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Las tres leyes robóticas 1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño. 2. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes están en oposición con la primera Ley. 3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no esté en conflicto con la primera o segunda Leyes. Manual de Robótica 1 edición, año 2058

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jueves, 19 de agosto de 2010

LAS RUINAS CIRCULARES -- Jorge Luis Borges




LAS RUINAS CIRCULARES

Jorge Luis Borges

Nadie lo vio desembarcar en la anónima noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.

El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los labradores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar.

Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a mucho siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.

A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatía contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos.

Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese periodo, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía.

Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor vivencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorceava rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.

En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo, era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las Criaturas excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviara al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.

El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Intimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica dilataba cada día las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido... En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: «Ahora estaré con mi hijo». O, más raramente: «El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy».

Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer. Tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanquean río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje.

Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña en mil y una noches secretas.

El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Estos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.

FIN

YO OS SALUDO , MARIDOS -- BELEN



YO OS SALUDO , MARIDOS
BELEN
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Desde hace ya milenios, vivimos nuevamente bajo el régimen del matriarcado.

Las mujeres han ganado la partida. Y la han ganado por completo. Estamos pagando acerbamente su antigua servidumbre. Nosotros, los hombres. Y esto dura desde hace milenios.

Sin embargo, a veces tengo la esperanza de un cambio. En la historia de este mundo, los días se siguen y no se parecen. Y es en los libros de historia donde busco un motivo de esperanza. Soy en efecto uno de los muy pocos hombres que gustan aún de la lectura. Durante los largos días que paso recluido en la morada que me ha sido asignada, leo las obras de los antiguos. Incluso las comprendo. Parece que, pese a mi condición, mi inteligencia se halla por encima de la media. Es sin duda por esta razón por lo que ellas me vigilan con una insistencia muy especial. Pero esto no me impide devorar obras que, en destellos, me revelan lo que era el mundo en un lejano pasado, mucho antes del matriarcado. Esto me hace soñar. En vano. Porque jamás saldremos de nuestro estado. La esperanza, verdaderamente, no puede ser más que una ilusión No podemos escapar. Ellas se las han arreglado admirablemente para darnos lo esencial: el albergue, el sustento, incluso el confort. En suma, una especie de anestesia, un anquilosamiento mental que nos encarcela con mayor seguridad que los barrotes de una prisión. Ni siquiera tenemos la idea de intentar una evasión. Y cuando, algunas veces, intento suscitar una revuelta, mis compañeros me miran asustados y se apartan de mí con desconfianza. No comprenden. Quizá me denuncian. Es el eterno masculino, con sus debilidades y sus ruindades. Uno apenas puede fiarse del sexo débil.

Evidentemente, en esta casa de lujo y de lujuria, nada falta a nuestros caprichos. Los días se deslizan en la suavidad del no hacer nada, las noches en el placer. Es cierto también que somos bien tratados y que nunca ~n fin, casi nunca– se nos castiga.

Pero yo no soy feliz.

Ellas lo saben. Creo oírlas aún.

–Tú no serás nunca feliz –me dicen –. Piensas demasiado. ¿Pero para qué? Es más sencillo resignarte. De todos modos, no puedes cambiar la condición del hombre.

–No se puede cambiar un estado de cosas ya establecido. ¿Cómo te explicas que los grandes creadores sean siempre mujeres? –añaden con una suavidad teñida por una cierta irritación.

Tienen razón, lo sé. Los hombres no inventan nunca nada. No crean nunca nada sorprendente. Siempre tienen razón. Incluso cuando se muestran ligeramente apenadas por nuestro incurable cretinismo. Incluso ahí, ¿cómo luchar? Milenios de atavismo nos aplastan.

Y los días, los meses, se deslizan en esta casa donde me albergo. Desde mi más tierna infancia, he sido iniciado en todas las sutilidades de los ritos que las mujeres vienen a celebrar aquí, para olvidar las fatigas de sus jornadas, cansadas de trabajo y de responsabilidades.

Apenas salido del I.D.A.E.V. (Instituto de Altos Estudios Voluptuosos), fui traído aquí. Me hallo, al parecer, excepcionalmente dotado por la naturaleza; intuitivo a la medida de sus deseos, tierno a veces, eficiente siempre. ¿Y cómo no serlo, puesto que lo han previsto todo? Incluso cuando son repulsivas, estamos condicionados para servirles. Es algo más fuerte que nuestra voluntad. Bien, la carne es débil, y ellas han leído todos los libros. Es así que las experiencias científicas de un profesor del siglo XX les han inspirado la solución soñada. Solución que fue aplicada con éxito: en el I.D.A.E.V., durante el transcurso de muy largos años de estudio, cada vez que nos ponían eufóricos –¡y ellas saben cómo lograrlo!– sonaba un timbre en las salas de trabajos prácticos. Esto nos ha dado, después de innumerables sesiones de euforia, un reflejo condicionado tal que al menor eco de un timbre... En resumen, desde el momento en que una mujer, por poco seductora que sea, viene a visitarnos, un astuto sistema de campanillas desencadenado en las habitaciones hace automáticamente de nosotros una inagotable –o casi – víctima maravillada.

Un día, tal vez, todo cambiará de nuevo. Mi intuición me dice que el relevo será efectuado por esos extraños mutantes aparecidos después de la primera Gran Destrucción, esos turbadores andróginos de ojos sembrados de polvo áureo. Por el momento, se hallan aún a nuestro servicio. Pero su extraña sonrisa y la extensión de sus poderes hacen que no me equivoque. Nosotros, los hombres, y las mujeres que actualmente nos dominan, desapareceremos en los siglos venideros. Y creo que esto no será más que lo justo.

Pero esto pertenece al futuro. En este mismo momento, como huésped resignado que soy, oigo unos pasos que suben hacia mi habitación. La puerta se abre. Me siento demasiado cansado para volverme y permanezco tendido indolentemente, con los ojos cerrados.

Una mujer más...

Ella se acerca y, con una voz ahogada por el abuso de los licores marcianos, me saluda. Después comienza a desnudarme. ¿Es hermosa u horrible? Supongo que es tiempo ya de abrir los ojos para saberlo. Pero ya un dulce vértigo de campanillas me da todas las respuestas. Y prefiero permanecer con los ojos cerrados, dejándome llevar, resignado y satisfecho.

No hay revuelta posible. Es, de nuevo, el matriarcado.

FIN

EL JOVEN ZAPHOD Y UN TRABAJO SEGURO -- Douglas Adams



EL JOVEN ZAPHOD Y UN TRABAJO SEGURO

Douglas Adams

Una inmensa nave voladora se movía velozmente sobre la superficie de un mar asombrosamente bello. Desde media mañana había estado desplazándose hacia adelante y hacia atrás, describiendo grandes arcos cada vez más anchos, hasta que finalmente atrajo la atención de los isleños locales, gente pacífica y amante de los frutos de mar, que se reunieron en la playa, entre cerrando los ojos ante la cegadora luz solar, para tratar de ver qué pasaba.

Cualquier persona de conocimientos sofisticados, que hubiera viajado, que hubiera tenido alguna experiencia, probablemente habría observado cuán parecida era la nave a un archivero, a un enorme y recientemente robado archivero acostado de espaldas, con los cajones al viento y volando.

Por su parte, los isleños, cuya experiencia era de otra clase, quedaron impresionados al ver qué poco se parecía a una langosta marina.

Charlaban, excitados, acerca de su total ausencia de pinzas, su rígida espalda sin curvas, y sobre el hecho de que parecía tener grandísimas dificultades para mantenerse en el suelo. Esta última característica les parecía especialmente jocosa. Se pusieron a dar muchos saltos para demostrarle a esa estúpida cosa que ellos creían que permanecer en el suelo era lo más fácil del mundo.

Pero este entretenimiento pronto comenzó a perder la gracia. Después de todo, dado que tenían perfectamente en claro que la cosa no era una langosta, y dado que su mundo tenía la bendición de poseer en abundancia cosas que sí eran langostas (una buena media docena de las cuales se encontraba en este momento en suculenta marcha por la playa hacia ellos), no vieron más razones para seguir perdiendo el tiempo con la cosa y en su lugar decidieron organizar de inmediato un almuerzo tardío consistente en langostas.

En ese preciso momento, la nave se detuvo repentinamente en el aire, se puso vertical y se zambulló de cabeza en el océano, con un gran estrépito de espuma que obligó a los isleños a huir gritando hasta los árboles.

Cuando resurgieron, nerviosos, unos minutos después, lo único que pudieron ver fue un círculo de agua suavemente delineado y algunas burbujas gorgoteantes.

Qué raro, se dijeron el uno al otro entre bocado y bocado de la mejor langosta que se pueda comer en cualquier parte de la Galaxia Occidental, ya es la segunda vez que sucede lo mismo en un año.

La nave que no era una langosta buceó directamente hasta una profundidad de sesenta metros, y se detuvo allí, en el espeso azul, al tiempo que inmensas masas de agua ondulaban a su alrededor. Mucho más alto, donde el agua era mágicamente clara, una brillante formación de peces se alejó con un destello. Más abajo, donde a la luz le resultaba difícil llegar, el color del agua se perdía en un azul oscuro y salvaje.

Aquí, a sesenta metros, el sol alumbraba débilmente. Un enorme mamífero marino de piel satinada pasó perezosamente, inspeccionando la nave con una especie de interés a medias, como si hubiese estado esperando encontrarse con algo así, y luego se deslizó hacia arriba, alejándose rumbo a la luz rizada.

La nave esperó un minuto o dos, tomando lecturas, y luego descendió otros treinta metros. A esta profundidad, el panorama se estaba poniendo seriamente oscuro. Pasado un momento, las luces internas de la nave se apagaron, y en el segundo o dos que pasaron hasta que de repente se encendieron los reflectores exteriores, la única luz visible provino de un pequeño cartel rosado, vagamente iluminado, que decía Corporación Beeblebrox de Salvataje y Asuntos Realmente Disparatados.

Los enormes reflectores se movieron hacia abajo, iluminando un vasto cardumen de peces plateados, los cuales viraron y se alejaron en silencioso pánico.

En la tenebrosa sala de control, que se extendía describiendo un amplio arco en la proa sin punta de la nave, cuatro cabezas estaban reunidas alrededor de una pantalla de computadora que estaba analizando las debilísimas e intermitentes señales que emanaban de lo profundo del lecho marino.

- Ahí está - dijo finalmente el dueño de una de las cabezas.

- ¿Podemos estar totalmente seguros? - dijo el dueño de otra de las cabezas.

- Ciento por ciento seguros - replicó el dueño de la primera cabeza.

- ¿Están un ciento por ciento seguros de que la nave que se estrelló contra el fondo de este océano es la nave de la que ustedes dijeron estar un ciento por ciento seguros que con una seguridad del ciento por ciento nunca podría estrellarse? - dijo el dueño de las dos cabezas que quedaban -. Eh - dijo levantando dos de sus manos -. Sólo preguntaba.

Los dos funcionarios de la Administración de Seguridad y Reaseguro Civil respondieron a esto con una mirada muy fría, pero el hombre con el número de cabezas sin par, o más bien dicho par, no lo advirtió. Se recostó en el asiento del piloto, abrió dos cervezas -una para él y la otra también- , apoyó los pies sobre la consola y le dijo "Hola, nene" a un pez que pasaba del otro lado del ultracristal.

- Sr. Beeblebrox - comenzó el más bajo y menos tranquilizador de los dos funcionarios, en voz baja.

- ¿Sí? - dijo Zaphod, golpeteando una lata repentinamente vacía contra algunos de los instrumentos más sensibles ¿Listos para el chapuzón? Vamos.

- Sr. Beeblebrox, dejemos una cosa perfectamente en claro...

- Sí, hagámoslo - dijo Zaphod -. Qué tal esto para empezar: ¿por qué no me dicen lo que hay realmente en esa nave?

- Se lo hemos dicho - dijo el funcionario -. Subproductos.

Zaphod intercambió consigo mismo una cansada mirada.

- Subproductos - dijo - ¿Subproductos de qué?

- De procesos - dijo el funcionario.

- ¿Qué procesos?

- Procesos que son perfectamente seguros.

- ¡Santa Zarquana Voostra! - exclamaron a coro ambas cabezas de Zaphod -. ¡Tan seguros que tuvieron que construir una nave que es una maldita fortaleza para llevar esos subproductos hasta el agujero negro más cercano y arrojarlos allí! Sólo que no pudo llegar porque el piloto tomó un desvío... ¿estoy en lo correcto?... para recoger algunas ¿langostas...? Está bien, el tipo era muy simpático, pero... quiero decir, bastante peculiar, esto parece un chiste, esto es un almuerzo de proporciones exageradas, esto es un inodoro aproximándose a la masa crítica, esto es... esto es... ¡un fracaso total del vocabulario!

- ¡Cállate! - gritó su cabeza derecha a su cabeza izquierda -. ¡Estamos desvariando!

Para calmarse, aferró firmemente la lata de cerveza que quedaba.

- Oigan, muchachos - prosiguió, después de un momento de paz y contemplación. Los dos funcionarios no dijeron nada.

Conversar a este nivel era algo a lo que sentían que no podían aspirar

- Sólo quiero saber - insistió Zaphod - en qué me están metiendo.

Marcó con un dedo las lecturas intermitentes que discurrían en la pantalla de la computadora. No las entendía, pero no le gustaba para nada su aspecto.

Eran todas confusas, con montones de números largos y cosas así.

- Se está rompiendo ¿verdad? - gritó -. La bodega está llena de barras aoristas radiantes epsilónicas o algo por el estilo, que freirán todo este sector del espacio durante trillones de años, y se está rompiendo. ¿Es así la historia? ¿Es eso lo que vamos a bajar a buscar? ¿Voy a salir de esa ruina con más cabezas todavía?

- No hay posibilidad de que sea una ruina, Sr. Beeblebrox - insistió el funcionario -. Le garantizo que la nave es perfectamente segura. No es posible que se rompa.

- ¿Entonces por qué están tan interesados en ir a verla?

- Nos gusta ir a ver cosas que son perfectamente seguras.

- ¡Maldiiiciooooón!

- Sr. Beeblebrox - dijo el funcionario, con paciencia -, ¿me permite recordarle que tiene usted un trabajo que hacer?

- Sí, bueno, tal vez se me fueron de repente las ganas de hacerlo. ¿Qué creen que soy, uno de esos tipos que no tienen ninguna clase de no-sé-qué morales... cómo se dice... esas cosas morales...

- ¿Escrúpulos?

- ...escrúpulos, gracias, o lo que sea ¿Y bien?

Los dos funcionarios aguardaron con calma. Tosieron suavemente para ayudarse a pasar el tiempo.

Zaphod suspiró algo así como "adónde va a llegar el mundo" para autoabsolverse de toda la culpa y se hamacó en el asiento.

- ¿Nave? - llamó.

- ¿Eh? - dijo la nave.

- Haz lo que yo hago.

La nave lo pensó durante unos milisegundos y luego, después de verificar por partida doble todos los sellos de sus escotillas reforzadas, comenzó, lenta e inexorablemente, bajo el débil resplandor de sus propias luces, a hundirse en las más hondas profundidades.

Ciento cincuenta metros.

Trescientos.

Seiscientos.

Aquí, a una presión de casi setenta atmósferas, en las heladas profundidades donde no alcanza la luz, la naturaleza guarda su imaginería más extravagante. Dos pesadillas de treinta centímetros de largo relucieron desenfrenadamente bajo la blanca luz, bostezaron, y volvieron a esfumarse en la negrura.

Setecientos cincuenta metros.

Junto a los sombríos límites de los haces de luz de la nave, cosas secretas y culpables pasaban rápidamente con sus ojos al acecho.

Gradualmente, la topografía del distante lecho oceánico que se aproximaba se iba resolviendo con cada vez más claridad en las pantallas de las computadoras, hasta que por fin pudo adivinarse una forma separada que se distinguía de lo que la rodeaba.

Era como una enorme fortaleza cilíndrica torcida, que a partir de la mitad de su longitud se ensanchaba notablemente a fin de alojar el pesado ultrablindaje con el que estaban revestidas las cruciales bodegas de carga, cuyos constructores habían supuesto que convertían a esta nave en la más segura e inexpugnable jamás construida. Antes del lanzamiento, el material estructural de ese sector había sido apaleado, golpeado, barrenado y sujeto a todos los ataques que sus constructores sabían que podía soportar, con el objeto de demostrar que podía soportarlos.

En tenso silencio de la cabina de mando se agudizó de modo perceptible cuando quedó claro que era ese sector el que se había partido bastante prolijamente en dos.

