DAVID LAKE
Hacía una mañana magnífica, cosa normal en el planeta Olimpo, y Jay Crystal acababa de desayunar en su palacio privado cuando el robot-mayordomo anunció la llegada del Instalador.
Jay se incorporó al instante y se dirigió, casi corriendo, hacia la habitación desocupada. Jamás había estado tan excitado en toda su vida inmortal. Cuando llegó a la sala... sí, allí estaba: la reluciente máquina, que parecía un órgano de mediano tamaño y apto para luz, olor y sonido, estaba siendo rápidamente instalada por los robots rojos y verdes de la Corporación Creación. El instalador permanecía junto a ellos, no para supervisar el trabajo, ya que los robots lo conocían a la perfección, sino más bien como dándoles su aprobación.
El instalador era un olímpico de cabello tan oscuro como rubio era el de Jay. Sus pobladas cejas se habían curvado acompañando una sonrisa ligeramente irónica.
-Señor --dijo-, nos hemos tomado la libertad de empezar antes de que usted llegara. Pensamos que le gustaría tener acabado el trabajo lo antes posible.
-Sí, sí -contestó Jay-. Excelente. ¿Cuánto tardarán?
---Es cuestión de un minuto. Y después... Señor Crystal, nos alegra que haya tomado esta decisión. Admiro su trabajo para el cinematrón público... Esas piezas tan delicadas, tan civilizadas...
Pero, compréndalo, el creatrón representa el futuro en la industria de la diversión. Además, esta máquina puede inspirarle en su trabajo con el cinematrón. ¡Mirel -Los robots se apartaron a un lado-. Ya han terminado. ¡Aquí tiene su creatrón, señor¡ Y ahora, ¿querrá apretar el contacto maestro, por favor? No es una simple ceremonia, sino un detalle esencial para el funcionamiento de esta máquina personalizada...
Jay se acercó al botón rojo lateral. Lo tocó suavemente con el dedo índice de su mano derecha, sabiendo que en aquel momento estaban siendo captadas sus emanaciones. El creatrón cobró vida en tan solo unos milisegundos. Se produjo un zumbido, tenue pero profundo, y en la pantalla situada en la parte superior del tablero de mandos apareció una franja irregular de luz verdosa.
-Se trata de su monitor cerebral ---explicó el instalador, sonriendo amablemente-. Básicamente es un dispositivo de protección. No podemos asegurarle que no vaya a tener problemas, señor. Un cliente puede verse envuelto emocionalmente en sus creaciones hasta tal punto que debamos... asistirlo. Todos los controles de los creatrones transmiten sus señales a la sede de nuestra empresa, donde aquellas son sometidas a constante vigilancia. De momento, todo lo que muestra el monitor es su agradable excitación, una emoción lógica en este caso. ¿Le apetecería una sesión ahora mismo? Sí, naturalmente. Enviaré fuera los robots y después...
Y después se sentaron ambos ante el creatrón. 0 mejor dicho, se sentó el Instalador, mientras que Jay permaneció medio tumbado boca abajo, con el cuerpo cómodamente apoyado, las manos descansando sobre los mandos y la cabeza envuelta en el casco sensitivo. Ante él, y también bajo él, detrás del gran cristal, yacía el vacío que sería su mundo... cuando lo creara. Por el momento solo había un caos amorfo y grisáceo.
-Bajo su mano izquierda, señor -dijo el Instalador, empezando a explicar el funcionamiento de los mandos-, tiene los diales y botones fundamentales. Los cuatro de la fila inferior son los dimensionales: largo, alto, ancho y ese botón más grande y graduado que usted está tocando es para el tiempo. Encima están los mandos de fuerzas: controles analógicos de energía nuclear y eléctrica, gravitación... Más arriba está el fijador de pseudo-masa. Todo le resultará más claro con la práctica. Si creara un mundo ahora...
-Bien... ¿Podré anularlo después?
-Por supuesto -sonrió el Instalador-. Abajo de todo, a su izquierda, se halla el aniquilador. Sí, el botón rojo. 0 si lo prefiere, puede apretar ese botón ámbar que indica «Grabación». Así podrá retirar su universo del área funcional, pero grabando toda su
historia, de modo que podrá volverlo a contemplar o situarlo en pantalla para introducir nuevos cambios- Usando «Grabación» podrá crear diversos universos distintos... El botón correspondiente a su derecha, el que indica «Pausa», detiene el tiempo en pleno funcionamiento. Las criaturas de ese mundo no advertirán nada, claro está, puesto que no tendrán tiempo de hacerlo. Entre otras cosas, «Pausa» le permite añadir una acción especial si así lo desea. Y el mando graduado situado por debajo de «Pausa» es el Supresor de Tiempo Limitado: anula el pasado reciente y le permite añadir toda una nueva secuencia. Y esos botones cercanos, a su derecha, son los iniciadores, precisamente para dichos añadidos...
-He oído hablar de ellos -interrumpió Jay; frunciendo la frente-. Los llaman botones de milagros, ¿me equivoco?
-Si, es cierto. Algunos clientes les dan ese nombre. Y son muy populares. Hacen la creación tan sencilla como dibujar con papel y goma de borrar...
-Y casi tan artística -añadió despectivamente Jay.
-De acuerdo. Ya veo que es un poco purista, señor Crystal. Y me complace, yo también soy así. Con los botones de milagros es posible obtener efectos muy cómicos, pero resulta más satisfactorio dejar que un mundo posea una coherencia intrínseca. Es como no hacer trampas cuando estás haciendo un solitario. Usted establece las leyes al principio y luego respeta las consecuencias. En cualquier caso, dispondrá de suficientes grados de libertad a través del albedrío de sus criaturas. 0 dicho de otra forma, las criaturas se obstinarán en sorprenderle y divertirle. Bien, ¿le gustaría empezar?
Jay dispuso el mando de tiempo y apretó el botón «Marcha» y uno de los dimensionales. Apareció al instante una línea blanca atravesando el espacio-mundo. 0 más bien el espacio existía ahora como una dimensión aislada y solitaria en medio del caos.
-¿Qué sucede si no aprieto más botones dimensionales? -preguntó.
-Que obtiene un universo unidimensional. Es perfectamente posible y le da oportunidad de gozar un mundo divertido y más bien clásico. Por supuesto, todas sus criaturas serán masas lineales y no podrán cruzarse...
Jay se apresuró a tocar el segundo mando dimensional. El caos desapareció y el mundo se convirtió en una inmensa lámina gris pálido.
-El mundo plano -dijo el Instalador-. Uno de nuestros clientes, un tal señor Abbas, logró una creación notable en dos dimensiones...
-Con círculos y cuadrados como personajes --concluyó Jay- Sí, ya lo sabía. Pero todo eso tiene bastantes limitaciones, carece de interés humano.
Tocó la tercera dimensión. El gris pálido que tenía delante cambió súbitamente y sintió la emoción del vértigo. Le pareció estar contemplando algo infinito, sobrecogedor, fantasmal... El vacío eterno. Jay se agarró ansiosamente a los laterales que servían de brazos.
-Realista, ¿no le parece? ---opinó el Instalador-. Pero no se preocupe, es imposible que se caiga ahí dentro. Ese espacio es totalmente irreal en nuestros términos. No tiene más existencia que el espacio descrito en una obra de ficción. 0 dicho de otro modo, está dentro de usted, en su mente. Le asustará menos si lo llena de algo. Prosiga, señor Crystal. Establezca algunas leyes para su mundo. Si quiere algo realista, puedo sugerirle los próximos pasos, solo para empezar...
Jay siguió las instrucciones y apretó los botones correspondientes. Un instante después no pudo contener un grito de asombro. A través del cristal vio chispas reluciendo en la negrura, como en una muda exhibición de fuegos artificiales.
-Acaba de crear luz y materia --explicó el Instalador---. Su universo está explotando. Si gira el control de tiempo en sentido inverso al de las agujas del reloj, la explosión se convertirá en una sosegada expansión... Así, eso es. Esas gotas flotantes son galaxias. Si desea ver una más de cerca, este control de visión, el que está bajo el botón de anchura...
