cabeza—. Sí, ahora soy un hombre responsable. Es el precio del éxito. ¿Sabes una cosa, Han? Siempre tuviste razón, se sobreestima el éxito.

Ambos rieron y una o dos cabezas se volvieron mientras el grupo recorría las vías peatonales de la ciudad.

See-Threepio se rezagó ligeramente, fascinado por la bulliciosa multitud extraña que paseaba por las calles de Ciudad de las Nubes, por los coches flotantes y los edificios extravagantes y fabulosos. Giró la cabeza de un lado a otro e intentó registrarlo todo en los circuitos de su computadora.

Al mirar tontamente el espectáculo, el androide dorado pasó junto a una puerta que desembocaba en la vía peatonal. Al oír que ésta se abría se dio vuelta, vio salir a una unidad Threepio plateada y se detuvo para ver cómo se alejaba el otro robot. Al detenerse, Threepio oyó al otro lado de la puerta unos silbidos y bips amortiguados.

Miró hacia el interior y, sentado en la antesala, vio a un androide de aspecto conocido.

—¡Oh, una unidad R2! —gorjeó encantado—. ¡Casi había olvidado cómo suenan! Threepio atravesó la puerta y entró en la habitación. Percibió instantáneamente que la unidad y él no estaban solos. Sorprendido, alzó sus brazos dorados y la expresión de asombro se congeló en su placa facial dorada.

—¡Cielos! —exclamó—. Parecen...

Mientras hablaba, un vertiginoso rayo Laser le alcanzó en el pecho metálico y lo hizo volar en veinte direcciones. Sus brazos y sus piernas broncíneos chocaron contra las paredes y formaron un montón humeante con el resto de su cuerpo metálico.

Tras él la puerta se cerró estrepitosamente.

A cierta distancia, Lando guió al reducido grupo hasta el conjunto de sus oficinas y les mostró objetos de interés a medida que recorrían los blancos pasillos. Nadie reparó en la ausencia de Threepio mientras caminaban y analizaban la vida en Bespin.

De repente Chewbacca se detuvo y olisqueó curiosamente el aire mientras miraba hacia atrás.

Después encogió sus enormes hombros y siguió a los demás.



Luke estaba absolutamente sereno. Ni siquiera la posición hacía que se sintiese tenso, abrumado, inseguro ni presa de minino de los sentimientos negativos que solía experimentar cuando intento por primera vez esa hazaña. Estaba cabeza abajo y mantenía un equilibrio perfecto sobre una mano, Sabía que la Fuerza le acompañaba.

Yoda, su paciente maestro, permanecía serenamente sentado en las plantas de los pies. Luke se concentró en la tarea y, con un solo movimiento, levantó cuatro dedos del suelo. Sin perder el equilibrio mantuvo la posición invertida... apoyado en un pulgar.

La decisión de superar los obstáculos le convirtió en un discípulo bien dispuesto. Deseaba aprender y no se inmutaba ante las pruebas que Yoda le había preparado. Ahora confiaba en que, finalmente, cuando abandonara el planeta, lo haría como un caballero jedi hecho y derecho, dispuesto a luchar únicamente por las causas más nobles.

Luke dominaba rápidamente la Fuerza y, a decir verdad, lograba milagros. Yoda se mostró más contento ante los progresos de su discípulo. En una ocasión, mientras Yoda le observaba a cierta distancia, Luke empleó la Fuerza para levantar dos grandes cajas del equipo y mantenerlas en el aire. Yoda se sintió satisfecha y notó que Artoo-Detoo, que observaba esa supuesta imposibilidad, emitía incrédulos bips electrónicos. El maestro jedi alzó una mano y, con ayuda de la Fuerza, separó al pequeño androide del suelo.

Artoo se elevó y sus desconcertados circuitos y sensores externos intentaron detectar el poder que no veía pero lo mantenía suspendido en el aire. De pronto la mano invisible le hizo otra jugarreta: mientras permanecía suspendido, súbitamente el pequeño robot quedó patas arriba. Agitó desesperado sus patas blancas y su cabeza en forma de cúpula giró desesperadamente. Cuando Yoda decidió bajar la mano, el androide y las dos cajas de provisiones comenzaron a caer. Pero sólo las primeras se estrellaron contra el suelo, ya que Artoo siguió suspendido en el espacio.

Artoo volvió la cabeza y vio que su joven amo estaba con la mano extendida para evitarle una caída fatal.

Yoda meneó la cabeza, impresionado por la velocidad de pensamiento y el dominio de su discípulo.

El pequeñajo saltó hasta el brazo de Luke y ambos emprendieron el camino hacia la casa. Pero habían olvidado algo: Artoo-Detoo aún permanecía suspendido en el aire, silbaba y lanzaba frenéticos bips e intentaba llamarles la atención. Yoda sólo estaba gastándole una broma más al preocupado androide y, a medida que se alejaban, Artoo oyó que las carcajadas del maestro jedi resonaban alegremente mientras la unidad R2 descendía lentamente.



Un rato más tarde, a medida que el crepúsculo se colaba por el denso follaje del pantano, Artoo limpiaba el casco del caza. Con una manguera que iba desde el estanque hasta un orificio situado a un lado de su cuerpo, el robot roció la nave con un potente chorro de agua. Mientras Artoo trabajaba, Luke y Yoda permanecían en el claro. El joven cerró los ojos para concentrarse.

—Serénate —le dijo Yoda—. Verás cosas a través de la Fuerza: otros lugares, otros pensamientos, el futuro, el pasado, viejos amigos que han partido hace mucho tiempo.

Luke se despojaba de su yo al concentrarse en las palabras de Yoda. Había dejado de reparar en su cuerpo y permitió que la conciencia se deslizara junto a las palabras del maestro.

—Muchas imágenes pueblan mi mente.

—El control, debes aprender a controlar lo que ves —le enseñó el maestro jedi—. No es fácil ni rápido.

Luke cerró los ojos, se relajó y comenzó a vaciar la mente, a controlar las imágenes. Por fin vio algo que al principio no estaba claro, algo que era blanco y amorfo. La imagen se dibujó gradualmente. Parecía corresponder a una ciudad que quizá flotaba en un mar blanco y ondulante.

—Veo una ciudad en las nubes —dijo al final.

—Bespin —la identificó Yoda—. Yo también la veo. Tienes amigos allí, ¿verdad? Concéntrate y los verás.

Luke intensificó su. concentración y la Ciudad de las nubes se tornó más clara. Al concentrarse, pudo ver formas, formas de personas que conocía.

—¡Los veo! —exclamó Luke con los ojos todavía cerrados. Una súbita oleada de agonía física y espiritual se apoderó de él—. Sufren. Padecen.

—Es el futuro lo que ves —explico la voz de Yoda.

El futuro, pensó Luke. En ese caso, el sufrimiento que había sentido aún no había sido infligido.

Tal vez el futuro no fuera inmodificable.

—¿Morirán? —preguntó al maestro.

Yoda meneó la cabeza y se encogió ligeramente de hombros.

—Es difícil verlo. El futuro siempre está en movimiento.

Luke abrió los ojos. Se puso en pie y a toda prisa empezó a recoger su equipo.

—Son mis amigos —dijo, pues sospechaba que el maestro jedi quizás intentara convencerlo de que no hiciese lo que sabía que quería hacer.

—En consecuencia, debes decidir el mejor modo de ayudarlos —agregó Yoda—. Si te vas ahora, podrías ayudarlos, pero destruirías todo aquello por lo que has luchado y sufrido.

Esas palabras paralizaron a Luke. El joven se dejó caer al suelo y sintió un manto de melancolía le envolvía. ¿Podría destruir realmente todo aquello por lo que se había esforzado y quizá también a sus amigos? ¿Podía no intentar salvarlos? Artoo percibió la desesperación de su amo y se deslizó hasta su lado proporcionarle tanto consuelo como podía.



Chewbacca estaba preocupado por la ausencia de Threepio. Se apartó de Han Solo y de los demás y empezó a buscar al androide desaparecido. Le bastaba con seguir sus agudos instintos wookies y deambular por los pasadizos y los desconocidos pasillos blancos de Bespin.

Chewbacca se dejó guiar por sus sentidos y finalmente llegó a una enorme habitación de un pasillo de las afueras de Ciudad de las Nubes. Se acercó a la puerta y oyó el estrépito de objetos metálicos que chocaban entre si. Además del estrépito, percibió el gruñir suave de unos seres con los que jamás se había topado. La estancia que había encontrado era una sala de desguace de Ciudad de las Nubes: el depósito de las máquinas obsoletas de toda la ciudad y de otra chatarra metálica desechada.

Entre las piezas de metal esparcidas por todas partes y los alambres enredados había cuatro criaturas parecidas a cerdos. Sus cabezas estaban cubiertas por una densa melena blanca que les tapaba parcialmente las caras arrugadas y voraces. Las bestias humanoides —que en ese planeta recibían el nombre de ugnaughts— se ocupaban de separar las piezas de metal desechadas y de arrojarlas en un foso que contenía metal fundido.

Chewbacca entró en la sala y vio que uno de los ugnaughts aferraba una pieza de metal dorado que le resultó conocida.

El ser parecido a un cerdo ya había alzado el brazo para arrojar la extremidad metálica en el foso chisporroteante cuando Chewbacca rugió y le ladró desesperado. El ugnaught dejó caer la pata, salió corriendo y se encogió aterrorizado junto a sus compañeros.

El wookie cogió la pata metálica y la estudió con atención. No se había equivocado. Cuando gruñó con furia en dirección a los ugnaughts agazapados, éstos temblaron y gruñeron como una piara de cerdos asustados.

La luz del sol entraba a raudales en el salón circular de los apartamentos asignados a Han Solo y a su grupo. Estaba pintado de color blanco, amueblado con sencillez y contaba con un sofá, una mesa y pocas cosas más. Cada una de las cuatro puertas correderas situadas en la pared circular conducían a un apartamento contiguo.

Han se asomó por la amplia ventana salediza del salón para tener una visión panorámica de Ciudad de las Nubes. El panorama era impresionante, incluso para un jockey galáctico tan hecho a todo como él. Vio los vehículos de las nubes que se abrían paso entre los altos edificios y después bajó la mirada para ver a los habitantes que recorrían la red vial. El aire fresco y limpio le dio en la cara y se sintió como si no tuviera la menor preocupación.

Una puerta se abrió a sus espaldas y al volverse vio que la princesa Leia se había detenido en la entrara da de su apartamento. Estaba deslumbrante. Vestida de rojo y con un manto blanco como las nubes que caía hasta el suelo, Leia estaba más bella que nunca. Su pelo largo y oscuro estaba sujeto con cintas y el peinado enmarcaba delicadamente su rostro oval. Ella le miraba y sonreía ante su expresión de sorpresa.

—¿Qué miras? —preguntó Leia y empezó a ruborizarse.

—¿Quién mira algo?

—Pareces tonto —respondió ella y rió.

—Está bellísima.

Perturbada, Leia apartó la mirada.

—¿Ha aparecido Threepio? —preguntó en un intento por cambiar de tema.

Había cogido a Han con la guardia baja.

—¿Qué...? Ah, sí. Chewie ha ido en su busca. Ha salido hace tanto que puede haberse perdido.

—Palmeó el, sofá provisto de mullidos almohadones y la llamó—: Venga aquí, que quiero comprobar algo.

Leia consideró unos segundos la invitación, después se acercó y se sentó en el sofá junto a Han.

El coreliano se sintió entusiasmado ante la aparente sumisión de la princesa y se acercó para abrazarla. Antes de lograrlo, ella volvió a hablar:

—Espero que Luke se haya reunido con la flota sin problemas.

—¡Luke! —Han empezaba a exasperarse. ¿Qué tendría que hacer para jugar ese juego tan complicado? Era el juego de Leia y ella proponía las reglas... pero él había elegido jugar. Y la princesa era demasiado hermosa para resistirse. Con el propósito de tranquilizarla, Han agregó—: Estoy seguro de que Luke bien. Probablemente está sano y salvo y se pregunta qué estamos haciendo nosotros en este momento.

Han se acercó, la abrazó y la aproximó a su cuerpo. Leia le miró provocativamente y el coreliano se dispuso a besarla...

En ese momento se abrió una de las puertas. Chewbacca entró Pesadamente, acarreando una voluminosa caja de embalaje llena de elementos metálicos perturbadoramente conocidos: los restos y las piezas doradas de See-Threepio. El wookie dejó la caja sobre la mesa. Hizo señas a Han y ladró y gruñó acongojado.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Leia y se acercó para observar el montón de piezas desarmadas.

—Encontró a Threepio en una sala de desguace.

Leia abrió la boca asombrada.

—¡Vaya lío! Chewie, ¿podrá repararlos? Chewbacca estudió la colección de piezas del robot, volvió a mirar a la princesa, se encogió de hombros y aulló. La tarea le parecía imposible.