- En realidad es perfectamente segura - dijo uno de los funcionarios -, está construida de modo tal que si la nave se rompe, no hay ninguna posibilidad de que las bodegas de carga se fisuren.

Mil ciento sesenta y cinco metros.

Cuatro Trajes Inteligentes Alta-Pres-A salieron lentamente por la escotilla abierta de la nave de salvataje y nadaron a través la cortina de luces hacia la monstruosa figura que se destacaba oscuramente contra la noche marina. Se movían con una especie de gracia torpe casi cercana a la ingravidez, aunque oprimidos por un mundo de agua. Con la cabeza de la derecha, Zaphod escudriñó las negras inmensidades que tenía encima y, por un momento, su mente emitió un silencioso rugido de horror.

Echó un vistazo a su izquierda y se alivió al ver que su otra cabeza estaba entretenida observando sin interés en el video del casco los pronósticos meteorológicos brockianos de UltraCricket. Algo detrás de él, hacia la izquierda, iban los dos funcionarios de la Administración de Seguridad y reaseguro Civil; algo delante de él, hacia la derecha, iba el traje vacío, llevando sus implementos y controlando el camino.

Pasaron por la enorme hendedura de la rota espalda de la Nave Bunker Billón de Años e iluminaron el interior con sus linternas. Maquinaria mutilada, entre escotillas de sesenta centímetros de espesor destrozadas y retorcidas. Ahora vivía allí una familia de grandes y transparentes anguilas que parecían gustar del sitio.

El traje vacío los precedió a o largo del lóbrego y gigantesco casco de la nave, probando las compuertas estancas. La tercera que revisó se abrió con dificultad. Se apiñaron en el interior y esperaron durante largos minutos mientras los mecanismos de bombeo se encargaban de la espantosa presión ejercida por el océano y la reemplazaban lentamente con una presión igualmente espantosa de aire y gases inertes. Finalmente, la puerta interior se abrió y tuvieron acceso a un oscuro sector de bodegas exteriores de la Nave Bunker Billón de Años. Tuvieron que pasar varias puertas Titan-O-Hold de alta seguridad más, las cuales fueron abiertas una a una por los funcionarios, con una variedad de llaves quark. Muy pronto estuvieron tan metidos dentro de los poderosos campos de seguridad que la recepción de los pronósticos de Ultra-Cricket comenzó a debilitarse y Zaphod tuvo que cambiar a una de las videoestaciones de rock, ya que no existía sitio al que éstas no pudieran llegar.

Se abrió la puerta final y emergieron en un gran espacio sepulcral. Zaphod apuntó la linterna hacia la pared opuesta e iluminó de lleno un rostro de ojos enloquecidos que gritaba.

El propio Zaphod lanzó un grito en quinta disminuida, se le cayó la linterna y se sentó pesadamente en el piso, o más bien en un cuerpo, que había estado allí tirado por unos seis meses sin ser perturbado y que reaccionó al hecho de que se le sentaran encima explotando con gran violencia. Zaphod se preguntó qué hacer al respecto, y luego de un breve pero turbulento debate decidió que lo más indicado sería desmayarse.

Reaccionó unos minutos después y fingió no saber quién era, dónde estaba o cómo había llegado allí, pero no pudo convencer a nadie. Después fingió que su memoria volvía de golpe y que la impresión causada le provocaba otro desmayo pero, muy a su pesar, el traje -por el que estaba comenzando a sentir un serio rechazo- lo ayudó a ponerse de pie, forzándolo a hacerse cargo del entorno.

El entorno estaba iluminado con luz leve y enfermiza, y era desagradable en varios aspectos, el más obvio de los cuales era la colorida distribución de partes del fallecido y lamentado Oficial de navegación de la nave en los pisos, paredes y techo, y muy especialmente en la mitad inferior de su traje, el de Zaphod. El efecto era tan pasmosamente asqueroso que no volveremos a referirnos a él en ninguna parte de esta narración... salvo para dejar sentado que obligó a Zaphod a vomitar dentro del traje, el cual, consecuentemente, se quitó e intercambió, luego de realizar las modificaciones correspondientes en el alojamiento de la cabeza, con el traje vacío. Por desgracia, el hedor del aire fétido de la nave, seguido por el panorama de su propio traje, que caminaba por ahí envuelto en intestinos en putrefacción, fue suficiente para hacerlo vomitar también en el otro traje, problema con el cual él y el traje tendrían que aprender a convivir.

Listo. Eso es todo. No hay más asquerosidades.

Por lo menos, no hay más de esa asquerosidad en particular.

El dueño del rostro que gritaba ahora se había calmado ligeramente y estaba balbuceando incoherencias dentro de un tanque con líquido amarillo: un tanque de suspensión de emergencia.

- Fue una locura - balbuceaba - , ¡una locura! Le dije que podíamos probar la langosta al volver, pero él estaba enloquecido. ¡Obsesionado! ¿Ustedes alguna vez se ponen así por las langostas? Porque yo no. Me parecen demasiado gomosas y resbaladizas para comer, y su sabor no es gran cosa, es decir, ¿tienen sabor? Prefiero infinitamente las ostras, y así se lo dije. ¡Oh, Zarquon, se lo dije!

Zaphod contemplaba esta extraordinaria aparición que se agitaba en su tanque. El sujeto tenía adosados toda clase de tubos de supervivencia y su voz salía por unos parlantes que provocaban ecos demenciales en toda la nave, retornando, fantasmales, desde profundos y distantes corredores.

- Ahí fue donde estuve mal - gritó el loco -. Dije realmente que prefería las ostras y él dijo que era porque nunca había probado una langosta en serio, como las que comían en el sitio de donde venían sus antepasados, que era aquí, y que me lo demostraría. Dijo que no había problema, dijo que por la langosta de aquí valía la pena todo el viaje, y ni qué hablar del pequeño desvío que tomaríamos para llegar aquí, y juró que podía controlar la nave en la atmósfera, pero fue una locura,

- ¡Una locura! - gritó, e hizo una pausa, moviendo los ojos de un lado a otro, como si la palabra hubiera despertado algo en su mente -. ¡La nave quedó fuera de control! Yo no podía creer lo que estábamos haciendo, nada más que para demostrar una afirmación sobre la langosta, que realmente es un alimento tan sobrestimado. Lamento mencionar tanto a la langosta. Trataré de evitarlo por un minuto, pero he estado tanto tiempo solo con mis pensamientos estos meses en el tanque... ¿pueden imaginarse lo que es encontrarse encerrado en una nave con los mismos tipos durante meses, comiendo basura mientras un sujeto habla todo el tiempo solamente de langostas, y luego pasarse seis meses flotando en un tanque, pensando en ello? Prometo que trataré de no hablar de langostas, en serio.

- Langostas, langostas, langostas... ¡basta! Creo que soy el único sobreviviente. Soy el único que logró llegar a un tanque de emergencia antes de caer. Envié una señal de auxilio y luego nos estrellamos. Es un desastre, ¿verdad? Un desastre total, y todo porque al tipo le gustaban las langostas. ¿Tiene sentido lo que estoy diciendo? Me resulta difícil darme cuenta.

Los miró, suplicante, y su mente pareció bajar lentamente a tierra firme como una hoja que cae. Pestañeó y los miró con expresión rara, como un mono estudiando un pez extraño. Toqueteó con curiosidad el cristal del tanque con sus dedos arrugados.

Unas pequeñas y espesas burbujas amarillas se escaparon por su nariz y su boca, quedaron brevemente atrapadas en el estropajo de sus cabellos y luego continuaron su errática marcha hacia

arriba.

- Oh Zarquon, oh cielos - murmuró patéticamente para sí -. Me han encontrado. Me han rescatado...

- Bueno - dijo uno de los funcionarios rápidamente -, lo han encontrado, por lo menos.- Se dirigió hacia la computadora central que estaba en el medio de la cámara y comenzó a revisar rápidamente los circuitos de monitoreo principales de la nave buscando informes de averías -. Las bodegas de las barras aoristas están intactas - dijo.

- Santo cubil del dingo - gruñó Zaphod -, ¡hay barras aoristas a bordo...!

Las barras aoristas eran dispositivos empleados en una forma de producción de energía que ahora había sido felizmente abandonada. Cuando la búsqueda de nuevas fuentes de energía había llegado a un punto especialmente frenético, un brillante joven de pronto había localizado el único lugar que jamás había agotado sus disponibilidades energéticas: el pasado. Y esa misma noche, con el repentino golpe de sangre a la cabeza que tienden a inducir tales ideas repentinas, había inventado un método de explotación, y en el lapso de un año enormes trechos del pasado ya estaban siendo drenados de toda su energía, sencillamente agotándose. Los que declamaron que había que dejar al pasado intacto fueron acusados de incurrir en una forma de sentimentalismo extremadamente onerosa. El pasado proporcionaba una fuente de energía muy barata, abundante y limpia; siempre se podían montar algunas Reservas Naturales del Pasado, si alguien quería pagar por mantenerlas; en cuanto al reclamo de que drenar el pasado empobrecía el presente, bueno, tal vez así era, pero los efectos eran imposibles de medir y uno tenía que mantener el sentido de las proporciones.

Recién cuando se advirtió que el presente realmente estaba empobreciéndose y que la razón de esto era que los bastardos del futuro -holgazanes ladrones y egoístas- estaban haciendo exactamente lo mismo, todo el mundo se dio cuenta de que todas y cada una de las barras aoristas, y el terrible secreto de cómo se construían, debían ser completamente destruidas para siempre. Todos adujeron que era por el bien de sus abuelos y nietos, pero, desde luego, era por el bien de los nietos de sus abuelos y de los abuelos de sus nietos.

El funcionario de la Administración de Seguridad y Reaseguro Civil se encogió de hombros des preocupadamente.

- Son perfectamente seguras - dijo. Miró a Zaphod y de pronto dijo, con una franqueza poco característica -: Hay cosas peores que esas a bordo. O por lo menos - agregó, golpeteando una de las pantallas de la computadora -, espero que estén a bordo.

El otro funcionario lo atacó duramente.

- ¿Qué diablos piensas que estás diciendo? - le espetó.

El primero volvió a alzar los hombros. Dijo: - No importa. Que diga lo que quiera. Nadie le creería. Esa es la razón por la que escogimos usarlo a él en vez de hacer algo oficial, ¿verdad?

Cuanto más descabellada sea la historia que cuente, más parecerá que él es sólo un bohemio aventurero que está inventándola. Hasta puede contar que nosotros dijimos esto, y quedará como un paranoico. - Sonrió amablemente a Zaphod, que estaba hirviendo en su asqueroso traje -. Puede acompañarnos - le dijo - si lo desea.

- ¿Lo ve? - dijo el funcionario, examinando los sellos exteriores de ultra-titanio de la bodega de las barras aoristas -. Perfectamente a salvo, perfectamente seguro.

Dijo lo mismo al pasar por las bodegas que contenían armas químicas tan poderosas que una cucharadita podía infectar fatalmente todo un planeta.

Dijo lo mismo al pasar por las bodegas que contenían compuestos zeda- activos tan poderosos que una cucharadita podía volar todo un planeta.

Dijo lo mismo al pasar por las bodegas que contenían compuestos theta- activos tan poderosos que una cucharadita podía irradiar a todo un planeta.

- Me alegro de no ser un planeta - masculló Zaphod.

- No tiene nada que temer - aseguró el funcionario de la Administración de Seguridad y Reaseguro Civil -, los planetas son muy seguros. Siempre y cuando... - agregó, y luego hizo una pausa. Estaban aproximándose a la bodega más cercana al punto en que la espalda de la Nave Bunker Billón de Años estaba quebrada. Aquí el corredor estaba retorcido y deformado, y el piso tenía parches húmedos y pegajosos -. Ajá - dijo -. Ajá y doble ajá.

- ¿Qué hay en esta bodega? - exigió Zaphod.

- Subproductos - dijo el funcionario, cerrándose otra vez.

- ¿Subproductos... - insistió Zaphod con calma - de qué?

Ninguno de los funcionarios le contestó. En lugar de ello, examinaron la puerta de la bodega con mucho cuidado y vieron que sus sellos habían sido retorcidos y arrancados por la misma fuerza que había deformado todo el corredor. Uno de ellos tocó ligeramente la puerta. Se abrió de par en par con el contacto. Adentro estaba oscuro, con apenas un par de débiles luces amarillas al fondo.

- ¿De qué? - siseó Zaphod.

El funcionario líder miró al otro.

- Hay una cápsula de escape - dijo - que la tripulación debía usar para abandonar la nave antes de echarla en el agujero negro - dijo -. Creo que sería bueno saber que todavía está allí. - El otro funcionario asintió y se alejó sin decir palabra.

Con un ademán, el primer oficial indicó a Zaphod que entrara. Las grandes y débiles luces amarillas fosforecían a unos seis metros de distancia.

- El motivo - dijo, en voz baja - por el cual todas las cosas que hay en esta nave son, sigo manteniéndolo, seguras, es que realmente nadie está lo bastante loco para usarlas. Nadie. Al menos, nadie que estuviera así de loco podría jamás tener acceso a ellas. Cualquiera que sea tan loco o tan peligroso hace sonar alarmas muy profundas. La gente puede ser estúpida, pero no es tan estúpida.

- Subproductos - volvió a sisear Zaphod, y tenía que sisear para que no se oyera el temblor

de su voz- de qué.

- Eh... Gente Diseñada.

"Se le otorgó a la Corporación Cibernética Sirio un enorme fondo de investigaciones para diseñar y producir personalidades sintéticas por encargo. Los resultados fueron uniformemente desastrosos. Toda la "gente" y las "personalidades" resultaron ser amalgamas de ciertas características que sencillamente no podían coexistir en formas de vida de ocurrencia natural. La mayoría eran unos pobres y patéticos inadaptados, pero algunos eran profundísimamente peligrosos. Peligrosos porque no hacían sonar la alarma en las demás personas. Podían atravesar situaciones igual que los fantasmas atraviesan paredes, porque nadie detectaba el peligro.

"Los más peligrosos de todos eran tres idénticos... los pusieron en esta bodega, para ser lanzados, junto con la nave, fuera de este universo. No son malvados, en realidad son bastante sencillos y encantadores.

Pero son las criaturas más peligrosas que alguna vez hayan vivido, porque no hay nada que no hagan si se les permite, ni nada que no pueda permitírseles hacer...

Zaphod miró las débiles luces, las dos débiles luces amarillas. Cuando sus ojos se fueron acostumbrando a la iluminación, vio que las dos luces enmarcaban un tercer espacio donde había algo roto. Unas manchas húmedas y pegajosas relucían opacamente en el suelo.

Zaphod y el funcionario caminaron con cautela hacia las luces. En ese momento, estallaron cuatro palabras del otro funcionario en sus comunicadores del casco.

- La cápsula no está - dijo sucintamente.

- Rastréala - respondió de inmediato el compañero de Zaphod -. Averigua con exactitud dónde ha ido. ¡Debemos saber dónde ha ido!

Zaphod abrió una enorme puerta deslizante de vidrio esmerilado. Detrás de ésta había un tanque lleno de líquido amarillo, y flotando dentro había un hombre, un hombre de apariencia amable, con muchas marcas de sonrisa en la cara. Parecía estar flotando con bastante resignación y sonriendo para sus adentros.

Otro sucinto mensaje llegó de pronto por el comunicador del casco. El planeta hacia el cual se había encaminado la cápsula de escape ya había sido identificado. Estaba en el Sector Galáctico ZZ9 Plural Z Alfa.

El hombre de apariencia amable del tanque parecía estar murmurando suavemente para sí, igual que lo había hecho el copiloto del otro tanque. Unas burbujitas amarillas adornaron como abalorios los labios del hombre. Zaphod encontró un pequeño parlante junto al tanque y lo encendió. Oyó que el hombre balbuceaba suavemente acerca de una brillante ciudad sobre una colina.

También oyó que el funcionario de la Administración de Seguridad y Reaseguro Civil impartía instrucciones para que el planeta ZZ9 Plural Z Alfa fuera puesto en condiciones "perfectamente seguras".

