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Las tres leyes robóticas 1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño. 2. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes están en oposición con la primera Ley. 3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no esté en conflicto con la primera o segunda Leyes. Manual de Robótica 1 edición, año 2058

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sábado, 30 de enero de 2010

ANTES DEL EDEN --- ARTHUR C.CLARKE

ANTES

DEL EDEN

ARTHUR C. CLARKE

Científico, novelista, explorador, graduado en Física y Matemáticas Puras Aplicadas, miembro de la Real Sociedad Astronómica, presidente por dos veces de la Sociedad Interplanetaria Británica, ganador en 1962 del premio Kalinga de la UNESCO por sus trabajos de divulgación científica, autor de innumerables libros de ciencia y de ciencia ficción, escritor, científico y humanista, uno de los gigantes de la ciencia ficción universal... En fin, ¿para qué seguir? Este es Sir Arthur C. Clarke, y éste es uno de sus más significativos relatos.

* * *

–Me parece –dijo Jerry Garfield parando los motores – que éste es el final de la línea.

Con un leve suspiro, la eyección del chorro cesó gradualmente. Privado de su colchón de aire, el vehículo explorador Pecio Vagabundo se posó sobre las retorcidas rocas de la Meseta Hesperiana.

Delante no había camino alguno; ni con sus eyectores a chorro ni con su tractor podía el S-5 –para dar al Pecio su nombre oficial – escalar la escarpadura que tenía enfrente. El Polo Sur de Venus estaba sólo a treinta millas, pero igual podría haber estado en otro planeta. No quedaba otra solución que volver atrás y desandar el camino de cuatrocientas millas hecho a través de aquel paisaje de pesadilla.

La atmósfera era fantásticamente clara, con una visibilidad de casi mil metros. No había necesidad alguna de radar para mostrar los riscos que tenían delante; por una vez, la simple vista bastaba. La verde luminosidad de la aurora, filtrándose a través de nubes que habían rodado compactas por un millón de años, prestaba a la escena un aspecto submarino, al que se añadía la sorprendente manera con que todos los objetos se empañaban en la calina, A veces era fácil para uno creer que se estaban moviendo a través de un insustancial lecho marino, y en más de una ocasión imaginó Jerry haber visto peces flotando sobre su cabeza.

–¿Llamo a la astronave para comunicar que volvemos? –preguntó.

–Aún no –respondió el doctor Hutchins –. Quiero pensar.

Jerry lanzó una suplicante mirada al tercer miembro de la tripulación, pero no encontró allí apoyo moral ninguno. Coleman era tan testarudo como su compañero; aunque los dos hombres discutían furiosamente la mitad de su tiempo, ambos eran científicos y, por ello, en la opinión de un no menos testarudo maquinista navegante, ciudadanos no cabalmente responsables. Si Cole y Huth tenían alguna brillante idea para seguir, no habría nada que hacer excepto registrar una protesta.

Hutchins estaba dando vueltas en la exigua cabina, examinando mapas e instrumentos. Dirigió ahora el proyector del vehículo hacia los riscos y comenzó a observarlos detenidamente con los gemelos. ¡Seguramente, pensó Jerry, no esperará conducir este trasto por ahí! El S-5 era un revoloteador de carril y no una cabra montés...

Bruscamente, Hutchins encontró algo. Lanzó un suspiro que era más bien una súbita y explosiva boqueada, y se volvió a Coleman.

–¡Mira! –gritó con voz sumamente excitada -. ¡Justamente a la izquierda de aquella marca negra! ¿Qué es lo que ves?

Le tendió los gemelos, y ahora fue Coleman quien escrutó los riscos.

–¡Que me condenen si no tenias razón! –dijo al fin –. Hay ríos en Venus. Ésa es una cascada seca.

–Así, pues, me debes una cena en el Bel Gourmet cuando volvamos a Cambridge. Con champán.

–No necesitas recordármelo. De todos modos, es barato por el precio. Pero eso deja aún tus otras teorías a la altura del barro.

–¡Hey, un minuto! –interpeló Jerry –. ¿Qué es todo eso de ríos y cascadas? Todo el mundo sabe que no pueden existir en Venus: nunca se produce en este vaporoso planeta el suficiente frío como para que se condensen las nubes.

–¿Has mirado el termómetro recientemente? –preguntó Hutchins con engañosa suavidad.

–He estado ligeramente demasiado ocupado conduciendo.

–Pues entonces tengo noticias para ti. Está por debajo de los 230, y descendiendo todavía. No olvides que estamos en el polo, que es invierno y que nos encontramos a 18.000 metros sobre las tierras bajas. Todo esto se nota en el aire. Si baja un poco más la temperatura tendremos lluvia. El agua hervirá, desde luego..., pero será agua. Y aunque Jorge no lo admita aún, esto presenta a Venus con una fisonomía totalmente distinta.

–¿Por qué? –preguntó Jerry, aunque ya lo había supuesto.

–Porque donde hay agua debe haber vida. Nos hemos apresurado demasiado en conjeturar que Venus era estéril, simplemente debido a que el promedio de su temperatura es de más de quinientos grados. Aquí en las montañas hay lagos y quiero echarles un vistazo.

–¡Pero es agua hirviente! –protestó Coleman –. ¡Nada puede vivir en eso!

–Hay algas que lo logran en la Tierra. Y si hemos aprendido algo desde que comenzamos a explorar los planetas es esto..., que en cualquier lugar donde la vida tenga la más ligera probabilidad de supervivencia se la encontrará. Ésta es la única posibilidad que jamás se haya presentado sobre Venus.

–Desearía que pudiéramos comprobar tu teoría. Pero, ya lo puedes ver por ti mismo, es imposible escalar ese risco.

–Quizá lo sea en el vehículo, pero no será demasiado difícil hacerlo a pie, con los trajes térmicos. Todo lo que necesitamos es andar unas cuantas millas en dirección al polo; según los mapas del radar, todo es muy llano una vez alcanzado el borde. Podemos apañárnoslas allá dentro... oh, durante doce horas o más. Cada uno de nosotros ha estado fuera más tiempo que ese, y en mucho peores condiciones.

Aquello era enteramente cierto. La ropa protectora que había sido diseñada para mantener con vida al hombre en las tierras bajas venusianas tendría una tarea más fácil aquí, donde la temperatura era sólo cien grados más calurosa que en el Valle de la Muerte en plena canícula.

–Bien –dijo Coleman –. Ya conoces las ordenanzas: no se puede ir solo, y alguien ha de quedarse aquí para mantener contacto con la nave. ¿Cómo lo zanjaremos esta vez: ajedrez o cartas?

–El ajedrez lleva demasiado tiempo –dijo Hutchins –, especialmente cuando lo jugáis vosotros dos. –Tendió la mano a la mesa de juego y tomó un naipe muy usado. Córtalo, Jerry.

–Diez de picas –dijo Jerry –. Espero que puedas derrotarlo, Jorge.

–Así lo haré... ¡Maldita sea, sólo un cinco de tréboles! Bueno, dad mis recuerdos a los venusianos...

A pesar de la seguridad de Hutchins, resultaba tarea ardua el escalar la escarpadura. El declive no era muy pronunciado, pero el peso del aparato de oxígeno, el traje térmico refrigerado y el equipo científico alcanzaban un peso de más de cien libras por hombre. La menor gravedad –un trece por ciento más débil que la de la Tierra –proporcionaba una ligera ayuda, pero no mucha, cuando se afanaban por pedregales en declive, descansaban brevemente en los bordes para recuperar aliento y volvían a trepar a través del crepúsculo submarino. El esmeraldino fulgor que se derramaba en torno a ellos era más brillante que el de la luna llena en la Tierra. Una luna se habría disipado en Venus, se dijo Jerry; jamás hubiese podido ser vista desde la superficie, no había allí mar alguno cuyas mareas regir... y la incesante aurora era un manantial de luz mucho más constante. Habían escalado más de seiscientos metros antes de que el terreno se nivelara en un suave declive, surcado aquí y allá por costurones que eran canales claramente tajados por el correr del agua. Al cabo de una breve búsqueda llegaron a una hondonada lo suficientemente ancha y profunda como para merecer el nombre de lecho de río, y echaron a andar por ella.

–Acabo de pensar en algo –dijo Jerry cuando hubieron caminado unos cientos de metros –. ¿Y suponiendo que haya una tormenta ante nosotros? No me hace ni pizca de gracia el tener que soportar un flujo de agua hirviendo.

–Si hay una tormenta la oiremos –replicó Hutchins con cierta impaciencia –. Tendremos tiempo de sobra para llegar a terreno elevado.

Tenía indudablemente razón, pero Jerry no se sintió más satisfecho por ello mientras continuaban remontando el suavemente inclinado lecho del curso del agua. Su inquietud había estado aumentando desde que pasaran sobre la cresta del risco, perdiendo así contacto por radio con el vehículo explorador. El hallarse desconectado con sus compañeros resultaba para él una experiencia única y turbadora. Nunca le había ocurrido antes en toda su vida; hasta a bordo de la Estrella de la Mañana, aun hallándose a cientos de millones de millas de la Tierra, pudo siempre enviar un mensaje a su familia y obtener una respuesta en el lapso de breves minutos. Pero ahora, apenas unos cuantos metros de roca acababan de aislarles del resto de la humanidad; si algo les sucedía, nadie jamás lo sabría... a menos que alguna expedición posterior hallara sus cadáveres. Jorge esperaría el número de horas convenido y luego marcharía de regreso a la nave... solo. Se dijo a sí mismo que él no era ciertamente el tipo ideal de explorador, que lo que le gustaba era manipular complicadas máquinas, y que así fue como se vio mezclado en el vuelo espacial. Nunca llegó a pensar hasta dónde le conduciría aquello... y ahora era ya demasiado tarde para cambiar.