—¿Por qué no se lo damos a Lando para que lo repare? —propuso Han.

—No, gracias —respondió Leia y su mirada se tornó fría. Algo falla aquí. Tu amigo Lando será todo lo encantador que quieras, pero no me fío de él.

—Pues yo sí —Han defendió al anfitrión—. Querida, escúcheme. No permitiré que acuse a mi amigo de...

Han fue interrumpido por el zumbido de una puerta que se abría y Lando Carlssian entró en la sala.

Sonrió cordialmente y se acercó al grupo.

—Hola, ¿Interrumpo?

—En realidad, no —dijo la princesa, distanciándose.

—Querida —agregó Lando e ignoró la frialdad de la princesa—, su belleza no tiene parangón.

Realmente pertenece a este lugar, en medio de las nubes.

Leia sonrió fríamente.

—Muchas gracias.

—¿Le gustaría compartir conmigo un ligero refrigerio?

Han reconoció interiormente que tenía un poco de hambre. Por algún motivo que no pudo precisar sintió que le inundaba una oleada de suspicacia con respecto a su amigo. No recordaba que Calrissian fuera tan amable, tan servicial. Quizá Leia estaba acertada al desconfiar... El ladrido entusiasta de Chewbaca ante la mención de la comida interrumpió sus pensamientos.

El corpulento wookie se lamía los labio ante la perspectiva de una comida abundante.

—Por supuesto, quedáis todos invitados.

Leia cogió el brazo que Lando le ofrecía y, al acercarse el grupo a la puerta, Calrissian divisó la caja con las piezas doradas del robot.

—¿Tenéis problemas con el androide? —inquirió.

Han y Leia intercambiaron una rápida mirada. Si Han pensaba pedir ayuda a Lando para reparar el androide, ése era el momento de hacerlo.

—Tuvo un accidente —dijo el coreliano con indiferencia—. Una tontería que nosotros mismos podemos solucionar.

Salieron de la sala y abandonaron los sufridos restos del androide protocolario.

El grupo avanzó por los largos pasillos blancos. Leia caminaba entre Han y Lando. Han no estaba convencido de que le agradara la perspectiva de competir con Lando para ganar el afecto de Leia... sobre todo en esas circunstancias. Pero ahora dependía de la buena voluntad de Lando y no le quedaba otra alterativa.

Mientras caminaban, el ayudante personal de Lando se reunió con ellos. Era un hombre alto y calvo, vestido con una chaqueta gris de mangas amarillas muy amplias. El ayudante llevaba un aparato de radio que le cubría la nuca y las dos orejas. Avanzaba junto a Chewbacca, ligeramente detrás de Han, Leia y Lando. Mientras se acercaban al comedor, el administrador les describió la estructura de gobierno del planeta.

—Veréis, somos una estación libre y no estamos sometidos a la jurisdicción del Imperio —explico Lando.

—Entonces, ¿forman parte de la asociación minera? —inquirió Leia.

—A decir verdad, no. Nuestra actividad es tan reducida que no despierta interés. Gran parte de nuestro comercio es... bueno, oficioso.

Salieron al mirador que daba a lo alto de Ciudad de las Nubes cubierta de agujas. Desde allí vieron varios vehículos voladores que se deslizaban graciosamente entre los hermosos edificios rematados en punta. Era una vista espectacular y los visitantes quedaron impresionados.

—Es un hermoso puesto avanzado —alabó Leia.

—Sí, es verdad. Estamos orgullosos de él —replicó Lando—. Descubrirá que la atmósfera es aquí bastante especial... muy estimulante —sonrió significativamente a Leia—. Podría llegaría gustarle.

Han no pasó por alto la mirada seductora de Lando... que no le gustó.

—No pensamos quedamos tanto tiempo —comentó secamente.

Leia levantó una ceja y miró con expresión traviesa a Han Solo, que se había molestado.

—Resulta muy relajante. Lando rió entre dientes y abandonaron el mirador. Se dirigieron al comedor, cuyas imponentes, puertas estaban cerradas v, al detenerse ante ellas, Chewbacca levantó la cabeza y olisqueó con curiosidad. Se volvió y lanzó un ladrido apremiante a Han.

—Chewie, ahora no —le reprendió Han y se volvió hacia Calrissian—: Lando, ¿no temes que, a largo plazo, el imperio descubra esta reducida explotación y la cierre?

—Siempre ha sido ése el peligro —respondió el administrador—. Ha cubierto como una sombra todo lo que construimos aquí. Sin embargo, se han dado ciertas circunstancias que garantizarán nuestra seguridad. Verás, he hecho un trato mediante el cual el Imperio siempre se mantendrá apartado de aquí.

En ese momento las imponentes puertas se abrieron... y Han comprendió en el acto en qué términos debió concebirse ese ”trato”. En el extremo más lejano de la enorme mesa de banquetes se encontraba el cazador a sueldo Boba Fett, Fett estaba junto a una silla que contenía la esencia sombría del mismo mal: Darth Vader. El Oscuro Señor se irguió lentamente en sus dos amenazadores metros de estatura.

Han dirigió a Lando su mirada más dura.

—Lo siento, amigo —dijo Lando en un tono voz lleno de disculpas—. No podía hacer otra cosa.

Llegaron poco antes que tú.

—Yo también lo siento —respondió Han. En ése mismo instante, cogió el arma de la cartuchera, apuntó a su figura de negro y disparó el láser contra ella.

Pero el hombre que quizá había sido el tirador más veloz de la galaxia no fue lo bastante rápido, para sorprender a Vader. Antes de que el rayo llegase a la mitad de la mesa, el Oscuro Señor levantó una mano protegida por un guantelete y lo desvió sin esfuerzo, por lo que chocó contra la pared y provocó una inofensiva lluvia de guijarros blancos.

Asombrado por lo que acababa de ver, Han trató de volver a disparar. Antes de poder hacer otra descarga, algo... algo que todavía no había visto pero increíblemente poderoso, le arrancó el arma de la mano y la lanzó volando hasta el puño de Vader. La figura negra semejante a un cuervo dejó serenamente el arma encima de la mesa.

El Oscuro Señor siseó a través de la máscara, de obsidiana y se dirigió a su presunto atacante:

—Nos sentiríamos honrados si se uniera a nosotros.



Artoo-Detoo sintió que la lluvia caía pesadamente sobre su cúpula metálica mientras avanzaba con dificultad por los charcos fangosos del pantano. Se dirigía al pequeño refugio de Yoda y poco después sus sensores ópticos captaron el brillo dorado que se divisaba a través de las ventanas. Al aproximarse a la acogedora morada, sintió un alivio robótico porque al fin quedaría protegido de esa lluvia molesta y persistente.

Cuando intento cruzar la entrada, descubrió que su cuerpo inflexible de androide no pasaba; probó a hacerlo desde un ángulo y después desde otro. Por fin, la percepción de que no tenía la forma adecuada para entrar llegó, hasta su cerebro de computadora.

Apenas podía creer en, lo que detectaban sus sensores, Atisbó en el interior de la casa, registró la presencia de una atareada figura que se movía en la cocina, revolvía el interior de unas ollas humeantes, picaba esto y aquello y corría de un lado a otro. Pero la figura que estaba en la minúscula cocina de Yoda y realizaba las tareas culinarias no era el maestro jedi... sino su aprendiz.

—A juzgar por el registro de Artoo.

Yoda estaba sentado en la habitación contigua, observaba a su joven discípulo y sonreía serenamente. En medio de la actividad culinaria, Luke se detuvo súbitamente, como si una visión dolorosa hubiese aparecido ante sus ojos.

Yoda reparó en la mirada preocupada de Luke.

Mientras observaba a su discípulo, tres globos buscadores brillantes aparecieron a sus espaldas y se deslizaron por el aire sin hacer ruido a fin de atacar por detrás al joven jedi. Luke se volvió instantáneamente para hacerles frente con la tapa de una cacerola en una mano y una cuchara en la otra.

Los globos buscadores enviaron un veloz rayo tras otro a Luke. El joven comandante los esquivó con sorprendente habilidad. Envió uno de los globos hacia la puerta abierta, desde donde Artoo observaba los movimientos de su amo. El fiel androide vio el globo brillante demasiado tarde y no pudo eludir el rayo que le disparó. El impacto arrojó al suelo al robot que chillaba Y le dio un golpe seco que estuvo a punto de desprender sus entrañas electrónicas.

Más tarde, después de superar con éxito varias pruebas preparadas por el maestro, un cansado Luke Skywalker se durmió en el suelo, a la puerta de la casa de Yoda. Durmió a intervalos, se agitó y gimió suavemente. El preocupado androide permaneció a su lado, estiró un brazo extensible y cubrió a Luke con la manta que se había caído. Cuando Artoo se alejó deslizándose, Luke se quejo y tembló como si fuera presa de una horrible pesadilla.

Yoda oyó los gemidos desde el interior de la casa y corrió hasta la puerta.

Luke despertó sobresaltado. Atontado, miró a su alrededor y vio que el maestro le observaba preocupado desde la puerta de la casa.

—No puedo apartar de mi mente una visión —explicó Luke a Yoda—. Mis amigos... tienen problemas... y siento que...

—Luke, no debes ir —advirtió Yoda.

—Si no lo hago, Han y Leia morirán.

—Eso no se sabe —era la voz susurrante de Ben, que empezaba a materializarse ante ellos. La figura vestida con una túnica oscura, permanecía de pie. La imagen reluciente siguió hablando con Luke—: Ni siquiera Yoda puede ver el destino que les espera.

Luke estaba muy preocupado por sus amigos y decidido a hacer algo.

—¡Puedo ayudarles! —insistió.

—Todavía no estás preparado —agregó Ben suavemente—. Aun tienes mucho que aprender.

—Siento la Fuerza —afirmó Luke.

—Pero no puedes controlarla. Luke, esta etapa es peligrosa para ti. En este momento eres sumamente sensible a las tentaciones del lado oscuro.

—Claro que sí —aseguró Yoda—. Jovencito, escucha a Obi-Wan. El árbol, recuerda tu fracaso en el árbol. ¿De acuerdo?.

Luke recordó con dolor, aunque opinaba que esa experiencia le había dado mucha fortaleza y comprensión.

—He aprendido mucho desde entonces. Y volveré para terminar mí aprendizaje. Te lo prometo maestro.

—Subestimas al emperador —le dijo Ben seriamente—. Es a ti a quien quiere. Por ese motivo sufren tus amigos.

—Y por ese motivo debo ir —insistió Luke.

Kenobi no cedió.

—No me perderá.

—Sólo un caballero jedi completamente preparado y que tenga a la Fuerza como aliada derrotará a Vader y al emperador —puntualizo Ben—. Si no concluyeras tu aprendizaje ahora... si eliges el camino rápido y fácil, como hizo Vader, te convertirás en un agente del mal y la galaxia se hundirá aún más en un abismo de odio y desesperación.

—Hay que detenerles —intervino Yoda—. ¿Me oyes? Todo depende de esto.

—Luke, eres el único jedi. Y nuestra única esperanza. Ten paciencia.

—¿Queréis que sacrifique a Han y a Leia? —preguntó, el joven incrédulamente.

—Si respetas aquello por lo que luchan —empezó a decir Yoda e hizo una pausa—, ¡si! Una terrible angustia se apoderó de Luke. No estaba seguro de: poder conciliar el consejo de sus dos grandes mentores con sus sentimientos. Sus amigos corrían un grave peligro y obviamente, debía salvarlos. Pero sus maestros opinaban que no estaba preparado, que quizá fuera demasiado vulnerable ante el poderoso Vader y el emperador, que podía hacer daño a sus amigos y a sí mismo... y quizá perderse para siempre en el camino del mal.

Sin embargo, ¿cómo podía temer a esas cosas abstractas cuando Han y Leia eran de carne y hueso y sufrían. ¿Cómo podía permitirse temer un posible peligro cuando en ese momento, sus, amigos corrían un verdadero peligro de muerte? Interiormente ya no le quedaban dudas respecto a lo que debía hacer.



Anochecía al día siguiente en el planeta pantanoso cuando Artoo-Detoo se acomodo en su hueco detrás de la carlinga del caza con ala en X de Luke.

Yoda estaba encima de una de las cajas de almacenamiento y veía cómo Luke cargaba una caja tras otra en la parte inferior del caza, iluminado por las luces de las alas.

—Luke, no puedo protegerte —sonó la voz de Ben Kenobi a medida que su figura cubierta por una túnica adquiría forma sólida—. Si decides hacer frente a Vader, lo harás solo. En cuanto hayas tomado esa decisión, no podré intervenir.

—Lo comprendo —respondió Luke serenamente. Se volvió hacia el androide y agregó—: Artoo, conecta los conversores de energía.