FIN

SLAN -- A. E. VAN VOGT




SLAN
A. E. VAN VOGT

--
A mi esposa E. Mayne Hull.
I
Cuando la madre agarró la mano de su hijo la encontró fría.
Mientras avanzaban apresuradamente por la calle su temor se manifestaba en forma de una pulsación que se transmitía de su mente a la de su hijo. Cien pensamientos más llegaban a su cerebro procedentes de la muchedumbre que desfilaba a su lado y del interior de las casas delante de las cuales pasaban. Pero sólo los pensamientos de su madre llegaban a él de una forma, clara, coherente... y atemorizados.
- Nos siguen, Jommy - le telegrafiaba su cerebro -. No están seguros pero sospechan. Nos hemos arriesgado con demasiada frecuencia viniendo a la capital, si bien esta vez tenía esperanzas de enseñarte la forma slan de entrar en las catacumbas donde está oculto el secreto de tu padre. Jommy, si ocurre algo, ya sabes lo que debes hacer. Lo hemos practicado con bastante frecuencia. Y no tengas miedo, Jommy, no te inquietes. Puedes no tener más que nueve años, pero eres tan inteligente como un ser humano normal de quince.
«No tengas miedo. » Fácil de aconsejar, pensaba Jommy, ocultándole su pensamiento. Si su madre hubiese sabido que le ocultaba algo, que había un secreto entre ellos no le hubiera gustado, pero había cosas que tenía que ocultárselas, no debía saber que tenía miedo también.
Todo aquello era nuevo y emocionante. Era una emoción que experimentaba cada vez que salían del tranquilo suburbio en donde vivían para venir al corazón de Centrópolis. Los vastos parques, las millas y millas de rascacielos, el tumulto de la muchedumbre le parecían siempre más maravillosos de lo que su imaginación se había figurado. Allí estaba la sede del gobierno. Allí vivía, por decirlo así, Kier Gray, dictador absoluto de todo el planeta. Hacia ya mucho tiempo, centenares de años, que los slans habían dominado Centrópolis durante su breve periodo de ascendencia.
- Jommy, ¿no sientes su hostilidad? ¿No puedes sentir las cosas a distancia, todavía?
Jommy se estremeció. Aquella especie de vaga sensación que emanaba de la muchedumbre que pasaba por su lado se convertía en un torbellino de miedo mental. Sin saber de dónde, llegaba a él el pensamiento:
- Dicen que a pesar de todas las precauciones hay todavía slans en la ciudad, y la orden es darles muerte a primera vista.
- Pero ¿no es peligroso? - dijo un segundo pensamiento, sin duda una pregunta formulada en voz alta, si bien Jommy sólo captó la idea mental -. Una persona perfectamente inocente puede ser muerta por un error.
- Por esto raras veces los matan a primera vista. Tratan de capturarle y los examinan. Sus órganos internos son diferentes de los nuestros, ya lo sabes, y en la cabeza hay... Jommy, ¿no sientes? Están a una manzana detrás de nosotros, en un gran coche. Esperan refuerzos para cercarnos. Trabajan aprisa. ¿No captas sus pensamientos, Jommy?
¡No podía! Por muy intensamente que tratase de concentrarse, sólo conseguía sudar. En esto las maduras facultades de su madre sobrepasaban sus precoces instintos. Ella podía suprimir distancias y convertir tenues vibraciones en imágenes coherentes.
Hubiera querido volverse, pero no se atrevía. Tenía que hacer un esfuerzo con sus pequeñas, aunque ya largas piernas, para seguir el paso de su madre. Era terrible ser pequeño, inexperimentado y joven, cuando su vida requería la fuerza de la madurez, la vigilancia de un slan adulto. Los pensamientos de su madre penetraban a través de sus reflexiones.
Hay algunos delante de nosotros y otros que cruzan la calle, Jommy. Tienes que seguir adelante, querido, no olvides lo que te he dicho. No vives más que para una cosa: para hacer posible a los slans llevar una vida normal. Creo que tendrás que matar a nuestro gran amigo Kier Gray, aunque esto represente tener que entrar en el gran palacio en busca de él. Recuerda que habrá mucho barullo, gritos y confusión, pero conserva tu cabeza. Buena suerte, Jommy.
Hasta que su madre hubo soltado su mano después de darle un apretón, Jommy no se dio cuenta de que el temor de sus pensamientos había cambiado. El miedo había desaparecido. Una apaciguadora tranquilidad invadía su cerebro, calmando sus excitados nervios, atenuando el latir de sus dos corazones.
Mientras Jommy se metía detrás del amparo ofrecido por un hombre y una mujer que pasaban por su lado tuvo tiempo de ver unos hombres que se lanzaban sobre la alta figura de su madre, pese a su aspecto completamente normal y humano, con sus pantalones y su blusa roja, y el cabello recogido en un pañuelo anudado. Los hombres, vestidos de paisano, cruzaban la calle con la sombría expresión de lo desagradable de la tarea que tenían que llevar a cabo. Lo odioso de todo aquello, del deber que debían cumplir, coaguló en una idea que saltó al cerebro de Jommy en el mismo momento en que todos sus pensamientos se concentraban en su fuga. ¿Por qué tenía él que morir? ¿Él, y su madre, tan maravillosa, sensible, inteligente? Todo aquello era un terrible error.
Un coche reluciente como una bella joya bajo el sol pasó raudo por el borde de la acera. Jommy oyó la voz ronca de un hombre gritar, dirigiéndose a él: «¡Para ¡Allí está el muchacho! ¡Que no se escape! ¡Cogedlo!»
La gente se detenía a mirar. Él sentía el torbellino de sus pensamientos, pero había dado ya la vuelta a la esquina y corría velozmente por Capital Avenue. Vio un coche que arrancaba de la acera y aceleró su carrera. Sus dedos anormales se agarraron al parachoques trasero y se instaló en él mientras el coche iba ganando velocidad por entre el barullo del tránsito. De alguna fuente desconocida llegó a él el pensamiento:
- ¡Buena suerte, Jommy!
Porque durante nueve años su madre lo había educado para este momento, pero se le hizo un nudo en la garganta al responder: « ¡Buena suerte, madre!»
El coche iba demasiado aprisa, las millas se sucedían velozmente. La gente se detenía para mirar a aquel muchacho en aquella situación peligrosa, agarrado al parachoques posterior del automóvil. Jommy sentía la intensidad de sus miradas, unas ideas que brotaban en sus cerebros y se transformaban en agudos gritos. Gritos dirigidos, al chófer, que no los oía. Veía en su mente los transeúntes meterse en los teléfonos públicos y telefonear a la policía que había un muchacho agarrado al parachoques de un auto. Jommy esperaba ver de un momento a otro una patrulla avanzar al lado del automóvil y mandar detenerse. Asustado, concentró sus pensamientos ante todo en los ocupantes del auto.
Captó dos vibraciones cerebrales. Al captarlas se estremeció y estuvo á punto de dejarse caer al pavimento. Lo miró y volvió a aferrarse al parachoques, asustado. El pavimento era algo terrible y borroso, deformado por la velocidad. Sin quererlo su cerebro se puso en contacto con el de los ocupantes del coche. La mente del chófer estaba concentrada en la maniobra del auto. Una vez pensó, como un destello, en la pistola que llevaba en la funda bajo el hombro. Se llamaba Sam Enders y era el chófer y guardia de corps del que iba sentado a su lado, John Petty, jefe de la policía secreta del todopoderoso Kier Gray.
La identidad del jefe de policía penetró en el cerebro de Jommy como un shock eléctrico. El notorio persecutor de slans estaba arrellanado en su asiento, indiferente a la velocidad del coche, la mente absorbida en una apacible meditación.
¡Mente extraordinaria! Imposible leer en ella otra cosa, que unas leves pulsaciones superficiales. Jommy se dijo, atónito que no era como si John Petty disimulase conscientemente sus pensamientos, pero sin duda alguna había en su mente una reserva tan secreta y segura como la de cualquier slan. Y no obstante era diferente. Sus acentos revelaban claramente un carácter implacable, una mente brillante, fuertemente educada. Súbitamente Jommy capto el final de un pensamiento que alteró la calma de John Petty, traído a la superficie como por un arranque de pasión. «Tengo que matar a esta muchacha slan, Kathleen Layton... Es la única manera de socavar el terreno a Kier Gray...»
Jommy hizo un frenético esfuerzo para seguir el pensamiento, pero estaba ya fuera de su alcance, en las sombras. Mas tenía el indicio. Una muchacha llamada Kathleen Layton tenía que ser muerta a fin de socavar el terreno a Kier Gray.
- Jefe - dijo el pensamiento de Sam Enders, - ¿quiere cerrar este interruptor? La luz roja esta es la alerta general.
- Que alarmen lo que quieran - pensó la mente de John Petty, indiferente -. Eso está bien para los corderos.
- Quizá seria mejor ver de qué se trata insistió Sam Enders.
El coche moderó ligeramente la marcha y Jommy, que había llegado a un extremo del parachoques, esperaba ansioso el momento de poder saltar. Sus ojos asomándose por entre el coche y el guardabarros, sólo vieron la línea gris del pavimento, duro y amenazador. Saltar al suelo era pegarse un serio batacazo contra el asfalto. En aquel instante un chorro de pensamientos de Enders acudió a su cerebro mientras el del chófer recibía este mensaje de alarma general.
-¡A todos los coches de Capital Avenue y sus alrededores, detened a un muchacho presuntamente slan llamado Jommy Cross, hijo de Patricio Cross!
- Cross ha sido muerta hace diez minutos en la esquina de Main y Capital. El muchacho se encaramó al parachoques de un auto que salió a toda velocidad. Comuníquense noticias.
- Escuche esto, jefe - dijo Sam Enders - Estamos en Capital Avenue. Será mejor que nos detengamos y ayudemos a buscar. Hay diez mil de recompensa por cada slan. Los frenos lanzaron un chirrido. El coche frenó con una violencia que aplastó a Jommy contra la parte trasera de la carrocería y en el momento en que se detenía saltó al suelo. Salió corriendo, esquivando una mujer vieja que le agarró. Se encontró en un terreno vacío más allá del cual se elevaban una larga serie de altos edificios de cemento que formaban parte de una inmensa factoría. Un pensamiento malvado que brotó del coche llegó a su mente.
Enders, ¿se da cuenta de que hace diez minutos que salimos de Avenue y Main Street? Este muchacho... ¡allá va! ¡Tire, tire, idiota!
La sensación del gesto, de Enders sacando su revólver llegó tan viva a la mente de Jommy que sintió el roce del metal con el cuero de su cerebro. Le pareció incluso verlo apuntar cuidadosamente, tan clara fue la impresión mental que franqueó los cincuenta metros que los separaban. Jommy pegó un salto de costado y el revólver disparó con un plop ahogado. Tuvo la leve sensación de un golpe y saltando unos cuantos escalones se encontró en el interior de un vasto almacén iluminado. De lejos llegaron a él vagos pensamientos.
- No se, preocupe, jefe, ya lo cansaremos...
- No diga tonterías, no hay ser humano capaz de cansar un slan. - Aparentemente comenzó a dictar órdenes por radio: - «Tenemos que rodear todo el distrito por la calle 57... Concentrad toda la policía y soldados disponibles para...»
¡Cuán confuso se estaba poniendo todo! Jommy se tambaleaba por un mundo turbio, dándose únicamente cuenta de que a pesar de sus fatigados músculos, era todavía capaz
de correr doblemente veloz que cualquier hombre normal. El vasto almacén era un mundo de luz atenuada, lleno de relucientes objetos en forma de cajas y de suelos que se perdían en la remota semioscuridad. Los apacibles pensamientos de unos hombres que removían las cajas, a su izquierda, llegaron dos veces a su cerebro. Pero ninguno de ellos se daban cuenta de su presencia ni del tumulto de la calle. Lejos, a su derecha, vio una abertura luminosa, una puerta, y se dirigió hacia ella. Llegó a la puerta, sorprendido de su cansancio. Tenía los músculos extenuados y parecía que algo pegajoso se adhiriese a su costado. Su mente estaba agotada también. Se detuvo y se asomó a la puerta.
Vio una calle muy diferente de Capital Avenue. Era un callejón sucio de maltrecho pavimento y unas casas con las paredes de cal, construidas hacía quizá cien años. El material era prácticamente indestructible, sus imperecederos colores, brillantes aún como el día de su construcción, acusaban, sin embargo, los ultrajes del tiempo. El polvo y la suciedad se habían pegado como una sanguijuela a la brillante superficie de las paredes. La hierba estaba mal cuidada y por todas partes se veían montones de trastos viejos y basura. La calle parecía desierta. Procedente de los sórdidos alojamientos, llegó a él un vago susurro de pensamientos, pero estaba demasiado cansado para cerciorarse de que procedían únicamente de allá.
Jommy se inclinó sobre el borde de la plataforma del almacén y saltó a la calle. La angustia que lo dominaba hizo doloroso un salto que en otras circunstancias le hubiera sido tan fácil dar, y el golpe le hizo estremecerse hasta los huesos.
Echó a correr por aquel mundo más sombrío de la calle. Trató de aclarar sus ideas, pero fue inútil. Sus piernas parecían de plomo y no vio a la mujer que lo miraba desde la veranda hasta que le tiró un estropajo que pudo evitar agachándose al ver su sombra a tiempo.
- ¡Diez mil dólares! - gritaba la mujer corriendo tras él - ¡La radio ha dicho diez mil dólares! Y es mío, ¿lo oís? ¡Que nadie lo toque! ¡Es mío! -¡Yo lo he visto primero!
Jommy se dio cuenta de que estaba gritando a otras mujeres que empezaban a salir de la casa. Gracias a Dios, los hombres estaban ocupados en su trabajo. El horror de aquellas mentalidades de ave de rapiña se apoderaba de él mientras corría por entre las dos hileras de casas; se estremeció ante el sonido más horrible del mundo el estridente clamor de voces, de un pueblo desesperadamente pobre arrancado a su letargo por la visión de una riqueza superior a todo sueño de codicia imaginable.
Se apoderó de él el miedo de ser acribillado por escobas, atizadores y demás adminículos caseros, de verse hecho pedazos, destrozado, sus huesos aplastados, sus carnes desgarradas. Dando la vuelta se dirigió hacia la parte posterior de la casa seguido siempre de la horda enfurecida. Jommy sentía su nerviosismo y los temerosos pensamientos que zumbaban por sus mentes. Habían oído contar historias que podían quizá más que su deseo de poseer diez mil dólares. Pero la presencia de la multitud daba ánimos a los individuos. La multitud seguía avanzando.
Salió a un pequeño patio en uno de cuyos lados había un montón de cajas que formaban una masa obscura, más alta que él, medio borrosa a pesar de la luz del sol. Bajo el
impulso de una idea que acudió a su turbada mente, un instante después trepaba por el montón de cajas.
El dolor del esfuerzo fue como si unos dientes le mordiesen el costado. Buscó febril por entre las cajas y medio se agachó y medio se cayó en un espacio abierto entre dos viejas canastas que llegaba al suelo. En medio de aquella casi total obscuridad pudo ver un espacio más obscuro todavía en la pared del edificio. Avanzó las manos y encontró los bordes de un orificio hecho en el muro. Un momento después se había escurrido por él y yacía extenuado sobre el suelo húmedo del interior. Algunas piedras se le clavaban en el cuerpo, pero de momento estaba demasiado extenuado para darse cuenta de nada, casi sin respirar, mientras la muchedumbre seguía aullando en la calle, buscándolo frenéticamente.
La obscuridad era una sensación tan calmante como las palabras de su madre poco antes de decirle que la dejase. Alguien subió una escalera y le dijo dónde se encontraba; en un pequeño espacio subterráneo detrás de la escalera posterior del edificio. Se preguntó cómo debió producirse aquel agujero en la pared.
Echado allí, con el frío del miedo, se acordó de su madre... muerta ya, la radio lo había dicho. ¡Muerta! Ella no hubiera tenido miedo, desde luego. Recordaba muy bien que siempre había suspirado por el día en que se reuniría con su difunto marido en la paz de la tumba. «Pero tengo que criarte primero. Jommy. ¡Seria tan fácil, tan delicioso renunciar a la vida! Pero tengo que vivir hasta que hayas salido de la infancia. Tu padre y yo no hemos vivido más que para esta invención, y hubiera sido todo trabajo perdido si no estuvieses tú aquí para llevarlo adelante.
Alejó estas ideas porque sentía un dolor en la garganta al pensar en ellas. Su mente no estaba tan confusa ya. El corto descanso debió sentarle bien. Pero esto le hacía las rocas más dolorosas y difíciles de soportar. Trató de mover el cuerpo, pero el espacio era demasiado estrecho.