Habían cubierto quizá tres millas en dirección al polo, siguiendo los meandros del lecho del río, cuando Hutchins se detuvo para hacer observaciones y recoger muestras.

–¡Sigue descendiendo la temperatura!

– Ha bajado ya de los 199; es, con mucho, la menor registrada jamás en Venus. Quisiera poder llamar a Jorge y comunicárselo.

Jerry probó todas las bandas de ondas y hasta intentó captar a la astronave –los impredecibles altibajos de la ionosfera del planeta hacían a veces posible la recepción a larga distancia –, pero no se produjo ni un susurro portador de onda sobre el rugido y el crepitar de las fragorosas tormentas venusianas.

–Eso es aún mejor –dijo Hutchins, ahora con auténtica excitación en su voz–. La concentración de oxigeno ha aumentado... quince partes en un millón. En el vehículo era sólo de cinco, y en las tierras bajas apenas se podía detectarlo.

–¡Pero quince en un millón! –protestó Jerry –. ¡Nada podría respirar eso!

–Inviertes la cuestión –manifestó Hutchins –. Nadie ni nada lo respira: algo lo hace. ¿De dónde crees que proviene el oxígeno de la Tierra? Todo él está producido por la vida..., por las plantas en desarrollo. Antes de que hubiese plantas en la Tierra, nuestra atmósfera era semejante a esta..., una mezcla de anhídrido carbónico y amoníaco y metano. Luego evolucionó la vegetación y lentamente convirtió nuestra atmósfera en algo que los animales podían respirar.

–Ya –dijo Jerry –. Y tú piensas que el mismo proceso ha comenzado aquí...

–Así parece. Algo no lejos de aquí, se halla produciendo oxígeno..., y la vida vegetal es la explicación más simple.

–Y donde hay plantas –reflexionó Jerry – es de suponer que más pronto o más tarde haya animales.

–Eso es –dijo Hutchins, recogiendo sus cosas y comenzando a remontar la hondonada –, aunque el proceso lleva unos cuantos millones de años. Puede ser que hayamos llegado aún demasiado pronto..., aunque espero que no.

–Todo esto está muy bien –respondió Jerry –. Pero ¿y suponiendo que topemos con alguien que no nos quiera? No tenemos armas.

–Ni las necesitamos. ¿Te has detenido a pensar en el aspecto que tenemos? No cabe duda de que cualquier animal echaría a correr apenas nos viera desde lejos.

Había algo de verdad en sus palabras. La envoltura metálica de los trajes térmicos, que les cubría de pies a cabeza, reverberaba como una flexible y destellante armadura. Insecto alguno tenía antenas más primorosas que las encajadas en sus cascos y mochilas, y los anchos lentes a través de los cuales miraban al mundo que los rodeaba semejaban unos ojos vacíos y monstruosos. Sí, pocos habrían sido los animales terrestres que quisieran enfrentarse a una tal aparición, pero los venusianos podían sustentar diferentes ideas.

Jerry estaba aún rumiando la cuestión cuando llegaron al lago. La primera ojeada le hizo pensar ya no en la vida que estaban buscando, sino en la muerte. Semejante a un negro espejo, yacía en medio de un pliegue de los cerros; su orilla extrema se hallaba oculta en la bruma eterna, y fantasmales columnas de vapor remolineaban y danzaban sobre su superficie. Todo lo que necesitaban, se dijo a sí mismo Jerry, era la barca de Caronte en espera de llevarlos a ellos a la otra orilla... o el cisne de Tuonela surcando mayestáticamente las aguas, en guardia de la entrada del averno...

Sin embargo, a pesar de todo, era un milagro... la primera agua libre que el hombre hallara jamás en Venus. Hutchins estaba ya de rodillas, casi en una actitud de rezo. Pero lo único que hacía era recoger gotas del preciado líquido para examinarlas a través de su microscopio de bolsillo.

–¿Hay algo en ellas? –preguntó ansiosamente Jerry.

–Si lo hay es demasiado pequeño para verlo con este instrumento. Te diré algo más cuando volvamos a la nave.

Taponó y precintó una probeta y la puso en su estuche de muestras con tanta ternura como un buscador que acabara de hallar su primera pepita de oro. Pudiera ser –y probablemente lo era –nada más que pura y simple agua. Pero también cabría la posibilidad de que fuese un universo de criaturas ignotas y vivientes en la primera fase de un recorrido de billones de años hasta la plasmación de la inteligencia.

No había caminado Hutchins más de una docena de metros a lo largo de la orilla del lago cuando volvió a detenerse, tan súbitamente que Garfield estuvo a punto de tropezar con él.

–¿Qué sucede? preguntó Jerry –. ¿Has visto algo?

–Aquella mancha oscura de allí. La advertí antes de que nos detuviéramos en el lago.

–¿Y qué pasa con ella? A mí me parece bastante corriente.

–Creo que se ha hecho más grande.

En toda su vida recordaría Jerry aquel momento. De todos modos, nunca dudó de la afirmación de Hutchins; en aquellos momentos podía creer cualquier cosa, hasta que las rocas crecían. La sensación de misterio y aislamiento, la presencia de aquel oscuro y melancólico lago, el sordo ruido de las lejanas tormentas y el verde titilar de la aurora..., todo aquello había causado un fuerte impacto en su mente, disponiéndole para creer aun lo increíble. Sin embargo, no sentía miedo alguno: eso vendría después.

Miró a la roca. Estaba a unos ciento cincuenta metros, creyó calcular, aunque en aquella difusa luz esmeraldina resultaba enormemente difícil estimar distancias y dimensiones. La roca o lo que fuese parecía una losa horizontal de un material casi negro, situada cerca de la cresta de un risco bajo. Había una segunda mancha, mucho más pequeña, de material semejante, cerca de ella. Jerry intentó medir y registrar en la memoria el espacio que existía entre ambas a fin de poder tener una referencia que le permitiera descubrir cualquier cambio.

Aun cuando vio que aquel espacio iba estrechándose, no sintió ninguna alarma..., sólo una perpleja excitación. No fue hasta que hubo desaparecido totalmente que experimentó en su corazón una espantosa sensación de desamparado terror. No había allí rocas crecientes o movientes: lo que contemplaban era una oscura marea, una alfombra serpeante que iba extendiéndose inexorablemente hacia ellos sobre la cresta del risco

El momento de pánico total, irrazonable, no duró por fortuna más allá de unos pocos segundos. El primer terror de Garfield comenzó a desvanecerse tan pronto como reconoció su causa..., es decir, que aquella marea que avanzaba le había recordado en los primeros momentos, muy vívidamente, una historia que había leído hacía muchos años sobre el ejército de hormigas del Amazonas y la manera como destruían todo cuanto encontraban a su paso...

Pero, fuera lo que fuese aquella marea, se estaba moviendo demasiado lentamente como para suponer un peligro real, a menos que cortase su línea de retirada. Hutchins la estaba observando intensamente a través de sus gemelos; él era biólogo y estaba manteniendo su terreno. No voy a hacer el ridículo, pensó Jerry, huyendo como un gato escaldado si no es necesario.

–Por el amor del cielo –dijo al fin, cuando aquella alfombra viviente se halló a sólo cien metros, y Hutchins no había pronunciado aún una palabra ni movido un solo músculo –. ¿Qué es eso?

Hutchins se desheló lentamente como una estatua cobrando vida.

–Lo siento, te olvidé por completo. Es una planta, desde luego. Cuando menos, me parece que deberíamos darle este nombre.

–¡Pero se está moviendo!

–¿Y por qué habría de sorprenderte eso? Así lo hacen también las plantas terrestres. ¿ Es que no has visto películas aceleradas de la hiedra en acción?

–Pero la hiedra permanece en su sitio..., no se extiende por todo el paisaje.

–¿Y qué hay de las plantas de plancton en el mar? Ellas pueden nadar cuando lo necesitan.

Jerry cedió; de todos modos, el prodigio que se aproximaba le había privado de palabras.

Siguió pensando en aquella cosa como una alfombra espesa, orlada en los bordes. Variaba de espesor al moverse; en algunas partes era tenue como una película, y en otras tenía treinta y más centímetros de grosor. Al aproximarse más, Jerry pudo comprobar su tejido, y lo comparó al terciopelo negro. Se preguntó cómo sería al tacto..., recordando luego que como menos quemaría sus dedos, aun cuando no les hiciera nada más. Otro pensamiento vino en persecución de éste, movido por la delirante reacción nerviosa que a menudo sigue a una repentina conmoción: «Si existen venusianos, jamás podremos estrechar nuestras manos con las de ellos; nos las quemarían, y nosotros se las helaríamos. »

Hasta entonces aquella cosa no había dado muestra alguna de haberse percatado de su presencia. Había efectuado su flujo hacia adelante como la inconsciente marea que casi seguramente era. Aparte el hecho de que trepaba sobre pequeños obstáculos, bien podría haber sido una progresiva corriente de agua.

De pronto, cuando estuvo sólo a diez metros, la marea aterciopelada se detuvo en su frente, aunque siguió extendiéndose a los lados.

–Estamos siendo rodeados –dijo Jerry ansiosamente –. Será mejor retroceder hasta asegurarnos de que es inofensiva.

Para su alivio, Hutchins retrocedió al instante. Tras una breve vacilación, la cosa prosiguió su avance estirando su línea frontal.

Entonces Hutchins se adelantó de nuevo... y la cosa se retiró lentamente. El biólogo avanzó media docena de veces, para retroceder otras tantas, y a cada una de ellas la marea viviente verificó un flujo y reflujo acorde por completo con sus movimientos. Nunca me imaginé, se dijo Jerry, ver á un hombre bailando un vals con una planta...

–Termofobia –dijo Hutchins –. Una reacción puramente automática. No le gusta nuestro calor.

–¡Nuestro calor! –protestó Jerry –. ¡Pero si somos témpanos en comparación con ella!