Artoo que ya había aflojado las conexiones de energía de la nave, silbó entusiasmado y se alegró de abandonar ese deprimente mundo pantanoso, que sin lugar a dudas no era adecuado para un androide.

—Luke, utiliza la Fuerza únicamente como conocimiento y como defensa, no como arma —le aconsejó Ben—. No cedas al odio ni a la ira. Esas emociones conducen al lado oscuro.

Luke asintió su cabeza, pero sólo, escuchaba a medias. Estaba concentrado en el largo viaje y en las difíciles tareas que le esperaban. Debía salvar a sus amigos, cuyas vidas corrían peligro a causa de él. Trepó hasta la carlinga y miró a su menudo maestro jedi.

Yoda estaba muy preocupado por su aprendiz.

—Vader es poderoso —le advirtió ominosamente—. Tu destino es incierto, recuerda lo que has aprendido. ¡Tenlo todo en cuenta, todo! Eso puede salvarte.

—Maestro Yoda, lo haré —le aseguro Luke—. Lo haré y regresaré para terminar lo que he iniciado. ¡Te doy mi palabra! Artoo cerró la carlinga y Luke encendió los motores.

Yoda y Obi-Wan Kenobi observaron el calentamiento de los motores del caza con ala en X y lo vieron prepararse para el despegue.

—Te lo dije —murmuró Yoda pesarosamente mientras la elegante nave se elevaba hacia los cielos brumosos—. Luke es temerario.

Todo ira peor ahora.

—Ese chico es nuestra última esperanza —afirmó Ben Kenobi con la voz embargada por la emoción.

—No —le corrigió su ex maestro con una expresión de complicidad en sus grandes ojos—, hay otra.

Yoda alzó la cabeza hacia el oscuro firmamento donde la nave de Luke ya se había convertido en un punto luminoso apenas discernible entre las estrellas titilantes.



¡Chewbacca pensó que enloquecería! La celda de la cárcel estaba inundada por una luz caliente y cegadora que quemaba sus sensibles ojos de wookie. Ni siquiera las enormes manos y los brazos peludos, con los que se cubría la cara, le protegían totalmente del resplandor. Por eso fuera poco, en el cubículo resonaba un silbido agudo que torturaba su agudo sentido del oído. Rugió de dolor, pero sus guturales quedaron ahogados por el ruido penetrante y chirriante.

El wookie caminaba de una, lado a otro dentro de los límites de la celda. Gimió penosamente y desesperado, golpeó las gruesas paredes con la esperanza de que alguien, quienquiera que fuese fuera a liberarlo. Mientras aporreaba las paredes, el silbido que había estado a punto de reventarle los tímpanos cesó bruscamente y el diluvio de luz parpadeó y se apagó.

Chewbacca retrocedió un paso a causa de la brusca interrupción de la tortura y después se acercó a una de las paredes para tratar de averiguar si alguien se acercaba con el propósito de dejarlo en libertad. Pero las gruesas paredes no le permitieron averiguar nada y, desesperado, Chewbacca dio un puñetazo impresionante contra la pared.

Pero la pared siguió intacta y tan impenetrable como antes, por lo que Chewbacca comprendió que se necesitaría algo más que la fuerza descomunal de un wookie para derribarla. Perdió las esperanzas de liberarse y fue pesadamente hacia la cama, donde habían colocado la caja con las piezas de Threepio.

Ociosamente al principio y después con interés, el wookie registro el interior de la caja. Pensó que tal vez podría reparar el androide desarticulado. Así, no sólo pasaría el tiempo sino que quizá consiguiera tener de nuevo a Threepio en condiciones operativas.

Cogió la cabeza dorada y miró sus ojos inertes. La sostuvo y ladró como si prepara al robot para la alegría de entrar en actividad... o para la decepción, de su posible incapacidad de reconstruirlo correctamente.

A continuación, con suma delicadeza para un ser de su tamaño y fuerza, el gigantesco wookie acomodó la cabeza que miraba fijamente encima del torso broncíneo. Experimentó con la maraña de cables y circuitos de Threepio. Como su habilidad mecánica sólo había sido probada en las reparaciones del Millennium Falcon, no estaba seguro de poder llevar a cabo tan delicada tarea.

Chewbacca se movió de un lado a otro y manoseó los cables, desconcertado ante el complejo mecanismo, cuando súbitamente los ojos de Threepio se iluminaron, Del interior del robot surgió un quejido. Se parecía ligeramente a la voz normal de Threepio, pero era tan débil: y lento que las palabras resultaron ininteligibles.

—Trrrrrrrrrroooooopppaaasss: immmmmperrrrrriaalessss deeee asssall...

Asombrado, Chewbacca se rascó la peluda cabeza y estudió con atención al robot desarmado Se le ocurrió la idea de conectar un cable en otra entrada e hizo la prueba. Instantáneamente Threepio habló con su voz normal, Lo que dijo parecían palabras extraídas de una pesadilla:

—¡Chewbacca! —gritó la cabeza de See-Threepio—. Cuidado, hay tropas imperiales de asalto ocultas en... —hizo una pausa como si reviviera la traumática experiencia, y gritó—: ¡Oh, no! ¡Me han alcanzado!



Chewbacca meneó la cabeza comprensivamente. En ese momento, lo único que podía hacer era tratar de ensamblar el resto de See-Threepio.

Probablemente: era la primera vez que Han Solo gritaba. Jamás había soportado un tormento tan atroz. Estaba atado con correas a una plataforma que describía un ángulo alrededor de cuarta y cinco grados con respecto al suelo. Mientras permanecía en esas condiciones, las corrientes eléctricas de una potencia abrasadora recorrían su cuerpo a breves intervalos y cada sacudida era más dolorosamente enérgica que la anterior. Se revolvió para liberarse, pero sus padecimientos eran tan terribles que fue lo único que pudo hacer para no perder el conocimiento.

Darth Vader observaba en silencio la ordalía de Han Solo, de pie junto al potro de tortura. Sin parecer contento ni satisfecho, el Oscuro Señor miró hasta que le pareció suficiente, dio la espalda a la figura que se retorcía abandonó la celda. La puerta se cerró tras él y ahogó los gritos desesperados de Han Solo.

En compañía de Lando Calrisslan y su ayudante, Boba Fett esperaba a Lord Vader al otro lado de la cámara de tortura.

Vader se dirigió a Fett con evidente desprecio.

—Cazador a sueldo —le dijo al hombre del casco de plata y las marcas negras—, si desea su recompensa tendrá que esperar hasta que atrape a Skywalker.

Boba Fett, que era un tipo seguro de sí mismo, no pareció perturbarse ante esas palabras.

—Lord Vader, no tengo prisa. Lo que me preocupa es que el capitán Solo no sufra ningún daño. La recompensa de Jabba el Hucha se multiplicará por dos si lo entrego vivo.

—Cazador a sueldo, su sufrimiento es mucho pero no morirá.

—¿Y Leia y el wookie? —preguntó Lando algo preocupado.

—Están bastante bien —respondió Vader. Con absoluta decisión, agregó—: Pero nunca deben abandonar esta ciudad.

—En ningún momento fue ésa una de las cláusulas de nuestro acuerdo —protestó Carlissian—, como tampoco lo fue entregar a Han al cazador de sueldo.

—Quizás opina usted que esta recibiendo un trato injusto —comento Vader sarcásticamente.

—No dijo Lando y miro a su ayudante.

—De acuerdo. —Vader añadió con una velada amenaza—: Sería sumamente desafortunado que tuviera que establecer aquí una guarnición permanente.

Lando Calrissian inclinó respetuosamente la cabeza y esperó a que Darth Vader se volviese y entrase con el cazador a sueldo en un ascensor que le esperaba. Después el administrador de la Ciudad de las Nubes, llevando consigo a su ayudante, descendió con rapidez por el pasillo de paredes blancas.

—Este trato resulta cada vez menos, ventajoso —se quejo Lando.

—Podría haber tratado de negociar con él —sugirió el ayudante.

Lando miró suavemente al ayudante. empezaba a comprender que el acuerdo con Darth Vader no le reportaba ningún beneficio. Además causaba daño a unas personas que tal vez hubiese podido considerar amigas. Por último en voz bastante baja para que no le oyera ninguno de los espías de Vader, dijo:

—Esto me huele mal.



Por fin See-Threepio sentía que recuperaba parte de su viejo yo.

El Wookie había vuelto a conectar los numerosos cables y circuitos internos del androide y ahora trataba de descubrir cómo encajar los miembros. De momento, había unido la cabeza al torso y conectado con éxito un brazo. El resto de las piezas de Threepio seguía sobre la mesa y de las coyunturas separadas salían cables y circuitos.

Mientras el wookie se esforzaba por completar la tarea, el androide dorado empezó a quejarse a vos en cuello.

—Cielos hay algo que no está bien porque ahora no veo.

El paciente wookie ladró y ajustó un cable del cuello de Threepio. Por fin el robot volvió a ver y lanzó un suave suspiro mecánico de alivio.

—Bueno así está mucho mejor.

Pero no estaba mucho mejor. Cuando dirigió su mirada sensora recién activada hacia donde debía estar el techo, ¿que vio Threepio? ¡Su espalda!

—Espera... ¡oh cielos! ¿Que has hecho? ¡Estoy del revés! —farfulló Threepio—. ¡Eres una bola de pelo comida por pulgas! Sólo un grandullón como tú podía ser tan estúpido para colocarme de cabeza.

El wookie gruño amenazador. Había olvidado que el androide era una quejica. ¡Y la celda era demasiado pequeña para seguir oyendo protestas! Antes de que Threepio supiera lo que ocurría, el wookie se acerco a él y tiró de un cable. Las quejas cesaron en el acto y la habitación volvió a quedar en silencio.

Un olor conocido se acercaba a la celda.

El wookie olisqueó el aire y corrió hacia la puerta.

La puerta de la celda se abrió con un zumbido y dos soldados de asalto imperiales entraron a empellones a un agotado Han Solo. Los soldados se retiraron; Chewbacca se acercó de prisa a su amigo y le abrazó aliviado. Han estaba pálido y tenía manchas oscuras bajo los ojos. Parecía al borde del colapso y Chewbacca ladró preocupado a su compañero de tantos años.

—No, estoy bien —respondió Han, fatigado—. Estoy bien.

La puerta se abrió otra vez y los soldados arrojaron a la princesa Leia al interior de la celda. Aún llevaba el elegante manto pero al igual que Han, estaba cansada y desaliñada.

Cuando los soldados de asalto imperiales salieron y la puerta se cerró, Chewbacca ayudó a Leia a acercarse a Han. Los dos se miraron emocionados, se estiraron y se abrazaron con vehemencia.

Después se besaron tiernamente Mientras Han abrazaba. Leia pregunto débilmente:

—¿Por que hacen esto? No comprendo lo que se traen entre manos Han estaba tan desconcertado la princesa.

—Me hicieron aullar en la parrilla exploradora, pero no me preguntaron nada.

La puerta volvió a abrirse para dar paso a Lando y dos guardias de Ciudad de las Nubes.

—¡Lando fuera de aquí! —exclamo Han. Si hubiera tenido más fuerza habría saltado para castigar al amigo que le había traicionado.

—Cállate y escucha —pidió Lando—. Hago lo que puedo para que esto sea más soportable para ti.

—Eso podría estar bien —comentó Han, cáustico.

—Vader ha aceptado entregarme a Leia y a Chewie —explico Lando—. Tendrán que quedarse aquí pero estarán a salvo, Leia se sobresalto.

¿Y Han? Lando: miró solemnemente a su amigo.

—No sabía que hubieran puesto precio a tu cabeza. Vader te ha entregado al cazador de sueldo.

La princesa miró rápidamente a Han con expresión preocupada.

—Si piensas que Vader no querrá vernos muertos antes qué esto acabe, es que no entiendes nada de nada —le dijo Han a Calrissan.

—No os quiere a vosotros —agregó Lando—. Va detrás de alguien que se llama Skywalker.

Los dos presos contuvieron la respiración al oír la mención casual de ese apellido Han estaba confundido.

—¿A Luke? No comprendo.

La mente de la princesa funcionaba a toda velocidad. Todos los datos coincidían hasta formar un terrible mosaico. En otros tiempos, a Vader le había interesado a Leia debido a su importancia política en la guerra entre el Imperio y la Alianza Rebelde. Ahora ella carecía prácticamente de importancia y sólo era útil para una determinada función.

—Lord Vader le ha tendido una trampa —agregó Lando— y...

—Y nosotros somos el anzuelo —Leia concluyo la frase.

—¿Hace todo esto para coger al chico? —preguntó Han— ¿Por qué lo considera tan importante?

—No lo sé, pero viene hacia aquí.

—¿Luke vendrá aquí?

Lando Calrissian asintió, con la cabeza.