Jay maniobró fascinado durante media hora de tiempo real. Le pareció sumergirse en el corazón de una galaxia que luego se condensó y formó estrellas. Observó un sistema solar formando una estrella amarilla y después siguió la evolución de un pequeno planeta hasta que los asteroides dejaron de caer en su superficie. De los cráteres surgió aire y agua y toda la superficie quedó convertida en un océano humeante y cubierto de nubes.
-Es el momento de crear vida -anunció suavemente el Instalador.
-¿No surge automáticamente? -se sorprendió Jay.
-En realidad, nada surge «automáticamente», señor Crystal. La máquina funciona poniendo en práctica los impulsos mentales que usted emite. Y hay ciertos momentos cruciales que requieren un impulso especial por su parte. Este es uno de ellos. Todo lo que debe hacer es desearlo, y surgirá. Diga «Hágase la vida»... La verbalización sirve de ayuda algunas veces.
-Hágase la vida -repitió Jay.
Y la vida se hizo. Tal como estaba dispuesto el control de tiempo, mil millones de años pasaban en un minuto. A los dos minutos apareció una franja verde en las costas de los nacientes continentes. A los cuatro minutos brotaron selvas y animales anfibios se arrastraban por ellas. Jay tocó uno de los mandos situados bajo su mano izquierda y retrasó el tiempo creado con respecto a los observadores olímpicos.
Pasaron algunos minutos antes de que evolucionaran gigantescos reptiles, aves y mamíferos. Y Jay empezó a sentirse cada vez más extraño e incómodo. Se removió nerviosamente.
-Yo... --empezó a decir.
-No se inquiete -dijo el Instalador, observando la pantalla del monitor y poniendo una mano sobre el brazo de Jay-. Es algo normal, señor. Está creando formas superiores de vida, ¿no es cierto? Y esas formas empiezan a tener una conciencia cada vez más elevada. Pero, claro está, se trata de su conciencia trasladada a esos seres. Dígame qué siente ahora.
-Como si me desgarrara. Estoy dividido en un millón de fragmentos. Y parece que me pinchen con un millón de agujas.
-Perfectamente. Lo puede controlar de dos formas. Primera, mecánicamente ... Ese dial gris que hay a su derecha, el que indica «Empatía» ... Gírelo en sentido opuesto a las agujas de un reloj y desaparecerá el dolor. El problema es que lo mismo ocurrirá con su interés por la creación. Los creadores expertos dominan el dolor sin perder tal interés, utilizando una técnica de relajación mental. Puedo enseñársela, si lo desea, pero llevará algo de tiempo. Necesitaremos otra sesión, quizá varias. No cobramos las sesiones extra, forman parte del servicio de instalación. Mire, Yo siempre uso la relajación mental.
-¿Quiere decir que... también usted practica la creación?
-Por supuesto, señor. Tengo un creatrón en casa. Debo ser un experto, compréndalo, o me resultaría muy difícil aconsejar a mis clientes...
Jay chilló en aquel momento. El Instalador se inclinó y giró a la izquierda el díal gris.
-Perdone, señor -se excusó-. Puede ponerlo en la posición anterior si lo prefiere, pero quería protegerle contra un ataque emotivo. Si me permite la pregunta, ¿qué era eso? Mi visor no está tan bien ajustado como el suyo.
-Un primate --contestó el tembloroso Jay-. Fue atrapado y lentamente aplastado por una inmensa serpiente. He sentido el horror del primate, su dolor... -Meditó por un instante-. Escuche, ¿no es esta mi creación? ¡Es mi universo! ¿Por qué ha de producirine dolor? ¿No me sería posible introducir algo que acabara con esto?
-Bien, si eso es lo que quiere --dijo el instalador, con una sonrisa bastante forzada-, dispone de varias estrategias posibles.
Primera: alterar ligeramente las leyes fundamentales. Una relación distinta entre las fuerzas básicas imposibilitaría la vida sensible en todo su universo. En consecuencia, no habría dolor. Pero es un poco drástico, ¿no cree? Falta de interés humano, como usted dijo. Estrategia número dos: use uno de los botones de milagros. Puede introducir un programa establecido de forma que la vida se desarrolle sin nervios sensitivos. Desaparecerá el dolor, pero también el placer. Además, debería programar otra serie de milagros para mantener vivas a esas criaturas, ya que al no sufrir dolor morirían enseguida. Carecerían de incentivo para evitar caerse por un precipicio y cosas por el estilo. ¿No le parece que sería un universo bastante antiartístico, señor? Sus criaturas serían zombíes y no obtendría diversión alguna con ellas. Créame, lo sé por experiencia: en cierta ocasión, yo mismo hice ese experimento. Fue una simple diversión y nada más. Bien, nos queda la estrategia número tres: milagros discretos.
-¿A qué se refiere?
-Puede apretar el botón «Pausa» en diversos momentos críticos... Por ejemplo, podría haber salvado al primate apretando «Pausa» y aniquilando luego la serpiente. Ese botón que está arriba, a la izquierda... el de color naranja, sí... Es el de anulación selectiva. Incluso puede programar la máquina para que actúe así siempre, en situaciones concretas, de modo que usted no deba pasarse toda la noche efectuando un millón de milagros distintos por hora. Y de una forma similar puede interferir en la evolución. Es un caso más complicado, pero ya le explicaré el truco y así podrá eliminar la raza de reptiles que con el tiempo se transformarán en serpientes. Y muchas cosas más.
-Inartístico -gruñó Jay-. ¿No hay otro medio?
-Me temo que no. No existe medio de obtener cosas agradables sin detalles desagradables, como no sea a través de milagros. -El Instalador empezó a levantarse-. Bien, señor, lo lamento mucho, pero tengo otra cita dentro de media hora. Otra instalación. Compréndalo, el negocio está en auge. Pero si lo desea, volveré mañana mismo para comprobar sus progresos...
Bien, bien -contestó Jay.
Acababa de apretar el botón de «Pausa» y su universo, aun sin saberlo, se había detenido. Una de las especies de primates había abandonado los árboles. Jay meditaba ahora en la creación del hombre.
A la mañana siguiente, Jay estaba profundamente absorto con su creatrón cuando el robot-mayordomo emitió una discreta tos electrónica. Pero Jay no alzó la vista hasta la tercera tos, tan sonora como el rugido de un gran carnívoro del mundo que había creado.
-El señor Harriman, señor.
-¿Quién?
-El Instalador de la Corporación Creación.
-Hazle pasar, hazle pasar enseguida -respondió malhurnoradamente Jay-. Debo hablar con él ahora mismo.
Harriman entró en la sala luciendo su característica y enigmática sonrisa.
-Y bien, señor Crystal -,dijo-. ¿Cómo va su creación?
-No demasiado bien. Escuche, tengo problemas para crear una especie humanoide. He estado ensayando con primates apropiados de distintos planetas y... bueno, he debido usar algunos botones de milagros. Pensé que no tenía mucha importancia, tratándose de un experimento. Elegí la especie de mejor aspecto y luego eliminé... Me refiero a que aniquilé a sus rivales más próximos.
-¿Cómo? ¿Uno por uno? ¡Debe haber sido una tarea colosal!
-No, no. Estudié las cintas de instrucciones y... eli... preparé un programa. El programa identificaba toda especie de primate que fuera muy violenta o agresiva... y la eliminaba automáticamente.
-Un tratamiento muy correcto, sí me permite decirlo. Pensaba que debería explicarle programación, pero ya veo que usted ha ido más deprisa. Bien, señor, ¿qué ocurrió después de eliminar a esos monstruosos primates? ¿Me permitiría... observarlo personalmente?
-Sí, sí, adelante.
Ambos se inclinaron sobre sus visores respectivos. Harriman mostró a Jay la forma de mejorar la imagen del visor secundario (el que servía para los «invitados») y luego observaron atentamente un panorama selvático.
