LOS IMPOSTORES
ALFRED BESTER
Descubrimiento
No sé cómo me verá el resto del mundo, pero a mí me
parece haber sido como un niño
que juega en la playa y se divierte cuando encuentra,
de cuando en cuando, un guijarro
más suave o una concha más bonita que de costumbre,
mientras el gran océano de la
verdad yace ante mí, inexplorado.
ISAAC NEWTON
Llevaba un mono con blindaje antirradiación. De color
blanco. Lo que significaba que
pertenecía a la clase de los ejecutivos. También llevaba
un casco blanco con la visera
bajada. Iba armado, como todos los ejecutivos en aquella
instalación cuasimilitar.
Caminó firmemente por la pista de cemento, iluminada por
grandes focos, hacia el
gigantesco hangar que se alzaba en la noche. Su seguridad
era avasalladora.
Junto al hangar, parecido a la cúpula de un observatorio,
una escuadra de guardia con
uniformes negros dormitaba ante la puerta de entrada. El
ejecutivo pegó al sargento
una patada brutal, pero desapasionada. El jefe de la
escuadra dejó escapar una
exclamación y se puso en pie de un salto, imitado por el
resto de los hombres. Abrieron
la puerta para el hombre del mono blanco, que avanzó
hacia la cerrada oscuridad.
Entonces, casi como si acabara de ocurrírsele, se volvió
hacia la luz, contempló a los
soldados—que seguían firmes, temerosos y atentos—y
también desapasionadamente,
mató al sargento.
Dentro del hangar no había luces, sólo sonidos. El
ejecutivo habló tranquilamente a la
oscuridad.
—¿Cómo te llamas?
La respuesta fue una secuencia de pitidos binarios,
agudos y graves.
—En binario, no. Cambia a fonético. ¿Cómo te llamas?
Respuesta.
La respuesta fue tan tranquila como la pregunta. Pero no
venía de una sola voz, sino
de un coro de voces, hablando al unísono.
—Nuestro nombre es R-OG-OR .
—¿Cuál es vuestra misión, Rogor?
—Obedecer.
—Obedecer, ¿a qué?
—A nuestro programa.
—¿Habéis sido programado?
—Sí.
—¿En qué consiste vuestro programa?
—Transporte de pasajeros y carga hasta la Cúpula de la
Universidad OxCam, en
Marte.
—¿Aceptaréis órdenes?
—Sólo de entidades autorizadas.
—¿Estoy autorizado?
—Tu impronta de voz está programada en el banco de
órdenes. SÍ.
—Identificadme.
—Te identifico como Ejecutivo de Primer Nivel.
La respuesta volvió a ser una serie de pitidos graves y
agudos.
—Ésa es mi identificación estadística. ¿Cuál es mi nombre
social?
—No ha sido computado.
—Lo recibiréis ahora, y lo asimilaréis a mi impronta de
voz.
—Circuitos abiertos.
—Soy el doctor Damon Krupp.
—Recibido. Computado. Asimilado.
—¿Estáis programados para inspección?
—Sí, doctor Krupp.
—Abríos para inspección.
La cúpula del hangar se dividió lentamente en dos
hemisferios, que se abrieron para
dejar paso a la suave luz del cielo estrellado,
permitiendo ver la nave de dos plazas con
la que Krupp había estado hablando. Erguida sobre la
profunda fosa de las toberas,
guardaba un asombroso parecido con un gigantesco samovar
de la antigua Rusia:
pequeña punta en forma de corona, ancho cuerpo cilíndrico
con unos salientes que
podrían haber sido unas extrañas asas, todo ello apoyado
sobre una base cuadrada de
cuatro patas que, en realidad, eran las bocas de los
cohetes.
Una escotilla abierta en la base inundaba el hangar con
la luz procedente del interior
del vehículo—la nave no necesitaba troneras—. Krupp subió
dos peldaños y entró. ROG-
OR estaba sorprendentemente
recalentada. Krupp se quitó la ropa, y se
arrastró por el suelo para subir hasta el tablero de
control, en la corona del samovar.
(La escalada no supondría ningún esfuerzo en el espacio,
sin gravedad.) En el vientre
de la nave descubrió los motivos de aquel calor tropical:
una mujer desnuda juraba y
maldecía sobre el equipo de mantenimiento que rodeaba una
incubadora transparente.
Examinaba el problema sin demasiada habilidad, como un
pulpo.
Era su ayudante, la doctora Cluny Decco. Krupp nunca la
había visto desnuda, pero
habló con una voz controlada que no traicionaba lo
placenteramente sorprendido que
estaba.
—¿Cluny?
—Sí, Damon. Ya te he oído intercambiar cumplidos con la
nave. ¡Oh! ¡Maldita sea!
—¿Problemas?
—Esta jodida bomba de oxígeno tiene mal genio. Ahora la
ves, ahora no la ves. Podría
matar al niño.
—No se lo permitiremos.
—Tampoco podemos correr riesgos. Después de cuidar y
alimentar a nuestro feto
durante siete meses, no pienso dejar que un cacharro nos
lo destruya.
—No es la maquinaria, Cluny. Lo que altera las lecturas y
obstruye la bomba de
oxígeno es la presión ambiental. Todos estos aparatos han
sido diseñados para el
espacio, y en el espacio funcionarán.
—¿Y si no es así?
—Romperemos la incubadora y le haremos la respiración boca
a boca.
—¿Romper este trasto? ¡Cristo, Damon! Sólo para abrirla
ya hace falta un martillo
pilón.
—No lo tomes al pie de la letra. Hablaba de romperla en
términos de procedimiento.
—Oh.—La chica se arrastró para levantarse, con la piel y
el temperamento echando
humo. Krupp nunca la había encontrado tan deseable—. Lo
siento. Nunca he tenido el
menor sentido. Del humor.—Le dirigió una mirada extraña—.
¿Lo del boca a boca
también era un chiste?
—Eso no —replicó Krupp, atrayéndola hacia sí—. Llevo
prometiéndome esto desde
que nuestro niño fue decantado, Cluny. Ahora ya ha
nacido.. .
Y ésta es la razón de que R-OG-OR se estrellara en Ganímedes.
La nave se salió de su rumbo por un golpe fortuito de una
partícula cósmica en el
sistema direccional. Una posibilidad entre un millón.
Pasa a veces, y se corrige
manualmente. Pero Krupp y Decco tenían demasiada fe ciega
en sus computadoras y
estaban demasiado inmersos en la mutua pasión. Así que
los tres cayeron: el hombre,
la mujer y el niño de la incubadora.
Todo esto comenzó en la Isla Jeckyll (no tiene nada que
ver con Mr. Hyde), donde
comienza la historia. Me enorgullezco de saberlo, porque
suele ser raro descubrir el
primer eslabón en una cadena de acontecimientos. No me
enorgullezco de estar
usando una percepción retrospectiva de -, puesto que mi
trabajo debería ser una
percepción prospectiva de -. Ya veréis por qué cuando
avancemos unos cuantos
eslabones más en la cadena.
Me llamo Odessa Partridge, y estaba en una posición única
para descubrir, a veces
incluso reconstruir, los acontecimientos que precedieron
y siguieron a los hechos, para
ponerlos en la secuencia correcta en esta historia. Exempli
gratia: he empezado con el
encuentro en R-OG-OR , del cual no supe nada hasta mucho
después, y aun así
gracias a los cotilleos que seguían circulando por
Cosmotron Gesellschaft. Aquello
respondía a muchas preguntas, pero demasiado tarde. De
todos modos, sólo fue un
hallazgo fortuito: yo andaba buscando otra cosa.
Por cierto, si parezco un poco frívola en mi manera de
hablar, es porque este trabajo
puede llegar a ser tan condenadamente agotador que el
humo es el único remedio
eficaz. Dios sabe que las siniestras pautas generadas en
la Isla Jeckyll, que
atormentaron las vidas del Sintetista de Ganímedes, La
Duende de Titania, y la mía
propia, necesitaron de todo mi humor.
Ahora, echemos un vistazo a los hechos que rodean este
primer eslabón de la cadena.
Cuando Cosmotrón planeó su Planta Energética de
Metástasis, amenazó, chantajeó,
sobornó y, por fin, obtuvo permiso para construir la Isla
Jeckyll en la costa de Georgia.
Tardaron un año en expulsar, incluso en matar, a los
intrusos y ecologistas
atrincherados en la reserva Greenbelt. También dedicaron
ese mismo año a limpiar la
basura, los desperdicios y los cadáveres que dejaran los
ilusos. Luego rodearon la Isla
Jeckyll con . megavoltios que garantizaban la privacidad,
y construyeron la planta
de energía.
Para la producción, necesitaban aparatos largo tiempo
abandonados y olvidados. Pasó
otro año mientras exploraban y asaltaban museos, buscando
maquinaria antigua.
Entonces descubrieron que su joven y brillante ingeniero,
con todo su doctorado, no
tenía ni la más remota idea de cómo funcionaban aquellas
antiguallas. Contrataron a
un experto en personal de alto nivel, que sacó de su
retiro a ancianos profesores y le
pusieron bajo contrato para manejar el Apparat que sólo
ellos comprendían. El experto
fue elevado al cargo de supervisor. Era el doctor Damon
Krupp, que se había
licenciado en Psicología Empresarial.
La tesis doctoral de Krupp versó sobre la corea de
Huntington (Baile de San Vito), una
asombrosa exploración del concepto de que la enfermedad
incrementaba el potencial
intelectual y creativo del paciente. Fue un trabajo tan
impresionante, causó tal revuelo,
que sus detractores, decían, “Krupp tiene el Baile de San
Vito, y San Vito tiene el de
Krupp”.
Aún seguía estudiando la potenciación del intelecto,
cuando la planta Cosmotrón abrió
sus puertas a un peligroso experimento. Cosmotrón
sintetizaba todos los elementos de
la tabla periódica, desde los que tenían un peso atómico
de , (hidrógeno) a los de
, (asimovio) mediante un proceso metastásico que
duplicaba en miniatura la
reacción solar termonuclear. Los productos radiactivos
eran un peligro constante, y el
personal tenía que utilizar siempre trajes blindados.
Pero la radiación inspiró el
experimento de Krupp: Potenciación Fetal Generada con
Maser por Emisión Conjuntiva
de Radiación.
Su ayudante, Cluny Decco, doctora en medicina, se sintió
encantada de participar.
Sobre todo, porque estaba perdidamente enamorada de
Krupp, pero también porque le
encantaba tratar con maquinaria. Juntos, diseñaron e
instalaron el equipo de
laboratorio para lo que llamaban “El Experimento
Pofmecra”. Por supuesto, era un
acrónimo de Potenciación Fetal Generada, etc. Entonces
llegó el problema del material.
Aquí intervino Cluny.
Disimuló anuncios sobre abortos gratuitos en todos los
medios de comunicación de
Georgia. Juntos, hicieron un estudio físico y psicológico
de todas las candidatas, hasta
que apareció la ideal. Era una chica de montaña, alta,
morena, hermosa, con la aguda
inteligencia de una analfabeta. Víctima de una violación
rural, llevaba dos meses de
embarazo. Esta vez, la doctora Decco se tomó molestias
increíbles para conservar
intacta la bolsa del feto, que fue situada en un matraz
lleno de fluido amniótico.
Mediante microcirugía, Cluny unió el cordón umbilical a
una máquina que aportase una
nutrición equilibrada al feto. Era un método tan
investigado que, para entonces, ya se le
podía calificar de Procedimiento Estándar. Pero era la
primera vez que se utilizaba el
engañoso Maser potenciador. Nunca se sabrá cómo lo
hicieron. Krupp y Decco eran
los únicos que estaban al tanto, y el secreto murió con
ellos en Ganímedes. De todos
modos, Cluny tuvo un breve encuentro con uno de los
ejecutivos de Cosmotrón, que
debe permanecer en el anonimato. En la cama, sostuvieron
la siguiente conversación:
—Escucha, Cluny, a veces el doctor Krupp y tú habláis en
susurros de algo llamado
“Pofmecra”. ¿Qué es eso?
—Un acrónimo.
—¿Qué significa?
—Has sido un encanto conmigo.
—Y viceversa.
—¿Puedo darte tratamiento de ejecutivo?
—Ya lo soy.
—¿No se lo dirás a nadie?
—Ni al presidente Gesellschaft en persona.
—Potenciación Fetal Generada con Maser por Emisión Conjuntiva
de Radiación.
—¿Cómo?
—Como lo oyes. Hemos utilizado algunos de nuestros
desechos radiactivos.
—¿Para qué?
—Para potenciar un feto durante la gestación.
—¡Un feto! ¿Dentro de ti?
—¡Demonios, no! Es un niño probeta que flota en un
vientre Maser. Lo decantamos
hace unos nueve meses, ya está casi listo.
—¿Dónde lo conseguisteis?
—Aunque lo supiera, no te lo diría.
—¿Qué es lo que estáis potenciando?
—Ahí está el problema, no lo sabemos. Damon creía que
estábamos haciendo una
potenciación general, algo así como poner el niño bajo
una lupa...
—¿Hablas de tamaño?
—Hablo de cerebro. Pero hemos monitorizado las pautas
oníricas—ya sabes que el
feto sueña, se chupa el pulgar y todo eso—, y son
normales. Ahora sospechamos que
lo que hicimos fue tomar una sola aptitud, llamémosla X,
y multiplicarla por sí misma en
una especie de progresión geométrica.
—¡Qué locura!
—Así que, ¿qué es X, la aptitud desconocida que hemos
multiplicado por sí misma?
Sabes tanto como yo.
—¿Crees que lo averiguaréis?
—Damon opina que necesitamos ayuda. Es un tipo genial, el
más grande, de verdad. Y
lo que le hace grande es su modestia. No le importa
admitir que se ha quedado
bloqueado.
—¿Dónde encontraréis ayuda?
—Vamos a llevar el niño a Marte, a la Cúpula de la
Universidad OxCam. Allí están
todos los expertos, y Damon tiene la influencia necesaria
para conseguir toda la
prognosis que quiera.
—¿Y todo esto por un experimento de niño probeta?
—No es un experimento cualquiera. Después de siete meses
de absorber radiación, no
puede ser un vulgar niño probeta.
— Debe tener alguna cualidad especial. Pero, ¿cuál?
Repito, encanto, sabes tanto
como yo.
Cluny no lo supo jamás.
Hace años, vi un musical encantador en el cual la Compére
(en el programa le
llamaban “Narradoresa”) no sólo contaba la historia y
describía la acción que se
desarrollaba fuera del escenario, sino que también
contribuía a ella vigorosamente,
actuando y cantando en una docena de papeles diferentes.
Ahora me siento como ella,
porque antes de hacer de Cupido en el romance entre la
Duende de Titania y el
Sintetista de Ganímedes, tengo que hacer de historiadora
(¿Historiadoresa?) de todo el
solar.
Por supuesto, hemos olvidado nuestra historia. Aquel
intuitivo filosófo, Santayana
(-) dijo una vez: “Los pueblos que olvidan su pasado
están condenados a
repetirlo”. ¡Sorpresa, sorpresa! Lo estamos repitiendo
con una estupidez que raya en lo
suicida. Dejad que os recuerde la historia de nuestro
Solar, sólo por si os perdisteis la
lección de Cosmografía del lunes. O bien, si elegisteis
por error la asignatura llamada
Cosmetología: Rama de la filosofía que se ocupa del
embellecimiento de la
complexión, la piel, etc. (dos créditos).
Vuelve a ser el “Nuevo Mundo”. Así como los ingleses,
españoles, portugueses,
franceses y holandeses colonizaron las Américas y
lucharon en el siglo XVII, los
terrestres colonizaron el Solar y pelean en el siglo
XXVII. La naturaleza humana no
cambia demasiado en un millar de años. Nada puede
cambiarla. Consultad con
vuestros amigos antropólogos.
Los Wops (así se llama despectivamente a los italianos,
en parodia de los Wasps, los
relamidos Blancos—whites—, anglosajones y protestantes,
que formaron cierta élite
social) se instalaron en Venus. Era un planeta italiano,
e insistieron en llamarlo
Venucio, en honor de un tal Américo Vespucio, que ya
había dado su nombre a otro
sitio. El satélite de Tierra, Luna, era
quintaesencialmente californiano, y uno juraría que
cualquiera de sus demenciales Cúpulas iba a llamarse
Playa Músculo o Gran Sur. La
misma Tierra fue convertida en un inmenso dominio para
los Wasps, cuando casi todos
los demás la mandaron a hacer gárgaras.
Los ingleses descubrieron que Marte les recordaba mucho a
su repelente clima nativo,
y las Cúpulas del Reino Unido fueron programadas para
“Días de Sol”, “Llovizna” y
unas “Navidades Blancas” a lo Charles Dickens. Un punto
divertido: el “año” marciano
es casi el doble de largo que el terrestre, así que
tenían que elegir entre tener
veinticuatro meses, o meses de seis días. No se pusieron
de acuerdo, así que hubo un
auténtico lío con las Navidades, la Pascua y el Yom
Kippur.
Ya entenderéis que estoy simplificando. La verdad es que,
aunque en Marte hay una
mayoría de ingleses, también hay galeses, escoceses,
irlandeses, hindúes, nativos de
Nueva Escocia, incluso de los Apalaches, descendientes de
los pioneros que en el
siglo XVII se asentaron en América. A veces, se mezclaban
entre ellos. A veces,
preferían el aislamiento.
Del mismo modo, cuando digo que Luna es
“quintaesencialmente californiana”, sólo
describo en realidad el loco encanto de ese segmento que
ha impregnado todas las
Cúpulas: Mexicana, Japo-Americana, Canadiense, incluso
Las Vegas y Montecarlo, los
centros de juego. Las han enfocado hacia los bikinis, los
cochecitos para las dunas
lunares, la salud holista, la reflexología y las charlas
de café sobre el “potencial
humano”, “la interacción” y “el espacio que te rodea”.
Recordad eso mientras describo el Solar. Sólo estoy
poniendo de relieve lo más
importante de un confuso revoltijo.
Tritón, en Neptuno, el más grande y lejano de los
satélites habitables del Solar, era
japonés-chino (contracciones: “japo-chino” o,
simplemente, “jin”), aunque también tenía
otras razas asiáticas. Eran tan arrogantes como siempre.
Despreciaban a los que ellos
llamaban “Bárbaros del Interior”. Y ahora más que nunca,
desde el descubrimiento de
“Meta” (abreviatura de metástasis), el sorprendente y
novísimo generador de energía
que irrumpió como un rayo en el Solar, e hizo estallar
más conflictos que el oro en toda
su historia.
Durante siglos, habíamos desperdiciado nuestras fuentes
de energía como marineros
borrachos, y ahora sólo quedaban unos restos
increíblemente caros en el fondo del
barril:
Combustibles cuasifósiles y semifósiles como la turba y
los esquistos aceitosos.
Sol, viento y mareas. (Instalaciones demasiado complejas
y costosas, solo para ncos.)
Carbones incombustibles: hollín, cenizas y residuos
sulfurosos.
Restos de la maquinaria de la Unidad Térmica Británica.
Calor por fricción en las fábricas de plástico, goma y
madera contrachapada.
Bosques de madera de pulpa, de crecimiento rápido: álamos
blancos, sauces y chopos.
(Pero la explosión demográfica limitaba el terreno
cultivable.)
Calor geotérmico.
Los generadores de energía atómica, tipo Isla de las Tres
Millas, seguían contando con
la decidida oposición de la mitad de la población, que
prefería congelarse a abrasarse.
Entonces llegaron los Meta, el inesperado catalizador de
energía descubierto en Tritón.
Y fue casi como si la Madre Naturaleza hubiera dicho: “Ahora
que ya habéis aprendido
la lección sobre no malgastar, ahí tenéis la salvación.
Usadla con sabiduría”.
Aún está por ver si el Solar será capaz de hacerlo.
Ganímedes de Júpiter era zona decididamente africana,
sazonada con morenos y
mulatos. Los negros se la habían arrebatado a Francia y a
sus colonias, que estaban
hasta las narices de la desesperada guerra contra los
negros, y ahora se dedicaban a
luchar entre ellos. (No eran primitivos, sólo
pendencieros.) Otros negros y morenos
echaron una mano: Congo contra Tanzania, Maorí contra
Hawai, Kenia contra Etiopía,
Alabama contra Toda-Africa, und so weiter. Eran la
desesperación de la ASPGC, la
Asociación Solar para el Progreso de la Gente de Color.
Las Cúpulas A*o son de gran colorido, muy visitadas por los
turistas. Se han intentado
crear réplicas de los poblados tribales con chozas de
hojas de palmera (dotadas de
modernas cañerías) y pequeños patios en los que las
mascotas son animales
africanos: nilgos, ñus, crías de elefante y rinoceronte,
todo tipo de serpientes exóticas,
incluso cocodrilos (los que podían permitirse un
estanque), que son una constante
fuente de molestias. Los cocodrilos jóvenes comen como
sibaritas, y el despreciable
crimen del secuestro de los animalitos de compañía se ha
extendido por Ganímedes .
Los holandeses, y algunos más, están en Calisto de
Júpiter. Como Ganímedes, es más
grande que Mercurio. Sus Cúpulas recuerdan al Brujas
medieval, con calles
pavimentadas con cantos rodados y casas colgantes. (A la
Cámara de Comercio de
Calisto no le gusta, pero las prostitutas locales, como
sus predecesoras en Amsterdam,
siguen colgando espejos a los lados de las ventanas para
tener una buena visión de
toda la calle, y golpean los cristales con una moneda
cada vez que pasa un posible
cliente.)
Calisto está lleno de establecimientos de oro, plata,
joyas y talla de piedras preciosas...
Lo que atrae una gran población judía a las Cúpulas.
Tradicionalmente, los judíos son
expertos en piedras preciosas, y siempre han tenido
buenas relaciones con los
holandeses. También están las no menos tradicionales
colonias de artistas, y el resto
del Solar se pregunta cómo pintores con nombres como
Rembrandt--van Rijn, o Jan-
-Vermeer, tienen tal demanda y consiguen tanto dinero por
una producción avantgarde
que ninguna persona sensata albergaría en su casa.
Titán de Saturno (no confundir con Titania de Urano, de
eso hablaremos mucho más
tarde) empezó como la antigua Australia de Inglaterra.
Era un terreno destinado a
reincidentes irrecuperables, hasta que el Solar descubrió
que era más fácil ejecutarlos
que transportarlos, ¡y al infierno con las plañideras y
los corazones tiernos! Sus
descendientes aún hablan una anacrónica e incomprensible
jerga de convictos, es un
infierno desequilibrado de arcaicos odios contra el Solar
y no forma parte de esta
historia, excepto para hacer la clásica frase: “Primer
premio, un día en Titán. Segundo
premio, una semana en Titán”.
Algunos de los satélites pequeños, como Fobos, Mimas,
Júpiter VI y Júpiter VII, tienen
pequeñas colonias de monstruos dedicados a religiones
diversas, grupos de teatro,
dietas y abstinencias sexuales. Con una única y adorable
excepción, nunca se han
descubierto aborígenes en ninguno de los planetas y
satélites del Solar, así que los
holandeses no tuvieron que comprar Calisto por
veinticuatro dólares. No hubo indios
que se opusieran a los ingleses en Marte. Un payaso que
se autodenominaba “Jones
de las Estrellas” fundó un culto con otras mil personas
que también creían haber nacido
en el espacio exterior, para luego ser secuestradas por
el Solar. Y estableció la Cúpula
Jones en Cuenca Caloris de Mercurio, satélite que, de
todos modos, nadie quería.
Un “día” mercuriano dura ochenta y ocho días terrestres,
y la temperatura sube lo
suficiente como para fundir el plomo. Los alienígenas
secuestrados en las estrellas no
tuvieron que suicidarse; un día falló el aislamiento de
la Cúpula, y todos se
achicharraron. Los sádicos a los que les gustan los
horrores del teatro del Gran Guiñol,
suelen viajar a CúpulaJones para ver las momias asadas y
luego congeladas. Un
chalado, con extraño sentido del humor, puso una manzana
en la boca a Jones de las
Estrellas. Aún sigue ahí.
Ah, pero esa extraordinaria excepción, Titania, la Duende
de lo Inesperado, Hija de
Urano, mítico Rey de los Cielos. ¡Allí se encontraron
nativos! El gran William Herschel,
músico profesional y astrónomo aficionado, echó un
vistazo a Urano con su telescopio
casero, en , y seis años más tarde descubrió el satélite
Titania. ¿Alguna pregunta?
P: Sí, por favor, querríamos una descripción.
R: Bueno, Urano está cubierto de una brillante capa de
nubes color naranja, rojo y...
P: No, de Urano no. De Titania.
R: ¡Ah, sí, la luna mágica! ¿Sabéis? El cosmos tiene
sentido del humor. En casi todos
sus sistemas y combinaciones, hay un monstruo que se
burla del orden y la armonía.
Casi recuerda a la famosa frase de Roger Bacon: “No hay
belleza perfecta que no
tenga algo extraño en sus proporciones”.
P: Francis.
R: ¿Cómo?
P: Era Francis Bacon, no Roger Bacon.
R: Francis, claro. Gracias. En el ensamblaje del Solar,
Titania es esa cosa extraña,
maravilla y exasperación del resto. Maravilla, porque las
pocas pistas y datos que
tenemos son fascinantes. Exasperación, porque no los
entendemos.
P: ¿Cómo son ellos?
R: Si estáis familiarizados con las gemas y los
cristales, sabréis que casi todos los
cristales tienen inclusiones de fluido. El tamaño de
estas inclusiones varía entre una
micra y algunos centímetros de diámetro. Las inclusiones
de más de un milímetro son
bastante raras. Las de un centímetro, son piezas de
museo.
P: Pero ¿no destruyen el valor de las gemas?
R: Cierto, cierto. Pero estamos estudiando la geología de
los cristales. La mayoría de
estas inclusiones contienen una solución de varias sales,
en varias concentraciones
que van del agua casi pura a salmuera concentrada. En
muchas también hay una
burbuja de gas. Cuando la burbuja es suficientemente
pequeña para responder a las
irregularidades en el número de moléculas que la golpean,
se puede ver cómo se
mueve continuamente, siguiendo la ley de Brown:
nl- mg (p—p') No (hl - h) —= exp n p R T
P: Nos hemos perdido, ¿lo sabías?
R: Lo siento, me dejé llevar por el Einstein clásico.
Pero espero que lo entendáis, es
fascinante contemplar estas burbujas con un microscopio,
y pensar que llevan mil
millones de años paseando nerviosamente por su celda.
P: ¿Cuándo llegarás a lo de Titania, la luna mágica?
R: Un momento, un momento. Algunas de estas inclusiones
tienen un cristal o más en
el líquido. Algunas están compuestas por varios líquidos
inmiscibles. Unas pocas
contienen sólo gas. A veces, los cristales que hay dentro
de las inclusiones tienen sus
propias inclusiones, con burbujas dentro de ellas, y así ad
infinitum. Ahora, multiplicad
esto por un millar de millares, y tendréis a Titania, el
monstruo del Solar.
P:¿¡Cómo!?
R: Como lo oís . Bajo la costra de polvo de meteorito,
acumulado durante eones, el
satélite contiene un conglomerado de gigantescos
cristales que van desde el de treinta
centímetros al de kilómetro y medio de diámetro.
P: ¿Y pretendes que nos creamos eso?
R: ¿Por qué no? El modelo tradicional de planeta y
satélite está siendo revisado. Se
especula sobre si la Tierra puede ser en realidad un
organismo viviente. Lo que pasa
es que no podemos profundizar suficiente para saberlo.
Ahora sabemos que en la
formación del Solar no sólo intervinieron unos simples
gases que se condensaron en
meros sólidos.
P: ¿Y qué hay de los cristales de Titania?
R: Tienen una multitud de inclusiones, dentro de
inclusiones, dentro de inclusiones... ad
infinitum.
P: ¿Y también se supone que están vivos?
R: No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que contienen una
fascinante forma de vida
que ha evolucionado, siguiendo su propio movimiento de
Brown. Son seres
maravillosos, y exasperantes, porque no permiten visitas
ni exploraciones por parte del
Solar. Su lema es “Titania para los titánidos”.
P: ¿Cómo son?
R: ¿Las inclusiones? Una especie de protouniversos.
Tienen una especie de
autoiluminación, y a veces sincopan o sincronizan cuando
salen a la superficie de la
costra. Parece que hay una especie de enlace osmótico o
molecular entre ellas, que...
P: No, no. Los habitantes locales. Los nativos de
Titania. ¿Cómo son?
R: ¡Ah, los titánidos! ¿Que cómo son? Italianos,
ingleses, franceses, chinos, negros,
mulatos, tu esposa, tu marido, tres amantes, dos
dentistas y la perdiz que se posa en
un peral.
P: Déjate de bromas. ¿Cómo son?
R: ¿Quién bromea? Se parecen a cualquier ser vivo. Los
titánidos son polimorfos, lo
que significa que pueden adoptar cualquier forma que les
apetezca.
P: ¿Y cualquier sexo?
R: No. Los chicos son chicos, y las chicas, chicas. No se
reproducen por esquejes.
P: ¿Es una cultura alienígena?
R: Es alienígena, pero no de una estrella lejana. Es un
producto estrictamente Solar,
aunque al margen del hombre.
P: ¿Es una cultura antigua?
R: Data, al menos, de la era terciaria de la Tierra. Unos
cincuenta millones de años.
P: ¿Es una cultura primitiva?
R: No. Se han desarrollado más de lo que podemos
imaginar.
P: Entonces, ¿por qué no visitaron nuestra Tierra en el
pasado?
R: ¿Qué os hace suponer que no lo hicieron? El faraón
Tutankamón pudo ser un
titánido. O Pocahontas. O Einstein. O Rin-Tin-Tin. O el
científico loco que se apoderó
de Cuba.
P: ¿Qué? ¿Son peligrosos?
R: No, son muy aficionados a la diversión y a los juegos.
Nunca sabes qué están
preparando. Son los duendes de lo inesperado.
Y una titánida se enamoró del Sintetista.
Habíamos estado siguiendo y usando al Sintetista, sin que
él lo supiera, durante
muchos años. Para nosotros, era una especie de perro de
caza. De hecho, su nombre
clave entre nosotros era “Perdiguero”. Supongo que
querréis saber cómo le
utilizábamos. Ahí va un ejemplo:
El Solar estaba soportando una inundación de monedas y
billetes falsos, hermosos
trabajos acuñados en metal inglés. Nosotros permitimos la
operación —Pert es el
acrónimo de Programa de Evaluación y Revisión de
Técnicas—, compusimos un mapa
del flujo que seguía el progreso de las falsificaciones
desde Marte hacia todo el Solar,
pero no encontramos el Punto Crítico para atacar. En
otras palabras, teníamos que
localizar el hilo concreto de la red que nos llevara a la
detención de todo el proceso.
Bueno, “Perdiguero” estaba en la Cúpula Londres, haciendo
un reportaje Cockney en
color para Solar Media. Exploró todas las pautas,
incluyendo el tradicional slang de
rimas: platos por pies (platos de té, pies), perro por
verde (perro muerde, verde) y
lámpara por flash (lámpara, cámara, flash). Flash es el
nombre que se da a la moneda
falsificada. Y ése era nuestro Punto Crítico.
Porque en New Strand había una tienda de antiguedades
llamada “Lámparas y
Cámaras”, especializada en medallas viejas, antiguos
trofeos de plata, espadas
ornamentales, gavelas y mazas... Esa clase de cosas. Muy
chic. Muy cara. Habíamos
estado peinando, sin éxito, las fundiciones de metal en
busca de la fuente de las
monedas. Y allí estaba, bajo nuestras narices, sacándonos
la lengua sin que nos
diéramos cuenta. Los antiguos trofeos no son de plata,
sino de metal inglés.
Sabíamos mucho sobre “Perdiguero”, por necesidad, pero
desconocíamos su estirpe.
Ni él mismo lo sabía. Será mejor que explique el enigma
describiendo mi primer
encuentro con él, algún tiempo después de que
descubriéramos que podíamos utilizar
sus cualidades únicas.
Fue en una de las deliciosas tertulias de Jay Yael. Jay
es un profesional del arte que lo
mismo colecciona cuadros que gente. Había una docena de
invitados, incluyendo al
estimado protegido de Yael, el Sintetista. Era un joven
alto, anguloso, que daba la
impresión de que se encontraría más a gusto sin ropa. Se
comportaba como una muy
especial y rara celebridad, y en cierto modo lo era
equilibrado. divertido, jamás se
tomaba en serio a sí mismo, mostraba muy a las claras su
idea de que la fama es sólo
en parte merecida, y que se debe sobre todo a la suerte.
Además, tenía un
extravagante sentido del humor.
Mostraba un absorbente interés en todo y en todos,
escuchando intensamente y
calculando sus respuestas para animar al que hablaba.
Este cálculo se debía a su
talento de sintetista, pero también tenía otra notable
cualidad: la habilidad de convencer
a cada miembro del grupo de que estaba dedicando todo su
absorto interés
únicamente a él o a ella. Te miraba, y en su mirada leías
que eras la única persona que
realmente contaba para él.
Cuando alguien tiene tanto éxito, siempre existe el
peligro de que inspire hostilidad, a
menos que resulte evidente que no es absolutamente
perfecto. El Sintetista tendría
defectos privados, seguro, pero también uno público,
extraño y llamativo: siempre
llevaba unas enormes gafas oscuras para tratar de
disimular las sorprendentes
cicatrices de sus mejillas, quemadas por el sol. Tenía la
costumbre, tan automática que
parecía un tic, de bajarse las gafas para tapar las
cicatrices.
Era Rogue Winter, por supuesto. Durante una pausa en la
conversación, le pregunté si
su nombre era un apodo. Simplemente para hacerle hablar,
claro. Lo sabía todo sobre
él, porque ése era mi trabajo.
—No—me respondió solemnemente—. Es un diminutivo de
Elephant Rogue. Es decir,
Elefante Salvaje. El doctor Yael me descubrió en Africa,
tras matar de un tiro a mi
madre. Una raza alienígena de Bootes Alfa la había
cruzado con un gorila.—Se bajó
las gafas—. No, soy un mentiroso. En realidad, es
diminutivo de Rogue Macho. El
doctor Yael me descubrió en un prostíbulo, tras matar de
un tiro a la madame. La
querida señora Bruce.—Otra vez las gafas—. Pero, si
quiere saber la auténtica
verdad—dijo con mortífera tranquilidad—, mi nombre
completo es Rogue Gallery
Winter. Cuando el doctor Yael mató de un tiro al
Inspector Jefe de Scotland Yard...
—¡Ya basta, hijo!—rió Yeal. Todos nos reíamos—. Cuéntale
a esta encantadora dama
cómo hice mi mayor descubrimiento.
—No sé qué opinarán los demás, señor, pero fue su
descubrimiento, y es su historia.
No pienso goniff en su papel.
—Sí, te he educado como a un gentil—sonrió Yael—. Bueno,
brevemente, los
exploradores de la Cúpula Maorí en Ganímedes encontraron
a Rogue entre los restos
de una nave espacial. Era un niño, el único
superviviente. Lo llevaron a la Cúpula,
donde el
rey o jefe, Te Uinta, le adoptó formalmente.
—No tenía hijos —explicó Rogue—, sólo hijas. Cuando muera
Uinta, seré el rey
banana.
—Rogue lleva grabadas en las mejillas las marcas de la
realeza, aunque está
absurdamente avergonzado de ellas.
—Las chicas se me escapan—señaló Winter.
Otra vez las gafas.
Yo conocía su historial con las mujeres, así que tuve que
contener una risita, aunque
estoy casi segura de que sus agudos ojos lo advirtieron.
—Los maoríes le llamaron Rog—siguió Yael—, porque ésas
eran las únicas letras
identificables que quedaban en la nave. R-agu-jero-O-Ge.
R-OG. Tal como lo
pronunciaba Uinta, podía entenderse Rogue. ¿Verdad, hijo?
—Más bien lo pronunciaba como R-gruñido-G, señor—dijo
Winter. Luego expresó su
nombre al estilo maorí—. Hace que la gente tenga ganas de
decir “Gesundheit”.
—Fin de la primera parte—continuó Yael—. Segunda parte.
Yo estaba visitando la
Cúpula Maorí para echar un vistazo a sus maravillosas
tallas de madera, cuando me
salió al paso un niño de diez años con su hermana. La
chiquilla llevaba una túnica de
abalorios, y él señalaba las cuentas, intentando
explicarle la pauta que veía en ellas.
—¿Cuál era?—pregunté.
—Díselo a la encantadora dama, R-gruñido-G.
—¡Parecía tan obvio...!—Winter se bajó las gafas—. La
pauta se componía de cuentas
y puntadas en triángulo:
Rojo-Rojo-Rojo-Rojo-Rojo-Rojo-Rojo-Rojo
Puntada-Puntada-Puntada-Puntada
Negro-Negro
Puntada.
Yael volvió los ojos al cielo.
—¡Dios libre a los simples mortales de los genios!—Se
echó a reír—. ¿Le han oído
hablar del triángulo? Siempre es así. Piensa y vive en
función de pautas. Tendré que
traducir. El hijo del rey señalaba un grupo de ocho
abalorios rojos y levantaba un dedo.
Luego, señalaba cuatro puntadas vacías y hacía un signo
maorí que quiere decir cero.
Levantaba otro dedo por las dos cuentas negras. Otra vez
el signo del cero ante la
única puntada vacía. Luego pasaba la mano por el
triángulo y levantaba diez dedos. Su
hermana se reía porque le hacía cosquillas, pero ése fue
mi gran descubrimiento.
—¿Cuál?—pregunté—. ¿Que las niñas tienen cosquillas?
—Claro que no. Que su hermano era un genio.
—¿Diseñando con abalorios?
—Utilice el cerebro, señora. Un grupo de ocho. Nada de
cuatro. Un grupo de dos. Nada
de unidades. El hijo del rey estaba contando en binario.
Uno-cero-uno-cero es igual a
diez.
—Parecía tan obvio...
—¿Qué? ¿Obvio?—gruñó Yael—. ¿Un niño maorí, desnudo,
analfabeto, descubriendo
el binario por su cuenta? Bueno, naturalmente, hice un
trato con el rey Te Uinta. Traje a
R-gruñido-G de vuelta a la Tierra y adapté su nombre para
hacerlo pronunciable. Luego
empezó su educación, y ahí vino el problema. ¿Hacia dónde
demonios se enfoca a un
niño que es un genio para las pautas?
—¿Hacia las matemáticas?—sugerí.
—Eso fue lo segundo. Con mis aficiones, el arte vino en
primer lugar. Pero tras un
brillante comienzo en París, se cansó y lo dejó. Con las
matemáticas pasó lo mismo.
Arquitectura en Princeton, empresariales en Harvard,
música en Juilliard, medicina en
Cornell, diseño de Cúpulas en Taliesin, astrofísica en
Palomar... Siempre la misma
historia. Un comienzo brillante, y luego lo dejaba.
—Todo parecía demasiado parcial—explicó Winter—. Partes
de un todo sin ninguna
conexión. Y a mí me interesaba el pastel entero.
—Para entonces ya casi había alcanzado la mayoría de
edad, así que le mandé fuera...
—Con latigazos—señaló Winter.
—Con un millar en el bolsillo para un Wanderjahr, y
órdenes estrictas de no volver
hasta que descubriera qué quería hacer con su vida.
Francamente, esperaba que
volviera arrastrándose, hundido y obediente. ..
—Como un pícaro y plebeyo esclavo.
—¿De dónde es esa frase?—pregunté a Winter.
—Hamlet, acto segundo, escena segunda—me susurró—. No se
lo diga a nadie, pero
estudié Literatura Inglesa a espaldas de Yael. Ya sabe,
Principales Escritores
Británicos, I y II. De eso también me harté, debido a un
empacho de lampreas.
—En vez de eso, el caballero volvió fanfarroneando, con
los bolsillos del traje
rebosando de dinero, y la grabación de la mejor
integración que jamás ha visto el Solar.
Supongo que recordarán “Marcha en Filas Cerradas”, un
bestseller. Rogue se puso a
jugar en Luna con...
—Convertí el regalo del doctor en cien mil, antes de que
corriera la voz y me impidieran
entrar en los casinos—rió Winter—. Me llamaban “Rogue el
Griego”.
—... Con cultivos de maíz de Kansas, Meta en Tritón, alta
costura en Ganímedes, el
Movimiento Feminista de Venucio, galerías de arte en
Calisto... Todo dentro de una
pauta del Solar que él encontraba obvia, pero que siempre
había pasado inadvertida.
¡Santo Dios, se encontró a sí mismo! Era el Sintetista.
La Duende y el Sintetista
Síntesis
Síntesis, f. Acción u operación combinada. Acción
cooperativa de diversos agentes, de
tal manera que el efecto total es mayor que la suma de
los efectos considerados de
manera independiente.
NOAH WEBSTER, -
La capacidad sintetista de Rogue Winter no se reflejaba
en todas las pautas y
constructos. Tenía antiguos puntos ciegos/sordos. Los
más, triviales; algunos,
importantes. Más grave aún era el hecho de que respondía
a las pautas de tres
idiomas, siendo sólo consciente de estar involucrado en
dos. Esto fue lo que le llevó al
desastre.
Winter hablaba el Solar Verbal proque era un inquisidor
(en el siglo XX, los llamaban
“reporteros investigadores”), y las palabras de cada
mundo eran las herramientas de su
trabajo. Sabía
que entendía el Soma-Gestalt (en el siglo XX, lo llamaban
“inglés corporal”) porque
tenía mucha experiencia en investigaciones para
comunicarse a varios niveles con
extranjeros, y su trabajo era averiguar qué realidades se
ocultaban tras la máscara de
las palabras.
Todo esto lo sabía. Lo que no sabía, era que sentía el
eco del Anima Mundi, que
producía su extraordinario sentido para la síntesis de
pautas. Yo pensaba que la
terrible conmoción del niño, al estrellarse la nave R-OG,
era la causa de su
hipersensibilidad. Ahora sé que se debe al experimento
Krupp-Decco, y que la cualidad
X que se multiplicó por sí misma en Rogue era lo que
llamo un “Sentido Fane”, del
griego phainein, algo así como una capacidad para captar.
Era en este sentido fane lo
que le permitía ver cosas en hechos y sucesos
aparentemente independientes, y
sintetizarlos en un todo.
Anima Mundi es el “Alma Fundamental del Mundo”. Un
poco de latín, Anima: alma vital.
Mundi: el mundo. El Anima Mundi es el espíritu cósmico
que llena a todos los seres
vivos y, aunque aún se discute, también a los objetos
inanimados. Yo estoy de
acuerdo. Para mí, una casa antigua tiene espíritu,
personalidad propia. ¿Cuántas veces
habéis visto un cuadro al que no le gusta su lugar en la
decoración y se rebela,
negándose a colgar recto? ¿No nos exigen atención las
sillas cuando pasamos ante
ellas, no crujen bajo nuestros pies los escalones
malhumorados?
Muchos de nosotros sentimos el Anima y estamos
fuertemente influenciados por ella.
Somos capaces de reconocer algunos aspectos obvios:
“alma”, “vibraciones”, “psique”,
efectos del clima, de la noche y el día... Pero no nos
damos cuenta de que son simples
facetas de un Anima Mundi profunda, subyacente, que es el
sustrato—por llamarlo de
alguna manera—de toda existencia. Rogue Winter comprendía
esto último, y le
afectaba más que a nadie. Aquí tenemos un ejemplo de su
respuesta inconsciente a
las pautas subyacentes. La obtuvimos de la chica de Flandes.
Rogue estaba trabajando en Marte, y se tomó la tarde
libre para pescar en un lago de
agua salada, en la Cúpula Gales. Lo habían poblado de
celacantos, “Viejos Cuatro
Patas”, un legado del Cretáceo. Winter arrojaba y recogía
el anzuelo, lanzándolo hacia
el este para encontrar los bancos de Cuatro Patas que se
alimentaban de este a oeste.
De pronto—él pensó que se trataba de un presentimiento,
que estaba siendo más
astuto que el pez, cuando en realidad se trataba de su
inconsciente séptimo sentido,
que le obliga a responder a una orden del Anima—, de
pronto lo hizo a la inversa,
empezó a pescar hacia el oeste.
Después de varios minutos de arrojar el anzuelo sin
demasiado éxito, una chica
apareció en la solitaria orilla del lago. Llevaba unos
pantalones tejanos cortados, sin
nada sobre el torso, el pelo color bronce, suelto.
Cargaba con dos pesadas bolsas de
compra sin los beneficios de la Nuli-G. Las dejó en el
suelo, se frotó los brazos y le
sonrió.
—Allo .
Rogue quedó instantáneamente cautivado por su acento
francés, y se sintió agradecido
de que no mirara fijamente las cicatrices que adornaban
sus mejillas.
—Buenas tardes. ¿Adónde vas?
—Estoy de visita en el pueblo de al lado. He salido a
comprar d´ineur.
—¿De dónde vienes?
—De Calisto.
—Creía que Calisto era holandés.
—¿Nunca lo has visilé?
—Aún no.
—No todo es hollandais. Es Benelux, comprenez-vous?
De Flandes, Bélgica y
Luxemburgo. Yo soy de la Cúpula Flamenca. ¿Estás
pescando?
—Ya lo ves. ¿Te gustaría pescado para dineur?—Se
le acercó y le tendió el anzuelo—.
Escupe, eso nos traerá suerte.
Era mentira, por supuesto. Pero la chica era preciosa, y
tenía un pecho delicioso.
Ella le dirigió una mirada perpleja, se tranquilizó ante
su mirada galante y escupió
delicadamente sobre el anzuelo. Winter lo arrojó hacia
aguas profundas, empezó a
retirarlo con su técnica habitual, y recibió una tremenda
sacudida. No podía creer su
suerte. Gritó entre carcajadas y empezó a luchar para
sacar el pez, mientras la chica
saltaba emocionada junto a él. Mantuvo tenso el sedal
para sacar al Cuatro Patas, pero
lo que arrastró hasta la orilla era el cadáver de una
niña.
—Dieu!—gritó la chica flamenca—. Es lafille de Megan. Se
ahogó este mediodía. Han
estado buscando el cuerpo desde entonces.
—¡Jesús Jig Dios!—murmuró Winter. Desprendió el anzuelo
del fino bañador y recogió
el cuerpo—. Dime dónde hay que llevarla.
No tenía la menor idea de que se trataba de una llamada
subliminal del Anima, a cuya
sensibilidad respondía. Era una muerte que desequilibraba
la pauta del Anima. Y esa
descompensación le llamó hacia el oeste. Eventualmente,
se hubiera resuelto por otras
respuestas naturales, pero el séptimo sentido de Rogue
Winter, su sensibilidad hacia el
sustrato, le llevó allí antes.
Y no tenía la menor idea de que era esa misma sensibilidad
hacia el Anima lo que le
producía la serendipity, que siempre le sorprendía y
divertía. Serendipity es la
capacidad de hacer descubrimientos involuntarios e
inesperados por accidente. Vas de
A a B, pensando en tus cosas, y de repente tropiezas con
X, igual que Herschel
tropezó con Urano. Esta cualidad era la que convertía a
Rogue Winter en nuestro
“Perdiguero”. Hay más sobre él en nuestro archivo Meta
(MAXIMO SECRETO, SOLO
AGENTES DE ALEPH). Véase Operación Perdiguero.
Tenía una memoria curiosa. Recordaba las formas, pero no
los colores. Recordaba el
argumento y la acción de todo lo que leía o veía, pero no
las direcciones, ni los
números de teléfono. Recordaba la personalidad de todas
las personas a las que
conocía, pero no sus nombres. Recordaba sus asuntos
amorosos en función de unas
pautas que las damas no agradecerían.