—Buena la has hecho —gruñó Han y agregó agresivamente—. ¡Vaya amigo! Al pronunciar esa última palabra acusadora, Han Solo recuperó las fuerzas. Las concentró en un puñetazo Que hizo trastabillar a Lando. En un segundo los ex amigos se trabaron en una furiosa lucha cuerpo a cuerpo. Los dos guardias de Lando se acercaron a los rivales y golpearon a Han con las culatas de sus rifles láser. Un enérgico golpe alcanzo a Han en el mentón le hizo volar por la celda, mientras le manaba sangre de la mandíbula.

Chewbacca gruñó salvajemente y se encamino hacia los guardias. Cuando éstos alzaron sus rifles láser, Lando gritó:

—No disparéis —lastimado y sin aliento, el administrador se volvió hacia Han—. He hecho lo que podía, por ti. Lamento que no sea lo mejor pero yo también tengo problemas —al volverse para abandonar la celda, exclamó—: Me he arriesgado más de lo que debía.

—Sí, eres un héroe —respondió Han Solo y recuperó la compostura.

Una vez Lando se retiró con los guardias, Leia y Chewbacca ayudaron a Han a ponerse de pie y le condujeron hasta una de las literas. El coreliano acomodó en ella su cuerpo cansado y castigado y Leia cogió una punta de tela de su manto, se lo paso suavemente por el mentón y secó la sangre que aún brotaba.

—Sin duda, sabes tratar a la gente —se burló.

La cabeza de Artoo-Detoo giró encima de su cuerpo semejante a un barril mientras sus dispositivos exploradores captaban el vacío tachonado de estrellas del sistema de Bespin.

El ligero caza con alas en X acababa de entrar en el sistema y se precipitaba por el espacio negro como un enorme pájaro blanco.

La unidad R2 tenía muchos datos que transmitir al piloto. Sus pensamientos electrónicos salían a trompicones y aparecían traducidos en la pantalla de la carlinga.

Luke, que mantenía una seria expresión respondió rápidamente a la primera de las preguntas urgentes de Artoo:

—Sí, estoy seguro de que Threepio está con ellos.

El pequeño robot silbó una exclamación de entusiasmo.

—Espera, pronto llegaremos —aconsejó Luke pacientemente.

La cabeza de Artoo percibió los majestuosos enjambres estelares y sintió que sus entrañas estaban tibias y satisfechas a medida que el caza se deslizaba como una flecha celestial hacia el planeta que tenía una ciudad en las nubes.



Lando Calrissian y Darth Vader permanecían junto a la plataforma hidráulica que iluminaba la inmensa cámara congeladora de carbono. El Oscuro Señor estaba quieto mientras los ayudantes preparaban apresuradamente la estancia.

La plataforma hidráulica se alojaba, en un foso profundo situado en el centro de la cámara y estaba rodeada de innumerables tubos de vapor y enormes tanques de diversas formas que contenían sustancias químicas.

Cuatro soldados imperiales de asalto protegidos con armadura montaban guardia con los rifles láser en la mano Después de observar la cámara, Darth Vader comentó para Calrissian:

—Es una instalación tosca, pero satisfará nuestras necesidades.

Uno de los oficiales del Señor del Sith se acercó a la carrera e informó:

—Lord Vader, se acerca una nave... un caza con ala en X.

—Perfecto —comento Vader fríamente—. Controlen el avance de Skywalker y déjenlo aterrizar.

—Pronto tendremos la cámara preparada para el.

—Sólo utilizamos está instalación para congelar carbono —dijo nerviosamente el administrador de la Ciudad de las nubes—. Sí lo mete ahí, puede morir.

Vader ya había considerado esa posibilidad. Sabía cuál era el modo de averiguar la potencia de esa unidad congeladora.

—No deseo que la presa del emperador sufra daño alguno. Primero lo probaremos —llamó a uno de los soldados de asalto y ordenó—: traiga a Solo.

Lando dirigió una rápida mirada a Vader. No estaba preparado para la maldad pura que se manifestaba en ese ser aterrador.

El caza con ala en X descendió velozmente y atravesó la densa capa de nubes que rodeaba el planeta.

Cada vez más inquieto, Luke observó las pantallas monitoras. Quizás Artoo tenía más información de la que él recibía a través de su panel. Preguntó al robot:

—¿No has captado ninguna nave patrulla?

La respuesta de Artoo fue negativa.

Totalmente convencido de que hasta ese momento no habían reparado en su llegada, Luke, siguió avanzando hacia la ciudad cuya visión le había perturbado.

Seis voraces ugnaughts preparaban frenéticamente la cámara: congeladora de carbono mientras Lando Calrissian y Darth Vader, convertido ahora en el verdadero amo de Ciudad de las Nubes observaban la precipitada actividad Los ugnaughts se deslizaron alrededor de la plataforma congeladora de carbono y bajaron hasta el foso una red de tubos que parecían el sistema circulatorio de un extraño gigante. Elevaron las mangueras de carbonita y las martillaron en su sitio. A continuación los humanoides alzaron el pesado contenedor en forma de féretro y lo colocaron firmemente sobre la plataforma.

Boba Fett entró a la carrera, seguido de un pelotón de seis soldados imperiales. Éstos empujaron a Han, a Leia y al wookie y les obligaron a entrar deprisa a la cámara. Atado con correas a la ancha espalda del wookie iba See-Threepio a medio montar y las piernas; aún no conectados iban toscamente apretadas contra su torso dorado. La cabeza del androide, que miraba en dirección contraria a la de Chewbacca, giró frenéticamente para tratar de averiguar a dónde iban y lo que les esperaba.

Vader se volvió hacia el cazador a sueldo:

—Colócalo en la cámara congeladora de carbono.

—¿Y si no sobrevive? —preguntó el calculador Boba Fett—. Vale mucho para mí.

—El Imperio compensará la pérdida —respondió Vader secamente.

—¡No! —protestó Leia acongojada. Chewbacca echó hacia atrás su peluda cabeza y lanzo un estentóreo aullido wookie. Después arremetió contra la fila de soldados que rodeaba a Han.

See-Threepio gritó asustado y alzó el único brazo que funcionaba para protegerse la cara.

—¡Espera! —gritó el robot—. ¿Qué haces? El wookie luchó y forcejeó con los soldados, sin inmutarse ante su número ni ante los gritos, asustados de Threepio.

—¡Oh, no...! ¡No me peguen! —suplicó Threepio e intentó proteger con el brazo sus piezas sueltas—. ¡No! ¡No es lo que quiere! ¡Tonto, peludo, serénate!

Mas tropas de asalto entraron a cámara y se unieron a la refriega. Algunos soldados golpearon al wookie con las culatas de los rifles y el la lucha chocaron con Threepio.

—¡Caray! —chilló el androide—. ¡Yo no hecho nada!

Las tropas de asalto empezaban a dominar a Chewbacca y estaban a punto de destrozarle la cara con las armas cuando Han gritó en medio de la barahúnda:

—¡Chewie, no! ¡Basta, Chewbacca!

Únicamente Han Solo podía apartar de la pelea al enfurecido wookie. Han hizo un esfuerzo por liberarse de los guardias, logró apartarse de ellos y corrió para interrumpir la refriega Vader hizo una señal a sus guardias para que dejaran actuar a Han y ordeno a los soldados que cesaran en la lucha Han aferró los, poderosos antebrazos de amigo con intención de. serenarlo y le miró con severidad.

El agitado, Threepio aún se Quejaba y protestaba.

—Claro que sí... basta, basta, —lanzó un suspiro robótico de alivio y exclamó—: ¡Gracias al cielo!.

Han y Chewbacca quedaron cara a cara y el primero miró seriamente los ojos de su amigó. Se abrazaron con firmeza y después Han le dijo al wookie:

—Compañero, reserva tus fuerzas para ocasión en que haya más posibilidades —logró guiñar tranquilizadoramente un ojo, pero el wookie estaba acongojado y lanzó un triste gemido—. Sí ya lo sé —agregó Han e hizo todo lo posible por sonreír—. Comparto tu opinión. Cuídate. —Se dirigió a uno de los guardias—: Será mejor que lo encadenen hasta que esto acabe.

El calmado Chewbacca no rechazó a los soldados de asalto que le rodearon las muñecas con correas de sujeción. Han dio a su compañero un último abrazo de despedida y después se acercó a la princesa. La rodeó con sus brazos y se estrecharon como si no fueran a separarse nunca.

Después Leia le dio un beso prolongado y cargado de pasión. Cuando sus labios se separaron, la princesa tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Te quiero —dijo suavemente—. No podía decírtelo antes, pero es la verdad.

Han esbozó su conocida sonrisa presuntuosa.

—Recuerda lo que acabas de decir porque volveré —adoptó una expresión de ternura y la besó cariñosamente en la frente.

Las lagrimas se deslizaron por las mejillas de Leia mientras Han se alejaba y caminaba sereno y orgulloso hacia la plataforma hidráulica que le esperaba.

Los ugnaughts corrieron a su lado, lo acomodaron en la plataforma y le ataron con firmeza los brazos y las piernas a la cubierta hidráulica. Han, solo y desvalido, miró por última vez a sus compañeros. Chewbacca miró tristísimo a su amigo y Threepio asomó la cabeza por encima del hombro del wookie para echar un último vistazo al valiente. El administrador fue testigo de lo que ocurría con una solemne expresión de pesar profundamente dibujada en el rostro. Las facciones de Leia estaban contorsionadas por el dolor mientras permanecía en actitud regia e intentaba mostrarse fuerte.

El rostro de Leia: fue el último qué vio Han cuando sintió que la plataforma hidráulica caía súbitamente. Mientras ésta, descendía el wookie lanzó un último y tétrico adiós En ese terrible instante: la sufriente Leia se volvió y Lando hizo una mueca de dolor.

Instantáneamente, un liquido ígneo se derramó dentro del foso y provocó una gran cascada fluida y chispeante.

Chewbacca apartó la vista del horroroso espectáculo y al girar, Threepio pudo observar mejor el procedimiento.

—Lo han cubierto con carbonita —informó el androide—. Es una aleación de gran calidad, mucho mejor que la mí. Quedará perfectamente protegido... si es que sobrevive al proceso de congelación.

Chewbacca dirigió una rápida mirada a Threepio por encima del hombro y con un rudo ladrido puso fin a la descripción técnica del robot.

Cuando el líquido se solidificó, unas enormes tenazas metálicas retiraron del foso la humeante figura. Ésta se enfriaba rápidamente y tenía forma humana identificable, pero carecía de rasgos y era rocosa como una escultura inconclusa.

Algunos hombres-cerdos que se protegían las manos con gruesos guantes negros, se acercaron al cuerpo rodeado de metal de Han Solo y dieron vuelta al bloque. Después de que la figura se estrellara contra la plataforma con un estentóreo fragor metálico, los ugnaughts la izaron hasta el contenedor en forma de féretro. A continuación colocaron a un lado un aparato electrónico en forma de caja y retrocedieron.

Lando, se arrodilló, dio vuelta a algunos diales del aparato y controló la válvula que medía la temperatura del cuerpo de Han, Suspiro aliviado y asintió con la cabeza.

—Está vivo —comunicó a los preocupados amigos del coreliano— y en perfecto estado de hibernación.

Darth Vader se dirigió a Boba Fett.

—Cazador a sueldo, es todo suyo —siseó—. Vuelvan a preparar la cámara para Skywalker.

—Acaba de aterrizar —le comunicó un ayudante.

—Ocúpese de que encuentre el camino hasta aquí.

Lando señaló a Leia y a Chewbacca y dijo a Vader:

—Ahora cogeré lo que me pertenece —estaba decidido a liberarlos de las garras del Oscuro Señor antes de que éste modificara los términos del acuerdo.

—Cójalos —dijo Vader—, pero mantendré aquí un destacamento para que los vigile.

—Eso no forma parte del acuerdo —protesto Lando con calor—. Me dijo que el Imperio no intervendría en...

—Pues yo altero los términos. Ruegue para que siga modificándolos.

Una súbita tensión se apoderó del cuello de Lando, señal amenazante de lo que le ocurriría si creaba dificultades a Vader. Lando se llevó automáticamente la mano al cuello. pero la tensión desapareció y él se volvió para mirar a Leia y Chewbacca. Quizás su expresión denotaba desesperación, pero ni la princesa —ni él wookie sé dignaron mirarle.

Luke y Artoo avanzaban cautelosamente por un corredor desierto.

A Luke le preocupaba que hasta ese momento nadie les hubiese detenido para interrogarlos. No habían pedido su permiso de aterrizaje ni documentos de identidad, ni preguntado por el propósito de la visita. Al parecer, a ningún habitante de Ciudad de las Nubes le interesaba saber quiénes eran ese joven y su pequeño androide... ni qué hacían allí. Todo parecía de mal agüero y Luke se sentía inquieto.

Súbitamente oyó un sonido en el extremo del corredor. Se detuvo y se apretó contra la pared.