El planeta era muy parecido a Olimpo. Tenla un sol amarillo y un cielo azul, aunque naturalmente era mucho más silvestre, conteniendo grandes bosques y sabanas tropicales. Un grupo de primates se hallaba cerca de un bosque. Había cincuenta ejemplares de ambos sexos y distintas edades, mucho más peludos que los humanos, pero con caras desprovistas de pelo y delicadas facciones. Algunos erraban tranquilamente entre los árboles en busca de fruta, caminando a cuatro patas o erguidos sobre las traseras. Era evidente que podían andar de una forma bípeda, pero se mostraban bastante variables a este respecto. De vez en cuando, dos de ellos encontraban una suculenta fruta casi al mismo tiempo. Cuando tal cosa sucedía, ambos primates se miraban sor prendidos y se alejaban del lugar sonriendo de una forma más bien tonta que resultaba curiosa. Ninguno de los dos cogía la fruta, sino que se iban a buscar otras.
De las profundidades del bosque surgió repentinamente otro grupo de criaturas.
-Esto será interesante -musitó Harriman al oído de JaY-- Es una situación crítica. En mis mundos siempre he... ¡Caramba¡ ¿Qué les ocurre?
La «situación crítica» se resolvió del modo más sencillo. El grupo invasor se encontró con los animales que ya estaban allí. Estos últimos quedaron sorprendidos y sonrieron bobamente. Los invasores los imitaron, contemplaron un momento la extensa sabana que se extendía ante ellos, relincharon o, gimotearon un poco y desaparecieron de nuevo en la espesura del bosque.
-¡Vaya¡ -exclamó Harriman---. ¿Siempre sucede eso cuando dos grupos se encuentran? ¿No hay peleas, no defienden el territorio?
-No. Me alegra decirle que mi gente no es violenta. Elegí la especie más pacífica que pude encontrar. Quería evitar la triste historia de nuestro propio pasado...
-Comprendo. ¿Nunca se adentra en la sabana esa «gente» suya?
-Jamás. Es que en esa zona hay grandes carnívoros, ¿sabe?
-¿Es que su gente no es carnívora? Suponía que...
-No, no lo son. ¡Son vegetarianos estrictosl Deseo crear una civilización decente, sin anticuados detalles barbáricos. Como ya sabrá, es el ideal que he estado promoviendo en mis obras cinematrónicas. Interacción civilizada entre individuos y especies. Es importante empezar bien, ¿no?
-Sí, lo es -admitió Harriman. Aspiró profundamente-. Dígame, ¿cuánto tiempo ha vivido su especie a ese nivel evolutivo? Al decir tiempo, me refiero al de ellos, no al nuestro. Semibípedos, comedores de fruta que viven en los bosques sin arma alguna... ¿0 tal vez debería decir «herramientas»?
-Veinte millones de años -respondió tristemente Jay-. Y en ese tiempo mi programa ha eliminado cuatro especies afines de ese planeta, todas ellas salvajes.
-Bien, señor Crystal, ese ha sido su error. Es evidente que, mediante su programa, ha eliminado cuatro candidatos muy prometedores a convertirse enteramente en humanos.
-¿Humanos? -gritó Jay-. ¡Son bestias crirninalesl
-Eso fuimos nosotros en otro tiempo -afirmó Harriman. Sus ojos brillaron un instante---. Y la bestia sigue dentro nuestro.
Nuestra civilización es simple apariencia; quizá necesaria, si, pero para muchos de nosotros es más bien aburrida en el fondo. Esto explica suficientemente el auge de la venta de creatrones. La gran pantalla permite a muchísimas personas el placer de disfrutar inofensivamente con un salvajismo delicioso. ¡Espere a que le muestre todo el alcance de las técnicas empáticas, señor Crystall Tal vez entonces cambie un poco su opinión respecto a qué es deseable o indeseable en un submundo. Por ejemplo: ¿No le gustaria ser el caudillo salvaje de una poderosa horda de espléndidos bárbaros, recorriendo a galope la jungla y el desierto, la montaña y la llanura, saqueando pueblos y ciudades, teniendo a raya a sus temerosos enemigos y a las igualmente temerosas, pero mucho más atractivas, mujeres de estos?
-¡No!
-Oh, no importa. -Harriman suspiró----. Pero compréndalo, señor. Sean cuales sean sus ideales más profundos, permítame decirle que nunca creará una especie humanoide de esta forma, con esos individuos tan agradables. La gente agradable llega al final del proceso, y ya es mucho decir. Usted precisa dos cosas: en primer lugar, seres que coman carne. En segundo lugar, seres que sean agresivos, egoístas, que luchen hasta la muerte. La habilidad de la caza agudiza el cerebro y la competición con otros miembros de la misma especie... eso crea una ambición auténtica. Si estamos en Olimpo es fundamentalmente por ambición. ¿Recuerda como se inició el viaje espacial? Salimos al espacio gracias a una carrera espacial.
-Debe existir otro medio -insistió Jay~. Escuche, Harriman, yo también he estudiado historia. Sí, llegamos a Olimpo, pero antes destruimos nuestro planeta original y casi resultamos exterminados en el proceso. ¡El daño que hicimos al universo ... ¡ Me gustaría meditar un modo mejor, comprobar si puedo crear una raza no sometida a nuestros males. No se trata de un juego. Si triunfo, quizá pueda dar un mensaje vital a todos nosotros, en el mundo auténtico.
-De acuerdo, inténtelo. Le enseñaré todo lo que debe saber sobre la máquina, las técnicas de programación, empatía, etc. Y después... haga lo que quiera. Pero podría sugerirle algo.
-¿El qué?
-Si usa los botones de milagros para favorecer a una especie determinada sobre el resto, elija la más malvada, astuta y sanguinaria que le ofrezca el planeta. De ese modo acelerará mucho la evolución de la humanidad real... ¡Oh, clarol Ya sé que no hará. Pero en tal caso, ¿por qué no deja que todo siga su curso normal? No toque los botones de milagros y limítese a esperar los resultados de la evolución. Cuando sus criaturas usen ropas, Y espadas ocúpese de ellas y trate de domesticarlas. Existen técnicas incluso para manipular especies inteligentes, para volverlas más dóciles 0 fieras. Por ejemplo...
Cuando acabó aquella sesión, Jay manejaba con tanta destreza el creatrón que llarrirnan decidió dejarle solo con sus experimentos durante algunos días. En realidad pasó una semana antes de que el robot-mayordomo volviera a anunciar a anunciarle. Jay no estaba ocupado con la máquina, sino yendo de un lado a otro en la habitación donde se la habían instalado. Al entrar Harriman fue a recibirlo apresuradamente.
-Harriman, yo... -balbuceó-. Es... es abrumador.
-Es muy excitante en cuanto se domina la creación, ¿no es cierto? -dijo el siempre sonriente visitante-. Bien, cuénteme sus experiencias. Mire, señor Crystal, pronto se acabará esta relación profesional. Dentro de algunos días, si no me equivoco, le borraré de mi lista de nuevos clientes y usted pasará a estar atendido por la sección de mantenimiento de la corporación, no por la mía. Cuando tal cosa suceda, confío en que podamos ser simplemente compañeros en este gran arte. Y, ¿por qué no«?, amigos. Y ahora, señor Crystal...
-Llámerne Jay, por favor.
-De acuerdo, Jay, siempre que usted me llame Sam... De Samuel, ya sabe. Pero todos mis amigos me llaman Sam.
-Sam... he creado al hombre.
-Felicidades, Jay. ¿Qué es lo que hizo?
-Nada, en realidad. Dejé que la evolución siguiera su curso y... ¡surgió la humanidad1 Fueron haciéndose muy parecidos a nosotros...
-¿Quiénes? ¿Aquellos necios y bondadosos hombres mono del bosque?
-No, hombre, no -replicó Jay, agitando su mano como si apartara una mosca- Me desembaracé de ellos. Decidí no hacer más trampas, nada de milagros, y empezar desde el principio . Aniquilé mi primer universo...
-¡Todo su universol ¿Por qué no se conformó con aquel planeta?
-Estaba demasiado confundido. Quería comenzar de nuevo, partir de cero. Y así lo hice. Establecí las cuatro leyes y la constante de masa y lancé el nuevo universo a toda velocidad. Luego escogí una galaxia de tamaño medio y observé diversos soles amarillos muy prometedores. Simplemente, observé. Muchos de ellos formaron el tipo adecuado de planetas y creé vida una y otra vez, solo deseándola, como usted me enseñó. Y dejé que la vida evolucionara como quisiese. Usé la banda de empatla media... Fue una sensación realmente sobrenatural...