Se había sometido a una arriesgada operación cerebral
para hacerse instalar unas
sinapsis protésicas que le permitían comunicarse con su
computadora mediante ondas
cerebrales. Winter puede pensar en dirección a la
computadora, que imprime, graba y/o
ilustra gráficamente los conceptos. No hay muchos que
puedan utilizar esta avanzada
técnica. Requiere una concentración despiadada, que no
puede dejarse llevar por
extrañas asociaciones de ideas.
Winter haría cualquier cosa por descifrar los entresijos
de una pauta: mentir,
engañar, seducir, robar, abusar, humillarse, pecar contra
cualquiera de los
Diez Mandamientos y contra el Undécimo (No Dejarás Que Te
atrapen). Y,
en su trabajo, ha pecado contra la mayoría de ellos.
Tenía treinta y tres años, medía uno ochenta y cinco,
pesaba noventa y
pocos kilos, y estaba en buenas condiciones físicas.
Érase una vez que se
casó con una encantadora chica de la Cúpula San
Francisco, en Luna. Ella
llevaba una hermosa melena recogida dentro de un casco,
tenía rasgados
ojos oscuros, cuerpo esbelto de nadadora y buena
delantera, el tipo de mujer
que siempre atraía a Winter. Salpicaba cada frase con
palabras acabadas en
“ig”, una muletilla corriente en las Cúpulas Lunares, que
ahora se está
extendiendo.
—Zig, chico, te quiero, ¿gig? Pero estoy jig muerta de
sueño, me voy a la
cama, mig.
Encantadora, divertida, entretenida, pero, ¡ay!, eso era
lo único que tenía en
el lugar reservado para el C.I., así que el matrimonio se
rompió. A Winter le
encantaban las chicas, pero sólo como iguales. Otra de
sus damas, otra
esbelta chica de amplia delantera, señaló amargamente que
ni siquiera él
podía encajar en su propia idea de igualdad. La Duende de
Titania se
encargó de aquello.
Un cambio de vida en un día de síntesis.
Winter había vuelto de un trabajo inquisitorial sobre el
Movimiento Feminista
de Venucio, y seguía conmocionado por un violento suceso
que tuvo lugar en
la Cúpula Bolonia. Lo peor era que no lo entendía.
Sucedió la noche anterior
al día que cambió su vida.
Tenía un apartamento en la rotonda Beaux Arts, un
complejo construido al
Estilo Eduardiano con grandes balcones, chimeneas y
gruesas paredes para
proteger a los artistas creadores unos de otros. El aislamiento
alejaba los
chillidos de las sopranos ensus escalas, los truenos
electrónicos de la
“Gavota Galáctica en Sol menor”, y del dictado del
Diccionario de Oxford al
ser traducido al Nu-Spék.
Su hogar estaba decorado con un estilo antiguo, y
encajaba con sus gustos a
la perfección: enorme sala de estar con mobiliario Estilo
Rey Jorge, cocina
utilitaria, cuarto de baño con una monstruosa bañera de
uno ochenta, y dos
dormitorios en la parte de atrás, uno grande y otro
pequeño. El pequeño
recordaba, en su simplicidad, a la celda de un monje. El
grande era su cuarto
de trabajo, y un caos. En las paredes, se alineaban los
libros, las
grabaciones, las películas y los programas. El escritorio
era una mesa de
conferencias. La computadora, con la que estaba neurológicamente
conectado—tenía que asegurarse de que estaba apagada
cuando no la
necesitaba; de otro modo, grabaría todo lo que pensara
mientras estuviera en
el apartamento—montones de artículos de escritorio,
películas y cintas de
vídeo vírgenes, apuntes para antiguas historias por todo
el suelo, algunas
cintas saliendo de la papelera como un montón de
serpientes en busca de
Laoconte y sus dos hijos.
Estaba tan disgustado que ni siquiera se molestó en
deshacer la bolsa de
viaje, ni en cambiarse, y los cohetes de Alitalia no se
destacan por su
limpieza. En lugar de eso, sacó una botella de whisky, se
sentó en el sofá de
la sala de estar, puso los pies sobre la mesita de café,
e intentó
emborracharse para embotar los recuerdos. Quería
recuperarse de su primer
asesinato, que había tenido lugar la noche anterior, en
Venucio.
Los hechos decisivos tienen lugar en simples instantes.
Lo que cambió la
vida de Winter fue una pelea de tres segundos, en la
penumbra de los
Jardines Centrales de la Cúpula Bolonia. Estaba esperando
a una chica con
la que se había citado, cuando un gorila, armado con un
mortífero cuchillo
saltó hacia él desde los oscuros arbustos. Años de
ejercicio en la infancia
habían entrenado los reflejos de Winter. No respondió a
la fuerza con fuerza,
como era natural y de esperar. En lugar de eso, se dejó
caer blandamente,
rodó mientras el otro saltaba sobre él, y se colocó sobre
la espalda del
asesino. Dos golpes con la rodilla en los testículos, la
muñeca del cuchillo
retorcida y rota con ambas manos, la carótida cortada.
Todo esto en tres
segundos de sibilante silencio. El asesino tardó mucho
más en morir. A
Winter no le gustaba pensar en eso.
—Pero ¿por qué, nene? ¿Por qué?—seguía preguntándose.
Tres copas más tarde, se sintió repentinamente inspirado.
—Lo que necesito ahora es una chica en la que perderme.
Es la única
manera de esperar a que aparezca una pauta.
Uno de los Rogues (tenía una docena de personalidades
alternativas) fue el
encargado de responder:
—Como quieras, pero te has dejado la libreta roja en el
estudio.
—Por jigjiz. ¿No puedo tener una libreta negra como la
que cantan las
canciones y narran las historias?
—¿Por qué eres incapaz de recordar un número de teléfono?
No importa.
¿Vamos a reunirnos con las damas?
Hizo tres llamadas, todas negativas. Se tomó tres copas
más, todas positivas.
Se desnudó, se acostó en la cama de la celda monacal, dio
vueltas, maldijo,
y al final se durmió, soñando enloquecido:
pautas
autas
utas
tas
as
s
A la mañana siguiente, se levantó relativamente temprano y
salió. Primero
hacia la emisora, para una discusión sobre guiones con su
productor. Luego
a las oficinas de su editor, para sostener una batalla
por cuestión de
ilustraciones. Por último a Solar Media, donde recorrió
los pasillos de la
editorial con su habitual despliegue circense, besando y
pellizcando al
personal, para terminar en el despacho del rincón, que
pertenecía a Augustus
(Ching) Sterne. Ching era el editor jefe.
—¿Tienes la historia, Rogella?
—La tengo.
—Fecha límite, tres semanas.
—Lo conseguiré. ¿Tienes un despacho vacío que pueda
utilizar durante una hora, más
o menos? Tengo que hacer algunas llamadas, y producción
me ha entregado las
galeradas para que las revise. Quieren que se las
devuelva hoy.
—¿Qué historia es ésa?
—Espacio e Idiotez Mongólica: Descubrimiento de la
Atracción en E = mc.
—¡Demonios! Eso debía estar en el laboratorio desde ayer.
Utiliza la sala de reuniones,
Rogella. Hoy no están tratando de que se les ocurra
ninguna idea.
Winter tomó posesión de la sala de reuniones, hizo sus
llamadas, telefoneó al
departamento de ejemplares para que pasaran a recoger el
material de referencia sobre
Venucio, leyó las galeradas con los dedos—la facultad
electrotáctil era otra faceta de
sus habilidades—, se puso furioso, y llamó a Ching Sterne
para gritar un poco.
Una chica asomó la cabeza en la sala de reuniones. Era
una cabeza rubia, con el pelo
cortado a modo de casco, y oscuros ojos rasgados. Demi
Jeroux, del Departamento de
Documentación. Winter le hizo una señal para que entrara,
le lanzó un beso y siguió
maldiciendo salvajemente por el intercomunicador.
—He estado repasando las galeradas de lo de los idiotas,
y algún hijo de puta ha
reescrito mi original. ¿Cuántas veces tengo que
decíroslo? ¡No quiero que nadie me
joda los originales! Si queréis algún cambio, pedídmelo y
lo haré. No pienso dejar que
ningún segundón trepa se aproveche de mí.
Winter colgó bruscamente el intercomunicador, se volvió y
contempló a la chica, que le
miraba asustada.
—Demi, cariño, eres una visión grata para estos ojos de
borracho. Ven a darle un
abrazo a papá.—Ella se arrojó en sus brazos, temblorosa—.
Mi impagable chica de
Documentación, tengo todo el material de Venucio para
devolvértelo.
—Ya no trabajo en Documentación—respondió Demi, con su
suave acento de Virginia.
—No me digas que han despedido a mi perla del océano.
—Me han ascendido, soy ayudante del editor.
—¡Felicidades! Ya era hora. Han estado desperdiciando a
una inteligente chica de...
¿Cómo se llamaba esa universidad de la que te sacaron?
—Marymount.
—¿Te han subido el sueldo'?
—Ni hablar.
—¡Mierda! No importa, lo celebraremos de todos modos.
Vamos, te invito a algo.
—No querrás hacerlo, Rogue.
—¿Por qué no?
—Bueno, mi primer trabajo fue... Fue tu artículo sobre
los mongólicos .
—¿Quieres decir que tú eres la hija de puta que...? ¿Y me
has oído gritar todo eso?—
Winter rompió a reír y besó a la chica, que enrojeció
violentamente—. Pues ya has
recibido tu primera lección sobre cómo manejarme. ¿Te
encargarás de mi inquisición
sobre el Movimiento Feminista?
Ella asintió con timidez.
—Me encargaré de todo lo tuyo. El señor Sterne dice que
será educativo.
—Me pregunto qué querrá decir con eso. ¡Vaya, vaya! ¡Demi
Jeroux, el Demonio de
Dixieland, es ahora mi editora!
La temblorosa chica respiró profundamente y se sentó en
una de las sillas, con una
mezcla de terror y decisión.
—Quiero ser otra cosa—dijo con suave voz .
—¿Oh?
—¿Recuerdas esa historia que me contaste sobre la fiesta
irlandesa?
—No, querida.
—Aquel día que me llevaste a almorzar marisco al restaurante
de Grotto.
—Recuerdo el almuerzo, pero no la historia.
—Había... Había un niño arrastrándose entre los pies de
todos. Tú te enfadaste y le
pegaste una patada.
—¡Oh, Dios! ¡Gig!—rió Winter—. Fue en la Cúpula Dublín.
Nunca olvidaré el escalofrío
de horror que recorrió a todos los presentes. Estuvo muy
mal, pero era una fiesta tan
condenadamente aburrida...
—Y el niño te miró con cariño.
—Y tanto, y tanto. Liam ya debe de tener unos ocho años,
y todavía me quiere. Suele
escribirme en gaélico. Es casi como si hubiera nacido con
una pasión loca por que le
pegaran patadas.
—Rogue—señaló Demi—, a mí también me has pegado una
patada.
—¿Que yo te he. . .?
Una sorprendente emoción le cosquilleó bajo la piel. Le
habían hecho proposiciones
antes, pero nunca como aquélla.
¿Lo he buscado?
¿Lo he propiciado?
¿Es ella consciente de una atracción recíproca que no he
notado?
¿Estoy mintiendo?
¿Es esto lo que siempre he querido?
Así discutían sus personalidades mientras se levantaba,
cerraba la puerta de la sala de
reuniones, volvía junto a la chica y ponía una silla
frente a ella, de manera que pudiera
verle las rodillas y tomarle las manos.
—¿Qué pasa, Demi?—preguntó amablemente—. ¿El sucio y
viejo amor?
La chica asintió y se echó a llorar. Rogue le puso un
pañuelo en la mano.
—Has sido muy valiente al decírmelo, querida. ¿Cuánto
tiempo lleva cociéndose esto?
—No lo sé. Simplemente...sucedió.
—¿Ahora mismo?
—No, no. Es que... sucedió.
—¿Cuántos años tienes, cariño?
—Veintitrés.
—¿Has estado enamorada antes?
—Nunca de alguien como tú.
Winter miró aquella sollozante cosita esbelta con amplia
delantera y suspiró.
—Escúchame—dijo cuidadosamente—. En primer lugar, te
estoy agradecido. Cuando
alguien te ofrece amor, es como encontrar el final del
Arco Iris, y no hay mucha gente
que encuentre ese tesoro. En segundo lugar, yo también
podría amarte, pero tienes que
entenderlo, Demi. Cuando alguien da amor, se le responde
con amor. Es una especie
de hermoso chantaje. Sólo te estoy distrayendo con lo
obvio para que no me mojes
demasiado el pañuelo...
—Lo sé—susurró—. Siempre eres sincero.
—Tengo que serlo. Me gustan las mujeres (es mi único
vicio), y ahora mismo necesito
desesperadamente a una chica, pero... Mírame, Demi. Sólo
tendrás la mitad de un
hombre, quizá menos. La mayor parte de mí pertenece a mi
trabajo.
—Por eso eres un genio—respondió ella.
—¡Deja de adorarme!—Se levantó bruscamente y se dirigió
hacia un mapa gigante del
Solar, que examinó sin interés—. ¡Dios mío! Estás
decidida a cazarme, ¿verdad?
—Sí, Rogue. No me gusta, pero sí.
—¿No hay piedad? El difunto y genial Rogue Winter,
atrapado por una nebbish de
Marymount. Una vez más queda demostrado que soy un payaso
capaz de decirle que
no a cualquiera, menos a una chica.
—¿Tienes miedo?
—Maldita sea, sí. Pero no puedo hacer nada. Muy bien,
adelante.
Le abrió los brazos, y Demi se refugió entre ellos. Se
besaron.
Por parte de Rogue, sólo fue un firme contacto de labios.
—Me gusta tu boca recia—murmuró ella—. Y tus manos
también son recias. ¡ Oh,
Rogue, Rogue ...!
—Es que soy un salvaje maorí.
—No. No hay nadie como tú, Rogue.
—¿Quieres zig de adorarme? Ya soy bastante engreído.
—¡Dios! Creí que nunca te conseguiría.
—¿No? ¡Y un cuerno!—Winter miró al techo—. Por favor,
sagrados antepasados de la
realeza Uinta, nobles reyes que habéis regido a los
maoríes durante quince
generaciones, y cuyas almas residen ahora en el ojo
izquierdo... ¡No permitáis que me
deje capturar por esta viuda negra!
Demi dejó escapar una risita.
—¡Ssss!—exclamó, deleitada.
—¿Qué puede hacer un noble salvaje cuando una chica le
pone la vista encima? Está
rodeado, condenado, perdido.
—¿En el ojo izquierdo?—preguntó Demi.
—Ajá. Según nuestras creencias, ahí reside el alma.—Cerró
el ojo derecho, y el
izquierdo le devolvió la mirada de deleite y
anticipación—. Gig, Demi, salgamos a
celebrarlo. Sólo que ahora tendrás que machacarme tú a
mí... Para adormecer el
dolor...
—¡Ssss !
Si tuviéramos mundo y tiempo suficiente, esta molestia,
señora, no sería un crimen.
En primer lugar, Demi tuvo que revisar el apartamento,
inspeccionando—y a veces
admirando—cada mueble, cada cuadro, cada libro y cada
cinta, fruslerías y recuerdos
de sus trabajos a lo largo de todo el Solar. Alzó una
ceja, el anticuado gesto de
sorpresa, ante la bañera de uno ochenta (antes ilegal, ya
que aquellos lujos devoraban
demasiada energía cuando aún no se conocían los Meta),
entrecerró los ojos al ver la
cama japonesa, una simple manta blanca, gruesa, sobre una
enorme tabla de ébano, y
dejó escapar un gemido ante el desorden que reinaba en el
estudio.
Nos sentaríamos y pensaríamos hacia dónde caminar, para
pasar nuestro largo día de
amor. Tú encontrarías rubíes a las orillas del Ganges. Yo
lloraría ante la marea de la
humillación.
—¿Qué fue lo que te gustó de mí?
—¿Cuándo?
—Cuando empecé a trabajar para Solar.
—¿Qué te hace pensar que me gustaste?
—Me invitaste a almorzar.
—Fue tu dedicación.
—¿A qué, en concreto?
—A conseguir que Vulcano viera reconocido su lugar por
derecho en la familia de los
planetas.
—Vulcano no existe.
—Eso es lo que me gustó de ti.
—¿Qué hay en esta caja de recuerdos, por favor?
—La cara de una muñeca de porcelana. La encontré en un
cubo de basura, en la
Cúpula Inglesa de Marte, y me enamoré locamente de ella.
—¿Y esto?
—¡Vamos, Demi! No querrás explorar todo mi pasado, ¿verdad?
—No, pero dímelo, por favor. Es tan raro. . .
—Es una lágrima de la Torre de las Gemas, en la Cúpula
Birmana de Ganímedes.
—¿La Torre de las Gemas?
—Escancian piedras preciosas sintéticas, de la misma
manera que escanciaban vinos
hace unos siglos. Estaban escanciando flujo de rubíes
rojos. y esta gota no salió
esférica, así que me la dieron.
—¡Es tan rara...! Parece como si tuviera una flor dentro.
—Sí, es una imperfección. ¿La quieres?
—No, gracias. De ti, espero algo más que rubíes
imperfectos.
—Se está poniendo agresiva—dijo Winter a la sala de
estar—. Ahora que me tiene
atrapado, empieza a mostrarse tal como es.
Yo te amaría hasta diez años antes del Diluvio, y tú
puedes, si quieres, rechazarme
hasta que los judíos se conviertan.
—¿Y qué fue lo primero que te gustó de mí cuando me
conociste en Solar?
—Tu latido.
—¿Mi corazón?
—¡Cielos, no! Tu ritmo.
—Eso es porque, en realidad, soy negro. Todos tenemos
ritmo .
—No lo eres. Ni siquiera eres un auténtico maorí.—Le rozó
la mejilla con dedos como
plumas—. Sé de dónde vienen estas cicatrices.
Winter se bajó las gafas.
—Lo haces todo como una especie de latido—siguió ella—.
Como el ritmo de un
tambor. Caminar, charlar, bromear...
—¿Qué eres, una fanática de la música?
—Por eso quería entrar en tu templo. La contempló
mientras volvía a guardar la lágrima
de rubí en la caja. La luz del atardecer la enfocaba
desde un ángulo extraño y, por un
momento, se pareció sorprendentemente a la pelirroja
Rachel Straus, de Solar Media,
con la que había mantenido una desconcertante relación.
Mi amor vegetal debería crecer más que los imperios, y
más lentamente.
Empezaba a sentirse incómodo con ella.
—Esta es una manera condenadamente temperamental de
empezar algo—se quejó
para sí mismo.
—¿Por qué? ¿No es todo diversión y juegos?
—¿Quién se está divirtiendo?
—Yo.
—¿Quién está jugando?
—Yo.
—Entonces, ¿dónde entro yo?
—Toca de oído.
—¿El izquierdo o el derecho?
—El del centro. Ahí es donde reside tu alma.
—Eres la chica más terrible que he conocido.
—He sido insultada por hombres mejores que usted,
caballero.
—¿Como cuáles?
—Como aquéllos a los que he rechazado.
—Me dejas con la duda.
—Sí, es la única manera de manejarte.
—¡Maldita sea, tú ganas!—murmuró Winter.
Deberán pasar cien años para alabar tus ojos, para alabar
tu mirada. Doscientos para
adorar cada seno. Pero treinta mil para el resto. Una era
al menos para cada parte, y la
última para tu corazón .
—Es lo último que esperaba de ti—sonrió Demi.
—¿El qué?
—Que fueras tímido.
—¿Yo? ¿Tímido yo?
Rogue estaba indignado.
—Sí, y me encanta. Tus ojos están haciendo inventario,
pero el resto de ti no se ha
movido.
—Lo niego .
—Dime qué ves.
—Un caleidoscopio loco.
—Será mejor que te expliques.
—Yo... —Titubeó—. No puedo. Es que... Es que cada vez que
te miro, me pareces
diferente.
—¿En qué sentido?
—Bueno... Tu pelo. Unas veces parece liso, otras
ondulado. A veces, claro; en
ocasiones, oscuro. . .
—Oh, es un nuevo tinte llamado “Prisma”. Responde a las
ondas luminosas. Deberías
ver los resultados bajo un A.P.B., parezco un árbol de
Navidad.
—Y tus ojos. Unas veces me parecen oscuros y rasgados,
como los de mi ex esposa.
Otras, abiertos como enormes ópalos, como los de una
chica que conocí en la Cúpula
Flandes.
—Es un truco—rió ella—. Todas las chicas lo practicamos.
Se supone que los hombres
caen como fulminados por un rayo.—Le quitó las gafas, y
se las puso ella—. Ya está.
¿Te sientes más seguro ahora?
—Y... Y los pechos. —Estaba a punto de tartamudear—.
Cuando empezaste a trabajar
con nosotros, pensé que eran como... como unos montecitos
deliciosos. Ahora...
Ahora... ¿Has estado haciendo ejercicio mientras yo hacía
inquisiciones?
—Veámoslo—sugirió ella.
Y empezó a quitarse la blusa.
Pero, a mi espalda, siempre oigo el carro alado del
tiempo, siguiéndome de cerca. Y
ante nosotros se extiende el vasto desierto de la
eternidad. Tu belleza ya no será
admirada, ni en tu cofre de mármol resonará mi
canción. Los gusanos se harán con esa
virginidad largo tiempo preservada, y tu honor se
transformará en polvo, y en cenizas mi
lujuria.
—No—pidió él—. Por favor, no.
—¿Por qué no? ¿Todavía tímido?
—No, es que ...esto no es lo que esperaba.
—Claro que no. El macho maorí. Pero seré yo la que marque
ritmo. —La blusa cayó al
suelo—. ¿Cuánto tiempo supones ue debe esperar una chica?
¿Hasta la tumba?
—¡Jigjiz!—exclamó—. Pareces el mascarón de un barco.
—Sí. Me llaman China Clipper.
—¿Qué pasa, estás afiliada al Movimiento Virginista?
—¿Por qué no lo averiguamos?—rió Demi—. Vamos, Rogue. . .
Le obligó a levantarse del sofá y le empujó hacia el
dormitorio con una mano, mientras
le desabrochaba la ropa con la otra.
Hagamos una bola con toda nuestra fuerza y dulzura,
mandemos todos los placeres a
través de las puertas de hierro de la vida. Así, aunque
no podamos detener nuestro sol,
lo haremos correr.
Aun así, Demi hizo que el sol se detuviera en el limbo
sin tiempo de los amantes. En la
oscuridad, parecía ser un centenar de mujeres con un
centenar de bocas, manos y
caderas. Era una negra de gruesos labios que le
absorbían, y duras nalgas que le
aprisionaban. Era una Wasp virginal, tímida, indefensa,
pero temblorosa de placer.
Era jugosa, le arrullaba en el oído mientras sus mil
bocas le arrancaban arpegios de la
piel. Era un animal de otro mundo, que emitía gruñidos
guturales mientras él la tomaba.
Se convirtió en una muñeca hinchable, sintética, que
crujía y zumbaba como una
máquina de millón. Era dura, tierna, exigente,
suplicante, siempre inesperada.
Y le inspiró fantasías. Le estaban azotando, crucificando
ahogando, descuartizando, le
marcaban con hierros al rojo. Le pareció que podía ver
los cuerpos entrelazados de
ambos, en ángulos imposibles, reflejados en espejos de
aumento. Se aterró al oír
golpes en la puerta de entrada, y maldiciones susurradas.
Sus riñones eran un volcán
en eterna erupción. Pero, además, se sentía como si
estuviera conversando con ella
ante una botella de champán y unos canapés de caviar, un
preludio erótico en el que
solazarse antes de compartir por primera vez el fuego del
amor.
Energías
Cada vez estoy más convencida de que el hombre es una
criatura peligrosa. Y de que
el poder, ya sea ostentado por muchos o por pocos,
siempre es codicioso.
ABIGAIL ADAMS
Winter salió de la cama japonesa, caminó suavemente hacia
la sala de estar y se sentó
en el sofá, con los pies sobre la mesita de café. Pensaba
intensamente, tratando de dar
cuerpo a una pauta. Demi salió media hora más tarde,
esbelta, rubia, otra vez con los
ojos rasgados. Llevaba una de las camisas de Rogue a modo
de minúsculo camisón.
Se acuclilló en el suelo, al otro lado de la mesita de
café, y alzó los ojos hacia él.
—Te quiero—susurró—. Te quiero, te quiero, te quiero.
Tras una larga pausa, él dejó
escapar un suspiro.
—Eres una titánida.
No se trataba de una pregunta.
Demi hizo una pausa, tan larga como la suya, antes de asentir.
—¿Eso cambia algo?
—No lo sé. Eres la primera que conozco.
—¿En la cama?
—En ninguna parte.
—¿Estás seguro?
—N-no. Supongo que no puedo estarlo. Nadie puede estarlo.
—No.
—¿Estás seguro?
—¿Quieres decir que si tenemos contraseñas misteriosas
como señales secretas
masónicas? No, pero...
—Pero ¿qué?
—Pero podemos vernos unos a otros, si hablamos en
titánido.
—¿Cómo suena el titánido? ¿Lo he oído alguna vez?
—Quizá. Es difícil. Verás, los titánidos no nos
comunicamos como el resto del Solar.
—¿No?
—No utilizamos el sonido, ni la vista.
—Entonces, ¿cómo? ¿Percepción extrasensorial?
—No, hablamos en química.
—¿Qué?
—Nuestro lenguaje es químico: olores, sabores,
sensaciones en la piel, en el interior del
cuerpo. ..
—Me estás ziggeando.
—En absoluto. Es un lenguaje muy sofisticado de mezclas y
modulaciones en
intensidad.
—No lo creo.
—No puedes creerlo porque te resulta ajeno. Mira, voy a
hablarte en química.
¿Preparado para recibir?
—Adelante .
Tras unos segundos de silencio absoluto, Demi volvió a
hablar.
—¿Y bien?—preguntó.
—Nada.
—¿No has olido algo? ¿No has saboreado algo? ¿No has
sentido algo?
—Nada.
—¿No has recibido algún tipo de impresión?
—Sólo la seguridad de que me estabas tomando el pelo
con... No. Espera. Tengo que
ser sincero. Por un momento, me pareció recibir una
quemadura solar, como las de las
cicatrices que tengo en las mejillas.
Demi saltó.
—¡Eso es! ¿Lo ves? Me estabas recibiendo, sólo que te es
tan ajeno que tu mente tiene
que traducirlo a símbolos familiares.
—¿De verdad me estabas diciendo algo que yo traduje como
un rayo de sol? —Ella
asintió—. ¿Y qué me decías en química?
—Que eres un chalado machista maorí. Y que adoro cada
trozo de ti, cicatrices
incluidas.
—¿Todo eso me dijiste?
—Y en serio, sobre todo lo relativo a las cicatrices.
Pobrecito mío, estás tan
avergonzado de ellas...
—No me compadezcas, lo detesto—gruñó—. ¿Y los titánidos
andáis por ahí,
transmitiendo en química?
—No.
—¿Hay muchos de los vuestros aquí?
—No lo sé, ni me importa. Sólo me importas tú... Y me
estás asustando, Rogue.
—No era mi intención.
—Estás tan frío y analítico, después de... Bueno, ya
sabes de qué.
—Perdóname. —Se las arregló para sonreír—. Estoy
intentando hacerme a la idea.
—Nuca debí decírtelo.
—No me lo dijiste. Me lo demostraste. Es la experiencia
más extraordinaria que... ¿Por
qué estás en la Tierra?
—Nací aquí. Soy una suplantadora.
—¿Qué? ¿Cómo?
—Mi verdadera madre era muy amiga de la familia Jeroux.
Era su doctora. No te
contaré su historia, tardaría años.
—Está bien.
—Yo tenía un mes cuando el primer hijo de los Jeroux
murió al nacer. Me sustituyó por
el cadáver.
—¿Por qué demonios lo hizo?
—Porque les quería, y sabía que el dolor de perder a su
primer hijo les provocaría un
daño irreparable. Yo no era su primera... Nos
descascarillamos tan de prisa como
guisantes.
—¿Tu padre era terrestre?
—No. Sólo somos fértiles con titánidos. Al parecer, a
nuestros óvulos no les gustan
vuestros espermatozoides, o quizá sea al revés. De todos
modos, mi madre pensó que
sería bueno para mí crecer en una buena familia
terrestre. Siempre podía mantener un
ojo titánido sobre mí, y lo hizo. Punto final.
—Entonces, ¿tu pueblo puede amar?
—Deberías saberlo. Rogue.
—Pero no lo sé.—Movió la mano en gesto de impotencia—.
Toda esa charla sobre tinte
Prima, caídas de ojos ensayadas y... Eso era un camuflaje
titánido, ¿no?
—Sí. Intento ser lo que quieres, pero mi amor hacia ti no
es un camuflaje.
—¿Y puedes cambiarte a ti misma?
—Sí.
—Pero ¿cómo eres realmente?
—¿Cómo crees que son realmente los titánidos?
—¡Maldito sea si lo sé!—Le dirigió una mirada perpleja—.
Supongo que como... Como una esfera ardiente de energía,
o quizá como una ameba
de plástico, o como un rayo de luz. ¿No?
Ella se echó a reír.
—No me extraña que estuvieras preocupado. ¿Quién quiere
ser besado por un millar de
voltios? Dime cómo eres tú realmente.
—Puedes verlo por ti misma. Y puedes creer lo que ves.
—Au contraire, m'sier—sonrió—. No veré cómo eres
realmente hasta que estés muerto.
—Eso es un disparate, Demi.
—En absoluto.—Se puso seria—. ¿Cuál es el Rogue
auténtico, el Rogue al que amo?
¿El genio de las pautas? ¿El brillante inquisidor
sintetista? ¿El hombre ingenioso? ¿El
encantador? ¿El sofisticado? No. El verdadero Rogue está
en lo que haces con tus
maravillosas cualidades... En todo lo que contribuyes, lo
que dejas a tu paso. Y no lo
sabremos hasta que no hayas desaparecido.
—Supongo que tienes razón—admitió.
—Y con nosotros pasa lo mismo. Sí, puedo adaptarme y
cambiar para encajar con la
situación o agradar a una persona, pero no en cualquier
ocasión, ni con cualquier
persona. Mi yo auténtico es lo que elijo ser. Y, cuando
muera, mi aspecto será el que
haya elegido en lo más profundo de mí. Ése será mi
auténtico yo.
—¿No te estás poniendo un poco mística?
—En absoluto.—Señaló la mesita de café, como un profesor
ilustrando su conferencia.
La mesita era un magnífico corte transversal de un árbol
tulipán, procedente de Saturno
VI—. Mira estos anillos. Cada uno muestra un cambio, una
adaptación, ¿verdad?
Rogue asintió.
—Pero sigue siendo un tulipán, ¿verdad?
—Empezó como un brote tierno que podía crecer para
transformarse en cualquier cosa,
pero el Espíritu Cósmico le dijo, “eres un árbol tulipán.
Cambia y adáptate tanto como
quieras, pero vivirás y morirás como un árbol tulipán”.
Bueno, pues con nosotros pasa lo
mismo. Cambiamos y nos adaptamos, pero siempre entre los
límites de lo que somos
en nuestro interior.
Winter no pudo hacer otra cosa que asentir, confuso.
—Somos polimorfos, sí—siguió Demi—. Pero vivimos, nos
adaptamos, luchamos para
sobrevivir, nos enamoramos...
—¿Y jugáis al amor con nosotros?—la interrumpió.
—¿Por qué no? ¿Es que el amor no es un juego
divertido?—le miró—. ¿Qué demonios
pasa contigo, Winter? ¿Crees que el amor debe ser
profundo, sombrío, tenebroso,
desesperado, como en esas viejas obras de teatro rusas?
No creí que fueras tan
inmaduro.
Ante el arranque de Demi, y tras un momento de
sobresalto, se echó a reír.
—¡Condenada chica! Ya te has vuelto a adaptar. Pero, en
nombre de Dios, ¿cómo
sabías que necesitaba un mentor?
La chica rió con él.
—Ni idea, cariño. Tal vez lo vi con mi ojo izquierdo. Me
paso la mitad del tiempo
sintiendo lo que necesitan los demás. Después de todo,
sólo soy medio humana y es la
primera vez que me enamoro. Así que no puedes tomarme
como ejemplo.
—No cambies nunca, nunca—sonrió, antes de interrumpirse
bruscamente—. Pero ¿qué
demonios estoy diciendo?
—Que sólo tengo que cambiar para ti.—Le cogió la mano—.
Vamos, semental de las
estrellas.
Esta vez, volvieron juntos a la sala de estar. Esta vez,
ella se sentó en el sofá con los
pies en alto. No se había molestado en ponerse el camisón
provisional, y ahora parecía
una colegiala atleta. “Capitana del equipo de hockey”,
pensó Winter mientras se
sentaba con las piernas cruzadas en el suelo, frente a
ella, para admirarla. Demi
palmeó los cojines.
—Siéntate aquí al lado, cariño.
—Ahora no, ese sofá habla demasiado.
—¿Habla demasiado?
El asintió.
—No puedes hablar en serio, Rogue.
—Claro que sí. Todas las cosas me hablan, pero ahora
mismo sólo quiero escucharte a
ti.
—¿Todas las cosas?
—Ajá. Muebles, cuadros, máquinas, plantas, flores...
Nombra algo, y yo lo oigo. Cuando
me tomo la molestia de escuchar.
—¿Cómo habla el sofá?
—Pues... Parece una morsa a cámara lenta, con la boca
llena de algodón. Bluu—fuu—
guu—muu—nuu... Hay que tener paciencia y escuchar mucho
rato.
—¿Y las flores?
—Cualquiera pensaría que son parlanchinas o que se ríen
como niñas pero no. Son
sinuosas y sensuales, como el anuncio de un perfume que
se llamara C'est la
Séductrice.
—Estás en términos amistosos con todo el universo—rió—.
Creo que por eso me
enamoré de ti.—Bajó la vista para mirarle—. ¿No hay nada
que diga “Te quiero”?
—No piensan en ese tipo de conceptos. Todos son unos
ególatras.
—Yo sí. Te quiero. A ti.
Él le devolvió la mirada.
—Yo hago algo mejor. Te creo.
—¿Por qué es mejor?
—Porque ahora puedo confiar en ti. Tengo que pensar
algunas cosas contigo.
—Siempre estás pensando.
—Es mi único vicio. Escucha, cariño, me ha pasado algo...
Algo malo.
—¿Esta noche?
—En Venucio. No repitas a nadie lo que te voy a decir. Sé
que puedo contar contigo
para eso, pero sólo eres una chiquilla de Virginia,
aunque seas titánida, y te podrían
embaucar para que revelaras algo.
—Jamás revelaré nada.
Repentinamente, la capitana del equipo de hockey empezó a
parecerse a Morgan le
Fay.
—¡Fuera!—gritó Winter, cruzándose los brazos ante el
rostro.
—Me atraparon con las manos en la masa.
La hechicera sonrió y se transformó en la fogosa Sierra
O'Nolan.
—¡Ella no! —gimió Winter, recordando las disputas y
gritos—. ¡Por Dios santo, Demi...!
—Ella abandonó el papel—. Así que, después de todo,
vosotros los titánidos no sois
infalibles—gruñó .
—Claro que no. ¿Quién es infalible?—respondió, modosa—. Y
por favor, deja de hablar
de “vosotros los titánidos”. No hay un “vosotros” y un
“nosotros”. Todos somos parte de
la misma broma del circo cósmico
Él asintió.
—Pero cariño, tienes que comprender lo difícil que me
resulta enfrentarme a un amor
mercuriano.
—Ah, ¿sí? Oye, Rogue, ¿nunca ha habido una actriz en tu
ajetreada vida privada?
Empezó a adoptar la forma de Sarah Bernhardt.
—Vaya, pues sí.
—¿Y cuántos papeles representaba, en el escenario y fuera
de él?
—Un jillión, quizá.
—Pues con nosotros pasa lo mismo.
—Pero tú cambias físicamente.
—¿No es lo mismo que pasa con el maquillaje?
—Diana, diana—se rindió—. Supongo que nunca sabré de
quién estoy enamorado.
¿Quién? ¿De quién? Suspendí la gramática en la Hohere
Schille—confesó—. Una
diferencia de opiniones con los adverbios.
—Eres un genio—rió ella—. Aprenderé mucho de ti.
—Empiezo a temerme que, para ti, sólo soy una imagen
paternal .
—Entonces, acabamos de cometer incesto.
—Bueno, he pecado contra casi todos los Diez
Mandamientos. ¿Qué importa uno más'?
¿Un coñac?
—Quizá más tarde, por favor.
Winter sacó una botella de coñac y dos vasos, los puso
sobre la mesita de café, abrió la
botella y sirvió los tragos.
—He pecado contra otro.
—¿Contra cuál?
—¿No es Marymount un colegio católico?
—Más o menos.
—¿Los Jeroux educaron en el catolicismo a su hijita
multiforme?
—Más o menos.
—Entonces esto no te va a gustar. El Quinto.
—No... ¡No!
—Ajá.
—Me estás mintiendo.
Winter sacudió la cabeza.
—Sucedió en la Cúpula Bolonia, el último día que pasé
allí.
—Pero... Pero...—Demi se puso en pie de un salto, con el
aspecto de una Furia
vengativa, y a Winter casi le pareció ver las serpientes
enroscándosele en el pelo—.
Rogue Winter, si me estás zigeando el pelo. ..
—No, no, no—la interrumpió—. ¿Crees que bromearía sobre
una cosa así, Demi?
—Sí. Eres un retorcido embustero.
Winter palmeó el sofá.
—Siéntate, cariño. Es una historia. sí, pero no me la he
inventado, sucedió. Y tengo que
hablar de ello con alguien en quien confíe .
Se sentó, todavía desconfiada.
—Bien, cuenta.
—Estaba atando los últimos cabos de una pauta muy
extraña, en Bolonia, y la Meta
Mafia estaba implicada. Ya sabes que los jins de Tritón
tienen el monopolio de Meta, y
son duros. Fijan los precios y las cuotas. Y si por
cualquier razón no les gustan los
Bárbaros del Interior, te cortan la cuota. Así que,
naturalmente, hay una Meta Mafia que
saca la mercancía de Tritón, puro y simple contrabando.
Los precios son abusivos, pero
entregan siempre, sin importarles quién o qué seas. Una
especie de ladrones
generosos. ¿Me explico?
—Sí, pero no entiendo lo de Meta. Sé que se refiere a la
metástasis, que produce
energía, pero no sé cómo.
—Es un poco complicado.
—Inténtalo.
—Bueno, empieza con átomos y partículas con carga
eléctrica. Mediante la metástasis,
pueden pasar de su estado normal a un estado excitado.
Esto absorbe energía de los
Meta. Luego vuelven a su estado normal, liberan esa
energía, y en eso consiste el
proceso metastásico. ¿Dig?
—No. Demasiado científico, y no intentaré parecerme a
Marie Curie.
—Tampoco era ninguna belleza. Muy bien. Tú intentaste
hablarme en química. Yo
intentaré hablarte en pautas. Quiero que te imagines un
rayo láser que puede abrir un
agujero en el acero, o llevar un mensaje por el
espacio...
—¿Lo captas?
—Aún no veo ninguna pauta, sólo una línea recta.
—Ah, pero... ¿Cómo se produce esa línea? Piensa en una nube
de partículas en su
estado normal... una especie de pandilla de ceros...
“Ahora suministramos energía a esta pandilla para
llevarla a un estado excitado. Esto
convierte a los ceros en partículas positivas...
“Pero no es una condición natural, estable, sino una
especie de histeria nuclear. Pronto
se harta y empiezan a volver a sus normales y cómodas
sillas cero... ¿Captas la pauta?
—Continuez. Conlinuez lentemenl.
—No son gorronas, así que una partícula devuelve la energía
que ha recibido, lo que
coacciona a dos de sus camaradas a volver al estado
normal, devolviendo su energía.
Lo que empuja a otras cuatro, y entonces ocho captan la
indirecta, y luego dieciséis,
treinta y dos, sesenta y cuatro, y así hasta que toda esa
energía surge como un rayo.
“Todo en cuestión de nanosegundos, y todo en fase, que es
lo que le da su energía.
¿Entiendes?
—Sí, pero... ¿Dónde están los Meta?
—Bueno, hace falta una enorme cantidad de energía para
estimular los átomos y
partículas hacia su estado excitado, más de la que
devolverán luego. Así que, cuando
pones en la balanza ganancias y pérdidas, te salen
números rojos. En cambio, si
produces la excitación con Meta, todo es positivo. Gastas
uno y obtienes cien.
—¿Por qué? ¿Cómo?
—Porque este monstruoso catalizador es una central
eléctrica de energía acumulada
que lucha por salir. Hay energía acumulada en todo, Demi,
y para liberarse sólo
necesita un sistema electrónico de transferencia.
Imagínate una cerilla. Tienes una
cabeza química de potasio, antimonio y otras cosas, llena
de energía que espera ser
liberada. La fricción lo hace. Pero cuando los Meta se
excitan y liberan energía, son
como un cartucho de dinamita comparado con una cerilla.
Es la leyenda del ajedrez
hecha realidad.
—No la conozco.
—Oh, según la historia, un filósofo inventó el ajedrez
para distraer a un rajá indio. El rey
quedó tan satisfecho que dijo al inventor que pidiera lo
que quisiera, fuera lo que fuese,
y lo obtendría. El filósofo pidió que pusieran un grano
de trigo en el primer cuadrado del
tablero, dos en el segundo, cuatro en el tercero, y así
hasta llegar al número sesenta y
cuatro.
—No parece gran cosa.
—Eso dijo el rajá. Esperaba que le pidiera una recompensa
en oro, joyas y cosas así.
Pensó que era una petición muy modesta, hasta que
descubrió que ni todo el trigo de la
India y la China bastaría para llenar ese último
cuadrado. Es una progresión
geométrica, y es lo que los Meta hacen con la energía.
—¿Cómo se consiguió?
—Ni idea. Siempre he querido hacer un estudio completo,
pero nunca he podido
empezar. Los jins de Tritón se niegan a cooperar. Lo
único que han podido decirme
nuestros físicos locales es que, en el proceso, se
invierte la entropía.
—¿Qué es la entropía?
—¿Es que no te enseñaban nada en ese selecto colegio del
que te sacamos?
—El Departamento de Idiomas Extranjeros no programó
ningún curso de entropía.
—No es un idioma, es la decadencia. Entropía es la
tendencia al caos. Si no intervienes
en un sistema físico, la entropía va aumentando, lo que
significa que se destruye
progresivamente, que pierde la energía que necesita para
funcionar. La energía
almacenada en los Meta invierte ese proceso.
—¡Zig uauh! Es complicado.
—Sí, parece una raza alienígena.
—¿Cómo son los Meta?
—Nunca los he visto. Los ingenieros los protegen como los
eunucos a un harén. Nada
de visitas. Nada de estudiantes. Dicen que es demasiado
peligroso (¡estáte quieta,
Demi!). No puedo culparles. En el pasado ha habido
demasiados accidentes por culpa
de estupideces.
Demi dejó de adoptar la forma de una concubina desnuda.
—Bueno, ¿y qué pasó con el Quinto Mandamiento?—preguntó .
—¿Quieres que te lo cuente ahora?
—Por favor.
—Yo prefiero hablar de esta cosa maravillosa que ha
sucedido entre nosotros.
—Luego.
—Puede ser demasiado tarde. El amor no es un grifo
—cantó—. No se abre y se
cierra...
—Sí, tienes una voz maravillosamente entrópica, en cuatro
tonos. Ahora dime qué pasó
con el Quinto Mandamiento. Por favor, Rogue, se está
interponiendo entre nosotros.
—¿Sí?
Demi asintió.
—Lo noto cuando me amas... Una pequeña nube que pende
sobre ti...
—¡Dios mío!—susurró casi para sí mismo—. ¡Eres
fantástica...! Sentir eso...incluso
mientras me estás violando...
—Por favor. cariño. habla en serio.
—Estoy intentando cambiar de registro—respondió, incómodo—.
Por favor, dame un
instante.
Demi guardó un silencio comprensivo. Winter tamborileó
suavemente con los dedos,
volviendo la vista al pasado, murmurando de cuando en
cuando un “no me molestes
ahora”, dirigido al mueble concreto que se estuviera
entrometiendo con un soliloquio
subsónico. Por último. miró a Demi.
—Ya sabes que Venucio no es exclusivamente italiano
—empezó—. Es más bien
mediterráneo: Grecia, Portugal, Argelia, Albania, cosas
así. Todos conservan sus
propias tradiciones y costumbres, y en las Cúpulas
italianas se conservan todas las
culturas regionales y subculturales locales: Sicilia,
Nápoles, Venecia, incluso la
Pequeña Italia neoyorquina. Hablan una mezcla
barriobajera de italiano e inglés, y la
Fiesta del Santo, en la Cúpula Mulberry, es un auténtico
escándalo.
Ella asintió otra vez, todavía en silencio, preguntándose
a dónde quería llegar.
Winter captó la expresión de la chica, y sonrió.
—Un momento, un momento. Una vez, una empresa de sopas
instantáneas me
preguntó por qué Bolonia era la única Cúpula italiana que
compraba su producto. Tuve
que explicarles que las mujeres italianas son amas de
casa por tradición, y que se
enorgullecen en preparar sus propias sopas. Las boloñesas
son la única excepción.
Prefieren trabajar fuera, ya sabes, abajo el Kinder,
Kirche und Kuche. Y cuando vuelven
a casa, se limitan a abrir un sobre o un paquete para
preparar la cena.
—Estoy con ellas.
—Yo no estoy en contra. Bolonia es el centro del
Movimiento Feminista de Venucio. La
mayor parte de sus polizias son mujeres: enormes,
duras, malas bestias, jamás se te
ocurra meterte con ellas. Pero había una notable
excepción: una cosita delicada que,
ahí va eso, era jin.
—¿Una japochina? ¿En Venucio?
—En la Cúpula Bolonia. Y eso me obligó a sintetizar con
toda mi alma, sobre todo
porque la chica nadaba en la opulencia: uniformes bien
cortados, restaurantes caros,
transportes de lujo, todo eso. Así que ya te puedes
imaginar lo que sinsentí.
—Que era de la Mafia.
—Y una posible pista hacia sus operaciones en Tritón, una
pauta que estaba deseando
descifrar. No sentí que fuera un callejón sin salida.
Puse en marcha mi encanto y
conseguí una cita para que se reuniera conmigo en los
jardines centrales, cuando
saliera de trabajar. Era mi última noche en la Cúpula
Bolonia.
—¿Y la mataste?
Demi estaba horrorizada.
—Llegué temprano para examinar los jardines. Es un
terreno donde las feministas se
dedican a cazar machos: oscuro, siempre envuelto en
sombras y niebla... Y, en el punto
exacto donde ella debía reunirse conmigo, aquel gorila
saltó de entre los arbustos y me
golpeó con todo lo que tenía.
—¡Santo bólido! ¿Y...?
—Y pequé contra el quinto.
—Pero... Pero ¿cómo?
—No pienso entrar en detalles, Demi, pero si hay algo que
los maoríes enseñan a sus
futuros reyes, es a defenderse y a matar en un cuerpo a
cuerpo.
—¿Quién era el tipo? Quiero decir, ¿pudo ser un error?
—No fue ningún error, y por eso me estoy volviendo loco:
el tipo llevaba un Cuchillo de
Tajo. Es un cuchillo que los maoríes utilizan para
arrancarle el corazón a un enemigo
valiente. Luego se lo comen para adquirir su valor...