Contento al pensar que quizás estaban de nuevo entre androides y humanos conocidos, Artoo silbó y lanzó bips de entusiasmado. Luke le pidió con la mirada que callara y el pequeño emitió un último y débil chillido. Luke espió en una curva y vio que un grupo se acercaba desde un pasillo lateral.

A la cabeza del grupo iba una figura imponente con armadura y casco destartalados. Tras él guardias armados de Ciudad de las Nubes transportaban un cajón transparente pasillo abajo. Desde donde estaba, a Luke le pareció que el cajón contenía una figura humana flotante y semejante a una estatua. Detrás del cajón iban dos soldados de asalto imperiales, que le descubrieron.

Los soldados apuntaron en el acto y abrieron fuego.

Luke esquivó sus rayos láser y, antes de que pudieran hacer otra descarga, disparó su barrena y abrió dos agujeros chisporroteantes en las delgadas pecheras de los soldados.

Mientras los soldados caían, los dos guardias se llevaron rápidamente la caja con la figura por otro pasillo y el hombre cubierto con armadura apuntó a Luke, con su barrena láser y lanzó una descarga mortal. El rayo pasó junto al joven, arrancó un voluminoso fragmento de la pared que estaba a su lado y lo convirtió en una lluvia de partículas polvorientas. Cuando las partículas se asentaron, Luke volvió a asomarse y descubrió que el atacante anónimo, los guardias y el cajón habían desaparecido al otro lado de una gruesa puerta metálica. Al oír ruidos a su espalda, Luke se volvió y vio que Leia, Chewbacca, See-Threepio y un desconocido con manto bajaban por otro pasillo, custodiados por un reducido grupo de soldados imperiales.

El joven hizo un movimiento para llamar la atención de la princesa y gritó:

—¡Leia! ¡No, Luke! —exclamó ella con la voz llena de miedo—. ¡Es una trampa!

Luke dejó atrás a Artoo y los siguió a la carrera.

Al llegar a una pequeña antesala, Leia y los demás, habían desaparecido. Oyó que Artoo silbaba frenético mientras se deslizaba rápidamente hacia la antesala. El joven se volvió de prisa y vio que una gigantesca puerta de metal bajaba estrepitosamente delante del sorprendido robot.

Al cerrarse esa puerta, Luke quedó separado del corredor principal. Buscó otra salida y vio que otras puertas metálicas se cerraban estrepitosamente en los vanos de la cámara.

Mientras tanto, Artoo seguía atontado por la sorpresa del peligro. Si hubiese rodado un poco más hacia la antesala, la puerta lo habría convertido en chatarra metálica.; Apoyó su nariz de metal contra la puerta, emitió un silbido de alivio y alejo en dirección contraria, La antesala estaba repleta de tubos siseantes y del suelo salía vapor. Luke exploró la estancia y reparó en una abertura situada encima de su cabeza, abertura que conducía a un lugar que ni siquiera podía imaginar. Avanzó para ver mejor y al hacerlo, la sección del suelo sobre la que estaba ascendió lentamente. Luke continuó en la plataforma elevadora, decidido a hacer frente al enemigo por cuya había viajado desde tan lejos.

Con el arma apretada en la mano, Luke subió hasta la cámara congeladora de carbono. Con excepción del siseo del vapor que salía de algunos de los tubos, la estancia estaba mortalmente silenciosa. Tuvo la impresión de que era el único ser viviente en esa cámara llena de máquinas extrañas y contenedores químicos, pero sintió que no estaba solo.

—Vader... —pronunció el nombre casi para sus adentros mientras miraba a su alrededor—. Lord Vader, siento su presencia. Déjese ver —provocó al enemigo oculto—. ¿O es que me teme?

Mientras Luke hablaba, las fugas de vapor formaron grandes nubes ondulantes. Imperturbable ante el calor abrasador, Vader apareció, caminó entre el vaho siseante y subió a la estrecha pasarela situada encima de la cámara, arrastrando la capa negra. Luke dio un cauteloso paso hacia la figura demoníaca vestida de negro y guardó su barrena.

Experimentó una oleada de confianza y se sintió plenamente preparado para hacer frente al Oscuro Señor, como lo haría un jedi ante otro jedi. No necesitaba el arma. Sintió que la Fuerza le acompañaba y que, por fin, estaba preparado para librar esa batalla inevitable. Subió lentamente la escalera hacia Vader.

—Joven Skywalker, la Fuerza te acompaña, pero aún no eres un jedi —dijo Darth Vader desde lo alto.

Sus, palabras tuvieron un efecto espeluznante. Luke vaciló fugazmente y recordó las palabras de otro ex caballero jedi: “Luke, utiliza la Fuerza únicamente como conocimiento y como defensa no como arma. No cedas al odio y a la ira. Esas emociones conducen al lado oscuro”. Luke superó sus dudas, cogió la empuñadura perfectamente acabada de su sable de luz y encendió la hoja láser.

En ese mismo instante, Vader encendió su propia espada y, esperó serenamente al ataque del joven Skywalker.

El profundo odio que sentía hacia Vader impulsó a Luke a atacar irreflexivamente, por lo que dejó caer su hoja chisporroteante sobre la del Oscuro Señor. Con un movimiento defensivo del arma, Vader desvió el golpe sin dificultad, Luke volvió a atacar, una vez más, sus hojas de energía se cruzaron.

Después ambos permanecieron quietos y se miraron atentamente durante un interminable momento a través de los sables de luz entrecruzados.



Seis soldados imperiales de asalto custodiaban a Lando, Leia y Chewbacca, que marchaban a través del corredor interior de Ciudad de las Nubes.

Al llegar a un cruce salieron a bloquearles el camino doce guardias de Lando y su ayudante.

—Código fuerza siete —ordenó Lando a su ayudante, deteniéndose delante de él. En ese momento los doce guardias apuntaron sus armas láser a los desconcertados soldados y el ayudante de Lando les quitó tranquilamente sus armas. Entregó una de las pistolas, a Leia y la otra a Lando y permaneció a la espera de la siguiente orden.

—Retenlos en la torre de seguridad —indicó el administrador de Ciudad de las Nubes—. ¡Sin hacer ruido! Nadie debe saberlo.

Los guardias y el ayudante de Lando —que ahora llevaban las armas extras— obligaron a los soldados de asalto a avanzar hacia la torre.

Leia había observado confusa el rápido giro de los acontecimientos, pero su confusión se convirtió en asombro cuando Lando, el hombre que había traicionado a Han Solo, empezó a liberar a Chewbacca de sus ligaduras.

—Venga —le apremió—. Saldremos de aquí.

Las gigantescas manos del wookie quedaron finalmente libres. Sin esperar explicaciones, Chewbacca se volvió hacia el hombre que le había liberado y empezó a estrangularle mientras lanzaba un espeluznante rugido.

—Después de lo que le hiciste a Han —dijo Leia—, no puedo confiar en que tú...

Mientras trataba desesperadamente de librarse del feroz abrazo de Chewbacca, Lando intentó explicarse:

—No tenía alternativa... —empezó, a decir, pero el wookie le interrumpió con un furioso ladrido.

—Todavía existe la posibilidad de salvar a Han —jadeo Lando—. Están en la Plataforma Oriental.

—¡Suéltalo, Chewie! —dijo por fin Leia.

Sin dejar de echar pestes, Chewbacca soltó a Lando y observo sus esfuerzos por recuperar el aliento.

—No le, quites los ojos de encima, Chewie aconsejó Leia al wookie, que gruñía amenazador.

—Tengo la sensación de que estoy cometiendo otro grave error —musitó entre dientes, La pequeña y robusta unidad R2 recorría el pasillo orientando sus dispositivos exploratorios en todas las direcciones posibles con la intención de detectar alguna señal de su amo... o de cualquier indicio de vida. Se dio cuenta de que estaba terriblemente desorientado y había perdido la cuenta de los metros recorridos.

Al dar la vuelta en una esquina, Artoo-Detoo divisó una serie de formas que avanzaban corredor arriba. Emitió bips: y silbidos androides con la esperanza de que se tratara de amigos.

Sus sonidos fueron detectados por una de las criaturas, que gritó su nombre.

—Artoo... Artoo...

¡Era Threepio! Chewbacca, que aún cargaba con el semi armado See-Threepio, se volvió rápidamente al ver que se acercaba el achaparrado androide R2. Pero cuando el wookie se volvió, Threepio quedó fuera del alcance de la vista de su amigo.

—¡Espera! —chilló el irritado Threepio—. Vuélvete, peludo... ¡Date prisa, Artoo! Estamos tratando de salvar a Han del cazador a sueldo.

Artoo avanzó emitiendo constantes Bips y Threepio respondió pacientemente a sus frenéticas preguntas.

—Lo sé. Pero Amo Luke sabe cuidarse.

Al menos eso era lo que See-Threepio se decía a si mismo mientras proseguían la búsqueda de Han.



En la Plataforma Orientar de Aterrizaje de Ciudad de las Nubes, dos guardias empujaron el cuerpo congelado de Han Solo a través de una escotilla lateral de la Slave I. Boba Fett trepó por una escotilla lateral a la abertura y abordó su nave, ordenando que cerraran herméticamente en cuanto entró en la carlinga.

Fett encendió los motores y la nave empezó a rodar por la plataforma de despegue.

Lando, Leia y Chewbacca corrieron hacia la plataforma sólo a tiempo para ver cómo la Slave levantaba el vuelo y se remontaba vertiginosamente en el crepúsculo naranja púrpura de Ciudad de las Nubes. Chewbacca empuño su barrena, rugió y disparo contra la nave espacial que partía.

—No tiene sentido —le dijo Lando—. Están fuera de alcance.

Todos fijaron la vista en la nave excepto Threepio. Éste, todavía atado a la espalda de Chewbacca, vio algo que demás aún no habían advertido.

—¡Oh, no! —exclamó.

Un pelotón de soldados de asalto, del Imperio empezó a descargar ráfagas de rayos contra el grupo. La primera descarga erró por un pelo a la princesa Leia.

Lando fue veloz en devolver el fuego al enemigo y el aire quedó surcado por un brillante entre cruzamiento de rayos láser rojos, y verdes.

Artoo, corrió precipitadamente hacia el ascensor de la plataforma y se escondió en el interior para presenciar la furia de la batalla desde una prudente distancia.

—¡Vamos, en movimiento! —gritó Lando por encima del ruido de las descargas, en tanto corría hacia el ascensor abierto sin dejar de disparar contra los soldados de asalto.

Pero Leia y Chewbacca no se movieron. Permanecieron donde estaban y mantuvieron un fuego uniforme sobre los soldados. Éstos gemían y caían cuando sus pechos, brazos y vientres estallaban bajo la puntería fatalmente precisa de aquella fémina humana y de aquel macho wookie.

Lando asomó la cabeza por, el ascensor con la intención de llamar su atención, haciéndoles señas de que corrieran. Pero ambos eran como posesos que con sus ráfagas vengaran toda la ira, el cautiverio y la pérdida de un ser querido. Estaban decididos a exterminar las vidas de los mercenarios de Imperio Galáctico.

Threepio hubiese preferido estar en cualquier otra parte. Incapaz de escapar, todo lo que podía hacer era pedir socorro frenéticamente.

—¡Ayúdame Artoo! —gritó—. ¿Cómo me he metido en esto? ¡Estar atado a la espalda de un Wookie es un destino peor que la muerte!

—¡Meteos aquí! —volvió a gritar Lando—. ¡De prisa! ¡De prisa!

Leia y Chewbacca empezaron a avanzar hacia él, eludiendo la lluvia de rayos láser, y entrando precipitadamente en el ascensor. Al cerrarse las puertas vieron que los soldados supervivientes corrían hacia ellos.



Las luces de los sables se entrecruzaban en el combate que libraban Luke Skywalker y Darth Vader sobre la plataforma, encima de la cámara. congeladora de carbono Luke sentía que la plataforma se estremecía a cada golpe y a cada estocada de sus armas, pero seguía impertérrito, pues con cada movimiento de la espada alejaba al maligno Darth Vader.

—El temor no te afecta. Has aprendido más de lo que yo preveía.

—Descubrirá que estoy lleno de sorpresas —replicó el confiado joven, amenazando a Vader con otra estocada.

—Yo también fue la, siniestra y serena respuesta de Vader.

Con dos. graciosos movimientos, el Oscuro Señor enganchó el arma de Luke, se la quitó de las manos y la arrojó a lo lejos. Un rayo de energía de Vader a los pies de Luke hizo saltar a éste hacia atrás en un esfuerzo por protegerse pero trastabillo y cayo escaleras abajo.

Tendido sobre la Plataforma, Luke levantó la vista y vio que la funesta y oscura figura se cernía sobre él desde lo alto de la escalera. Luego la figura voló directamente hacia él, con su capa negra ondeando en el aire como las alas de un murciélago monstruoso.