-Le creo -dijo Harriman. Los recuerdos hicieron chispear sus ojos-. Es algo que parece salir del estómago, ¿verdad? Todos los animales: tiburones, serpientes, dinosaurios, tigres... A veces usaba el micrófono y sentía cómo daba vida a pequeños organismos. Bacterias, virus... ¡Carambal Me he escindido en infinidad de microbios: sífilis, rabia, células cancerígenas... y también en los leucocitos que los perseguían. Me he matado y devorado a todos los niveles. No hay otra excitación igual.
-Sí, pero es francamente inquietante --objetó Jay, pasando una nerviosa mano sobre su cabello rubio---. Tanto horror, tanta maldad... Cuando llegas a los animales mayores todo es maldad... ¡y toda procedía de imí! Todo lo que odio tomaba forma tras abandonar la oscuridad de mi mente. Para ser franco, casi me volvíá loco de vez en cuando. Me costó muchos esfuerzos no apretar los botones de milagros y exterminar un monstruo tras otro. Pero lo logré. ¡Esas pesadillas fueron desarrollándose a sus anchas¡ -Un estremecimiento le impidió seguir hablando.
-¿Se apartó de la máquina para relajarse? -preguntó ansiosamente Harriman-. Si no lo hizo, puede tener problemas.
-Oh, claro que me aparté. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Piensa que puedo soportar una empatfa total, o aunque solo sea moderada, con una masacre? ¿Siendo yo todas las víctimas y todos los asesinos al mismo tiempo?
-Bien, bien. Así pues, ¿a qué resultado llegó?
-Civilizaciones, muchas civilizaciones en numerosos planetas. No todas eran de humanoides... ¡Gran Olimpo, he sido centauro, delfín, canguro, pulpo ... ¡ Pero en definitiva, fueron los humanoides los que más me fascinaron. ¡Tan parecidos a nosotros!
-¿Y existían razas dóciles entro sus civilizaciones?
-Ni una -admitió tristemente Jay---. Todas carnívoras y asesinas, como usted dijo, Sam. Supongo que debe ser así al principio. El paraíso nunca se perdió... aunque quizá pueda ser encontrado. Quiero proseguir en esa dirección. Mientras tanto... mientras tanto, debo decirlo, algunas de mis razas han hecho las cosas más increíbles. ¡Incluso han producido literatura!
-Es un hecho frecuente -asintió Harriman al tiempo que sonreía . De hecho, muchos guionistas del cinematrón plagian las obras de sus criaturas. Es una idea que debe considerar usted mismo, Jay. Y en realidad no es como hacer trampas, porque sus criaturas son usted. Son una parte de su mente que usted libera...
-Jamás imaginé que pudiera escribir algo como esto. Lo he grabado. -Apretó un botón-. lEscuchel Naturalmente, es una traducción a nuestro idioma de otra lengua que inventaron mis criaturas. Es mucho mejor en el idioma original, que yo, ¡gran Olimpo¡, entiendo perfectamente. Se trata de un poema muy extenso...
La voz remota e impersonal del sintetizador empezó a recitar:
Pues yo tengo fijo en mí, yo presiento que llegará el día
en que perecerá la sagrada Ilión
y con ella su rey y su pueblo.
Pero ni la caída de la ciudad, ni la pérdida de los troyanos,
de la misma Hécuba, del rey, de mis hermanos,
que sin duda caerán sobre el polvo a manos de nuestros enemigos,
me importa tanto como tu propio destino,
cuando un saqueo te arrastrará angustiada y bañada en lágrimas,
perdiendo tu libertad y conduciéndote a Argos,
huérfana de mi protección y cariño,
tendrás que tejer bajo las órdenes de una extranjera
o bien irás a por agua a las fuentes Meseida o Hipería
bien contra tu voluntad, por dura necesidad.
Y alguien viéndote llorar dirá sin duda:
«Esa fue la esposa de Héctor, el más señalado entre los troyanos
en los combates, cuando se peleaba en torno a la sagrada Ilión».
Y de nuevo habrá dolor sobre dolor al conocer que ha muerto tu marido,
el único, que de alentar, llegaría a arrancarte de tu esclavitud.
Pero ¡cúbrame un montón de tierra antes de que oiga tus clamores
y te sepa cautiva de los aqueosl
La voz cesó y Jay desconectó el aparato.
-No se escribe poesía de este tipo en la actualidad -dijo Jay-. No en nuestro universo. -Por supuesto que no. -Harriman se encogió de hombros---. ¿Cómo van a hacerlo? ¿Cómo vamos a hacerlo? Gozamos de una civilización cómoda y la píldora de la inmortalidad, y las guerras están prohibidas por la Organización de los Planetas Unidos. Examine las grandes poesías... por ejemplo, ese extracto que usted grabó y que, ciertamente, es magnífico. Los componentes son muerte, guerra y esclavitud, las peores maldades. Pura tragedia.
Sin eso, no hay poesía brillante. Y tampoco hay estímulos, hay que irlos a buscar a esos subuniversos. A propósito, ¿qué raza produjo ese poema? Debe ser gente excelente, hasta considerándola según mis criterios...
-Son los seres más aterradores de entre todos mis humanoides. -Jay se estremeció-. Su aspecto es insignificante, relativamente hablando. Casi todos los especimenes están muy por debajo de los dos metros y medio de altura...
-¡Enanos! --exclamó Harriman torciendo el gesto.
-...pero compensan eso con su fiereza, ciega determinación y pura crueldad. Cuando pienso que yo soy ellos... Debo hacer algo. Son un reto a todo lo que amo y en lo que creo.
-¿Por qué no se limita a apretar determinado botón? Jay, no vale la pena que se trastorne por ellos.
-No. No habrá más aniquilacioncs. Me lo he prometido. Esas criaturas son mías. Debo ayudarlas, transformarlas. Pensaré en algo. -Pareció cambiar de tema Sam, ¿puede explicarme una cosa? ¿Para qué sirve ese mando, el que está arriba de todo, a la derecha del tablero?
-¿Qué mando?
-Este -aclaró Jay, tocándolo. Era una pequeña proyección, aparentemente inútil, unida mediante una rosca al cuerpo principal del tablero de mandos.
-Ese... Oh, no sirve para nada -explicó llarriman. Se rió breverriente- No debería encontrarse en esta máquina. En uno de los modelos había un control extra en ese mismo ugar, para un tipo especial de empatía, pero nos pareció muy peligroso y lo eliminamos. Lo más probable es que no funcione en este aparato.
-¿Peligroso? ¿Es que el creatrón puede ser peligroso? ¿En el mundo real?
-No, si lo usa sensatamente. Cuando se iniciaron las ventas de creatrones hubo algunos clientes muy poco sensatos que sufrieron accidentes. En uno de los más graves... Bueno, nunca supimos con exactitud lo ocurrido porque cuando muere el creador, se aniquilan automáticamente todos sus universos. La existencia de estos depende de la del creador, y al desaparecer el segundo, desaparecen también los primeros.
-¿Dice que murió alguien? -preguntó atónito Jay-. ¿En Olimpo? ¿Por qué no informaron los noticiarios?
-No fue en Olimpo, por fortuna. Fue en Amentet, planeta que nuestra corporación controla casi por completo, detalle que nos permitió ocultar la noticia. En cualquier caso, la culpa fue del usuario. Se envició con el aparato y en aquel tiempo no teníamos bastante experiencia para detectar los síntomas de esta enfermedad. Era un empleado de la Corporación y creo que se llamaba 0. Siris. Decía una y otra vez que le estaban despedazando y eso fue lo que finalmente ocurrió. Encontraron su cuerpo, aún unido al creatrón, sangrando por más de diez heridas. Mire, hay sueños que pueden resultar mortales si el individuo permite que se adueñen de él. Ahora ya lo sabe, Jay. Estos modelos actuales son mucho más seguros que los primitivos, pero... ese monitor cumple una misión. Y si presiente que está en apuros, no dude en llamarme por el daserófono.
-De acuerdo.