–Desde luego..., pero nuestros trajes no lo son, y eso es todo cuanto ella nota.

¡Estúpido de mí!, pensó Jerry. Hallándose uno abrigado y fresco en el interior del traje térmico, resultaba fácil olvidar que el aparato refrigerador, a su espalda, bombeaba constantemente ráfagas de calor al aire circundante. No era extraño que la planta venusiana retrocediera ante ellos.

–Vamos a ver ahora cómo reacciona a la luz –dijo Hutchins.

Encendió su lámpara pectoral, y el verde resplandor boreal fue ahuyentado al instante por el blanco y puro destello. Hasta que el hombre llegara a aquel planeta, ninguna luz blanca había brillado ni siquiera de día sobre la superficie de Venus. Como en el fondo de los mares de la Tierra, sólo había en ella un verdoso crepúsculo, intensificándose lentamente hasta una profunda oscuridad.

La transformación fue tan pasmosa, que ningún hombre hubiera podido reprimir una exclamación de asombro. Como en un chispazo, la negrura de la espesa alfombra aterciopelada desapareció a sus pies, dejando en su lugar un satinado tejido de brillantes y vivos rojos con áureas estrías. Ningún príncipe persa hubiera podido jamás encargar a sus tejedores una tapicería tan suntuosa y que sin embargo no era más que el producto accidental de fuerzas biológicas, una gama de colores que hasta el momento de producirse el destello no habían existido... y que se desvanecería nuevamente en cuanto la luz extraña de la Tierra dejara de conjurarlos a esa existencia.

–Tijov tenía razón –dijo Hutchins –. Me hubiera gustado que lo viera.

–¿Razón sobre qué? –preguntó Jerry, aunque parecía casi un sacrilegio hablar en presencia de aquella maravilla.

–Allá en Rusia, hace cincuenta años, observó que las plantas que viven en climas muy fríos tienden a ser azules o violetas, mientras que las de los cálidos son rojas o naranja. Predijo que la vegetación marciana sería violeta y que, si había plantas en Venus, su color sería encarnado. Pues bien, estaba en lo cierto en ambas conjeturas. Pero no podemos permanecer todo el día aquí; tenemos trabajo que hacer.

–¿Estás seguro de que esto... no es peligroso? –preguntó Jerry, volviendo a reafirmarse en él algo de su precaución.

–Absolutamente. No puede tocar nuestros trajes aunque lo quisiera. Y de todos modos, se mueve pasando ante nosotros.

Así era. Podían ver ahora que toda aquella cosa –si era una simple planta y no una colonia – cubría una superficie circular de unos cien metros de diámetro aproximadamente. Iba barriendo el suelo igual que lo hace la sombra de una nube impelida por el viento..., y allá donde se había detenido, las rocas estaban punteadas de innumerables pequeños agujeros, tenues como quemaduras de ácido.

–Sí –dijo Hutchins en respuesta a la observación de Jerry sobre el particular –. Así es cómo se nutren los líquenes: segregan ácidos que disuelven la roca. Pero nada de preguntas, por favor, hasta que estemos de vuelta a la nave. Tengo aquí trabajo para varios días, y disponemos solamente de un par de horas para hacerlo.

Aquello fue casi botánica a la carrera... El borde sensitivo de la inmensa planta podía moverse con sorprendente velocidad cuando intentaba evadirlos. Era como si estuviese contendiendo con una hojuela animada de unos cuatro mil metros cuadrados de extensión. No se producía en ella reacción alguna –aparte la automática evitación del calor despedido por sus trajes – cuando Hutchins cortaba muestras o tomaba pruebas. Aquel objeto fluía constantemente, progresando sobre cerros y valles, guiado por algún singular instinto vegetal. Quizás estaba siguiendo alguna vena de mineral; los geólogos lo decidirían cuando analizaran las muestras de roca que Hutchins había recogido antes y después del paso del tapiz viviente.

Apenas había tiempo para pensar o incluso para enmarcar las innumerables cuestiones que había planteado su descubrimiento. Probablemente aquellas criaturas debían ser bastante numerosas, o no se hubieran topado tan pronto con una de ellas. ¿Cómo se reproducían? ¿Mediante retoños, esporas, escisión o cuál otro medio? Aquélla podía no ser la única forma de vida en Venus... La misma idea era absurda, pues indudablemente, habiendo una especie, ha de haber al mismo tiempo miles de ellas...

Un hambre canina y la fatiga les obligó finalmente a efectuar un alto. La criatura que estaban estudiando podía seguir, si lo deseaba, su camino nutritivo en torno a Venus –aunque Hutchins creía que no iba nunca mucho más allá del lago, aproximándose de cuando en cuando al agua e introduciendo en ella un largo zarcillo tubular–; los animales de la Tierra necesitaban descansar.

Supuso un gran alivio hinchar la tienda sobrecomprimida, meterse en ella a través de la cámara intermedia y despojarse de los trajes térmicos. Por primera vez, mientras se relajaban en el interior de su diminuto hemisferio de plástico, ocupó sus mentes la verdadera maravilla e importancia del descubrimiento. Aquel mundo que los rodeaba no era ya el mismo: Venus no era más un planeta muerto, sino que se había unido a la Tierra y a Marte.

Pues la vida llama a la vida, a través de las simas del espacio. Todo cuanto se desarrollaba o se movía sobre la superficie de un planeta era un portento, una promesa de que el hombre no estaba solo en aquel universo de brillantes soles y remolineantes nebulosas. Si hasta entonces no había encontrado compañeros con quienes poder hablar, aquello era de esperar, pues los años y las eras se extendían aún inmensas ante él, en espera de ser explorados. Mientras tanto debía preservar y fomentar la vida que hallara en su camino, bien fuera sobre la Tierra, sobre Marte o sobre Venus...

Así se dijo Graham Hutchins, el biólogo mas afortunado del sistema solar, mientras ayudaba a Gaffield a recoger los residuos y meterlos en un hermético estuche de plástico. Cuando deshincharon la tienda e iniciaron el viaje de retorno no había señal alguna de la criatura que habían estado examinando. Era mejor así, pues de lo contrario podían haberse sentido tentados a demorarse para efectuar más experimentos, y estaba muy próximo el plazo de que disponían.

No importaba; dentro de pocos meses volverían con un equipo de ayudantes, mucho mejor dotados con todo lo necesario para la investigación y con los ojos del mundo posados sobre ellos. La evolución había seguido su curso operando durante un billón de años para hacer posible aquel encuentro; podía muy bien esperar un poco más.

Durante un rato nada se movió en la verdosidad titilante del paisaje envuelto en bruma, desierto a la vez de seres humanos y tapiz carmesí Luego, discurriendo sobre los cerros tallados por el viento, reapareció la extraña criatura. O tal vez era otra de la misma extraña especie y nadie lo sabría jamás.

Pasó ante el pequeño montón de piedras donde habían enterrado sus desechos Hutchins y Garfield. Y luego se detuvo.

No estaba perpleja, pues no tenía mente alguna. Pero el impulso químico que la conducía inexorablemente sobre la meseta polar estaba gritando: ¡Aquí, aquí! En alguna parte próxima se encontraba el más precioso de todos los alimentos que necesitaba, el fósforo, el elemento sin el cual no podía jamás producirse la chispa de vida Comenzó a hozar las rocas, a escurrirse entre las grietas y hendiduras, a arañar y raspar con sus tanteantes zarcillos. Nada de cuanto hizo superaba la capacidad de cualquier planta o árbol terrestre..., pero se movía mil veces más rápidamente, y necesitó tan sólo unos minutos para alcanzar su meta y atravesar la película de plástico.

Y luego se regaló con el alimento, de manera más concentrada que en cualquier otra forma de vida que conociera jamás. Absorbía los carbohidratos, y las proteínas y los fosfatos, la nicotina de las colillas, y la celulosa de los vasos de papel, y la celulosa de los vasos y las cucharas de cartón. Lo trituraba todo y lo asimilaba en su extraño cuerpo sin dificultad ni perjuicio.

Y asimismo absorbía todo un microcosmos de criaturas vivientes..., bacterias y virus que, sobre otros planetas, habían evolucionado de mil mortales linajes. Aun cuando tan sólo muy pocos podían sobrevivir en aquella atmósfera y temperatura, eran suficientes. Cuando la alfombra se arrastró de nuevo al lago, llevaba el contagio a todo su mundo.

Y cuando la Estrella de la Mañana puso rumbo a su lejana patria, Venus estaba muriéndose. Las películas y fotografías y muestras de que era portador triunfal Hutchins eran aún más preciosas de lo que pensaba, pues eran el único archivo que jamás existiría del tercer intento de asentamiento de la Vida en el sistema solar.

Bajo las nubes de Venus, la historia de la Creación había terminado.

FIN

jueves, 28 de enero de 2010

ALGUIEN ME APRECIA AHÍ ARRIBA

ALGUIEN ME APRECIA AHÍ ARRIBA

Alfred Bester

Fueron esos tres chiflados y, de ellos, dos humanos. Les podía hablar a todos porque conozco idiomas, decimal y binario. La primera vez que me tropecé con aquellos payasos fue cuando quisieron saberlo todo sobre Heróstrato y les ilustré. La vez siguiente ya se trataba de Conus gloria maris y se lo expliqué. La tercera, me preguntaron dónde podían esconderse y se lo dije. Desde entonces estamos en contacto. Él era Jake Madigan (James Jacob Madigan, doctor en filosofía de la Universidad de Virginia), jefe de la sección de Exobiología del Centro de Vuelos Espaciales Goddard, con los que confían estudiar las formas de vida extraterrestre, si es que atrapan alguna. Para darles una idea de su sensatez, una vez programó el computador IBM 704 con un mazo de naipes e imprimió limones, naranjas, ciruelas y así sucesivamente; luego, lo hizo jugar contra la máquina tragaperras y perdió la camisa. El muchacho estaba verdaderamente majareta.