Luke rodó rápidamente: de costado sin apartar los ojos de Vader mientras la enorme figura negra aterrizaba silenciosamente a su lado.

—Tu futuro está en mis manos, Skywalker —siseó Vader, inclinándose sobre el joven—. Ahora caerás en el lado oscuro. Obi-Wan sabía que ésta es la verdad.

—¡No! —chilló Luke, tratando de rechazar la maligna presencia del Oscuro Señor.

—Es mucho lo que Obi-Wan no te ha dicho —continuó Vader—. Ven conmigo: completaré tu educación.

La influencia de Vader era increíblemente fuerte y a Luke le pareció algo viviente.

No le prestes atención, dijo Luke para sus adentros. Está tratando de engañarme, de llevarme por mal camino, de conducirme al lado oscuro de la Fuerza, tal como Ben me advirtió.

Luke empezó a retroceder para alejarse del Señor de Sith que avanzaba hacia él. A espaldas del joven se abrió sin ruido el ascensor hidráulico, listo para recibirlo.

—¡Prefiero la muerte! —anunció Luke.

—No será necesario.

Inesperadamente, el Oscuro Señor asesto a Luke un golpe tan fuerte con su sable de luz que el joven perdió el equilibrio y cayo en la abertura.

Vader se volvió de espaldas al foso de congelamiento y desactivó con indiferencia su sable de luz.

—Demasiado fácil —se encogió de hombros—. Quizá no seas tan fuerte como creía el emperador.

Mientras Vader hablaba empezó a manar metal fundido en la abertura a la que daba la espalda y de que comenzó a elevarse un contorno borroso.

—El tiempo lo dirá —fue la respuesta de Luke a la observación de Vader.

El Oscuro Señor se volvió. ¡Era indudable que en ese punto del proceso de congelamiento el sujeto tenía que poder hablar! Vader paseó la mirada por la habitación y luego volvió la cabeza cubierta con el casco hacia el techo, Luke estaba suspendido de unos tubos flexibles que colgaban de lo alto, después de saltar unos cinco metros, en el aire para escapar de la carbonita.

—Impresionante —reconoció Vader—. Tu agilidad es impresionante.

Luke volvió a caer sobre la plataforma, al otro lado del humeante foso. Extendió la mano y su espada, caída en otra parte de la plataforma, voló hacia él para que la empuñara. Instantáneamente se encendió el sable de luz.

La espada de Vader cobró vida al momento.

—Ben te ha enseñado bien. Has controlado tu temor. Ahora libera tu ira. He destruido a tu familia. Puedes vengarte.

Pero esta vez Luke fue cauteloso e intentó dominarse. Si lograba dominar la ira como había hecho con el miedo, no sería, desviado.

Recuerda el entrenamiento, se aconsejó, Luke a sí mismo. ¡Recuerda lo que te enseño Yoda! Aparta de ti toda ira y todo rencor y recibe la Fuerza.

A medida que adquiría dominio sobre sus sentimientos negativos, Luke comenzó a avanzar, pasando por alto las insinuaciones de Vader. Se abalanzó sobre de éste y después de un rápido forcejeo empezó a hacerle retroceder.

—Tu odio puede darte el poder de destruirme —le tentó Vader—. Úsalo.

Luke empezaba a comprender lo tremendamente poderoso que era su oscuro enemigo y se dijo entre dientes: “No me convertiré en un esclavo del lado oscuro de la Fuerza”. Avanzó prudentemente en dirección de Vader.

Mientras Luke se aproximaba, Vader retrocedía lentamente. Luke se echo sobre él con la intención de golpearlo vigorosamente, pero cuando Vader bloqueó sus movimientos perdió el equilibro y cayo por el borde exterior de las humeantes tuberías. Aunque casi se le doblaban las rodillas, Luke apeló a todas sus fuerzas, avanzó prudentemente hasta el borde y miró hacia abajo. No vio huellas de Darth Vader. Apagó su sable de luz, lo prendió del cinturón y bajo al foso.

Se dejo caer al suelo y se encontró en una espaciosa sala de control y mantenimiento, abierta al reactor que daba energía a toda la ciudad. Echo un vistazo a la cámara y su mirada tropezó con una gran ventana. Frente a ella se destacaba, erguida e inmóvil, la figura de Darth Vader.

Luke se acercó lentamente a la ventana y volvió a encender sable de luz.

Pero Vader no encendió su Propia espada ni hizo ningún esfuerzo por defenderse mientras Luke se aproximaba. De hecho la única arma del Oscuro Señor era su voz tentadora.

—Ataca —instó al joven jedi—: Destrúyeme.

Confundido por el truco de Vader, Luke vaciló.

—Sólo vengándote lograrás salvarte...

Luke permaneció inmovilizado en su lugar. ¿Debía seguir el consejo de Vader y emplear la Fuerza como arma de venganza? ¿Debía renunciar a esa batalla con la esperanza de tener otra oportunidad de derrotar a Vader cuando tuviese un mayor dominio de sí mismo? No. ¿Cómo podía dejar a un lado la oportunidad de destruir a ese ser maligno? Su oportunidad era ésa y no debía desaprovecharla...

¡Posiblemente no se repetiría esa oportunidad!

Luke aferró con ambas manos su sable de luz letal, apretando la suave empuñadura como si fuera una antigua espada. Levantó el arma para dar el golpe que destruiría a aquel horror enmascarado.

Sin darle tiempo a moverse, un enorme mecanismo se separo de la pared y se precipitó en su dirección. Luke se volvió instantáneamente, lanzó un destello y cortó el objeto por la mitad: los dos enormes fragmentos cayeron al suelo con violencia.

Otro dispositivo avanzó hacia el joven, que volvió a utilizar la Fuerza para desviarlo. El pesado objeto se tambaleó como si hubiese rebotado contra un escudo invisible. Luego un enorme caño se acercó a Luke por el aire. Aunque éste lo repelió, volaron sobre él piezas y fragmentos del mecanismo desde todas direcciones. En seguida, unos cables que se extendieron desde las paredes se acercaron retorciéndose y echando chispas, para golpearle.

Bombardeado por todas partes Luke todo lo posible por eludir el ataque, pero empezó a sangrar y a llenarse de contusiones en el intento.

Una gran pieza chocó contra el cuerpo de Luke, se desvió y rompió la amplia ventana, dando paso al ululante viento. De pronto todo empezó a volar en la habitación y el feroz viento azotó el cuerpo de Luke y llenó la estancia con un amenazador aullido.

En el centro mismo de la habitación apareció Darth Vader erguido y triunfante.

—Estas derrotado —se jacto el Oscuro Señor del Sith—. Es inútil que te resistas. ¡Te unirás a mí o te reunirás con Obi-Wan en: la muerte! Mientras Vader hablaba, un ultimo fragmento pesado voló por el aire, golpeó al joven jedi y lo arrojó a través de la ventana rota. Todo se convirtió en una inmensa niebla mientras el viento le arrastraba, hasta que logró sujetarse a un saliente con una mano.

Cuando el viento amaino y su visión se aclaró, Luke se dio cuenta de que colgaba del caballete del eje del reactor exterior a la sala de controles. Miró hacia abajo y vio lo que parecía ser un abismo infinito. Le acometió un mareo y se frotó los ojos cerrados en un esfuerzo por evitar ser victimas del pánico.

En comparación con el reactor en forma de vaina del que colgaba, Luke era una mancha en comparación con el resto de la enorme cámara.

Firmemente sujeto al saliente con una sola mano, Luke logró sujetar el sable en el cinturón para luego aferrarse con ambas manos. Se alzó, trepó al caballete y se irguió justo a tiempo para ver a Darth Vader que se acercaba andando sobre el eje.

Mientras Vader se aproximaba a Luke, a través de las cavernosas habitaciones se oyó el eco de una transmisión: del sistema de altavoces:

—Los fugitivos se dirigen hacia la plataforma 327. Bloquead los transportes. Todas las fuerzas de seguridad deben estar alerta.

Avanzando amenazador hacia Luke dijo:

—Tus amigos jamás lograrán escapar y tú tampoco.

Vader dio otro paso; Luke levantó instantáneamente su sable, dispuesto a reanudar la batalla.

—Estás derrotado —afirmó Vader con horrible seguridad y tono irrevocable—. Es inútil que resistas.

Pero Luke resistió, Se abalanzó sobre el Oscuro y asestó un violento golpe con su fulminante rayo láser, que le atravesó la coraza y le abrazo la carne. Vader se tambaleó y Luke tuvo la sensación de que estaba terriblemente dolorido. Pero fue una impresión pasajera. Una vez más, Vader avanzó en su dirección.

Mientras daba otro paso, Vader le advirtió:

—No te dejes destruir como Obi-Wan.

Luke respiraba con dificultad y su frente estaba perlada de sudor frío. Pero la mención del nombre de Ben le infundió una repentina resolución.

—Calma... —se recordó a sí mismo—. Mantén la calma.

Pero el sonriente espectro avanzó a zancadas por el estrecho caballete, con la aparente intención de quitarle la vida al joven jedi.

O peor aún, su frágil alma.



Lando, Leia, Chewbacca y los androides cruzaron de prisa por un pasillo. Dieron la vuelta en una esquina y vieron que la puerta de la plataforma de aterrizaje estaba abierta. Al otro lado vieron el Millennium Falcon, que les esperaba para la fuga. Pero súbitamente la puerta se cerro. Se ocultaron, agachados en un hueco, desde el que vieron la llegada de un pelotón de soldados de asalto con sus armas láser en pleno funcionamiento. Estallaron fragmentos de suelo y de pared que volaron por los aires con el impacto del rebote de los rayos de energía.

Chewbacca rugió en tanto devolvía el fuego: con salvaje ira wookie. Cubrió a Leia, que aporreaba, desesperadamente el panel de control de la puerta, pero ésta no se movió.

—¡Artoo! —gritó Threepio—. El panel de control. Tú sabes anular el sistema de alarma.

Threepio hizo un gesto al pequeño robot a darse prisa; al mismo tiempo señaló un enchufe de computadora en el tablero de controles.

Artoo-Detoo corrió hacia el panel de controles emitiendo bips y silbando en su prisa por ayudar.

Lando, contorsionándose el cuerpo para evitar los ardientes rayos láser, operó febrilmente para conectar su intercomunicador con el intercomunicador del panel.

—Soy Calrissian —anunció por el sistema de comunicación—. El Imperio está tomando el control de la ciudad. Os aconsejo que la evacuéis antes de la llegada de las tropas imperiales.

Apagó el comunicador. Sabía que había hecho lo posible por advertir a su pueblo; ahora su tarea consistía en sacar a sus amigos sanos y salvos del planeta. Entretanto, Artoo quitó la cubierta de un conector e insertó un brazo de computadora en el enchufe. El androide emitió un breve bip, que de repente se convirtió en un atroz aullido robótico.

Empezó a temblar mientras sus circuitos se encendían en un delirante despliegue de brillos destelleantes y todos los orificios de su casco escupían humo. Lando lo aparto violentamente del enchufe de energía. Cuando el androide empezó a apaciguarse lanzó unos débiles bips en dirección a Threepio.

—La próxima vez debes prestar más atención —respondió Threepio a la defensiva—. Se supone que yo no tengo que conocer por que conocer la diferencia entre un enchufe de energía y un alimentador de computadoras. Sólo soy un interprete...

—¿A nadie se le ocurre una solución? —gritó Leia sin dejar de disparar a los soldados atacantes.

—Probaremos otro camino —contestó Lando por encima del fragor de la batalla.



El viento que ululaba a través del eje del reactor absorbía por completo los sonidos del choque de los sables de luz.

Luke atravesó ágilmente el caballete y se refugió debajo de un enorme instrumento para escapar de su enemigo. Pero Vader le alcanzó en un instante y utilizando su sable, a la manera de una guillotina, desprendió el instrumento. El complejo instrumento empezó a caer pero bruscamente quedó atrapado por el viento e inició un movimiento ascendente.

Un instante de distracción era todo lo que Vader necesitaba. Cuando el instrumento empezaba a flotar, Luke le dirigió una involuntaria mirada. En ese segundo el rayo láser del Oscuro Señor cortó la mano del joven Luke, cuyo sable de luz también voló por los aires.

El dolor era atroz. Luke percibió el repugnante olor de su propia carne chamuscada y se apretó el antebrazo debajo de la axila para aplacar el dolor. Retrocedió por el caballete hasta llegar al otro extremo, acechado en todo momento por la aciaga visión del manto negro El viento amainó brusca y amenazadoramente. Luke comprendió que ya no tenía dónde huir.

—No hay salida —le advirtió el Oscuro Señor del Sith desde la enormidad de su figura del ángel negro de la muerte—. No me obligues a destruirte. Eres vigoroso con la Fuerza. Ahora debes aprender a utilizar el lado oscuro. Únete a mí y juntos seremos más poderosos que el emperador.