Siguieron pasando los magníficos días del planeta Olimpo. Jay se absorbió completamente en su afición, su creatrón. Dejó de escribir para el cinematrón tridimensional y, en realidad, no precisaba hacerlo: los derechos de -autor de sus obras anteriores le proporcionaban una buena renta, aparte de recibir el salario básico que la Organización de los Planetas Unidos pagaba a todos los ciudadanos en virtud del Derecho Existencial. La interrupción de su trabajo normal no le preocupó mucho pues sentía que estaba profundizando en su comprensión de la naturaleza humana. Su nueva máquina de los sueños le permitiría progresar tanto que, cuando volviera a escribir para el cinematrón, produciría obras maestras. El detalle grave era que su dedicación a su subuniverso estaba destrozando su vida social en el mundo auténtico. Su última amiga, Afro, no cesaba de quejarse. Una mañana, Afro, recostada en el lecho antigravitatorio de Jay, tragó la píldora que la convertía inmediatamente en inmortal y estéril. Y a continuación bebió un poco de néctar.
-Jay, me voy --dijo.
-Ah, sí -contestó distraídamente Jay~. Supongo que ya es tarde.
Se deslizó hasta el otro lado de la cama y cogió su ropa de un modo mecánico, sin prestar atención a lo que hacía. Afro se incorporó bruscamente sobre la espuma del campo de fuerza. Sus cabellos, largos y rubios, se agitaron como serpientes y sus ojos azules, el detalle que más dulzura daba a su rostro normalmente, se contrajeron en un gesto de irritación.
-No -dijo- Lo que quiero decirte es que no aguanto más. ¿Quieres escucharme, por favor? Cuando hacemos el amor tienes la cabeza en otra parte. Bueno, no eres el único tipo que... Sam, por ejemplo: es más divertido estar con él, ¡se interesa un poco por mí! Y no está atontado por esa máquina. Si quieres volver a verme, Jay, llámame a su casa.
Jay estaba pensando en otras cosas y dejó que Afro se fuera.
No tenía celos. Además, Sam era ahora su mejor amigo y cuidaría bien de Afro.
Sam venía a verle casi todos los días, para intercambiar detalles sobre los subuniversos. Su relación vendedor-cliente había concluido oficialmente: no eran más que simples aficionados que se reunían. Sam parecía sentirse más tranquilo en cuanto a los peligros potenciales del creatrón.
-Lo comprobé en la corporación --explicó en una de sus visitas-. El mando de empatía total de tu máquina no funciona. No sé el motivo, pero el botón sigue estando bajo ese saliente metálico, aunque los técnicos me aseguraron que no está conectado a parte alguna. A partir de ahora, todos los modelos nuevos carecerán de ese mando. Y en cualquier caso, sé que no harás una locura como aquel tipo, Siris. -Sonrió e hizo un gesto de cabeza, señalando el creatrón-. ¿Qué tal te va, Jay?
-Terrible... y maravillosamente. -Jay tragó saliva-. En cuanto desconecto «Pausa», tengo el control de tiempo dispuesto para examinar en una hora un año del planeta que te mencioné. Sí, ya sé que es un procedimiento muy lento, pero es que ahora sigo su civilización al detalle. He avanzado dos siglos desde la época de aquel poema, ¿te acuerdas?, y... están pasando cosas extrañas, Sam. Esas criaturas están desarrollando filosofía, religión...
-Sí, suelen hacerlo --dijo Harriman, sonriendo nuevamente . Disfruto mucho con las religiones de mis criaturas. Todas implican sacrificios humanoides, algunos muy ingeniosos en cuanto a sus métodos, y es normal que los sacrificios se ofrezcan a... ¿A quién dirías? ¡A mí, el auténtico señor y creador del universo, Samuel Harrimant
-También en mi planeta hay algo de eso. -Jay sintió un escalofrío-. Es horrible. Pero tengo esperanzas. Este tipo de hechos está disminuyendo, sobre todo en una franja que ocupa el centro del mayor de los continentes. En los dos últimos siglos han surgido algunos hombres brillantes, en diversas culturas. Una pequeña tribu abandonó los sacrificios humanos hace mucho tiempo, sustituyéndolos por los de animales. Y hace poco, uno de sus mejores hombres denunció incluso esto. Lo más curioso es que afirmó hablar en mi nombre. Explicó a su gente que yo deseaba «misericordia, no sacrificios». Y otros hombres han dicho cosas parecidas en otros lugares. Mira, vamos a la máquina y te lo mostrare.
Una vez acomodados ante los visores, Jay deslizó el buscador a través de las nubes de aquel planeta azul y blanco. Surgieron las cimas de una elevada cordillera, llenas de hielo y nieve. Jay maniobró hacia el sur, descendiendo paulatinamente hasta que la visión, similar a la de un águila, mostró una zona cálida que se extendía ampliamente en la distancia, repleta de arroyos, junglas y pequeños claros en los que hombres de piel oscura cuidaban arrozales. De vez en cuando los claros eran más grandes y en sus centros, a orillas de los ríos, se alzaban ciudades amuralladas. Su planificación parecía bastante buena: mercados bulliciosos, palacios espléndidos, templos ricamente adornados y parques espaciosos.
Finalmente, Jay concentró la visión en una de las ciudades y enfocó un bellísimo parque. A lo lejos, dóciles ciervos erraban entre los prados y árboles de flores rojas y brillantes. Más cerca, entre los diseminados árboles, había una muchedumbre formada por todo tipo de personas, sentadas, en cuclillas o de pie: grupitos de enjoyados nobles y mercaderes con su guardia personal y esclavos de ambos sexos, sacerdotes con la cabeza afeitada y una inmensa multitud de gente ordinaria, hombres, mujeres y ninos, aparte de una hilera de sucios y enfermos pordioseros. Hacia el centro de esta muchedumbre había un espacio libre en torno a un gran árbol de hojas verdes. Ante el árbol, delante de la multitud, había un grupo de hombres enjutos vestidos con ropas de color amarillo. Y bajo el árbol había otro hombre-, encarado con los anteriores y toda la multitud. También llevaba vestiduras amarillas, pero era menos delgado que sus companeros. Su aspecto resultaba imponente y sus facciones eran hermosas y bien formadas.
Esta, al menos, fue la escena que vio Harriman. En cuanto a Jay, la cosa era distinta. No solo veía la escena, sino que él era esa escena: estaba en la tierra y en la hierba y suyas eran las ramas verdes que se agitaban bajo la acción de la cálida brisa. Estas sensaciones resultaban relativamente difusas. Jay sentía con mucha más fuerza la vitalidad del ciervo que pacía a lo lejos y la multitud que atestaba la zona más próxima. Jay era el noble orgulloso y bien alimentado, la seductora bailarina, el joven y robusto campesino que llegaba a la ciudad durante el día, el anciano pordiosero que sufría lo indecible con su rodilla rota...
Pero sobre todo, Jay era el hombre sentado bajo el árbol.
Miró a la muchedumbre a través de los ojos de este hombre y sintió una inmensa compasión. Sufrimiento ... Todo el mundo sufría. Nacimiento, vejez, enfermedad, muerte ... Sufrimientos y más sufrimientos. El contraste éntre lo que se apetecía y la desagradable realidad era un nuevo sufrimiento. Y tan solo él conocía el remedio, la liberación, el camino medio...
Y él, el Iluminado, impartió sus enseñanzas. Las cuatro verdades nobles, el camino óctuple y los cinco preceptos. Toda la vida era sagrada: en consecuencia, absteneros de dañar una criatura viviente. Toda la vida era única: la noción de que se tenía un alma individual y eterna era la gran ilusión de la que la persona debía liberarse. Si el individuo se aferraba a ese ego ilusorio, se encontraría atado a la cadena del sufrimiento.
- Sabbe sankhära dukkha.
Las palabras del idioma de aquel cálido país fluían de sus labios, sonoras pero no extrañas, ya que poseía el don de comprender las lenguas de todas sus criaturas.
-La existencia es sufrimiento...
La multitud estaba impresionada. Algunos de los asistentes se armaron de valor y formularon diversas preguntas.
-¿Qué debemos sacrificar a los dioses, oh Iluminado? -preguntó un sacerdote.
-El mejor sacrificio es el de la acción moral correcta, el de la misericordia ante todos los seres vivientes... En cuanto a los dioses, también ellos son criaturas como nosotros y también ellos necesitan iluminación.