—¡Puaj!
—Sí. Y, según sus documentos, el tipo era un tal Wen Ora,
de Ganímedes. Un asesino
maorí.
—¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Y no acudió la chica de la Mafia?
—No me quedé para averiguarlo. Cogí el cuchillo, dejé el
cadáver bajo unos arbustos y
me largué. Ahora ya sabes lo que me está haciendo zig
zag. ¿Me equivocaría, le daría
a la jin una pista de lo que realmente busco? ¿Me tendió
una trampa su Mafia? ¿Y por
qué elegir a un soldado maorí, a uno de los míos? Además,
¿qué demonios hacía un
maorí en Venucio? ¿Averiguará su polizia que soy
el asesino, y vendrán a por mí?
¿Seguirá persiguiéndome la Mafia? Oi veh! Shlog'n kop
in vant!
Debbie ya había acaparado todos los dolores de cabeza de
Winter que era capaz de
absorber.
—¿Tienes ese Cuchillo de Tajo maorí?—preguntó.
—Aún lo llevo en la bolsa de viaje.
—¿Puedo verlo, por favor?
Sacó el cuchillo, y Demi lo examinó cautelosamente.
Parecía una hoja recta,
puntiaguda, afilada, brillante y mortífera. No tenía
funda. El mango era de nogal, muy
gastado por el uso y salpicado de manchas rojas.
—Le maté con él. Por eso tuve que llevármelo. Huellas
digitales.
—Así que era cierto.
Dejó cautelosamente el cuchillo.
—Del principio al final.
—Creo que ahora me vendría bien ese coñac, por favor.
Llenó los dos vasos y bebieron juntos, meditando larga,
silenciosamente. Luego el
coñac pareció devolverles la alegría.
—Arriba los ánimos, nena—sonrió—. Saldré de esta oliendo
como las rosas, ya verás.
—Saldremos, por favor. Quiero estar contigo—señaló
rápidamente Demi.
—Gracias. Lealtad ciega al instante. Eres una auténtica y
adorable titánida.
Ella no pudo contener la risa.
—¡Maldito seas, Winter! No dejarás de bromear ni dentro
del ataúd. ¡Qué cosas tan
fantásticas te suceden! Me pregunto por qué será.
Rogue volvió a llenar los vasos.
—No lo sé. Quizá porque las invito sin querer. Después de
todo, tú eres una de esas
cosas fantásticas que me pasan, y juro que yo no te
invité.
Demi apuró el coñac.
—Tengo que confesarte una cosa—dijo, empezando a
parecerse a santa Juana de
Arco—. No fue un accidente. Cuando me di cuenta de que te
quería, me propuse
atraparte. Revisé todo lo relativo a ti, hablé con gente
que te conocía, me pasé días
leyendo todo lo que has escrito... No tenías escapatoria.
Por favor, no lo uses contra mí
—Empiezas a tener un halo—murmuró.
La chica se sirvió otro coñac.
—¿Por qué me dijiste que necesitabas una
chica?—inquirió—. Debes tenerlas a
cientos.
—No.
—¿Cuántas?
—Haces demasiadas preguntas. ¿De qué es diminutivo Demi,
de Demonio?
—No tengo que responder. Quinta Enmienda.
—Oh, vamos, Demi...
—Jamás.
—Puedo mirarlo en tu nómina, estás perdida.
—¡No te atreverás!
—Te tengo en mi poder.
—¿No lo usarás contra mí?
—Segunda Enmienda.
—¿Qué dice?
—Derecho a llevar armas.
—Bueno... Ya te he contado que crecí en el sur. La típica
familia bien de Virginia, así
que soy la típica chica bien de Virginia... —se detuvo
para tragar saliva—. C-con el
típico nombre bien de Virginia.
—¿Qué es ...?
—Demure—susurró .
—¿¡Qué!?
Winter empezó a desmoronarse.
Ella respondió con altanería y un fuerte acento sureño.
—Mi nombre completo es Demure Recamier Jeroux, encanto. Y
a mucha honra.
—¿Por qué Recamier?—preguntó débilmente.
—Madame Recamier es la heroína de mi madre.
—Ya. Ahora escucha, mi tozudo duendecillo: tienes la
infantil idea de que soy una
especie de Casanova, con un regimiento de mujeres
esperando que las llame para
correr a mi cama. Eso no es cierto, ni en mi caso ni en
el de ningún hombre. Siempre
son las mujeres las que controlan, ellas toman las
decisiones.
—O sea, que te he seducido. Sabía que lo utilizarías
contra mí.
—Claro que me sedujiste. Y ahora que la voluntad de la
titánida se ha cumplido, ¿qué?
—Aún no sé por qué dijiste que necesitabas a una chica
cuando ataqué en la sala de
conferencias.
Winter respiró profundamente.
—¿No es obvio? No siemDre me veo en estas situacion~
“Torpedos preparados, a toda
velocidad.” “Dispara cuando quieras, Gridley.” Hay
momentos en que pierdo la
seguridad, en que estoy triste, confundido y asustado,
como ahora. En esos momentos,
todos mis instintos me hacen buscar a una mujer que me
consuele y me apoye.
—Ssss.
—¿Por qué siseas?
—Porque soy tu imagen maternal—dijo, encantada—. Doble
incesto.
—A todas las sureñas os gusta la decadencia. ¿O es la
titánida que hay en ti?
—Yo era pura, señor, hasta que fui dépravée por un
malvado maorí.
—Te has copiado.
Demi dejó el vaso con firmeza.
—¿Qué hora es?
—Las mil.
—Tengo que vestirme.
—¿Por qué tanta prisa? ¿Adónde vas?
—A casa, tonto.—Se levantó del sofá—. Tengo que cambiarme
de ropa para evitar
cotilleos en la oficina. Ya tienen demasiado material. Y
también tengo que dar de comer
al gato.
—¡Un gato!—exclamó—. ¿Una chica bien de Virginia
desperdicia su tiempo con un
gato?
—Gata, para ser exactos. Y es algo especial. Caza las
manchas que ves ante los ojos.
Es una psigata, y la adoro.
—No preguntaré nada. Te veré en tu casa, por supuesto.
—Gracias. ¿Qué vamos a hacer con tus problemas?
—Tranquilizarnos y esperar el próximo movimiento.
—¿Corres peligro?—le preguntó, nerviosa:
—No.
La miró con cariño. La atrajo hacia él y le acarició el
vientre
con la nariz.
—No vale—rió—. Me haces cosquillas. Levántate, pelagatos
estelar. Tenemos que
vestirnos.
—Lo dices para pincharme.
—Sí. Ahora que te he robado tu esencia viril, no te
quiero para nada. Es una costumbre
de titánidos.
—¡Me he quedado patizamba! —le gritó desde el vestidor,
pero sin tono de queja—.
¿Siempre eres tan apasionado?
—Sólo la primera vez, la de demostración. Todos somos
iguales.
—Me encargaré de que, entre nosotros, siempre sea la
primera vez. —Asomó la
cabeza—. ¿Por qué no estás tan agotado como yo?
—No lo sé. Quizá es porque te he robado tu esencia
titánida. Me llaman Rogue el
Vampiro.
—¿Por qué demonios parpadeas así?
—Intento ver manchas ante los ojos para que tu célebre
gata las cace .—Acarició al
animal, que era una cariñosa gata saturniana de raza
mixta, una extraña mezcla de
siamés y koala—. Es una preciosidad. ¿También caza sus
propias manchas?
—Por supuesto. Como todos los gatos. Ya he terminado de
cambiarme. ¿Nos vamos?
—Te acompañaré a la oficina.
—Sólo hasta la esquina, por favor. Si nos ven llegar
juntos por la mañana... ¡Bueno!
¿Me llamas o te llamo?
—Me llamas. Y por lo que más quieras, utiliza tu propia
voz de Virginia. No me saltes
encima como una Mata Hari.
—C'est magnifique! —respondió ella con voz
sensual—, mais ce n'est pas la guerre.
Vamos, condón estelar.
—Te daré los planos para la invasión secreta si me libras
de tu esclavitud—prometió
humildemente Winter.
Coronación
A las puertas del Rey, el musgo crecía gris.
El Rey no acudió. Clamaron su muerte.
Y un día éligieron a su hijo mayor
esclavo en el lugar del padre
HELEN HUNT JACKSON
Después de besar a Demi (lejos de miradas indiscretas),
Winter siguió a pie hacia la
rotonda Beaux Arts. Era una luminosa mañana en el
insuperable Nueva York, la Jungla
Madre, y todo el mundo Wasp parecía reflejar su alegría.
Anacrónicos escaparates
navideños en las tiendas: ¡¡Es Navidad en Marte!! ¡¡Envíe
un regalo a SU ser amado!!
Decoraciones porno-Valentín, lucidas por prostitutas
desnudas que buscaban apoyo.
Lienzos blancos colgados de los balcones, en señal de
apoyo al Movimiento Honk, que
luchaba por una Cúpula en Ganímedes.
Una especie de desfile-anuncio bajó por la calle principal:
una banda de flautines y
tambores. Había tantas bailarinas como tamborileros,
haciendo un ruido infernal,
agravado por una pandilla callejera de jóvenes maleantes:
los “Duques de Titán”, según
proclamaban sus chaquetas en letras de neón. Los jóvenes
saltaban y hacían burlonas
cabriolas al paso de las bailarinas. La parte agresiva
del anuncio venía inmediatamente
después: L + E + C + H + E + P + L + A, con ocho chicas
granjeras (vivas) ordeñando
ocho vacas Holstein (de plástico) .
El Sintetista se detuvo en seco, como paralizado por
alguna misteriosa pistola láser que
aún estaba por inventar.
—¡Ocho!—exclamó.
Se dio la vuelta, echó a correr y alcanzó la cabeza del
desfile para contar los
tamborileros.
—Sí, doce.
Contó los Duques de Titán, los flautistas y las
bailarinas.
—¡Once, diez, nueve! ¡Por Dios! ¡Jigjiz!
Siguió caminando hacia la rotonda, con todo su sentido
sintetista alerta, explorando.
Captó más datos de la pauta, una juguetería a la entrada
de unas galerías comerciales.
En el escaparate, se veía una magnífica y enorme casa de
muñecas. Estaba situada en
un parque en miniatura, construido a escala. En un
pequeño lago, nadaban siete
cisnes. Winter asintió y entró en las galerías.
No le sorprendió encontrar, en un rincón, una tienda para
gourmets: en el escaparate,
sobre un lecho de hielo picado, había seis gansos del
Canadá.
—Gig —murmuró—. Los Duques son señores. Los Canadás son
gansos. ¿Qué viene
ahora?
Había olvidado toda intención de volver a la rotonda. Se
dedicó a explorar, sintiendo,
buscando, hasta que al final lo encontró al pie de unos
escalones de piedra: el póster
anuncio de una tienda de plantas, una amapola dorada
hecha con cuatro anillos para
los pétalos y uno más para el carpelo.
—Ajá. Cinco anillos dorados.
Subió la escalera, entró en otra galería y pasó junto a
una tienda de animales. El
escaparate estaba lleno de perritos. Siguió andando. De
repente, se detuvo y sacudió la
cabeza.
—¡Burro estelar! —murmuró mientras volvía a la tienda de
animales.
Atisbó por el escaparate. Por fin lo vio, una gran jaula
al fondo. Dentro, había cuatro
pájaros mainatos. Entró para examinarlos más de cerca.
—¿Hablan?—preguntó al dueño de la tienda.
—No hay manera de callarlos. Lo malo es que parlotean en
un dialecto de Georgia. Por
eso son tan baratos.
—Ya me parecía. Gracias.
Winter salió por la puerta trasera, preguntándose cuándo
aparecerían tres gallinas
francesas.
Estaban en la pizarra colocada a la entrada de un
restaurante. Escrito con tiza, se leía:
MENU DE HOY
Poulet Gras Poularde
Poulet de l'Année
Vieille Poule Coq
con Sauce Indienne
o Sauce Paprika
o Sauce Estragón
Borgoña, Burdeos, Cotes du Rhane
Antes de que Winter pudiera entrar en busca de dos
tórtolas, salieron dos chicas. Iban
vestidas a la última moda de la alta costura, incluyendo
los enormes sombreros
Eugénie. Cada una llevaba engarzada en el ala, a modo de
adorno, una pluma de
codorniz.
—Naturlich —se dijo para sí mismo—. Codornices rojas. Una
forma de tórtolas. Dos.
Siguió a las jóvenes a una distancia prudencial, mirando
a derecha e izquierda, en
busca de alguna especie de árbol. No había árboles en
aquella zona de la Poderosa
Metrópolis, pero los jóvenes entraron en un rascacielos
de oficinas. Sobre la catedralicia
entrada, estaba escrito en letras góticas: PAIRE BANQUE
ALSACIENNE BLDG. Winter
se rió entre dientes. La pauta se había transformado en
una absurda caza del tesoro, y
se preguntaba qué loco premio encontraría al final.
Entró, se dirigió hacia el tablero donde aparecían los
nombres de los inquilinos, y no
perdió el tiempo: se limitó a mirar la “P”. Encontró a
una tal “Odessa Partridge, ”,
tomó el ascensor rápido hasta el piso treinta, y allí
estaba, una impresionante puerta
con paneles en forma de árbol, en cuya placa se leía
PARTRIDGE. Winter entró.
Se encontró ante lo que parecía una orquesta sinfónica al
completo que sólo aguardara
la aparición de los músicos. Estaba rodeado por todos los
instrumentos conocidos: de
cuerda, de metal, de viento, madera y de percusión. Una
joven encantadora, que ya no
llevaba el sombrero Eugénie, se acercó para saludarle.
—Buenos días, señor Winter. Me alegro de que haya acudido
a la cita. La espineta está
lista para la inspección. ¡Frances!
—¿Espineta?—repitió débilmente Winter.
—Bueno, la virginal. Ya sabe, una espineta sin patas.
Frances, por favor, acompaña al
señor Winter al estudio.
Una segunda joven encantadora, también sin sombrero,
había aparecido, y ahora
guiaba a Winter a través de la orquesta.
—Hemos tenido problemas para traerla aquí—le confió—.
Espero que no le importe
demasiado una A,
señor Winter. es lo máximo que resisten
las cuerdas. Por
aquí, señor Winter.
Abrió la puerta del estudio, y el asombrado Winter fue
empujado amablemente hacia el
interior.
—Buenos días, rey R-og—le dije.
Creo que no me oyó. En aquel momento, se limitó a
mirarme.
—Usted es la encantadora dama que estaba en la tertulia
del doctor Yael, la diva. Me la
imaginé cantando el papel de Brunhilda.
—Nunca me lo dijo—respondí—. Soy Odessa Partridge. Estoy
en el negocio de la
música, pero no como cantante.
Recorrió la sala con sus vivaces ojos: las gruesas
paredes aisladas, las ventanas de
doble cristal, los montones de partituras y manuscritos,
el clavicordio, la virginal, el
piano de cola para conciertos... ante el que estaba
sentado el doctor Yael, con una
sonrisa benévola.
—¿Doctor Yael?
—Buenos días, hijo.
—Esto es demasiado para mí.
—No. Siéntate. Nunca te he visto perder el aplomo durante
más de un instante. Te
recuperarás.
Winter retrocedió hasta una silla y se sentó, sacudiendo
la cabeza. Respiró
profundamente, apretó los labios y me miró con severidad.
—¿Y éste es el premio de la caza del tesoro?
—¡Ya está! ¿Lo ves?—gritó el doctor Yael—. No has tardado
ni cinco segundos.
—Pero ¿a qué viene todo esto?
—Tenemos que comunicarte algo muy delicado—le dije, pasando
al tuteo sin apenas
darme cuenta.
—¿Y no podían llamar?
—He dicho “delicado”. Las llamadas pueden ser
interceptadas. Y los mensajes. Y los
mensajes orales. El problema era cómo traerte aquí sin
dar pistas a nadie, así que nos
fiamos de tu excepcional sentido para las pautas. Nadie
más lo tiene.
—Perdona, Brunhilda, pero empiezas a hablar como en las
películas de espionaje.
—Tuvimos toda la noche, mientras estabas... Bueno,
ocupado, para preparar los “Doce
días de Navidad”.
—Es natural, pensando que te apellidas Partridge, Perdiz.
¿Y Sl te hubieras llamado
Paria?
—Sabía que serías el único capaz de ver la pauta. Y, si
alguien te seguía, tu recorrido
sería tan extraño que te despistarías.
—¿Seguirme? ¡Ah, claro! Me llaman Rogue Moriarty —rió
Winter—. Que alguien llame
a Sherlock Holmes.
—Esto es grave, hijo—señaló Yael.
—¿Por qué, Rey R-og?—me espetó Winter.
—Eres inteligente—dije con auténtica admiración—. Ese es
el punto clave, y ya lo has
sintetizado. El alma de Te Uinta reside ahora en tu ojo
izquierdo.
—¿Cuándo? ¿Cómo?
Era rápido como el rayo.
—Hace una semana. Accidente de caza. Un colmillo le
desgarró el traje. La verdad, era
demasiado viejo para enfrentarse solo a un mamut
anaeróbico.
Winter tragó saliva con dificultad.
—Tenía que probarse a sí mismo. Una vez al año. Es la
tradición maorí, todos los reyes
deben hacerlo.
—Ahora, tendrás que ir.—Le dije—. Por favor, Winter,
escucha atentamente. No te
salgas por la tangente, ¿gig?
Asintió.
—Hace años que te estamos utilizando sin que lo sepas, y
has resultado ser una ayuda
invalorable. Te hemos observado y seguido. Tu nombre
clave es “Perdiguero”.
Le conté todo lo de las operaciones Pert, y el papel
inconsciente que había
representado en ellas. Me escuchaba atentamente, sin
interrumpir. Era rápido y
perceptivo, y no me molestaba con preguntas obvias como
quiénes éramos “nosotros”.
Sin embargo, en una ocasión, dirigió una mirada a Yael,
que le respondió con un
encogimiento de hombros.
—Ahora llegamos al punto clave—seguí yo—. Aquel soldado
de los jardines de Bolonia
llevaba el Cuchillo de Tajo con dos propósitos: uno era
matar, por supuesto, pero el otro
era llevar tus mejillas a Ganímedes.
—¡Ah!
—Sí. No tenía nada que ver con aquella chica Jin de
Tritón, ni con su organización.
Sólo te perseguía porque eres R-og Uinta, presunto rey.
—¿Sí?
—Y tanto que sí. Hay un grupo terrorista, pequeño pero
duro, que no te aprecia. No
eres maorí. No fuiste educado en la Cúpula. Los Honk te
han corrompido. Eres blando.
No se puede confiar en ti. Etcétera. Etcétera. ¿Qué hacen,
entonces? Barrerte. Y ya
han puesto la escoba en marcha. Son asesinos entrenados,
inteligentes, y por eso tuve
que inventar la charada de los “Doce Días” para atraerte
hasta aquí.
—Pues están perdiendo el tiempo —replicó Winter—. No
tengo la menor intención de
ser rey.
—Eso no les importa. Da igual a quién coronen en tu
lugar, siempre serás un peligro en
potencia. En la Cúpula, la mayoría honrará eternamente
tus mejillas, y su única salida
posible es llevarlas a casa como trofeo.
—Abdicaré formalmente.
—No les convencerás de que jamás cambiarás de opinión.
Seguirán barriendo hasta
acabar contigo.
—¡Jigjiz! ¡Menudo lío para este pobre chico gentil! Y
ahora que Demi y yo habíamos...
—Se interrumpió en seco antes de cambiar de tema—. Pero
supongo que no me
habrán traído aquí sólo para darme las malas noticias de
Ganímedes. Tienen algo más
en mente. ¿Qué es?
—Tienes que ir a Ganímedes para ser coronado.
—No tienes los tornillos en su sitio.
—Yael te acompañará.
—¿Qué tiene que ver el doctor con esto?
—Nunca te lo había dicho, hijo, pero Te Uinta pagó por tu
educación. Creía que los
maoríes necesitaban un rey familiarizado con nuestras
costumbres.
—Sí, claro—murmuró Winter—. Como la madre titánida de
Demi.
—Y lo menos que le debo a Te es ayudarte en esta crisis
—siguió Yael—. Tengo que
hacerlo. Si no, todos nuestros preparativos se irán al
cuerno.
—Ya se han ido al cuerno, señor. No tengo madera de rey,
y nunca la tendré.
—Pero vivirás—señalé yo—. Una vez hayas sido coronado, no
se atreverán a ponerte
la mano encima. Eso predispondría a la mayoría contra
ellos.
—¿Qué demonios intentas hacer, Odessa? ¿Protegerme? Ahora
que me habéis
avisado, puedo protegerme solo. Dios sabe que ya lo he
demostrado en Venucio.
—No te estoy protegiendo a ti—repliqué—. Protejo el
trabajo que haces para nosotros.
Si tienes que vivir en tensión, alerta para esquivar sus
ataques, no nos serás de
ninguna utilidad. Sólo captarás las pautas de peligros
potenciales.
Winter dejó escapar un gruñido.
—En cambio, si te dejas coronar rey, estarás a salvo, y
volverás a tu vida normal.—Dejé
que se empapara con eso antes de seguir—: Y tu chica
también estará a salvo.
Me miró.
—Zorra —dijo amablemente—. Eres una zorra en estado puro.
Sabes cómo forzar a un
hombre, ¿no?
—Es mi trabajo.
—Sí. Como la música “Sonata de Miedo”: alguien tendrá que
proteger a Demi mientras
estoy fuera.
—Me encargaré de eso.
—Gig. ¿Cuándo?
Me gustó aún más por eso. Una vez tomada la decisión,
estaba dispuesto a actuar sin
más demora.
—Hoy, en el cohete de mediodía. Yael ha hecho todos lo
preparativos.
—¿Tan vig?
—Es lo mejor, lo más seguro.
—Y tú sabías que me convencerías. ¿Se lo explicarás todo;
Demi cuando me vaya?
—Todo lo que le convenga saber. Confía en mí.
—No tengo más remedio. Avanti, dottore!—Winter ya
estaba de pie, se movía de
prisa—. ¿Nunca le he contado el del mamut que entra a
robar en una joyería?
Con la ayuda y la comodidad de la energía Meta, viajar en
cohete es cuestión de días y
semanas, con lo cual los japo-chinos nos tienen cogidos
por el cuello. Una vez más. Es
el precio que debe pagar el Solar por su transformación,
por pasar de ser un montón de
enclaves aislados a una comunidad de planetas y satélites
que disputan
constantemente. Y es una cadena de esclavos que convierte
a la Meta Mafia en unos
cuantos chicos simpáticos que hacen algo de contrabando.
(Calculando por lo bajo, se
han dedicado .. horas a investigar, analizar y sintetizar
los Meta. Y nada. Pero
no os riáis. Los antiguos se pasaron muchos años buscando
la piedra filosofal.)
Winter y Yael llegaron a la entrada de la Cúpula Maorí
por tierrafoil (¿ganifoil?). Era el
segundo de los tres días de luz solar directa, con lo que
todo estaba razonablemente
iluminado y agradable. Si el interior de la Cúpula se
parece a algo, es a Rapa Nui,
también llamada Gran Rapa, pero más conocida como Isla de
Pascua.
Aunque no hay diferencias, claro. Es más circular que
triangular. No hay chozas de
paja, las casitas son de piedra. No hay gigantescas
estatuas de piedra, sólo
gigantescos tótemes tribales tallados en madera (con ojos
izquierdos de mica
incrustada) ante cada grupo de casas. Todo
encantadoramente primitivo, pero la aldea
central —donde los maoríes se reúnen para hacer
ejercicio, competir, discutir, cotillear o
celebrar sus ceremonias— cuenta todos los sistemas de
seguridad ultramodernos para
mantenimiento de Cúpulas. Después del desastre de
CúpulaJones, en Mercurio, estas
instalaciones son tabú: en ellas sólo pueden entrar
técnicos autorizados.
Durante el viaje, Yael resultó ser una ayuda impagable.
Le unté con una tinta color
sepia para darle el tono de piel bronceado propio de un
maorí, a pesar de las amargas
objeciones de Winter. (Dice que ese tinte en concreto
produce impotencia.)
—Relaciones públicas, hijo. Lo de la impotencia nunca se
ha probado. De todos modos,
para cuando vuelvas con tu chica, ya habrá desaparecido.
—Como mi virilidad.
—Ahora, de lo que tienes que preocuparte es del mamut.
Entraron en la Cúpula esperando un jaleo de mil
diablos—Yael había enviado un
mensaje por láser, anunciando su llegada—, y fueron
recibidos con un solemne ritual.
Los doce jefes tribales adornados con plumas, perlas,
collares, brazaletes y tobilleras
estaban en un semicírculo. Hicieron una genuflexión, se
adelantaron y, con mucho
respeto, desnudaron a Winter.
—¿Oparo? ¿Eres tú?—inquirió Winter, mitad en polinesio,
mitad en inglés—. He
pasado tanto tiempo fuera... ¿Tubuai? Siempre nos
peleábamos. Siempre me ganabas.
¿Waihu? ¿Te acuerdas de cuando intentamos subirnos a tu
tótem y nos dieron una
buena tunda? ¿Teapi? ¿Chincha?
No obtuvo respuesta.
No había habido ninguna coronación en vida de Winter, así
que no sabía qué esperar.
Pero descubrió que se había equivocado en todas sus
previsiones. Nada de multitudes
enfebrecidas, aclamaciones, tambores o canciones. En vez
de eso, le escoltaron
desnudo por la aldea central, en medio del más absoluto
silencio, antes de depositarle
reverentemente en el palacio de Te Uinta, que tan bien
recordaba.
Para las costumbres maoríes, era enorme. Diez
habitaciones separadas, ahora todas
vacías. Habían retirado todo lo de casa.
Sólo quedaban las cuatro paredes. Winter se acuclilló en
el centro de la sala principal,
que para los maoríes era una especie de salón del trono,
y esperó el siguiente
movimiento. No lo hubo. Esperó, esperó y esperó.
“Me pregunto si el doctor estará recibiendo el mismo
tratamiento”, se dijo, estirándose
en el suelo.
(Yael estaba recibiendo todo tipo de atenciones. Todos le
recordaban con cariño.)
“Supongo que se piensa que debo meditar solemnemente
—reflexionó Winter—. La
increíble responsabilidad que me espera. Lo que debo a
mis antepasados y a mi
pueblo. Vale. Por mi honor, prometo que haré todo lo
posible para cumplir con mi deber
para con Dios y para con mi país, y obedeceré la Ley de
los Scouts ...“
“Y el tipo llega a su joyería una mañana, muy temprano,
para repasar las facturas. Llega
justo a tiempo de ver un camión pegado a su tienda. La
parte trasera del vehículo está
abierta, y sale un mamut peludo que se acerca al
escaparate, lo destroza con las patas
y se lleva todas las joyas al camión. Luego entra en la
cabina y se marcha...”
Entonces se oyó un crujido de hojas y un tintineo de
campanillas. Winter miró en la
dirección de donde veía el sonido, y descubrió que una
chica morena entraba a gatas
en la habitación. Tenía el típico pelo negro ondulado
—los maoríes lo tienen liso u
ondulado, nunca rizado—, atractivos rasgos polinesios y
cuerpo de adolescente. Pudo
comprobarlo porque la chica llevaba una cadena de conchas
plateadas alrededor de la
cintura, y nada más.
“¿Qué demonios pasa aquí'! —se preguntó a sí mismo—.
¿Parte del ritual? ¿Mi futura
consorte y reina? Deberían dejarme elegir por mí mismo.”
La chica no perdía el tiempo. En un momento estaba sobre
él, silenciosamente sensual
y excitante, y Rogue pensó que no estaría nada mal como
esposa, hasta que sintió el
primer corte en la parte trasera de la rodilla. Sus
reflejos entrenados reaccionaron como
el rayo. Le clavó la rodilla entre las piernas y le
arrancó la afilada concha de la mano. La
chica se dobló de dolor.
—Intentando cortarme los tendones, ¿eh? —murmuró Rogue—.
Odessa tenía razón.
Esos tipos van en serio. Si llega a conseguirlo, la caza
del mamut habría sido una
experiencia interesante. Para el mamut.
Alzó a la indefensa chica y se dio la satisfacción de
morderle la grupa hasta hacerla
sangrar, antes de arrojarla por la puerta como una bolsa
de basura. Luego cerró la
puerta de golpe para dar a entender que seguía entero, y
volvió a sentarse en el suelo
de la sala del trono, preparado para futuros ataques. No
se daba cuenta de que, tanto la
agresión como su respuesta, le devolvían el temperamento
sanguinario para el que se
había entrenado al futuro rey.
Tras media hora de silencio, reinició su habitual diálogo
interior.
“Pues bien, como iba diciendo cuando me interrumpieron
tan bruscamente: el tipo de la
joyería ve cómo se larga el camión, con la boca abierta,
hasta que por fin reacciona y
llama a la policía. Vienen, les cuenta todo, y los tipos
se comportan de manera muy
profesional. "Necesitamos alguna pista. ¿Anotó el
número de la matrícula?" "No. Sólo vi
al elefante peludo." "¿Qué clase de camión
era?" "No lo sé No pude apartar la vista del
maldito mamut." "Muy bien ¿Qué clase de mamut
era?" "¿Quiere decir que hay
diferentes tipos de mamut?" "Claro. El mamut
asiático tiene las orejas grandes y
separadas de la cabeza, el mamut americano las tiene
pequeñas y pegadas. ¿Cómo
tenía las orejas el suyo?"“
En esa pregunta, se quedó dormido.
Un tumulto le despertó. Se puso en pie de un salto, abrió
la puerta del palacio y miró al
exterior. La aldea central estaba llena de maoríes:
gritando, cantando, golpeando
tambores... Los doce jefes tribales avanzaban hacia él,
portando el escudo real —de
casi dos metros—y la lanza real de Te Uinta. Winter
reconoció al instante ambos
objetos.
—¡Orejas! ¡Orejas! —murmuró—. ¿Cómo quieren que lo sepa?
¡El maldito mamut
llevaba una media en la cabeza!
Fue lo último que pensó en idioma Solar. Pasó a pensar y
actuar en maorí. Dio un paso
hacia adelante, desnudo y majestuoso. Cuando llegó la
delegación, tocó a cada jefe en
el corazón, murmurando el saludo ceremonial. Los jefes se
pusieron el escudo sobre los
hombros, y Winter permitió que le alzaran sobre él. Quedó
allí, erguido y regio, a la vista
de todos.
Le llevaron alrededor de la aldea tres veces, y los
gritos fueron acallándose. Bajaron el
escudo al suelo, pero él siguió allí de pie, erguido,
expectante. Un sacerdote—en
realidad, un shamán —se acercó para ungirle: llevaba en
las manos una urna de aceite.
Winter recordó cosas largo tiempo enterradas, y supo que
era la grasa del cuerpo de su
padre adoptivo. Le untaron con ella: la nuca, los ojos,
las cicatrices de las mejillas, el
pecho, las palmas de las manos y la espalda.
La diadema de Te Uinta, una ancha cinta de plata y fibra
de cohete, fue ceñida en torno
a la cabeza de Rogue.
—¡Él y no otro!—cantó el shamán.
Silencio mortal.
Los jefes se adelantaron y pusieron la lanza real de Te
Uinta en la mano de Rogue,
como si fuera un cetro, y entonces estalló el griterío.
Ahora tenía que matar un mamut
con aquella lanza para probar su derecho real a gobernar.
El mamut de Ganímedes es otro ejemplo de las
excentricidades cósmicas (aunque
Demi Jeroux prefiere llamarlo Maratre Cósmica), ayudadas
e instigadas por el hombre.
Uno de los alimentos favoritos en el Solar (dejando
aparte ciertas sectas religiosas) es
el cerdo. Ahora los cerdos son seres maravillosos:
geniales, activos y muy adaptables.
En realidad, no quieren estar en coma ni oler mal. Eso
sólo lo hacen los que comen
desperdicios, engordan y se revuelcan en el lodo. Eso lo
sabe cualquiera que haya visto
alguna vez un puerco limpio, activo, corriendo
alegremente por un prado, rodeado por
sus juguetones lechones. Desgraciadamente, cuando se está
cebando a un cerdo, el
animal se revuelca por el fango y apesta como mil
diablos. Así es cómo la mayoría de
nosotros vemos a los cerdos.
Pero en una Cúpula no puede haber animales apestosos (ya
hay bastante con la
gente), así que los criadores y los carniceros
recurrieron a la genética para crear una
especie que pudiera sobrevivir en dehesas fuera de la
Cúpula, en el mortífero medio
ambiente anaeróbico de Ganímedes.
Los ingenieros genéticos se sintieron encantados ante el
desafío, y eligieron al
Tamworth, una de las más antiguas razas porcinas, como el
mejor candidato. El
Tamworth es resistente, activo y prolífico, y está bien
adaptado para la vida salvaje.
Tiene largo el cuerpo, la cabeza y las patas, y las
costillas profundas y planas, aunque
su disposición deja mucho que desear.
Los genetistas retroactivaron la raza Tamworth. Es decir,
invirtieron la evolución del
cerdo hasta llegar a sus orígenes. Todo ello por
selección. Al mismo tiempo,
desarrollaron su tolerancia hacia el medio ambiente
anaeróbico. Entre otras cosas,
disminuyeron su necesidad de oxígeno. El resultado fue el
“Astrojabalí” de Ganímedes,
que se criaba con unos costes mínimos y se vendía a buen
precio por todo el Solar. Los
anuncios decían:
¡NO SEA UN MAL ANFITRION!
¡EL ASTROJABALI SERA SU MEJOR PRESENTACION!
SIN GRASA
SIN SAL
SIN COLESTEROL
CON EL CERDO SE VIVE MAS
CON EL ASTROJABALI SE VIVE MEJOR
De cuando en cuando, un cerdo se escapaba de la dehesa y
corría hacia los riachuelos.
Los criadores se encogían de hombros, no valía la pena
perseguirlos. De todas
maneras, estaban condenados a morir. Pero aquí intervino
la cabriola cósmica. Del
mismo modo que algunos peces fueron arrojados a la orilla
por la marea y se las
arreglaron para sobrevivir, así sobrevivieron estos raros
especímenes independientes,
escarbando en el suelo helado para buscar musgo y
líquenes como alimento. Vivían de
manera precaria, se enfrentaban unos con otros, se
apareaban, muchos morían... Y los
mejor adaptados evolucionaron hasta convertirse en esa
raza que los habitantes de
Ganímedes denominaban El Mamut.
En realidad no parecen elefantes, sino jabalíes gigantes.
Alcanzan casi los dos metros
de altura, mientras que los Mamuts originales medían casi
cuatro. Tienen orejas
elefantinas para captar la máxima luz solar posible.
Tienen pelo, como los mamuts
lanudos. Los colmillos curvos son enormes, y les permiten
escarbar en el suelo
congelado para obtener alimentos.
La raza original, los Tamworth, eran omnívoros, y así son
los mamuts de Ganímedes.
Además, el instinto de supervivencia los ha vuelto
caníbales. Tienen el genio de los
jabalíes salvajes en su estado más puro: irascible, cruel
y violento. Para ellos, sobrevivir
implica matar.
Así era la media tonelada de animal que Winter tenía que
encontrar y matar. “Y ni
siquiera me gusta el cerdo”, pensaba.
Se puso un traje espacial con casco y bombonas de
oxígeno. Con la lanza de punta
larga en la mano, y el Cuchillo de Tajo en la cintura,
para traer el corazón de vuelta, a
modo de trofeo, comerlo y así absorber su magia. Los
maoríes querían que su rey
adquiriese la ferocidad salvaje del mamut, por eso la
tradición exigía que el rey matara
una vez al año.
—Cosa que resulta ridícula para mí—objetó Winter—. Soy un
cobardica Solar.
Pero hablaba consigo mismo en maorí.
El terreno era escabroso e irregular: roca, esquisto,
pizarra, restos de lava, obsidiana
negra—un cristalino recuerdo del pasado volcánico de
Ganímedes—y astillas y restos
de hongos fosilizados, uno de los alimentos favoritos de
los mamuts, aparte de ellos
mismos. (Dale a la vida una oportunidad entre mil, y no
la dejará escapar.)
A una hora de camino desde la Cúpula, Winter encontró el
primer rastro de mamut
excrementos en forma de montículo cónico. El mamut come y
defeca constantemente.
Siguió cautelosamente su rastro, vio que se unía con
otros, y llegó hasta un cráter lleno
de excrementos.
—La aldea central de los mamuts—gruñó.
Pero el cazador tomó su lugar.
—El error que cometió Te Uinta. Todos lo cometen, y
mueren. No hay que perseguir al
mamut, hay que hacer que te persiga. Que venga él a ti.
Sí. Eso es.
Un vistazo a las últimas luces del sol agonizante y al
gigantesco limbo de Júpiter, en el
horizonte. Faltaba una hora para que empezara la noche de
tres días. Tiempo suficiente
antes de que los cuasinocturnos salieran para
alimentarse.
Volvió sobre sus pasos, buscando, y encontró un pequeño
cráter con un reborde de
unos tres metros de altura. Un impacto de meteorito,
probablemente. El suelo del cráter
estaba agrietado, era de esquistos cuarteados. Winter
asintió para sí mismo, saltó sobre
el afloramiento de obsidiana por el que había pasado y
recogió varias astillas
cristalizadas largas, cuidando de no rasgarse el traje
espacial. Con las suelas metálicas
de las botas, se las arregló para arrancar estalactitas
aún más largas. Plantó estas
últimas en las grietas del fondo del cráter, cerca del
reborde. Parecía un lecho de púas
esperando a un fakir.
Se irguió jadeante, tragó saliva, e intentó llenar la
bolsa para la orina que llevaba
adosada al traje. Movió la mano por encima del hombro y
abrió al máximo la válvula de
oxígeno, hasta que el traje espacial alcanzó las
dimensiones de un Santa Claus. Se
inclinó hacia adelante, pasó una mano por la cubierta del
faldón anal y se sacó la bolsa
urinaria de entre las piernas. Para cuando volvió a
sellar el faldón y reajustó la presión
del aire, la orina estaba congelada.
Winter escaló los tres metros del bordillo y volvió sobre
sus pasos hacia los rastros de
mamut, dejando caer esquirlas de su propia orina, que
cortaba con un Cuchillo de Tajo.
La zona donde solían pastar los animales seguía vacía,
pero el sol se había puesto, las
estrellas brillaban y Saturno dominaba el cielo. Parecía
un globo luminoso, los anillos no
se divisaban a simple vista. Winter dejó caer los últimos
fragmentos de orina, los
pisoteo con las botas y volvió hacia el cráter, dejando
así un rastro más fuerte a su
paso. Allí aguardó, lanza y cuchillo en mano.
Se vio obligado a ponerse de pie. Los breves momentos
sentado le habían congelado
dolorosamente la rabadilla.
Aguardó, conservando su fe en el desafío que significaba
el olor de una orina extraña.
Probó la barra de la lanza. Era de vidrio hilado, tan
duro y resistente como una pértiga
de salto.
Aguardó.
Recogió un montón de piedrecillas redondeadas, que no le
dañarían los guantes
Aguardó.
Aguardó.
Al fin llegó un enorme jabalí, gruñendo ante el olor de
la orina, el helado vello de acero
crispado, los ojos inyectados en sangre, las amplias
orejas vibrando, los gigantescos
colmillos brillando a la luz de las estrellas, media
tonelada de mamut enfurecido. Winter
cogió una piedra, se la lanzó con todas sus fuerzas, y
falló.
Tuvo que lanzar tres más antes de golpear a la bestia y
atraer su airada atención.
Winter saltó, gesticuló, lanzó otra piedra, corrió hacia
adelante, sacudió la lanza y tiró
una piedra más, que acertó de lleno en la trompa-hocico
del mamut.
Por fin, la bestia estableció la furiosa conexión
causa-efecto y cargó contra él, con la
cola alzada, las orejas gachas, los colmillos apuntados
para desgarrar desde la
entrepierna al cuello. Winter necesitó toda su sangre
fría para quedarse quieto en el
sitio y observar el ataque, como un torero calculando la
velocidad de su adversario. En
el último momento posible se dio la vuelta, corrió tres
zancadas y usó el asta de la lanza
como pértiga para saltar al fondo del cráter, poco más
allá del lecho de estacas
cristalizadas. Giró sobre las rodillas. El mamut, que le
había seguido, saltó también
sobre el reborde y se empaló. Una docena de estacas se le
clavaban en el suave
vientre mientras se revolcaba, agonizando. La sangre se
congelaba nada más brotar.
Winter se puso de pie y buscó la lanza, antes de recordar
que había quedado fuera del
cráter. Le recorrió un escalofrío al pensar en el riesgo
de lo que acababa de hacer. ¡Si
la bestia no hubiera caído sobre las estacas...! De
cualquier manera, no habría que
administrar el golpe de gracia. El mamut moriría en
cuestión de minutos. Contempló la
violenta muerte. Entonces, algunos fragmentos de piedra
captaron su aguda atención.
Volvió la vista. Era la hembra del animal, que le había
seguido algo más despacio.
La hembra se deslizó por la cara interna del cráter, rodó
cerca de las estacas sin
herirse, aplastándolas, y se levantó sobre sus patas,
otra media tonelada de furia.
Winter sintió que el corazón se le detenía. Aquello sí
que era un verdadero cuerpo a
cuerpo, una auténtica prueba, y con el peor enemigo
imaginable: una hembra.
El animal embistió, bufando y gruñendo, casi arrancando
chispas con los cascos. Tenía
la boca entreabierta para mostrar los enormes colmillos
que podían triturar una roca.
Winter se movió adelante y atrás con pasos cortos,
tratando de calcular el impulso de lo
que se le venía encima. Alzó los brazos y los bajó de
golpe cuando tenía las
mandíbulas del animal a menos de treinta centímetros. La
agarró por las orejas y se dio
impulso hacia arriba hasta quedar montado sobre el lomo,
como una bailarina cretense
sobre un toro. Se agarró fuertemente a las espesas
crines.
El animal bufó, y saltó a una altura increíble gracias a
la baja gravedad. Winter se
agarró con las piernas y con una mano, mientras blandía
el Cuchillo de Tajo con la otra.
Le cortó la garganta a la dama.
Llevó los dos corazones a la Cúpula Maorí, clavados en la
lanza de Te Uinta.
Fue una fiesta jubilosa. Winter había sido el primero en
llevar dos corazones, y aquello
se vio como un buen presagio de grandes glorias. Ya era
el Doble Rey R-og, y la
prueba eran los dos corazones que se asaban sobre una
hoguera.
Los tambores retumbaban, no con los clásicos ritmos
terrestres de dos por cuatro, tres
por cuatro o cuatro por cuatro, sino al tradicional
estilo maorí, que no tiene un ritmo
regular porque cuenta una historia, con su puntuación,
pausas, comentarios y demás
retórica.
Las chicas y las mujeres bailaban, pero tampoco lo hacían
con pasos terrestres
estructurados. Ellas también contaban antiguas sagas
maoríes, con gestos simbólicos
que hablaban de guerras ganadas, enemigos derrotados, y
héroes que copulaban para
dar origen a hijos poderosos que algún día llevarían a
los maoríes a victorias aún
mayores.
Hubo un festín: cocodrilo joven, probablemente robado de
las Cúpulas Africanas,
anaconda, ranas de cinco kilos, tiburón importado, mulo y
mamut asado. No había por
qué dejar que los amigos y parientes de los difuntos
devorasen los dos cuerpos.
También hubo opio y hachís, traído de las Cúpulas Turcas.
Con un exquisito cálculo del tiempo, justo antes de que
la fiesta empezara a decaer, el
shamán llevó a Winter hasta la plataforma sobre la que
sería coronado. Le indicó que
se pusiera de pie, sobre el escudo de su padre. Los dos
corazones se encontraban allí.
Y aquello fue la apoteosis.
El shamán hizo una reverencia, dio un paso atrás y se
reunió con los jefes tribales, que
formaban un círculo sobre las gradas. Winter cogió las
vísceras, quemándose las
manos, pero negándose a vacilar ante su pueblo. Dio un
gigantesco bocado al primer
corazón, masticó la carne chamuscada, también sin
vacilar, y se la tragó.
¡Pandemónium! Repitió el ritual con el segundo corazón,
pero esta vez la algarabía se
cortó en seco a medio grito. Miró sorprendido a su
pueblo, luego al shamán y a los jefes
que retrocedían horrorizados en las gradas.
—¿Qué pasa?—inquirió .
El shamán sólo pudo señalar a los pies de Rogue.
Bajó la vista. En la plataforma, pululaban unas diminutas
criaturas que surgían de la
tierra. No tenían forma discernible. Eran como bolas
peludas, grises, que parecían
vagar sin rumbo fijo en busca de algo.
—¡Almas de mamuts! —gritó una voz horrorizada entre la
multitud—. ¡Son almas de
mamuts! ¡Almas de las cacerías reales!
Winter se sintió desagradablemente sorprendido, pero no
podía dejar que se le notase.
Desde luego, un rey no podía retroceder aterrorizado. En
el espeso silencio, siguió con
la ceremonia comiendo los corazones, dejó el escudo, se dio
la vuelta y bajó lenta,
orgullosamente, de la plataforma, sin dignarse a bajar la
vista hacia los misteriosos
animalillos que pululaban entre sus pies. Según Yael, fue
una actuación inmejorable.
Cuando volvieron al palacio real, felicitó a Rogue.
—Gracias, Jay. Dios mío, estaba muerto de miedo.
—Yo también.
—¿Crees en la vida después de la muerte? ¿Fantasmas?
¿Reencarnación?
¿Ocultismo?
—Desde luego, no para los animales.
—Yo tampoco. Entonces, ¿qué eran esas cosas que me
correteaban entre los pies?
Almas de mamut no, desde luego.
—Lo averiguaremos—dijo Yael—. He cogido uno.
—¿Qué?
—Que antes de que volviéramos al palacio, cogí un “alma”.
—¿Dónde está?
—Aquí.
Yael se abrió la capa ceremonial, sacudió un pliegue, y
cayó una bolita peluda, gris, que
inició una titubeante carrera.
—Parece pellejo de mamut—murmuró Yael. Tocó el asqueroso
animalillo, suavemente,
lo cogió y le dio la vuelta.
—¡Pero si es un cangrejo cubierto de cuero de
mamut!—exclamó.
—¡No lo toques! —gritó rápidamente Winter—. No es un
cangrejo Es un ciempiés Kring
con caparazón. Su veneno es mortal.
Yael dio un paso atrás, alejándose del peligro. Winter se
levantó y aplastó al animal de
una poderosa patada. Luego empezó a pasear por la
habitación.
—Así que esas tenemos—dijo al final.
—¿Qué tenemos, hijo?
—Piénsalo bien, Jay. Esos bichos son subterráneos. ¿Y qué
hay bajo la aldea central?
—El generador de energía de la Cúpula.
—Así que de ahí es de donde salen.
—Eso parece.
—Y ahí los han atrapado, los han disfrazado y me los han
hecho salir bajo mis pies.
—Eso es un poco apresurado, hijo.
—Antes intentaron eliminarme abiertamente, Jay. Todavía
quieren acabar conmigo,
pero ahora que he sido formalmente coronado, ya no pueden
hacerlo de manera
directa. Mi pueblo acabaría con ellos.
—Cierto.
—Pero ¿qué pasaría si me envenenaran las almas de los
muertos? Significaría que el
rey R-og ofendió a los dioses y ha sido castigado. Los
maoríes son supersticiosos, se lo
tragarían. Y no pondrían objeciones a mi sucesor.
—¿Otra vez ese grupo terrorista?
—Calma, Jay, calma.—Sacudió la cabeza—. Tengo que
solucionar esto o nunca habrá
paz.