Su mano se movió automáticamente e hizo un descubrimiento. Lo que le molestaba no eran trozos de rocas, sino de cal del rebozo que había caído de la pared cuando hicieron el agujero por el que se había metido. Era curioso pensar en aquel agujero y darse cuenta de que alguien más - alguien de fuera de allí - estaba pensando en el mismo agujero. La impresión de aquel pensamiento del mundo exterior fue como si una llama viva lo abrasase.
Sorprendido, trató de aislar el pensamiento y la mente que lo tenía. Pero había demasiadas mentes a su alrededor, demasiada excitación. Soldados y policías atestaban la calle, registraban casa por casa, cada edificio. Una vez, encima de la confusión de pensamientos, captó la clara y fría reflexión de John Petty
-¿Dice que ha sido visto por última vez aquí?
- Ha dado la vuelta a la esquina - dijo una mujer - y ha desaparecido.
Con los dedos temblorosos Jommy comenzó a desmenuzar el cascote del suelo húmedo y haciendo un esfuerzo por calmar sus nervios empezó a rellenar el hueco usando el yeso húmedo con cemento. El trabajo, se daba sin embargo cuenta con angustias, - no
resistiría a un examen minucioso. Mientras trabajaba sentía con toda claridad el pensamiento de la otra persona que estaba cerca de él, allá fuera, mezclado con todas las ideas que galopaban por su cerebro, pero ni una sola vez el pensamiento de aquella otra persona se fijó en él agujero. Jommy no podía decir si era hombre o mujer. Pero estaba allí, como una malvada vibración de un cerebro torturado.
El pensamiento seguía allí, cerca de él, cuando la muchedumbre empezó a retirar las cajas asomándose por entre ellas, y después lentamente, los gritos fueron desvaneciéndose y la pesadilla de los pensamientos fue alejándose. Los perseguidores lo buscaban por otra parte. Durante largo rato Jommy pudo oírlos, hasta que finalmente la vida fue tranquilizándose y supo que la noche se acercaba.
Pero la excitación del día estaba todavía en la atmósfera. Un susurro de ideas salían de las casas, la gente pensaba, discutía lo ocurrido. Al final se atrevió a no esperar por más tiempo. La mente que sabia que él estaba en aquel agujero, y no había dicho nada, estaba allí, en alguna parte. Era una mente malvada que lo llenaba de siniestra premonición y le hacía ver la urgencia de alejarse de allí. Con los dedos todavía temblorosos, pero rápidos, empezó a quitar los trozos de cascote. Después, entumecido todavía por la larga inmovilidad, salió cautelosamente de su escondrijo. Le dolía todo el cuerpo y la debilidad turbaba su mente, pero no se atrevió a retroceder. Trepó lentamente hasta lo alto de las cajas, y deslizándose por ellas sus piernas iban acercándose al suelo cuando oyó rápidos pasos, y la primera sensación de la persona que lo había estado esperando penetró en él. Una mano frágil agarró su tobillo y la voz de una mujer anciana dijo triunfalmente:
Está bien. Ven con Granny. Granny se ocupará de ti, Granny es buena. Siempre supo que tenias que haberte metido en este agujero; pero los demás ni tan sólo lo sospecharon. ¡Oh, sí, Granny es buena! Granny se marchó pero ha vuelto, porque sabe que los slans pueden leer el pensamiento y trató de no pensar en esto, pensando sólo de la cocina. Y te ha engañado, ¿verdad? Ya lo sabia. Granny se ocupará de ti. Granny odia la policía también.
Con una oleada de desfallecimiento Jommy reconoció a la rapaz vieja que lo había agarrado cuando huía el auto de John Petty. Aquella rápida y única mirada dejó impresa en su mente la imagen de la bruja. Y ahora, era tal el horror que manaba de ella, tan malvadas eran sus intenciones, que lanzó un grito y le dio una patada.
El grueso palo que la vieja llevaba en la mano libre cayó sobre él antes de que se hubiese siquiera dado cuenta de que llevaba tal arma. El golpe fue formidable. Sus músculos se estremecieron frenéticamente. Su cuerpo cayó al suelo. Sintió que le ataban las manos y que le arrastraban. Finalmente fue subido a un viejo carricoche y lo cubrieron con unas ropas que olían a sudor de caballos, petróleo y cubos de basura.
El vehículo avanzó por el tosco pavimento de la callejuela y entre el chirrido de las ruedas Jommy pudo captar la risa de mofa de la vieja.
¡Qué tonta hubiera sido Granny de dejar que te cogiesen los demás! ¡Diez mil de recompensa! ¡Jamás me hubiera tocado un centavo! Granny conoce el mundo. En otros tiempos fue una actriz famosa, ahora en una vieja harapienta. ¡Jamás le hubieran dado cien dólares, y menos aún doscientos a una vieja harapienta que recoge los huesos por el
suelo! ¡Pero ahora se llevará todo el premio! ¡Granny les enseñará lo que es posible hacer con un joven slan. Granny le sacará una pequeña fortuna del diablillo ese...
II
Ya estaba allí otra vez aquel repugnante muchacho.
Kathleen Layton se puso rígida, a la defensiva. No había manera de huir de él a aquella altura, a más de cien metros en lo alto del palacio. Pero después de aquellos largos años de vivir, siendo la única muchacha slan entre tantos seres hostiles, era capaz de enfrentarse con cualquiera, incluso con Davy Dinsmore, que tenía como ella once años.
No se volvería. No le daría la menor indicación de que sabía que se acercaba a ella, por aquel ancho corredor de cristales. Rígida, alejó su pensamiento de él, manteniendo el mínimo contacto necesario para evitar que se acercase a ella por sorpresa. Tenía que seguir contemplando la ciudad, como si no estuviese allí
La ciudad se extendía ante sus ojos con su gran número de casas y edificios, cambiando lentamente de color bajo la luz mortecina del crepúsculo. Más allá, aparecía la gran llanura verde obscuro, y en aquel mundo, casi sin sol, el agua normalmente azulada del río que circundaba la ciudad parecía negra, sin brillo. Incluso las montañas del remoto horizonte habían adquirido un tono sombrío que armonizaba con la melancolía que invadía su alma.
-¡Ah, ah! ¡Haces bien en fijarte en todo esto! ¡Es la última vez!
La voz discordante atacó sus nervios como un ruido sin significado. Tan fuerte fue la sensación de unos sonidos totalmente ininteligibles que durante un momento el sentido de las palabras no penetró en su conciencia. Después, casi a pesar suyo, se volvió, enfrentándose con él.
-¡La última vez! ¿Qué quieres decir?
En el acto se arrepintió de lo que había hecho. Davy Dinsmore estaba a menos de dos metros de ella. Vestía unos largos pantalones de seda verde y una camisa amarilla con el cuello abierto. Su rostro infantil, con su expresión de «yo soy un tío duro», y los labios torcidos con un gesto de desdén, decían claramente que el nuevo hecho de haberse dado cuenta de su presencia era un victoria para él. Y, sin embargo..., ¿qué pudo inducirlo a decir una cosa como aquella? Era difícil creer que lo hubiese inventado. Kathleen sintió el vehemente impulso de indagar, pero encogiéndose de hombros, desistió. Penetrar en su cerebro, en el estado en que se encontraba, le causaba un malestar que hubiera durado un mes.
Hacía ya tiempo, meses y meses, que se había aislado de todo contacto con la corriente de los pensamientos humanos, odios y esperanzas que convertían aquel palacio en un infierno. Era mejor que despreciase una vez más a aquel muchacho, como lo había despreciado siempre. Le volvió la espalda sin prestarle la menor atención, pero oyó su voz gangosa y desagradable que repetía:
¡Sí, sí, la última vez! ¡Eso he dicho y lo pienso! ¿Mañana cumples once años, verdad?
Kathleen no respondió, fingiendo no haberle oído. Pero una sensación catastrofista se apoderó de ella. Había demasiada maldad en aquella voz, demasiada certidumbre. - ¿Era posible que durante los meses que ella conservó su mente aislada de los pensamientos de los demás, se hubiesen tramado aquellos horrendos planes? ¿Era posible que hubiese cometido un error al aislarse, encerrándose en un mundo suyo propio, y que ahora el mundo real llegase a ella a través de su protectora armadura? La voz de Davy Dinsmore proseguía:
-¿Te creías inteligente, verdad? Pues no te lo parecerá tanto mañana, cuando te maten. Quizá no lo sepas, pero mamá dice que por el palacio corre la voz de que cuando te trajeron aquí Mr. Kier Gray tuvo que prometer al consejo que te haría matar el día que cumplieses once años. Y no creas que no lo van a hacer, además. El otro día mataron una mujer slan por la calle, ya lo ves.
-¡Estás... loco! Las palabras salieron solas de sus labios. No se dio cuenta de haberlas pronunciado, porque no eran lo que pensaba. Estaba convencida de que decía la verdad, porque se amoldaban al odio que todos le tenían. Era tan lógico que le pareció haberlo sabido siempre.
Era curioso, lo que más llenaba la mente de Kathleen era que hubiese sido la madre de Davy la que le hubiese dicho aquello. Recordaba aquel día, tres años antes, en que el muchacho la había agredido delante de los tolerantes ojos de su madre. ¡Qué de gritos, qué de patadas y golpes había habido cuando ella lo mantuvo a raya hasta que la ultrajada madre se abalanzó sobre ella gritando y amenazándola con «lo que iba a hacerle a una sucia y viperina slan»!
Y entonces, súbitamente, la aparición de Kier Gray, fuerte, alto, autoritario, y Mrs. Dinsmore rebajándose delante de él...
- Si estuviese en tu lugar no pondría la mano encima de esta muchacha. Kathleen Layton es propiedad del Estado, y a su debido tiempo dispondrá de ella. En cuanto a tu hijo, se ha llevado lo que todo desvergonzado se merece y espero que la lección le haya servido.
¡Cómo se había emocionado ante aquella defensa! Y desde entonces había clasificado a Kier Gray en otra categoría de los demás seres humanos, pese a las terribles historias que corrían sobre él. Pero ahora sabia la verdad y comprendía lo que había querido decir con sus palabras: «...y el Estado dispondrá de ella».
Salió de su amarga concentración con un sobresalto y observó que en la ciudad se había producido un cambio. La gran masa urbana había encendido sus millones de luces, alcanzando su pleno esplendor nocturno. Ante ella se extendía ahora la ciudad maravillosa perdiéndose en la lejanía como una imagen soñada de refulgente magnificencia. ¡Cuánto había suspirado por ir un día a aquella ciudad y poder juzgar por sí misma de todas las delicias que su imaginación le había atribuido! Ahora, desde luego, no las vería nunca. Aquel mundo de deleites, de maravillas, permanecería para ella eternamente ignorado...
-¡Ah, ah! - repetía la discordante voz de Davy -. ¡Fíjate bien! ¡Es la última vez!
Kathleen se estremeció. Le era imposible tolerar un segundo más la presencia de aquel asqueroso muchacho; sin decir una palabra dio media vuelta y se refugió en la soledad de su dormitorio. El sueño se había desvanecido y la ciudad dormía ya, a excepción de los que estaban de guardia o en alguna fiesta.
Era curioso que no pudiese dormir. Y no obstante se sentía más tranquila, ahora que sabía la verdad. La vida cotidiana había sido horrible; el odio de los sirvientes y la mayoría de los seres humanos era una cosa intolerable. Finalmente debió quedarse dormida porque la fuerte impresión que recibió del exterior deformó el sueño irreal que estaba teniendo. Se agitó en la cama, nerviosa. Sus tentáculos de slan, tenues pedúnculos casi dorados que brotaban entre el cabello obscuro que enmarcaba su infantil y delicado rostro, se erguían agitándose suavemente como bajo el impulso de una suave brisa. Suavemente, pero con insistencia.
De repente, la amenazadora idea que aquellos sensitivos pedúnculos captaban de la noche que envolvía el palacio de Kier Gray penetró en Kathleen y se despertó, temblorosa. La idea se fijó en su mente por un instante, cruel, clara, mortal, ahogando el sueño como una ducha de agua fría. Y en el acto desapareció, tan completamente, como si no hubiese existido nunca. Sólo quedaba una vaga confusión de imágenes mentales que fueron borrándose, perdiéndose por la interminable serie de habitaciones del vasto palacio.
Kathleen yacía inmóvil y en lo más profundo de su cerebro vio lo que aquello significaba. Había alguien que no quería esperar hasta mañana. Alguien que dudaba de que la ejecución tuviese lugar y quería presentarse ante el Consejo con un hecho consumado. Sólo existía una persona suficientemente poderosa para arrostrar las responsabilidades, John Petty, el jefe de policía secreta, el fanático antí-slan; John Petty, que la odiaba con una violencia que incluso en aquel antro de antíslanismo la hacía desfallecer. El asesino debía ser uno de sus esbirros.
Haciendo un esfuerzo trató de calmar sus nervios y activar su mente el límite de lo posible. Pasaron los segundos y seguía yaciendo allí, buscando en vano el cerebro cuyos pensamientos habían amenazado su vida durante un breve instante. El murmullo de los pensamientos exteriores se convirtió en su cerebro en un rugido, Hacía mese que no había explorado aquel mundo de cerebros incontrolados. Había creído que el recuerdo de sus horrores no habían palidecido y, no obstante, la realidad era peor que el recuerdo. Con una insistencia digna casi de la madurez se sumergió en aquella tempestad de vibraciones mentales, haciendo un esfuerzo para aislar cada uno de los individuos. Llegó a ella una frase:
-¡Oh, Dios mío! ¡Quiera Dios que no descubran que roba! ¡Hoy, en las legumbres!
Debía de ser la esposa del cocinero, pobre mujer temerosa de Dios que vivía en el terror mortal del día en que serían descubiertos los pequeños robos de su marido. Kathleen sentía compasión por aquella pobre mujer que yacía despierta en la obscuridad al lado de su marido. Pero no mucha compasión, porque una vez, obedeciendo a un mero instinto de maldad, al cruzarse con ella en un corredor la había abofeteado sin mandarle el menor preaviso mental.
La mente de Kathleen trabajaba ahora activamente impulsada por la sensación de premura las ideas se iban sucediendo como un caleidoscopio, descartándolas a medida que iban apareciendo cuando no estaban relacionadas con la amenaza que la había despertado. Era todo aquel mundo del palacio con sus intrigas, sus incontables tragedias, sus codiciadas ambiciones. Los que se agitaban en su sueño tenían pesadillas con significado psicológico
¡Súbitamente lo sintió! ¡Un susurro del firme propósito de matarla! En el acto hubo desaparecido, como una elusiva mariposa, pero no de la misma forma. Su firme determinación era un aguijón que la desesperaba. Porque aquel breve segundo de amenazadora idea había sido demasiado potente para no ser algo real, próximo, peligroso. Era curioso ver cuan difícil era volver a encontrarlo. Le dolía el cerebro, todo su cuerpo sentía alternativamente calor y frío; y finalmente vio con claridad una imagen..., ¡ya lo tenía! Ahora comprendía por qué su mente lo había eludido durante tanto tiempo. Sus pensamientos se habían difuminado en mil diferentes temas, sin fijarse en ninguno, captando sólo los conceptos superficiales de un fondo de pensamientos.
No se trataba de John Petty ni de Kier Gray, pues ambas líneas de razonamiento podía seguirlas exactamente una vez las había captado. Su presunto agresor a pesar de toda su inteligencia, se había delatado. En cuanto entrase en la habitación de ella...
La idea se cortó. Su mente se elevaba hacia la desintegración bajo el efecto de la verdad que había aparecido ante ella. El hombre había entrado en la habitación y en aquel mismo instante estaba avanzando de rodillas hacia la cama. Kathleen tuvo la sensación de que el tiempo se paraba, nacida de la obscuridad y de la forma como sus mantas que la sujetaban, cubriendo incluso los brazos. Sabía que el menor movimiento produciría un crujido de las sábanas almidonadas y el asesino se arrojaría sobre ella antes de que pudiese moverse; la sujetaría bajo las mantas y la tendría a su merced.
No podía moverse. No podía ver. Sólo podía percibir la excitación que iba aumentando en el cerebro de su asesino. Sus pensamientos eran rápidos y olvidaba difundirlos. La llama de su asesino propósito ardía en su interior con tanta fuerza y ferocidad que Kathleen tenía que apartar su mente de ella porque le producía un dolor casi físico. Y en aquella total revelación de sus pensamientos, Kathleen leyó toda la historia de la agresión.