-¡Oh, Iluminado¡ -gritó repentinamente una mujer.
Acababa de llegar. Apretaba contra sus caderas a un niño que... No, no era un niño. La vida solo existía en él al microscópico nivel de la decadencia. Era el cadáver de un niño. La mujer se aferraba a esta desgracia personal, y en consecuencia, estaba ligada a ella.
-¡Oh, Iluminado! -repitió-. ¡Tú, que conoces todos los secretos, explícame la magia, el remedio para devolver la vida a mi hijo¡
-Mujer ----contestó él-. Ve a todas las casas de la ciudad donde nadie haya muerto y pide a sus moradores una semilla de mostaza...
-¡Pero eso es imposiblel -replicó la afligida mujer---. ¡Por todas las casas ha pasado la muerte!
-Ese conocimiento -replicó el hombre que se hallaba bajo el árbol- es el único remedio de la muerte.
Jay empezó a retirarse de la escena hasta que empezó a ver el prado donde estaban los ciervos a través de los ojos de un halcón que planeaba y revoloteaba sin descanso, emitiendo sonidos lastimeros mientras escudriñaba el paisaje en busca de una presa. Jay apretó el botón «Pausa».
Mientras ambos se apartaban del creatrón, Jay tradujo a Sam las palabras del hombre sentado bajo el árbol. Jay se sentía tan confundido como entusiasmado.
-¡Es increíble que este tipo de cosas estén en mi interiorl
exclamó al acabar sus explicaciones-. ¡Yo, el Iluminado! ¡Sam, amparándome en eso podría establecerme como filósofo en este rnundo!
-Es indudable que era tu mundo, Jay -afirmó Sam, sin poder evitar un bostezo-. Mis mejores criaturas son incapaces de impartir enseñanzas similares. En realidad, mis creaciones manifiestan una fuerte tendencia hacia el zurrismo.
-¿Zurrismo?
-Exacto. La primera verdad noble del zurrismo es la siguiente: Zurra a la rata antes de que la rata te zurre a ti. Así habló mi Zurratustra. Pero debo ser sincero, Jay: tu mundo es brillante, complejo, artístico. Me gustó mucho toda tu muchedumbre. Los pordioseros, las prostitutas, los nobles... Tienes un talento tremendo. No, me quedo corto. Debería decir que eres un genio. Mis mundos son más toscos, más simples...
-Sam, ¿qué pretendía decir aquel hombre cuando explicó que los dioses son criaturas como nosotros y también ellos necesitan iluminación? Estaba hablando de nosotros, ¿no es cierto?
-Supongo que sí. ¿Qué tiene de extraño?
-Pero es que... parecía que aquel hombre nos conociera. ¡Era como si estuviéramos al mismo nivel de realidad que él!
-¿Y por qué no? -Harriman exhibió su sonrisa característica. Al fin y al cabo, ese tipo es una parte de tu mente, Jay, por lo que en cierto sentido se encuentra en el mismo nivel de realidad. Y nuestras criaturas tienen nociones vagas sobre nosotros. Es un hecho que los aficionados al creatrón descubrieron desde el primer momento.---Se rió un instante-. Antes de que aquel hombre, Siris, sufriera el accidente, dijo algo que nos dejó bastante trastornados. A ver que te parece, joh Iluminado! Dijo: «Nosotros creamos los submundos, pero ¿quién creó nuestro mundo? Quiza fueron los habitantes de esos submundos. Nosotros los creamos a ellos, ellos a nosotros. Vosotros garabateáis mi esencia, yo hago lo propio con la vuestra. jUn engaño mutuo¡ Es el arte creativo el que hace girar los planetas ... » ¿Qué opinas de eso, Jay?
-Heráclito -murmuró Jay.
-¿Qué has dicho? ¿Es una maldición, o algo parecido?
-No. Heráclito es uno de los filósofos del planeta de mi subuniverso. Sus ideas son semejantes a las que has mencionado. Vive en una zona situada un poco al noroeste de la que estuvimos observando. Su civilización también es bastante brillante y estoy seguro de que te gustaría. Son hombres con un gran sentido artístico y muy crueles. Heráclito es uno de los más feroces e inteligentes. Afirma que hombres y dioses están estrechamente relacionados: unos y otros se generan mutuamente. También dice que toda la existencia se basa en el conflicto, la lucha, la guerra... Si el conflicto acabara, todo el universo desaparecería.
-Tiene toda la razón. -Harriman sonrió-. Al menos tendría razón en mi universo, porque yo apretaría el botón de aniquilación si dejaran de producirse batallas en mi mundo. Es demasiado aburrido soportar una paz eterna. Jay, me gusta más ese Heráclito tuyo que el otro tipo que acabas de mostrarme. Es una criatura muy competente.
-Debo logar que esté equivocado -murmuró Jay-. Oh, he aprendido que cierta agresividad es precisa en la primera etapa de la humanidad, ¡pero no tanta como la que se está produciendo actualmente en la mayoría de lugares de mi mundo! Guerra, masacres, esclavitud, torturas... No, eso no debe proseguir.
-Estás equivocado -dijo enérgicamente Harriman-. Debe proseguir en alguna parte, Jay, o nos volveremos locos. Aunque no lo creas, nosotros, los de la Corporación Creación, hemos salvado a nuestra civilización de un colapso general. Deberías haber visto la cantidad de altas que se producían en los hospitales mentales, el número de suicidios e incluso asesinatos que se producían antes de la invención de esta máquina. La gente necesita estímulos, ¿comprendes?, y ahora los tiene con sus creatrones, eso es todo...
Por eso nos podemos permitir una vida pacífica y sin sufrimientos en el gran mundo, en el mundo real.
-Los otros mundos también son reales. Ya lo has admitido antes y yo sé que es cierto. Cuando estoy allí, todo es tan real como aquí. ¡Y pensar que una vez aniquilé todo un universol -Jay se estremeció y Harriman empezó a reír.
-¡Oye, pero si esa es la mayor diversión de todasl –objetó Sam-. Pero es mejor no aniquilarlo todo simultáneamente. De lo contrario, todas esas criaturas desaparecen sin darse cuenta. Si vas aniquilando de una forma selectiva puedes divertirte, observando como esos pobres tontos ven desaparecer sus soles y lunas, luego el país vecino y así sucesivamente. Yo siempre empleo este método.
Jay contempló a Harriman con un aire de consternación. Y a partir de aquel día, su amistad no volvió a ser nunca como antes.
Muchos días más tarde, Jay se sumergió completamente en el mundo de su creación. No salió para nada de su palacio y ni siquiera abandonaba la sala que alojaba su creatrón, ordenando a los robots que sirvieran las comidas en una mesita situada junto a la gran máquina. Comía a toda prisa y se apresuraba a regresar al terrible y maravilloso planeta azul y blanco.
Siguió manteniendo el control de tiempo al ritmo de un año por hora, con lo que podía observar una generación del submundo en un par de días olímpicos. Subjetivamente, cuando se hallaba en empatla media o profunda, su tiempo era el del submundo. Es decir, los sueños tridimensionales de Jay colmaban lo que parecía ser la experiencia de toda una vida en tres o cuatro días «reales».
Poco a poco, Jay fue concentrándose en la cultura que había dado origen al terrible filósofo Heráclito. Estas criaturas estaban alcanzando la cima de la gloria. Numéricamente débiles, habían derrotado, no obstante, a un inmenso imperio oriental: y Jay estuvo allí cuando lo hicieron. Se introdujo en el cerebro de un soldado armado hasta los dientes, en un barco que se acercaba a una isla rocosa, y sintió el júbilo de su criatura al saltar a tierra y empezar a lancear a sus atemorizados enemigos. Debería haber sido una sensación horrible, pero no fue así: el guerrero se complacía en lo que estaba haciendo, el simple ejercicio de una de sus mejores habilidades para defender su amada ciudad, y no por odio personal. Al terminar la batalla, con todos los enemigos muertos o encadenados, empezaron a formarse palabras en el cerebro del hoplita... y Jay descubrió que también era un gran poeta. Iba a escribir una tragedia para el próximo festival, y aquel combate formarla parte de ella. Pero no ensalzaría el valor de su gente, sino que más bien sería un poema de temerosa admiración ante la justicia de los dioses: como aniquilaban la arrogancia, el ansia de conquista. El héroe de la tragedia sería el rey enemigo. Pero su propia canción guerrera ocuparía un lugar modesto:
¡Oh, hijos de Hélade, adelante¡ Liberad vuestra patria, vuestros hijos y mujeres, los dioses y las tumbas de vuestros mayores: ahora debeis combatir por todo...