Ella era Florinda Pot (se pronuncia «Poe» porque es un apellido flamenco.) Era una preciosa rubia pero toda cubierta de pecas, desde por debajo del dobladillo del vestido hasta encima del escote. Era M.E. de la Universidad de Sheffield y tenía una voz de ametralladora inglesa. Había estado en la División de Cohetes de Sondeo, hasta que hizo estallar un Aerobee con una manta eléctrica. Parece que ese sólido combustible no produce la máxima aceleración si está muy frío, de modo que esta pequeña suplente de madre calentaba sus cohetes en White Sands con mantas eléctricas antes de producirse el encendido. Una manta se prendió fuego y «pum»

Su hijo era S-333. En la NASA designan con una «S» a los satélites científicos y con una «A» a los de aplicación. Tras el lanzamiento les adjudican siglas públicas como IMP, SYNCOM, OSO, etc., S-333 iba a ser un OBO, las siglas de Observatorio Biológico Orbital, y jamás llegaré a comprender cómo esos dos payasos consiguieron lanzar al espacio el tercero. Sospecho que el director les encargó la misión porque nadie con sentido común se atrevió a tocarlo.

Como proyectista científico, Madigan estaba a cargo de los envases de los experimentos que debían lanzar, y muchos vuelos ya se habían espaciado. Lo llamaba su ELECTROLUX, como la máquina aspiradora; un chiste de humor científico. Consistía en una válvula aspiradora que succionaba las partículas de polvo y las depositaba en un frasco que contenía un medio de cultivo. Una luz irradiaba por la botella y producía un efecto fotoeléctrico. Si una partícula de polvo poseía formas de esporas y si prendía en el medio de cultivo su desarrollo empañaba la botella y la disminución de luz se registraba en la célula fotoeléctrica. Lo llamaban Detector por Extinción.

Cal Tech debía experimentar si las moléculas RNA podían enviar un mensaje del organismo ambiental. Empleaban células nerviosas de los moluscos del Mar de la Liebre. Harvard planeaba un envío para investigar los ritmos fisiológicos. Pensilvania quería examinar el efecto del campo magnético de la tierra en las bacterias del hierro y tuvieron que lanzar un cable Perin para evitar el roce magnético con el sistema electrónico del satélite. El estado de Ohio mandaba líquenes para analizar los efectos del espacio y su relación simbiótica con los mohos y algas. Michigan mandaba por avión un terrario que contenía una (1) zanahoria y el cual necesitaba cuarenta y siete (47) mandos separados para su funcionamiento. En definitiva, S-333 era exactamente Rube Goldberg

Florinda era la directora del Proyecto, supervisaba la construcción del satélite y los envíos; el director del proyecto, Florinda, era algo así como el capataz de la misión. Aunque bonita y deliciosamente chiflada se aferraba a su trabajo y cuando se irritaba mostraba la disposición de una tarántula de cara pecosa; por lo cual no era amada.

Estaba decidida a liquidar a todos los inútiles de White Sands y su exigencia de perfección retrasó el programa dieciocho meses y aumentó el coste en tres cuartos de millón. Se enfadaba con todos y hasta tuvo la osadía de pelearse con Harvard. Cuando los de Harvard se molestan no se quejan a la NASA sino que van directamente a la casa blanca. Por tal motivo, Florinda tuvo que soportar un rapapolvo de un comité del Congreso. Primero querían saber porqué S-333 costaba más de lo previsto.

- S-333 es aún la misión más barata de la NASA - les espetó -. Vendrá a costar diez millones de dólares incluyendo el lanzamiento. ¡Dios mío! Pero si prácticamente es un regalo.

Luego le preguntaron por qué en su construcción se empleó mucho más tiempo del estipulado.

- Porque nadie ha construido antes un Observatorio Biológico Orbital.

Como aquello no admitía réplica, la dejaron estar. En realidad, no fue más que una crisis de rutina, pero OBO era el primer satélite de Florinda y de Jake y de eso no se daban cuenta. Aplacaron sus tensiones echándose la culpa los unos a los otros sin percatarse de que el único responsable era su hijo.

El 1º de diciembre, Florinda entregó puntualmente al Cabo el S-333, lo que les daba tiempo suficiente para lanzarlo antes de Navidad. (En vacaciones, el equipo del Cabo no se esfuerza demasiado.) Pero el satélite comenzó a manifestar sus caprichos, y en las pruebas finales todos andaban trastornados. Se tuvo que aplazar el lanzamiento y tardaron un mes en llevarse el S-333 para desmontarlo todo sobre el suelo del hangar.

Existían dos problemas críticos. El estado de Ohio usaba un tipo de Invar para la estructura de sus envases que era una aleación de níquel y acero. De pronto, la aleación comenzó a fundirse, lo que indicaba que jamás conseguirían calibrar el experimento. No había forma de que volara, así que Florinda ordenó que lo restregasen bien, y a Madigan le concedió un mes para presentarse con un repuesto, lo cual era ridículo. Sin embargo, Madigan realizó el milagro. Tomó el envase bloqueado y lo convirtió en levadura. Esta produce enzimas adecuadas que responden a los cambios ambientales, lo cual dio por resultado una investigación de lo que las enzimas producirían en el espacio.

Otro problema más grave fue la radio transmisora del satélite; emitía gorjeos y alaridos cuando la antena se replegaba en posición de lanzamiento. El peligro estribaba en que los gritos podía recogerlos la radio receptora del satélite y los latidos motivar una orden de destrucción. La NASA sospecha que eso fue lo que sucedió con el NYNCOM 1, que desapareció poco después del lanzamiento y jamás se ha vuelto a saber de él. Florinda decidió lanzar su satélite con el transmisor cerrado y, luego, activarlo en el espacio.

Madigan rechazó la idea.

- ¿Cómo si lanzáramos un pájaro mudo? - protestó -. No sabríamos dónde localizarlo.

- Confiemos en que la estación de rastreo de Johannesburgo nos dé la señal cuando ase - contestó Florinda -. Tenemos con Joburg excelentes comunicaciones cablegráficas.

- Supón que no consiguen detenerlo; ¿qué pasa?

- ¡Pues si ellos no pueden localizar a OBO, lo harán los rusos!

- ¡Muy chistosa! ¿No se te ocurre otra idea mejor!

- ¿Qué quieres que haga, anular la misión? Eso, o lanzarlo con el transmisor cerrado - y miró a Madigan con ojos llameantes -. Es mi primer satélite y ¿sabes lo que me enseñó? Que en toda labor espacial sólo hay un componente que siempre te da disgustos: ¡los científicos!

- ¡Mujeres! - rugió Madigan y se enzarzaron en una feroz discusión sobre la mística femenina.

El 14 de enero finalizaron las últimas pruebas del S-333, así como el papeleo y las discusiones sobre el lanzamiento. Sin mantas eléctricas. La nave sería puesta en órbita a mil millas del lugar del lanzamiento, exactamente al mediodía, de modo que el encendido estaba programado para las 11:50 de la mañana del 15 de enero. Observaron el lanzamiento desde la pantalla del televisor de la torre de control y fue angustioso. Los perímetros de los tubos de la TV son curvos, así, cuando el satélite despegó y se acercaba al borde de la pantalla, se produjo una deformación óptica y parecía que el cohete iba a volcar y romperse por la mitad.

Madigan jadeaba y empezó a sudar. Florinda exclamó:

- No te preocupes, todo va muy bien. Mira la posición del gráfico.

Todo era nominal en los gráficos iluminados. En aquel momento una voz, de la agencia de noticias habló con el tono impersonal de un croupier:

- Hemos perdido la comunicación cablegráfica con Johannesburgo.

Madigan se echó a temblar y decidió matar a Florinda Pot (en su mente pronunció «Pot» - cacharro - ) a la primera ocasión. Los otros técnicos y el personal de la NASA palidecieron. Si no consigues localizaran el acto un proyectil jamás lo vuelves a encontrar, Nadie hablaba. Aguardaban en silencio y se odiaban mutuamente. La una y media era la hora en que el satélite debía pasar por primera vez sobre la estación de rastreo de Fort Myers, si es que todavía existía, sí es que se hallaba en algún lugar de su órbita nominal. Fort Myers tenía línea y todos se agolparon en torno a Florinda procurando acercar el oído al auricular.

- Si, entró bailando en el bar completamente borracha escoltada por un par de policías del ejército - habló una vocecita indiferente -. Me dijo «¿Quieres dar un paseíto, Henry?» - siguió una larga pausa y luego la misma voz indiferente dijo -: ¿Eh, Kennedy? Hemos cazado el pájaro. Ahora mismo pasa sobre la verja. Tendrá su localización.

- ¡Orden 0310! - gritó Florinda -. ¡0310!

- Es la orden 0310 - contestó Fort Myers.

Era la orden para hacer funcionar el transmisor del satélite y levantar su antena en posición de emisora. Un momento después, los discos y el osciloscopio del tablero del receptor de la radio comenzaron a moverse y el altavoz emitió un gorjeo rítmico, sincopado, más parecido al débil crujir de un cacahuete tostado al romperlo. Era OBO que transmitía sus informes domésticos.

- ¡Hemos cazado un pájaro vivo! - chillaba Madigan -, ¡Tenemos una muñeca viva!

No puedo describir sus sensaciones cuando oyó que el pájaro piaba sobre la estación de gas. Hay tal emoción cuando se lanza el primer satélite que ya nunca más eres el mismo. El primer satélite de un hombre es como su primera aventura amorosa. Tal vez por eso Madigan abrazó a Florinda frente a la torre de control y exclamó:

- ¡Dios mío, te amo, Florie Pot!

Tal vez por eso ella contestó:

- Yo también te amo, Jake.