Aquel hombre era el guardián que habían puesto en la puerta de su habitación. Pero no era el de costumbre. Era curioso que ella no se hubiese fijado en el cambio. Debieron hacerlo mientras dormía o bien estaba demasiado preocupada con sus propios pensamientos para fijarse en ello. Mientras el hombre se ponía de pie sobre la alfombra y se acercaba al lecho captó su plan de acción. Por primera vez sus ojos se fijaron en el brillo del cuchillo en el momento en que levantaba la mano.
Sólo había una cosa a hacer. ¡So1o podía, hacer una cosa! Con un rápido gesto que desconcertó al propio agresor, le echó las mantas sobre la cabeza y los hombros y se tiró de la cama, perdiéndose, sombra entre las sombras, en la obscuridad de la habitación.
- El hombre luchaba por desasirse de la manta sujeta por los delgados, pero extraordinariamente fuertes brazos de la muchacha, y en el gemido ahogado que lanzó había todo el terror de lo que podía significar ser descubierto.
La muchacha captaba los pensamientos y oía los gestos del hombre mientras andaba a tientas buscándola en la obscuridad. Quizá no hubiera debido moverse de la cama, pensó. Si de todos modos la muerte tenía que alcanzarme mañana, ¿para qué demoraría? Pero en el acto supo la respuesta; supo que un ansia de vivir se había apoderado de ella y, por segunda vez aquella noche, que aquel visitante nocturno era la prueba de que había alguien que temía que la ejecución no se llevase a cabo.
Lanzó un profundo suspiro. Su excitación se desvaneció en las primeras palabras de desprecio que pronunció ante los vanos esfuerzos de su asesino.
-¡Estúpido! - dijo, con el desdén en su voz infantil y, sin embargo, totalmente privada de infantilismo en su aplastante lógica -. ¿Es qué crees poder llegar a un slan en la obscuridad?
El hombre se lanzó hacia el lugar de donde salía la voz golpeando las tinieblas de una manera lastimosa. Lastimosa u horrible, porque sus pensamientos estaban ahora invadidos por el terror. Un terror que llevaba en sí algo repulsivo y que hizo estremecerse a Kathleen mientras permanecía de pie, descalza, en el rincón opuesto de la habitación. De nuevo habló, con voz vibrante, infantil:
- Harás mejor en marcharte antes de que nadie se dé cuenta de lo que estás haciendo aquí Si te vas en seguida no te delataré a Mr. Gray.
Vio que el hombre no le creía. Tenía demasiado miedo, demasiadas sospechas y súbitamente dejó de buscarla en las tinieblas y se lanzó desesperadamente hacia la puerta donde estaba el interruptor de la luz. Kathleen sintió que sacaba un revólver del bolsillo mientras trataba de encender. Se dio cuenta de que el hombre prefería correr el riesgo de ser detenido por los guardias que vendrían precipitadamente al oír la detonación, a presentarse ante un superior confesando su fracaso.
-¡Estúpido! - gritó Kathleen.
Sabía lo que tenía que hacer, pese a que no lo había hecho nunca. Se deslizó silenciosamente a lo largo de la pared, buscando a tientas con los dedos. Abrió una puerta, salió por ella, la cerró con llave y echó a correr por un largo corredor tenuamente iluminado hasta la puerta del final. La abrió y se encontró en un vasto despacho lujosamente amueblado.
Presa de un súbito terror por la osadía de su acción, permaneció en el umbral contemplando un hombre de aspecto vigoroso que estaba sentado escribiendo a la luz de una lámpara con pantalla. Kier Gray no levantó la vista inmediatamente. Ella sabía que se había dado cuenta de su presencia y su silencio la dio valor para observarlo.
En aquel hombre, gobernante de hombres, había un algo magnífico que causaba su admiración, a pesar de que el miedo que le inspiraba pesaba gravemente sobre ella. Las duras facciones de su rostro le daban un aire de nobleza y permanecía inclinado sobre la
carta que estaba escribiendo. Kathleen podía leer superficialmente sus pensamientos, pero nada más. Hacía ya tiempo que había descubierto que Kier Gray compartía con el más odioso de los hombres, John Petty, la facultad de pensar en su presencia sin la menor desviación, de una forma que hacía la lectura de sus pensamientos prácticamente imposible. Sólo conseguía interpretar sus ideas superficiales, las palabras que estaba escribiendo. Y su impaciencia pudo más que todo interés por la carta.
-¡En mi habitación hay un hombre que ha tratado de asesinarme! - estalló la muchacha.
Kier Gray levantó la vista. Su rostro ostentaba ahora claramente una expresión dura. Las nobles cualidades de su perfil se perdían en la expresión de fuerza y autoridad de su mandíbula. Kier Gray, dueño de los hombres, la miraba fríamente. Su voz y su mente estaban tan íntimamente coordinadas cuando habló, que Kathleen dudaba incluso que hubiese pronunciado las palabras que oía.
-¿Un asesinato, eh? ¡Sigue!
El relato de cuanto había ocurrido desde que Davy Dinsmore se había mofado de ella en la terraza salió paulatinamente de sus labios temblorosos.
-¿Así, crees que John Petty anda detrás de todo esto? - preguntó.
- Es el único que ha podido hacerlo. La policía secreta controla los hombres que me vigilan.
Gray asintió lentamente y ella sintió la leve tensión de su mente. Pero, no obstante, seguía pensando con calma, lentamente.
- Conque ha llegado ya... - dijo con voz pausada -. John Petty aspira al poder supremo y siento casi compasión por él, tan ciego está sobre sus deficiencias. Jamás un jefe de policía ha gozado de la confianza del pueblo. Yo soy adorado y temido, el sólo es temido. Y cree que esto es lo más importante.
Los ojos pardos de Gray se fijaron gravemente en los de Kathleen.
- Quería matarte antes del día fijado por el Consejo, porque yo no podría hacer nada una vez muerta. Y mi incapacidad de obrar contra él, rebajaría, a su juicio, mi prestigio ante el Consejo. - Su voz había bajado de tono y daba la sensación de haber olvidado la presencia de Kathleen y estar hablando para sí mismo. - Y tenía razón. Al Consejo le contrariaría ver que intento un proceso por la muerte de un slan. Y, no obstante, no tomaría mi actitud como prueba de que tenía miedo. Lo cual significaría el comienzo del fin. La desintegración, la formación de grupos que irían haciéndose paulatinamente más hostiles unos a otros, mientras los llamados realistas se apoderaban de la situación y escogían el probable vencedor, o iniciaban aquel agradable juego de anteponer los extremos contra el medio. Como puedes ver, Kathleen - prosiguió después de un breve silencio -, es una situación muy sutil y peligrosa. Porque John Petty, a fin de desacreditarme ante el Consejo ha hecho correr la voz de que tengo la intención de conservarte la vida. Por consiguiente, y éste es el punto que podrá interesarte - y por primera vez una leve sonrisa apareció en los tenues rasgos del rostro de Kier Gray -, mi
vida y posición dependen ahora de la posibilidad de conservarte en vida a pesar de John Petty. Bien - añadió con una nueva sonrisa -. ¿qué te parece nuestra situación política?
Las aletas de la nariz de Kathleen se dilataron en un gesto de desprecio.
- Me parece que está loco de ir contra ti, esto es lo que pienso.
El rostro de Kier Gray ofreció una expresión sonriente que atenuó la dureza de sus facciones.
- Nosotros, los seres humanos, debemos pareceros a veces muy extraños a vosotros, los slans, Kathleen. Por ejemplo, la forma como te tratamos:
-¿Sabes el motivo, verdad?
- No - dijo Kathleen moviendo la cabeza -. He leído muchos pensamientos acerca de nosotros y nadie parece saber por qué nos odian. Parece que hubo una guerra entre slans y seres humanos hace ya mucho tiempo, pero había habido ya otras guerras antes, y la gente no se odiaba una vez terminadas. Además corren estas horribles historias que son demasiado absurdas para ser más que espantosas mentiras.
-¿Has oído contar lo que hacen los slans con los chiquillos humanos? - preguntó él.
- Esta es una de las mentiras - respondió Kathleen desdeñosamente -. Una de las asquerosas mentiras.
- Veo que las has oído contar - respondió él riéndose -. Estas cosas les ocurren a los chiquillos. ¿Qué sabes tú de la mentalidad de un slan adulto, cuya inteligencia es de dos a trescientos por cien a la de un ser humano normal? Lo único que sabes es que serían incapaces de hacer estas cosas, pero eres sólo una chiquilla. De todos modos, dejemos eso ahora. Tú y yo estamos luchando por nuestras vidas. El asesino se ha escapado ya probablemente de tu habitación, pero no tienes más que analizar tu pensamiento para identificarlo. Vamos a hacerle nuestra exhibición ahora llamando a Petty y al Consejo. Les molestará ser arrancados de su bello sueño, pero que se fastidien. Tú te quedas aquí. Quiero que leas sus cerebros y me digas después que han pensado durante la investigación.
Apretó un botón encima de la mesa y volviéndose a una pantalla, dijo:
- Diga al capitán de mi guardia privada que venga a mi despacho.
III
No era cosa fácil estar allí sentada bajo las deslumbrantes luces que se habían encendido: Les hombres la miraban con excesiva frecuencia, con una mezcla de impaciencia y rigor en la mente, y jamás un destello de piedad en ninguna parte. Con aquel odio que sentía pesaba sobre su espíritu y atenuaba la vida que palpitaba por sus nervios. La odiaban. Deseaban su muerte. Impresionada, Kathleen cerraba los ojos y procuraba distraer su mente como si por un intenso esfuerzo de voluntad pudiese conseguir hacer su cuerpo invisible.
Pero había tantas cosas en juego que no se atrevía a perder un solo pensamiento o imagen. Sus ojos y su pensamiento estaban completamente despiertos y no perdía de vista nada de todo aquello, la habitación, los hombres, todo el significado de la situación. John Petty se levantó súbitamente y dijo:
- Me opongo a la presencia de esta slan entre nosotros, ya que su aspecto infantil e inocente podría inspirar compasión en alguno de nosotros.
Kathleen se quedó mirándolo. El jefe de la policía secreta era un hombre corpulento, de rostro más de cuervo que de águila y quizá demasiado carnoso, en el cual no se leía ni el menor rastro de bondad. ¿Piensa realmente esto?, se preguntó Kathleen. ¡Ninguno de esos hombres es capaz de sentir la menor piedad!
Kathleen trató de leer a través de las palabras, pero su mente estaba borrosa y en su duro rostro no había la menor expresión. Creyó captar un ligero tono de ironía y se dio cuenta de que John Petty comprendía perfectamente la situación. Era la lucha por el poder y su cuerpo y su cerebro estaban pendientes de la mortal importancia de lo que estaba en juego.
Kier Gray se echó a reír y Kathleen captó en el acto la onda de la personalidad magnética de aquel hombre. Había en él cierta calidad de tigre, algo inmensamente fascinador, como una aureola que le daba una vida que no poseía nadie más de aquella habitación.
- No creo que exista peligro de - dijo - que... nuestros bondadosos sentimientos predominen sobre nuestro sentido común.
-¡Exacto! - intervino Mardue, ministro de Transportes -. El juez tiene que estar en presencia del acusado... - Se calló después de estas palabras pero mentalmente terminó la frase -: especialmente cuando sabe que la sentencia es de muerte.
- Quiero que se marche, además - prosiguió John Petty -. porque es una slan, y, ¡pardiez!, no quiero estar en la misma habitación que una slan.
El tumulto de voces y la colectiva emoción que siguió a esta llamada popular fue para Kathleen como un golpe físico. Por todas partes se gritaba:
-¡Tiene mucha razón!
-¡Echadla de aquí!
-¡Gray, has tenido una osadía sin límites al despertarnos en medio de una noche como ésta...!
- El Consejo dictaminó sobre este caso hace once años. Yo no me he enterado hasta recientemente.
-¿La sentencia era de muerte, no es así?
El tumulto de voces atrajo una mueca de contrariedad a los labios de Petty. Miró a Kier Gray.
Las miradas de los dos hombres se cruzaron como espadas en el preliminar asalto de un duelo a muerte. A Kathleen le fue fácil entender que Petty estaba tratando de crear la confusión sobre el resultado. Pero si el propio jefe se sentía perdido, nada lo delató en su impasible rostro; ni el menor rastro de vacilación vibró en su cerebro.
- Señores me parece que aquí no nos entendemos. Kathleen, la slan no está aquí para ser juzgada. Está aquí para declarar contra John Petty y comprendo, por lo tanto, su deseo de verla salir de esta habitación.
Kathleen analizó que el asombro de John Petty fue un poco fingido. Su mente permaneció demasiado en calma, demasiado fría, y su voz se convirtió en un bramido de toro.
-¡Esto es de una osadía inaudita! ¿Nos has levantado a todos de la cama a las dos de la mañana para darnos la sorpresa de una acusación indigna basada en el testimonio de una slan? ¡Te digo que tu osadía no conoce límites, Gray! Y una vez para siempre, creo que deberíamos dejar bien sentado el problema jurídico de si la palabra de un slan puede ser o no considerada como prueba en juicio.
De nuevo la llamada a los odios básicos. Kathleen se estremeció bajo las vibraciones de las respuestas que captó en los cerebros de los demás.
No había esperanza ninguna para ella, ni la menor oportunidad, sólo la muerte segura. La voz de Gray era grave al responder:
- Petty, creo que deberías darte cuenta de que no estás hablando ahora delante de un puñado de campesinos soliviantados por la propaganda. Tus auditores son gente realista y, pese a todos tus obvios esfuerzos por imponer el resultado, se dan cuenta de que su vida política y acaso incluso la física, están en juego, en este momento crítico que tú, y no yo, nos han impuesto.
Su rostro se endureció todavía y los músculos aumentaron su tensión. Su voz enronqueció.
- Espero que todos vosotros despertaréis de vuestro sueño, por profundo que sea, y os daréis cuenta de que John Petty sólo pretende destituirme, y de que quien quiera que gane de nosotros dos, algunos de vosotros habréis muerto antes de que llegue la mañana.
Nadie miraba ya a Kathleen En aquella habitación súbitamente silenciosa tenía la sensación de estar presente pero no ya visible. Parecía que le hubiesen quitado un peso de encima y por primera vez podía ver, sentir y pensar con una claridad normal. El silencio que reinaba en aquella habitación era tan mental como fonético. Durante algunos instantes los pensamientos de los presentes fueron perdiendo intensidad. Era como si se hubiese levantado una barrera entre su cerebro y los de los demás, porque los pensamientos de todos estaban concentrados en el análisis de la situación, comprendiendo súbitamente el peligro mortal que amenazaba.
En medio de la confusión de ideas Kathleen sintió brotar una orden mental clara, imperativa:
« ¡ Siéntate en la silla del rincón donde no puedan verte sin volver la cabeza! ¡Pronto!»
Kathleen dirigió una mirada a Kier Gray, y en sus ojos vio que relucía una llama, tal era la intensidad con que la miraba. Y en el acto se apartó de su silla sin hacer ruido, obedeciéndole.
Nadie la echó de menos, no se dieron cuenta siquiera de su acción. Y Kathleen sintió una oleada de júbilo al ver que incluso en aquel momento de fuerte tensión. Kier Gray estaba jugando sus cartas sin perder baza.
- Desde luego - dijo -, no hay una absoluta necesidad de ejecutar a nadie con tal de que John Pretty, una vez y para siempre, se quite de la cabeza el alocado deseo de remplazarme.
A Kathleen le era absolutamente imposible leer los pensamientos de nadie mientras permanecía con la vista fija en Kier Gray. Todos estaban tan intensamente concentrados como John Petty y Kier Gray, en lo que dirían y harían. Con un ligero tono de apasionamiento en su voz, Kier Gray prosiguió:
- Digo alocado porque, aunque a primera vista pueda parecer una mera rivalidad por el poder, hay en ello algo más. El hombre que ostenta el supremo poder representa la estabilidad y el orden. El hombre que aspira a él puede, en el momento en que lo alcance, quererse afianzar en su puesto y esto significa ejecuciones, destierros confiscaciones, cárceles y torturas... todo, naturalmente, aplicado a aquellos que se habían opuesto a él o de quienes desconfía. El antiguo jefe no puede pasar a ocupar un puesto subordinado; su prestigio no se desvanece jamás - como lo atestiguan Napoleón y Stalin - y por consiguiente sigue siendo un peligro. Pero un presunto candidato puede ser disciplinado y mantenido en su puesto. Este es mi plan para con John Petty.