Jay también estuvo en el teatro el día que se representó la obra. La tragedia resultó magnífica y lo mejor de todo fue que la audiencia lloró por los sufrimientos del enemigo...
Sí, pensó Jay. este pueblo tiene una cualidad de grandeza. Quizá transformen este mundo en algo mejor.
Siguió observándolos durante dos generaciones. La ciudad que habla luchado tan noblemente se convirtió en imperio, con toda la arrogancia y ansia de conquista que el hoplita había denunciado. Provocaron una y otra vez a sus vecinos, hasta que estos se unieron en una coalición contra los primeros. Atacaron a todo amigo de sus enemigos, incluso a gente neutral...
Jay contempló horrorizado cómo, en tiempo de paz, las fuerzas de la ciudad cercaron una pequeña población isleña que hasta entonces había permanecido aparte de la contienda. Algunos traidores abrieron las puertas desde el interior de la fortaleza. El ejército invasor reunió a los derrotados en dos grandes grupos, uno de mujeres y niños, otro de hombres. Después, los soldados empezaron a cortar metódicamente los cuellos de los varones, entre chillidos de mujeres y niños. Completada la masacre, esposas e hijos fueron embarcados con rumbo a los mercados de esclavos...
También en esta ocasión hubo un poeta de la ciudad que escribió una obra sobre el suceso. Pero su estilo resultó amargo y espantoso. Situó la tragedia en tiempos legendarios, aunque la historia fue muy similar: el incendio, la matanza, las mujeres cautivas... La reina, esclavizada, gritaba:
¡Oh, Dios, nuestro creador y engendradorl ¿Ves nuestra desgracia?
Y las demás esclavas contestaban a coro:
La ve, mas las llamas no se han extinguido todavía...
Jay se apresuró a tocar el botón «Pausa» y se apartó del creatrón. Incluso abandonó aquella sala. Anonadado, pasó varias horas en su lujoso lecho.
Al levantarse, había perdido toda esperanza de salvación que proviniera de las ciudades de Hélade. Y se sentía profundamente culpable. El, Jay, era el dios insensible al que gritaban en vano aquellas esclavas. El era los asesinos, los esclavizadores y los torturadores. Debía expiar sus culpas de algún modo. Pensó en los botones de los milagros, pero rechazó la idea. No, sería hacer trampas y tampoco resolvería nada. El mal estaba dentro de él mismo y allí era donde debía atacarlo. Salvaría su mundo, si el mundo le mataba a él...
Sintió un deseo imperioso de descender a su mundo, hacer algo efectivo, comprometerse. Luego le vino algo a la memoria. No, sería imposible... Sam había explicado que no había conexiones. Aunque, pensándolo mejor, valdría la pena investigarlo.
Volvió a la sala y se dirigió a la parte trasera del creatrón para buscar las cintas de instrucciones. Nunca las había escuchado hasta el final y en esta ocasión lo hizo. Por fin, la impersonal voz de un robot dijo:
-Control de empatía total. Arriba a la derecha, color púrpura. No tocar, repito, no tocar, a menos que esté presente un ayudante para vigilar el monitor cerebral y, si es preciso, apretar el botón «Pausa» para dar fin a la empatía.
»La empatía total produce una ilusión extrema. El operador perderá toda conciencia que no sea la de sus criaturas. Será, subjetivamente, una de tales criaturas hasta que esta muera o sea apretado el botón «Pausa». Es aconsejable que el operador seleccione una criatura que goze de buena salud y se encuentre a salvo de peligros externos. También es conveniente acordar con el ayudante que active el dispositivo de «Pausa» tras un período de tiempo muy limitado. Además, el operador deberá asegurarse de estar en perfecto estado físico antes de ensayar la empatía total.
»Repito: Control de empatía total. Arriba a la derecha, color púrpura...
Jay cerró la grabación y llamó a su mayordomo-robot.
-Esa tapa metálica -dijo, señalando la pieza a que se referfa-. ¿Puedes quitarla?
-Por supuesto, señor --contestó el robot.
El mayordomo abrió con una mano la pequeña abertura que había en su pecho metálico y extrajo un instrumento que apenas había cambiado en los últimos mil años: un destornillador. Luego se inclinó sobre el creatrón. Un minuto más tarde, el mayordomo se enderezó, mostrando en su mano un objeto metálico de pequeño tamaño.
-He terminado, señor -dijo.
-Bien. Ahora, déjame solo.
-Señor.
El robot salió de la sala. Allí estaba: un botón púrpura que no se diferenciaba en tamaño o forma de otros muchos de la gran máquina. No servía para nada, por supuesto, se dijo Jay, pero podía ser una ayuda psicológica. Su plan consistía en llegar a un estado de profunda empatía, elegir una criatura que valiera la pena, apretar el botón y seguir a dicha criatura a través de su vida de esfuerzos en pro de la justicia y la caridad. Debería ser alguien parecido al gran iluminado, aunque tal vez más activo, más apasionado. No lo buscaría en el Oriente, ni tampoco en Hélade. ¿Quizá uno de los miembros de aquella pequeña tribu que vivía en una zona intermedia, cuyos profetas se habían opuesto a los sacrificios desde hacía mucho tiempo?
Pulsó el botón «Marcha» y la historia siguió su camino. Jay localizó la tribu que buscaba. Habían sufrido diversas tribulaciones, pero parecían haberlas superado, y su fe en un dios justo y misericordioso era más firme que nunca. Los helenos dominaban el centro del planeta y trataban despóticamente a aquella tribu. Querían que ellos imitaran a los helenos y aceptaran el mundo tal como era, con toda su sensualidad y crueldad.
Pero la tribu se resistía furiosamente. La persecución que sufrían sus miembros solo servía para estimularlos a desarrollar esfuerzos todavía mayores. Por fin, los helenos fueron dominados por otra potencia occidental. Los nuevos caudillos eran gente aún más inflexible. Al principio favorecieron a la pequeña tribu, pero esta situación no podía prolongarse mucho. Los nuevos dominadores formaban un gran imperio y estaban totalmente influidos por los valores helenos. Eran los mayores esclavizadores de la época, ricos, arrogantes y despiadados. La masacre de la población insular volvió a repetirse en infinidad de ocasiones a lo largo de las costas de aquel mar intermedio, hasta que el imperio se hizo insoportable y Jay se encontró desesperado.
Era muy de noche. Apretó el botón «Pausa», fue hasta su dormitorio... y apenas pudo concilar el sueño.
A la mañana siguiente se levantó un poco más tarde de lo normal, desayunó, aunque mas bien poco, y ocupó su puesto ante el creatrón. Apretó el botón «Marcha» y buscó a su tribu favorita, encontrándola tal como había esperado: sus miembros ardían de justa ira contra sus amos, los dominadores del imperio.
Todos tenían el mismo presentimiento: había llegado la hora.
Al borde de un río se hallaba un hombre, un profeta. Un grupo de peregrinos se aproximaba hacia él. El profeta hizo que todos se arrodillaran en el cauce del río y vertió agua sobre sus cabezas, en señal de purificación.
-¡Preparad el camino del Señor! -gritó.
Jay analizó la personalidad del profeta. Sí, había fuego e indignación en aquel hombre, pero también una cierta intolerancia, una falta de equilibrio. ¿No podía encontrar ... ?
Un nuevo peregrino se acercó a la orilla del río. Era un hombre joven de corta y aseada barba, cabellos hasta los hombros y ropas pobres pero limpias.
Jay no tuvo necesidad de analizar a fondo al recién llegado. Ya estaba sintiendo la atracción, la grandeza de aquel alma, su vehemente piedad.
Jay alzó su mano derecha y apretó el botón púrpura.