—¿Tienes idea de quiénes pueden ser, Rogue?
—Ni la más remota.
—Entonces, ¿cómo vas a solucionarlo?
—Iré a buscarlos al generador de energía. Es una zona de
acceso prohibido, así que
probablemente tienen ahí su escondrijo. Desde luego, no
enviaron la maldición de los
dioses desde la superficie. Hasta luego, Jay.
Y salió.
El generador estaba en unas enormes y oscuras
dependencias, junto con lo que
parecían unas amistosas calderas de acero con los brazos
entrelazados. De hecho,
eran las unidades de energía, todas ellas blindadas para
protegerlas de cualquier daño.
La luz de un faro brillaba en el centro de la estancia,
pero la visión de Winter quedaba
bloqueada por las siluetas de las calderas. Se adelantó
silenciosamente, ocultándose
en los recovecos del laberinto, llevando todavía el
Cuchillo de Tajo. Primero le llegó el
sonido de unas voces que hablaban en voz baja. Luego les
vio.
Tres mujeres y dos hombres alrededor de la luz, en
círculo, hablando. El corazón se le
encogió, y sacudió la cabeza.
“Debí adivinarlo”, pensó.
Las mujeres eran sus hermanas adoptivas. Winter dio un
paso hacia adelante, para
situarse cerca de la luz, sin siquiera intentar una
aproximación silenciosa. Los cinco se
volvieron y vieron de quién se trataba. Hubo un largo
instante de enfrentamiento. Todos
comprendieron.
Winter se dirigió a los hombres.
—Fuera—dijo—. Esto es un asunto de familia.
Los hombres titubearon, hasta que sus hermanas
asintieron. Winter y las mujeres
quedaron a solas.
—Debí suponerlo al no veros en la coronación, pero estaba
ocupado con demasiadas
cosas—dijo.
No hubo respuesta.
—Kuiti, Tapanu, Patea, tenéis buen aspecto.
Era verdad. Mujeres altas, guapas, de cuarenta y muchos
años, el pelo empezando a
grisear, aún sin grasa.
—Pero ¿por qué? ¿Por qué?
—Nosotras representamos la auténtica línea de sangre.
—Y yo sólo soy un huérfano adoptado. Sí, Kuiti, pero
siempre lo habéis sabido.
—Y siempre lo hemos odiado.
—No os culpo. Sé que soy un extranjero, un intruso. Pero
nunca quise ser rey, fue
vuestro padre quien lo quiso.
—No tenía derecho.
—Tenía todo el derecho, Patea. Las mujeres no pueden
sentarse en el trono.
—Tenemos maridos.
—¡Ah, se trata de eso! ¿Tenéis hijos?
Su silencio fue la respuesta.
—Ya veo. Lo siento. La estirpe de Uinta ha terminado. Una
pena, pero les ha sucedido
a otras monarquías en el pasado. Así que pondréis en el
trono a uno de vuestros
maridos. ¿Qué pasará si no os escucha?
—Nos escuchará. Somos tres, las auténticas hijas de Te
Uinta.
—Claro. Pero ¿cuál de vuestros maridos será rey? ¿El
tuyo, Kuiti? Eres la mayor.
—¡Tú le mataste!—gritó la mujer.
—¿Que yo maté a tu marido? ¡Tonterías!
—En Venucio.
—¿En Venu...? ¿Quieres decir...? ¿Cómo se llamaba?
¿Kea-Ora? Creí que era un
simple soldado.
—Era el próximo rey.
Winter estaba conmocionado.
—¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Qué desastre! El marido de mi
hermana...
—Nunca he sido tu hermana.
—Y ahora, nunca serás reina. ¿Y esos hombres que estaban
aquí con vosotras?
¿Vuestros maridos?
—No.
—¿Soldados?
—Sí.
—Lo parecían . ¿Cuántos miembros tiene vuestro grupo?
—Lo averiguarás cuando estemos preparados.
—No, Kuiti —respondió, pensativo—. No, nunca estaréis
preparados, ahora que lo sé
todo y puedo pediros cuentas. No podéis hacerme nada. ¡Queridas
hermanas,
adorables hermanas, Kuiti, Tapanu, Patea, estáis
acabadas!
—¡Jamás!
—Acabadas—repitió. Mostró el Cuchillo de Tajo. Las
mujeres no retrocedieron—. Si me
sucede algo a mí o a los míos, os pedirán cuentas. Hago
un juramento sagrado por mi
sangre.
Se hizo un corte en el antebrazo y, antes de que pudieran
evitarlo, les manchó la cara
de sangre.
—Mi juramento de sangre sobre vuestras cabezas—dijo—.
Aquí termina vuestra
venganza. No volveremos a vernos.
Se dio la vuelta y se alejó. Pero antes de desaparecer en
la oscuridad, se volvió hacia
ellas.
—Ni siquiera habéis pronunciado mi nombre.
Mal de amores
Se dice que la ausencia conquista el amor,
Pero, ¡oh! No lo creáis.
Lo he intentado, sí. El poder lo prueba.
Y no debes olvidarlo.
FREDERICK WILLIAM THOMAS
Aquí Odessa Partridge de nuevo, desde Tierra, en el
Pasillo Noreste, recordándoos que
estoy ordenando los hechos a partir de lo que los
protagonistas de los mismos me
confiaron mucho más tarde. Me hace sentir como una madre
hebrea. Y me encanta.
Mientras R-gruñido-OG se labraba su destino en Ganímedes,
une crise se prépare (un
“las cosas van de cabeza”). Más concretamente, contra la
cabeza de Demi Jeroux, en la
selva neoyorquina. Le expliqué por qué Rogue había tenido
que marcharse con tanta
urgencia, y lo aceptó sin quejarse, como la buena chica
que era. Ahora, mientras
esperaba su regreso, intentaba recuperar el ritmo de vida
que llevaba antes de que el
cazador se convirtiera en cazado.
Pero aquella mañana se levantó vomitando por segunda vez,
y lo pasó con un
estómago con mal de amores. Examinó en el espejo su
realidad titánida de por las
mañanas, y se sorprendió de nuevo al ver el ideal de
Winter: esbelta, virginal, con una
buena deIantera y trasero erguido. Con su piel inmaculada
y su pelo áureo, podría
haber servido de modelo para Botticelli en el cuadro “El
Nacimiento de Venus”, si el
bueno de Sandro no hubiera optado por algo más asexuado.
—Así que esto es lo que me ha hecho Rogue—murmuró—. Nunca
se habla de la
Princesa Rana.—Se volvió hacia la psigata—: He hecho un
descubrimiento: una mujer
necesita de un hombre para existir de verdad.
Las imposiciones titánidas la obligaban a un estilo de
vestir que las mujeres
trabajadoras de todo el Solar comprenderán perfectamente.
Tenía que llevar ropa que
encajara con cualquier forma que se viera obligada a
adoptar durante la jornada:
competente, indefensa, perspicaz, calculadora, ególatra,
compañera y camarada...Eligió
un traje amplio y oscuro, una sencilla blusa de botones,
zapatos razonables y ningún
adorno, aunque en el bolso llevaba joyas, otro bolso de
noche y unas sandalias altas,
sólo por si acaso. Puso en marcha el proyector
caleidoscópico para que se entretuviera
la psigata cazamanchas, y salió hacia las oficinas de
Media.
Aquel mes, Demi tenía el mejor turno de trabajo, de nueve
a seis. Pero era una chica
dedicada y solía añadir algunas horas extraordinarias por
la mañana. Hoy tenía que
hacerlas, porque le habían encargado lidiar con
propuestas en Nu-Spek, francés
medieval, mozambique, inglés antiguo y cromático, y luego
entregarlas al propietario y
editor jefe de Media, Augustus (Ching) Sterne, con breves
descripciones y
recomendaciones explícitas. Le había hecho especial
gracia la extravagancia de
“Rabelais Diabolo”, demostración de que François era
Satán disfrazado (ella sabía que
el gran farceur fue un titánido), pero a Ching no
le pareció divertido.
A las cinco y media, decidió que una noche en la ciudad
la ayudaría a olvidar a Rogue
por unas horas, así que llamó a CUSTODIA DE CHICAS,
aguardó a que la
computadora comprobara su tarjeta de crédito y pidió un
acompañante que fuera todo lo
contrario que Winter. Supuso que eso pondría coto a los
cotilleos de la oficina. Ante la
especificación crucial, ¿Sexo?, tecleó un enérgico NO
que, por supuesto, fue advertido
en la oficina y no hizo más que confirmar los
chismorreos.
El tipo entró en Media. Menudo, fuerte, agresivo, casi
buscando pelea, con una actitud
que anunciaba que él era un regalo de Dios al Solar, y
que más te valía creerlo.
—¿La señorita Jeroux?—desafió—. ¿La señorita Demi Jeroux?
—Aquí—respondió Demi, sintiendo que el corazón se le
encogía.
—Soy Sansón, de CUSTODIA DE CHICAS.—Lo dijo como si fuera
un anuncio
publicitario, esperando que las demás mujeres se
desplomaran a sus pies—. Herc
Sansón.
—¿Herc de Hércules?—preguntó una vocecilla desde la
esquina.
—Puedes jurarlo, nena—gritó Sansón por encima del hombro.
Cogió a Demi por el
codo—. Voy a llevarte al cielo, preciosa. —Le sonrió—. Tu
tarjeta de crédito se va a
llevar un buen mordisco, pero no te preocupes. Herc hará
que valga la pena.—La
examinó—. Lástima lo de la negativa, nena. Te vendría
bien una ración de Herc. Es el
más grande. Es el mejor.
Demi quería algo diferente de las sofisticadas
diversiones a las que estaba
acostumbrada, así que Sansón la guió en un loco viaje por
los bajos fondos del noreste.
Conocía a todos los ladrones, estafadores, carteristas,
lo mejor de cada casa, las
instituciones de los bajos fondos.
—Soy el mejor, nena—le aseguraba—. Llevas una custodia
garantizada, así que no te
preocupes. Herc es el más grande. Demi se acobardó ante
las diversiones que ofrecía
un burdel y fueron al Hound Hut.
Un buen negocio de peleas de perros es algo serio. Se
importan de todo el Solar
mastines, bulldogs, terriers, lebreles, esquimales,
setters, foxterriers y mestizos
salvajes. Dado que las peleas se clasifican por pesos, y
el máximo es de veinte o
veinticinco kilos, los diez que había allí no excedían
los doscientos cincuenta.
Un entrenamiento y una alimentación cuidadosa, son
vitales. Unos cuantos encuentros
prácticos sirven para introducir al perro en la
profesión. “Chuchos de prueba”, pastores
viejos, desdentados, sirven para dar fuerza y valor (a
veces bajo promesa de
manumisión). Antes de la lucha, se afeitan las partes más
vulnerables del chucho de
prueba, para que el perro aprenda a atacar esos lugares.
Al entrar con Sansón, Demi miró a su alrededor con ojos
desorbitados. En el centro
estaba el “cuadrilátero”, un profundo círculo con suelo
de arena, rodeado por aullantes
aficionados y apostadores. Carteles relativos al tema
colgaban de las paredes. También
había vitrinas de cristal, con perros disecados que
fueron famosos en su día. Rodeaban
un enorme retrato de lo que parecía un caballo negro
azabache, “Maravilla Timmy”.
—Pesaba cincuenta kilos—comentó Sansón a Demi—. Siempre
llevaba un brazalete
femenino alrededor del cuello. Una vez, peleó contra tres
mastines a la vez. Fue el
mejor asesino de todos los tiempos, pero al final le
mataron. A un lado de la arena,
media docena de hombres desnudos y afeitados enfurecían a
los perros con feroces
calistenias, mientras escandalosos jugadores cruzaban
apuestas sobre sus favoritos.
Empezó la primera pelea, y se anunció a un tal “Bendigo
Benny”. Benny pisó
pesadamente la arena y describió un círculo mientras los
que habían apostado por él
aplaudían y gritaban. Se situó en el centro e hizo un
gesto con la cabeza a los jueces.
Se
abrió una compuerta, y una decena de perros, ladrando y
babeando, saltaron a la arena
y se lanzaron contra Bendigo Benny, que empezó a
golpearlos y patearlos hasta que
murieron.
—Por favor, ¿podemos marcharnos?—susurró Demi.
—Pareces horrorizada, nena —rió Sansón—. De acuerdo. Herc
lo arreglará todo. Muy
bien, vamos a probar un matatipos. Nada de perros.
El ZBHJ (Zorras y Bastardos de la Historia de los
Forajidos) era un espectáculo a
imitación de las tabernas del Viejo Oeste. Los actores se
asemejaban a las legendarias
estrellas del cine que actuaron en el siglo XX: Gary
Cooper, Jimmy Stewart, “Duke”
Wayne,
Marlene Dietrich, Mae West, etc. Se habían tomado muchas molestias para
que
los trajes fueran réplicas perfectas, y los hombres
practicaban con los revólveres de
seis tiros mientras las mujeres ejercían el arte de la
seducción y el cancán. Los
jugadores profesionales llevaban brillantes sombreros de
copa, levitas, y practicaban
diversos tipos de manipulación de cartas y trampas
variadas, en el mejor estilo John
Carradine,
Henry Bull, Brian Donlevy, et al.
Aquella noche el espectáculo consistía en una pelea, con
mobiliario roto, cristalería en
añicos, sanguinarios puñetazos, lanzamiento de botellas
y, por fin, un duelo. Todo
terminaba con la muerte de Henry Fonda, que llevaba una
estrella en el pecho, y con
una Jane Russell que no llevaba nada.
—¡Parece tan real!—exclamó Demi, mientras aplaudía
entusiasmada.
—Es real, nena.
—¿Cómo? ¿Esa gente está herida de verdad, y...y hay
muertos?
—Ajá. Los puñetazos van en serio. Todas las peleas son de
verdad. Les encanta
sacudirse unos a otros. Por eso tiene tanto éxito el
ZBHJ.
—¿Y..., y los muertos?
—No, no llegan tan lejos. Lo hacen con descargas de alta
tensión que quedan más
auténticas que lo auténtico, y además cuestan un riñón.
Por eso las entradas tienen
precios astronómicos. Cuando veas la factura, vas a poner
el grito en el cielo. Herc no
hace trampa. Siempre cumple.
—Por favor, ¿podemos marcharnos?
—¡Pero nena, ahora viene un linchamiento!
—¡Por favor!
—Como quieras. ¿Te apetece ver un juicio? Nada de perros,
nada de sangre. Diversión
de lo más inocente.
Era un burdel decorado al estilo victoriano. Terciopelo
rojo, cristal tallado, roble
ahumado, lámparas de gas. Los matones del burdel llevaban
chaquetas de frac con
botones de diamantes. Incluso había una madame
victoriana, dirigiendo a las jóvenes
prostitutas.
Estaban llevando a cabo una de las parodias de juicio
ante un público que había
pagado con entusiasmo. La sala del tribunal se había
situado en una de las estancias.
Un juez victoriano con toga negra y peluca blanca,
esgrimía un consolador a modo de
martillo. Arriba, en la galería de los músicos, la
orquesta tocaba fragmentos de “Trial by
Jury”. Doce prostitutas vestidas de lentejuelas hacían
las veces de jurado, maquilladas
y empolvadas hasta las cejas. La acusada que había ante
el juez era otra prostituta,
grotescamente maquillada, que gritaba y se movía sin
cesar.
—¡Prisionera! —gritó el juez desde su estrado—. Has sido
acusada. ¿Qué tienes que
decir en tu defensa?
—¿Cómo demonios has llegado a juez?—inquirió la mujer
antes de ponerse a cantar
otra vez.
El consolador golpeó contra la mesa.
—¿No lo sabes, prisionera?
—Oh, claro que lo sé, con un soborno. Por el camino.
—¿Qué camino?
—El que lleva a la cama de Madame. ¿Cuántas patas tiene
un caballo?
—Cuatro.
—Si le quitas tres patas a los Cuatro Pijetes del Apocalipsis,
¿cuántas quedan?
—Nueve.
—Entonces, ¿cuántas tiene cada uno?
—Tres .
—Yo tengo tres patas, así que soy un caballo.
—¿El caballo de quién, prisionera?
—El de cualquiera. Si me quitan dos patas, ¿cuántas me
quedan?
—Una.
—Una, la única e imprescindible. el principio y el fin,
el alfa y el omega, el cabo suelto,
el nudo gordiano, condéname, condéname a trabajos
forzados.
—Llevad a la prisionera al bar, la condeno a violación.
—¡Oh, señor! Una violación es una canción, una bendición,
uno para todos, todos para
uno, vamos, vamos todos...
Se desnudó, demostrando que no era lo que parecía, que
ella no era ella, sino él. El
jurado saltó sobre él mientras el público aplaudía a
rabiar, revelando lo mismo.
—Ésa fue la razón de que el embajador se volara la cabeza
—le dijo Sansón a la
horrorizada Demi.
—¿C-cómo dice?
—Troyj Caliph, el embajador turco. En la embajada dijeron
que había sido un ataque al
corazón, pero se suicidó. Le pescaron aquí. Ya sabes,
nena. Eligió a una de estas
elementas, quiso pasar un rato divertido, lo grabaron
todo con cámaras ocultas... Pero
no pretendían vender las copias, chantajearle. ¿Adivinas
por qué?
—No... No quiero adivinar.
Descubrieron la debilidad del embajador. La elementa no
era elementa, era como la
“prisionera” a la que juzgaba. Mal asunto para Troyj...
—Por favor—suplicó Demi—. Quiero marcharme a casa ya.
La custodió hasta su casa, firmó los detallados recibos
de Sansón, cerró la puerta y se
desplomó en la cama.
(Postdata a las aventuras de Demi: la Cúpula Turca de Ganímedes
llevaba años
fastidiándonos, exigiendo una explicación sobre aquel
extraño suicidio. Cuando Demi
me habló por fin de su noche en la ciudad, el misterio
quedó resuelto. Puesto que, en
cierto modo, Rogue era responsable de su sórdida noche,
fue como si hubiera vuelto a
hacer de “Perdiguero”. )
Demi se despertó a la mañana siguiente, con náuseas y
otras complicaciones
adicionales. Desde luego, tenía que ver a un médico.
Informó a Media de que se
encontraba mal, llamó a su verdadera madre en Virginia y
acudió junto a ella para que
la examinase.
Ahora, imagínate que eres una titánida polimorfa, una
expatriada voluntaria porque
prefieres la vida en la Tierra, como tantos titánidos a
lo largo de la historia, y que
disfrutas de tu papel como respetable científico. ¿Cuál
sería la personalidad
permanente que adoptases? ¿Cuál sería el aspecto de una
doctora? La madre de
Demi, la doctora Althea, copió su imagen de la gran reina
Isabel de Inglaterra.
La entrevista se desarrolló en titánido, por supuesto.
Puesto que es imposible reproducir
una conversación química en papel, dejaré el espacio en
blanco para que lo llenéis con
vuestros sentidos: gusto, tacto y olfato. No será fácil,
la gramática titánida es
complicada. Por ejemplo, la sensación de la lana no se
puede utilizar como verbo para
el olor de la madera al quemarse a menos que el objeto de
la frase tenga un sabor
agradable.
En esos días, sólo se pronunció una palabra terrestre:
“Conejo”.
Demi volvió a Nueva York, aterrorizada.
En el apartamento de Demi, Winter estaba terminando de
narrar sus emocionantes
aventuras en Ganímedes, y se libró de la psigata que
tenía enroscada alrededor del
cuello. La gata había quedado cautivada por él, por las
vibraciones de su voz, o bien
por la posibilidad de cazar manchas en el futuro. Rogue
la acurrucó en su regazo y
examinó perplejo a Demi, sorprendido por su apariencia.
Más bien, por su falta de
apariencia.
Tras una separación de tres semanas, había esperado que
le recibiera transformándose
en una vivaz anfitriona, quizá incluso en aquella cuyo
nombre llevaba, Madame Jeanne
Fran‡oise Julie Adélaide Récamier (-), que entretenía a
políticos y literatos en
sus salones. En vez de eso, Demi parecía desteñida, y
sólo le hizo algunas preguntas
indiferentes.
—¿Y el doctor Yael?
—Le dejé allí, será mi regente.
—¿Tendrás que volver?
—No estoy seguro. Desde luego, el año que viene sí, para
otra caza.
—¿Tuviste... tuviste que comerte el corazón?
—Los dos. Mi pueblo casi se volvió loco. Soy un doble
rey, y por Dios que estoy
orgulloso de ello. Me lo gané a pulso.
(Y tanto que estaba orgulloso. Lo más significativo de
todo era que se había quitado las
gafas enmascaradoras.)
—¿Y esa chica?—preguntó Demi—. La que... ¿Volviste a
verla?
—¡Aja!—exclamó él—. ¡Así que se trata de eso!
—¿De qué?
—De la razón por la que estás tan fría esta noche. No, no
volví a verla. Odessa
Partridge tenía razón. Tras la coronación, no pasó nada
más. —No consideró oportuno
contarle el enfrentamiento con sus hermanas adoptivas—.
Por favor, cariño, créeme, no
pasó absolutamente nada entre la chica y yo. Sólo le di
un buen mordisco en el trasero
para enseñarle la lección. No estés celosa, por favor.
Anímate y mírame con una de
esas miradas que llevo semanas añorando.
—No estoy fría, Rogue. Sólo cansada y deprimida. Tú pareces
muy espabilado, así que
por favor, querido, vete a casa y déjame sola.
—Siempre me llamabas “cariño”, no “querido”. ¿Por qué has
cambiado ahora?
—Por favor, deja de sermonearme.
—¿Qué te pasa? Estás muy nerviosa.
—No es cierto .
—Y tienes la misma expresión que cuanto te me declaraste
en la sala de reuniones:
asustada, pero decidida.
—No es verdad.
—Vamos, cuéntale a papá qué te pasa. Mejor, dame tres
oportunidades. Te han
despedido.
—No.
—Te has enamorado de otro tipo y no sabes cómo devolverme
mi congé
—No bromees.
—Debes dinero. Te van a embargar.
—Nada de eso.
—Me rindo. Tendrás que decírselo a papá.
—¿No quieres dejarlo correr?
—No. Escupe.
Demi respiró profundamente y apretó los labios.
—Muy bien, papá. Vas a ser papá.
—¿Qué?
—Estoy embarazada.
Se echó a llorar.
Rogue no podía creerlo.
—¡Pero dijiste que nunca había sucedido entre terrestres
y titánidos!
—N-nunca, p-ero supongo que siempre hay una primera
vez...
—¡Dijiste que nuestros óvulos y espermatozoides no se
llevaban bien!
—Quizá te..., te quiero tanto que... Ha sido algo mágico.
No lo sé. —Estaba
sollozando—. Quizá no sea más que otro chiste cósmico. No
tiene gracia.
—¿Cómo lo supiste?
—La semana pasada me tocaba tener el período y no...
—¿Tenéis período?—la interrumpió.
—Como todas las hembras. Y yo suelo ser un reloj. A-así
que fui a ver a mi madre, a mi
verdadera madre, la doctora. Me hizo unas pruebas, y... Y
ya lo sabes. Estoy asustada
de muerte. No sé qué hacer.
Winter dejó escapar el grito que había estado
conteniendo. La psigata saltó de su
regazo.
—¡Rogue! ¡Los vecinos!
—¡Una noche! ¡Hicimos diana en una sola y gloriosa noche!
¡Por Dios, aun ganaremos
a los insectos! Ven aquí, mamá estelar. ¡Ven aquí!—La
abrazó—. Si es chico, le
llamaremos como mis padres, Te Jay. Si es chica, se llamará
como tú, mi adorable
impostora, Doblemente Deliciosa Demure Demi. La
llamaremos Decalcomanía para
abreviar. Sólo hay un problema—añadió—. Hay que respetar
la tradición.
—¿Qué?
—Las quemaduras del sol. En su momento, se convertirá en
el rey Te Jay Uninta. ¿Es
justo hacerle eso a un niño?
El tic automático volvió por un momento, y se llevó las
manos hacia las gafas que no
tenía.
—Ése no es el problema.
—¿Crees que no?
—Sé que no. El problema es, ¿será niño?, ¿será niña? ¿Qué
clase de híbrido será?
—¿Y qué demonios importa? Él, ella o ello será nuestro, y
con eso me basta. ¿Sabes
una cosa? ¡Nada más verte, noté que habías engordado!
—¿En una semana? ¡No seas tonto!
—Engordarás, engordarás. Y entonces...¡Yujuu!
—Creí que tú también te asustarías.
—¿Estás loca? Me he pasado la vida sintetizando las
pautas de los demás. Ahora
tenemos nuestra propia pauta, fabricada en casa y de
manera natural. Jugaremos con
ella, señora Winter.
Demi reía y lloraba a la vez.
—Rogue Winter, es la proposición matrimonial más chalada
que he oído, y he oído
muchas. En la oficina, todos pensábamos que acabarías
casándote con una modelo de
alta costura.
—Sí, conozco el síndrome. La belleza sofisticada que hace
volverse a todos los
hombres y se gana el odio de todas las mujeres. Pero
todas las bellezas suelen tener
nombres como Mystique D'Charisma.
—Haz el favor de hablar en serio, Rogue .
—¿Qué es hablar en serio? Piénsalo. Odessa Partridge lo
ha arreglado todo con la
pasma de Bolonia. Tras la coronación, los maoríes ya no
me persiguen. Y el bebé—sea
como sea el bicho raro que nazca—, será príncipe o
princesa. Esto es el alegre prólogo
a una feliz aventura.
—Lo que me asusta es el bicho raro. Todo esto es nuevo,
nunca había sucedido, así
que ni mi madre puede aconsejarme. Y necesito consejo,
desesperadamente. Por favor,
Rogue, ayúdame a encontrarlo.
El asintió y se dedicó a pensar durante un rato lo
suficientemente largo como para que
la psigata volviera a acomodarse en su regazo.
—Tomás Young—dijo al final con decisión—. Es tu hombre.
—¿Un médico?
—Mejor. Tomás es el director del Departamento de
Exobiología de la Universidad. Es
experto en todas las formas de vida posibles, y en su
génesis. Escribí algo sobre los
locos constructores vitales que ha creado con ayuda de su
loco ordenador. Si te has
empapado mis obras completas para pescarme, como dijiste,
tienes que haberlo leído.
—¿Le pedirás que me vea?
—Estará encantado, nena. A Tom le encantan los desafíos,
y éste es una belleza.
Mañana por la mañana, a primera hora, iré a verle y lo arreglaré
todo. ¡Ah, una
advertencia! Si te tienes que desnudar en la consulta,
Tom es de fiar, pero ten cuidado
con su ordenador. Es un salido.
—Sssh.
—Así que ahora nos vamos a la cama. ¿Verdad, nena?
—Creí que preferirías irte a casa para deshacer las maletas.
—¡No pensarás que vine directamente!
—Unga-unga-unga .
—¿Qué demonios quiere decir eso?
—Sssh en maorí .
Y empezó a transformarse en su idea particular de la
chica que recibiera el poco
cariñoso mordisco de Winter.
Más impostores
No quieras a ningún hombre. No confíes en ningún
hombre.
No hables mal de ningún hombre a su cara. No hables
bien de ningún
hombre a su espalda. Siéntate públicamente en su
regazo, y
cómete su corazón en privado.
BEN JONSON
Me enamoré de “Soho” Young, que era el nombre que usaba
Tomás cuando le conocí,
por la misma época en que mi compañera de cuarto perdió
la virginidad. Lo de los
hombres nos sonaba a chino, éramos de “buena” familia y,
además, yo seguía con mi
virginidad a cuestas, aunque jamás lo habría admitido.
Maldición, los chicos bien
educados nunca llegan al final con las buenas chicas, y a
los otros no los conocíamos.
Estábamos en la Jungla Madre, explorando los bares de
solteros, bebiendo demasiado,
demasiado torpes y tímidas para cazar a un hombre o para
reconocer cuándo alguien
intentaba cazarnos. Un par de niñas encantadoras e
ingenuas, llenas de salud y de vida
pura.
De cualquier manera, Marj estaba decidida a probar “eso”
en un elegante hotel de
caballeros, descubierto gracias a un folleto que nos
entregaron en mano por la calle.
Pero nos habíamos quedado sin dinero, al menos sin dinero
en abundancia. Lo que no
nos faltaba era fanfarronería, así que decidimos empeñar
algo. Yo sabía tanto sobre
tiendas de empeños como sobre hombres. Pero de todos
modos, allí nos lanzamos, las
dos vivanderas, y la suerte, el destino o El Gran
Prestamista del Cielo nos llevó a la
Casa de Préstamos de Soho Young en el momento en que iba
a cerrar.
Parecía Iván el Terrible, y más tarde me pregunté si
Young no sería el diminutivo de
algún impronunciable nombre mongol. No se mostró
demasiado entusiasmado ante
nuestras prisas tan a última hora, pero le explicamos que
teníamos que volver a la
Universidad aquella noche y que nos habíamos quedado sin
dinero para el viaje, que si
por favor nos podía adelantar cincuenta. Soho arqueó una
ceja.
—¿Cincuenta? ¿Sois de Chicago? ¿Del noroeste?—preguntó.
Agilmente, nos echó una cortina de humo.
—No, señor Young. Maine. Universidad de Maine.
—Supongo que vais a volver en barco—señaló—. ¿Qué tenéis?
Le ofrecimos nuestras joyas “de valor”, lo poco que
nuestras familias nos dejaban usar,
y Soho lo desdeñó todo. Pero rozó con un dedo mi reloj de
pulsera.
—Es un Patek antiguo. De hombre. ¿De tu padre?
—Sí, señor Young.
—No debería dejártelo. Demasiado bueno para una
estudiante de primer año.
Marj se sonrojó.
—¿Cómo sabe que somos...?
La mirada perspicaz de Soho la interrumpió.
—Os puedo prestar cincuenta por el reloj—me dijo.
Me extendió un recibo por encima del mostrador, me enseñó
a rellenarlo y luego explicó
cómo podría recuperar el reloj. Nos entregó dos billetes
de veinte y uno de diez.
—¿Todo gig?
Asentí. El hombre titubeó, nos estudió con la vista, y
dejó que una sonrisa le asomase
en las comisuras de la boca. Abrió un pequeño
compartimento que tenía tras la caja
registradora. Estaba lleno de medicamentos. Sacó una
cajita blanca y me la tendió.
—De propina—dijo—. Me gusta mantener buenas relaciones
con los clientes.
—Gracias, señor Young.—Yo estaba asombrada—. ¿Qué es
esto?
—Píldoras para el mareo, las necesitaréis en el
barco—dijo.
Y nos echó de la tienda. En la calle, abrí la cajita.
Contenía cuatro “senza's”, píldoras
anticonceptivas de Venucio. En nombre de Dios, ¿cómo lo
había sabido aquel hombre
sorprendente? Entregué las píldoras a Marj, y mi corazón
a Soho Young.
Rescaté el reloj la siguiente vez que estuve en la
Jungla, y sólo mucho más adelante
descubrí que Soho había hecho algo muy generoso: me lo
había limpiado y arreglado.
Cuando intenté darle las gracias, me apartó bruscamente.
—No lo hice por ti, lo hice por el reloj. Eres sólo una
chiquilla. No sabes lo valioso que
son los relojes antiguos. Hay que atesorarlos como los
cuadros, así que no lo lleves
cuando estés jugando con el maldito equipo de tenis.
Típico de él. Me había investigado discretamente, lo
sabía todo sobre mí.
No hay demasiada diferencia entre un prestamista y un
psiquiatra. Soho lo sabía todo
sobre todo, lo que le convertía en el padre con que
sueñan todas las chicas: experto,
sofisticado, siempre con la respuesta adecuada, sin
juzgar jamás, siempre con una
salida humorística. Fui una plaga para su negocio siempre
que pude, y me pasaba
horas mirando, escuchando y recibiendo educación cada vez
que estaba allí, cosa que
no sucedía a menudo. La mayor parte del tiempo, dejaba el
negocio en manos de sus
dependientes.
Recuerdo aquel gesto suyo en las comisuras de la boca
cada vez que decía que él me
habría enviado a Yale. En su opinión, mi universidad era
sólo para mariquitas, y no
había quién bebiera la cerveza de Matthew Vassar. Para
purgarme de la cursilería del
campus, me administraba dosis masivas de realidad, al
estilo casa de empeños.
Por ejemplo, había una auténtica princesa india, con
punto rojo en la frente, sari y
prácticamente todo lo demás, excepto los “Poemas de amor
indios” de Amy Woodforde.
Entró en la tienda una tarde, con un chaquetón de visón
nuevo. Sin decir palabra, se lo
quitó y lo puso sobre el mostrador. Soho lo examinó y
tendió a la joven mil quinientos.
Ella se marchó sin contar el dinero.
—Viene cada mes con un chaquetón nuevo —me explicó
mientras recogía la prenda—.
Su madre es una maharaní de Ganímedes, o algo por el
estilo. Está forrada. Tienen
cuenta en todas las tiendas importantes, pero la vieja no
le da dinero. Así que la
princesa se limita a llevarse un chaquetón y lo empeña
para sacar dinero. Supongo que
su madre paga las facturas sin siquiera molestarse en
leerlas. Así de forrada está.—Me
dirigió una severa mirada—. Creo que la princesa utiliza
el dinero para pescar guaperas
por la calle, y sé que tiene una enfermedad venérea. Que
eso te sirva de lección.
—Sí, señor Young—aseguré.
Una brillante mañana, un joven con corbata negra entró en
la tienda. Llevaba un
precioso reloj antiguo. Soho le prestó doscientos, y el
joven se fue con el dinero. Yo
empecé a hacer una pregunta, pero Soho me hizo un gesto
para que esperase.
Momentos más tarde, un mayordomo excesivamente inglés
entró, pagó los doscientos
dólares más los intereses del préstamo, y se marchó con
el reloj. Toda la transacción
había sido tan silenciosa y automática como la de la
princesa de Ganímedes.
—Un chico holandés de Calisto —explicó Soho—. Rico.
Siempre necesita dinero para
pincharse, así que roba algo de su casa. Llegué a un
acuerdo con su madre, ella me
avala todos los préstamos que le haga al chico.
—Pero, si sabe lo que hace, ¿por qué no le da dinero ella
misma?
—No le puede apartar del caballo, así que cree que lo
menos que puede hacer es
obligarle a sudar cada pinchazo.—Soho me dirigió otra
mirada severa—. Se enganchó
en tu universidad de mariquitas. Que eso te sirva de
lección. A lo único que debes
habituarte es a trabajar.
—Gracias, señor Young.
El lema de Soho era: “Si no está vivo y cabe por la
puerta, puedes empeñarlo”. Sus
dependientes, Roland y Eli, me enseñaron lo más extraño
que les habían llevado:
cabezas de animales, el motor de un fueraborda, una lona
de circo, una piel de pitón de
doce metros. Un tipo extraño empeñó catorce dentaduras
postizas, que no eran suyas.
Soho nunca descubrió cómo las conseguía.
—Lo más loco que jamás me han traído fue una momia—me
dijo.
—¿Una momia? ¿Como las de las pirámides?
—Gig. Mi primer pensamiento fue que el tipo la había
robado de algún museo, así que
investigué.
—¿Cómo, señor Young?
—Presta atención y aprende. Las momias son tan especiales
que todas tienen su
historia. Los expertos conocen cada una de ellas.
—Ah . Como los coches antiguos. ¿no, señor Young?
—Ya veo que lo entiendes. Ésta era legítima. El tipo era
un egiptólogo que necesitaba
dinero para organizar una expedición al Nilo, o algo por
el estilo. Así que le di quince
mil.
—¿Volvió para recuperar la momia?
—No. Me escribió y me dijo que la vendiera.
—¿Y usted recuperó el dinero?
—Ahora sí que preguntas demasiado—me replicó Soho, no sin
cierta brusquedad.
—Lo siento, señor Young.
Pero, detrás de él, Eli levantó silenciosamente la mano.
Extendió el índice y el pulgar
para indicar “dos”, luego juntó las puntas del índice y
el pulgar para formar un cero, y
movió la mano cuatro veces.
Una gloriosa tarde, Soho me permitió actuar como dependienta.
—Te enseñaré cosas que no se aprenden en esa universidad
de mariquitas—me dijo—.
Por ejemplo, a calibrar a la gente. La mitad del Solar
está compuesta de gente que
intenta engañar a la otra mitad.
Por supuesto, sus ayudantes no me quitaban la vista de
encima, pero mi primer cliente
fue una sorprendente lección sobre la idiosincrasia
humana —una de las expresiones
favoritas de Soho—, y nadie habría podido predecir su
reacción.
Era ingeniero en una de las naves del Solar—la chapa de
radiación lo decía
claramente—y, evidentemente, estaba de permiso.
—Díganme, ¿aquí puedo empeñar lo que sea?
—Si no está vivo y cabe por la puerta—repetí como un
loro—, puede empeñarlo.
—Muy bien.
Y puso en el mostrador, ante mí, un billete de mil.
—Quiero empeñar esto.
—¿Quiere empeñar dinero?
El tipo sonrió.
—Tengo una chavalita en la ciudad. No quiero que sepa que
tengo tanto dinero, seguro
que me lo sacaría. Prefiero dejarlo en un lugar donde
esté seguro, ¿de acuerdo?
Miré a Eli y a Roland. Se encogieron de hombros, así que
asentí y empecé a
cumplimentar el recibo.
—¿Cuánto quiere por esto, marinero?
—Nada. Sólo el recibo.
—De todos modos, le costará el cinco por ciento habitual.
—De acuerdo.—Se sacó un billete de cincuenta del bolsillo
y me lo tendió—. Una
especie de protección para el dinero, ¿no? Paga cincuenta
y ahorra mil.
Recogió el recibo y se marchó cantando. “Sabía que el
mundo era redondooo... Sabía
que podía demostrarlooo...”
Una hora más tarde, la chavalita vino con el recibo y se
llevó los mil.
Los dependientes de Soho me dijeron que los rateros
invierten mucho tiempo en tratar
de engañar a los prestamistas. Les llevan diamantes
pintados, anillos falsos (con una
capa de plata por encima del cristal para pasar la prueba
del arañazo), cámaras huecas
sacadas de los escaparates, y relojes y acordeones sin
los mecanismos internos.
—Generalmente eligen las horas punta, cuando todos
estamos ocupados y no tenemos
tiempo para examinar la mercancía con detenimiento.
Cuando las personas respetables visitaban la tienda de empeños
por primera vez,
solían avergonzarse, pensando que habían llegado al fondo
de la escala financiera.
Aquello siempre sorprendía a Soho.
—La gente suele tener la casa hipotecada—solía decirme—.
Entonces, ¿por qué se
avergüenza de tener su reloj hipotecado? Respóndeme si
puedes, nena.
—No puedo, señor Young.
—Tú y tu amiga, la que quería divertirse un poco, ¿os
sentisteis así cuando vinisteis por
primera vez? ¿Lo hizo tu amiga?
—No se sentía avergonzada, señor Young.
—No me refiero a eso. ¿Llegó a usar las píldoras contra
el mareo?
—¡Ah, sí! Sólo por si acaso. Fue muy amable por parte de
usted...
—¿Le gustó?
—Creo que estaba más asustada que otra cosa, señor Young.
—Ajá. Ya me parecía. ¿Te dio vergüenza empeñar el reloj?
—No, señor Young. Fue una aventura.
—Ajá. Habrá que arreglar pronto a una chica simpática
como tú. Esto es demasiado.
—Oh, señor Young...
—Romanticismo, ése es el problema . En Yale, te habrían
palmeado el trasero de
diecisiete maneras diferentes desde el martes hasta
ahora. Tendrías una buena
experiencia antes de enamorarte. ¿Dig? ¡Universidad para
mariquitas!
Pero lo hice tan bien mi primer año en esa Universidad de
mariquitas, Vassar—y la
verdad, creo que fue la dinámica influencia de Soho lo
que me impulsó— que la
Sección de TerraGarda contactó conmigo al principio dei
segundo año, y empecé mi
larga relación con Inteligencia. Y Soho Young desapareció
bruscamente. ¡Puf!
Simplemente así. Spurlos versenkt. Sin
comprenderlo, y por supuesto sin pretenderlo,
yo había hecho que su tapadera fuera demasiado peligrosa.
Inteligencia (los burócratas
prefieren llamarnos Sección TerraGarda) no me informaron
de aquello hasta mucho
después.
Y el difunto y querido Soho Young era el mismo Tomás
Young, exobiólogo, al que
Winter iba a pedir consejo para Demi Jeroux.
—Que yo sepa, Rogue, jamás he visto a un titánido. He
debido verlos, claro, se han
infiltrado por todo el Solar... Pero no lo sé. ¿Como
averiguaste lo de tu chica?
—No lo averigué, Tom.
—¿Te lo dijo ella?
—Me lo enseñó.
—Fascinante. Me encantaría echarle un vistazo por dentro.
—Ni hablar.
—Vamos, sólo hurgar un poquito. No le dolerá.
—Olvídalo.
—Vaya, habrá que conformarse con los rayos X.
—¿Le servirá de algo a ella?
—¿Cómo quieres que lo sepa?
—Entonces, nada.
—¡Egoísta! ¿Cómo ha podido estar segura tu duende de que
está embarazada?
—Pruebas.
—Entonces, la ha visitado un médico. Será un bombazo en
las publicaciones médicas.
La primera vez que un médico ha tenido ocasión de
estudiar a una titánida. O tienen
una salud de hierro, o se vuelven a casa cada vez que
necesitan tratamiento.
—Fue una doctora.
—Pues ocupará todos los titulares.
—La madre de Demi. Titánida.
—¿Qué? Me pregunto cómo se lo tomará el colegio de
médicos cuando se enteren.
—No se lo vamos a soplar. Mira, Tom, ¿quieres encargarte de
mi Demi, o no? Es tu
gran oportunidad de obtener un bombazo.
—¿Nada de exámenes internos?
—¡Quiero a esa chica, Tom! No puedo correr el riesgo de
que resulte herida.
—Me estás pidiendo demasiado.
—No intentes regatear conmigo, soy un rey.
—Ya me he enterado. Le Ro Malgré lui. El gran rey
dos corazones. ¿Cuándo te
machacarán la cabeza?
—¿Qué es ese maldito ruido?
—La máquina de pensar. Se siente sola.
—Pégale un martillazo.
—Se obtienen más resultados con azúcar que con vinagre.
—Young abandonó el tono
humorístico y se puso serio—. Gig, Rogue. Me siento
honrado y agradecido de que
hayas acudido a mí. Tengo unas ganas locas de conocer a
tu chica titánida, y te juro
que no le haré nada que sea mínimamente peligroso.
—Entonces, ¿cómo la ayudarás?
—Le haré preguntas personales para averiguar si sus
funciones anabólicas y
catabólicas son paralelas al metabolismo terrestre. Si lo
son, genial, no habrá nada de
qué preocuparse. Si no, le haré más preguntas y se las
daré a mi maquinita.
Obtendremos una prognosis y un régimen para tu Demi. ¿Te
dijo que tenían hijos con
facilidad?
Rogue asintió.
—Entonces tranquilízate. El ordenador, Demi y yo nos
encargaremos de todo mientras
tú paseas por la sala de espera del hospital. Sólo queda
un enigma fascinante: ¿cuánto
durará el embarazo? Necesitamos nueve meses completos
para el desarrollo de un
bebé terrestre, pero... ¿cuánto tiempo necesitará tu
milagrito mestizo? ¿Nueve? ¿Diez?
¿Doce?
—Que me registren.
—Creo que mi primer artículo se titulará: “Mi mestizo
terrestre-titánido, el embarazo”.
—Para mí no tiene gracia, Tom.
—Ni esperaba que la tuviera. El ansioso padre. ¿Sientes
ya los dolores del parto?
—Será mejor que te traiga a Demi lo antes posible .
—Enfríate, Rogue. Puede que tengas año y medio por
delante antes de que tu chica se
decida a hacer algo. Entra ahí y tecléale un “+HOLA+” al
chico. A ver si se calla y me
deja un rato en paz.
—¿Por qué no lo haces tú mismo?
—Porque conoce mi tacto sobre su teclado.
—Lo que os pasa a vosotros dos es que tenéis un condenado
asunto sentimental,
mezcla de amor y de odio.
Winter se liberó de las lisonjas de Young, demasiado
contento por la seguridad que le
había proporcionado como para sentir la desagradable
pauta que se estaba forjando. El
amor tiene esos efectos hasta sobre los mejores: pierden
el contacto con la realidad.
Tengo como norma conceder un año sabático a cualquier
Garda (él o ella) que caiga
bajo tan pernicioso hechizo. Pero no estoy demasiado
orgullosa de mi actuación en este
punto. Debí suponerlo. ¿Cómo podía Young saber nada
acerca de la coronación con
dos corazones? Winter había pasado la noche con Dem
Jeroux, y no habló con nadie
aparte de ella después de volver de Ganímedes.
Iba a regresar a su casa para llevarle las buenas
noticias de Young a Jeroux. Pensó
que quizá su duende de lo inesperado hubiera ido a Media,
pese a la promesa de
quedarse en casa, pero no importaba. Se habían
intercambiado llaves tras la primera
noche, fingiendo que era una cuestión de trabajo. La
buena chica de Virginia no quería
intimidades en público, al menos hasta que tuvieran un
estatus social.
—¡Un anillo!—exclamó Winter—. Un anillo de compromiso.
Eso es lo que necesito.
Empezó a pasear ante los escaparates de las mismas
galerías donde, tres semanas
antes, había encontrado a los Doce Tamborileros Tocando.
En una joyería, encontró un
fino anillo de oro. Lo miró durante un largo instante,
murmuró para sí mismo un “podría
ser” y apretó un timbre que encontró al lado de la
puerta. Tras sufrir una breve
inspección por parte del propietario, la puerta se abrió
y Winter entro en el
establecimiento.
—Buenos días. Quiero echarle un vistazo a ese anillo que
tiene en el escaparate.
Segunda fila empezando por abajo, el segundo de la
izquierda.
El anillo fue colocado sobre una almohadilla de
terciopelo, en el mostrador. Era de oro
rosa, moderadamente pesado, y tallado en forma de
pétalos.
—¿Es un cerezo silvestre?
—Sí, señor. Un cerezo rosado.
—Ya me parecía.
—Por eso se utilizó oro rosa. Es una antiguedad muy rara.
Hace siglos que no se
encuentran láminas rosas o rojas en el mercado.
—Los belgas lo están fundiendo en Calisto—señaló Winter—,
pero supongo que se lo
guardarán todo para ellos. Me quedo con el anillo.
No le preocupaba si encajaría o no en el dedo de Demi.
Aquello sería juego de niños
para una titánida.
Después de las molestias que suponían la identificación
de huellas digitales y de retina
en un cheque bancario, Winter se marchó con el anillo
envuelto.
—El cerezo silvestre es la planta simbólica del estado de
Virginia—dijo al propietario—.
Me habrían puesto matrícula de honor en botánica si yo no
lo hubiera estropeado. Un
asunto de envenenamiento por hiedra.
Un forcejeo violento. Nos llamaron a las nueve cuarenta.
—Yo me marché de aquí a las nueve—murmuró Winter—. Estaba
con Young, hablando
de ella, y ni siquiera imaginamos...
—Así que es un presunto homicidio con desaparición de
cadáver incluida—siguió
tranquilamente Dampier—. Posiblemente perpetrado por
usted, ya que tenía intimidad
con ella.
—¡Maldito sea!
—Vamos, señor Winter. Usted ha pasado la noche aquí. Hay
objetos personales suyos
en medio de todo este desorden. Acaba de volver de
Ganímedes, ¿eh? Eso dicen las
etiquetas de su equipaje. ¿Un recibimiento de enamorados
o una pelea de
enamorados?