Kathleen se dio cuenta de que aquello era una llamada a los cautelosos instintos de todos ellos, a sus temores de lo que el cambio podía comportar. John Petty se puso súbitamente de pie. De momento abandonó su guardia, pero tan grande era su rabia que a Kathleen le fue imposible leer sus pensamientos.
- No creo haber oído jamás - estalló -, una declaración tan extraordinaria en boca de un hombre presuntamente cuerdo. Me ha acusado de imponer las decisiones. Señores, ¿habéis observado que hasta ahora no he brindado decisión alguna, no ha aportado ninguna prueba? Sólo tenemos sus afirmaciones, y este dramático proceso que nos ha impuesto a medianoche, cuando la mayoría de nosotros estábamos durmiendo profundamente. Debo confesar que no estoy todavía del todo despierto, pero sí lo suficiente para darme cuenta de que Kier Gray ha sucumbido al complejo que devora los dictadores de todos los tiempos, la manía persecutoria. No me cabe la menor duda de que desde hace algún tiempo ha visto en todas nuestras acciones y palabras una amenaza contra su posición. Me sería difícil ocultaros mi desconsuelo ante lo que esto significa. Con la desesperada situación creada por los slans, ¿cómo puede siquiera insinuar que uno de nosotros busca la desunión? Os digo, señores, que en las circunstancias actuales no podemos ni tan sólo insinuar una escisión. El público está al
corriente de la monstruosa actividad mundial de los slans contra los chiquillos humanos. Su tentativa de standarizar la raza humana es el más grave problema ante el cual se ha encontrado nuestro Gobierno.
Se volvió hacia Kier Gray, y Kathleen sintió un escalofrío al ver su aparente sinceridad su perfecta actuación.
- Kier, quisiera poder olvidar lo que has hecho. Primero esta reunión, después la amenaza de que antes del amanecer algunos de nosotros podemos haber muerto. En estas circunstancias sólo puedo aconsejarte que presentes la dimisión. En todo caso, no gozas ya de mi confianza.
- Como veis, señores - dijo Gray con una tenue sonrisa -, llegamos ahora al corazón del problema. Quiere mi dimisión.
Un muchacho alto y delgado con el rostro aguileño se levantó y tomó la palabra:
- Estoy de acuerdo con Petty. Tus actos, Gray han demostrado que no eres ya un hombre responsable. ¡Dimite!
- ¡Dimite! - gritó otra voz. Y en el acto los gritos brotaron de todas partes -: ¡Dimite! ¡Dimite! ¡Dimite!
Los gritos y los feroces pensamientos que los acompañaban le parecían a Kathleen que había estado siguiendo las palabras de John Petty con concentrada atención, el principio del fin. Transcurrió un largo momento antes de que se diese cuenta de que, de los diez hombres sentados fueron sólo cuatro los que habían armado la algarabía.
El cerebro de Kathleen hacía un doloroso esfuerzo. Gritando una y otra vez « ¡Dimite!» habían esperado alejar el peligro y de momento fracasaban. La mente y los ojos de Kathleen se fijaban en Kier Gray, cuya presencia de espíritu había evitado que los demás gritasen también, presas del pánico. Sólo verlo le devolvió el valor, porque permanecía erguido en su sillón, alto, fuerte, enérgico; y en su rostro se esbozaba una tenue sonrisa de ironía.
-¿Es caso de extrañar - preguntó pausadamente -. que los cuatro concurrentes jóvenes se hayan puesto al lado de Mr. Petty? Espero que los señores presentes de más edad verán claramente que se trata de una organización preparada de antemano y que antes de la mañana los pelotones de ejecución habrán funcionado, porque estos incendiarios jóvenes tienen prisa en vernos desaparecer, ya que, aunque mi edad sea bastante similar a la suya, me consideran como un anciano. Sienten ansia de sacudir la moderación que les hemos impuesto y están, desde luego, convencidos de que fusilando a los viejos no harán más que acelerar algunos años lo que la naturaleza hubiera, en todo caso, realizado con el transcurso del tiempo.
-¡Fusiladlos! - gritó Mardue, el más viejo de los presentes.
-¡Abajo los jóvenes! - saltó Harlihan, ministro del Aire.
Entre los ancianos circuló un murmullo que Kathleen hubiera querido oír si no hubiera estado tan concentrada en los impulsos, más. que en las palabras. Reinaba el odio, el miedo, la duda, la arrogancia, la decisión, todo ello revuelto en un galimatías mental.
Ligeramente pálido, John Petty hacía frente al motín. Pero Kier Gray se levantó echando llamas por los ojos, con el puño amenazador.
-¡Siéntate, loco de atar! ¿Cómo te atreves a precipitar esta crisis cuando tenemos que cambiar toda nuestra política acerca de los slans? ¿Estamos perdiendo, lo sabes? No hemos tenido ni un solo científico que midiese la superioridad de los slans. ¡Cuánto daría por tener a uno de ellos a nuestro lado! Tener, por ejemplo. un slan como Peter Cross, estúpidamente asesinado hace tres años porque la policía se dejó contagiar por la mentalidad de la plebe... Sí, he dicho «plebe». Esto es lo que es el pueblo de nuestros días. Una plebe, una bestia que hemos ayudado con nuestra propaganda. Tiene miedo, un miedo mortal, por sus chiquillos y no tenemos un científico que pueda estudiar objetivamente el problema. En realidad, no tenemos ningún científico digno de este nombre. ¿Qué incentivo puede tener para un ser humano pasar toda su vida consagrado a las investigaciones cuando sabe fijamente que todos los descubrimientos que puede llegar a conseguir han sido desde hace mucho tiempo perfeccionados por los slans? ¿Qué están refugiados en sus cuevas secretas, o escribiendo sus secretos en un papel, preparados para el día en que los slans hagan su nueva tentativa de apoderarse del mundo? Nuestra ciencia es una broma, nuestra educación un montón de mentiras. Y año tras año las ruinas de las aspiraciones humanas a nuestro alrededor.
Cada año hay más miseria, más desorden, más desorientación. Sólo nos ha quedado el odio, y el odio no es suficiente en este mundo. Tenemos que acabar con los slans o llegar a un arreglo con ellos y terminar esta locura.
El rostro de Kier Gray estaba congestionado por el calor que había puesto en sus palabras. Y Kathleen vio que mientras las pronunció permanecía perfectamente tranquilo, sereno, cauteloso.
Maestro en la demagogia, director de hombres, cuando de nuevo habló su voz le pareció floja en comparación, su timbre abaritonado resonó claro y pausado.
- John Petty me ha acusado de querer conservar la vida a esta chiquilla. Quisiera que pensaseis un poco en los últimos meses transcurridos.
- ¿Os ha hecho Petty observar constantemente, riéndose quizá, que yo quería conservar esta chiquilla con vida? Sé que sí, porque ha llegado a mis oídos. Pero ya veis lo que ha hecho, desparramar sutilmente el veneno. Vuestras mentalidades políticas os dirán el motivo que me a obligado a adoptar esta posición; matándola, parece que me he sometido, y, por lo tanto, perderé prestigio. Tengo, por lo tanto, el propósito de dictar una orden diciendo que Kathleen Layton no será ejecutada. En vista de nuestra carencia de conocimientos sobre los slans, será mantenida viva como sujeto de estudio. Yo, personalmente, estoy decidido a sacar el mejor partido de su presencia, observando el desarrollo de un slan durante su madurez. He tomado ya una gran cantidad de notas con este objeto.
-¡No trates de gritarme! - chilló John Petty que estaba todavía de pie -. Has ido demasiado lejos. El día menos pensado entregarás a los slans un continente donde puedan desarrollar sus así llamadas superinvenciones de las cuales tanto hemos oído hablar, pero que nunca hemos visto. En cuanto a Kathleen Layton, ¡pardiez!, la conservaremos viva por encima de mi cadáver. Las mujeres slans son las más peligrosas de todas. ¡Son las que reproducen la especie y conocen su oficio, a fe mía!
Las palabras llegaban confusas a Kathleen. Por segunda vez apareció en su cerebro la insistente pregunta mental de Kier Gray: «¿Cuántos de los presentes están a mi lado incondicionalmente? Usa tus dedos para contestar».
Kathleen le mandó una mirada de perplejidad y se sumergió en el remolino de emociones y pensamientos que brotaban de todos los hombres. La cosa era difícil, porque eran muchos y había muchas interferencias. Por otra parte, a medida que veía la verdad, su cerebro empezaba a debilitarse.
Había creído que hasta cierto punto los ancianos estaban de parte del jefe, pero no era así. En sus cerebros había el temor, la creciente convicción de que los días de Kier Gray estaban contados y era conveniente para ellos ponerse al lado de los más jóvenes, más fuertes.
Finalmente, desfallecida levantó tres dedos. Tres sobre diez a favor cuatro definitivamente en contra y con Petty, tres que vacilaban.
No podía darle estas últimas cifras porque su mente sólo le había pedido los partidarios. Su atención estaba fija en aquellos tres dedos con los ojos abiertos por el temor. Por un breve instante Kathleen lo sintió presa del pánico, pero su impasibilidad se impuso sobre su actitud. Permaneció sentado como una estatua de piedra, frío, con una rigidez mortal.
Kathleen no podía apartar sus ojos del jefe.
Tenía ya la convicción de que era un hombre acorralado, listo, que estrujaba su cerebro en busca de una técnica que le permitiese convertir en victoria la inminente derrota. Ella luchaba por penetrar en su cerebro, pero el férreo dominio de sus pensamientos levantaban una barrera infranqueable entre ellos.
Pero en aquellos pensamientos superficiales ella leía sus dudas, una curiosa incertidumbre sobre lo que debía hacer, de lo que podía hacer, en aquel momento. Todo aquello parecía indicar que no había previsto una crisis de aquellas proporciones, una oposición organizada, un odio concentrado que esperaba el momento de desencadenarse contra él y derrumbarlo. Las ideas. de Kathleen cesaron cuando oyó a John Petty decir:
- Creo que sería mejor pasar a votación.
Kier Gray se echó a reír con una risa fuerte, prolongada, que terminó con una especie de expresión de buen humor.
-¿Quieres pasar a votación, pues, un punto que hace un momento acabas de decir que yo no había siquiera demostrado que existiese? Me opongo naturalmente a apelar por más
tiempo a la razón de los presentes. La época del razonamiento ha pasado, cuando los oídos se hacen el sordo, pero una demanda de votación en estos momentos es un reconocimiento implícito de culpabilidad, un acto visiblemente arrogante, el resultado, sin duda, de la seguridad dada por cinco, por lo menos, posiblemente más, de los miembros del Consejo. Pero dejadme que ponga más de mis cartas sobre la mesa. Hace ya algún tiempo que estoy al corriente de esta rebelión y estaba preparado para hacerle frente.
-¡Bah! - exclamó Petty -. ¡Te estás jactando! He observado todos tus movimientos. Cuando organizamos este Consejo temimos la eventualidad de que algunos de sus miembros quisiese prescindir de los demás y las salvaguardias que entonces preparamos se hallan todavía en vigor. Cada uno de nosotros tiene un ejército privado. Mis guardias están ahora patrullando por el corredor, como las de todos los miembros del Consejo, dispuestos a arrojarse a las gargantas de los demás en cuanto se les dé la orden. Todos estamos dispuestos a darla y a perecer si hace falta en la lucha.
-¡Ah! - dijo Gray suavemente -. ¡Por fin salimos al descubierto!
Se produjo un rumor de pies que se agitaban y un torbellino de ideas y Kathleen se sintió desfallecer al oír a Mardue, uno de los tres miembros que más fielmente adicto a Gray había creído, aclararse la voz para hablar. Un solo instante antes de hacerlo, ella captó sus pensamientos.
- Realmente, Kier, creo que cometes una equivocación al considerarte como un dictador. Has sido meramente elegido por el Consejo y tenemos el perfecto derecho de elegir a otro en tu lugar. Otro, quizá, cuya organización para el exterminio de los slans sea más efectiva.
Aquello era una venganza. Las ratas iban abandonando la nave que tenía que naufragar y tratando desesperadamente de convencer a los nuevos poderes de que su apoyo era importante. También en el cerebro de Harlihan el viento de las ideas soplaba en aquella dirección. «Sí, sí. Tu idea de llegar a un acuerdo con los slans en una traición, una pura traición. Este es un tema intocable hasta allá donde afecta la muche..., la gente. Debemos hacer cuanto sea posible por el exterminio de los slans y acaso una política más agresiva por parte de un hombre más enérgico...»
Kier Gray sonreía tristemente, y siempre la misma cuestión ocupaba su cerebro... ¿qué hacer? ¿Qué hacer? Kathleen captaba una vaga sugerencia de intentar algo más, pero nada tangible, nada claro llegaba a su cerebro.
- De manera prosiguió Kier Gray siempre con voz pausada -, que vais a entregar la presidencia de este consejo a un hombre que hace sólo pocos días permitió a Jommy Cross, muchacho de nueve años, probablemente el slan más peligroso hoy en día, escapar en su mismo coche.
- Por lo menos - dijo John Petty -, habrá un slan que no se escapará. - Miró con una expresión de maldad hacia Kathleen y se volvió triunfante hacia los otros. - Lo que debemos hacer es lo siguiente: ejecutarla mañana, ahora mismo, incluso, y dictar una providencia diciendo que Kier Gray ha sido destituido porque había llegado a un
acuerdo secreto con los slans; como el hecho de negarse a la ejecución de Kathleen Layton lo demostraba.
Era la sensación más extraña que podía imaginarse estar allí sentada oyendo discutir su sentencia de muerte y, sin embargo, no experimentaba la menor emoción, como si se tratase de una persona totalmente ajena a ella. Su mente parecía alejada, ausente, y el rumor de asentimiento que brotó de todos los presentes le pareció también deformado por la distancia. La sonrisa se desvaneció en el rostro de Kier Gray.
- Kathleen - dijo en voz alta y seca -, dejémonos ya de juegos. ¿Cuántos se han puesto contra mí?
La muchacha vio su imagen borrosa y con las lágrimas en los ojos contestó, casi sin darse apenas cuenta:
- Todos están contra ti. Siempre te han odiado porque eres mucho más inteligente que ellos, y porque creen que has querido avasallarlos para dominar y quitarles importancia.
-¡De manera que la utiliza para espiarnos! - exclamó John Petty con rabia, pero al mismo tiempo con acento de triunfo -. ¡Bien, en todo caso, siempre es agradable saber que por lo menos sobre un punto estamos todos de acuerdo; y es que Kier Gray está acabado!
- Nada de esto - respondió Gray suavemente -. Estoy tan en desacuerdo con vosotros que dentro de diez minutos estaréis todos frente al pelotón de ejecución. Dudaba si tomar tal radical medida, pero ahora no hay otro camino, ni es posible volver atrás porque acabo de cometer una acción irrevocable. He apretado un botón avisando a los oficiales de guardia de vuestra guardia personal, vuestros más fieles consejeros, y vuestros herederos, que la hora ha llegado.
Todos los presentes se quedaron mirándolo estúpidamente, mientras proseguía:
Comprendéis, no habéis sabido ver que la naturaleza humana tiene un punto flaco. El ansia de poder de los subalternos es tan fuerte como la vuestra. La salida de una situación como la que se ha presentado hoy se me ofreció hace algún tiempo, el día en que el edecán de Mr. Petty vino a encontrarme diciéndome que estaría siempre encantado de substituirlo Adopté, por lo tanto, la política de profundizar más el asunto y obtuvo resultados muy satisfactorios, disponiendo que todos ellos se encontrasen en el lugar de la escena el día del undécimo cumpleaños de Kathleen... ¡Ah, aquí están los nuevos consejeros!
La puerta se abrió violentamente y diez hombres con el revólver en la mano hicieron irrupción. John lanzó un agudo grito: « ¡Vuestros revólveres!» «¡No lo he traído!» - respondió el lamento acongojado de otro de los presentes. Y el eco de los disparos resonó en los ámbitos de la habitación como un trueno.
Los hombres se retorcían en el suelo ahogándose en su sangre. Kathleen vio vagamente a uno de los consejeros de pie todavía con el revólver humeando en la mano. Reconoció a John Petty. Había disparado primero. El hombre que había pensado sustituirlo yacía
muerto en el suelo, inmóvil. El jefe de la policía secreta levantó su revólver, apuntó a Kier Gray y dijo:
- Te mataré antes de que acabes conmigo a menos de que hagamos un trato. Estoy dispuesto a colaborar, naturalmente, puesto que has dado vuelta a las cosas tan eficazmente.
El jefe de los insurrectos miró interrogadoramente a Kier Gray.
-¿Acabamos con él, jefe? - preguntó.