Completaré tu entrenamiento y regiremos juntos la galaxia Luke se negó a ceder a las insinuaciones de Vader.

—¡Jamás me uniré a usted!

—¡Si conocieras el poder del lado oscuro! —prosiguió Vader sin hacer caso de sus palabras—. Obi nunca te habló de lo que le ocurrió a tu padre, ¿verdad?

La mención de su padre estimuló la furia de Luke.

—¡Me dijo lo suficiente! —chilló—. Me contó que usted lo mató.

—No —replicó Vader serenamente—. Yo soy tu padre.

Atónito, Luke contemplo incrédulo, al guerrero vestido de negro y retrocedió ante semejante revelación.

Los dos guerreros, padre e hijo se miraron a los ojos.

—¡No, no! Eso no es verdad... —dijo Luke, negándose a creer lo que acababa de oír—. Es imposible.

—Analiza tus sentimientos —Vader parecía la versión maligna e Yoda— y sabrás que es verdad.

Vader apagó su sable de luz y extendió una mano firme y tentadora a Luke Desconcertado y horrorizado por las palabras de Vader Luke gritó:

—¡No! ¡No!

Vader continuó con tono persuasivo:

—Tú puedes destruir al emperador, Luke. Él lo ha previsto. Es tu destino. Únete a mí y juntos podremos gobernar la galaxia como padre e hijo. Ven conmigo. Es tu única salida.

La mente de Luke era un remolino. Finalmente todo empezaba a encajar en su cerebro. ¿O no? Se preguntó si Vader estaría diciendo la verdad... si el entrenamiento de Yoda, las enseñanzas del santo anciano Ben, su propia lucha por el bien y su odio al mal, si todo, aquello por lo que se había esforzado sólo era una mentira.

No quería creer a Vader o intentaba convencerse a sí mismo de que era éste quien le mentía, pero de algún modo sentía la verdad en las palabras del Oscuro Señor. ¿Pero si éste decía la verdad, se preguntó por qué le había mentido Ben Kenobi? ¿Por qué? Su mente se agitaba con mayor fuerza que cualquier viento que el Oscuro Señor pudiese arrojar sobre él.

Las respuestas ya no parecían tener importancia Su Padre.

Con la serenidad que el propio Ben y Yoda el maestro jedi, le habían enseñado, Luke Skywalker tomó una decisión que podía ser la última de su vida.

—Jamás —exclamó mientras daba un paso hacia el vacío abismo que se abría a sus pies, tan inconmensurable era la profundidad que podía haber estado cayendo en otra galaxia.



Darth Vader avanzó hasta el extremo del caballete para observar cómo se hundía Luke. Empezó a soplar un fuerte viento que hizo ondular el manto negro a sus espaldas mientras permanecía asomado al borde del precipicio. El cuerpo de Skywalker descendió rápidamente.

En su calda de cabeza, el herido jedi buscó desesperadamente algo a lo que cogerse para interrumpir la caída.

El Oscuro Señor observó hasta ver el cuerpo del joven Luke tragado por un enorme tubo de escape de un costado del eje del reactor. Luke desapareció; Vader se volvió rápidamente y avanzó a zancadas por la plataforma.



Luke atravesó a toda aprisa por el eje de escape, tratando de sujetarse a los costados para amortiguar la caída. Pero las suaves y lustrosas paredes del tubo no tenían asideros ni bordes.

Finalmente llegó al extremo del túnel, cayendo pesadamente de pie contra una parrilla circular que daba a un hueco aparentemente sin fondo y se movió de su lugar por el impacto del impulso de Luke, cuyo cuerpo empezó a deslizarse a través de la abertura. Frenéticamente aferrado al liso borde interior del tubo, Luke pidió socorro.

—Ben... Ben, ayúdame —imploró desesperadamente, mientras gritaba, sintió que sus dedos se deslizaban por el interior del tubo mientras su cuerpo se acercaba más aún a la enorme abertura.



En Ciudad de las Nubes reinaba el caos.

En cuanto los residentes de toda la ciudad oyeron la transmisión de Lando Calrissian se sintieron presas del pánico. Algunos reunieron algunas de sus pertenencias y otros se precipitaron a las calles sin recoger nada con la intención de escapar. En breve las calles de la ciudad se vieron llenas de seres humanos y no humanos que corrían desordenadamente. Los soldados imperiales de asalto cargaron tras los fugitivo se intercambiaron con ellos rayos láser en furiosa y clamorosa batalla.

Lando, Leia y Chewbacca, en uno de los corredores centrales de la ciudad, rechazaban a un pelotón de soldados mediante fuertes y constantes descargas de rayos láser. Era indispensable que Lando y sus acompañantes no cejaran pues habían llegado a otra entrada que les daría acceso a la plataforma de aterrizaje... si Artoo lograba abrir la puerta.

Artoo se esforzaba por quitar la placa del panel de control de la puerta, pero debido al ruido y a la distracción que significaban las descargas de rayos láser que le rodeaban, al pequeño androide le resultaba difícil concentrarse en su tarea. Mientras trabajaba emitía refunfuñones bips para sus adentros, lo que hizo pensar a Threepio que su compañero parecía un borracho.

—¿De qué hablas? —le preguntas Artoo—. No nos interesa la hiper transmisión del Millennium Falcon. Está reparada, Limítate a decirle a la computadora que abra la puerta.

En el momento en que Lando, Leia y el wookie llegaban a la puerta esquivando los rayos láser de los guerreros imperiales, Artoo empezó a lanzar bips triunfantes y la puerta se abrió de par en par.

—¡Lo lograste, Artoo! —exclamó Threepio, que de haber tenido colocado el otro brazo hubiera aplaudido—. Ni un solo instante dudé de ti.

—¡Si no nos damos prisa no lo conseguiremos —gritó Lando.

La servicial unidad R2 resultó útil una vez más. Mientras los demás cruzaban la entrada, el regordete robot esparció una espesa bruma —densa como las nubes que rodeaban ese mundo— que ocultó a sus amigos de la mirada de los soldados de asalto invasores. Antes de que la nube se dispersara, Lando y los demás avanzaban a toda carrera hacia la Plataforma 327.

Los soldados imperiales siguieron disparando contra la reducida banda de fugitivos que corría en dirección al Millennium Falcon. Chewbacca y los robots abordaron el carguero mientras Lando y Leia los cubrían con sus armas abatiendo a más guerreros del Imperio.

Al iniciarse el agudo rugido de los motores del Falcon, que luego se convirtió en un ensordecedor gemido, Lando y Leia descargaron unos cuantos rayos más de brillante energía. A continuación corrieron a todo correr rampa arriba. Entraron en la nave pirata y la escotilla principal se cerró a sus espaldas. Cuando el carguero empezó a moverse, oyeron una cortina de fuego láser imperial que sonó como si la totalidad del planeta se estuviera haciendo trizas desde la base.



Luke ya no podía frenar su inexorable deslizamiento por el tubo de escape.

Se deslizó unos pocos centímetros más y luego cayó a través de la neblinoso atmósfera. Su cuerpo giraba y sus brazos aleteaban con la esperanza de sujetarse a algo sólido. Después de lo que pareció un siglo logro aferrarse a una veleta electrónica que sobresalía de la superficie inferior de Ciudad de las Nubes, en forma de proa, Firmemente sujeto de la veleta se sintió abofeteado por el viento y las nubes que giraban a su alrededor. Pero su fortaleza empezaba a decaer; no creía que pudiera permanecer mucho más tiempo suspendido por encima de la gaseosa superficie.



Todo era silencio en la carlinga del Millennium Falcon.

Leia se dedicaba a recuperar el aliento después de la carrera, sentada en el asiento de Han Solo.

En su mente giraban imágenes del coreliano, pero hizo todo lo posible por no preocuparse por él, por no echarle de menos.

Detrás de la princesa y mirando por encima del hombro de ella hacia el cristal delantero, se veía a un silencioso y exhausto Lando Calrissian.

La nave empezó a moverse lentamente y cobró velocidad ¿mientras recorría la plataforma de aterrizaje.

El gigantesco wookie, en su asiento de copiloto, movió una serie de llaves que produjeron una serie de danzantes luces en el panel principal de control de la nave. Chewbacca tiró del regulador y empezó a guiar la nave hacia lo alto, hacia la libertad.

Las nubes corrían junto a las ventanillas de la carlinga y por último respiraron aliviados cuando el Millennium Falcon atravesó rugiendo un cielo crepuscular de color naranja rojizo.



Luke logró montar una de sus piernas encima de la veleta electrónica, que siguió. soportando su peso. Pero el aire del tubo de escape le azotaba, por lo que le resultaba difícil no resbalar y caer del instrumento.

—Ben... —gimió en una agonía de dolor—. Ben...



Darth Vader llegó a la vacía plataforma de aterrizaje y vio cómo la mancha que era, el Millennium Falcon desaparecía en la lejanía.

Se volvió hacia sus dos asistentes.

—¡Traed mi nave! —ordenó.

Se retiró con el propósito de prepararse para el viaje, con el manto negro flotando a sus espaldas.



En algún punto cercano al pie del soporte de Ciudad de las Nubes, Luke volvió a hablar. Concentró su mente en alguien que según creía, se preocupaba por, él y de alguna manera acudiría en su ayuda.

—Leia, escúcheme —volvió a clamar lastimeramente—. Leia...

En ese preciso instante se rompió un enorme fragmento de la veleta, que cayó a toda velocidad hacia las nubes. Luke se sujetó a lo que quedaba de la veleta y luchó por sostenerse a pesar di la ráfaga de aire que lo golpeaba desde el tubo de escape.



—Parecen tres cazas —dijo Lando a Chewbacca con la vista fija en las imágenes de la pantalla computadora—. Podemos dejarlos atrás con facilidad —agregó, pues conocía tan bien como Han Solo las posibilidades del carguero.

Miró a Leia y se lamentó por la pérdida de la ciudad que administraba.

—Sabía que ese tinglado era demasiado bueno para durar —se quejó—. Lo echaré de menos.

Pero Leia parecía estar en las nubes. No se dio por enterada de los comentarios de Lando: tenía la vista fija en el vacío, como transfigurada. Al salir de su trance dijo, como si respondiera a algo que había oído:

—¿Luke?

—¿Qué? —inquirió Lando.

—Tenemos que volver —dijo la princesa con tono apremiante—. Chewie, dirígete al fondo de la ciudad.

Lando la miró, atónito:

—Un momento. ¡No volveremos allí!

El wookie ladró, mostrando por una vez su acuerdo con Lando.

—No discutas —ordenó Leia con firmeza, adoptando la actitud de quien está acostumbrado a que se cumplan sus órdenes—. Hazlo. ¡Es una orden!

—¿Qué ocurrirá con esos cazas? —argumentó Lando, señalando los tres cazas TIE que caían sobre ellos. Buscó con la mirada el apoyo de Chewbacca.

Pero Chewbacca gruñó amenazador, para demostrarle que sabía quién mandaba ahora.

—Está bien, está bien —accedió Lando comprensivamente.

Con toda la gracia y la velocidad que lo había hecho famoso, el Millennium Falcon se ladeó entre las nubes y reemprendió el camino de la ciudad. Mientras el carguero proseguía su carrera probablemente suicida, los tres cazas TIE que les perseguían imitaron la maniobra.



Luke Skywalker ignoraba la cercanía del Millennium Falcon. Apenas consciente, de algún modo conseguía mantenerse aferrado a la rechinante y oscilante veleta. El mecanismo se inclinó bajo el peso de su cuerpo y por último se desprendió por completo de su base; Luke cayó impotente a través de los cielos.

Sabía que esta vez no encontraría dónde sujetarse en la caída.

—¡Mire! —exclamó Lando y señaló a una figura que se hundía en la distancia—. Alguien cae...

Leia logró mantener la calma: sabía que el pánico los condenaría a todos.

—Ponte debajo de él, Chewie —le dijo al piloto—. Es Luke.

Chewbacca respondió instantáneamente y orientó con cuidado el Millennium Falcon en una trayectoria descendente.

—Abra la escotilla superior, Lando —indicó Leia.

Mientras salía de la carlinga, Lando pensó que aquella táctica era digna del mismísimo Han Solo.



Chewbacca y Leia vieron más claramente el cuerpo descendente de Luke y el wookie guió la nave hacia él. Mientras disminuía drásticamente la velocidad de la nave, la forma que caía a plomo pasó rozando el parabrisas y aterrizó con ruido sordo contra el casco exterior.

Lando abrió la escotilla superior. Advirtió que los tres cazas TIE se aproximaban al Falcon, mientras sus armas láser iluminaban el cielo crepuscular con abrasadoras franjas destructivas.

