LA MENTE ALIEN
Philip K. Dick
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Inerte en las profundidades de su cámara theta, oyó el tono débil y después la sensivoz.
—Cinco minutos.
—De acuerdo —dijo, y se esforzó por salir de su sueño profundo. Tenía cinco minutos para ajustar el curso de la nave; algo había funcionado mal en el sistema de autocontrol. ¿Un error de su parte? No era probable; nunca cometía errores. ¿Jasón Bedford cometer errores? Jamás.
Mientras se dirigía tambaleante hacia el módulo de control, vio que Norman, a quien habían enviado para divertirlo, también estaba despierto. El gato flotaba lentamente en círculos, dándole golpecitos con las patas a una lapicera que alguien había dejado suelta. Extraño, pensó Bedford.
—Creía que estarías inconsciente conmigo.
Revisó las lecturas del curso de la nave. ¡Imposible! Un quinto de pársec apartada de la dirección de Sirio. Agregaría una semana a su viaje. Con hosca precisión reacomodó los controles, después envío una señal de alerta a Meknos III, su destino.
—¿Problemas? —contestó el operador meknosiano. La voz era seca y fría, el monótono sonido calculador de algo que a Bedford siempre lo hacía pensar en serpientes.
Explicó su situación.
—Necesitamos la vacuna —dijo el meknosiano—. Trate de mantener su curso.
Norman, el gato, flotó majestuosamente junto al módulo de control, tendió una zarpa, y manoteó al azar; dos botones activados soltaron tenues bips y la nave cambió de curso.
—Así que tú lo hiciste —dijo Bedford—. Me humillaste ante la mirada de un alienígena. Me redujiste a la imbecilidad de cara a la mente alien.
Atrapó el gato. Y apretó.
—¿Qué fue ese sonido extraño? —preguntó el operador meknosiano—. Una especie de lamento.
Bedford dijo sereno:
—No queda nada por lamentar. Olvidé que lo oyó.
Cortó la radio, llevó el cuerpo del gato al esfínter para la basura, y lo eyectó.
Un instante después había regresado a la cámara theta y, una vez más, se adormeció. Esta vez no habría quien se metiera con los controles. Durmió en paz.
Cuando la nave amarró en Meknos III, el jefe del equipo médico alien lo recibió con un pedido curioso.
—Nos gustaría ver su mascota.
—No tengo mascota —dijo Bedford. Lo cual, por cierto, era verdad.
—Según la planilla que nos enviaron por adelantado...
—Realmente no es asunto suyo —dijo Bedford—. Ya tienen la vacuna; despegaré en seguida.
—La seguridad de cualquier forma de vida es asunto nuestro —dijo el meknosiano—. Revisaremos su nave.
—En busca de un gato que no existe —dijo Bedford.
La búsqueda resultó inútil. Con impaciencia, Bedford miró cómo las criaturas alienígenas escrutaban cada depósito de almacenamiento y cada pasillo de su nave. Por desgracia, los meknosianos encontraron diez bolsas de comida para gatos deshidratada. En su propio idioma, se desarrolló una prolongada discusión.
—¿Ahora tengo permiso para regresar a la Tierra? —preguntó Bedford con aspereza—. Tengo un horario ajustado.
Lo que los extraterrestres estaban pensando y diciendo no le importaba; sólo deseaba regresar a la silenciosa cámara theta y al sueño profundo.
—Tendrá que pasar por el procedimiento de descontaminación A —dijo el jefe médico meknosiano—. Para que ninguna espora o virus...
—Me doy cuenta —dijo Bedford—. Que lo hagan.
Más tarde, cuando la descontaminación quedó completa y estuvo de regreso en la nave para activar el arranque, la radio sonó. Era uno u otro de los meknosianos; para Bedford todos se veían iguales.
—¿Cómo se llamaba el gato? —preguntó el meknosiano.
—Norman —dijo Bedford, y apretó el botón de arranque. La nave se disparó hacia arriba y él sonrió.
No sonrió, sin embargo, cuando descubrió que faltaba el suministrador de energía para su cámara theta. Tampoco sonrió cuando tampoco pudo localizar la unidad de repuesto. ¿Se había olvidado de traerla?, se preguntó. No, decidió; no haría algo así. La sacaron ellos.
Dos años hasta llegar a Terra. Dos años de conciencia plena por su parte, privado del sueño theta; dos años de sentarse o flotar o —como había visto en los holofilms de entrenamiento para estado físico militar— enroscado en un rincón, totalmente psicótico.
Lanzó un pedido radial para regresar a Meknos III. Ninguna respuesta. Bueno, lo mismo daba.
Sentado en el módulo de control, encendió de un golpe la pequeña computadora interna y dijo:
—Mi cámara theta no funcionará; la sabotearon. ¿Qué me sugieres hacer durante dos años?
HAY CINTAS DE ENTRETENIMIENTO DE EMERGENCIA
—Correcto —dijo—. Tendría que haberlo recordado. Gracias.
Apretó el botón indicado para que la puerta del compartimiento de cintas se abriera deslizándose.
Ninguna cinta. Sólo un juguete para gatos, una bolsita en miniatura para presionar, que habían incluido para Norman; nunca había alcanzado a dárselo. Por lo demás... estantes vacíos.
La mente alien, pensó Bedford. Misteriosa y cruel.
Hizo funcionar la grabadora de audio de la nave, y dijo con calma y con la mayor convicción posible:
—Lo que haré es construir mis dos años siguientes alrededor de la rutina diaria. Primero, están las comidas. Pasaré todo el tiempo posible planificando, preparando, comiendo y disfrutando platos deliciosos. Durante el tiempo que me queda por delante, probaré toda combinación posible de víveres.
Tambaleante, se paró y se dirigió al enorme armario contenedor de comida.
Mientras se quedaba con los ojos muy abiertos ante el armario apretadamente lleno, apretadamente lleno de hilera tras hilera de envases idénticos, pensó: Por otro lado, no hay mucho que hacer con una provisión de dos años de comida para gatos. En el sentido de la variedad, ¿serán todos del mismo sabor?
Eran todos del mismo sabor.
FIN
Título Original: Alien Mind
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