Era un hombre alto y delgado con una nariz aguileña y una voz de barítono. Kathleen lo había visto algunas veces rondar por el palacio. Se llamaba Jem Lorry. No había tratado nunca de leer sus pensamientos, pero ahora se daba cuenta de qué tenía un control de sus ideas que desafiaba toda penetración. Sin embargo, lo que superficialmente podía interpretarse de su cerebro era suficiente para juzgarlo tal como era: un hombre duro, calculador y ambicioso.
- No - respondió Kier Gray pensativo - John Petty puede sernos útil. Tendrá que reconocer que los demás han sido ejecutados como resultado de una investigación de su policía, que ha descubierto secretas connivencias de los slans. Esta será la explicación que daremos; siempre surte efecto sobre las masas ignorantes. Debemos la idea al mismo Petty, pero creo que hubiéramos sido capaces de tenerla nosotros mismos. Sin embargo, su influencia será útil para valorar lo ocurrido. Creo incluso - añadió cínicamente - que lo mejor seria atribuir a Petty el mérito de las ejecuciones. Eso es, quedó tan horrorizado al ver aquella perfidia que obró por su propia iniciativa y después acudió a mí en demanda de gracia, la cual, en vista de las aplastantes pruebas que aportaba la concedí en el acto. ¿Qué te parece?
Jem Lorry avanzó un paso.
- Buen trabajo. Y ahora hay un punto que quisiera poner en claro, y hablo en nombre de los demás consejeros. Necesitamos tu cerebro; tu terrible reputación y estamos dispuestos a colaborar contigo en pro del bienestar del pueblo, en una palabra, a ayudarte a consolidar tu posición y hacerla intachable, pero no creas que puedas ponerte de acuerdo con nuestros oficiales para matarnos a nosotros. Esto, no te saldría bien otra vez.
- Considero superfluo decirme una cosa tan obvia - dijo Gray fríamente -. Llévate toda esta carroña y ven, que tenemos que hacer algunos planes. Tú, Kathleen, vete a la cama. Estás en buen camino ya...
Estremeciéndose de emoción, Kathleen se preguntaba: ¿En camino? ¿Quería decir tan sólo...? ¿O bien?... Después de los asesinatos de que había sido testigo, no estaba ya segura de él, de nada. Tardó mucho, mucho, en poder conciliar el sueño.
IV
Jommy Cross pasaba largos ratos de obscuridad y vacío mental, de los que emergía finalmente una fría luz acerada por la que sus vagos pensamientos tejían una tenue red de realidad. Abrió los ojos, sintiéndose profundamente débil.
Se encontró en una pequeña habitación, contemplando el sucio techo del que se habían desprendido algunos trozos de estuco. Las paredes eran de un gris sucio, manchado por el tiempo. El cristal de. la única ventana estaba rajado y descolorido y la luz que penetraba por ella, caía, pasando por los pies de la cama, en una pequeña jofaina donde quedaba inmóvil como agotada por el esfuerzo. Las ropas que cubrían la cama eran los harapos de lo que fueron un día unas mantas grises. La paja salía por el extremo del viejo colchón y todo despedía un olor a moho y a habitación no aireada. Pese a lo agotado que se sentía, Jommy apartó las ropas y saltó de la cama, y en el acto oyó un tétrico ruido de cadenas y sintió un fuerte dolor en el tobillo. Volvió a echarse aturdido, jadeando por el esfuerzo. ¡Estaba encadenado a aquel repugnante lecho!
Unos fuertes pasos lo despertaron del sopor en que había caído. Abrió los ojos y vio una mujer alta, con un traje, gris informe,. de pie en el umbral, mirándolo con unos ojos agudos y muy penetrantes.
¡Ah, el nuevo huésped de Granny ha salido ya de su fiebre y ahora podemos trabar amistad! - dijo -. ¡Bien! ¡Bien! - Se frotaba las manos produciendo un ruido seco -. ¿Vamos a entendernos muy bien, no es verdad? Pero tienes que ganarte el sustento. Nada de gorrones con Granny. ¡No, señor! Tendremos una larga conversación acerca de todo esto... Eso es - añadió mirándolo de soslayo por encima de sus manos juntas -, una larga conversación...
Jommy miró a aquella mujer con una especie de fascinación repulsiva. Cuando su encorvada figura se inclinó sobre los pies de la cama, Jommy encogió el pie todo lo que se lo permitió la cadena, alejándose de ella cuanto pudo. Se le ocurrió pensar que no había visto jamás un rostro que expresase tan exactamente toda la maldad del ser que se ocultaba detrás de aquella máscara de envejecida carne. Cada una de las arrugas de aquel repulsivo rostro tenía su contrapartida en su torturado cerebro. Todo un mundo de villanía moraba entre los confines de aquella astuta mente. Sin duda, las sensaciones de Jommy se reflejaron en su rostro, porque la bruja, con un súbito acento de salvajismo, dijo:
- Sí, sí, al ver a Granny ahora nadie diría que en un tiempo fue una famosa beldad. Jamás sospecharías que los hombres adoraron la blancura de su lindo cutis. Pero no olvides que la vieja bruja te ha salvado la vida. No lo olvides, o Granny puede entregar a la policía tu desagradecido pellejo. ¡Y cuánto les gustaría tenerte en sus manos! Pero Granny quiere tener también lo que ellos quieren y hace lo que le parece.
¡Granny! ¿Podía acaso prostituirse más vilmente un nombre afectuoso, que llamando Granny a aquella vieja bruja? Buscó en su cerebro tratando de leer en él su verdadero nombre. Pero sólo había una amalgama borrosa de imágenes de una muchacha de teatro, estúpida, pródiga en sus encantos, degradándose hasta caer en el arroyo., envilecida y degenerada por la adversidad. Su identidad estaba perdida en la ciénaga de todo el mal que había hecho y pensado. Había una interminable serie de robos. Hasta el sombrío caleidoscopio de crímenes más repugnantes. Había también un asesinato...
Estremeciéndose, inconcebiblemente cansado ahora de aquel primer estímulo que la presencia de la vieja había despertado en él, Jommy se retiró del abominable ambiente que representaba la mente de Granny. La vieja ruina se inclinaba sobre él mirándolo con unos ojos como taladros que penetraban en los suyos.
-¿Es verdad - preguntó - que los slans pueden leer los pensamientos?
- Sí - respondió Jommy -. Por esto veo lo que piensas, pero es inútil.
- En este caso no lees lo que hay en la mente de Granny - dijo la vieja riéndose silenciosamente -. Granny no es tonta. Granny es inteligente y sabe muy bien que no puede obligar a un slan a trabajar para ella. Para que haga lo que ella quiere tiene que ser libre. Siendo slan verá que el sitio mas seguro para él hasta que haya crecido, es éste. ¿Y bien, no es inteligente Granny?
Jommy suspiró, soñoliento.
- Veo lo que hay en tu mente, pero no puedo hablarte ahora. Cuando nosotros, los slans, nos sentimos enfermos, y no nos ocurre a menudo, sólo podemos hacer una cosa, dormir, dormir... Despertarme en la forma como me he despertado significa que mi subconsciente me ha despertado advirtiéndome que estaba en peligro. Tenemos muchas protecciones de este género. Pero ahora tengo que volverme a dormir para sentirme bien.
Los fríos ojos negros de la mujer se agrandaron. La codiciosa mente se agazapó aceptando la derrota en su principal propósito de sacar inmediatamente provecho de su presa. La codicia se convirtió momentáneamente en curiosidad, pero no tenía la menor intención de dejarlo dormir.
-¿Es verdad que los slans convierten en monstruos a los seres humanos?
La furia se apoderó de Jommy. Su cansancio desapareció, y se sentó en la cama, presa de rabia.
-¡Es mentira! ¡Es una de estas horribles mentiras que los humanos dicen de nosotros para hacernos pasar por inhumanos, para hacer que todo el mundo nos odie, nos mate! ¡Es...!
De nuevo se desplomó, extenuado, desvaneciéndose su furor.
- Mi padre y mi madre eran las personas mejores de este mundo, y fueron terriblemente desgraciados. Se encontraron un día en la calle y leyeron en sus cerebros que los dos eran slans. Hasta entonces habían vivido en la más profunda soledad, sin hacer daño a nadie. Son los seres humanos los que son criminales. Mi padre no luchó tanto como hubiera podido cuando lo acorralaron para matarlo por la espalda. Hubiera podido luchar. ¡Hubiera debido luchar! Porque poseía el arma más terrible que el mundo puede haber visto jamás..., tan terrible que no la llevaba nunca encima por temor a hacer uso de ella. Yo, cuando tenga quince años tengo que...
Se detuvo, asustado de su indiscreción. Durante algunos momentos se sintió agotado, tan débil, que su mente se negaba a soportar el paso de sus pensamientos. Sabía que acababa do revelar el gran secreto de la historia siaxí y si aquella inquisitiva bruja lo entregaba a la policía en su actual estado de debilidad física, todo estaba perdido.
Lentamente, fue respirando mejor. Vio que la mente de la mujer no había captado el enorme significado de su revelación. Comprendió que no lo habla oído en el momento en que mencionó el arma, porque su codiciosa mentalidad estaba demasiado lejos de su principal propósito. Y ahora, como un buitre, se lanzaba de nuevo sobre su presa que sabía exhausta.
- A Granny le gusta saber que Jommy es tan buen muchacho. La pobre y anciana Granny necesita un joven slan para hacerle ganar dinero para los dos. ¿No te importará trabajar para la pobre Granny, verdad? Los mendigos no podemos elegir... ¿comprendes? - añadió con la voz endurecida.
Saber que su secreto seguía siendo guardado obró en él como una droga. Sus párpados se cerraron.
- No puedo hablar contigo ahora - dijo Necesito dormir.
Pero vio que no lo conseguiría. La vieja había comprendido ya los pensamientos que lo agitaban. Habló con voz vibrante, no porque se sintiese interesada, sino para no dejarlo dormir.
-¿Qué es un slan? ¿Cuál es la diferencia? ¿De dónde proceden los slans, ante todo? ¿Fueron hechos... como máquinas, no?
Era curioso ver la oleada de rabia que se despertó en él cuando comprendió cuál era su propósito. Se dio vagamente cuenta de que su debilidad corporal cobraba fuerzas normales de su mente. Con un acento de odio refrenado, dijo:
-¡Esta es otra de las mentiras que se dicen! Yo nací como cualquier otro ser. Y mis padres lo mismo. Aparte de esto, no sé nada.
- Tus padres debían saberlo - insistió la vieja.
- No - respondió Jommy moviendo la cabeza y cerrando los ojos -. Mi madre dijo que mi padre estaba siempre demasiado ocupado para hacer averiguaciones. Y ahora déjame sé lo que quieres y lo que tratas de hacer, pero no es honrado y no lo haré.
-¡Eres estúpido! - chilló la mujer yendo directamente a su tema -. ¿No es honrado robar a la gente que vive del robo y del engaño? ¿Van Granny y tú a comer mendrugos cuando el mundo es tan rico que los tesoros están repletos de oro, el trigo no cabe en los silos y la miel corre por ]as calles? ¡Al cuerno tu honradez! Esto es lo que dice Granny. ¿Cómo puede un slan, perseguido como una rata, hablar de ser honrado?
Jommy permaneció silencioso, no sólo porque el sueño lo dominaba, sino porque había tenido también pensamientos semejantes. La vieja prosiguió:
-¿Adónde irás? ¿Qué harás? ¿Quieres vivir en calle? ¿Y el invierno? ¿En qué lugar del mundo puede refugiarse un muchacho slan? Tu pobre, tu querida madre - continuó suavizando el tono con un intento de compasión - hubiera querido que hicieses lo que te estoy proponiendo. No sentía amor ninguno por los seres humanos. He conservado el papel para demostrarte cómo la mataron como un perro cuando trató de escapar. ¿Quieres verlo?
-¡No! - exclamó Jommy, pero su mente revoloteaba.
-¿No quieres hacer cuanto puedas contra un mundo tan cruel? - insistía la dura voz -. ¿Hacerles lamentar lo que hicieron? ¿No tienes miedo...?
Jommy permanecía silencioso. La voz de la vieja se convirtió en un sollozo.
- La vida es demasiado dura para la vieja Granny..., demasiado dura. Si no quieres ayudar a Granny tendrá que seguir haciendo otras cosas. Ya las lees en su mente. Pero te prometo no hacerlo nunca más si quieres ayudarla. ¡Piénsalo! No hará nunca más cosas malas que ha tenido que hacer para vivir en este mundo frío y malvado.
Jommy se sentía derrotado. Lentamente, dijo:
- Eres una miserable mujer asquerosa y algún día te mataré.
-¡Entonces te quedarás aquí hasta este «algún día» - exclamó Granny triunfante. Se retorció los resecados dedos que parecían escamosas serpientes que se enroscaban -. Y harás lo que Granny te dice o te entregará a la policía en cuanto... ¡Bienvenido a esta casa, Jommy, bienvenido! Te sentirás mejor cuando te despiertes, Granny así. lo espera...
- Sí - respondió Jommy débilmente -. Estaré mejor.
Se quedó dormido.
Tres días después .Jommy siguió a la mujer cruzando la cocina, hasta la puerta trasera. La cocina era una habitación desnuda y Jommy procuró alejar de su mente la suciedad y el desorden. La vieja tenía razón, pensó. Por horrible que la vida prometiese ser, aquel antro perdido en la suciedad y el olvido era el refugio ideal para un muchacho slan que tenía que esperar por lo menos seis años antes de visitar el oculto lugar de los secretos de su padre; que tenía que crecer antes de poder esperar llevar a cabo las grandes cosas que tenía que realizar. Sus pensamientos se desvanecieron al abrirse la puerta y ver lo que había detrás de ella. Se detuvo en seco, atónito por el espectáculo que se ofrecía ante sus ojos. Jamás en su vida había esperado ver una cosa como aquella.
Primero había el patio, lleno con toda clase de desperdicios, basuras y viejos trozos de metal. Un patio sin hierba ni árboles, sin belleza alguna: una extensión discordante y repulsiva de esterilidad cerrada por una valla de maderas rotas y alambres. En el extremo opuesto al patio se alzaba una destartalada construcción de la cual llegó a él la visión mental de un caballo, vagamente visible a través de la puerta cerrada.
Pero las miradas de Jommy iban más allá del patio. Sus miradas captaban meramente los desagradables detalles al pasar, pero nada más. Su imaginación, sus ojos, se fijaban ahora en algo que había más allá de la destrozada valla, de la destartalada construcción de planchas de madera. Más allá había árboles y hierba; un bello prado verde que bajaba suavemente hacia un ancho río que relucía melancólico ahora que el sol no lo tocaba con sus ardientes rayos de fuego.
Pero incluso el prado, que formaba parte de un campo de golf, como observó distraídamente, sólo retuvo sus miradas un instante. Una tierra de ensueño se extendía partiendo de la ribera opuesta del río, verdadero paraíso de vegetación. Debido a algunos árboles que cerraban la vista sólo podía ver una parte de aquel Edén con sus centelleantes fuentes y sus kilómetros y kilómetros de flores, terrazas y bellezas. Pero aquella angosta área visible contenía un blanco sendero.
Una insoportable emoción se apoderó de la garganta de Jommy al ver aquel sendero, que corría formando una línea geométricamente recta delante de sus ojos. Se perdía en la nebulosa distancia como una brillante cinta que se perdiese en el infinito. Y allí, en el fondo, mucho más allá del horizonte normal, vio el Palacio.
Sólo parte de la base de aquel inmenso, de aquel increíble edificio sobresalía de la línea del cielo. Se elevaba a unos trescientos metros, convirtiéndose en una torre que penetraba otros ciento cincuenta en el cielo. ¡Formidables torres! ¡Más de cuatrocientos metros de una joya de encaje que parecía casi frágil, reluciendo con todos los colores del arco iris, construcción brillante, translúcida, fantástica, construida en el estilo de los tiempos pasados, no meramente ornamental; en su misma concepción, en su delicada magnificencia, era por si misma un ornamento.
Allí, en aquella gloria de arquitectónico triunfo habían creado los slans su obra maestra... sólo para verla caer en manos de los vencedores después de una guerra de desastres.
Era demasiado bello. Los pensamientos que evocaba herían sus ojos, su mente. ¡Pensar que había vivido durante nueve años tan cerca de aquella ciudadela y no había visto jamás el glorioso triunfo de su raza! Ahora que tenía la realidad delante de sus ojos le parecía que las razones que tuvo su madre para no mostrársela eran erróneas. «Sería más amargo para ti, Jommy, saber que el palacio de los slans pertenece ahora a Kier Gray y su aborrecida raza. Además, por esta parte de la ciudad se toman precauciones especiales contra nosotros. Ya te darás cuenta bastante pronto.»