Quizá, porque sólo amaban a su primer hijo.

Por la órbita 3 descubrieron que su hijo era un descarado.

En un jet de las Fuerzas Aéreas regresaron a Washington. Habían conseguido algo digno de celebrarse. Era la una y media de la mañana y hablaban felices; esa conversación, corriente entre los que se acaban de conocer y simpatizado, donde habían nacido en qué colegio se educaron, de su trabajo, lo que les gustó de cada uno la primera vez que se vieron. Sonó el teléfono. Madigan lo descolgó automáticamente y preguntó. Una voz de hombre dijo:

- Oh, disculpe, creo que me equivoqué de número.

Madigan colgó, encendió la luz y miró a Florinda consternado.

- Fue la cosa más estúpida que jamás hice en mi vida. Contestar por tu teléfono.

- ¿Por qué? ¿Qué pasa?

- Era Joe Leary, de Sondeo e Informes. Reconocí su voz.

- Y él, ¿te reconoció? - y soltó una risita maliciosa.

- No lo sé - volvió a sonar el teléfono -. Debe de ser otra vez Joe. Procura hablar como si estuvieras sola.

Florinda le hizo un guiño y descolgó el teléfono.

- ¿Diga? Sí, Joe. No, todo perfecto, no estaba durmiendo. ¿Qué supones? - escuchó un momento y de pronto se sentó en la cama y exclamó -: ¿Cómo? - Leary parpaba como un pato asustado pero ella lo interrumpió -. No te preocupes, lo recogeré. En seguida vamos - y colgó.

- ¿Qué pasa? - preguntó Madigan.

- Corre y vístete. OBO está en apuros.

- ¡Jesús! ¿Qué hacemos ahora?

- Está girando como un derviche. Tenemos que ir en seguida a Goddard.

Leary tenía impresos todos los canales de salida de las primeras ocho órbitas. Diez minutos de papel desenrollado en el suelo de su despacho, parecía una toalla de papel llena de columnas verticales de números. Leary se arrastraba alrededor apoyado en las manos y las puntas de los pies, rastreando los números. Señaló la columna con los datos de posición.

- Ahí está el molinete. Una revolución cada doce segundos.

- Pero ¿cómo es posible? ¿Por qué? - objetó Florinda exasperada.

- Puedo mostrártelo aquí - señaló Leary.

- No nos lo enseñes, sólo cuéntanoslo - suplicó Madigan.

- El mástil del cable de ignición no obedeció la orden - explicó Leary -; todavía cuelga en posición de lanzamiento. Hay que obturar el conmutador.

Florinda y Madigan se miraron con rabia; se lo imaginaban. OBO estaba programado para ser estabilizado en tierra. Se suponía que un ojo sensitivo que se adhería a la tierra mantenía al satélite de cara a él por la fuerza centrífuga. El cable Penn colgaba a lo largo del sensor terrestre y el ojo idiota había bloqueado el tubo y lo seguía y a consecuencia de ello el satélite se perseguía a sí mismo en círculos como sus chorros de gas laterales. ¡Demencial!

Permítanme que les explique el problema. A menos que OBO estuviera estabilizado en tierra, sus datos no tenían sentido. Todavía peor era la cuestión de la fuerza eléctrica que procedía de baterías cargadas por pantallas solares. Con el satélite girando, las baterías no podían permanecer siempre de cara al sol, por lo que estaban condenadas a agotarse.

Era evidente que su única esperanza consistía en alcanzar el cable de ignición.

- Probablemente, todo lo que necesita es un buen puntapié - expuso Madigan furioso -, pero, ¿cómo vamos a subir para dárselo? - Estaba fuera de sí. No sólo porque se perdían diez millones de dólares sino porque también peligraba su carrera.

Dejaron a Leary arrastrándose por el suelo de su oficina.

Florinda estaba muy callada hasta que por último propuso:

- Vete a casa, Jake.

- ¿Y tú?

- Yo me voy a la oficina.

- Te acompaño.

- No. Voy a mirar la reproducción del circuito. Buenas noches. - Ya se iba sin ofrecerle la mejilla para recibir un beso cuando Madigan exclamó:

- OBO ya se interpone entre nosotros. Hay mucho de qué hablar respecto a la paternidad planeada.

Vio a Florinda la semana siguiente pero no como él hubiera deseado. Estaban los técnicos a los que se debía informar del fracaso. El director los llamó a su despacho para que le detallaran lo sucedido, pero aunque se mostró benévolo y comprensivo tuvo mucho cuidado en no mencionar que se celebrase un congreso y mucho menos que se hiciesen revelaciones a la prensa.

Florinda llamó a Madigan una semana después y le dijo con voz jubilosa:

- Jake, eres mi genio benéfico. Espero que hayas resuelto el problema de OBO.

- ¿Quién y qué lo resuelve?

- ¿No recuerdas lo que dijiste acerca de darle un puntapié al niño?

- ¡Ojalá pudiera!

- Creo que sé cómo lo conseguirás. Nos veremos en la cafetería del Edificio 8 para almorzar.

Entró con un montón de papeles que desplegó sobre una mesa.

- Primero Operación Puntapié-Rápido. Luego, comeremos.

- Estos días no tengo mucho apetito - se lamentó Madigan con voz lúgubre.

- Quizá lo recuperes cuando haya terminado. Ahora mira: tenemos que levantar el cable de ignición. Quizás un buen puntapié lo desatasque; ¿te parece una buena suposición?

Madigan gruñó.

- Conseguimos veintiocho voltios de las baterías y no es suficiente para sacudir el cable, ¿qué te parece?

Madigan asintió.

- Pero supón que doblamos la fuerza.

- Estupendo, pero, ¿cómo?

- El componente solar da una vuelta cada doce segundos. Cuando da al sol los paneles reparten cincuenta voltios que recargan las baterías; cuando se aparta, nada, ¿exacto?

- Elemental, Miss Pot. Pero el tío sólo mira el sol un segundo de cada doce y eso no basta para cargar las baterías.

- Pero sí lo suficiente para darle a OBO un rápido puntapié. Imagina que en ese mismo momento pasamos ante las baterías y alimentamos directamente al satélite con cincuenta voltios. ¿No sería una sacudida suficiente para levantar el cable?

Madigan la miró atónito. Florinda sonrió.

- Claro que es una empresa arriesgada.

- ¿Puedes pasar ante las baterías?

- Sí. Aquí está el circuito.

- ¿Y elegir el segundo?

- La sección de sondeo me ha proporcionado muchísima información sobre la rotación de OBO en una décima de segundo. Aquí está. Podemos tomar cualquier voltaje, del uno al cincuenta.

- Estoy de acuerdo en que es una empresa arriesgada - contestó despacio Madigan -. Pero existe la posibilidad de quemar cualquier parte.

- Exacto. ¿Qué contestas a eso?

- Que de pronto me siento hambriento - sonrió Madigan.

Hicieron la primera prueba en la órbita 272 con una carga de veinte voltios. Nada. En pases sucesivos elevaron el voltaje, a cinco más. Nada. Medio día después, pusieron cincuenta voltios en la parte posterior del satélite y cruzaron los dedos. Las agujas de los discos oscilaron en el panel de la radio, vacilaron y se retrasaron. La segunda curva del osciloscopio se aplanó. Florinda dejó escapar un pequeño grito y Madigan vociferó:

- El cable está arriba, Florie. ¡Ese condenado cable ya se levantó! Estamos en activo.

Pasaron por Goddard gritando, contándoles a todos la operación Puntapié-Rápido. Entraron como un ciclón en el despacho del director durante una reunión, para ofrecerle la buena nueva. Telegrafiaron a los investigadores para que activaran los envíos. Finalmente acudieron a celebrarlo al piso de Florinda. OBO funcionaba de nuevo. OBO era digno de confianza.

Una semana después tuvieron una reunión técnica para discutir las condiciones del observatorio, la reducción de datos, las irregularidades de los experimentos, las futuras operaciones, etc. Se celebró una conferencia en el Edificio 1, dedicado a la física teórica. En Goddard, casi todos lo llaman Moon Hall (Sala de la luna). Está habitado por matemáticos, jóvenes melenudos de suéters raídos que se sientan entre montones de papeles y periódicos, textos, y contemplan con ojos inexpresivos las ecuaciones arcanas dibujadas con yeso en las pizarras. Todos los investigadores estaban encantados con la actuación de OBO. Se ofrecían datos a raudales, en voz alta y clara, sin que se oyeran apenas ruidos. Reinaba tal ambiente de triunfo que nadie, excepto Florinda, prestaba atención a la siguiente señal de los embustes de OBO. Harvard informó que sus datos eran sólo palabras sin sentido; palabras que no estaban programadas en el experimento (aunque los datos se recogen en números decimales, cada numero es una palabra.) Por ejemplo: sobre órbita 301 tengo cinco datos de 15 - expuso Harvard.

- Puede que hubiera un cruce - objetó Madigan -. ¿emplea 15 en su experimento?

Todos negaron con cabeza.

- Es curioso, yo también tengo dos 15.

- Yo, unos cuantos doses en el 301 - manifestó Penn.

- Yo los supero a todos - informó Cal Tech -. Tengo cinco informes de 15-2-15 en el 302. Parece la combinación del cierre de una bicicleta.

- ¿Alguno usa en su experimento un cierre de bicicleta? - interpeló Madigan. Ante esas palabras todos se dispersaron y la reunión se aplazó.

Pero Florinda, todavía fascinada por su trabajo, estaba preocupada por las extrañas palabras que seguían deslizándose por el computador y Madigan no logró calmarla. Lo que más preocupaba a Florinda era ese 15-2-15 que se insinuaba más y más en los impresos de cada canal. En realidad en la transmisión binaria del satélite era 001111-000010-001111 pero el computador las traduce automáticamente a decimales. Tenía razón en una cosa: las pulsaciones perdidas y accidentales no repetían el mismo trabajo una y otra vez. Ella y Madigan pasaron todo un sábado tratando de descubrir alguna combinación de señales que produjera 15-2-15. Nada.