Lando asomó el cuerpo por la escotilla, logró coger el maltrecho guerrero y lo introdujo en el interior de la nave. En ese instante el Falcon se sacudió a causa de una explosión cercana que estuvo a punto de arrojar el cuerpo de Luke por la borda. Pero Lando le apretó la mano y lo retuvo con firmeza.

El Millennium, Falcon se desvió de Ciudad de las Nubes y rugió a través de la densa capa brumosa. Hizo un viraje para eludir el cegador fuego antiaéreo de los cazas. La princesa Leia y el piloto wookie mantenían esforzadamente el curso de la nave. Pero menudeaban las explosiones alrededor de la carlinga con un estrépito que competía con los aullidos que emitía Chewbacca al operar frenéticamente los controles.

Leia conectó el intercomunicador.

—¿Luke está bien, Lando? —gritó por encima del ruido que dominaba la carlinga—. ¿Me oye, Lando?

Desde el fondo de la carlinga le llegó una voz que no era la de Lando.

—Sobrevivirá —replicó Luke débilmente.

Leia y Chewbacca se volvieron para ver a Luke malherido, ensangrentado y envuelto en una manta, mientras Lando le ayudaba a entrar en la carlinga. La princesa salió de la carlinga y, le abrazó con éxtasis.

Chewbacca, que aún luchaba por alejar la nave del alcance de fuego de los cazas TIE, echó la cabeza hacia atrás y ladró jubiloso.

Detrás del Millennium Falcon, el planeta de nubes retrocedía en la distancia. Pero los cazas siguieron en su persecución, disparando rayos láser y haciendo que la nave se balancease cada vez que la alcanzaban.



En la bodega del Falcon, Artoo-Detoo trabajaba diligentemente, entre constantes inclinaciones y balanceos, para rearmar a su dorado amigo. Trataba de reparar meticulosamente los errores cometidos por el bien intencionado wookie y emitía bips mientras desempeñaba la intrincada tarea.

—Muy bien —elogió el androide protocolario: tenía la cabeza en su lugar y el segundo brazo estaba casi completamente colocado—. Tan bueno como si fuese nuevo.

Artoo lanzó breves bips de inquietud.

—No, Artoo, no debes preocuparse. Estoy seguro de que esta vez lo lograremos.

En la carlinga, Lando no se mostraba tan optimista. Vio que las luces de advertencia del panel de control empezaban a destellar. De pronto empezaron a funcionar las alarmas de toda la nave.

—Están operando las pantallas desviadoras —informó a Leia y a Chewbacca.

Leia miró por encima del hombro de Lando y percibió otra señal amenazadoramente grande, que había aparecido en la pantalla del radar.

—Hay otra nave —dijo— mucho más grande, que intenta derribamos.

Luke miró serenamente por la ventanilla de la carlinga hacia el vacío sembrado de estrellas. Casi para sus adentros, comentó:

—Es Vader.



El almirante Piett se acercó a Vader que estaba en el puente de mando del más grande destructor galáctico imperial y miraba a través de las ventanillas.

—En unos instantes estarán al alcance del rayo tractor —informó confiadamente el almirante.

—¿Ha sido desactivada su hipertransmisión? —quiso saber Vader.

—Inmediatamente después de ser capturados.

—Bien —dijo la gigantesca figura vestida de negro—. Preparaos para el abordaje y disponed vuestras armas para el ataque.



Hasta ese momento el Millennium Falcon había logrado eludir los cazas perseguidores, ¿Pero lograría escapar al ataque del aciago destructor estelar, cada vez más cercano?

—No podemos cometer errores —afirmó Leia con tono tenso y la vista fija en la enorme señal de los monitores.

—Si mis hombres dicen que repararon este bebé es porque lo repararon —le aseguró Lando—. No tenemos por qué preocuparnos.

—Creo haber oído eso antes —murmuró Leia entre dientes, La nave volvió a oscilar debido a la conmoción producida por otra explosión láser, pero en ese momento empezó a destellar una luz verde en el panel de control.

—Las coordenadas están establecidas, Chewie —dijo Leia—. Ahora o nunca.

El wookie ladró para mostrar su acuerdo. Estaba listo para la fuga hipertransmisora.

—¡Adelante! —gritó Lando.

Chewbacca se encogió de hombros, como diciendo que valía la pena intentarlo. Tiró del regulador de velocidad de la luz, lo que alteró repentinamente el sonido de los motores iónicos.

Todos los que iban a bordo rogaron, a la manera humana o androide, que el sistema funcionara: era su única esperanza. Pero bruscamente el sonido se estranguló y se extinguió; Chewbacca aulló con desesperada frustración.

Una vez más, el sistema hipertransmisor les había fallado.

Y el Millennium Falcon seguía balanceándose bajo el fuego de los cazas TIE.



Desde el destructor estelar del Imperio, Darth Vader observaba fascinado cómo los cazas TIE disparaban incesantemente contra el Millennium Falcon. La nave de Vader caía sobre el fugitivo Falcon: faltaba poco para que el Oscuro Señor tuviese al Luke Skywalker en su poder.



También Luke lo presentía. Miró hacia afuera en silencio, con la certeza de que Vader estaba cerca, de que su victoria sobre él pronto sería plena. El jedi estaba malherido y exhausto: su espíritu se preparó para sucumbir a su destino. Ya no había ninguna razón para seguir luchando... ya no había nada en lo que creer.

—Ben —susurró desesperado— ¿por qué no me lo dijiste? Lando trató de ajustar algunos controles y Chewbacca saltó de su asiento para correr a la bodega.

Leia ocupó el lugar de Chewbacca y ayudó a Lando a pilotar el Falcon a través de la barrera de fuego.

En la bodega, el wookie corrió y adelantó a Artoo, que seguía trabajando en la compostura de Threepio. La unidad R2 empezó a emitir bips de asombro mientras observaba al wookie que intentaba frenéticamente reparar el sistema de hipertransmisión.

—¡Dije que estábamos condenados! —recordó a Artoo el aterrorizado Threepio—. Los motores de hipertransmisión vuelven a funcionar mal.

Artoo lanzó varios bips mientras articulaba una pierna.

—¿Cómo puedes saber tú qué es lo que funciona mal? —se burló el androide dorado—. ¡Ay! ¡Mi pie! ¡Y deja de parlotear! A través del intercomunicador sonó la voz de Lando en la bodega.

—Chewie, verifica los controles de desviación secundaria.

Chewbacca se dejó caer en el hoyo de la bodega. Trató de soltar una sección del panel con una enorme nave inglesa. Pero no logró moverla ni un milímetro. Rugiente de frustración empuñó la herramienta a modo de palo y golpeó el panel con todas sus fuerzas.

De forma improvista el panel de control de la carlinga salpicó a Lando y a la princesa con una lluvia de chispas. Ambos se echaron atrás sorprendidos, pero Luke no pareció notar que ocurriera nada a su alrededor. Tenía la cabeza baja en actitud de desaliento y profundo dolor.



—No podré oponerle resistencia —murmuró.

Lando volvió a ladear el Millennium Falcon en un nuevo intento por eludir, a los perseguidores.

Pero la distancia entre el carguero y los cazas era cada vez menor.

En la bodega del Millennium Falcon, Artoo corrió hasta un panel de control, dejando al airado Threepio farfullando en su lugar, sobre su única pierna. Artoo trabajó velozmente, confiando sólo en el instinto mecánico para reprogramar el circuito. A cada uno de los ajustes de Artoo destellaban brillantes luces hasta que, de pronto, en las entrañas de los motores de hipervelocidad del Falcon resonó un nuevo y poderoso zumbido.

El carguero se ladeó repentinamente, por lo que el sibilante androide R2 rodó al hoyo y aterrizó sobre el sorprendido Chewbacca.

Lando, que estaba de pie cerca del panel de controles, se tambaleó y chocó contra la pared de la carlinga. Pero al caer vio que las estrellas exteriores se convertían en infinitas y cegadoras franjas de luz.

—¡Lo logramos! —gritó victorioso.

El Millennium Falcon había entrado en hipertransmisión.



Darth Vader no abrió la boca. Contempló el vacío en el lugar donde un instante antes se encontraba el Millennium Falcon. Su profundo y negro silencio produjo pavor a los dos hombres que le acompañaban.

El almirante Piett y su capitán aguardaban, recorridos por escalofríos de miedo, preguntándose cuánto tardaran en sentir las invisibles garras como tomos en sus gaznates, Pero el Oscuro Señor no se movió. Con las manos cruzadas en la espalda, guardó un silencio contemplativo. Después se volvió y abandonó lentamente el puente de mando con el manto de ébano flotando a sus espaldas.



Por fin el Millennium Falcon estaba a salvo, atracado sobre un enorme crucero rebelde. En la lejanía brillaba un glorioso destello rojo irradiado por una gran estrella del mismo color: un destello que esparcía su luz carmesí sobre el estropeado casco de la pequeña nave de carga.

Luke Skywalker descansaba en el centro médico del crucero estelar rebelde, donde le atendía Too-Onebee, un androide cirujano. El joven jedi permanecía pensativo mientras Too-Onebee observaba su mano herida.

Luke levantó la vista y vio a Leia que, seguida por See-Threepio y Artoo-Detoo, entraba en el centro médico para enterarse de sus progresos y quizá, para llevarle un poco de alegría. Pero Luke sabía que la mejor terapia que había recibido a bordo del crucero era precisamente la radiante imagen que tenía ante sus ojos.

La princesa Leia sonrió. Tenía los ojos muy abiertos y el rostro iluminado por un maravilloso resplandor. La vio idéntica a aquella primera vez un siglo atrás, le parecía a Luke en que Artoo-Detoo proyectó ante sus ojos la imagen holográfica de la princesa. Con su blanquísima túnica larga de cuello alto era una aparición angelical.

Luke levantó la mano y la ofreció al experto servicio, de Too Onebee. El androide cirujano examinó la mano biónica ahora expertamente fundida en el brazo de Luke. A continuación, el robot rodeó la mano con una suave faja metalizada a la que añadió una pequeña unidad electrónica, ciñéndola suavemente. Luke cerró el Puño de su nueva mano y sintió las pulsaciones cicatrizantes impartidas por el aparato de Too Onebee. Entonces relajó el brazo y la mano.

Leia y los dos androides se acercaron a Luke mientras se oía una voz por los altavoces del comunicador.

Quien hablaba era Lando.

—Luke... —tronó la voz—, estamos listos para el despegue.

Lando Calrisslan ocupaba el asiento del piloto del Millennium Falcon. Había echado de menos a su viejo carguero, pero ahora que volvía a ser su capitán se sentía bastante incómodo. En su asiento de copiloto, el gigantesco wookie Chewbacca percibió la incomodidad de su nuevo capitán mientras empezaba a mover las llaves que preparaban la nave para el despegue.

Por el altavoz del intercomunicador de Lando se oyó la voz de Luke.

—Nos encontraremos en Tatooine.

Lando volvió a hablar por el micrófono, pero esta vez se dirigió a Leia, con voz cargada de emoción:

—No se inquiete, Leia encontraremos a Han, Chewbacca se inclinó y rugió su, adiós por el micrófono, en un ladrido capaz de trascender los límites del tiempo y el espacio para ser oído por Han Solo, dondequiera le hubiese llevado el cazador a sueldo.

Fue Luke quien pronunció la despedida final, aunque se negó a decir adiós.

—Cuidaos, amigos míos —dijo con nueva madurez en la voz—. Que la Fuerza sea con vosotros, Leia estaba sola ante la gran ventanilla circular del crucero estelar rebelde, con su esbelta figura vestida de blanco empequeñecida por la vasta bóveda estrellada y las naves de la flota desplegadas.

Contempló la majestuosa estrella escarlata que brillaba en la infinita y negra profundidad.

Luke, con Threepio y Artoo pisándole los talones, avanzó hasta quedar a su lado. Comprendía lo que sentía Leia porque sabía lo terrible que podía ser una pérdida semejante.

Los miembros del grupo, frente a los invitadores cielos, vieron cómo el Millennium Falcon pasaba ante sus ojos y luego viraba en otra dirección, rugiendo con gran dignidad a través de la flota rebelde. Poco después la flota desapareció en la estela del Millennium Falcon.

En ese momento sobraban las palabras. Luke sabía que la mente y el corazón de Leia estaban con Han, al margen de donde éste estuviera o cuál fuera su sino. En cuanto a su propio destino, ahora se sentía menos seguro de sí mismo que antes... incluso antes de que un sencillo granjero de un mundo distante se enterase de la existencia de algo intangible llamado Fuerza. Sólo sabía que tenía que volver junto a Yoda y concluir su entrenamiento antes de emprender el rescate de Han.

Lentamente, rodeó a Leia con un brazo y, con Threepio y Artoo, contemplaron con valentía los cielos, los cuatro con la vista fija en la misma estrella carmesí.





FIN



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