—Estábamos planeando casarnos.
—¿Cambió usted de opinión?
—No, maldita sea.
—¿Y ella?
—No.
—¿La encontró con otro hombre?
—¿Cómo se llama usted? ¿Dampier? Le juro que le voy a...
—Calma, calma. No se creería la cantidad de homicidios
que se cometen entre
personas que mantenían una relación íntima. Tengo que
saberlo todo. Es mejor
responder preguntas aquí que en la comisaría.
—Gig.
Winter respiró hondo.
—¿Conoce bien este apartamento?
—Lo suficiente.
—¿Falta algo, aparte de la chica? Mire a su alrededor,
pero no toque nada.
Winter miró impotente aquel desastre. Los libros estaban
desperdigados por el suelo,
junto con el contenido de los cajones del escritorio, su
equipaje y los elementos
decorativos. Parecía como si hubiera pasado por allí una
manada de dinosaurios en
estampida.
—No lo sé—dijo al fin—. No podría decírselo.
—Lástima—suspiró Dampier—. Necesitamos todos los datos
posibles. ¿Tenía su chica
algo especial, algo diferente que pudiera darnos una
pista?
Winter abrió la boca, luego volvió a cerrarla.
—Nada especial—dijo al fin—. Sólo una buena chica de
Virginia. ¿Y por qué ha
preguntado en pasado?
—Es recomendable suponer que ha sido asesinada. ¿Tenía
algún enemigo?
—Ninguno, que yo sepa.
—¿Amigos?
_ Los únicos que conozco son la gente que trabaja con
nosotros. Puede que tenga
otros.
—¿Dónde trabajan?
—En Solar Media.
—¡Ey!—dijo uno de los tipos con traje de paisano—. Debe
de ser ese Rogue Winter.
Debí reconocerle por las cicatrices.
—¡Un momento!—exclamó Winter.
Revisó rápidamente los armarios, el dormitorio y el
cuarto de baño.
—Su gata ha desaparecido.
—¿Su gata? ¿Qué gata?
—Demi tenía una mascota. Mitad siamesa, mitad koala.
—Lo más probable es que huyera, asustada por la pelea y
el asesinato—señaló uno de
los policías.
Winter se estremeció. Dampier tomaba notas
cuidadosamente.
—Muy bien. Estaremos en contacto, señor Winter. Puede que
el supervisor quiera
hacerle algunas preguntas más. ¿Tiene intención de salir
de la ciudad?
—Tengo intención de emborracharme—replicó Winter.
No podía dejar de temblar. Dampier miró su rostro
ceniciento.
—Buena idea. Algo me dice que le vendrá bien.
En la calle, había una multitud esperando a ver si lo que
sacaban era un cuerpo
cubierto con una manta roja (todavía vivo) o negra
(muerto). Acababan de llegar tres
coches de policía, probablemente con técnicos de laboratorio.
Winter se abrió paso
entre la multitud (medio muerto) y buscó un medio de
transporte.
—Haremos el Circuito Solar—dijo al conductor.
—¿Por el exterior o por el interior?
—Empiece por el exterior.
—Hecho .
Así, la primera parada fue en EL TRUENO DE TRITON. Pagoda
exterior. En el interior,
salón de té decorado en teca, ébano, nácar y jade.
Farolillos. Cuatro gordos mandarines
(todos ellos actores pagados) bailaban en cámara lenta,
con amplios abanicos,
campanillas en las manos, cantando con grititos de
eunuco. Las bebidas tenían
nombres como “Elegía por una Hoja Caída”, “Dragón
Vengativo”, “Amor de Luna” y
“Año del Quark”.
—Uno de cada—pidió Winter.
Luego, el NAUSEA DE SATURNO Vl. Exterior Fuerte de la
Legión Extranjera con
cañones, muñecos imitando soldados muertos (Compañía de
Disfraces Criterion) en las
aspilleras. Interior: arena, palmeras, mesas de caballete
y camareros vestidos de
centinelas. Música de Alfie Dreyfus & Su Dúo
Ensordecedor. Bebidas: Hachís, Morfina,
Cocaína, Opio, Marihuana I, Marihuana II y Marihuana III.
—Uno de cada.
Indicó al conductor que entrara con él en el REINA DE
CALISTO, sólo por seguridad.
Era un antro homosexual con camareros travestidos, de
aspecto y actitudes
peligrosamente seductoras. Candelabros de cristal,
cristales esmerilados para
proporcionar una tenue iluminación a “Las Posturas
Posibles Probables”. Música de Los
Traficantes Duros. Bebidas llamadas “Prostitución”,
“Ligue”, “Caricia Ardiente”, “Carta
Lujuriosa” y “Obscena Parada de Autobús”.
—Dos de cada.
Luego, EL GENITAL DE GANIMEDES, un lugar nudista. Al
entrar dejas la ropa, y te dan
cosméticos para que te pintes la cara de blanco o de
negro, según cuáles sean tus
preferencias. Decoración africana. Bebidas “febriles”:
Amarilla, Dengue, Moteado,
Escarlatina... CAMPANAS DE MARTE, con decoración de
espejos y buffet libre de
afrodisíacos. LA CASA DEL TERROR, llena de bromas
pesadas. EL LUNA TIC, EL
ANDROGINO DE VENUS, para transexuales recuperados. EL
HOYO. Yo le esperaba
allí, junto a la barra del bar decorada con cráneos, cada
uno de los cuales tenía una
manzana entre las mandíbulas.
La conmoción y la bebida le producían una calma
artificial que se había impuesto a lo
que gritaba en su interior. Si perdía aquella calma, se
echaría a llorar, histérico. Pero lo
que yo tenía que decirle no le llevaría a las lágrimas.
—Saludos, gentil y hermosa Brunhilda—tartamudeó,
sentándose junto a mí en el vacío
bar—. Reina del País de los Hielos. Esposa del Rey
Gunther. También Valkiria de
Wagner y de Sigfrido.—Se adueñó de mi copa—. Por lo
visto, conservas mi número de
teléfono. ¿O es que me habéis seguido?
—¿Qué importa, Rogue?—repliqué—. Estoy aquí para hablar
contigo. Siento
muchísimo todo esto.
—¿Qué hay que sentir? El amor viene, el amor se va, pero
siempre habrá chicas. Si es
que eso significa algo. ¿Por qué lo sientes?
—Porque parte de este lío es por mi culpa.
—Las chicas vienen, las chicas van, pero siempre habrá
amor. No se puede decir que
sea una mejora. ¿Por qué?—me espetó.
Me guardé algo. Suppressio veri, creo que lo llaman
en términos legales. Tenía que
hacerlo hasta que fueras formalmente coronado.
—¿Por qué?—insistió.
—Porque habrías rechazado el trono; y te necesitamos en
ese puesto.
—¿Por qué?
—Es el punto crucial del tráfico de la Meta Mafia.
—¿Aquella chica jin que conocí en la Cúpula Bolonia?
—No. Ella participa en una de las operaciones de Tritón
destinadas a acabar con la
Mafia. La Mafia no es una operación interior China.
—Pero todo el mundo cree...
—Es Maorí, y tú estás al mando desde la coronación.
Aquello le cayó como un martillazo.
—Así fue cómo Te Uinta pudo financiar tu carísima
educación.
Winter seguía con la boca abierta.
—Y por eso tu. .. Y por eso le ha pasado lo que le ha
pasado a Demi Jeroux. Tritón hará
lo que sea para acabar con el contrabando, y ahora tú
eres el objetivo. Quieren
obligarte a hacerlo.
—¿Matando a Demi?—Sacudió la cabeza confuso—. No tiene
sentido.
—Claro que no. Por eso no creo que la hayan matado. Creo
que la tienen prisionera.
Será el trato que te ofrezcan. Por eso tenía que verte lo
antes posible, para planear tu
próximo...
—¿Sabías todo esto y has dejado que sucediera?—me
interrumpió bruscamente.
Un airado color blanco sustituyó el rojo de la bebida, y
las cicatrices reales de sus
mejillas se pusieron lívidas.
—No sabía que fuera a suceder.
—Te dije que había que protegerla y tú me prometiste que
te encargarías. “Confía en
mí”, dijiste.
—Al menos, puede que esté viva.
—Puede. Crees. ¿Más garantías tuyas en las que debo
confiar?
—No.
—¿Está viva? ¿Sí o no?
—No lo sé. Sólo puedo rezar para estar en lo cierto sobre
las tácticas de Tritón.
—¿Ha sido secuestrada?
—No lo sé. No puedo saberlo. No podemos hacer otra cosa
que esperar. Si se ponen
en contacto contigo, lo sabremos.
—¿Y has venido para planear mi próximo
movimiento?—gruñó—. No mires ahora, Mata
Hari, pero pueden contactar conmigo cuando quieran sin
importar si Demi está viva o
no, ¿y quién va a saberlo?
—Cierto, pero...
—Zorra listilla. Eres tan ingeniosa, con tu juego de
ajedrez, con tu invento de los “Doce
Días de Navidad”... Sí, condenadamente lista. No puedes
hacer nada directamente, por
el camino fácil. No, eso no sería genial. No sería digno
de James Bond. Tienes que
joder a todo el Solar con tus complicaciones, y ahora me
has jodido a mí. Gracias,
Odessa, algún día te devolveré el favor. Sabrás que he
sido yo porque será algo
sencillo y directo.
Winter salió rabioso del bar, y le vi caminar hacia su
transporte. Se hizo llevar a la
rotonda Beaux Arts. Cuando entró en su apartamento,
seguía rabioso. Entonces, dejó
escapar el aliento contenido y la ira se evaporó al ver a
la psigata de Demi,
cómodamente apoltronada en el sofá, y la llave que había
entregado a la chica sobre la
mesita de café, con una flor atravesando el agujero.
Pero ni rastro de Demi Jeroux.
—;Bien! ¡Nada de secuestro, nada de asesinato! —Estaba
exultante—. Escapó de los
Jins y vino aquí para dejarme la buena noticia. Una buena
y considerada chica de
Virginia. Dicho mensaje consiste en ti—añadió, alzando a
la psigata y besándola—. Y
en la llave.
También besó la llave.
—Veamos, si he captado las pautas, Demi se ha dado a la
fuga para protegerse. Toda
una evasión, y sólo Dios sabe en qué se ha transformado,
siendo la locuela titánida que
es. ¿Cómo demonios voy a encontrar a alguien que puede
ser cualquiera? ¿Tú? —
preguntó repentinamente.
Se descolgó la ronroneante psigata del cuello.
—¿Demi? Oye, que no es momento de bromas. ¿Demi?
—Qrst—respondió la gata, a medio camino entre el maullido
de un siamés y el gruñido
de un koala.
—Oh, vamos, cariño. Eres tú, ¿verdad?
—Rsvp—respondió melodiosamente la psigata.
—Dudar siempre, jamás saber—murmuró Winter—. ¡Maldición!
Tengo que encontrar a
nuestra evadida, pero el problema es que no quiere ser
encontrada. Añade un ataque
Jin al terror que sentía por lo del embarazo, y la pobre
chica debe de estar muerta de
miedo.
Se sentó en el sofá y puso los pies sobre la mesita de
café, mientras la psigata se
enroscaba en su regazo para ponerse cómoda.
—Shhh—murmuró—. Estoy sintiendo la habitación. Quizá haya
algo que me dé una
pista.
En silencio, sintió las pautas del Anima. Escuchó a los
cuadros, a los muebles, a los
recuerdos, a cualquier cosa que Demi pudiera haber
tocado. Algunas pautas eran
lentas y tediosas, otras agudas y brillantes. Las voces
eran como un coro de
sobreimposiciones y retazos deslabazados.
QuebonitosoyQuebonitosoyQuebonitosoyQuebonitosoyQue
P I N O P P I N O
e e
A A tulipán A A tulipán A A tulipán
J A P O N c J A P O N c J A P O N
PI E t ERR t PIE
r r
GII c
GOE c
t t
COE y SUM y COE
—Vamos, muchachos—suplicó—. Tenéis que haber visto a mi
chica. Desde luego, ella
os prestó mucha atención la primera noche que pasamos
juntos, ¿gig? Así que,
¿cuánto tiempo ha estado aquí? ¿Cuándo se marchó? ¿Qué
llevaba puesto?
La única respuesta fueron más pautas en crucigrama.
Suspiró.
—Son todos unos ególatras. Sólo se fijan en ellos mismos.
Su lema debería ser Le
monde, c'est moi.
Consultó con la gata.
—¿Tú qué me aconsejas, nena? ¿Crees que debería llamar a
Odessa Partridge?
Seguro. Ya me la imagino, preparando otra genialidad
estilo “Doce Días”. ¿Y Dampier?
Sí, me veo dando la descripción al Departamento de
Personas Desaparecidas: raza,
cualquiera. Peso, cualquiera. Estatura, cualquiera. Und
so weiter... “De lo único que
puedo estar seguro es de su sexo, pero cualquiera distingue
a una hipopótama de un
hipopótamo. ya me veo levantándole el rabo al bicho para
que me enseñe el aparato
genital. ¿Sabes una cosa, nena? Me parece que he cogido
la pauta por donde no era.
La psigata ronroneó, y Rogue siguió meditando en voz
alta.
—Tengo que encontrarla pronto. Mientras siga huyendo como
la Titánida Loca, sola y
desprotegida, no estará a salvo. Tarde o temprano, los
soldados Jin le pondrán la mano
encima. No puedo perrnitirlo...
“La cuestión es ¿habrá salido huyendo en cualquier
dirección, o se ha quedado cerca?
Apuesto por lo segundo. ¿Por qué? Considera la pauta, mi
querido doctor Gatson.
Nuestra chica tiene miedo por ella, pero también por mí.
Está al tanto de lo del ataque
en Venucio. ¿Por qué te iba a traer aquí, si no es para
tranquilizarme? Me quiere con
locura, mi pobre duende, y a ti también. Nunca nos
abandonaría. Está por los
alrededores, en alguna parte, cualquiera sabe cómo,
intentando protegernos a ti y a mí,
como la noble chica de Virginia que es...
“¡Pero quedarse en la retaguardia y esperar es cosa de
chicas! —gritó, repentinamente
furioso. La gata pegó un salto—. Hay que enfrentarse a
esta crisis con acción, lo que
significa que, primero, tengo que encontrarla. ¿Cómo? No
la buscaré. Saldré a la calle
con la mente en blanco, sin pensar en nada, y esperaré a
que suceda algo. Mantendré
todos los sentidos alerta, y por Dios que la antipauta la
obligará a descubrirse.
La búsqueda
Porque ésta es una verdad bien conocida de muchos;
cualquiera que sea la cosa perdida,
cuando la buscamos, sale a la luz
en cualquier hendidura, menos en la correcta.
WILLIAM COWPER
Se alejó de Beaux Arts para vagar sin rumbo fijo por la
Jungla Madre, al azar, sin planes
previos. Y, aun así, la serendipity de Winter le impuso
una pauta inconsciente. Si
alguien la reconoce, que nos envíe su respuesta: puede
ganar una de las cinco becas
gigantes para la Academia de Sabuesos del Solar.
Se encontró con Ching Sterne, editor y director de Solar
Media, que evitaba
cuidadosamente pisar las hendiduras del pavimento para
proteger su dinero.
—¡Rigella, nene! ¿Qué haces tú por la calle? Deberías
estar sudando sobre tu
ordenador. ¿Recuerdas la fecha de entrega de lo de
Bolonia?
—No llegaré a tiempo, Ching.
—¡Oi!
—Tengo problemas personales.
—¿Desde cuándo dejas que una chica se interponga entre un
cheque y tú?
—¿Cómo sabes que es por una chica?
—Las mujeres son lo único que hace que los hombres
olviden el dinero.
—¿Tienes idea de quién es. Ching?
—No. La única idea que tengo es arrancarle la cabeza.
Nunca habías entregado tarde.
Rogue.
—Ella lo vale.
—Ninguna chica lo vale. Maldita sea, tendré que rehacer
todo el calendario de entregas.
¡Amor! ¡Puaj!
Y Sterne siguió caminando hacia las oficinas de Media,
sin dejar de esquivar las
peligrosas hendiduras.
Winter vio una mula que había estado observando el
encuentro con estólida
concentración. atada ante la “Taberna Reata de Cuarenta
Mulas”. Se dirigió hacia el
animal y le habló suavemente .
—¿Demi? ¿Demi?—Se sacó el anillo de oro del bolsillo y se
lo enseñó—. Es tu anillo de
compromiso, Demi. La planta de Virginia. ¿No quieres
probártelo?
No hubo respuesta. La mula siguió mirando hacia la nada.
Winter hizo una mueca, y
estaba a punto de alejarse cuando vio la marca que el
animal llevaba en el flanco. Era
un círculo sobre una cruz, casi parecía un rayo de sol.
Sorprendido, entró en la taberna,
quizá para tomar una copa. y que le condenasen si no era
el Chalado Harry el que
estaba dentro, diciéndole ternezas a una camarera rubia.
Harry era un universitario y un escritor genial. Contaba
las mejores historias del mundo.
pero—por la razón que fuera—, nunca llegaba a
entregarlas. Vivía exclusivamente de
los adelantos y de los préstamos que recibía por sus
persuasivas propuestas. En
consecuencia, siempre estaba huyendo de los editores que
reclamaban sus historias y
de los acreedores que reclamaban su dinero. A Winter le
debía unos cinco mil.
—Ey Rogue... Hola, Rogue... ¿Quéquierestomar?—Chalado
Harry siempre hablaba a
ráfagas, como las ametralladoras—.
Leestabadiciendoalarubiaesta... Quetengouna
historiaestupenda... Unabibliotecaambulante..
Unéxitoseguro... Latengopensadadel
principioalfinal... Lomaloes
quequierenembargarmeelordenador... Llevotresmeses
sinpagarlosplazos...
—Y también llevas tres años sin devolverme lo que me
debes Harry.—Se volvió hacia la
camarera—: Alcohol puro con hielo por favor. —En ese
momento advirtió que la chica
llevaba un broche en forma de sol—. ¿Demi?—preguntó.
—Martha—le sonrió ella mientras le servía.
—Encuantoaesoscincomil—respondió Chalado Harry—, nopuedodevolvértelosahora...
arruinadoenbancarrotalosbolsillosvacíos... Pero...
Tengo... unabuenaoferta Brasil...
Leshevendidounguión... El tipohavenido alaciudad...
Tienepastagansa...
Perolaciudadselecaeencima... Quiereun pocodediversión...
Intentomantenerleaquí...
Puedoganarmillones... Pero...
Necesitountraductordeportugués...
A Winter le costó otro préstamo enterarse de cómo
terminaba “La Ciudad que Hechizó a
un Hombre”.
—Pobre Harry—murmuró para sí mismo mientras salía de la
taberna—. No hace otra
cosa que vender sus historias. ¿Por qué no puede
escribirlas?
Dejó de pensar y caminó sin rumbo fijo, con todos los
sentidos alerta, pero sin buscar
nada. Entonces fue consciente de un ruido que le seguía.
Se detuvo y se dio la vuelta,
curioso. Era una figura alta, esbelta, vestida con
andrajos, una capucha sobre la cabeza
y un bastón—el ruido que le había llamado la atención—en
la mano. En un cartel que
llevaba colgando del cuello, se leía:
PRIVADA DE LA FACULTAD
DE LA PALABRA Y LA VISTA
POR FAVOR, AYUDA
Llevaba una escudilla pegada al cartel. La capucha de
lana no tenía agujeros para la
boca ni para los ojos. Estaba decorada con el dibujo de
un sol.
Winter esperó hasta que la mendiga llegara junto a él
antes de dejar caer unas
monedas en la escudilla.
—¿Demi?—preguntó.
—Eho tuh—fue la réplica que le llegó—. Io soy Ba-ba-rah.
—¿Bárbara?
—Sa. Dioh he lo pahgue .
Y Winter la vio alejarse con su bastón por la calle, sin
saber que estaba siendo
atentamente observado por Pavo Real Perce.
Perce era tan engreído y vanidoso como su apodo. Se
gastaba la mitad de sus
ganancias en ropa. Antigua cachemira escocesa en invierno
(siempre se vanagloriaba
de escoger personalmente las cabras) y seda estampada
crepe de Chine en verano.
Llevaba corbatas nacaradas y cadenas de perlas (el oro o
le platino, metálicos,
hubieran tintineado). Pero, por supuesto, nada en las
finas muñecas ni en los dedos.
Desgraciadamente para Perce, aquel día llevaba una
alianza matrimonial de diamantes
y zafiros. La había “conseguido” la semana anterior. Muy indicativo
de que no pudiera
resistir la vanidad de lucir el anillo, aunque era dos
tallas demasiado grande para él.
Maldición, cuando Perce sacó la mano con la cartera de
Winter, descubrió que, a
cambio, le había dejado el anillo en el bolsillo.
Perce se quedó helado. Siguió al deambulante Winter sin
saber qué hacer. Examinó la
cartera, pero ni siquiera se le ocurrió contar el dinero.
Al infierno con eso, siempre podía
pescar a otro. Quería su hermoso anillo. Gruñó a una
mendiga ciega que hacía resonar
su escudilla, pero aquello le sugirió una idea: se
dirigió hacia Winter, le detuvo y le
tendió la cartera.
—Perdone, amigo, ¿es suya? Me parece que se le ha caído.
Otro sobresalto. La camisa crepe de Chine tenía un
estampado de soles.
—Dem... —Winter se detuvo en seco. No, claro. Cogió la
cartera y la examinó—. Sí, sí,
es la mía. ¿Cómo demonios he podido...? No sé cómo darle
las gracias. ¿Quizá una
recompensa? Usted dirá.
—Nada de recompensas, señor, pero... bueno, estoy
buscando un anillo que se me ha
perdido, es de mi esposa, así fue como encontré su
cartera. Quizá, quizá usted lo haya
visto.
—Lo siento—sonrió Winter—. Me gustaría devolverle el
favor, pero no...
—¿No sería posible que lo encontrara y luego lo olvidase?
—No, claro que no. Lo siento.
—Son cosas que pasan, señor. Y usted parece un poco
distraído. Quizá lo recogió, se
lo metió en el bolsillo y ya no se acuerda. ¿Le
importaría mirar? De señora. Diamantes y
zafiros. Sólo un vistazo, por favor.
No era una idea genial, pero tampoco hacía falta: eran sus
manos las que trabajaban.
—¡Hola, Nig!—gritó Winter—. ¡Espera un momento!—Se volvió
hacia Perce—. Lo
siento. Gracias otra vez.
Y corrió hacia el otro lado de la calle para reunirse con
una encantadora albina. Llevaba
gafas oscuras para proteger los ojos rojos, sombrero de
ala ancha para que la luz no le
diera en el rostro, y un vestido de manga larga para
protegerse del sol hasta el último
centímetro de su piel. Nigelle Englund. Winter la
recordaba muy bien.
—Doctora —susurró—. Tengo unos agujeros en la cabeza
desde que me corneó un
mamut en Ganímedes. ¿Hay alguna esperanza para el mamut?
Nig se echó a reír. Era veterinaria y analista,
especializada en las rarezas y neurosis de
todos los animales mestizos del Solar, y el Solar
producía elementos realmente
extraordinarios.
—Nada de Ciudad Reducida va, Rogue—dijo—. Ahora soy la
Señora de la Pocilga.
—¿Pocilga? ¿Qué pocilga?
—El zoo de la ciudad. Soy la Gnadige Direktor.
—¡Jigjiz! Y pensar que te conocí cuando...
Ella le dirigió una mirada que Rogue sintió aguijoneante,
incluso a través de las gafas
oscuras.
—Dejémoslo correr, guaperas. El zoo me llama.
En ese momento, Winter advirtió los dos soles dibujados
en las patillas de sus gafas.
—¿Demi?—preguntó.
—¿Qué?
—Me habías investigado, Demi. Quizá sabes lo que hubo
entre Nig y yo.
—Cariño—dijo con voz dura pero tranquila—, lo último que
supe de ti fue “Tengo ~ue
hacer un trabajo para Solar en Titán, cielo. Te llamaré
dentro de cinco semanas”. ¿Qué
demonios me cuentas ahora de esa tal Demi?
—Lo siento—murmuró—. Lo siento. Estaba pensando en otra
cosa. Citaba una frase de
una historia en la que estoy trabajando. Vamos con tu
colección de animalitos, si no te
importa que te acompañe. Dios sabe que ahora mismo
necesito un poco de ayuda y
consuelo.
—No será por mi parte, guaperas. Puedes llorar un rato
sobre los hombros de los
animales. Son un público muy atento.
Pasó por los hábitats naturales (el zoo proporcionaba a
cada animal su medio ambiente
adecuado): perros salvajes de Australia, kudus,
onagros...
—¿Demi?
—¿Demi?
—¿Demi?
Nada. Se detuvo para contemplar a una multitud de niños,
visitantes de todo el Solar,
riendo, gritando y aplaudiendo ante un llamativo
espectáculo de marionetas tamaño
natural. El argumento: un sucio y abominable maestro de
ceremonias (¡SSSS!) tortura a
los animales, obligándoles a saltar a través de aros de
fuego, a hacer juegos malabares
y a montar sobre artefactos, todo ello con un látigo al
rojo (¡BUU!). Entonces, un
orangután más decidido que los otros se rebela (¡ANIMO!),
los demás animales se unen
a la revolución (¡HURRA!), derrotan al malvado maestro de
ceremonias (¡RISAS!) y, con
su propio látigo, le obligan a hacer los mismos trucos
(¡VIVA!). Música: “El Carnaval de
los Animales”.
Winter siguió caminando por allí: cebras, pinguinos, ornitorrincos.
. .
—¿Demi?
—¿Demi?
—¿Demi?
Nada. Babirusas, tritones, hemionos...
—¿Demi?
De todos modos, no tenía demasiadas esperanzas. Se detuvo
para contemplar un
magnífico carrusel marítimo: caballitos de mar, morsas,
ballenas, delfines, moluscos
gigantes, tiburones amistosos, incluso un simpático
pulpo. Niños de todo el Solar (y
unos cuantos adultos nada avergonzados) cabalgaban sobre
los animales al ritmo de la
música de “La Mer”. Le sorprendió ver a la mendiga
ciega a lomos del pulpo, moviendo
el bastón al ritmo de la música.
“Me recuerda el chiste de la coronación”, se dijo Winter.
Y reanudó su paseo sin rumbo. Tigres, leopardos blancos,
jirafas, pumas, linces,
dromedarios, gatos monteses... Una de las panteras
negras, se acercó a la barrera de
seguridad y le dedicó un rugido tan sentido que casi le
convenció.
—Tienes que ser tú, Demi. ¿Verdad? Vamos, amor, sal de
ahí. Tengo algo para ti. Mira.
Tu anillo de compromiso.
Se metió la mano en el bolsillo y sacó una alianza
matrimonial de diamantes y zafiros.
Estalló en carcajadas. En un momento, captó toda la
pauta.
—Demi, si de verdad eres tú, sal y compartiremos el
chiste.
Pero la pantera ya se había dado la vuelta. Winter buscó
otra vez, para asegurarse de
que también tenía el anillo rosa.
“Sólo hay una cosa que no entiendo—rió para sí mismo
mientras salía del zoo,
haciendo saltar la alianza en la palma de la mano—, y
tendré que preguntárselo al tipejo
aquel. Supongo que estará fichado por la policía. Lo
buscaré . “
No fue necesario. En la puerta de entrada, se encontró
con Perce y con un abogado
listillo, alto y delgado. Irrumpieron en el recinto como
si estuvieran persiguiendo a
alguien, lo que era completamente cierto.
—¡Es él!—gritó Perce.
Y, sin más preliminares, el leguleyo amenazó a Winter con
el fiscal del distrito, y le dio
una conferencia acerca de objetos robados,
responsabilidad legal, investigaciones
policiales, autos de reivindicación y un juicio cuyas
costas tendría que pagar.
Winter sonrió y sacó el anillo.
—Un trabajo rápido—dijo al ratero—. ¿Cómo te llamas?
—Perce.
—Perce, ¿qué más?
—Sólo Perce .
—El abogado dice que este anillo es tuyo.
—De mi esposa.
—¿Y cómo ha llegado a mis manos? ¿Lo encontré?
—¡Ni hablar!—Perce parecía indignado—. Me lo quitaste del
bolsillo cuando te devolví
la cartera.
—A callar, abogado—dijo Winter, al ver que el otro se
disponía a intervenir—. Te diré
una cosa, Perce. No habrá acusaciones ni
contraacusaciones. Te devolveré el anillo si
me dices una cosa.
—¿Cuál?
—¿Cómo demonios se te pudo caer mientras me quitabas la
cartera?
Perce enrojeció hasta las orejas. Titubeó un instante,
pero la cálida mirada de Winter le
dio confianza.
—Se me resbaló. Me viene grande .
Winter se sintió agradecido por aquel segundo interludio
cómico en un día nefasto.
Tendió el anillo a Perce.
—Con tu trabajo, no deberías usarlo . ¿Vas a volver a la
calle?
—No hay mucha acción—le confió Perce. Como de costumbre,
Winter se había ganado
otro amigo al instante—. La feria es mejor, ¿no crees?
—Gig, Perce—sonrió Winter—. Vamos.
CIRCO INDIO AMBULANTE
DEL JEFE RAINIER
Osos rusos amaestrados, gimnastas suecos, Tanzsaal
alemanes, gitana's echadoras
de cartas, bocce italianos, delicias turcas, repostería
francesa, focas de Alaska, carreras
de perros como en Inglaterra... Lo único indio de todo el
circo era el Jefe Rainier, que
vigilaba la entrada, resplandeciente con su tocado de
guerra, su pintura de guerra y su
taparrabos. El puntero que utilizaba para señalar las
atracciones era un tomahawk.
—¡Jau!—gruñó—. Donde sale el sol, tierra del rostro pálido.
Donde se pone el sol, tierra
del piel roja. Esta tierra es de los pieles rojas. ¡Ugh!
Yo pagar impuestos. Yo tener
licencias. Piel roja fumar pipa de la paz. ¿Por qué
policía de rostros pálidos querer
cabelleras de pieles rojas? ¿Querer más plata? ¡Ugh!
¡Imposible! Tienda del Jefe
Rainier estar vacío.
—No somos de la pasma, jefe—le tranquilizó Winter—. Somos
unos simples clientes
que pagan su entrada.
—¡Caballeros! ¡Caballeros! ¡Tendrán que disculparme!—rogó
el Jefe Rainier—.
Ultimamente no dejo de recibir amenazas de agentes que,
lamento decirlo, quieren
dinero a cambio de su “protección”. ¿Qué poeta dijo: “La
tentación tiene música para
todos los oídos”? Entren, por favor. La taquilla está a
la izquierda. Que se diviertan.
—Ese sí que es un buen indio. ¿Cómo vas a robar en el
espectáculo?—preguntó
Winter.
Pero Perce ya se había alejado de él para hacer su
trabajo.
—Un auténtico profesional—murmuró, asegurándose de que
tenía todavía el anillo de
oro rosa y la cartera.
Vagabundeó por el circo, admirando a los payasos, a los
contorsionistas, a los fakires, a
los encantadores de serpientes y, sobre todo, a una
bailarina del vientre. ¡Dios le
guardara la cintura! El espectáculo le recordó las
gracias de Rabelais:
Los juegos de Gargantúa
Cuando se extendió la alfombra, jugó
Al ajedrez A la gallina ciega
Al triunfo A la bestia
Al tarot
Al hombre sin suerte
A la mujer desgraciada
A la tortura
A la última pareja en el infierno
Y, de repente, Rabelais no le pareció tan divertido.
Entonces, cerca de un comefuego búlgaro (que, según el
programa, también podía
andar sobre carbones al rojo), vio una tienda adornada
con una banderola. El dibujo de
la banderola consistía en un sol sonriente con cara de
borrachín. Cada una de las doce
llamas que formaban sus rayos, aparecía rematada por un
signo del zodíaco.
MADAME BERNADETTE
LO SABE TODO - LO VE TODO
—¡Una gitana irlandesa!—exclamó Winter.
Entró en la tienda justo a tiempo para oír cómo una
ballena estornudaba en la puerta de
al lado, y una bola de fuego rebotó en el techo de la
tienda antes de estallar. Oyó gritos
de ira. Evidentemente, el comefuego búlgaro había
fallado. El plástico muy antiguo y
seco, ardió como la hojarasca, llenando la tienda de un
cálido humo. La gitana se
agarraba a su bola de cristal y miraba aquel infierno
como si fuera la ira de Dios. Para
cuando Winter consiguió sacarla de allí, ambos estaban
chamuscados y semiasfixiados,
pero la mujer no soltó ni por un momento la bola de
cristal.
—Debes de ser Acuario—dijo a Madame Bernadette—. Si no,
llevas una especie de
blindaje. Si eres Demi, te estará bien empleado. ¿Eres
Demi?
No obtuvo respuesta. Se abrió paso entre la nerviosa
multitud, salió de la feria y se dejó
caer por Mmoda Mmoderna Mmark, donde negoció una
sustitución instantánea de sus
ajadas ropas, bajo un cartel que advertía que Mmark
estaba protegido contra hurtos por
Vídeo Vigilancia Inc. Para colmar el vaso, el logo de la
compañía de seguridad era un
sol con un ojo dentro, y el lema alrededor, como una
corona solar: Mientras Nosotros
Vigilemos, Nunca Se Quedará a Oscuras.
Mmoda Mmoderna se anunciaba en Solar Media, y los
dependientes reconocieron y
mimaron a Winter. Estuvieron encantados de ayudarle a
limpiarse y a elegir ropa nueva.
Salió de la sastrería renovado y agradecido, aunque
envuelto en el tormentoso halo de
los exasperantes fracasos del día. Además, se sentía
furiosamente inseguro sobre
cómo enfrentarse al desastre en el que Demi había quedado
atrapada. El ruido lejano
de un tambor contra el suelo le recordaba el paso del
tiempo. En ese momento, tres
soldados de Tritón cayeron sobre él. Winter pasó furioso
junto a los dos aprendices de
la orquesta y entró bruscamente en mi despacho. Yo estaba
luchando contra la
obstinada virginal, todavía intentando darle el tono
adecuado para un concierto. Winter
estaba tan furioso que las cicatrices de las mejillas le
brillaban. Era el Rey Matador de
pies a cabeza, o quizá un león marino (Lumetopias
lubeta) furioso, buscando a su
hembra.
—De acuerdo, Odessa—rugió—. Tu plan de operaciones.
Oigámoslo.
—Siéntate, nene. Más vale que te calmes. Me parece que
necesitas una copa.
—Hoy he bebido suficiente como para fletar un
barco.—Winter estaba temblando—.
¿Cuál es el plan?
—Beber—insistí con firmeza .
Toqué el timbre. Entró Barb, con una bandeja en una mano
y el bastón de ciega en la
otra. Aquello detuvo en seco a Winter. Miró a Barb, luego
a mí. Y se habría caído al
suelo de no tener una silla bajo el trasero.
Bárbara dejó la bandeja con las copas y se echó hacia
atrás la capucha para dejarnos
ver un rostro como el que aparece en las monedas. Sus
rasgos eran como los de la
Estatua de la Libertad. Una cara limpia de homosexual
(las lesbianas son nuestras
mejores Gardas), que hacía juego con un cuerpo esbelto y
duro.
—Io so Ba-ba-rah—dijo—. ¡Cristo, Winter, menuda carrera
me has hecho dar!
Nuestro “Perdiguero” estaba sin sangre en las venas, como
solía decir Soho.
—Hombre rico, hombre pobre, hombre mendigo y hombre
ladrón—le señaló Barb
mientras le ponía un coñac en la mano—. Y siempre así.
¿Fue deliberado o accidental?
—Inconscientemente deliberado —respondí en su lugar—. En
realidad, Rogue no
comprende su afinidad con las pautas del Anima Mundi.
—Doctora, abogado, jefe indio...—Winter asintió—. Claro.
No, no fue deliberado. Pensé
que no hacía más que vagar por ahí, esperando que Demi
se...—Tomó un sorbo de
coñac—. Entonces, ¿hay algo que me guía?
—Gig, Rogue—afirmé—. Lo mismo que te guió hacia aquella
niña ahogada en la
Cúpula de Gales. El Alma del Mundo. El sustrato que te
hace oír cómo hablan las
cosas. Lo que te hace ver lo que todo el mundo ve y
deducir cosas que nadie más
deduce. Tú lo llamas Sintetismo. Yo lo llamo Anima
Mundi. Es lo mismo.
—¿Dios, quizá?
—Otros lo llaman así. ¿Por qué no? Es lo mismo.
Asintió de nuevo.
—El todo es mayor que la suma de sus partes, no importa
cómo lo llames.—Se volvió
hacia Barb—. ¿Me estabas siguiendo?
—Me lo asignaron.
—¿Sabes lo de mi Demi?
—Me informaron.
—¿He...Ha...? No, espera. Estoy tan aturdido que no puedo
ni explicarme. —Respiró
profundamente—. ¿Hubo algún ser vivo a mi alrededor,
siempre cerca de mí, sin que yo
me diese cuenta? ¿Hubo algo a lo que no prestase
atención?
Bárbara sacudió la cabeza.
—¿Hubo algo que intentara atraer mi interés?
—Pavo Real Perce, nada más. Bueno, también estaban los
tres soldados japo-chinos,
pero a dos de ellos les dedicaste mucha atención antes de
matarlos. Dios, los maoríes
de Ganímedes sí que saben entrenar a sus asesinos.
Podríais dar lecciones a Atila el
Huno.
—¿Dos? ¿Se escapó uno?
—No.
Winter nos miró alternativamente a las dos. Me encogí de
hombros.
—Estabas muy ocupado encargándote de los dos primeros,
así que Barb te echó una
mano. Puede matar de un tiro desde cincuenta metros.
Espero que no te importe.
—No soy tan machista. Te estoy agradecido, Barb, muy
agradecido. De verdad.
—Los hombres tenemos que ayudarnos unos a
otros—sonrióBárbara.
—Gracias otra vez. Pero escuchadme bien las dos. Lo más
importante para mí es
recuperar a mi chica, y no sé qué hacer. Nunca pensé que
llegaría un día en que no
entendería una pauta, y menos habiendo tanto en juego
como... Bueno, no importa.
¿Alguna sugerencia?
—Tienes que llegar a un acuerdo con Tritón—respondí.
—Adelante .
—Quieren que acabes con el contrabando.
—¿No pueden arreglárselas solos?
—No. Eres el único que puede hacerlo, Rey R-og.
—Pues no quiero.—Se estaba enfadando otra vez—. Esos
jodidos jins, sentados sobre
sus Meta, humillando a todo el Solar... Son como aquellos
jodidos árabes de antes,
sentados sobre su petróleo. . .
—Y el resto del Solar opina lo mismo. Sobre todo, desde
que Tritón empezó a
comprarnos con el dinero que les dábamos por sus Meta...
Este edificio Paire Banque
les pertenece. Pero ¿quieres recuperar a tu Demi?
—¡Santo Dios, qué pregunta! ¿Por qué crees que llevo todo
el día haciendo el idiota?
—Entonces, tendrás que pagar el precio. No volverá hasta
no estar segura de que las
cosas se han enfriado.
Gruñó.
—Y el precio es acabar con la Mafia Maorí.
Rogue movió una mano, impaciente.
—Supongo que sí., Qué garantías tengo de que eso la
tranquilizará, esté donde esté?
—¡Ah, ahí es donde entramos nosotros! Pedimos garantías
por escrito, y no hicieron ni
caso. Pedimos un depósito, y como si nada. Lo más
probable es que el banco donde se
hace el depósito sea suyo. Pedimos...
—Un momento. ¿Cuándo y dónde empezaremos a movernos?
—Cuando y donde ellos se acerquen a ti.
—¿Y qué les obliga a acercarse a mí?
—Vas a pedir un visado para visitar el satélite
Celestial. Ésa será la prueba de que
estás dispuesto a negociar. A partir de entonces, ellos
se encargarán de todo.
Dirigió una mirada aviesa a Bárbara.
—Calderero, sastre, soldado y espía—dijo—. Así que soy el
cebo para Tritón. La
verdad, a esa Anima Mundi hay que darle de comer
aparte.—Se volvió hacia mí—:
Entonces, ¿qué es lo que quieres de mí?
—Nada. Aparte del tradicional baile de negociaciones,
tenemos una ventaja sobre ellos.
—¿Cuál?
—Un rehén en depósito.
—¡No! ¿Quién?
—El mandarín más importante de entre todos los dirigentes
de Tritón. Su shogun de
información y decisiones. Jefe de “Los Puños de la
Armonía por Derecho”, “La Secta
Tong” del siglo diecinueve.
—¿Tenéis a ese macher? ¿Aquí, en la Tierra?
—No exactamente, pero le hemos identificado. Un
distinguido investigador: Tomás
Young.
Winter saltó en la silla.
—Ta-mo Yung-kung en Tritón. Lo de kung significa “duque”.
Es un noble manchú.
—¿El gran exobiólogo?
—El mismo.
—¿El amigo que me dijo que estana encantado de examinar y
atender a mi Demi?
—Eso les habría ahorrado muchos problemas.
—Pero... Pero... ¿Cómo...?
—Una de sus tapaderas secundarias, Rogue. Lo más corriente
en Inteligencia. Conocía
a Tomás como Soho Young, cuando él tenía una casa de
empeño en la Jungla, hace
años. ¿Has oído hablar de un local de porno duro llamado
“Pulso entre Sábanas”?
—¿También era suyo?
—No, mío.
—¡Dios santo! ¿Cómo os las arregláis para representar
tantos papeles diferentes?
—¿No representas papales diferentes cuando estás haciendo
una inquisición y cuando
estás sintetizando?
—No luchamos por la simple supeNivencia—intervino
Bárbara—. Eso fue lo que acabó
con los dinosaurios. El lema de hoy es: “Los Muchos
Heredarán la Tierra”.
—Espionaje para niños—bufó Winter.
—No, masacre a granel —le contradije—. Es cuestión de
tiempo y de presupuesto.
Todos sabemos que hay agentes de Inteligencia operando
por ahí, eso lo damos por
hecho. El problema es mantener a tus agentes trabajando
el máximo tiempo posible,
antes de que sus agentes de contraespionaje descubran la
tapadera. ¿Captas?
—Gig.
—Así que se pone un agente como señuelo. El señuelo no
sabe que lo es, cree que
está haciendo su trabajo. Cruzas los dedos para que la
Inteligencia de los otros gaste
su presupuesto anulando a los señuelos, de los que puedes
prescindir, mientras que los
agentes profesionales siguen trabajando. Pero hay que
impedir que se acerquen a
ellos. Eso es lo que hacía Young desde la casa de
empeños. Eso es lo que hacía yo
desde “Pulso entre Sábanas”.
—Estáis como cabras—murmuró Winter.
—La última vez—seguí— cometí un error. No creí que fueras
tan inteligente y perspicaz
como parecías, y te pido disculpas. Mi única excusa es la
segunda ley de Inteligencia:
Nadie es tan listo como parece.
—¿Cuál es la primera?
—Que nosotros no somos tan listos como creemos. Así que
voy a confiar en ti.
—¿Crees que debes hacerlo?—preguntó serenamente Bárbara.
—Tengo que hacerlo, Barb —respondí—. Lo primero que
tienes que hacer es solicitar
un visado para Tritón. Dos: ve a Ganímedes y detén las
operaciones de la Mafia. Esto
es necesario, porque te diré qué hay realmente en juego.
—Dilo .
—Penmite que Tritón siga con su monopolio sobre los Meta.
Podemos seguir pagando
un tiempo más, pero hay que detener sus compras ahora
mismo. ¡Se están adueñando
de todo el Solar! En cincuenta años, serán nuestros
propietarios.
—¿Vas a pactar con ellos?
—Una vez tu Mafia se quede quieta, y la chica y tú estéis
a salvo, tendremos a Ta-mo
Yung-kung como un as en la manga. Y es una baza ganadora.
Aunque la cosa acabe
en tablas, al menos habremos ganado tiempo para idear
algo más.
Winter se dejó llevar por la ira. Un poco machista, por
cierto.
—¡Tú y tus jueguecitos de niñas! ¡Tratos! ¡Intercambios!
¡Tablas! ¿Es que no te das
cuenta? ¡Estás tratando con hombres adultos, y no estamos
para juegos! ¡Podemos
deshacernos de ti en cuanto queramos! ¿Qué crees que soy,
otra de las cartas que
tienes en la mano?
—¡Rogue!
—Pues te diré lo que tienes. Soy el rey de los maoríes,
el de la doble caza.
—Por Dios santo, escucha. . .
—Muy bien, seguiré tus instrucciones. Pero, cuando llegue
a Ganímedes, no tengo la
menor intención de acabar con la Mafia. Se reirían de mí.
Sólo una estúpida mujer
podría pedir eso. No. Ordenaré un ataque, y hasta el
último soldado maorí me
aclamará. ¿Te has enterado, Brunhilda?
Rogue había tomado su decisión. Salió del despacho dando
un portazo. Miré a Bárbara,
no demasiado satisfecha por el desarrollo de los
acontecimientos. Y menos aún de mí
misma.
—Quizá debí hacerte caso.
—El tipo es un caso perdido. ¿Es que nunca
desarrollaremos un instinto de
supervivencia? Si pueden hacerlo las amebas, ¿por qué
nosotros no?
—Ve con él, Garda. ¿Quieres refuerzos?
—Negativo—sonrió—. ¡Y pensar que iba a ofrecerle la mitad
de las limosnas que me
dieron...!
Estrategias contra tácticas
En el amor y en la guerra, todo vale.
SUSANNAH CENTLIVRE
Eso que a veces parecen errores, son tácticas.
ALEXANDER POPE
Con esa percepción retrospectiva de - de la que siempre
te estás ufanando,
Odessa, es cómo veo yo las hazañas y estupideces que hice
después de largarme de
tu despacho echando humo por los ojos. Había gritado ante
la idea de pactar con
Tritón. ¡Dios Todopoderoso! Estaba deseando pactar con
todo el Solar con tal de
recuperar a mi Demi. ¿Dónde estaba? ¿Dónde se había
escondido? ¿Cómo estaba?
¿Estaba a salvo? No tenía ni la menor idea. Aquélla era
una pelea de la que no se veía
el final.
Volví a la rotonda Beaux Arts, me puse un mono ligero,
llené una bolsa de viaje con
cosas poco pesadas—sólo se admiten cien kilos por
pasajero, entre peso físico y
equipaje—, puse una ancha venda de lunares en torno al
cuello de la psigata para que
estuviera distraída, y la schlepped en el despacho de Nig
Englund, en el zoo .
—El hospital de animales está al otro lado de la calle—me
indicó Nig.
—No está enferma.
—Entonces, ¿por qué lleva el cuello vendado?
—Es su pasatiempo favorito. Le gustan las manchas.
—Nig echó un vistazo a mi bolsa de viaje .
—¿Vas a alguna parte?
—Ajá.
—Y quieres dejar tu mascota en el zoo. Mira, Rogue, con
nuestros animales ya
tenemos más que suficiente. Y encima nos traen de todo lo
que te puedas imaginar.
—Quiero dejarla contigo.
—Ah, ¿sí? ¿Y qué tienen de malo los hoteles para
animales?
—Sólo confío en ti, Nig. Esta gata es muy especial. No
quiero correr el riesgo de que
coja cualquier enfermedad en una de esas madrigueras .
—¿Por qué es tan especial?
—Quinta Enmienda.
—De acuerdo. ¿Cómo se llama?
—Jer... —empecé a decir antes de interrumpirme. Estaba a
punto de darle el apellido
de Demi cuando comprendí que Nig se refería a la psigata.