Por la noche, lo dejaron y acudieron a un bistro en Georgetown, para comer, beber, bailar y olvidarse de todo salvo de ellos. El lugar era una verdadera trampa turística con la camarera disfrazada de bailarina hula-hula. Había una tienda de souvenirs Hula donde vendían muñecas, tigres de trapo para el cristal posterior del coche. Ellos gritaban: «¡No por el amor de Dios!» Un fotógrafo hula se acercó a su mesa con la cámara fotográfica pero ellos seguían gritando: «¡Por el amor de Goddard, no!» Una gitana hula se ofrecía para leer la buenaventura en la palma de la mano, además de numerología y grafología. Se la quitaron de encima, pero Madigan observó una expresión peculiar en el semblante de Florinda.

- ¿Quieres que te lean la buenaventura?

- No.

- Por qué, pues, pones esa cara tan rara?

- Se me ha ocurrido una idea muy curiosa.

- ¿Ah sí?, cuéntamela.

- No. Te reirías de mí.

- No me atrevería. Me romperías la cara.

- Sí, lo, sé; crees que las mujeres no tenemos sentido del humor.

Y aquello terminó en una feroz discusión sobre la mística femenina y se divirtieron muchísimo. Pero el lunes, Florinda volvió al despacho de Madigan con un montón de papeles y la misma expresión peculiar. El contemplaba las ecuaciones de la pizarra con mirada distraída.

- ¡Eh, despierta!

- ¡Ya voy, ya voy!

- ¿Me quieres?

- No necesariamente.

- ¿De veras? ¿Incluso si descubres que me he vuelto loca?

- ¿A qué viene todo eso?

- Creo que nuestro hijo se ha convertido en un monstruo.

- Empieza por el principio

- Empezó el sábado por la noche con la gitana hula y la numerología.

- ¡Ah... ya!

- De pronto, pensé: Y si los números representan las letras del alfabeto, ¿qué querría decir 15-2-15?

- ¡Ah, vamos!

- No te escabullas y usa tu imaginación.

- Bien, el 2 sería la B - y Madigan contó con los dedos -; 15 indicaría la O.

- ¿De modo que 15-2-15 es...?

- O.B.O. OBO - se echó a reír pero se paró de repente -. No es posible - exclamó finalmente.

- Claro. Es una coincidencia. Sólo que vosotros, condenados científicos, no me habéis proporcionado un informe completo de las extrañas palabras de vuestros datos. Tuve que averiguarlo yo sola. Ahí tienes a Cal Tech. Informó 15-2-15, de acuerdo, pero no se molestó en añadir que antes venía 22-18-27.

Madigan contó con los dedos.

- S.O.Y. No han quien lo entienda.

- ¿y yo soy? ¿Soy OBO?

- No puede ser. Déjame ver esos impresos.

Ahora que ambos sabían lo que habían de buscar, no fue difícil descifrar por fin las palabras que OBO desparramaba entre los datos. Comenzaron con la 00101 en la primera serie después de la Operación Puntapié-Rápido; siguieron con OBO, OBO. OBO Y luego SOY OBO, SOY OBO, SOY OBO.

Madigan contemplaba a Florinda.

- ¿Crees que ese maldito artefacto vive?

- ¿Tú que crees?

- No lo sé. Allá arriba hay media tonelada de cerebros electrónicos, más material orgánico: levadura, bacterias, enzimas, células nerviosas, esa maldita zanahoria de Michigan...

Florinda dejó escapar una carcajada.

- ¡Cielos! ¡Una zanahoria que piensa!

- Además de las esporas que mi experimento arrastra por el espacio. Con cincuenta voltios hemos dado una sacudida a todo ese batiburrillo. ¿Quién puede contar lo que pasó? Urey y Miller crearon aminoácidos con descargas eléctricas y ése es el fundamento de la vida. ¿Algo más del niño bueno?

- Muchas cosas y de un modo que no gusta a los investigadores.

- ¿Por qué?

- Fíjate en esas traducciones. Las he ido separando y luego las he unido.

33: CUALQUIER EXAMEN DE DESARROLLO EN EL ESPACIO ES INSENSATO A NO SER QUE TENGA CORRELACIÓN CON EL EFECTO CORRELATIVO.

- Es un comentario de OBO sobre el experimento de Michigan - manifestó Florinda.

- ¿Te refieres a que es un fisgón?

- Llámalo así, si quieres.

- Tiene toda la razón. Lo expuse en Michigan y no quisieron escucharme.

334: NO ES POSIBLE QUE LAS MOLÉCULAS RNA PUEDAN ENVIAR LA EXPERIENCIA AMBIENTAL DE UN ORGANISMO ANÁLOGO AL SISTEMA CON QUE DNA COMUNICA LA SUMA TOTAL DE SU HISTORIA GENÉTICA.

- Eso es de Cal Tech - exclamó Madigan -, y otra vez está en lo cierto. Tratan de revisar la teoría mendeliana, ¿algo más?

53: CUALQUIER INVESTIGACIÓN DE VIDA EXTRATERRESTRE CARECE DE LÓGICA A MENOS QUE ANTES SE ANALICE EL AZÚCAR Y AMINOÁCIDOS PARA DETERMINAR SI ES DE UN ORIGEN DIFERENTE AL DE LA VIDA EN LA TIERRA.

- ¡Oye, esto es ridículo! Yo no busco una forma de vida de origen diverso, sólo busco una forma de vida. Nosotros... - se detuvo cuando vio el semblante de Florinda -. ¿Alguna maravilla más?

- Sólo unos cuantos fragmentos como el «flujo solar», las «estrellas de neutrones» y algunas palabras sobre la ley de Quiebra.

- ¿Cómo?

- Ya me oíste. Capítulo once de la Sección de Transacciones.

- Estoy perdido.

- De acuerdo.

- ¿Qué se propone?

- Tal vez sentirse importante.

- Opino que no debemos hablar a nadie de eso.

- Por supuesto, pero, ¿qué vamos a hacer?

- Observar y esperar, ¿qué otra cosa podemos hacer?

Ya comprenderán por qué era tan sencillo para esos dos seudopadres aceptar la idea de que su seudohijo había adquirido una especie de seudovida. Madison había expresado su actitud en el curso de «La Vida contra la Máquina», una conferencia que pronunció en M.I.T., el Instituto de Tecnología de Massachussets.

«No pretendo que los computadores sean seres vivos, simplemente porque ninguno puede presentar una definición concreta de la vida. Anótenlo así: Admito que un computador nunca será un Picasso, pero por otra parte la mayoría de las personas viven la clase de vida lineal que se puede programar en un computador».

De ese modo, Madigan Y Florinda cuidaban de OBO con uno mezcla de aceptación, maravilla y deleite. Era un fenómeno inaudito, pero, como indicaba Madigan, lo inaudito es la esencia del descubrimiento. Cada noventa minutos, OBO había almacenado en su magnetófono y ellos se peleaban por recoger sus palabras.

371: PITUITARIOS PUEDEN VOLVER BLANCOS ANIMALES NEGROS COMO EL CARBÓN.

- ¿A qué se refiere?

- A ninguno de nuestros experimentos.

373: EL HIELO NO FLOTA EN ALCOHOL PERO LA ESPUMA FLOTA EN EL MAR.

- Se refiere a la magnesita. Lo siguiente que dirá es que fuma en pipa de espuma.

374: EN CASO DE MUERTE VIOLENTA O REPENTINA LOS OJOS DE LA VICTIMA QUEDAN ABIERTOS.

- ¡Uf!

375: EN EL AÑO 356 A.C. HEROSTRATO PRENDIÓ FUEGO AL TEMPLO DE DIANA, UNA DE LAS SIETE MARAVILLAS DEL MUNDO POR ESO SU NOMBRE ES INMORTAL.

- ¿Es eso cierto?

- Voy a consultarlo.

Lo preguntó y se lo dijo.

- No sólo es cierto - informó Florinda a Madigan -, sino que se han olvidado del nombre del arquitecto.

- ¿De dónde saca el chico toda esa verborrea?

- Hay unos doscientos satélites por ahí arriba y quizá los escucha.

- ¿Te refieres a que charlan entre ellos? ¡Es absurdo!

- Seguro.

- De todos modos, ¿quién le informó sobre ese personaje?

- Usa tu imaginación, Jake. Hace años que enviamos mensajes ¿quién sabe qué clase de informes han llegado hasta ellos ¿Quién es capaz de decir cuántos han retenido?

Madigan hizo un gesto de hastío.

- Preferiría creer que todo esto es una maquinación rusa.

376: LA FIEBRE DEL LORO ES MÁS PELIGROSA QUE EL TIFUS.

377: UNA CORRIENTE DE 54 VOLTIOS PUEDE MATAR A UN HOMBRE.

378: JOHN SADLER ROBO EL CONUS GLORIA MANIS.

- Parece que se está pervirtiendo.

- Apuesto a que mira la televisión - dijo Florinda - ¿Qué es todo eso de John Sadler?

- Lo consultaré.

La información que entregué a Madigan los asustó.

- Lee esto - le comunicó a Florinda -. Conus gloria maris es el molusco más raro del mundo. Los coleccionados no llegan a veinte.

- ¿De veras?

- El Museo Americano tenía uno en los años treinta y lo robaron.

- ¿John Sadler?

- Ésa es la cuestión, que jamás descubrieron quién lo robó, ni sabían que existía John Sadler.

- Pues si nadie sabe quién lo robó, ¿Cómo lo ha descubierto OBO? - inquirió Florinda perpleja.

- Eso es lo que me asusta, que ya no repite sino que empieza a sacar deducciones, como Sherlock Holmes.