La habitación estaba iluminada por el sol de mediodía de Olimpo cuando le encontraron. Afro fue la primera en entrar, precediendo a Sam. Cuando la mujer vio aquel cuerpo inerte aferrado a la máquina, gritó y se abalanzó hacia Jay.
-¡Sam, está sangrandol ---exclamó.
-Ojalá solo se trate de eso -murmuró Harriman.
Sam corrió hasta la parte derecha del creatrón y apretó el botón «Pausa» antes de examinar a Jay. Brotaba sangre de los antebrazos del creador. Afro se inclinó sobre el pecho de Jay para comprobar si el corazón latía y tocó los labios del herido.
-¡Vivel -dijo muy contenta-. Sam, ¿qué ha sucedido?
-Me lo imagino --contestó Harriman, mirando con aire sombrío el botón púrpura-. Esos estúpidos técnicos me aseguraron que... No importa. Vamos a sacarle de ahí. Con mucho cuidado, podría tener algún hueso roto. Es una suerte que insistieras en venir hoy aquí. Creo que no debía haber nadie vigilando el monitor, en la corporación. No, no lo muevas todavía. Pediré ayuda. Los robots, siguiendo las instrucciones de Sam, pusieron a Jay en una camilla y le condujeron a su lecho antigravitatorio. El accidentado gimió y abrió los ojos.
-¿Qué ocurre? ¿Dónde ... ? -balbuceó.
-Tranquilízate, Jay -dijo Harriman-. Pronto estarás bien. Sufriste un pequeño accidente, pero te hemos encontrado a tiempo. Has tenido mucha más suerte que aquel tipo del que te hablé, Siris. Tienes varias heridas, la peor la del costado, aunque no parece afectar tus órganos vitales. No hables todavía. Te aplicaremos el doctor automático dentro de poco y luego...
Las heridas de Jay fueron curadas en cuestión de segundos, y dos minutos después entró en la fase de sedación. Respiró profundamente y se sentó en la cama.
-Bien, ¿qué te ocurrió? -preguntó Harriman. Sus ojos reflejaban ansiedad-. Jay, en cierto sentido me alegra tu accidente. Jamás habíamos tenido esta oportunidad... Nadie que haya experimentado la empatía total, exponiéndose a peligrosas consecuencias físicas, ha vivido para contarlo. ¿Qué sentiste?
Jay explicó su experiencia.
-¡Caramba! --exclamó Harriman---. Jamás se me habría ocurrido ese método. Jay, tu mente es increíblemente creativa. Y ahora, claro está, podré emplear tus ideas en mis mundos... Es una pena que te sucediera a ti, aunque fuera de un modo subjetivo. Bien, espero que hayas aprendido la lección. Escucha, ya he llamado a la corporación y ahora hay un equipo de técnicos en la sala donde tienes tu creatrón. De momento desconectarán ese botón púrpura, como medida precautoria. Después de eso, si quieres, te entregaremos una máquina nueva. Es lo mínimo que podemos hacer por ti, teniendo en cuenta que tu accidente se debió a nuestra falta de cuidado.
-No -dijo Jay. Saltó de la carna---. Ordena a tus hombres que se detengan.
Corrió hacia la puerta. Harriman se puso delante.
-Tranquilízate, Jay. ¿Qué ... ?
-¡No quiero que aniquilen mi universol
-No harán tal cosa. Ese privilegio te corresponde. Supongo que desearás aniquilarlo lentamente, empezando por esos tipos que...
-No. No pienso aniquilarlo, no voy a tocar nada de ese mundo. No voy a ensayar la empatía total de nuevo, por descontado... No me hace falta. Ahora ya sé lo que se siente siendo un hombre que vive en un mundo de dolor, sufrimiento y crueldad. Y también sé que es imposible eliminar el dolor, el sufrimiento y la crueldad. Ni siquiera lo hemos logrado en nuestro mundo. Lo único que hemos hecho ha sido apartar esas desgracias de nuestros egos deiformes, ocultarlas en lugares como esos universos de los creatrones. El dolor y la maldad deben existir, porque el dolor intensifica el placer y la maldad realza la bondad. Lo importante, Sam, es saber de qué lado estás.
A partir de aquel día, la vida de Jay en Olimpo se hizo más normal. Siguió escribiendo para el cinematrón, y los círculos artísticos aclamaron la aparición de un nuevo genio del drama. Dejó de ser un escritor de pequeñas y delicadas piezas y se convirtió en un poeta apasionado, algo sin precedentes en la historia de Olimpo. Algunos olímpicos se quedaron perplejos, otros reconocieron su grandeza. En definitiva, Jay logró un éxito total e incluso alcanzó popularidad social.
Y Afro volvió a compartir su cama.
-Me gustas mucho más que ese Sam -dijo ella estremeciéndose-. Jay, lo he descubierto de la forma más difícil posible. ¿Sabes el qué? Sam es un sádico.
Jay también dedicó muchas horas a su creatrón, aunque por simple curiosidad, no por afición. El imperio anterior se desmoronó y luego, para su sorpresa, Jay contempló cómo le aclamaban igual que a un dios y cómo se levantó un, nuevo tipo de imperio en su nombre. El nuevo imperio habló del amor y la caridad universales y, al mismo tiempo, preparó cruzadas para masacrar a herejes e infieles.
Jay esbozó una sonrisa irónica. Siempre se repetía la misma y aburrida historia: las victorias sobre la crueldad no tardaban mucho en dar paso a más crueldades.
También aquel nuevo tipo de imperio sucumbió. El planeta quedó dividido entre varias naciones importantes que hacían grandes progresos en la ciencia física. Todas empezaron a devastar su mundo.
-A este paso -pensó Jay-, ¡pronto se convertirán en nosotros! Y entonces, ¿quiénes serán dioses y quiénes criaturas?
De vez en cuando, alguien ocupaba el visor secundario. No Harriman, sino Afro. La amiga de Jay disfrutaba mucho con el mundo de Jay, era la compañía perfecta. Afro amaba tanto a pecadores y villanos como a santos y virtuosos, aunque su verdadera debilidad eran los conquistadores.
-¡Oh, qué atractivo! -exclamó al contemplar a un joven oficial de artillería que se había nombrado emperador y demolía viejos reinos con la misma rapidez con que sus hombres avanzaban.
-Te parece atractivo ahora? -preguntó Jay. El gran ejército había quedado diezmando por el frío y la nieve, mientras que el emperador se apresuraba a regresar a su lejana capital.
Afro echó a un lado los rubios mechones de su cabello.
-No -admitió-. Además, es un poco viejo y está echando barriga. En cambio, ese emperador joven, el del otro bando... y ese general tan rígido... ¡Estos sí que son divertidos!
Jay sonrió. Se estaba acostumbrando al punto de vista de Afro, que parecía presidir su mundo como un espíritu de belleza. Sí, dolor y maldad debían estar allí. Numerosas aves de rapiña poseían una belleza tan terrible como cierta, incluso las humanas. Seguía siendo preciso elegir la bondad, pero si era posible elegirla con sinceridad era únicamente debido a que la bondad jamás podía triunfar por completo. Y así, el gran juego proseguía sin cesar.
¿Tenía sentido todo aquello? Jay no estaba seguro. A veces creía que sí, a veces se sentía abrumado por el enorme misterio que emanaba del subuniverso.
Siguió buscando sabiduría entre los subpobladores de su planeta azul y blanco. Si bien la ciencia de sus criaturas era tosca, la filosofía y teología resultaban a menudo bastante sutiles. Tenían mucho que decir acerca de la naturaleza de Jay, cosas que le sorprendían completamente.
Por fin, casi dos mil años de subtiempo después del accidente con el botón púrpura, surgió una nueva idea entre los filósofos y religiosos. Jay se introdujo en las mentes de sus otrora adoradores (permitiéndose únicamente una empatía moderada) y supo lo que pensaban y decían.
-¡Dios ha muertol -repetían con voz grave.
Jay sonrió y apretó el botón «Pausa».
-¡Cuán equivocados estáril -comentó a Afro-. Y no saben la suerte que tienen de estar equivocados. Pero es cierto: en una ocasión, ellos y yo nos salvamos por un pelo...
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