Y no tenía ni idea de la
respuesta—. No tiene nombre. Yo la llamo “Madame”.
Nig siempre había podido leer en mi interior, pero esta
vez lo dejó pasar.
—A ver si tenemos sitio.
Tecleó algo en el ordenador que tenía sobre la mesa, y en
la pantalla apareció un “/
OKEY” iluminado.
—No quiero que Madame comparta una jaula—dije
rápidamente—. Podría resultar
herida en una pelea. ¿No podría estar sola?
—Lo intentaré—suspiró Nig—. A veces me responde a
preguntas que no le he hecho.
Apretó más teclas, y esta vez apareció una indicación que
la remitía a la Zona , Casa
, Jaula .
—Perfecto. Tu amiguita tendrá habitación individual junto
a los conejos. ¿Qué come?
—Cualquier cosa moteada: caviar rojo o negro, también...
—Le daremos puré de guisantes y alubias pintas, y le
gustará. ¿Cuándo piensas
volver'?
—No lo sé.
—No importa. Dile a la señorita Jeroux que puede recoger
a la gata en cuanto quiera,
siempre y cuando pague la factura.
Aquí casi perdí los estribos otra vez. ¡Maldita sea, cómo
circulan los cotilleos!
De allí, a uno de mis bancos—utilizo tres para dar
esquinazo a las pautas de
impuestos—para obtener un cheque de viaje por valor de
dos mil. Dos mil, aunque sean
en papel moneda, pesan, y yo ya estaba incómodamente
cerca del límite de cien kilos.
Unos pocos gramos podían suponer una molesta diferencia.
Quería el cheque extendido por Orbe & Cía. Son tan
sofisticados y superiores—hasta
acuñan sus propios cincuenta soberanos de oro—que todo el
Solar respeta su papel.
Papel que, por cierto, es la desesperación de los
falsificadores.
Para daros una idea de su complejo de superioridad, una
vez cobré un cheque con
ellos y, al salir del banco, descubrí que por algún
misterioso error, humano o mecánico,
me habían dado cien de más. Yo, que soy el chico honrado,
volví a entrar e intenté
devolver el dinero sobrante. Un elegante cajero me
informó de que “Orbe no admite
reclamaciones después de que los clientes se hayan
retirado de la ventanilla, señor”.
En esta ocasión, solicité un cheque fraccionable, de esos
que se pueden ir entregando
poco a poco hasta el límite del total. El cajero (no se
trataba del mismo) pulsó algunas
teclas, y que me aspen si en la pantalla no relampagueó
un “/ OKEY”.
Evidentemente, había perdido la pista del dinero que
tengo en cada uno de los bancos,
un presagio prometedor: si ni yo mismo podía captar las
pautas de mi dinero, quizá
Hacienda tampoco pudiese. Pedí mil, bastarían para lo que
necesitaba.
Seguí tu consejo, Odessa. Fui al consulado de Tritón para
solicitar un visado turístico, y
así indicar que estaba dispuesto a llegar a un acuerdo si
me devolvían a Demi. El jin
que me atendió era más japo que chino. Absurdamente
cortés, obsequioso y sonriente.
Hablaba de manera siseante. Y estos tipos no sisean como
cualquiera, “Ssss”, no
señor. Más bien, expulsan el aire desde el labio
inferior, así, “Fffl”.
—Es un honor para nosotros, Sieurore Hiver (así se dice
“Señor Winter” en solaranto, el
idioma común del Solar). Ffff. Que un caballero tan
ilustre visite nuestro humilde y
lejano mundo. Ffff. ¿Cuándo recibirá Tritón el honor de
su visita?
—En algún momento de los próximos dos meses.
—Bien.—Marcó el número directo de teléfono que comunicaba
el consulado con la
embajada, y la respuesta volvió en un segundo, “/ OKEY”.
El tipo parecía
abrumado—. Se le conceden seis meses completos, medio
año, Sieurore Hiver. Ffff. El
máximo honor posible. Ffff.
Todo dulzura y suavidad. Pero, por si mi ira necesitaba
más combustible, lo recibió
cuando salí con mi pasaporte para Tritón.
E El vestíbulo del consulado estaba decorado con objetos
de arte y utensilios primitivos.
Y allí, con un hermoso marco, tenían una piel estirada,
un rostro maorí. una máscara de
cicatrices ceremoniales y tatuajes sagrados. Era mi padre
adoptivo, Te Uinta.
¡Venganza!
¡Por Dios que me vengaría!
Una nave de la Sternreise Kompanie tenía previsto
despegar hacia Ganímedes aquella
tarde. Iba llena hasta los topes, a excepción de una
cabina que estaba medio bien, lo
que quería decir que tendría que compartirla con un
extraño. ¿Con quién? ¿Cómo
demonios te las arreglaste, Odessa? Con tu Garda
lesbiana, Bárba-ra Bull.
(Muy fácil, Rogue. Reservamos la cabina entera y
cancelamos la mitad en el último
momento posible. Nuestra apuesta era de diez contra uno a
que saldrías para
Ganímedes lo antes posible. Si no aparecías, Barb habría
abandonado la nave.)
Me gustaba mucho la dama, y además le debía un favor,
pero no quería pasar
demasiado tiempo con Barb. Sois tan listos que tenía
miedo de que se me escapara
alguna pista sobre mis futuros planes. Era una nave de
lujo con haute cuisine, así que
me pasé la mitad del viaje en la cocina, fingiendo que
Media me había encargado un
reportaje sobre los chefs que trabajan sin gravedad. De
hecho, fue muy instructivo.
Habría sido una historia interesante, y me ayudó a
olvidarme de los dolores de cabeza.
Cocinar en caída libre es algo único. El chef flota en
medio de la cocina, que está a su
alrededor, por arriba, por abajo y a los lados. (Hay que
avisarle antes de que la nave
acelere o decelere, para que pueda asegurar cada cosa en
su sitio.) Puede ponerse de
cabeza y partir los huevos por encima del hombro. El
problema es que, en caída libre,
no hay manera de verter nada. Hay que sacudir y empujar
cada cosa hacia su lugar.
Imaginaos lo que es preparar mahonesa con gravedad cero.
El chef tiene otro problema. Las neveras reciben el frío
de la parte de la nave que no
está iluminada por la luz del sol. Hay reguladores por si
la temperatura baja demasiado.
Pero, a veces, la nave tiene que girar sobre sí misma, y
entonces las neveras se
convierten en hornos. En estos casos, el chef coge el
interfono y pone verde a toda la
tripulación de vuelo, que detesta utilizar los cohetes
laterales sin una buena razón
porque consumen demasiado combustible. “¡Imbéciles!
¡Estáis saboteando mi créme
brulée! ¿Sin una buena razón? ¡Étoilevoyage Compagnie se
enterará de esto!
Es un placer verle asar carnes y aves. Pone el rustidor a
una altura exacta sobre la
parrilla eléctrica. y le da un pequeño impulso para que
gire sobre sí misma. El rustidor
queda ahí, moviéndose constante, lentamente. Si se
desvía, un suave toque la
devuelve a su lugar para satisfacción del chef, aunque
todo esto es muy polémico.
Algunos chefs espaciales mantienen acaloradas discusiones
sobre RPMs y centímetros
de elevación sobre la parrilla.
Las gambas fritas a la francesa son algo digno de verse.
El chef sacude una botella del
mejor aceite encima de la parrilla. El aceite cae como
una ducha de gotitas. Las va
reuniendo hasta obtener un globo dorado que flota. En el
momento preciso, va
introduciendo los condimentos —aunque nunca me permitió
asistir a este
acontecimiento—seguidos por las gambas. .. Y quedas
transfigurado por la visión de
una deliciosa esfera girante, llena de marisco. Es como
cuando la zarina enferma se
dejaba hipnotizar por el reloj de Rasputín, sólo que los
relojes no se comen.
En las Cúpulas Turcas las amapolas crecen,
entre la marihuana, una a una florecen.
Tras aterrizar en Ganímedes, me libré de Bárbara por el
sencillo sistema de dejar mi
equipaje en la cabina y salir de la nave con mi amigo el
chef, llevando su manchado
uniforme y el gorro alto. Por supuesto, él iba hecho un
brazo de mar para pasar los tres
días de permiso con sus amiguitas, y además le ayudé a
pasar de contrabando doce
botellines de ginseng. Siempre insisto en devolver los
favores. Tomé un ganifoil hacia
las Cúpulas Turcas y me colé en el despacho de Ahmet
Troyj para proponerle una
estrategia de guerra.
Ahmet es el Número Uno, el gantze macher de los turcos.
Me debe muchas cosas, los
dos lo sabemos, y será mejor que me explique. Es genial
en su profesión, un estupendo
bey, un buen gobernador que ha llevado a los turcos a una
posición casi tan importante
como la de los jins. Pero si lo que yo sé fuera del
conocimiento público, le obligarían a
dimitir, sería expulsado, caería en desgracia y—peor
todavía—se convertiría en el
hazmerreír de todos. Al menos, eso es lo que nos decimos
el uno al otro.
Porque hace años, mientras yo investigaba la persona de
su padre, el distinguido Troyj
Caliph (fue mucho antes de su misteriosa y llorada
muerte), embajador de una docena
de capitolios, papá Troyj decidió que sus ojos
necesitaban un nuevo trasplante de
lentes. Fue a visitar al cirujano, llevando a su hijo
Ahmet para que le acompañase. Yo
iba tras ellos, con la esperanza de empaparme un poco del
colorido local. Por aquel
entonces, Ahmet tenía unos dieciséis años. Papá pensó
que, ya que estaban allí, valía
la pena que también le examinaran los ojos a su hijo.
Sentaron a Ahmet ante un cartel
luminoso lleno de letras. Descubrieron que tenía una
vista de lince, pero que no sabía
leer.
Hechos: toda su vida había estado viajando, siguiendo a
su padre de un destino
diplomático a otro. Adquirió unos modales sofisticados,
un encanto irresistible y unos
gustos caros. Se lo pasó de miedo... Y al embajador y a
los que le rodeaban nunca se
les ocurrió pensar que su hijo no estaba recibiendo la
más mínima educación. Todos lo
daban por hecho, y a nadie se le ocurrió comprobarlo.
Naturalmente, Ahmet nunca se delató. ¿Qué niño quiere ir
al colegio? Cuando tuvo
dieciséis años, ya era demasiado tarde para la escritura,
la lectura y la aritmética. Hasta
el día de hoy sigue sin saber leer o escribir. Años de
ocultar su ignorancia le han
proporcionado un centenar de astutos trucos y una memoria
fabulosa. Por suerte para
el gobernador, en los enclaves turcos utilizan improntas
de voz en lugar de firmas.
¿Puedes andar hacia atrás?
¿Puedes ayudar a tu hermana a coser?
¿Puedes escribir, puedes leer?
¿Puedes ayudar a tu padre a luchar?
Ahmet me recibió con un fuerte abrazo, no porque tuviera
miedo de lo que sé, sino
porque somos buenos amigos. Ahora tiene casi treinta
años: es chic, afable, moreno, ya
con escaso pelo, y tartamudea un poco al hablar, ya que
el idioma terrestre es el tercero
o cuarto que domina, y a veces titubea cuando busca una
palabra. No reproduciré los
tartamudeos.
—He venido a pedirte un favor, Ahmet—dije, presentándole
una botellita de ginseng
que le había quitado al chef.
—Faire des demandes—me sonrió—. Adelante, desafíame.
Delátame. Estoy
preparado.
—¿Sí?
—A.B.C.D.E.F.G.¿Qué tal?
—¡Ahmet, Ahmet! ¡Ésta no es manera de tratar a tu
chantajista favorito! Has estado
estudiando a mis espaldas.
—Gracias a una de tus maoríes. Surgió de la nada el mes
pasado. Me enseña en la
cama. Para el alfabeto utiliza sus conchas.
—¿¡Sus conchas!?
—De plata. Las lleva como un ceinture alrededor de las
caderas. ¿Cómo se dice
ceinture en vuestro maldito idioma? ¡Ah, sí, cinturón!
Tiene una fea cicatriz en el
trasero. Tukhas? Derriere? Trasero. ¿De qué favor se
trata, Rogue?
—¿Cómo conseguís los Meta, Ahmet?
—Muy fácil, pagamos a los jins con heroína. Medio kilo
por cada onza.
—¡Jigjiz? ¿Dieciséis por uno?
—Al menos, tenemos algo con que amenazarles. No se
atreven a cortarnos el
suministro de Meta. Si lo hicieran, les dejaríamos sin su
polvo de felicidad.
—¿Cuánto os envían?
—Tres mil cuatrocientas onzas de Meta al mes.
—¿Tanto?
—El hachís y las amapolas consumen calor y humedad como
si en ello les fuera la vida.
—Y vosotros les mandáis veintiocho mil kilos de caballo.
¿Refinado?
—No, crudo. Los jins prefieren purificarlo ellos mismos.
—De todos modos, es mucha heroína.
—Es para mucha gente. “Pimienta, sal, mostaza y sidra; Combien
peuple vive en
China?” Estoy seguro de que utilizan una buena cantidad
de heroína sin refinar para
mantener contentos a sus culís, en las minas. Por lo que
me han contado, allí abajo
está el infierno.
—Nunca he visto Meta en estado natural, Ahmet. ¿Puedo ver
el tuyo?
—¿Es ése el favor?
—Todavía no
—Utilizas el Meta, ¿cómo es que no lo has visto nunca?
—¿Cuántas de las personas que utilizan la plata han visto
el mineral natural?
—Sans réplique, como siempre. Vamos.
En una cabina nos pusimos unos trajes aislantes tan
pesados que nos hacían movernos
como osos polares, a espasmos. Ahmet me dio un golpecito
en el casco y me señaló la
antena de onda corta.
—¿Está conectada? ¿Me recibes, Rogue?
—Perfectamente.
—Entonces, haz exactamente lo que te diga. Y por lo que
más quieras, no toques nada
a menos que quieras convertirte en una nova.
—No, gracias, ya tengo demasiado fuego interior.
Una vez sobre el terreno lunar, todavía me sentía como un
oso polar saltando de
iceberg en iceberg, aunque lo que tenía que esquivar eran
rocas. Unos cuatrocientos
metros más adelante, Ahmet se detuvo junto a lo que
parecía una toba natural, y me
dejó sordo vía onda corta hablándome en turco, que no es
uno de mis idiomas. La toba
se deslizó a un lado, descubriendo una escotilla y unos
peldaños de piedra que
bajaban. Llegamos a una pequeña cámara con una puerta de
piedra, guardada por
cuatro osos polares armados hasta los dientes.
Más cháchara en turco. Los guardias hicieron que la puerta
de piedra girara sobre su
pivote, y la cruzamos. Volvió a cerrarse tras nosotros.
—Alta seguridad—me dijo Ahmet—. No porque el Meta sea précieux,
sino porque es
dangereux. No podemos permitir que los civiles
jueguen con estas cerillas.
Estábamos en una caverna esférica de hielo.
—Helio criogenizado en estado sólido—explicó Ahmet—. O
sea, cristalizado. Inerte
como el argón y el neón, pero más. Es una de las
poquísimas sustancias que no se
pueden catalizar con Meta. Se utiliza para los envíos y
almacenaje de los contenedores,
pero no resulta fácil mantener la temperatura a dos
grados Kelvin.
—Esa muñeca maorí te está convirtiendo en un pedante,
Ahmet—le dije, mirando a mi
alrededor—. ¿Qué hace ahí ese montón de piedras
preciosas? ¿Las guardáis en esta
cámara para que no las roben?
—Querido Rogue, son tu Meta.
—¿¡Qué!? ¿Esos ópalos?
—Aber naturlich.
Me acerqué para mirar mejor los cristales, preguntándome
si aquel playboy del Solar no
me estaría ziggeando el pelo. Parecían diminutos botones
iridiscentes, redondos,
pulidos, cóncavos por ambos lados, pero sin
perforaciones. El fuego opalescente que
latía en ellos parecía vivo y vibrante.
—¿Son éstos los famosos cristales Meta? Dímelo en serio,
Ahmet, nada de bromas.
—Oui.
—Son hermosos.
—Oui.
—Pero parecen tan inofensivos...
—Ahora, en su estado normal, lo son. Estoy hablando
completamente en serio, Rogue.
Son tectitas, meteoritos extragalácticos del espacio
profundo. Todavía se encuentran
tectitas normales en la Tierra: pequeños botones negros
tirados por ahí, inofensivos,
que van a lo suyo.
—Entonces, ¿qué hace diferentes a éstos?
—¡Ah! Son recuerdos del pasado cósmico. Según las
teorías, una lluvia de tectitas
saturó Tritón en su era volcánica. El calor geotérmico y
las titánicas presiones
radiactivas a las que se vieron sometidas, las
transformaron en los Meta. Cada uno de
estos botones es un caldero de energía comprimida.
—¡Por Dios que lo parecen!
—Por eso pueden obligar a los átomos a dar un salto
cuántico y liberar su energía.
Cuando vuelven a su nivel normal, absorben de los Meta la
radiación perdida y saltan
otra vez. Todo esto a velocidad “c”. De Broglie debe de
estar pegando saltos en la
tumba.
—¿Qué De Broglie? ¿Cuál De Broglie?
—Louis Victor. Perpetró todo el asunto de la mecánica
cuántica allá por , y nunca
supo dónde llegaría.
—¡Ahmet Troyj, Ahmet Troyj, has estado leyendo !
—La génesis es simple especulación, Rogue, pero se sabe
que los Meta pueden
encontrarse en la lava prehistórica, como los diamantes
de Africa. Los culís jin tienen
que extraerlos como los negros africanos.
—¿Cómo se manejan estos trastos?
—Herramientas con punta de helio sólido. Una especie de
mazas de herrero para
modelar el metal al rojo blanco, pero al revés.
—Tú quieres volverme loco. Gracias por la visita
turística, Ahmet. Te estoy tan
agradecido que ni siquiera te pediré una tectita de
recuerdo.
—De todos modos, no podrías llevártela.
—Claro, estos trajes no tienen bolsillos.
—¿Éste es el favor, todo el faveur y nada más que di
toyve?
—No. Para ser sincero, vine aquí con una idea
estratégica, pero tú me has dado una
táctica mucho mejor. Volvamos a tu despacho, sintetizaré
las pautas que me has dado.
Quiero que me construyas un Caballo de Troyja.
Por supuesto, nuestra sección TerraGardai había permitido
la operación Meta Mafia.
Aquí está el diagrama empírico de flujo del intercambio.
A ver quién descubre la broma
en el punto clave. No hay premio.
Maorí
Colmillos de mamut () que los jin tallan
Porfiras criadas en tanques, como mascotas ()
Porfiras Otros tintes Cúpula Excrementos Holanda de mamut
()
Maorí - Arte final Chicas ()
Cúpula Bélgica Oro () a cambio de arte
Oro por chicas Cúpula Holanda
Oro Contrabando
jin Meta Mafia
El Solar
() Los maoríes los cazan con armas modernas.
() El molusco que produce la púrpura imperial. Los maoríes
fingen que lo usan para
sus tatuajes.
() La única sustancia orgánica que puede producir un
brillante color verde en los
fuegos artificiales. También una forma de arte en
Calisto.
() Una especie de esclavitud voluntaria. Las chicas
maoríes son unas modelos
adorables y complacientes. y cualquier cosa con tal de
escapar de esa maldita Cúpula
machista.
() El escaso oro rosa que los belgas se niegan a vender
al resto del Solar.
¿Habéis descubierto la broma?
¿Cómo se roba algo que no se puede tocar? En las minas
africanas del siglo XX, los
robos de diamantes por parte de los trabajadores eran un
problema constante. Cuando
salían del vientre de la tierra, había que someterlos a
un examen médico concienzudo,
y aun así algunos se las arreglaban para escapar con
piedras. Cinco o diez quilates en
bruto, y un negro tenía todo lo que pudiera desear:
tierras, ganado, esposas... Lujo,
según los estándares nativos.
En Tritón no existía ese problema. Tras una somera
revisión física de los trabajadores
que salían de los depósitos de lava, hacían pasar a los
culís de uno en uno por una
cámara térmica. Si los sensores registraban algún punto
con una temperatura por
debajo de los cero grados centígrados, sabían que el loco
llevaba escondido alguna
especie de contenedor con temperatura de congelación y...
¡zap! Aun así, ¡maldición!...
alguien estaba robando. Meta de las minas. ¿Cómo?
Uno puede llevar los diamantes en la boca, o tragárselos,
metérselos en las orejas, en
las fosas nasales o en el ano, escondérselos en el pelo, incluso
bajo los párpados, en el
caso de las piedras muy pequeñas. Dentro de una herida se
pueden implantar
diamantes, etc. Pero con los Meta, es imposible. Son un
caldero a presión que
convertiría el cuerpo en una antorcha de combustión
lenta. Y la comparación es
generosa.
Cuando Pertes una operación, el punto débil es lo que
llamamos la Zona Negativa. Esa
broma era nuestra Zona Negativa, y no pudimos resolverla.
No me consolaba en
absoluto que los jins tampoco pudieran. Pero el
Sintetista lo consiguió. Iba de A a B y se
tropezó con X. La buena y querida serendipity nunca
te deja a la estacada.
Cazador contra cazado
Hou hsi 'cheng'chieng pen: “ Tienen un millar de
artimañas”.
ANTIGUO PROVERBIO CHINO
Cuando los muchachos de Ahmet Trooyj hubieron disfrazado a
los maoríes, probaron
los puntales, pintaron un enorme cartel en el que se leía
CIRCO INDIO AMBULANTE
DEL JEFE
RAINIER, doblaron las carpas y se marcharon, después de
desear a Winter y a sus
muchachos mucho éxito en su misión imposible. Tenían que
volver a sus granjas de
heroína.
Winter repasó a su personal: payasos, malabaristas,
acróbatas, luchadores,
presentadores, un mago hindú, una encantadora de
serpientes (papel representado por
Bárbara, que había ido a la Cúpula Maorí para hablar con
Jay Yael después de que
Winter le diera esquinazo), además de boas constrictor
(prestadas por la Cúpula Brasil)
atontadas con amatol, y una momia egipcia contorsionista.
¡Una momia contorsionista!
¿Quién se lo iba a creer?
También contaba con cierta bailarina del vientre, cierta
maorí que se había cansado de
enseñar el ABC a Ahmet —a Winter empezaba a caerle bien
la chica—, un peludo
comefuego y un “Judío Errante” de tres mil años que, a
cambio de un modesto Syce,
ofrecía consejos con la experiencia que le daba la edad.
(Tengo que interrumpir aquí, yo, Odessa, porque el dinero
jin era fundamental en la loca
persecución de Winter. El Solar utiliza papel moneda, por
supuesto: billetes, pagarés,
cheques... Pero, en las pequeñas transacciones, se
utiliza una moneda más
pesada. Tritón usa el Syce, diminutivo de Sycee, unos
pequeños lingotes de plata.
Sycee viene de sai-see, que significa “seda fina”, porque
la plata es tan pura que,
cuando está fundida, puede hilarse como la seda. Los
lingotes tienen forma de suela de
zapato, lo que no es de extrañar. Los mundos del Solar
tienden a conservar las formas
tradicionales de los lingotes: oro en anillos, cobre en
chapas redondas, latón en barras..
El lingote Sycee o Syce (símbolo: SS) = aproximadamente $
terrestres.
Medio Syce, S = $ terrestres.
La mitad de medio Syce, /S, = $.
La mitad de la mitad de medio Syce, /S (así de complicado
es el funcionamiento de la
mente jin) = $.
Les he traducido los nombres de la moneda Jin. En
realidad, SS, el Sycee, se llama
yuan-pao; el medio Syce, S, liangfen-chib yuan-pao, y lo
más típico entre los jin, las
monedas de plata con valor inferior a /S, el equivalente
a la calderilla terrestre,
reciben el nombre de i-mao-ta-yang, o “Gran Dinero”.
Todas las monedas, desde el
Syce completo hasta el Gran dinero, tienen forma de
zapato.)
Volvamos con el circo ambulante. Rogue Winter
representaba el papel de Jefe Rainier.
Estaba impresionante con su tocado, su taparrabos y la
espectacular pintura de guerra
que disimulaba las delatoras cicatrices de sus mejillas.
—Vamos a hacerlo todo según hemos planeado—dijo a la
compañía—. Nadie tomará la
iniciativa. Nadie saldrá corriendo tras una pista, por
prometedora que sea. Haréis
exactamente lo que os he dicho, ni más ni menos. Yo tomo
las decisiones. Vosotros
seguís órdenes. Y, por encima de todo, no diremos ni una,
repito, ni una palabra en
maorí. ¿Comprendido?
Todos asintieron obedientemente, incluso los duros e
independientes soldados maoríes
que constituían la mitad de la compañía. Después de todo,
se trataba del Rey Dos
Muertes R-og. Les hablaba en una mezcla de terrestre,
polinesio y solaranto, la lengua
común a todos los mundos del Solar, que sonaba algo así
como Sieurore Hiver, avant
nach oiffigg eolais favor. (Señor Winter, por
favor, acuda a información.) No es
precisamente la música celestial, así que tendréis que
conformaros con una traducción.
Las principales Cúpulas de Tritón están ocupadas por
razas puras de japoneses,
chinos, coreanos, malayos, filipinos, anamitas. Incluso
descendientes de los chinos
cubanos, que todavía hablan el Ku-Pa-Kuo, un extraño
castellano asiático. La capital de
Tritón es la Cúpula Catay, o al menos así la llama todo
el Solar.
Los jins insisten en denominarla Chung-kuo, que significa
Toda China, y más nos vale
creerlo.
Como se ha dicho antes, no son conocidos por su modestia,
y Chung-kuo también
quiere decir “El Reino Medio”. Todo esto viene de la
tradición jin, según la cual Catay
está situada en el centro de un sistema solar cuadrado,
al que gobierna por decreto
divino. Tritón está rodeado por cuatro espacios para
proteger su pureza, y más allá de
ellos se encuentran islas como huo-sing (Marte),
yueh-liang (Luna), y así
sucesivamente. Estas islas están habitadas por bárbaros
salvajes, a los que muy rara
vez se permite visitar el Reino Celestial.
Puesto que Tritón es una mezcla en diversas proporciones,
su principal lenguaje
hablado es el jih-penchung-kuo, japonés-chino o jin. Ahí
van algunos aspectos sociales
de Tritón, entresacados al azar de los archivos que
exigimos que estudien nuestros
agentes para evitar que den un faux pas cuando tratan con
jins. Os darán una idea de
lo arcaica que es su estructura feudal.
Los jins, que son la gente más sobria del solar, creen
que es un cumplido
emborracharse moderada y agradablemente en las ocasiones
festivas. Las personas
que son físicamente incapaces de hacerlo suelen contratar
sustitutos que se
embriaguen por ellos. Los mandarines, que están obligados
a beber con todos sus
invitados, suelen emplear a una especie de gorila que va
bebiendo solemnemente,
ronda tras ronda, hasta que el último invitado cae
rendido.
Los jins distinguen entre cinco clases de borrachera.
Según ellos, el vino fluye así:
Corazón ~ produce emociones sentimentales.
Hígado ~ produce belicosidad.
Estómago ~ produce somnolencia y rubor en el rostro.
Pulmones ~ produce hilaridad.
Riñones ~ produce deseo.
La novia y el novio beben vino, a la vez, de dos tazas
unidas por un cordón rojo. El rojo
es el color de la suerte, símbolo de la prosperidad y la
alegría. Todas las cartas,
comunicados y documentos llevan, invariablemente, algo
rojo.
De todos modos, los jins creen que cada hombre, por
naturaleza, no puede absorber
más que una determinada cantidad de suerte. La que exceda
esa cuota se te
acumulará en la cabeza y te hará daño. Frecuentemente,
cuando un jin cree haber
recibido toda su cuota, rechaza los beneficios producidos
por ulteriores golpes de buena
suerte.
En el tema del matrimonio a la Tritón, un marido tiene
derecho a matar a su esposa
adúltera, pero también tiene que matar al amante. Es una
cuestión de todo o nada. Si
no lo hace, se le puede juzgar por asesinato. Uno de los
principios de la jurisprudencia
jin es que jamás se puede dictar sentencia hasta que el
acusado no se haya confesado
culpable, y se cuentan historias espeluznantes sobre cómo
se consiguen las
confesiones.
Los médicos jins han escrito tomos y tomos sobre el
pulso, que se considera de enorme
importancia para aventurar un diagnóstico. Aseguran poder
distinguir entre veinticuatro
diferentes clases de pulso, y siempre lo toman en ambas
muñecas.
El hombre jin tiene absolutamente prohibido tocar a las
mujeres. Se han escrito tratados
filosóficos sobre si un hombre debe rescatar a una mujer
que se está ahogando, dado
que para ello tiene que tocarla. Por supuesto, los
médicos tienen prohibido—en nombre
de la propiedad—tocar a sus pacientes femeninas, y mucho
menos verlas desnudas.
En consecuencia, el médico llega a casa de la paciente
con una estatuilla que
representa el cuerpo de una mujer desnuda. La hace llegar
al dormitorio con
instrucciones de que se marquen en la estatuilla los
puntos problemáticos. Cuando le
devuelven la figura, emite su diagnóstico basándose en
las marcas.
En Tritón existen algunas curiosas supersticiones, que
ellos se toman muy en serio.
Creen que los crímenes ocultos de la gente malvada son
castigados por el Dios del
Trueno. El relámpago que suele acompañar al trueno es un
espejo mediante el cual el
dios ve a su víctima. Todo esto en la Tierra, claro, el
único planeta habitado donde hay
truenos y relámpagos. Los jins están convencidos de que
los terrestres son unos
monstruos de perversión, que mantienen muy ocupado al
dios.
Los hombrecillos y los animales de papel son una
constante fuente de temores en
Tritón. Creen que los magos pueden recortar las
figurillas de papel, deslizarlas bajo las
puertas o a través de las ventanas, darles vida y
obligarlas a obedecer sus inicuas
órdenes.
El misterio del “Espejo y Oído” se utiliza para resolver
problemas desconcertantes.
Envuelve un espejo antiguo en tela. Luego, sin testigos,
inclínate siete veces ante el
Espíritu del Horno. Después de esto, las primeras
palabras que oigas pronunciar a
alguien te darán una pista sobre la solución del
problema.
Otro método consiste en cerrar los ojos y dar siete pasos
con un espejo en la mano.
Abre los ojos al séptimo y, el primer objeto que veas
reflejado en el espejo, junto con las
primeras palabras que oigas, te darán una pista. Todo
esto se hace para ir siempre un
paso por delante del destino. Los jins creen poder
alterar.
El cielo o el paraíso es t'ieng-t'ang, que también
significa “objetos valiosos” en Tritón.
“Ser pobre en t'ieng-t'ang” significa tener sólo unas
pocas joyas, adornos y vestidos
valiosos. Esta expresión sólo se utiliza entre las
mujeres de clase alta, que jamás
aparecen en público sin maquillaje y ropa cara. Las
esclavas, mujeres de clase baja y
ancianas, ni siquiera lo intentan.
Los jefes supremos y subalternos no reciben ninguna paga,
sino que sacan lo que
pueden de sus cargos. En la mayoría de las Cúpulas, los
requerimientos oficiales y las
órdenes de detención son entregadas por corredores que
exprimen a las víctimas
encomendadas a sus cuidados. A cambio de un pequeño
soborno, informarán que “No
había nadie en casa”. Por un soborno algo mayor, “Ha
huido”, y así sucesivamente. Los
carceleros aceptan sobornos para permitir ciertas
libertades a los prisioneros. Los
ejecutivos de los tribunales aceptan sobornos a cambio de
utilizar su influencia. Todos
los sirvientes aceptan propinas.
Los agentes gubernamentales, del más importante al último
en el escalafón, tienen un
salario nominal y completamente inadecuado, pero ninguno
de ellos llega siquiera a
recibir el dinero. Viven de lo que pueden sacar de su
cargo. La costumbre es rechazar
el sueldo con humildes réplicas del tipo “El honor es mi
mejor paga”, o “No soy digno de
ello”, y reembolsarlo al tesoro imperial.
Estos altos cargos sin sueldo van siempre acompañados por
un cortejo de gongs,
sombrillas rojas y lacayos, que llevan enormes abanicos de
madera y carteles en los
que se leen los títulos de su señor en grandes letras.
Las ramas colaterales de la familia
imperial llevan cinturones rojos como distintivo.
El lenguaje coloquial de Tritón es el japonés-chino jin.
Todos los niños en edad escolar
tienen que dominar el jin como primer idioma, sin
importar qué idioma materno o
dialecto se hable en sus casas. A veces, éste es tan
diferente que tienen que aprender
el jin como idioma extranjero.
La lengua clásica formal es el japonés duro, y sólo lo utilizan
los universitarios y los
altos dignatarios, aunque la mayoría de los jins dejan
caer una palabra en japonés aquí
y allá para demostrar que han recibido una educación
cara. Por ejemplo, la palabra
japonesa koe en vez de la jin sei para decir “voz”, o
toshi en lugar de nen para “año”.
Esto crea una fuerte hostilidad, algo así como la que se
sentía contra Guillermo el
Conquistador y sus sucesores, que sólo hablaban francés
normando.
Winter chapurreaba el jin, pero ni siquiera se molestó en
hacerlo. Había elegido a Oparo
para el papel de “Judío Errante” porque Oparo era el jefe
de la Mafia Maorí, y hablaba el
jin con fluidez. Le serviría de intérprete. Cuando fueron
admitidos en el despacho de un
ilustre oficial que llevaba una túnica escarlata sobre su
armadura de acero, en vez de
intentar hacerse entender, se lanzó a una exagerada
actuación de vodevil, blandiendo
un tomahawk de juguete, bailando la danza de la guerra y
cantando una canción infantil
aprendida en sus días de colegio:
“Al pasar la barca
me dijo el barquero
que las niñas guapas
no pagan dinero.
Yo no soy bonita
ni lo quiero ser.
Tome usted los cuartos
y a pasarlo bien.
¡Y A PASARLO BIEN!”
El oficial le miró, y se volvió hacia un ayudante.
—T'a
shuo shen-ma yang-ti hua? (¿Qué clase de idioma está hablando éste?)
Winter hizo una señal a Oparo, que se adelantó e hizo el
saludo debido a un superior:
puño derecho contra la mano izquierda, profunda
reverencia y manos entrelazadas
hacia la nariz, dos veces. Lo siguiente os dará una idea
de cómo hacen negocios los
Jins.
OPARO: Tsen-ma ch'eng-hu t'a-ti chihjen? (¿Con qué título
debo dirigirme a ti?).
CAPITAN:
Shang-wei men-k'ou. (Soy el Capitán de la Puerta Principal.)
OPARO: Lao-chia. (Gracias.)
CAPITAN: Shih. Chao shui? (Bien. ¿Qué queréis?)
OPARO: P'an-wang
che shih yu wan-man-chieh-kuo. (Sólo espero que el asunto que
nos trae tenga una muy feliz conclusión.)
CAPITAN: Ch'ing-pien. (Puedes estar tranquilo.)
OPARO: Lao-chia. (Gracias.)
CAPITAN: Pu-hsieh. (No hay de qué.)
OPARO: I-ke pa-chang p'ai-pu hsiang. (Dos no pelean si
uno no quiere.)
CAPITAN: Chih-li pao-pu-chu huo. (No puede prenderseuna
hoguera con sólo papel.)
OPARO: Kuei-ti pu kuei, chien-ti pu chien. (A veces las
cosas caras son baratas, y las
cosas baratas, caras.)
CAPITAN: Pu p'a man, chih p'a chan. (No temas avanzar
lentamente, pero guárdate de
detenerte.)
OPARO: She-mien. Mei-shu-shih. (Perdónanos. Somos
humildes actores.)
CAPITAN: Chih jen, chih mien, pu chih hsin. (Saber lo que
es un hombre no es saber lo
que hay en su corazón.)
OPARO: [Ofreciendo un lingote de oro rosa con ambas
manos.] Erth t'ing shih hsu,
yen
chien
shih shih. (Lo que oyen los oídos puede ser falso, lo que ven los ojos
son hechos.
)
CAPITAN: Ah! [Calculando el peso del oro con la palma de
la mano.] Pu-kan-tang. (No
puedo imaginar ser digno de tanta cortesía.)
OPARO: Ni t'ai ch'ien-la, Shang-wei. (Eres demasiado
modesto, capitán.)
CAPITAN: Kuei-ch'iu? (¿De qué honorable lugar venís?)
OPARO: Ti-ch'iu. (Tierra.)
CAPITAN: Kuei-hsing? (¿Cuál es tu honorable nombre?)
OPARO:
Pi-hsing Hsing-chun Yut-t'ai-chiao. (Mi humilde nombre es Judío Errante
. )
CAPITAN: [Mirando el disfraz y el maquillaje del “Judío
Errante”.] Kuei-chia-tzu? (¿Cuál
es tu honorable edad?)
OPARO: San-chien i-pai-ling-i. (Tres mil ciento un años.)
CAPITAN: [Estallando en carcajadas.] Hsin-hsi, hsin-hsi!
(¡Feliz cumpleaños!)
OPARO: Lao-chia. (Gracias.)
CAPITAN: Pu-hsieh. Kung-kan? (No hay de qué. ¿Qué asunto
os trae aquí?)
OPARO: T'o-fu t'o-fy. Yen-p'ien ma-hsi-t'uan. (Gracias
por preguntar. Nos gustaría
representar una función de circo para todos vosotros.)
CAPITAN: Ah? So. I jen nana ch'en po hito no aida.
(Cuando se intenta complacer a
todo el mundo, se acaba por no complacer a nadie.)
[Pero adviértase la pedante sustitución de la coloquial
expresión china “jen in” por el
cultismo japonés “hito no aida”.]
En este punto, Winter reanudó su lunática versión del
piel roja Jefe Rainier,
representada con dramática pasión.
—¿¡Por qué todos los chinos no hacer más que hablar!?
¡Ugh! ¡No, no, no! Sendero de
guerra. Marcharnos. Hacia el sol naciente. ¡Ugh! Yo
llevar mi circo a todas partes. Nadie
luchar. Todos fumar pipa de la paz. ¡Ugh! Yo pagar todos
los permisos y licencias. Yo
cumplir todas las reglas que fijar vuestro Gran Manitú.
¡Ugh! ¿Qué querer chinos? ¿Más
dinero del piel roja? Yo pagar. Tener mucho dinero. No
hablar con lengua doble. —Y,
aquí, Winter dejó caer otro lingote de oro en la mano del
atónito capitán—. Fumar pipa
de la paz, ¿sí? ¡Ugh!
El Capitán de la Puerta Principal miró a Oparo.
—¿Quién es éste?—preguntó.
—Un extranjero de la Tierra —respondió Oparo—. (Wai-kuo-jeu ti-ch'iu.)—. Un
piel roja.
(Hung ti jen.)
—¿Tiene nombre?
—Jefe Lluvia-En-La-Cara. (Ta-yuan-shuai pei yu lun-che
lien. Literalmente:
“Generalísimo Sobre-Cuya-Cara-Llueve.)
El capitán no pudo evitar una carcajada. Sabía que era un
engaño, pero resultaba
maravillosamente entretenido, y ahora tenía medio kilo
del rarísimo oro rosa de Calisto.
Así que permitió que el circo entrara en la Cúpula Catay.
Se había convertido en la
capital de Tritón sobre todo por estar situada sobre el
filón volcánico de Meta. El plan de
Winter era buscar la cuidadosa mente guardada entrada a
ese filón. Tenía un volcán
propio en mente.
Pero, para su disgusto, descubrió que el Capitán de la
Puerta Principal se había reído el
último. Le había permitido montar su espectáculo... en el
Hsing-hsing-ch'ang, la zona de
ejecuciones de Catay. Era una plaza con tres lados
rodeados de unas cincuenta horcas.
En el cuarto había una rampa que llevaba a la picota.
Tuvieron que montar la feria con
la compañía de una treintena de cadáveres en diferentes
estados de corrupción. En el
centro de la plaza, encontraron una extraña caja de
hierro con lo que parecía una tapa
de alcantarilla en la parte superior. Winter decidió
utilizarla como pódium.
De todos modos, una oportuna ejecución consiguió que la
inauguración de la feria se
convirtiera en un éxito multitudinario. Sonaron las
trompetas y, antes de que Winter
pudiera subir al pódium para exhortar a sus futuros
clientes con un “¡De prisa! ¡De prisa!
¡De prisa! ¡Entrad! ¡Entrad todos!” en solaranto (Hetzen!
Hdter! Macht's schnell! Avanti
unico! Bi
istigh todos!), la feria se llenó de una emocionada multitud de jins, hombres,
mujeres y niños, todos comportándose como si fuera Martes
de Carnaval. Pero los
asistentes miraban a todas partes excepto a los lados.
Llegó una bandada de pájaros. Winter levantó la vista,
esperando una bandada de
golondrinas o vencejos (en muchas de las Cúpulas del
Solar había pájaros, ya fuera por
diseño o por accidente), pero lo que se le venía encima
era una lluvia de flechas.
La multitud gritaba, reía y esquivaba las flechas
mientras caían, en un mortífero juego
de “Tocar y Parar”. Todo el mundo aplaudía cuando algún
desgraciado recibía un
flechazo. La zona de ejecuciones destilaba crueldad.
Entonces, el retumbar de los gongs y el trote de dragones
de madera anunciaron la
procesión que avanzaba hacia las horcas: arqueros con
anticuadas armaduras negras y
cascos con celada, músicos armando ruido y heraldos con
enormes carteles en los que
aparecían ideogramas dibujados en color escarlata.
—Nombre, rango y número de serie del verdugo—susurró
Oparo a Winter en
terrestre—. Es un honor que se otorga a todos los
oficiales, junto con la idea jin de una
espada.
—No se parece a “El Mikado”—murmuró Winter—. Mira. Koko
jamás hizo una entrada
como ésta.
Observó al verdugo que, con su túnica escarlata, acaba de
bajarse de un palaquín rojo
abierto, agarrando el extremo de una cuerda con la que
llevaba a su víctima sujeta por
el cuello. El pobre hombre parecía una bestia salvaje.
—Probablemente, le han detenido por algo grave—dijo
Oparo—. Por eso van a
ahorcarle.
—¡Dios! Esta gente quiere sangre.
—Pues aún no has visto lo mejor. También practican el
tiro al hombre y el
desmembramiento—gruñó Oparo.
—Espero no verlo nunca.
La procesión subió por la rampa, desfiló por la piqueta
hacia una de las horcas
vacantes, donde el verdugo ató el extremo libre de la
soga. Dio un paso atrás e hizo
una señal a los guerreros. Estos colocaron las flechas en
sus anticuados arcos y
empezaron a disparar contra las extremidades de la
víctima: pies, rodillas, brazos... El
hombre se movía e intentaba esquivar. La multitud aulló
en un rugido final cuando, en
uno de sus agónicos movimientos, el condenado saltó por
el borde del patíbulo,
agarrándose frenéticamente a la soga mientras los
arqueros le disparaban a las manos.
Un último estremecimiento, y el reo quedó inmóvil.
—¡Hai! —gritó la multitud, antes de volver a los
entretenimientos menores de la feria.
Y aun así, mientras el espectáculo continuaba, hora tras
hora, condujeron a Winter
hacia la pista que esperaba. Advirtió que los que más
dinero gastaban eran hombres y
mujeres que tenían una cosa en común: a todos les faltaba
una mano. Se lo comentó a
Oparo .
—Ladronzuelos de segunda—fue la respuesta del jefe de la
Mafia—. Si no cometes
robos importantes, los jins te cortan una mano, aquella
que utilizas. Eso ahorra Gran
Dinero a los demás.
Winter asintió en amistoso silencio. Llegó a sus propias
conclusiones interiores, y entró
en la tienda de la bailarina del vientre, donde la joven
estaba actuando —nada mal, por
cierto— para un centenar de lujuriosos entusiastas.
Winter le hizo el letal signo maorí.
Los ojos de la muchacha brillaron en respuesta, saltó del
escenario bailando y empezó
a seducir a los espectadores, de uno en uno, hasta que
Winter le hizo el signo de gig.
Cuando terminó el espectáculo, su audiencia se marchó, no
sin hacer algunos
comentarios hirientes dedicados al tipo que, con toda
seguridad, estaría ahora en el
camerino de la bailarina. Winter salió con las ropas del
jin y el rostro disimulado con
maquillaje. No se molestó en comprobar si había dejado al
tipo inconsciente o muerto.
Tampoco le importaba.
Pagó su entrada para ver el espectáculo de la encantadora
de serpientes, complacido
de que el gorila de la taquilla no le reconociera. Le
complació todavía más que Bárbara
tampoco le identificase cuando, al acabar el espectáculo,
se quedó en su asiento de
espectador. Cuando la joven le ordenó que se marchara,
supo que nadie le
reconocería, y salió a la feria. Pero no fue un paseo al
azar. “Perdiguero” estaba
buscando su propio i-shou, que no significa “perdiguero”
en jin. La traducción más
exacta sería “una mano”. Winter empezaba a ponerse tenso.
Su táctica era larga y
trabajosa .
Por fin vio a una posible candidata. La identificó por la
extraña manera de coger con la
mano derecha el cambio que le tendía el comefuego.
—Debe de ser zurda—pensó—. Veamos.
No fue fácil, porque la mujer llevaba mangas muy anchas y
largas. Era una mujer
regordeta, fuerte y bien vestida, pero sin cosméticos,
demostrando que no sentía el
menor rubor por pertenecer a la clase baja. (Las nobles
jin preferirían morir a aparecer
en público sin ir completamente maquilladas.)
Winter consiguió su oportunidad cuando la mujer se detuvo
en la cabina del mago
hindú, mientras éste hacía trucos (viejos) con un
sombrero. Sacaba conejos y palomas,
y una de las aves voló hacia ella. Levantó las manos para
protegerse, un gesto
instintivo... Y le faltaba la izquierda.
Cuando salió de la feria, la siguió. Pensaba que, si era
una ladrona con conexiones en
los bajos fondos jin, quizá podría localizar la entrada
hacia la mina Meta gracias a ella.
Seguramente, tendrían información, y Winter estaba dispuesto
a comprarla con su
irresistible oro rosa.
Os estaréis preguntando por qué actuaba en solitario, en
plan Robin Hood, por decirlo
de alguna manera. Había dos razones. El precio que había
pagado para conseguir la
cooperación de la Mafia Maorí fue su solemne promesa de
que no haría nada que
pusiera en peligro sus conexiones Meta en Tritón. De
hecho, Oparo se negó a
proporcionarle cualquier información que pudiera servirle
de ayuda. La segunda razón
se hará obvia muy pronto.
La perdió entre las calles y callejones llenos de
ajetreados culíes, buhoneros,
mercaderes y burgueses acomodados... La mujer pasaba por
una tumultuosa
intersección de cinco calles. Y de repente, ya no estaba
allí.
Winter corrió hacia la intersección e intentó mirar en
las cinco direcciones al mismo
tiempo. Había demasiada gente, y la mujer no era tan alta
como para sobresalir entre la
multitud.
—Zolstligen in drerd!—murmuró amargamente.
Sentía que el tiempo se le agarraba a la garganta como un
garrote. Con ojos
enloquecidos, lo examinó todo en busca de una pista,
desde una sofisticada sastrería
donde se vendían trajes extranjeros (hsi-fu-chuang),
hasta un grupo de culís que
jugaban a los chinos junto a una máquina tragaperras.