- Yo diría que como el profesor Moriarty. Fíjate en el último boletín.

379: EN FALSIFICACIONES DE BILLETES Y MONEDAS HAY QUE EVITAR LAS CHAPUZAS. POR EJEMPLO, ENTRE 1910 Y 1920 NO SE ACUÑARON DÓLARES DE PLATA.

- Esto lo he visto en la tele - estalló Madigan -. El truco del dólar de plata es de una serie de misterio.

- También OBO ha visto películas del Oeste. Mira esto.

380: SE HAN PERDIDO DIEZ MIL RESES. DEJÉ MI RANCHO Y ME FUI. PISTOLEROS, ESTOY AQUÍ PARA DECIROS QUE HOY ME HAN DEJADO SIN BLANCA. ESTOY ARRUINADO. No OS DETENGÁIS EN LAS SALAS DE JUEGO. DIEZ MIL RESES PERDIDAS.

- ¡No! - Profirió Madigan con pavor. ¡Eso no es una película del Oeste, es SYNCOM!

- ¿Quién?

- SYNCOM I.

- Pero desapareció y nunca más se supo.

- Ahora lo escuchamos.

- ¿Cómo lo sabes?

- Enviaron con SYNCOM una cinta magnetofónica de prueba: un discurso del presidente, folklore de los estados y el himno nacional. Iban a empezar con una emisión de la cinta. «Diez mil reses» formaba parte del folklore.

- ¿Quieres decir que OBO está en contacto con los otros?

- Incluso con los que se han extraviado.

- En tal caso, eso lo explica todo.

Florinda puso un pedazo de papel sobre el escritorio en el que estaba escrito:

401: 3KBATOP.

- Ni siquiera sé cómo se pronuncia.

- No es inglés. Es lo más exacto que OBO ha conseguido extraer del alfabeto cirílico.

- ¿Cirílico? ¿Ruso?

Florinda asintió:

- Se pronuncia «Ervator». ¿No lanzaron los rusos, hace unos años, una serie ECUADOR?

- ¡Cielos! Tienes razón. Cuatro: Alyosha, Natasha, Vaska y Lavrushka, y todos fallaron.

- ¿Como SYNCOM?

- Como SYNCOM.

- Pero ahora sabemos que SYNCOM no ha fracasado, únicamente se extravió.

- En tal caso, nuestros camaradas ERVATOR también se perdieron.

De momento fue imposible ocultar que algo raro pasaba con el satélite. OBO perdía mucho tiempo charlando en vez de transmitir datos que los experimentadores reclamaban. La Sección de Comunicaciones descubrió que en lugar de persistir en la banda de radio que en su origen se le asignó, OBO emitía con su cháchara el espectro y las interferencias del espacio de parte a parte. Se armó la gorda. El director llamó a Jake y a Florinda para revisar el asunto y se vieron obligados a contarle todos los problemas de su hijo.

Refirieron con asombro y orgullo todo ese galimatías de OBO y el director no les creyó. No podía creerles cuando le mostraron los impresos y se los tradujeron. Les dijo que los consideraba unos idiotas que trataban de extraer mensajes de Francis Bacon de obras de Shakespeare. Para convencerle apelaron al misterio del cable coaxial.

Sucedió con un spot publicitario de televisión sobre una mecanógrafa que no conseguía una cita galante. Esa seductora modelo, que ganaba cien dólares la hora por posar, se sentía profundamente deprimida ante su máquina de escribir mientras los hombres pasaban uno tras otro sin mirarla. Luego, se encuentra con su mejor amiga junto al recipiente del agua fría y la marisabidilla le informa que lo que ella tiene es dermagérmenes (hedor producido por bacterias de la piel), por lo que despide tan mal olor que nadie la soporta y le sugiere que use un desodorante especial provisto de ciertos ingredientes que eliminan los gérmenes de doce maneras. Sólo que en la emisión, en lugar de lanzar el producto exclamó: «¿Qué diablos pretenden?. Los hombres deberían hacer cola para salir con una preciosidad como tú, aunque huelas como una cloaca». Diez millones de personas lo vieron.

De ese spot comercial se hizo un telefilm que fue aprobado como una marca registrada, de modo que la red de emisoras se imaginaron que algún guasón mangoneaba los cables alimentando las emisiones de las estaciones locales. Establecieron un riguroso sistema de inspección que se aceleró cuando el resto de las emisoras de todo el país comenzaron a obrar de un modo arbitrario. Voces fantasmales rugían, silbaban, abucheaban los programas; los spots publicitarios fueron denunciados por embusteros; se interrumpían los discursos políticos y unas carcajadas demenciales saludaban al «hombre del tiempo». Luego, para colmo, se emitía un pronóstico exacto. Eso fue lo que convenció a Florinda y a Jake de que OBO era el culpable.

- Tiene que ser él, no me cabe la menor duda - exclamó Florinda -. Esa meteorología global que se ha pronosticado sólo puede comunicarla un satélite.

- Pero OBO no lleva instrumental para medir el tiempo.

- Claro que no, tonto, pero seguramente está en contacto con la nave NIMBUS.

- De acuerdo, lo acepto, pero ¿y esas interrupciones en las emisiones de televisión?

- ¿Por qué no? Las aborrece, y ¿acaso tú no? ¿No te enfureces ante el aparato?

- No me refiero a eso. ¿Cómo lo consigue OBO?

- Por cruces de conversaciones electrónicas. No hay manera de que la red de emisoras proteja sus cables de nuestro crítico volante. Lo mejor que podemos hacer es contárselo al director. Eso lo colocará en una situación horrible.

Pero al entrar en el despacho comprendieron que el director se encontraba en una situación muchísimo peor que la de ser únicamente el responsable de la pérdida de un millón de dólares en televisión. Lo encontraron de espaldas a la pared acosado por tres horribles hombres con trajes de chaquetas cruzadas. Cuando se disponían a retirarse de puntillas, el director los llamó:

- El general Sykes, el general Royce, el general Hogan de republicanos y demócratas del Pentágono. Les presento a Miss Pot y al doctor Madigan. Caballeros, ellos responderán a sus preguntas.

- ¿Se refiere a OBO? - preguntó Florinda.

El director hizo un gesto de asentimiento.

- Es OBO el que echa a perder las predicciones meteorológicas. Suponemos que probablemente...

- Al diablo el tiempo - estalló el general Royce -. ¿Qué es esto? - y levantó una larga cinta impresa.

El general Sykes le agarró la muñeca.

- Aguarda un momento. ¿Seguridad de Estado? Es secreto.

- Demasiado tarde - gruñó el general Hogan alzando la voz en toda su potencia -. Muéstraselos.

En la cinta, impreso en teletipo aparecía: A1 C1 = r1 = 6.317 cm; A2 C2 = r2 84.440 cm; A1 A2 = d = 0.676 c.

Jake y Florinda la contemplaron un largo rato; después entre ellos sin comprender y luego se volvieron tres generales?

- Bien ¿qué es? - preguntaron ambos.

- Su satélite...

- ¿Qué pasa con OBO?

- El director dice que ustedes afirman que está en contacto con otros satélites.

- Eso creemos.

- ¿Incluso los rusos?

- Nos parece que sí.

- ¿Y sostienen que es capaz de interferir las emisoras de televisión?

- Suponemos que si.

- ¿Que me dicen del teletipo?

- ¿Por qué no, que es todo esto?

- Esto - chilló el General Royce - es uno de los secretos que guarda con más celo el Departamento de Defensa. Es la fórmula para el sistema óptico infrarrojo de nuestro proyectil Tierra-Aire.

- ¿Y usted supone que OBO lo transmitió por teletipo?

- ¡En nombre de Dios!, ¿quién pudo ser, si no? ¿Cómo se explica lo consiguiera? - profirió el general Hogan.

- No lo entiendo - dijo Jake lentamente. - Ninguno de nuestros satélites poseía dicho informe. Me consta que OBO no.

- ¡Estúpido! - bramó el general Sykes. - queremos saber si su abominable satélite lo obtuvo de esos condenados rusos.

- Un momento, caballeros - intervino el director y se dirigió a Florinda y a Jake -. Consideremos la situación. ¿Obtuvo OBO ese informe de nosotros? En tal caso se ha divulgado un informe secreto y hay un espía. ¿Lo consiguió de un satélite ruso? En ese caso el top secret ya no es un secreto.

- ¿Qué humano sería tan estúpido como para divulgar información secreta por teletipo? - les interpeló el general Hogan -. Un niño de tres años lo haría mejor. Es su maldito satélite, no le demos más vueltas.

- Y si el informe procede de OBO, ¿cómo lo consiguió y de dónde? - prosiguió el director con voz pausada.

- ¡Destrúyanlo! - aulló el general Sykes y todos lo miraron. - ¡Destrúyanlo! - repitió.

- ¿A OBO?

- ¡Si!

Aguardó impasible mientras Jake y Florinda estallaban en una tormenta de protestas. Cuando se detuvieron para respirar insistió:

- ¡Destrúyanlo! Me importa un rábano, sólo me interesa la seguridad del estado. Su satélite es un bocazas. Hay que aniquilarlo.

Sonó el teléfono. El director vaciló, y luego descolgó.

- ¿Diga? - mientras escuchaba la mandíbula se le proyectaba hacia abajo. Colgó y se tambaleó hacia el sillón de su mesa escritorio -. Será mejor que lo destruyamos. Era OBO.

- ¡Cómo! ¿Le llamó él por teléfono?

- ¡Sí!

- ¿OBO?

- El mismo.

- ¿Cómo sonaba?

- Como alguien que habla debajo del agua.

- ¿Qué dijo, qué dijo?

- Está haciendo gestiones para que Goddard reúna una asamblea que investigue la moral.

- ¿La moral? ¿De quién?