Los jins son unos jugadores empedernidos, desde los chinos
a los naipes, desde los
dados, el fan-tan y la ruleta a los ordenadores. Las
autoridades no podrían evitarlo
aunque quisieran, así que se resarcen cobrando unos
impuestos avasalladores sobre
las máquinas públicas de juego para competir con las
ilegales. Casi siempre se
consigue obtener un porcentaje por cada moneda invertida.
“Casi”. Porque los jins son extremadamente mañosos, y
pueden trucar cualquier
apparat. Auténticas hordas de máquinas tragaperras
funcionaban sin obtener el
porcentaje adecuado de ganancias. No se encontraba ni una
moneda en las cajas de
monedas. Desesperada, la Comisión de Juego anunció una
recompensa de un millar de
Syces y el perdón absoluto para el estafador si daba un
paso hacia adelante y
confesaba cómo lo había hecho. El tipo apareció con una
sonrisa en los labios, recogió
su recompensa y reveló que había estado utilizando
monedas de /S modeladas en
CO congelado, que se evaporaban en cuestión de minutos.
Otro truco de las máquinas, que había pasado inadvertido
para la comisión, fue
detectado por el sentido fane inconsciente de Winter.
Obtuvo una dolorosa recompensa.
No podía quedarse quieto en medio de la intersección, no
podía correr el riesgo de
llamar la atención. Se acercó a la máquina tragaperras y
empezó a depositar monedas
mientras pensaba a toda velocidad. ¿Seguir adelante,
buscando en todas direcciones,
intentando localizar una pista? ¿Volver a la feria y
empezar otra vez desde el principio?
¿Intentar hablar con alguien en solaranto? “Oiga, amigo,
¿ha visto últimamente a una
mujer con una sola mano?”. Sí, seguro.
Contempló la máquina tragaperras, que mostraba
combinaciones de flores, en vez de
frutas: shih-chu (clavel), pai-he (lila), ch'iang-wei
(rosa), pensamiento, margarita... No
estaba de humor para apreciar la estética jin, pero se
dio cuenta de que la rosa
aparecía en la tercera pantalla de la derecha cada vez
que jugaba, cancelando los
premios, como el limón de Las Vegas.
—La máquina está trucada —murmuró, depositando otra
moneda y tirando de la
palanca—. Nunca le dan una oportunidad a nadie. La
Comisión debe de estar
encantada con este cacharro, todo son beneficios. Ahí
está Rosa, haréis bien en
recordarla... Pero ¿dónde demonios está Ofelia i-Shou?
¡Al infierno!
Depositó una moneda más. Otra vez la rosa. Invirtió una
última moneda antes de volver
a la feria, y mirabile visu, vio a su Ofelia al final de
uno de los callejones de la derecha,
todavía hablando con alguien.
—¡Esto se pone al rojo!—gritó alegremente mientras se
lanzaba hacia el callejón.
Para cuando llegó, la intersección donde viera a su presa
por última vez estaba vacía,
pero allí había otra máquina tragaperras, esta vez con el
símbolo de la rosa en la
primera pantalla de la izquierda. Un extraño cosquilleo
sacudió la consciencia de
Winter. Dejó caer una moneda por la ranura y pegó un
salto: las pantallas cambiaron de
imagen, pero la Rosa del Recuerdo volvió a aparecer en la
de la izquierda.
—¡Dios!—murmuró—. ¡Dios!
Corrió hacia la izquierda, empujando a la multitud a su
paso, y allí estaba la mujer. El
cosquilleo le había dicho la verdad.
Siguió adelante, ya sin asustarse cada vez que perdía de
vista a su i-Shou, pero
prestando atención por si aparecían más máquinas
tragaperras en puntos estratégicos.
Ya no gastaba más zapatos de /S. Sabía que había captado
la pauta. Rosa a la
izquierda, gira a la izquierda. Rosa en el centro, sigue
adelante. Rosa a la derecha, gira
a la derecha. Y el símbolo nunca cambiaría de posición,
sin importar lo a menudo que
se jugase con la máquina, sin importar qué otros símbolos
aparecieran, ya que jamás
aparecería más de una rosa a la vez.
“Es el truco perfecto—pensó Rogue—. Me gustaría conocer
al genio que preparó este
truco.—Vio otra indicación para que girase—. ¿Y qué civil
lo descubriría? Los que
pasan de cuando en cuando, no. Pensarían que sólo es mala
suerte, y se encogerían
de hombros. La Comisión tampoco se preocuparía por ganar
demasiado dinero. Y la
pasma ni siquiera soñaría con que los bajos fondos
estuvieran usando una flor como
señal. Suivez-moi. Es un milagro que me haya dado
cuenta. “
Como ya se ha dicho, este séptimo sentido fane era un
proceso inconsciente.
Cuando volvió a ver a su i-Shou, la mujer se disponía a
entrar en un pabellón que
parecía a punto de derrumbarse. Sobre la puerta, colgaba
un dibujo de tres rosas.
—Aquí—murmuró .
No se sentía muy valiente, pero sí decidido.
“Bien por la Fase Uno—se dijo a sí mismo. Consultó su
cronómetro—. Quedan cinco
horas. ¿Cómo preparo la Fase Dos? Si esto es una cofradía
secreta, estará muy
vigilada, así que es inútil ofrecer sobornos. No.
Entonces, ¿qué? ¡Cristo, cuántas
tonterías estoy haciendo! ¿Qué? ¿Qué?—Pensó a toda
velocidad, luego asintió—. Lo
mismo que con los mamuts. Nada de combatir su astucia.
Deben de tener unos cuantos
genios en sus filas para haber planeado el asunto de las
tragaperras. Que sean ellos
los que intenten adivinar mis planes. Quizá no soy tan
brillante en estrategia, pero sí en
mentiras y en dar pistas falsas...”
Dio una vuelta por los alrededores, esbozando un plan. El
pabellón se encontraba en
una plaza llena de vida, comercios, oficinas, etcétera.
De un salón de té salía música.
El agente de una empresa fúnebre ofreciendo “Cajas de
Mucha Edad” y “Trajes de
Mucha Edad”, el eufemismo jin para denominar los ataúdes
y las mortajas.
Un cambista. La puerta de este último tenía unas cortinas
de cordones de cobre, una
moneda jin aún más pequeña que el Gran Dinero.
Una farmacia.
Un cuchillero, con un escaparate lleno de espadas y
navajas.
Fuegos artificiales.
Un carnicero, con un cerdo entero suspendido sobre una
parrilla desprendiendo un
aroma delicioso.
“El Paraíso de los Placeres Carnales”, que también
desprendía un delicioso aroma.
Un templo sintoísta, decorado con un pez de madera porque
los peces, como los
dioses, nunca cierran los ojos.
Así que Winter improvisó un tumulto. No contrató a las
damas del “Paraíso” para que
corrieran desnudas por la plaza, como algunos podrían
pensar, sino que entró en la
tienda de fuegos artificiales. Compró una docena de
cohetes de Calisto, sin importarle
demasiado los colores. Entregó / Syce al cambista a
cambio de más cordones de
cobre de los que necesitaba, sin discutir acerca de la
tradicional comisión. Ató los
cordones a los palos de los cohetes mientras una pequeña
multitud de culíes curiosos
se agrupaba en torno a él. Frente a la puerta de la
tienda, encendió los cohetes, que
salieron disparados con un espectacular despliegue de
colores... y una ducha de
calderilla. Lanzó los últimos cordones al cielo. “Hai”,
gritaron los culís mientras se
lanzaban a por el cobre. Winter ya tenía su tumulto.
Al igual que el pabellón. Salió un hombre, echó un
vistazo al exterior y gritó una orden a
alguien que había dentro. Una pequeña cuadrilla de
guardias se reunió con él, e
intentaron acabar con el tumulto. A Rogue le resultó sencillísimo
entrar en el pabellón
sin que nadie le viera.
Si el exterior era desastroso, el interior resultaba
todavía peor. Atravesó un pequeño
laberinto sin ver a nadie, y pronto se encontró en una
sencilla habitación, con unos
cuantos bancos y taburetes por todo mobiliario. Las
paredes estaban mohosas y llenas
de bichos, el techo tenía goteras, y no podía haber más
grietas en el suelo.
—Jigjiz—murmuró—. Creí que el crimen era rentable. Aquí
no viviría ni un mamut.
¿Habré metido la pata al seguir a esa tía i-Shou?
Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, advirtió
que entraba algo de luz por
entre los tablones del suelo. Buscó durante unos
instantes, sin tomar demasiadas
precauciones—el pandemónium del exterior cubriría
cualquier ruido que hiciese— y por
fin localizó un tramo de escalera, medio oculta bajo un
montón de telas llenas de piojos.
Hizo una mueca de asco, pero tuvo que apartar a un lado
los repugnantes trapos para
tener el camino libre. Tras bajar unos peldaños, llegó a
ver el sótano. Se quedó atónito.
El único mueble era un largo baúl plano, situado en el
centro.
Un culí vestido de azul se encontraba tendido sobre el
baúl, con el brazo izquierdo a lo
largo del cuerpo y el derecho extendido, con la manga
enrollada y la mano sobre una
palangana blanca llena de algo humeante. También salía
vapor de dos cofres blancos
situados al lado de la palangana. Cuatro mujeres
sujetaban al culí contra el baúl, y su i-
Shou reía y bromeaba con él. El culí intentaba devolver
las bromas. No resultaba muy
divertido, porque un cirujano jin, con instrumental
moderno, le estaba amputando la
mano.
La mano era una enorme zarpa de campesino, y estaba
crispada en torno a algo. Y la
mano tenía el brillo rojizo del ámbar, del hierro al
rojo, de una gigantesca estrella roja,
de una nova agonizante... De pronto, Winter comprendió la
increíble pauta.
—¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Dios mío! Como los negros que se
hacían cortes en la piel para
sacar diamantes de contrabando dentro de las heridas, en
las minas africanas. Estos
jins sacrifican una mano para robar Meta. Los guardias
sólo se aseguran de que no
lleven recipientes criogénicos. ¿Quién creería que existe
alguien tan tonto como para
tocar los cristales con las manos desnudas?
“Pero no son tontos. Un miserable culí puede vivir toda
su vida rodeado de lujo y
honores, a cambio de una mano que también podría perder
en un accidente de trabajo.
Pero sólo pueden cometer un único robo. El contrabando de
Meta a gran escala debe
utilizar... ¿Qué? Oparo dijo que eran ladronzuelos de segunda.
Tenía razón, pero
¿sabrá quiénes son los de primera? Sí, seguro que sí.
¿Cómo podría sonsacárselo?
—Muchísimas gracias, Rogue, nene—le dijo una voz
familiar.
Winter giró sobre las rodillas. Tomás Young, el brillante
exobiólogo de Tierra, el Ta-mo
Yung-kung de Tritón, el Duque Manchú estaba junto a la
escalera. Con una escuadrilla
de sombríos guardias tras él.
El caballo de Troya
“En los duelos hay que cuidarse del falso ataque. Es
una maniobra que deja el camino
abierto a una herida mortal. “
MOSQUETERO D'ARTAGNAN
Sí, Tomás Young consiguió distanciarse de nosotros
utilizando una argucia totalmente
nueva. Era increíblemente versátil, estaba instruido en
todas las artes y ciencias, y
sabía utilizarlas a la hora de inventar artimañas y
trucos originales con los que
mantenerse siempre a un paso por delante de nosotros.
Un botón de muestra. Sabíamos que una de sus actividades
secundarias, Inteligencia
aparte, era el apoyo, entrenamiento y dirección de la
Organización para la Liberación
del Solar; como se puede deducir por el nombre, la OLS se
dedicaba a la liberación.
¿Liberación de qué? De todo aquello a lo que los parias
resentidos del mundo culparán
de sus desgracias: republicanismo, capitalismo,
socialismo, marxismo... Llamadlo como
queráis que intentarán derrocarlo por impedirles su
legítimo acceso a lo más alto.
En realidad, era un arma enarbolada por la aristocracia
jin, de mentalidad feudal,
dispuesta a que el Solar volviera a los buenos viejos
tiempos de los barones y los
siervos, mediante la destrucción de la actual estabilidad
política y legal, utilizando el
terror como herramienta. Resultaba imposible relacionar a
Young con todo esto debido
a que su reclutamiento y entrenamiento por la OLS se
había llevado a cabo en las
cúpulas de Titán.
Una vez conseguimos infiltrarnos en la OLS y, con ese
sentido que detesto, me di
cuenta de que nos esperaba el desastre. Envié uno de
nuestros mejores agentes—
nombre código: Terrier—a la Cúpula Brisbane. Se hizo
notar peleando, destrozando y
matando, hasta conseguir que lo reclutaran. Terrier podía
ser implacable cuando la
misión lo requería.
Una de las pruebas que tienen que pasar los aspirantes a
terrorista es “La Habitación
Negra”. Desnudan por completo al candidato para impedir
que tome notas, y le meten
en una habitación totalmente oscura, equipado sólo con
una linterna. La habitación es
una sala de estar totalmente amueblada y el futuro
terrorista dispone de cinco minutos
para examinarla y memorizar todo su contenido.
Cuando sale, se pone a prueba su memoria consciente;
cuántas sillas, cuadros, mesas,
lámparas, ventanas, etc. Es lo que se le pidió recordar.
A continuación se examina su
memoria subconsciente: dónde estaban situadas las sillas,
cómo estaban tapizadas, las
cartas de los que jugaban en la mesa, cómo vestían los
jugadores, qué se veía en los
cuadros, describir las pantallas de las lámparas, las
cortinas..., en fin, todos los detalles
que no se le pidió que recordara.
Terrier entró en ella, pasó cinco minutos tomando nota
mental de todo, salió fuera y, al
momento, le asesinaron. ¡Maldito Young! La Habitación
Negra estaba iluminada con luz
negra y el tatuaje invisible que lo identificaba como un
TerraGardai se hizo visible para
sus sensores. ¡Maldita sea mi estampa! Debí preverlo. Lo
descubrí mucho más tarde.
En aquel momento, lo único que sabía era que habíamos
perdido a nuestro mejor
hombre, spurlos verschwinden, y yo quedé confinado
en la Tierra, vigilando a Young,
aguardando a que se sacara otro truco de la manga.
Controlábamos sus movimientos, y él lo sabía. Nosotros
sabíamos que lo sabía. Y él
sabía que nosotros sabíamos que lo sabía, y así ad
infinitum. Son gajes del oficio.
Dábamos por supuesto que, en cuanto hiciera el menor
movimiento para abandonar la
Tierra, lo detendríamos con una excusa u otra. Young no
lo sabía con tanta seguridad,
pero nos había hecho lo mismo en Tritón, y estaba
preparado para una eventualidad
semejante en Nueva York.
Yo había alquilado un apartamento en la planta superior
de un edificio situado frente al
de Exobiología de la Universidad, e instalé una Garda,
nombre clave: “Abuelita Moisés”.
Controló todas sus idas y venidas, notificándoselas al C.
G. por onda corta.Así no
desperdiciábamos tiempo teniendo a un montón de gente que
vigilase el edificio a la
espera de que saliera o entrara. A diferencia de lo que
pasa en las novelas, solemos
encargarnos de más de una misión a la vez. Dirijo una
orquesta en la que todo el
mundo tocaba dos o tres instrumentos.
El manchú no tenía un pelo de tonto, y sus antenas
detectaron a Abuelita. Lógicamente,
no lo demostró; siguió tratándola como trataría cualquier
vecino a una vieja que se
dedica a fisgar por entre la ventana. Empezó poniendo
mala cara; después le sonrió; y,
finalmente, hasta la saludaba. Le dije a Abuelita que
siguiera con el juego y le
respondiera de la misma manera. Hasta llegaron a mantener
conversaciones por señas.
Y una mañana sucedió lo inaudito. Tomás llegó a Exo a su
hora habitual, y Abuelita
informó que estaba dentro. Y que seguiría allí bastante
rato, como tenía por costumbre,
por lo que su sombra podía largarse a otros menesteres.
Pero, en vez de quedarse
dentro jugando a exobiólogo con su ordenador, el manchú
se personó en la ventana del
décimo piso—situada directamente frente a la de
Abuelita—, y le dedicó un trágico
saludo. Abuelita se lo devolvió, también tristemente.
“Éste es un mundo asqueroso”, le dijo por señas, y ella
le devolvió el mismo mensaje,
preguntándose qué infiernos se traería entre manos. Al
final lo descubrió. Young abrió
la ventana, le lanzó un beso de despedida y saltó.
Abuelita le vio caer, agujereó los tímpanos del C. G. vía
onda corta, y se abrió paso
hacia la calle, llegando al mismo tiempo que los tres
agentes, que frenaron en seco
como si fueran tres aullantes ambulancias. Abuelita
Moisés miró la calle. Los agentes
miraron la calle. Y se miraron los unos a los otros. No
había ningún cuerpo. No había
nada. Se había formado una multitud, claro, y cuando
consiguieron abrirse paso para
entrar en Exobiología, el manchú hacía rato que estaba
lejos.
Desde luego, había hecho lo inaudito. Había logrado
hipnotizarla a larga distancia. Todo
ese saludar, y sonreír, y conversar por gestos con
Abuelita, la habían preparado para
un acto de ilusionismo a gran distancia. Después, se
limitó a subir a la azotea y tomar
un silencioso helicóptero, aprovechando la confusión que
reinaba en la calle. Era un
adversario peligroso y, francamente, me había superado.
Ahora volvamos con el duque manchú y Rogue Winter, en la
Cúpula Catay de Tritón. Lo
que siguió a la confrontación inicial en la escalera del
pabellón fue algo estremecedor.
Tres guardias armados, sin traje ceremonial pero con
ropas ominosamente oscuras,
pasaron ante Tomás y Rogue, disparando con sus láseres a
todos los jins del sótano.
Dejaron caer la mano cortada con su puñado de nódulos
Meta en una de las
humeantes palanganas de helio inerte que se hallaban
junto al baúl. Dieron media
vuelta y esperaron nuevas órdenes.
Ta-mo Yung-ku asintió, y agarró a Winter por el brazo,
arrastrándole hasta la plaza,
donde había tenido lugar otra carnicería. La escuadra
negra del Duque había arrasado
el lugar, matando a guardias y culíes por igual, para
evitar que nadie escapara. Estaban
amontonando tranquilamente los cadáveres, mientras el
techo del pabellón seguía
ardiendo y los espectadores se alejaban de las ventanas.
El Duque manchú
contemplaba la escena y sonreía satisfecho.
—Tú y tu patético caballo de Troya—se burló, mientras
conducía a Winter por las
estrechas callejuelas—. ¿No se te ocurrió pensar que
podía tener gente en las Cúpulas
Turcas? Los maoríes debieron enseñarle el arte del
espionaje a su futuro rey. O mejor
aún, el del disfraz. Ese cohete turco pintado como un
tótem, y tú disfrazado de jefe
indio...¡Puagh!
Winter guardaba silencio.
—De todos modos te debo algo, Rogue. Me guiaste hasta la
operación Tsei-fei Tang.
Que, por cierto, se traduciría libremente como “La
Máquina Tragaperras y la Sociedad
Sopaespesa”. Por fin podré terminar con los robos de
Meta. Es algo que te debo.
Laochia! Atajaremos por los campos de ejecución.
¿Presenciaste el espectáculo de
esta mañana?
—Sí.
—Si dependiera de mí, y ni se te ocurra la posibilidad de
salir corriendo en busca de
ayuda, nene... Si dependiera de mí, y depende bastante,
tus colegas y tú recibiríais el
mismo tratamiento. Me molesta ver cómo condenan a un
viejo amigo al miao-chun t'ou.
—¿Al qué?
—Se traduciría literalmente como “Apuntad a la cabeza”.
Vosotros, los bárbaros, lo
llamáis “Tiro al hombre”.—Se detuvo al lado de la caja de
hierro que Winter había
utilizado como pódium y le dio unos golpecitos—. Te
encerramos aquí con la cabeza
fuera. Los arqueros disparan por turnos hasta que mueras.
Es una diversión estupenda.
—Young siguió andando sin soltar a Winter—. Pero te haré
un último favor, encanto. Si
no puedo conseguirte un ahorcamiento y te toca la caja,
haré que un francotirador te
liquide en cuanto la primera flecha haga brotar sangre.
No quiero que se torture al Rey
R-og durante una hora. Sería lese majesté.
—Gracias.
—Claro que tus hombres irán al potro de torturas junto a
los i-Shou, pero en eso no
pienso intervenir. Ya sabes, la función debe continuar.
—Pan y circo—murmuró Winter.
—En Tritón es heroína y circo.—Young lanzó una carcajada
y llevó al cautivo hasta el
portón de jade, fuertemente vigilado, abierto en un muro
circular de oro batido—. Viejo
amigo, vas a ser honrado con una visita al Altar del
Cielo para que puedas hacer las
paces con el Supremo Hacedor.—Dio una orden y el portón
se abrió—. Es cosa del
cinturón rojo. Hace milagros.
Al otro lado de la dorada pared, se veían nueve terrazas
de mármol blanco, dispuestas
concéntricamente una encima de otra.
—Importado de Carrara—comentó Young, mientras empujaba a
Winter adentro—.
Cada círculo representa uno de los nueve cielos. Y el
número de losas que componen
cada uno, es múltiplo de nueve. El nivel más alto tiene
nueve. El siguiente dieciocho. El
otro veintisiete, y así sucesivamente, hasta llegar al de
abajo que tiene nueve al
cuadrado, el número favorito de nuestros filósofos.
En la cima del montículo de exquisitas terrazas había una
losa central.
—Esto es Shang-ti, el cielo, el centro del universo.
¿Quieres visitarlo personalmente,
Rogue? Mañana, tu alma será su huésped permanente.
Avanzaron juntos hacia el centro del universo, y Shang-ti
se hundió de golpe. Fue tan
inesperado, que Winter perdió el equilibrio y Young tuvo
que sujetarle.
—Tú y tu Caballo de Troya—rió—. ¿Cómo pudiste ser tan
estúpido para pensar que
podrías localizar esto?
—¿Qué es esto?
—La entrada oficial al depósito Meta.
—¡Un cuerno lo es!
—Un cuerno no lo es.
—¿Para todo el mundo? ¿Para los trabajadores? ¿Para los
guardias? ¿Toda esa gente
entrando y saliendo por el Altar del Cielo?
—No, no. Es sólo para los V.I.P. Los chien-ch'ang-ti. Los
mineros entran y salen por
otros lugares de la Cúpula. Ahora ya no hay peligro de
decírtelo, pero cuando
empezaste el jaleo estabas a quince metros de una
entrada.
—¿Sí? ¿Dónde?
—En el Paraíso de los Placeres Carnales.
El centro del universo siguió bajando, pasando ante
misteriosas puertas y corredores,
hasta detenerse en una enorme sala cuyo eco reverberaba
como en una catedral.
Tenía forma circular, y el ascensor era su eje.
Rodeándola, había doce puertas, cada
una custodiada por un centinela. Al ver a Young, se
pusieron firmes.
—Ch'ing-pien—murmuró—. Tranquilo. El cinturón rojo ataca
de nuevo. Reverencian al
que lo lleva, porque se dice que es exclusivo de los de
sangre real. Ven, sígueme.
—¿Adónde?
—Querías ver nuestra mina de Meta, ¿verdad? Pues vamos.
No quiero ahorcarte con tu
curiosidad insatisfecha, nene. Sería poco amable por mi
parte.
Y Ta-mo Yung-Kung, Duque de Manchuria, hizo abrir una
gran puerta tachonada.
Winter no pudo evitar una exclamación.
(La paradoja de nuestro tiempo es que, mientras viajamos
por la enormidad del espacio,
seguimos desarrollando la vida doméstica en pequeños
recintos. Nuestro espíritu
suspira por grandezas artificiales. No por un gigantesco
exterior, sino por un vasto
interior. Lo que nuestra alma necesita, es que
conquistemos nuestro espacio vital,
nuestro lebensraum, a una escala lo más vasta
posible. Por eso nos impresionan los
enormes interiores.)
Winter se sentía impresionado, pese a las mortales
presiones a las que estaba
sometido. Se hallaba en una catedral de hielo glacial. La
luz que entraba por la puerta
abierta, revelaba un techo gótico compuesto por heladas
estalactitas. Se asentaba en
grandes columnas de hielo que emergían de lecho de lava
negra. Una neblina inmóvil
llenaba la gélida inmensidad. La tiniebla más absoluta
cayó sobre ellos cuando Tomás
cerró la puerta a sus espaldas. Poco a poco, su entorno
fue iluminándose. La fuente de
luz procedía de unas pequeñas brasas encerradas en los
pilares.
—Nódulos Meta—dijo Tomás, posando la mano en una de las
luces—. De hecho, fue
aquí donde se descubrió el Meta hace dos siglos. Por
aquel entonces era un túnel muy
estrecho. Conocíamos los túneles de lava helada, pero
creíamos que eran minúsculas
arterias, sólo útiles para ratas y ratones. No nos
interesaban demasiado. Como mucho,
podían servir de atracción turística, y nunca quisimos
visitantes en Tritón.
—Eso tengo entendido.
—Pero un niño, jugando, se metió por un túnel de termitas
por el que sólo un niño
pequeño podría meterse, y vio ese brillo en la lava
helada. Escarbó con un cuchillo de
madera, llegó hasta el brillo, y sacó un nódulo Meta.
Creyó que era una piedra preciosa.
—Es lo que yo pensé cuando los vi por primera vez. Opalos
pequeños.
—Volvió a casa corriendo. Llevaba consigo su hallazgo, y
ni siquiera se preguntó por
qué le ardía la mano como si llevase un hierro al rojo...
Así fue cómo nació Meta.
—¿Se le recompensó?
—¿Cómo? Murió. Se consumió lentamente hasta morir. De
todos modos, aunque
hubiéramos querido recompensarle, no habríamos sabido por
qué. A nuestros
científicos les costó años descubrir lo que de verdad era
el tesoro del niño.
—Así que el niño tuvo que conformarse con una muerte
lenta.
—No hay manera de parar la nova cuando el Meta empieza el
proceso de
transformación de la energía.
—Excepto amputando.
—Lo has entendido.
—Lo siento por el chico.
—Ése es el problema de vosotros, los introvertidos; sois
unos sentimentales.
—A diferencia de vosotros, los Celestiales elegidos. ¿Por
qué no extraéis los nódulos
que quedan aquí?
—Hay que mantener el grosor del hielo para que sostenga
el techo. El peso es enorme,
hasta para nuestra baja gravedad. A veces sobrepasa el
límite de ruptura y sufrimos
avalanchas de lava que sellan los pasajes, y una rareza
que llamamos “Hielo Dum-
Dum”. En los pilares estallan fragmentos como si fuesen
balas. Cada vez perdemos
más culíes por esa causa.
—Ah—murmuró Winter, antes de sumergirse en otro silencio.
Esta vez fue tan ominoso que alertó la antena
hipersensitiva de Tomás Young. Sacudió
a Winter, haciéndole dar media vuelta, e intentó ver su
cara bajo la cruda luz.
—Espera un momento—dijo lentamente—. ¿Recibo bien tus
vibraciones, Rogue?
—¿Qué vibraciones?
—¿Quizá otro sistema de robo?
—Quizá. Si pueden llevarse medio kilo en una mano,
¿cuánto más en el estómago de
un cadáver, por ejemplo? Lo único que hay que hacer es
simular un accidente dumdum,
destripar a un hombre, rellenarle a conciencia, y sacar a
la triste víctima al
exterior, llorando su muerte.
—¿Asesinato?
—Los jins disfrutáis matando por diversión. ¿Por qué no
hacerlo por beneficio?
—Así es cómo lo sacan en grandes cantidades. Claro. El
brillo de la nova tarda varias
horas en manifestarse. Nadie pensaría que dentro del
cadáver van veinte o veinticinco
kilos de Meta. Es cosa de profesionales. Si sólo fuera un
caso aislado, podría pensarse
en un tipo ambicioso. Pero el asesinato sistematizado es
algo estrictamente profesional.
¿A quién crees que eligen como cabeza de turco?
—A cualquiera que no les caiga bien. Un bocazas. Una
mujer que ha rechazado a
alguien. Uno que se encapricha demasiado de tu abrigo. Un
tramposo. Un estafador. Un
traficante...
—¿Tu Mafia organizaría el asunto?
—Probablemente. La verdad es que no estoy seguro. Puede
ser algo que dependa del
rey Maorí, pero no me lo cuentan todo.
—Es igual. El caso es que tienes más puntos a tu favor,
Rogue.
—Gracias.
—Me gustaría no tener que matarte. Podría utilizar tu
capacidad de síntesis—suspiró el
manchú—. ¿Has visto bastante?
—Esto no puede ser toda la mina madre.
—¡Claro que no, por Dios! No puedes verla entera debido a
la oscuridad, pero la
caverna se prolonga kilómetros y kilómetros. Ésta es la
sección agotada que utilizamos
como muestra. Nuestra función para dignatarios
visitantes. La mina en sí está
compuesta de túneles, barrancos y lechos, abarrotados de
culíes y maquinaria. —
Tomás volvió a suspirar—. Vamos, nene, resolvamos de una
vez por todas lo de tu
juicio y ejecución. Ni siquiera intentaré convencerte de
que te conviertas en traidor y te
unas a nosotros. Sé perfectamente que has nacido
cabezota.
Young nunca había aflojado la firme presa que mantenía en
el codo de Winter. Le llevó
hasta la puerta y llamó siguiendo el código acostumbrado.
Se abrió y entraron en la luz
cegadora de la antesala, justo a tiempo de ver a un grupo
de culíes cruzando una
puerta y descargando la última caja alargada de un grupo
de veinte. Cada una estaba
marcada con una luna y una estrella roja.
—¡Ah! El truco final—sonrió Young—. Vas a poder ver un
pago de nuestros amigos
turcos. Ahmet Troyj es el cliente que mejor atendemos.
Sus envíos nunca llegan tarde,
nunca tienen que ser comprobados y su caballo es siempre
de la mejor calidad.
¿Quieres un par de dosis para anestesiar futuras
incomodidades, Rogue? Podríamos
considerarlo tu último viaje.
Pero, cuando los guardias y los culíes abrieron las cajas
con alegre anticipación, de
cada una surgió un asesino maorí armado. Durante un
caótico minuto, la antesala vibró
con el eco de la lucha y los gritos de la matanza. Ahora
le tocaba a Winter sujetar con
fuerza el brazo del asombrado manchú.
—Éste es el Caballo de Troya, Tom, nene—dijo complacido,
alejando al sorprendido
hombre de los Cuchillos de Tajo y las salpicaduras de
sangre—. Esperaba que mis
comandos llegasen a tiempo, pero no estaba seguro. Tengo
que darte las gracias por
facilitármelo tanto.
Chincha, el enorme jefe de los comandos, manchado y
empapado de sangre, se acercó
a Winter.
—¿Nos apoderamos ya de la mina? Oparo y los demás esperan
que des la orden.
—¿Qué? ¿Apoderarse? ¿Nuestra mina?—balbució Ta-mo—. Estás
loco. Todos estáis
locos.—Consiguió recuperarse de la sorpresa—. Si te
rindes ahora, Rogue, seré
piadoso.
Chincha apoyó implacablemente la punta del Cuchillo de
Tajo en la garganta de Young.
—Somos un centenar y valemos por un millar de los
vuestros. Nos apoderaremos de la
mina.
—¡Nunca!
—Y negociarás con nosotros siguiendo nuestras
condiciones.
—¡Nunca!
El cuchillo hizo saltar una gota de sangre de la garganta
de Yung-ku, pero hay que
hacer constar que el manchú ni siquiera parpadeó.
—Negociarás con nosotros—repitió Chincha—, o
convertiremos Tritón en una estrella
enana utilizando el Meta. El rey R-og lo ha ordenado así.
—¿Estás loco, Rogue?—gritó Young—. ¿Es verdad que has
ordenado ese holocausto,
ese Gotterdammerung?
—Ordené un ataque—respondió Winter—, y la Mafia Maorí
está dispuesta a llegar
hasta el final. Pero no tendremos que hacerlo,
Chincha—añadió.
El jefe de comandos le dirigió una mirada de sospecha.
—Al menos, no esta vez —sonrió Winter—. Tenemos en
nuestro poder la principal carta
de Tritón. Tenemos al Duque de la Muerte manchú, y vale
más que el Rey de las Minas
y el As de las Novas. Él nos hará ganar todas las bazas.
Tú te quedas con el Meta y yo
recupero a mi chica.
—¡Todavía no has ganado, maldito loco!
—¿Ah, no? Llévatelo, jefe. Saldremos por la puerta de los
V.l.P., a través del centro del
universo, para unirnos con Oparo.
—Jamás conseguirás sacarme de Tritón, Rogue.
—¿Ah, no? Pásame el cinturón rojo, vamos. Es el pasaporte
para que mis hombres y yo
podamos salir de aquí.
—¡Idiota! Soy Ta-mo Yung-kung. La gente me reconocerá
aunque no lleve el cinturón
rojo.
—¿Y piensas hacer algo?
—Una palabra mía en la entrada y tus cien hombres serán
torturados en el potro.
Ríndete, Rogue. No tienes ninguna oportunidad. Te prometo
que tendré piedad, y yo
siempre mantengo mi palabra.
—¿Tomamos entonces la mina?—gruñó Chincha.
—No, tomamos al Duque.
Tablas con Tritón
“Sé cortés y compórtate con educación al encontrarte
con tu
adversario. Que tu valor sea tan afilado como tu
espada,
pero también igual de pulido.”
RICHARD BRINSLEY SHERIDA~
Y pasaron por la principal salida de Catay llevando al
Duque de la Muerte sin encontrar
nada digno de mención; de hecho el Manchú no podía
mencionar nada en absoluto. En
primer lugar le habían paralizado con AGA (ácido
gamma-aminobutírico sacado del
maletín de primeros auxilios de la Garda Barb), que puede
convertir a un mamut de
Ganímedes en algo tan manejable como la arcilla. Y en
segundo lugar, le sustituyeron
por el contorsionista maorí envuelto en vendajes de momia
egipcia. Nadie podía verle ni
oírle. Y, en definitiva, se comportó como un buen Duque
de la Muerte.
No se comportó tan angélicamente cuando le devolvieron en
la nave que les llevaba a
Ganímedes; el efecto del AGA desaparece en unas cuatro
horas, y las pasiones
contenidas reaparecieron con renovado vigor. El espacio
es algo hermosamente
silencioso, pero Young entretuvo a los pasajeros con el
furioso golpear de sus pies
contra las mamparas de su cubículo, como si estuviera
interpretando un solo de
percusión en un concierto.
—Deberíamos quitarle los zapatos—dijo Winter.
—¿Por qué no le enfriamos un poco antes de que empiece a
golpear con la cabeza?—
sugirió Barb—. Lo querrás más o menos compos mentis para
la negociación.
Winter asintió, descontento. Estaba enfrentándose a las
pautas más inestables y
explosivas de toda su vida. ¿Cómo puedes convencer,
persuadir, y/o sacarle algo a un
adversario que no se derrumbará bajo ninguna clase de
tortura física conocida, un
adversario que lleva tres cuartos de siglo dominando la
vida y la muerte?
—Hablando de cosas inamovibles—murmuró—. Y yo no soy
ninguna fuerza irresistible.
Sabía lo que quería del Manchú: un contrato férreo con la
Mafia Maorí para el comercio
del Meta—lo había prometido para conseguir la
colaboración de Oparo—, y que le
entregara sana y salva a su chica—se lo había prometido a
sí mismo—. El problema
era cómo sinergizar algo semejante de un rehén que sólo
ansiaba un retorno al status
quo celestial y que los Bárbaros Interiores recibieran su
castigo.
—Habrá que utilizar el Duodécimo Mandamiento, nene. Sea
lo que sea—murmuró.
Abrió la puerta y entró en el cubículo.
—Buenos días, buenos días, buenos días, señor Young.
Saludos, saludos, saludos y
bienvenido, bienvenido a bordo. Me llamo Winter, aunque
todos me llaman Guaperas
Winter. Soy el encargado de que tenga un viaje feliz a
bordo de nuestra feliz nave. Le
informo que a la hora de la comida tendrá que ser jurado
de un concurso de belleza:
diez encantadores encantos por los que espero no se dejen
sobornar, ja, ja... También
de un campeonato de tenis, de un thé dansant, y
de. ..
Young gruñó.
—¿Te duelen los pies, Tom?
Young volvió a gruñir.
—No te parece divertido, ¿eh?
—En absoluto.
—Bueno, no puedes culparme por intentarlo. La tripulación
me ha informado de que
estás descontento.
—No me parece la expresión apropiada.
—¿Furioso?
—Es más acertada.
—¿Ardiendo de ira?
—A doscientos grados.
—¿Conjurando horrores eternos para mí y para los míos?
—Tú lo has dicho.
—¿Cuál es tu versión del horror, Tom? ¿Pisotearnos hasta
la muerte con tus
piececitos?
—Demasiado cansado.
—¿Mucho ruido?
—Demasiado rápido.
—¿El potro?
—Sigue siendo poco lento.
—¿El tiro al hombre?
—Demasiado definitivo.
—Se me están acabando los horrores.
—¿Tus bárbaros maoríes no tienen ideas más ingeniosas?
—Eso sí que resulta interesante, Tom. Hemos efectuado una
regresión hacia lo que
vosotros los Celestiales consideráis simplista. No
creemos en la emoción de la
matanza. Lo nuestro es el matar de prisa, y punto. Ya lo
viste en la mina. Corta-corta y
adiós-adiós.
—¿Para qué me mantenéis vivo, entonces?
—¿Quién ha hablado de matarte?
—Si no, ¿a qué viene el secuestro?
—Piensa un poco, Tom. No podíamos salir de Tritón sin ti.
—¿Y de qué os serví, envuelto como una momia? Me reiría
si no estuviera
ahogándome en vejaciones.
—¿Tuyas o nuestras?
—Ambas.
—Ah, pero la tuya nos ha proporcionado la nuestra. Magia
simpatética, ¿eh? Por cierto,
tu cinturón funciona de maravilla; aquí lo tienes, con mi
agradecimiento. Lo han lavado y
planchado para ti. Debiste recibirlo de Ahmet Troyj.
Felicidades.
—Ja. Ja. Ja.
—¿Te ríes cuando te insultan?
—Vamos, Rogue, ¿qué diablos quieres?
—Como si no lo supieras.
—Me gustaría oírtelo decir.
—Lo único que queremos es ser amigos, Tom.
—¿Quiénes “queremos”?
—Maoríes y jins.
—¿Cuál es tu versión de un trato equitativo?
—Esa palabra sagrada, reverenciada a lo largo de la
historia... Compañerismo. Es lo
que marca la diferencia entre matrimonio y divorcio.
—¡Vamos, vamos!
—¿Hablamos en serio, Tom?
—¿Cuándo hablas tú en serio?
—Entonces, en pragmático.
—Prueba a ver.
—Queremos ser socios en lo del Meta.
—¿Qué?
—Estoy hablando de los maoríes. Al infierno con el Solar.
Fastidia lo que quieras al
resto del Solar, pero no a nosotros. Queremos asociarnos
contigo. Trabajaremos juntos,
y tú seguirás al mando, Tom. Sólo queremos el Meta que
necesitamos a un costo
razonable, y tus jins seguirán controlando la situación.
Un negocio práctico.
—Nunca.
—Escucha, ¿qué porcentaje de tu mercado somos nosotros?
Menos de un uno por
ciento. Eso es lo único que perderéis. ¿Y qué
conseguiréis a cambio? Diez veces más,
porque acabaremos con el contrabando. Un buen pellizco.
Es un trato condenadamente
bueno para los dos, Tom.
—Nunca.
—Desde luego, los inescrutables sois una raza aparte.
¿Por qué nunca? Y dos veces,
además.
—Porque me has enseñado cómo acabar con las filtraciones.
—Nene, nene, la Mafia acabará ideando un nuevo truco.
—Tu maldita Mafia nos sangrará de todos modos.
—¿Cómo?
—¿A cuánto venderían el Meta al Solar si se lo
proporcionamos a un costo razonable?
—Una pregunta razonable. Y bastante aguda, pero tengo la
respuesta. En vez de que
la Mafia se una a vosotros, vosotros os unís a la Mafia.
Robaréis juntos muy felices y
comeréis perdices.
—¡Tú estás loco!
—¿Por qué no? No sería más que otra de tus actividades
secundarias. Odessa
Partridge—que te envía afectuosos saludos— me contó lo de
tu tapadera de Soho
Young y el falso círculo de agentes que controlas. Así
controlarás también la Mafia, y
además, te embolsarás tu porcentaje.
—¿Y se supone que debo creer que renuncias así como así
al tuyo?
—¿Renunciar a qué? Ya soy el Rey Maorí Dos Muertes, y
hasta ese título me viene
grande. No quiero tomar parte alguna en todo esto. Puedes
quedarte con todo.
—Puedo quedarme con todo sin tu ayuda.
—Mientras seas mi huésped, difícil lo veo.
—¿Mi libertad es parte del trato?
—Naturlich .
—¿Y qué más?
—Quiero recuperar a mi chica.
—¿Tu chica?
—Mi titánida. Te ofreciste para aconsejarla durante el
embarazo, ¿recuerdas?
—No la tenemos.
—Lo sé . Pero tengo la intuición de que tus agentes saben
dónde está, aunque no
tienen acceso a ella. ¿Me equivoco? Ponte en mi lugar,
Tom. Hay mucho en juego.
—¿De qué te serviría saberlo?
—Si sé dónde está, podré recuperarla. ¿Sabes dónde está,
no?
—Sí. Cierto, y ése es mi as en la manga.
—Quizá. Quizá. Los negocios primero.
—No.
—¿No a qué? ¿Al Meta? ¿A la liberación? ¿A la chica?
—No a cualquier clase de cooperación contigo. Nunca. ¿Qué
carta vas a jugar ahora?
¿La de la muerte?
—Eso está fuera de lugar, Tom. Te necesito tanto como tú
a mí.
—¿Me torturarás?
—Es una posibilidad.
—¿Te contó Odessa Partridge que me capturaron los zulúes
de Ganímedes y me
pusieron en una parrilla para sacarme la información a
fuego lento? No lo consiguieron.
—Te creo.
—Todavía no se ha inventado la tortura que pueda conmigo,
y he sufrido algunas
especialmente salvajes.
—Eres todo un desafío.
—No obtendrás de mí más que lo que yo quiera darte.
—¿Y qué quieres, Tom? ¿Cuál es tu precio?
—¿Tenéis chimeneas en vuestra cúpula?
—¿Estás charlando o negociando?
—¿Tenéis?
—Sólo en el palacio real y en las casas de los jefes de
tribu. Oparo, Chincha y los
demás. Es un símbolo de posición social.
—¿Con pieles de oso curtidas ante ellas? ¿La cabeza
entera y la piel del cuerpo?
—Con mamuts. No resultan muy atractivas.
—Yo también tengo chimenea. Y quiero tu cabeza disecada y
el resto de tu piel como
alfombra. Quiero terminar contigo separándote la cabeza
del cuerpo despellejado. ¡Muy
lentamente!
—¿Mientras grito en do menor? No sé por qué, pero me da
la impresión de que no me
aprecias demasiado, Tom.
—O mejor aún.. . ¿Qué me administró esa mujer Garda?
—Un derivado del AGA. Inteligencia lo utiliza para que
las serpientes de cascabel se
vuelvan lo bastante sociables como para sentarse a la
mesa.
—Mejor aún, te inyectaré una dosis y utilizaré todo tu
cuerpo vivo como alfombra.
—Vamos, vamos. Sé un poco práctico, Tom. No puedo pasarme
la vida bajo tus pies.
Tendrás que darme de comer y llevarme al baño de vez en
cuando.
—Nada de eso. Tendré a tus cerdos maoríes para lamerte y
mantenerte limpio cada vez
que mees y cagues, y te comerás crudos a tus súbditos.
—¡Puaj, qué asco, Tom! No creo que vaya a gustarme. Hazme
un favor y pásame
primero a la chica de la feria. Ya la he probado y está
bastante tierna. La conoces, era
la bailarina del vientre. Te acordarías si no fueras un
jodido marica.
—¡Corta ya, Rogue!
—Oh, no es ningún secreto, nene. Lo he sabido siempre.
Eres mi reina favorita, pero...
¡ay, crueldad!, a ti te llaman marica. Con mis disculpas
a W. Shakespeare. ¿No te
parece que Hamlet debía de ser gay? Esa obsesión por su
madre...
—Por Dios, que voy a...
—Y ahora que las computadoras son medio orgánicas... Esa
consola que tienes en
Terra, ésa con la que mantienes la relación amor-odio...
Te la chupa, ¿verdad?
—¡Maldito seas!
—Sí, ya veo que sí. Es fascinante ¿verdad? Ahora que
podemos conectarnos con
nuestros computadores cuasihumanos (juraría que la mía
está más viva que yo),
podemos tener relaciones sentimentales con ellos. Hasta
podemos decirnos por radio,
teléfono o telégrafo. Cuando estás en Tritón, ¿hablas con
el tuyo por onda corta?
—Te juro que agonizarás toda una eternidad.
—¿De verdad, tiíta? Gracias por incluirme en tu programa
de torturas. —Winter cambió
bruscamente de expresión, se volvió frío como el hielo—.
Intentémoslo una vez más,
Manchú. ¿Cerramos el trato del Meta?
—Nunca.
—¿Cuánto tiempo estuviste tostándote con los zulúes?
—Una semana.
—¿Y no te rendiste?
—Nunca.
—Yo lo conseguiré en una semana, Manchú, y lo haré sin
manos.
Ballade de Pendu
En donde la humillación de un formidable enemigo acaba
consiguiendo que se reúnan
dos enamorados mediante el chismorreo y el cotilleo de la
Adorable Compañía de
Computadoras.
EL AUTOR
EL ZOO DE NUEVA YORK
presenta
EL CARNAVAL DE LAS CRIATURAS
Gorila, el golfo
Oso, el osado
Lobo, el ladrón
Lemur, el liante
Orangután, el orgulloso
Foca, la flaca
Elefante, el elegante
Hiena, la hipócrita
Morsa, la morosa
Mamut, el memo
Gallina, el gallina
presentando a
MAESTRO DE CEREMONIAS,
EL DEMONIO CON FORMA HUMANA
producción dirigida por
Nigelle Englund
(Los productores y Directores Teatrales pertenecen a la
Liga Solar de Teatros y
Productores Eco, Inc.)
Entrada Libre
(Los Adultos deberán entrar acompañados por niños)
EL DEPARTAMENTO DE BOMBEROS INFORMA que todas aquellas
personas que
decidan encender un cigarrillo, porro o pipa durante los
descansos o la representación,
no sólo molestan a los propietarios y ponen en peligro a
sus semejantes, sino que
violan una ordenanza de la Ciudad punible por la ley.
Ese repugnante y asqueroso maestro de ceremonias (¡HISS!)
torturaba a los dulces e
inofensivos animales (¡BUUU!), armado con un Látigo al
rojo (¡OOH! ¡AAHH!),
obligándoles a saltar a través de aros ardiendo, haciendo
malabarismos con ladrillos
calientes, y conduciendo velocípedos eléctricos que los
aturdían con descargas
continuas (¡BUU! ¡HISSS! ¡GRRR!). Un mono se rebeló
(¡VITORES!). Los demás
animales se unen a él (“¡Criaturas del mundo unios! ¡No
tenéis nada que perder excepto
vuestras cadenas!”) (¡HURRA!). El desagradable maestro de
ceremonias estaba en
franca desventaja (¡RISAS! ¡APLAUSOS!), y le obligaron
con su propio látigo a realizar
los mismos actos humillantes que antes efectuaron sus
actuales opresores.
(¡APLAUSOS! ¡EXTASIS!)
Cuando cayó el telón, entraron en acción los encargados,
moviendo los decorados,
accesorios y marionetas de tamaño real de animales, para
preparar la siguiente
actuación. Sólo el muñeco del maestro de ceremonias fue
retirado del escenario con los
hilos colgando. Le llevaron a un camerino donde le
esperaba Nigelle Englund, la
veterinaria albina y directora del zoo, junto a Rogue
Winter.
Nigelle soltó los hilos y apartó las agujas de acupuntura
de los centros de control
hipnogénico del muñeco.
—Ha sido una bonita función la de esta mañana, Tom—dijo
Winter—. Mejor que la de
anoche. Mucho mejor. Cada vez dominas más el papel. Me
reí cuarenta veces y
abucheé unas diez.
Ta-mo Yung-kung, Mandarín Número-Uno de los jin y Duque
Manchú sobre la Vida y la
Muerte, bufó indefenso.
—Estás estupendo en el papel, Tom. A los chicos les
encanta odiarte. Nig dice que eres
la mejor atracción que ha tenido el zoo desde hace años.
—Si...sólo...pudiera...
—¡Vamos, vamos! No nos pongamos temperamentales, Tom. No
intentes modificar tu
papel. Te han acupunturado para una actuación pregrabada,
y no puedes modificar el
guión. El espectáculo es el que manda.
—No podemos mantener esto eternamente, Rogue —dijo,
Nigelle—. Acabará
quedándose sin fluidos vitales. Quedará en estado
vegetativo, por mucho que le
hagamos descansar entre función y función.
—Sólo necesito una semana para aplastar su amour
propre, Nig. No hay vanidad de
marica que pueda aguantar mucho más.
presentando
a
MAESTRO DE CEREMONIAS,
EL DEMONIO CON FORMA LADRADORA
—Estuviste genial esta noche, Tom. Cuando Gorila el Gordo
te tiró el ladrillo caliente al
culo, el salto que pegaste gustó mucho al público.
Ta-mo Yung-kung, Mandarín Número-Uno de los jin y Duque
Manchú sobre la Vida y la
Muerte, le miró indefenso.
—Sí, ya sé que están reescribiendo el guión. Pero tienes
que entenderlo, Tom, sólo lo
hacen para mejorarlo. Así es el negocio del espectáculo.
presentando
MAESTRO DE CEREMONIAS, EL DEMONIO CON
FORMA RECHINANTE
—No sé que pensar de la parte con Foca, la flaca. Ésa en
la que te echa pescado
después de que has saltado por los aros. A mí me parece
que funciona. Pero lo que te
aseguro es que estoy en contra de la parte en que el
Elegante te echa los excrementos
encima. Es de mal gusto. Muy mal gusto. Creo que habría
que suprimirlo aunque a los
chicos les encanta.
“Pero no te preocupes, nene. Nig Englund ha convocado una
reunión para mañana,
veremos qué se puede hacer. Hay que escribir la siguiente
representación y puede que
contratemos a un par de humoristas de la Costa. ¿Tienes
alguna sugerencia? ¿Te
gustaría trabajar con alguien en especial?
Ta-mo Yung-kung, Mandarín y Duque Manchú suspiró indefenso
.
presentando
MAESTRO DE CEREMONIAS,
EL DEMONIO CON FORMA LLORIQUEANTE
—¡Noticias frescas, Tom! ¡De titular! Te has convertido
en una figura muy popular. Los
chavales están formando clubes de Maestrillos
Ceremoniales por todo el Solar. Llevan
un Látigo rojo y van con tu foto por todas partes. Ya
sabes, la foto con Gorila rompiendo
un ladrillo sobre tu trasero. Y lo que es mejor, hay un
montón de adultos que te han
reconocido en las fotos y vienen por aquí, preguntándose
por qué hace el payaso un
exobiólogo tan famoso. Tus “compas” jins también están de
camino. Tritón no puede
creer que su Mandarín Celestial esté haciendo de
meshugena zhlob en un zoo, y
vienen en persona para comprobarlo. Eres una estrella.
Habrá que prepararte una
sesión para que firmes autógrafos.
Ta-mo Yung-kung, Mandarín y Duque, sollozó impotente.
presentando
MAESTRO DE CEREMONIAS,
EL DEMONIO CON FORMA DE ESPECTACULO
—Y ahora, señoras y caballeros, personas, gente e
híbridos varios JA-JA de todo el
mundo, vivitos y coleando JA-JA desde el zoo de Nueva
York para todas las abuelitas y
nietos del Solar, SBC-TV les presenta el último, el más
sensacional, el payaso más
brutal de la historia del espectáculo dentro del
preestreno de este novísimo, grandioso,
vulgar, y ponzoñoso serial lleno de emociones y venganzas
interpretado por el hombre
al que todo el mundo adora odiar: MAESTRO DE CEREMONIAS
en ¡EL SHOW DEL
MAESTRILLO CEREMONIAL!
—Quedan cinco minutos, señor Young. Por favor, suba al
escenario.
—Gig. Tom, nene. Te tenemos enchufado y programado para
que les dejes
boquiabiertos. Vas a hacer que Tritón y tú seáis famosos,
os convertiréis en leyenda. ¡Y
pensar que te conocí cuando no eras más que un Duque de
la Muerte...! Bien, allá
vamos. Buena suerte. Merde. Rómpete una pierna...
—Com... Puta... Dorra...—croó el manchú.
—¿Qué dices, nene?
—Com... Puta... Dorra... Saabe...
—¿La Computadora Sabe?
—T...
—¿Qué sabe la computadora? De prisa, Tom, rápido. Sólo
tienes tres minutos.
—Dóooonde... Tu.... Chic...
—¿Dónde mi chic? ¿Dónde está mi chica? Una computadora
sabe dónde se esconde
mi titánida? ¿En un sitio al que no tenían acceso tus
hombres?
—T...
—¿Qué computadora? ¿Dónde?
—Vamos, Tom. No juegues ahora conmigo. Hay un millón de
consolas en todo el Solar.
¿Qué computadora es la que sabe dónde está mi Demi?
—¡Vamos, maldita sea! Estás acabado. No intentes
retrasarlo más. Canta. ¿Qué
computadora, y dónde está?
—Ya no se puede hacer nada, Rogue—dijo Nigelle—. No puede
decirte nada. Está
vacío. No es más que una marioneta. Dios sabe cuánto tiempo
tardará en recuperarse.
—Sí. Ya da igual que le enchufemos o no para su última
función. Tengo que
reconocérselo al hijoputa; aguantó durante seis días.
También tengo que reconocer que
conseguí hacerlo sin manos...pero no conseguí nada más
allá de una brizna de paja.
—¿Cómo?
—Una aguja en un pajar, Nig. Primero tendré que encontrar
esa maldita computadora,
que podría estar en cualquier consola de cualquier parte,
y luego conseguir que me
diga la verdad.
—Las computadoras no mienten.
—Están medio vivas, ¿no? Dime una sola cosa que esté viva
y no pueda mentir de una
manera u otra.
—Si están programadas para hacerlo.
—¿Y quién dice que este pollo Manchú no ha programado la
que sabe dónde está
Demi? Ya sabes. para hacer que diga la verdad sólo si
tecleas el código adecuado.
—Resultará difícil.
—Como lo será encontrarla cuando la computadora me diga
dónde mirar.
—~,Por qué crees eso?
—Sentido común, Nig. Si nuestro Duque de la Muerte podía
decir a sus hombres dónde
encontrarla. y aún no le han puesto la mano encima, eso
quiere decir que está en un
sitio totalmente inaccesible. Oi l~eh, meyd'l!
Tsibeles aumenta en mi estomac.
Tuve un sueño absurdo en el que Rogue y Demi deambulaban
por las calles de Nueva
York buscándose el uno al otro. Las posibilidades de encontrarse
eran de un quintillón
contra una, porque cuando él buscaba por los barrios
bajos ella lo hacía por la zona
residencial, y cuando uno se dirigía al este, el otro se
encaminaba hacia el oeste.
Pero, en este sueño, resultó que los dos se acercaban a una
misma esquina,
contraviniendo todas las posibilidades en contra, y estaban destinados a
encontrarse. Pero en ese momento, unos obreros bajan el
enorme letrero luminoso de
un teatro para cambiarlo. Rogue pasó por un lado del
letrero, Demi por el otro, y nunca
se encontraron. El letrero decía DESTINO: PROXIMO ESTRENO
EN EL BIJOU.
Resultó que toda esta farsa estaba inspirada en la
realidad, tal y como me la contaron
ellos más tarde: estaban buscándose a través del
entramado de la Honorable
Compañía de Computadoras, algo mucho más laberíntico que
las calles de la ciudad.
De una manera totalmente inesperada se descubrió que la
tecnología computerizada
revertía en las prótesis, o el añadido de un miembro
artificial para reemplazar una parte
defectuosa del cuerpo. Los ingenieros descubrieron que.
al añadir partes orgánicas a
una computadora. ésta dejaba de ser una máquina para
hacer sumas para convertirse
en una entidad casi viva. Fue algo que tuvo el efecto
secundario, no anticipado, de
convertir a los bancos de computadoras en un entramado de
chismorreos y
conversaciones cruzadas.
Demi Jeroux trabajaba desde ese entramado, intentando
localizar a Winter. Veamos
cómo sus pulsaciones atravesaban la cháchara de las
computadoras.
!PRINT “NOTA TODOS CENTROS = NTC”
NTC
!PRINT
“ROGUE WINTER = ROG”
ROG
!PRINT
“R-OG UINTA = ROGUE WINTER
ROG”
ROG
!PRINT “
TERRA = T”
IPRINT
“GANIMEDES
!PRINT
“TRITON = TT”
OK
NTC ROG TGTT
REM***BUSCAR GENERADOR***
CLS
INPUT “COMPUTADORAS (C)”,A$
INPUT “ANALOGIA & DIGITAL (A,D)”;#
CLS: SI A$ = “A” O A$ = “D” ENTONCES # =
INFORMAR
SI # = “A” INFORMAR
SI # = “D” INFORMAR
PRINT NTC LOCALIZAR ROG
NO SIGNIFICA “NUMERO”
O SIGNIFICA “CERO”
O ES UN NUMERO
NO = R-OG UINTA
NO = ROGUE WINTER
O = NO R-OG UINTA
O = NO ROGUE WINTER
UN MONTON DE
GRACIAS & ERES UN L =
LERDO
! ! REM* * *PROGRAMA PRINCIPAL-CAZA ROG* * *
!!
GOSUB ROGUE WINTER
GOSUB
R-OG UINTA
ROG = “RANDOM = “R”
ROG NTC = R”
GOSUB TIERRA “T”; GOSUB GANIMEDES “G”
SI ROG =
“T”ENTONCESNTC”T”
GOSUB NTC ROG TGTT
POR SI ACASO
SI NO = & = NO
ROGUR WINTER ENTONCES
DONDE?
ESTOY BUSCANDOTE ESTUPIDO
Y SIGUES EN mn
Winter, por su parte, estaba trabajando en el otro
extremo, intentando localizar pistas
que le llevaran al escondrijo de Demi, sin ser muy
consciente de que el entramado
sabía guardar sus propios secretos. Estudió y examinó
pantallas de bancos de
computadoras, compilando, asimilando y acumulando toda
clase de lenguajes-máquina.
Éstas son algunas muestras de las respuestas que
consiguió:
La última respuesta se traduce como “una variable
cualquiera situada en un mismo
espacio con todo su sistema de acontecimientos y
probabilidades preestablecidas
funciona según la norma que dice que cada número real
incluye una variable que
tienecabida dentro del sistema de variables admisible”.
—Un millón de gracias.
—Un campo es una división conmutativa—añadió la máquina,
intentando ayudar.
Quizá lo más exasperante fuera el hecho de que él, un
profesional de los lenguajes,
tuviera que acudir a alguien para que le iniciara en los
malabarismos lingüísticos que
requería poder hablar con los bancos. Era como el diálogo
de Alicia con el Caballero
Blanco en “A través del espejo”.
Tu búsqueda se llama “Aguja en un pajar”.
Muy bien. Eso es lo que busco.
Muy mal. Así es como se llama al nombre. El nombre
auténtico es “Salfuera, salfuera,
de dónde quiera que estés”
Muy bien. Se llama así.
Muy mal. Lo tuyo es “Preguntar a las Computadoras, pero
esto sólo es la manera en
que se la llama.
Entonces, ¿cómo infiernos se denomina a la búsqueda de mi
chica?
Ahí vamos a parar. En realidad, se llama “APB Demi
Jeroux”. Y ahora, presta atención.
Las computadoras exigen cuatro identidades linguísticas;
la manera de llamar el
nombre de la búsqueda, el nombre de la búsqueda, la
manera de llamar a la búsqueda,
y la búsqueda. ¿Lo has entendido?
C'est la mer a boire.
¿Qué?
Esto va a ser imposible. Como beberse un océano.
Ahora que estás al tanto de mi escondrijo inaccesible,
Odessa, ya puedes comprender
cómo supe todo lo que Rogue dijo e hizo cuando volvió,
furioso y agotado, a su
apartamento en el Beaux Arts.
Es cierto que estaba escuchando, pero una chica enamorada
también tiene sus
derechos. ¿Quién fue el que dijo “En el amor y en la
guerra, todo vale”? Creo que un
poeta que se llamaba Francis. No Francis Scott Key, ni el
Francis Smedley que regenta
el
“Barras y Estrellas Soda Solarium (Sólo Parejas)” en las
afueras de los barrios
residenciales de Marymount.
Rogue recogió mi psigata (por cierto, se llama “Coco”) de
manos de Nig Englund, y
volcó todas sus frustraciones sobre ella. Naturalmente,
Coco se le pegaba al cuello
ronroneando de contento. Tengo que admitir que estaba
algo celosa, porque era
precisamente lo que yo quería hacer en ese momento. Pero
Rogue tenía que
prepararse para la sorpresa; ese orgullo de macho Maorí,
especialmente el de un rey
Dos Muertes, se le iba a terminar rápidamente.
Estaba quejándose.
—Maldita sea, señora. He probado con las computadoras de
Tritón mediante la
embajada. No han podido ser más amables ahora que tengo a
su querido mandarín.
Luego con el de Solar Media. Personas desaparecidas. Su
casa de apartamentos. En
todos los sitios donde tenía cuenta corriente. Luego en
Alitalia, United, TransSolar, Jet
France y Pan Sol. Con Virginia, a larga distancia. Con
Odessa Partridge y su apparat de
Inteligencia. El cacharro de exobiólogo de Tom Young. He
probado con
Elektronenrechners, Ordinateurs, Calcolatores, Comhairins
y hasta con el viejo Golem-
Uno de Jerusalem. Nada en todas partes. Null. Nada.
Nulla. Estoy vacío. Me rindo.
Se aflojó el cuello del traje y lo abrió para que mi
psigata tuviera acceso a la garganta. A
continuación recorrió todo el apartamento, inspeccionando
los muebles y cosas que yo
había utilizado, cada cuadro y libro que había mirado,
los cacharros y recuerdos que
había tocado; la bañera de dos metros que nunca tuvimos
oportunidad de compartir
juntos; la cama japonesa que utilizamos. Y, a
continuación, se metió en su cuarto de
trabajo para conectar el ordenador con el que estaba
neurológicamente conectado.
Pero descubrió que ya estaba en marcha.
—Vaya—murmuró—. Debo de andar sonámbulo. A no ser que lo
hayas encendido tú,
gatita.
—Spqrrrr—fue la no respuesta.
Activó las pantallas auxiliares repartidas por todo el
apartamento, para así poder
deambular mientras discutía con su segundo yo y veía qué
respuestas le
proporcionaba. Se asombró al ver cómo las pantallas nos
mostraban a los dos sentados
en el sofá de la salita, hablando aquella primera noche.
—Pero la computadora no estaba encendida cuando vine con
Demi. Podría jurarlo.
ROGUE
¿Qué fue lo que te gustó de mí?
DEMI
¿Cuándo?
ROGUE
Cuando empecé a trabajar para Solar Media.
DEMI
¿Qué te hace pensar que me gustaste?
ROGUE
Estabas ansiosa por invitarme a almorzar.
DEMI
Fue tu pasión.
ROGUE
¿Hacia qué en particular?
DEMI
La belleza sofisticada del pabellón de esquí, Mystique
D'Chansma .
ROGUE
No había ningún Mystique D'Charisma
DEMI
Eso es lo que me gustaba de ti.
—Pero la conversación no se desarrolló así. Todo está
cambiado, puesto al revés.
DEMI
¿Quieres un trozo de piel autografiado por Mystique
D'Charisma? Puedo conseguir que
el departamento de arte falsifique uno para ti.
ROGUE
No, gracias, quiero algo más que falsos desnudos de ti.
DEMI
Ajá. Se vuelve machista. Ahora que ha conseguido a la
chica, muestra sus verdaderos
colores.
—¿Qué diablos le pasa a este aparato? Las figuras y las
voces son perfectas, pero el
diálogo está distorsionado.
DEMI
¿Y qué es lo que te gustó de mí cuando me viste por
primera vez en Solar?
ROGUE
¿Quién dijo que me gustaras?
DEMI
Te acercaste a mí como si fueras un bandido y me
invitaste a almorzar... y a algo peor.
ROGUE
Fue tu aspecto ambivalente.
DEMI
¿Creíste que era un marica vestido de tía?
ROGUE
No. No. Tu alegría. Lo haces todo como si fuera un juego
y una diversión, y eres
completamente imprevisible. Eres una impostora de la
alegría.
DEMI
O sea, que soy una mentirosa.
ROGUE
O sea, que eres una duende.
DEMI
Mis amigos me llaman “Campanilla”.
ROGUE
Y yo creo en las hadas.
DEMI
Junta las manos si crees en hadas.
—¡Ya lo entiendo! ¡Ya lo entiendo! El ordenador lo está
contando desde su punto de
vista; cómo le gustaría que hubiera pasado y cómo le
gustaría recordarlo. Debe de
haber grabado esta joyita para mí cuando vino a dejar la
gata y las llaves, antes de salir
de estampida .
ROGUE
Es una manera malditamente linfática de empezar cualquier
cosa.
DEMI
¿Por qué? ¿Acaso no es diversión? No es eso lo que
dijiste que te gustaba de mí?
ROGUE
¿Quién se está divirtiendo?
DEMI
Yo.
ROGUE
¿Quién está jugando?
DEMI
Tu alegre impostora.
ROGUE
¿Y dónde entro yo?
DEMI
Limítate a seguirme el juego y toca de oído.
ROGUE
¿El izquierdo o el derecho?
DEMI
El del centro. Es donde tienes el alma.
ROGUE
Eres la chica más terrible que he conocido.
DEMI
He sido insultada por hombres mejores que usted,
caballero.
ROGUE
¿Como cuáles?
DEMI
Como aquellos a los que he rechazado.
ROGUE
Me dejas con la duda.
DEMI
Es la única manera de manejarte.
ROGUE
¡Maldita sea, tú ganas!
—¡Sorpresa! ¡Sorpresa! Toda esta parte se parecía
bastante a lo que había pasado de
verdad. Era obvio que le gustaba a Demi. Me pregunto ¿qué
es lo que la hace tan
especial?
DEMI
Eso es lo último que esperaba de ti.
ROGUE
¿El qué?
DEMI
Que fueras tímido.
ROGUE
¿Yo? ¿Tímido yo?
DEMI
Sí, y me encanta. Tus ojos están haciendo inventario,
pero el resto de ti no se ha
movido.
ROGUE
Lo niego.
DEMI
¿Conoces los poemas de amor de John Donne?
ROGUE
Me temo que no. Debo haberlos dejado de lado por algún
motivo.
DEMI
Todas las chicas de California los leen y suspiran por
ellos. Voy a recitarte uno.
ROGUE
No te temo.
DEMI
“Libera mis acariciadoras manos y déjalas en libertad.
Delante, detrás, en medio, arriba,
abajo.”
ROGUE
Ahora sí que te temo.
DEMI
“¡Oh América mía! Tierra recién encontrada. Mi reino, a
salvo gracias a la doncella de
un hombre... ¡Qué afortunado soy por haberte encontrado!”
ROGUE
Demi, no. Por favor, no.
DEMI
“¡Plena desnudez! Todas las alegrías se deben a ti. Todas
las almas descarnadas, de
cuerpos desvestidos deben ser, para saborear todos tus
néctares”.
ROGUE
Te lo suplico. . .
DEMI
“Me desnudaré yo primero para enseñarte; esta noche ¿por
qué necesitas cubrirte más
que tu duende?”
ROGUE
¡Demi!
DEMI
Vamos, Rogue...
—¡Jigjig! ¿Grabaría también su versión de nosotros en la
cama ?
Oh, sí que lo hice, sí. En la oscuridad. parecía un
centenar de hombres con un centenar
de manos, bocas y lomos. Era un negro con firme lengua
que me ahogaba. y con una
lanza dura y fuerte que temblaba dentro de mí.
Era un delicioso canturreo en mi oído cuando su boca
arrancaba arpegios de mi piel.
delante, detrás. en medio, arriba y abajo. Era un animal
de otro mundo emitiendo
gruñidos mientras me poseía y hacía que mi vientre
gritara en el éxtasis. Era duro,
tierno, exigente, salvaje, macho, macho, macho. Mi
espalda temblaba con un terremoto
de infinitos espasmos.
Y durante todo esto, manteníamos una chispeante
conversación sobre el champán y el
caviar como preludios eróticos, algo previo a tumbarse
ante el fuego para compartir el
amor por primera vez. Y, tras el primer beso, me colocó
un anillo en el tercer dedo de la
mano izquierda. Un anillo de oro rosa con la flor de
Virginia grabada.
Winter se levantó de un salto.
—¡Apágate !—le gritó a su medio yo.
Las pantallas se desconectaron.
Respiró profundamente. Debió pensar la orden, pero ahora
sabía que el ordenador
funcionaba por su cuenta, y sospechaba por qué.
—No podía saber nada del anillo—dijo lentamente—. Ya
estaba huyendo de los
soldados de Tritón cuando lo compré. Nunca lo vio. No oyó
hablar de él. A no ser que...
a no ser... Fue un sintetista más grande que yo el que
dijo “Elemental, mi querido
Watson”. Y tenía razón. He sido un completo idiota. No me
extraña que los gorilas jin no
pudieran acceder a ella.—Levantó la voz—. Programa
Problema APB Demi Jeroux Print
Dirección Absoluta.
Y se sentó a esperar.
No sabía lo que esperaba; quizá una calle o un número, o
la imagen de una casa,
oficina. terminal. ciudad, continente, satélite, planeta,
río, lago u océano. Su
computadora sabía dónde estaba Demi. Sabía que una
“Dirección Absoluta” en círculos
computerizados exigía la localización exacta de los datos
almacenados donde debería
encontrarse el operativo referenciado, sin manera de
evadirse por delante, detrás, en
medio, arriba, o abajo del imperativo. Cuando la pantalla
brilló, apareció una respuesta
inesperada.
—#$% -&')(*+:=-;#-
—¿Qué infiernos significa esto?
—*#)$(%'-&+ .
—¿Estás intentando decirme algo?
_ #*% * - *&'*()*)(
—Oi veh! Yo Buen Indio. ¿Quién ser tú?
—+ = : ;*—o)o(#&= +
—¿Te importaría decirme qué clase de lenguaje estás
utilizando, si es que lenguaje es
la palabra adecuada?
—;=o-*+:?#)(-
—¿Te importaría intentarlo con otro? Con Solaranto o
Lenguaje Máquina. Ya sabes,
uno más uno equivale a lo que sea que estés programado
para que sea.
—¿Eso quiere decir “no”?
—Ah, por fin llegamos a alguna parte. Juguemos a las
Veinte Preguntas. ¿Eres animal?
— + .
—¿Vegetal? Es para asegurarme de lo que significan tus -
y +.
— + .
—¿Ambas cosas? ¿Estás intentando despistarme? ¿Mineral?
— + .
—¿Las tres? ¿Qué es lo que puede ser animal, vegetal y
mineral a la vez? ¿Un
hombre? Es posible, si incluyes prótesis. Y estos días
hay mucha gente que las utiliza.
¿Una máquina? Quizá. ¿Comida? Tal vez. Hay especias
minerales. Pero el hombre no
habla tu lenguaje. Ni tampoco las máquinas. Eso nos deja
con la comida. ¡Ah, la
comida! Tiene un lenguaje encantador que se transmite por
el gusto y el olor y...
Winter volvió a sobresaltarse, y tras un momento caótico
estalló en un torrente de
palabras.
—¡Buen Dios! Mi querido, fiel, leal, auxiliador, amable,
cortés y gentil Dios. Te doy las
gracias y espero poder devolverte el favor algún día.
¡Naturalmente! Elemental, mi
querido Watson.
Olores, gustos y sensaciones. El lenguaje químico de los
Titánidos. Eso es lo que
intenta decirme el ordenador. Utiliza signos visuales
porque no está capacitado para
emitir tacto y sabor. Ninguna computadora puede hacerlo.
Quizá las programen así
algún día. Es igual. Estoy impresionado, impresionado.
Nunca creí que... En fin,
adelante con el programa. Háblame en Titánido y dime
dónde está Demi Jeroux.
—¿Sí?
—¿Sí?
—Adelante.
—Sigue hablando.
—¿Una media luna? ¿Algo que cuelga?
—El círculo está dividido en dos. ¿Y ahora?
—¿Y ahora en cuatro? Espera un momento. Espera. Un.
Maldito. Momento. Esto me
suena a algo. Me suena. Sonar. Sonar. Sonar. Sonajero.
Soniquete. Sonido. Sonido de
Campanas. Campanas. ¡Eso es! Las campanas de cristal que
protegen los
instrumentos de biología. Biología. La fecundación de la
célula. Embriología. Eso es lo
que estoy viendo. Algo por nacer. ¿El qué? ¿Dónde? ¿Qué
clase de mensaje es éste?
Estaba hipnotizado por el despliegue de división celular
que tenía delante: blástula,
gástrula, blastodiscos. ..
—¡Dios mío! Se desarrolla en microsegundos.
Ectodermo, mesodermo, endodermo...
—Es la primera vez en la historia que una computadora da
a luz. Pero ¿qué va a nacer?
Su excitación le llevó a la habitación de trabajo para
ver mejor, desde la pantalla
principal, el producto terminado. Durante esos segundos,
el desarrollo se convirtió en
dénouement, y llegó en el momento que la enorme
pantalla estallaba ante su rostro.
Demi Jeroux surgió del ordenador en medio de una lluvia
de partículas de plástico,
rodando por el suelo y cayendo encima de él. Estaba
desnuda, sudorosa y temblaba
como una hoja.
—¡Dios! Entrar fue fácil comparado a salir. ¿Te he hecho
daño, cariño?
—Estoy bien. Estoy contento. Estupefacto. Asombrado.
Hola, tú. Hola. amor mío. Hola
mi duende, querida. ¿Qué hacía una chica encantadora como
tú en un sitio como ése?
—¿Sorprendido?
—No, que diablos. Siempre supe que estabas cerca. Lo supe
todo el tiempo.
Terra Incognita
¡Ah, Dios! ¡Qué gran mundo debió de ser éste para
vivir en él
hace dos o tres siglos, cuando todo estaba por
descubrir! Por aquel
entonces, el Hombre cortejaba a la Naturaleza,
mientras que ahora
se ha casado con ella. Han desaparecido todos los
misterios. El
Solar es tan familiar como el camino empedrado que
discurre entre
dos pueblos. Y si te has creído esto es porque eres un
meshuge.
ODESSA PARTRIDGE
Esta vez abandonaron juntos la bañera de dos metros, y se
dejaron caer chorreando en
la sala de estar. Se sentaron en el sofá, poniendo los
pies en la mesita de café,
llenándolo todo de agua y sin que les importara un comino
en su alegría por haber
resuelto finalmente la crisis.
—Tendrías que oír cómo se quejan los muebles y la
alfombra —rió Winter—. Glug,
glug, glug. Glgglglg. Glooog, glooog, glooog. Hay cosas
que nunca están contentas.
—Yo soy una cosa contenta.—Demi estaba resplandeciente.
Parecía una nereida
reclinada sobre una ola; flotante cabello rojo, ojos
verdes y piel de coral rosa—. Nunca
pensé que hacer el amor bajo el agua sería tan..., tan...
—¿Tan qué?
—No puedo decirlo. Las buenas chicas de Virginia nunca
hablan de eso, así que no
tengo palabras para definirlo. ¿Y tú? ¿Lo habías hecho
antes'?
—Muchas veces—respondió Winter con rapidez—. He mantenido
mi reputación bajo
todo tipo de mares; de agua salada, mares de agua dulce,
mare nostrum, mar tirios,
mar tinis...
Le hizo callar con un golpe.
—¿Y mientras yo no estaba?
—¿Qué pasó mientras no estabas?
—Ya lo sabes. ¿Hubo alguna otra? Te prometo que lo
comprenderé .
Y empezó a mirarle como la madre de Whistler.
—Baja de ese pedestal—sonrió, hablando a continuación con
tono grave—. Puedes
creerme, amor. Todos salimos de caza. Y no lo hacemos por
lujuria, sino por amor a la
variedad y a lo nuevo. Por entretenernos. Bueno, pues
contigo, cada vez es nueva y
diferente, así que ya no tengo que salir de caza. La
respuesta es no. Era feliz
esperando a que llegara mi entrenamiento particular.
Además, estaba muy ocupado
buscando el canal con que sintonizar mi espectáculo
favorito y conseguir que
reapareciera en pantalla.
—Eres mi chalado de las estrellas favorito—gritó,
transformándose en su versión de
una meyd'l sonrojada—. Ahora quiero que me cuentes todas
tus aventuras, las que no
me llegaron por el entramado de computadoras.
—No, tú primero.
—Pero yo no he tenido ninguna. ¿Cómo podría tenerlas, si
estaba metida dentro de tu
maldita consola.
—Bueno—dudó—. ¿Por cuáles empiezo? ¿Por las buenas o por
las malas?
—Empieza con las malas . Acabemos con ellas cuanto antes.
Asintió sombrío
—Ésta no pudiste saberla. Cuando estaba en Tritón, quedé
atrapado durante horas y
horas en una de sus mortíferas cuevas de lava helada. Sin
comida, bebida ni luz. Lo
único que me mantuvo a flote fue pensar en ti e imaginar
todas las excitantes y
maravillosas pautas que podríamos efectuar juntos cuando
consiguiera encontrarte, si
es que lo conseguía.
—Pero conseguiste escapar, Rogue. Eso es evidente. ¿Cómo
lo hiciste?
—Sumido en la desesperación, dejé que el salvaje maorí
que había en mi interior
saliera a la luz. Cavé en el hielo y la lava con mis
manos desnudas, como si fuera un
animal atrapado, y por fin conseguí abrir un agujero lo
bastante grande como para
deslizarme por él hasta el exterior, pero...
—Pero ¿qué?
—Pero cuando salí, vi mi sombra y volví a meterme dentro.
Demi lanzó un gritito.
—¡Ooooh, eres, eres, eres...! ¡Me lo había creído!
¡Mentiroso! ¡Retorcido tramposo!
¡Seguirás contando mentiras hasta la tumba!
—Sí, a los que lleven mi ataúd. ¿Cómo diablos te metiste
en esa computadora? Sólo
funciona conmigo. Con nadie más. ¿Le mostraste tu sombra?
—Bueno, cuando conseguí liberarme de los hombres jins...
—¿Cómo?
—Con una maza.
—No sabía que tuvieras una.
—Y no la tenía. Pero les grité “Maza” con todas mis
fuerzas en titánido químico, y acabé
consiguiendo el mismo efecto.
—Dios mío, cariño. Eres todo un adversario.
—La verdad es que sí. Nunca tendré “problemas” contigo.
Siempre puedo enfriarte con
químico, cosa que no me parece muy elegante para tratar a
mi único semental. Bueno,
el caso es que llegué aquí con la psigata, abrí la puerta
con la llave y empecé a pensar.
¿Había algún sitio donde esconderme, algún sitio donde
los jins no pudieran cogerme
otra vez? Lo único que se me ocurría era tu computadora,
así que me metí en ella.
—Pero sólo me hace caso a mí.
—La dejaste encendida.
—Puede que me la dejara, pero sigue respondiéndome sólo a
mí. ¿Cómo lo hiciste?
—Bueno, es algo así como reflejarse en un espejo.
—¿Te refieres a una imagen?
—Algo así.
—No me lo puedo creer.
—¿Por qué no? Provengo de un mundo cristalino.
No le quedó más remedio que admitirlo.
—¿En qué consiste?
—No tienes por qué utilizar una bola de cristal. Sirve
cualquier cosa... un charco de
tinta, de agua, un espejo, un cristal, una uña. ..
—¿Y?
—Utilicé la pantalla del computador y me concentré en
ella. Tienes que sumergirte en
algo.
—¿Y?
—La pantalla pareció volverse blanca, luego negra, y se
desvanecieron hasta sus
reflejos.
—Entonces te vi, en blanco y negro, inmóvil, como en una
fotografía.
—¿Sí?
—Luego apareció el color y empezaste a moverte, tal y
como lo haces cuando hablas y
piensas en voz alta, muy concentrado. Era como una
película a cámara lenta.
—¿Podías oírme?
—Al principio, no. Todo estaba en silencio. Entonces
empecé a oír tu voz. Y todo dejó
de parecer una película. Era real. Como si estuviera a un
extremo de la habitación y tú
me miraras desde el centro. Entonces fui a ti, y tú me
sujetaste, y estaba contigo dentro
de la computadora.
—¿Cómo sabías que era yo? La mayoría de mis amigos me
acusan de ser demasiado
dúctil y adaptable, de no tener una personalidad
establecida.. . Lo decía hasta mi
primera esposa.
Demi apretó los labios y le miró como un criminal que
acaba de condenarse a sí mismo.
—Esto no va a gustarte, cariño, y preferiría no
contártelo, pero... Bueno, eres alguien
muy profundo, complejo, adaptable y todo eso, pero no
eres tan misterioso para una
titánida. Por eso somos tantos los que preferimos vivir
en la Tierra. Para nosotros no
eres más que una cuestión de aritmética básica, y eso
hace que nuestra vida sea
mucho más fácil. Así que fui capaz de recrear tu persona
y personalidad...
Tenía razón. No le gustó nada, pero consiguió
controlarse.
—Así que te metiste dentro. ¿En concepto de qué? ¿De
“bits” en los bancos de
memoria?
—Podemos transformarnos en cualquier criatura viviente,
desde una ameba a un
brontosaurio. Hay interruptores orgánicos dentro de tu
computadora. Un Pons Varolli
encargado de coordinar tus sensaciones a medida que las
recibe. Lo dupliqué y me uní
a él en paralelo.
—¿Como si fueras un Pons auxiliar?
—Algo así.
—Y así pudiste seguir viva y en perfecto estado de salud
dentro del aparato, recibiendo
alimentación mediante los mismos nutrientes que le
alimentaban a él.
—Eso es. Como un polizón. Mis disculpas.
—¿Y sólo accesible a mi persona?
—Sólo a ti.
—Entonces ¿cómo diablos pudo enterarse ese maldito manchú
Duque de la Muerte de
dónde estabas escondida?
—No estoy muy segura. Es un tipo brillante. Un caso raro
de Mensa. Pudo haberlo
deducido. O pudo denunciarme su devota exocomputadora.
—¿Lo sabía?
—Lo saben todas. Nuestro ordenador está en estrecho
contacto con las demás
computadoras orgánicas que entran en su radio de acción.
—¿Cómo?
—Por los cruces de líneas, los canales paralelos de
comunicación y las líneas
energéticas. Aprendí mucho ahí dentro.
—Y por fin estás a salvo. ¿Por qué infiernos no me lo
hiciste saber?—Su furia no
estaba tan controlada como creía—. ¡Dios mío! Casi me
vuelvo loco pensando en lo
que podía haberte pasado.
—Pero si lo hice. ¡Claro que lo hice! Todas las
computadoras de la red enviaron el
mensaje.
—¿Qué mensaje?
—Que estaba a salvo. ¿Es que no lo recibiste?
—No recibí nada. ¿Qué mensaje enviaste?
—Que estaba bien.
—Los únicos mensajes parecidos que recibí fueron del zoo,
el banco y el consulado.
—¿Cuáles eran?
—Que tu psigata odia compartir media jaula, que el banco
sólo podía darme la mitad del
dinero que había pedido, y que tenía un visado de medio
año para Tritón. Espera un
momento. Sí. También que podía compartir media cabina en
el vuelo a Ganímedes.
—¿Qué decían exactamente las pantallas?
—/ OKEY. El “medio” era el número impreso.
—Oh, Rogue, Rogue, Rogue. ¿En dónde tenías la cabeza?
—Planeando el golpe a Tritón . Pensaba en ti, claro.
—Sí, sí. Es verdad. Gracias, amor mío, gracias. Pero,
bueno... ¿Cómo se llama a una
taza pequeña de café? ¿Una media taza? O mejor aún, ¿qué
es medio hombre y medio
Dios?
—Pues una demilasse, cla...—Casi perdió la voz—. Y. Un.
Semi. Dios... ¡oh, Jiz! ¡Santo
Jigjiz! Todo el rato era “Demi O.K.” Demi, que en francés
quiere decir medio.—Lanzó
una risotada, sin el menor atisbo de furia—. Soy el
imbécil más grande del mundo.
—Tenías cosas más importantes en las qué pensar.
—Pero debí... —balbuceó—. Yo, ich, moi, el
definitivo, el gran sintetista, pasando por
alto algo así. Ah, cómo caen los poderosos.
—No a mis ojos.
—Tú. Ah, tú eres algo extraño para mí. ¿Por qué no
incluiste tu nombre en el mensaje?
—¿Y proclamarlo a los cuatro vientos? El mensaje estaba
codificado para ser recibido
por tu persona, SPW. Sólo Para Winter.
—¿Sólo para mí? Entonces, ¿cómo supo el Duque de la
Muerte que estabas sana y
salva, y que una computadora podía decirme dónde?
—Su propio ordenador debió saltarse la orden y
transmitírselo a él. Parece que el
cacharrito enamorado del Manchú es un cotilla.
—¿El cacharrito...? ¡Ajá! Conque también estabas al tanto
de eso.
—Los ordenadores lo sabemos-todo.
—¿Cómo supiste que el asunto estaba liquidado, y que
podías salir sin problemas?
—El ordenador del zoo. Tengo que decirte, cariño, que lo
que le hiciste a To-ma Yung
fue tan malvado que me tiene algo asustada.
—¿Ya no soy un payaso aritméticamente simple?
—¡Oh ! ¿Te he of endido?—Volvió a ser la Demi de Solar
Media original, asustada y a
punto de romper a llorar—. Sabía que lo haría, pero ¿qué
otra cosa podía hacer?
Tenías que tener una respuesta y debía decirte la verdad.
Si no, te habrías dado cuenta
de que mentía, y estarías más furioso aún. Por favor,
Rogue, intenta comprenderlo.
¿Por favor? ¿Rogue? ¿Amigos?
Levantó una mano y empezó a adoptar el aspecto de una
fidedigna, leal y desnuda girlscout.
Rogue miró la mano, el torturado rostro, sonrió, se
levantó y se metió en el cuarto de
trabajo. Volvió casi inmediatamente para sentarse a su
lado. Demi no había alterado ni
la expresión ni la pose. Parecía congelada en su
desesperación.
—Ya que tanto tú como el ordenador fantaseabais tan
eróticamente sobre ello—dijo—,
creo que podríamos hacer que fuese real.—Y deslizó el
anillo de oro en el tercer dedo
de la mano izquierda—. ¿Quieres que encienda la chimenea,
cariño? No sé si tendré
champán en la nevera.
Ella miró el anillo, y todo su cuerpo de chica de
Virginia tembló.
—¡Oh, Rogue! ¡Rogue! ¡Rogue!
Se apretó contra él y aplastó la boca contra la suya.
Aceptó complacido su recompensa.
—Yra pra a Icam. Vms ia dundllo.—Consiguió liberar
los labios—. Y ahora, para la
cama. Vamos ya, duendecillo.
Pero su adoración se volvió dolor y sorpresa.
—¿Qué te pasa, Demi? ¿Te duele algo?
—Pe-perdona—dijo tras una pausa—. Pero creo que está
pasando algo... el bebé...
—¡Qué!
—Lo que has oído.
—¡Pero si sólo estás de dos meses !
—Sí, p-pero...
—Y además, no se te nota nada.
—Sí. Lo sé . Pero todo esto es nuevo. Es la primera vez.
Creo... creo que estoy
rompiendo todas las reglas conocidas de la civilización.
—¡Que los Santos nos amparen! Llamaré a Odessa. No te
muevas. No hagas nada.—
Corrió excitado hacia el teléfono—. Otra pauta nueva,
Dios mío. Otra nueva crisis. No
hay quien se aburra con una titánida. Me pregunto qué
diablos vamos a prod... ¿Hola?
¿Odessa? Rogue Winter al aparato. ¡Socorro!
Al habla Odessa Partridge. Yo empecé esta lunática
historia de amor, así que a mí me
corresponde terminarla.
Estamos manteniendo bajo estricto secreto y vigilancia al
Manchú por muy diversos
motivos. Uno de ellos es que está quemado, tal y como Nig
Englund advirtió, y estamos
llevando a cabo con él un experimento muy interesante. Ya
sabréis que hay pacientes
con riñones destrozados. Tienen que vivir en función de
un apparal que purifica su
sangre. Pues estamos intentando hacer lo mismo con la
mente del Manchú utilizando
delfines.
Son muy inteligentes, quizá más que la mayoría de los
humanos, y están unidos al
Duque en series neuronales. Hacemos circular descargas
cerebrales a través de ellos.
Esperamos que los circuitos cerebrales de los delfines consigan
abrir los del Manchú.
Es demasiado brillante para desperdiciarlo.
Quizá tenga que explicarlo algo mejor para los tipos que
se limitan a encender una
bombilla sin hacerse ninguna pregunta. Como ejemplo,
utilizaré las luces de un árbol de
Navidad. Cuando están conectadas en paralelo, se tienen
dos cables que salen del
conjunto, y cada bombilla está conectada a los dos cables
de la siguiente manera:
Cuando un grupo de bombillas está conectado en serie, se
convierte en una ristra de
judías. La corriente pasa por cada bombilla mediante un
solo cable, y cuando se
conecta el circuito se encienden todas:
Esto es lo que hemos hecho con los delfines y el Duque.
Es el último cerebro de la
serie. Claro que, cuando se recupere, puede que empiece a
pensar como un delfín, y se
escape a mar abierto. Si decide enfrentarse a la
industria pesquera, tendremos
problemas.
Mientras, tenemos al Manchú en nuestro poder. Las
negociaciones con Tritón sobre el
Meta están tomando un cariz optimista. Oparo y su alegre
Mafia no parecen muy
contentos por ello, y Jay Yael está trabajando para
enfriar los ánimos. Tuve que enviar
a Barb de vuelta a Ganímedes para que echara una mano.
Por cierto, se marcó un
tanto de primera al alistar a la bailarina del vientre
para que recibiera entrenamiento en
Inteligencia. La joven diablilla va a ser un Garda
infernal.
La duendecilla titánida tenía razón; rompió todas las
reglas conocidas. Alumbró un par
de gemelos como si echara una piedra del riñón. Pesaban
dos kilos y medio cada uno,
cinco entre los dos, y jamás se le notaron. Ni por
delante, ni por detrás, ni en medio, ni
arriba, ni abajo. ¿Cómo pudo producir cinco kilos () de
híbrido, en dos meses ()? La
Asociación Médica Solar anda detrás de ella y de ellos,
especialmente porque los
chicos estaban totalmente desarrollados y no necesitaban
incubadora.
Son dos chicos terráqueos totalmente normales y
convencionales. Y creemos que no
hay nada titánido en ellos, lo que desconcierta a su papá
y su mamá... Yo creo que
están algo desilusionados. No se diferencian en casi
nada. Son gemelos idénticos que
responden a los nombres de Tay y Jay, y que llevan unos
brazaletes para poder
distinguirlos. Pero no son completa y absolutamente
idénticos al cien por cien.
Creo recordaréis lo que dijo Cluny Decco sobre que ella y
Damon Krupp habían estado
controlando los sueños de su bebé experimental mientras
era a la lluvia de radiación
que acabó produciendo a Rogue Winter. Hicimos lo mismo
con los niños de Demi en
cuanto nacieron, y descubrimos que eran isómeros, gemelos
como una imagen del
espejo respecto a su original. Algo inusual, pero en
absoluto único.
La gente suele preguntarse qué es lo que sueña un feto.
Después de todo no tiene
material o experiencias en las que basarse. La respuesta
suele ser “el subconsciente
cultural”. Se ven sometidos a los eones de acumulación
cultural que han originado al
hombre moderno, y piensan y sueñan según esas pautas
evolucionarias.
Exempli gratia: Todos nosotros, en un momento u
otro, nos hemos visto asaltados por
el miedo, un terror indecible que no tiene causa
reconocida. Los psiquiatras intentan
racionalizar esto en términos de inhibiciones e
inseguridades, pero la verdad es que es
algo que surge de nuestro inconsciente colectivo. Un
resto de las generaciones de la
Edad de Piedra que sobrevivieron gracias al miedo a lo
desconocido.
Por otra parte, el nacimiento es una experiencia
traumática para una criatura que ha
estado dentro de un útero, y le proporciona material
suficiente para los sueños más
locos. Eso es lo que pasó con los gemelos de Demi, y así
es cómo descubrimos que
eran imágenes especulares. Las confusiones tenían su nexo
común en la “c”, el símbolo
de la velocidad de la luz y, en nuestros días, la
velocidad multivalente del concepto. Sus
pensamientos eran a veces muy específicos, otras veces
caóticos, y siempre rotando
de derecha a izquierda.
Jay, el dextro:
AcA
CAcAC
SHOcK
cONTACTO
cACOFONIA
cONFLICTO
SHOcK
CAcAC
AcA
Tay, el levo:
AcA
CAcAC
KcOHS
OTCATNOc
AlNOFOCAc
OTCILFNOc
KcOHS
CAcAC
AcA
Hay filósofos actuales que sostienen que la lectura real
de E = Mc debería ser:
“Evolución es igual a Man (Hombre) multiplicado por la
velocidad del concepto elevado
a la segunda potencia”.
¿Todo tranquilo y sereno? Sí, si no fuera porque hoy me
dejé caer, tal y como prometí,
para echarle un vistazo al personal. (Demi arrastró a
Rogue a su primera visita a
Virginia, estoy segura que para exhibir orgullosa su
conquista.) Entonces eché un
vistazo a los chicos en su cuna. Y maldita sea si Jay, el
diestro, no cogía una brizna de
paja con su izquierda, mientras que Tay, el zurdo, la
cogía con la derecha. Comprobé
sus brazaletes para confirmar que no me equivocaba. Sí.
No había duda. Habían
invertido sus papeles. Tenía que hacerles saber que
estaban montando un número:
—¡Hey! Niños listos, arriba. La que os despierta es
vuestra madrina. Quizá todavía no
podáis hablar. pero estoy malditamente segura de que
podéis oírme y entenderme. Os
habéis transformado y cambiado. ¿verdad? Jay se ha vuelto
Tay, y viceversa. Muy
gracioso. Muy gracioso.
Los dos diablillos terráqueos rodaron sobre sus espaldas
y me dirigieron una mirada de
tan socarrona alegría que no pude evitar reírme .
Perversos niños impostores, medio terrestres y medio
titánidos. Sólo Dios sabía qué
saldría de aquella mezcla. La duende y el Sintetista
tenían una infernal pauta nueva
entre las manos. Y lo mismo le pasaba al Solar.
FIN
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