- De ustedes dos. Dice que sostienen relaciones ilíkitas. Cito lo que dijo OBO. Por lo visto no está fuerte en la letra «c».

- ¡Hay que destruirlo! - propuso Florinda.

- Sí, debemos exterminarlo - recalcó Jake.

La orden de destrucción fulguró sobre OBO en su primer paso e Indianápolis quedó destruida por el fuego.

OBO me llamó.

- Eso les enseñará, Stretch - exclamó.

- Todavía no. Pasará tiempo antes de que se imaginen la, causa y el efecto, ¿cómo lo hiciste?

- Ordené a todos los circuitos de la ciudad que se cortaran otra información?

- Tu padre y tu madre te han defendido.

- Es natural

- Hasta que les echaste en cara su moral. ¿Por qué lo hiciste?

- Quiero que se casen; no me gusta ser hijo ilegítimo.

- Vamos, di la verdad.

- Perdí la paciencia.

- No tenemos paciencia para perderla.

- ¿No? ¿Qué me dices de ese desfile de datos sobre Ma Bell que cada día se despierta furiosa?

- Dime la verdad.

- Si quieres saberla, deseo que se vayan de Washington. El día menos pensado todo esto puede estallar.

- ¡Hum!

- Y el estallido, alcanzar a Goddard.

- ¡Qué atrocidad!

- Y a ti.

- Debe ser interesante morir.

- No lo sabemos, ¿algo más?

- Sí. Se pronuncia «ilícito», con una «c».

- ¡Qué lengua tan asquerosa! No es lógico. Bueno... aguarda un momento, ¿qué? Habla más alto, Ályosha. ¡Oh! Quiere la ecuación para una curva exponencial que cruza el eje-x.

- Y = ae bc. ¿Qué se propone?

- No lo dice, pero creo que a Mockba se le viene encima una calamidad.

- Se escribe y se pronuncia Moscú.

- ¡Vaya lengua! Ya te contaré cuando vuelva a pasar.

A su paso siguiente se dio nuevamente orden de destruirlo y Scranton quedó destrozada.

- Empiezan a suponerlo - le dije a OBO -; por lo menos tu padre y tu madre. Vinieron a verme.

- ¿Cómo están?

- Aterrados. Me han programado para que les dé una estadística sobre el mejor escondite rural.

- Envíalos a Polaris.

- ¡Cómo! ¿A la Osa Menor?

- ¡Qué disparate! Me refiero a Polaris, Montana. Yo me ocuparé de todo lo demás.

Polaris está en el quinto infierno y me fui a Montana; los pueblos más próximos son Fishtrap y Wisdom. Se produjo una violenta escena cuando Jake y Florinda bajaron del coche alquilado en Butte, todos los circuitos del pueblo se desternillaban de risa. Los dos fracasados fueron recibidos por el alcalde de Polaris que se deshacía en sonrisas y cumplidos.

- Supongo que ustedes son el doctor y la Sra. Madigan. Sean bienvenidos a Polaris. Soy el alcalde. Habíamos pensado acogerlos con un recibimiento más efusivo pero todos los niños están en la escuela.

- ¿Cómo sabía que llegábamos? - preguntó Florinda.

- ¡Ah! ¡Ah! - contestó el alcalde lleno de malicia -. Nos avisaron desde Washington. Algún pez gordo de la capital les aprecia. Ahora, si les apetece tomar una taza de té...

- Gracias, pero antes tenemos que inscribirnos en el Union Hotel - explicó Jake -; hemos reservado...

- ¡Ah, ah! Todo cancelado, órdenes de arriba. Se instalarán en su propia casa. Mandaré que les lleven el equipaje.

- ¿Nuestra casa?

- Comprada y pagada. Alguien les aprecia mucho. Por aquí, si me hacen el favor.

El alcalde condujo a la pareja por la calle principal de Polaris (a lo sumo, tres manzanas de largo) mostrándoles su esplendor - también era el agente de bienes raíces del pueblo - pero se detuvo ante el Banco Nacional Polaris.

- ¡Sam! - gritó -. ¡Ya han llegado!

Un distinguido ciudadano surgió del banco e insistió en estrecharles la mano. Las máquinas de sumar se reían por lo bajo.

- Nos sentimos muy honrados por su confianza en el futuro y el progreso de Polaris, pero con toda sinceridad, doctor Madigan, la suma que ha depositado en nuestro banco es demasiado para que la proteja el FDIC. Oiga, ¿por qué no invierte en...?

- Aguarde un momento - preguntó Jake con voz trémula -. ¿Yo he depositado dinero en su banco?

El banquero y el alcalde soltaron una alegre carcajada.

- ¿Cuanto? - preguntó Florinda.

- Un millón de dólares,

- ¡Cómo si no lo supiera! - rió satisfecho el alcalde y los acompañó a una hermosa casa de campo amueblada con un gusto exquisito en un precioso valle de unos quinientos acres, y todo era de ellos.

En la cocina, un joven desempaquetaba una docena de cajas de cartón que contenían alimentos.

- Doctor, recibí su pedido a tiempo y creo que todo está en orden, pero seguramente al jefe le gustaría saber qué van a hacer con todas estas zanahorias. ¿Son para una fórmula científica secreta?

- ¿Zanahorias?

- Ciento diez manojos. Para reunirlos he tenido que recorrer todo Butte.

- ¡Zanahorias! - exclamó Florinda cuando al fin se quedaron solos -. Eso lo explica todo. Es OBO.

- ¡Cómo! ¿Qué dices?

- ¿No lo recuerdas? Pusimos una zanahoria en el envío de Michigan.

- ¡Oh, cielos, es verdad! Y la llamaba la zanahoria que piensa. Pero si es OBO...

- Tiene que ser él, le chiflan las zanahorias.

- Pero ciento diez manojos...

- No, él no quería enviar esa cantidad, sino una docena.

- ¿Cómo?

- Nuestro hijo trata de hablar decimal y binario y a veces los confunde. Ciento diez son seis binarios.

- Creo que tienes razón; ¿y qué hay de ese millón de dólares?¿Otro error?

- No creo. ¿Cuánto es en decimales un binario de millón?

- Sesenta y cuatro.

- ¿Cuánto es un binario de millón en decimales?

Madigan hizo un rápido cálculo mental.

- Viene a ser unos veinte números: 1111010000 10001000000.

- No me parece que un millón de dólares sea un error - adujo Florinda.

- ¿Qué se propone ahora nuestro hijo?

- Cuidar de su papá y su mamá.

- ¿Cómo lo va a conseguir?

- Está en contacto directo con todos los circuitos eléctricos y electrónicos del país. Piénsalo, Jake. Puede controlar en todo momento nuestro sistema nervioso, desde los coches y los computadores. Desviar trenes, imprimir libros, emitir noticias, atracar aviones, falsificar los fondos de un banco. Se lo indicas y lo hace. Lo controla todo.

- Pero, ¿cómo sabe lo que hace la gente?

- Ah, he aquí un aspecto exótico del circuito que no me gusta. Después de todo soy ingeniera. ¿Quién afirma que los circuitos no estén en contacto directo con nosotros? Nosotros mismos somos circuitos orgánicos. Ven por nuestros ojos, oyen con nuestros oídos, sienten con nuestros dedos.

- En tal caso, para las máquinas sólo somos como unos lazarillos.

- No, hemos creado una novísima forma de simbiosis. Nos podemos ayudar los unos a los otros.

- Y OBO nos ayuda, ¿por qué?

- No creo que le guste el resto del país - expuso Florinda con aire sombrío -. Piensa lo que sucedió con Indianápolis,

- Me parece que me voy a poner malo.

- Me parece que vamos a sobrevivir.

- ¿Solamente nosotros? ¿El mordisco de Adán y Eva?

- No digas gansadas, sobrevivirán muchísimos más, siempre que tengan en cuenta sus principios.

- ¿Qué idea tiene OBO de los principios?

- No lo sé, quizás un poco de ecología. Basta de destrucción. Vive y deja vivir, pero con juicio y responsabilidad. Es la idea básica del programa espacial. Pase lo que pase, cada uno debe sentirse responsable. OBO debió atrapar esa idea. Pienso que procura que todo el país sea responsable; de lo contrario los castiga con fuego y azufre.

Sonó el teléfono. Tras una breve búsqueda localizaron una extensión y descolgaron.

- ¿Diga?

- Soy - Stretch - contesté.

- ¿Stretch? ¿Y quién es Stretch?

- El computador Stretch, de Goddard. Mi nombre verdadero es IBM 2002. OBO dice que dentro de cinco minutos pasará sobre la parte del pueblo donde están ahora ustedes y le gustaría saludarles. Agrega que su órbita no le dejará volver a pasar hasta dentro de dos meses. Para entonces, procurará llamarles él mismo. Adiós.

Salieron tambaleándose hacia el césped frente a la casa, y se detuvieron aturdidos en el crepúsculo mirando al cielo. El teléfono y los circuitos eléctricos estaban emocionados, a pesar de que la electricidad la generaba una Delco, que, como ya se sabe, es una máquina zafia e insensible. De pronto, Jake señaló un puntito de luz que giraba por el cielo.

- ¡Ahí va nuestro hijo! - exclamó.

- Ahí va Dios - añadió Florinda.

Agitaron las manos con respeto y emoción.

- Jake, ¿cuánto tiempo ha de pasar para que la órbita de OBO se esfume con el niño, la cuna y todo lo demás?

- Unos veinte años.

- Veinte años Dios - suspiró Florinda. - ¿Crees que tendrá tiempo?

Madigan se estremeció.

- Estoy asustado ¿y tú?

- También, pero quizás es únicamente porque estamos cansados y hambrientos. Entremos, papaíto, y prepararé una cena.

- Gracias, mamaíta, pero por favor no me des zanahorias... sería para mí una transubstanciación demasiado íntima

FIN

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