Pero río era bastante pronto. La sensación de haber perdido algo le producía un ardor doloroso. Saber la existencia de aquel noble monumento le hubiera dado valor durante los momentos más sombríos. Su madre le había dicho: «Los seres humanos no sabrán nunca todos los secretos de este edificio. Hay en él misterios, corredores y habitaciones olvidadas, maravillas ocultas que ni tan solo los slans conocen ya, salvo de una manera vaga. Kier Gray no se da cuenta de ello, pero todas las armas y máquinas que tan desesperadamente han buscado los humanos están enterradas en aquel edificio».
Una voz estridente resonó en sus oídos. Jommy apartó a desgana la vista de aquella grandeza y se dio cuenta de que Granny estaba a su lado. Vio que había enganchado el viejo caballo al maltrecho carro de los desperdicios.
- No sueñes ya más despierto y quítate estas extrañas ideas de la cabeza - le ordenó -. El palacio y sus campos no son para los slans. Y ahora métete debajo de esta manta y permanece inmóvil. En el extremo de la calle hay un celoso policía que no conviene te encuentre aún. Tendremos que darnos prisa.
Los ojos de Jommy dirigieron al palacio una última y prolongada mirada. ¡Con que el palacio no era para los slans! Sintió una extraña emoción. Algún día tenía que ir allí a ver a Kier Gray. Y cuando este día llegase... Su pensamiento se detuvo; temblaba de odio y furor contra el hombre que había asesinado a su padre y a su madre.
V
El destartalado vehículo entraba ya en la ciudad baja. Crujía y se tambaleaba por las mal pavimentadas calles hasta que Jommy, mitad acostado, mitad agazapado en el fondo, tuvo la sensación de que le arrancaban las ropas. Dos veces trató de levantarse, pero las dos veces la vieja lo golpeó con el látigo.
-¡Échate! ¡Granny no quiere que nadie vea estas bellas ropas que llevas! ¡Tápate con esta manta!
La manta pertenecía a Bilí, el caballo. El hedor produjo por un momento náuseas a Jommy. Finalmente, el carro se detuvo.
- Baja - le ordenó la vieja - y entra en este almacén. He visto que llevas grandes bolsillos en tu chaqueta. Llénalos de manera que no abulten.
Aturdido, Jommy entró en el edificio. Anduvo por allá vacilante, esperando que la rápida llamarada de sus fuerzas desvaneciese aquella debilidad anormal.
- Dentro de media hora volveré - dijo finalmente.
- El rostro de concupiscencia de la vieja se volvió hacia él. Sus ojos negros brillaban.
-¡Y que no te pesquen, ten cuidado con lo que coges!
- No te preocupes - respondió Jommy confiado -. Antes de coger algo veré en mi cerebro si alguien está mirándome. Es sencillo.
-¡Bien! - exclamó Granny tratando de sonreír -. Y no te preocupes si Granny no está aquí cuando regreses. Va a ir a la tienda de licores a buscar una medicina. Puede permitirse tomarla, ahora que tiene un joven slan a sus órdenes... ¡Oh, no necesita mucha, sólo un poco para calentar sus viejos huesos! Sí, Granny tiene que hacer una buena provisión de medicinas.
Un terror ajeno a él lo invadió mientras iba mezclándose con la muchedumbre que entraba y salía de aquel almacén del rascacielos; un terror anormal, exagerado. Le parecía que la excitación, el desfallecimiento y la incertidumbre lo arrastraban al mismo tiempo que aquella corriente humana. Haciendo un esfuerzo reaccionó.
Pero durante aquella inmersión había captado la base del terror de las masas. ¡Las ejecuciones en el palacio! ¡John Petty, el jefe de la policía secreta, había descubierto a diez consejeros que estaban en connivencia con los slans y los había ejecutado! La gente no quería creerlo. Tenía miedo a John Petty. Desconfiaban de él. Gracias a Dios que Kier Gray estaba allí, fuerte como una roca, para protegerlos contra los slans... y contra el siniestro John Petty.
En el almacén la situación empeoraba. Había más gente. Mientras Jommy seguía abriéndose paso por entre la muchedumbre avanzando bajo el resplandor de los iluminados techos, las ideas iban penetrando en su pensamiento. Un maravilloso mundo de mercancías en enormes cantidades lo rodeaba y coger lo que quería resultaba más fácil de lo que creyó. Pasó por una sección de joyería y se apoderó de una joya marcada en cincuenta y cinco dólares. Sintió el impulso de entrar en la joyería pero captó el pensamiento de la vendedora y se abstuvo. La muchacha manifestaba hostilidad a la idea de que un chiquillo entrase en la joyería. Los chiquillos no eran bien vistos en aquel mundo de pedrería y metales preciosos.
Jommy se alejó pasando por el lado de un hombre alto, de buen aspecto, que no le dirigió siquiera una mirada. Jommy siguió avanzando algunos pasos y se detuvo. Una impresión como no había jamás experimentado penetró en él como un puñal. Fue como un cuchillo que le cortase el cerebro, doloroso, y no obstante no era desagradable. El asombro, el júbilo, la emoción, ardían en él mientras se volvía y miraba aquel hombre que se alejaba.
¡Aquel alto y distinguido extranjero era un slan! El descubrimiento era tan importante que después de la primera impresión su cerebro se calmó. La calma básica de su apacible mente de slan no estaba alterada, pero sentía un ansia, un ímpetu jamás hasta entonces igualado. Echó a andar apresuradamente detrás del hombre. Lanzó su imaginación tratando de establecer contacto con el cerebro del desconocido, pero no lo consiguió. Frunció el ceño. Veía claramente que era un slan, pero no conseguía penetrar más que superficialmente en la mentalidad del forastero. Y esta superficie no revelaba que se hubiese dado cuenta de Jommy, ni el menor indicio de que captase unos pensamientos ajenos a él.
Allí había un misterio. Hacía pocos días le había sido imposible leer más allá de la superficie de la mente de John Petty y no obstante no había pensado jamás que Petty fuese otra cosa que un ser humano normal. Le era imposible explicarse la diferencia. Salvo cuando su madre conservaba sus pensamientos a salvo de intrusión, había sido siempre capaz de hacerle captar sus vibraciones directas.
La conclusión era impresionante. Significaba que allí había un slan incapaz de leer cerebros y que sin embargo preservaba su cerebro de ser leído. ¿Lo preservaba de quién? ¿De los demás slans? ¿Y qué género de slan era que no podía leer los pensamientos? Estaban ya en la calle y le hubiera sido fácil echar a correr y reunirse con aquel slan en pocos instantes. ¿Quién de aquella muchedumbre egoísta y abstraída se daría cuenta de que había un chiquillo que corría?
Pero en lugar de acortar la distancia que lo separaba del desconocido dejó que se agrandase. Todas las raíces lógicas de. su existencia estaban amenazadas por la
situación creada por aquel slan; toda la educación hipnótica que su padre había impreso en su mente se rebelaba y prevenía toda acción precipitada.
A cierta distancia del almacén el desconocido tomó una ancha calle lateral; extrañado, Jommy lo siguió. Extrañado porque sabía que aquélla era una calle sin salida, no una calle residencial. Avanzaren una, dos, tres manzanas. El slan se dirigía hacia el Centro del Aire que con sus edificios, fábricas y campos de aterrizaje se encontraba en aquella parte de la ciudad. Aquello era imposible. Estaba prohibido acercarse siquiera al Centro del Aire sin quitarse el sombrero para probar que no había rastro de los tentáculos de un slan.
Pero el slan se dirigía directamente hacia el resplandeciente rótulo que decía CENTRO DEL AIRE y entró sin la menor vacilación por la puerta giratoria.
Jommy se detuvo. ¡El Centro del Aire, que dominaba toda la industria aérea de la faz del globo! ¿Era posible que los slans trabajasen allí? ¿Era posible que en el centro mismo de aquel mundo humano que los odiaba con una inimaginable ferocidad los slans controlasen el sistema de transportes más importante del mundo entero?
Entró deliberadamente por la puerta y franqueó innumerables otras de ellas que lo llevaron a un corredor de mármol. De momento no había nadie a la vista, pero captaba leves ideas que iban aumentando su creciente asombro y extrañeza.
¡Aquel lugar estaba atestado de slans! ¡Tenía que haber docenas, centenares!
Se abrió una puerta y por ella salieron dos hombres con la cabeza descubierta que se dirigieron hacia él. Hablaban tranquilamente y de momento no se dieron cuenta de su presencia. Jommy tuvo tiempo de captar sus pensamientos superficiales y vio que experimentaban una plena confianza, no sentían el menor temor. ¡Dos slans, en pleno principio de su madurez y sin nada en la cabeza!
Sin nada en la cabeza. Esto fue lo que penetró principalmente en el cerebro de Jommy por encima de todo. ¡Sin nada en la cabeza... y sin tentáculos!
De momento le pareció que sus ojos debían estar gastándole una broma. Su mirada buscó en vano los pequeños zarcillos dorados que hubieran debido encontrarse allí. ¡ Slans sin zarcillos! ¡Era así! Aquello explicaba por qué no podía leer sus pensamientos. Los dos hombres estaban sólo a pocos pasos de él cuando se dieron cuenta de su presencia. Se detuvieron.
- Muchacho, tienes que marcharte de aquí. No está permitida la entrada a los chiquillos. Vete en seguida.
Jommy hizo una profunda aspiración. La suavidad del reproche era tranquilizadora, especialmente ahora que el misterio estaba explicado. Era maravilloso que con la simple supresión de los delatores tentáculos pudiesen vivir y trabajar en plena seguridad en el centro mismo de sus enemigos. Con un gesto amplio, casi melodramático, se quito la gorra.
- Perdonen - dijo -. Soy...
Las palabras se desvanecieron en sus labios. Miró a los dos hombres con los ojos agrandados por el miedo. Porque después de un momento de incontrolado asombro, sus cortinas mentales se cerraron herméticamente. Pero sus sonrisas eran amistosas.
-¡Vaya! ¡Pues es una sorpresa! - dijo uno.
-¡Una sorpresa francamente agradable! - repitió el otro -. ¡Bienvenido, muchacho!
Pero Jommy no escuchaba. Su mente se estremecía bajo la impresión de los pensamientos que habían estallado en los cerebros de los dos hombres durante el breve período en que vieron los relucientes tentáculos dorados en su cabello.
-¡Dios mío - pensó el primero -, es una víbora!
Y el otro tuvo una idea enteramente fría, implacable.
-¡Hay que matarlo!
VI
A partir del momento en que captó los pensamientos de los dos hombres para Jommy no se trató ya de la cuestión de lo que tenía que hacer sino de si tendría tiempo de hacerlo. Ni la estupefaciente sorpresa de su asesina enemistad afectó básicamente sus acciones ni su cerebro.
Sabía, sin siquiera pensarlo, que tratar de franquear los cien metros de corredores de mármol era un suicidio. Sus piernas de chiquillo de nueve años no podrían jamás competir con las de dos slans en pleno vigor de su juventud. No había más que una cosa a hacer y la hizo. Con una agilidad de muchacho pegó un salto de lado. Se lanzó hacia una de las cien puertas que habían en el corredor.
Afortunadamente no estaban cerradas. Ante su furioso impulso se abrió con sorprendente facilidad, pero, era tal la precisión de sus acciones que se abrió lo estrictamente necesario para darle paso. Vio un segundo corredor iluminado, carente de vida, y volvió a cerrar la puerta buscando la cerradura con sus inciertos dedos. El pestillo del cerrojo quedó cerrado con un chasquido seco que resonó por el corredor.
En el mismo instante dos cuerpos se arrojaron violentamente contra la puerta golpeándola furiosamente, pero ésta ni siquiera tembló. Jommy se dio cuenta de la realidad. La puerta era de metal macizo capaz de resistir los ataques de un ariete, pero tan perfectamente equilibrada que pareció ingrávida bajo sus dedos. De momento estaba salvado.
Su mente abandonó su concentración y trató de establecer contacto con los dos slans. Al principio le pareció que la cortina mental era demasiado sólida, pero después, su fuerza exploradora captó una sensación de temor y ansiedad tan terrible que era como un cuchillo que mordiese en la superficie de sus pensamientos.
-¡Dios Todopoderoso! - exclamaba uno de ellos - ¡Toca el timbre de alarma, pronto! ¡Si estas víboras descubren que controlamos las vías aéreas...!
Jommy no perdió ni un segundo más. El menor ápice de curiosidad lo inducía a quedarse, a averiguar la causa de aquel encarnizado odio de los slans sin tentáculos contra los verdaderos slans, pero antes el dictado del sentido común la curiosidad cedió. Echó a correr con tanta rapidez como le fue posible, consciente de lo que tenía que hacer.
Sabía que lógicamente no podía considerar aquel laberinto de corredores seguro. De un momento a otro podía abrirse una puerta, y algunas ligeras vibraciones le advertían la presencia de alguien al doblar una esquina. Con súbita decisión, retuvo su carrera y probó de abrir varias puertas. La cuarta cedió a su empuje y Jommy cruzó el umbral con una exclamación de triunfo. En la pared de enfrente de la habitación había una alta y ancha ventana.
En el acto la abrió y se acercó al antepecho. Agachándose cuanto pudo se asomó, Bajo el resplandor de la luz que salía de las demás ventanas del edificio vio una especie de estrecho callejón entre dos altos muros de ladrillo. Vaciló por un instante y después, como una mosca humana, comenzó a trepar por el muro. Trepar era relativamente fácil; sus ágiles y fuertes dedos buscaban con ágil certeza los puntos salientes de la superficie. La obscuridad que iba en aumento a medida que subía iba aumentando su confianza. Arriba había kilómetros de tejados y si no recordaba mal, todos los edificios del aeródromo conectaban unos con otros. ¿Qué podían hacer los slans incapaces de leer los pensamientos, contra uno que podía evitar todas sus trampas?
¡El piso treinta y último! Con un suspiro de satisfacción Jommy se puso de pie y echó a andar por el tejado. Era ya casi de noche, pero podía ver aún las distancia que separaba el techo en que se encontraba del edificio antiguo. ¡Un salto de dos metros todo lo más, cosa fácil! Las pesadas campanadas del reloj de una torre vecina empezaron a dar la hora. ¡Una, dos... cinco... diez! Y al dar la última campanada un ruido estridente llegó a los oídos de Jommy y súbitamente, en el obscuro centro de la superficie del tejado vio un ancho agujero negro. Sorprendido, se echó al suelo, deteniendo la respiración.
Y de aquel negro agujero salió velozmente una forma de torpedo que se lanzó al firmamento estrellado. Su velocidad fue aumentando paulatinamente y al alcanzar el extremo límite de visión, de su parte posterior brotó un diminuto punto luminoso, brillante. Relució durante un momento y desapareció, como una estrella tragada por la distancia.
Jommy permanecía absolutamente inmóvil tratando de seguir con los ojos la extraña nave aérea. Una nave del espacio. ¡Una nave del espacio, válgame el Cielo! ¿Habían conseguido aquellos slans sin tentáculos realizar el sueño de todos los tiempos... volar hasta los planetas? Si era así, ¿cómo habían conseguido ocultar el secreto a los seres humanos? ¿Y qué estaban haciendo los verdaderos slans?
El chirrido metálico llegó de nuevo a sus oídos. Se acercó al borde del agujero y miró. Pero sólo pudo ver que el agujero negro disminuía de proporciones y dos grandes hojas metálicas que se acercaban una a otra y que al cerrarse dejaron nuevamente el tejado intacto. Durante un momento Jommy esperó, y después poniendo en juego sus músculos, saltó. Sólo un propósito ocupaba ahora su mente: ir de nuevo al encuentro de Granny por callejuelas apartadas porque la facilidad con que había huido de los slans,
podía parecer sospechosa. A menos, desde luego, que no se atreviesen a poner en juego sus precauciones por temor a traicionar un secreto ante los seres humanos.
Cualquiera que fuese la razón, era obvio que en aquel momento tenía una imperativa necesidad de encontrar el sórdido refugio de casa de Granny. No sentía el deseo de resolver un problema tan complicado como lo había llegado a ser el del triángulo slan-humano sin tentáculos. Por lo menos, no antes de que hubiese crecido y fuese capaz de equipararse con los potentes cerebros que estaban librando aquella incesante y mortífera batalla.
Sí, volver a Granny y por el camino del almacén, a fin de poder coger algún tributo de paz que ofrecer a la vieja bruja, ahora que sabía que llegaba tarde. Y tenía que darse prisa, además. El almacén debía cerrarse a las once.
Ya en el almacén, Jommy no se acercó a la sección de joyería porque la dependienta que no quería dejar entrar a los chiquillos estaba todavía allí. Había otras secciones de artículos de lujo también y subtílizó hábilmente la crema de sus mejores artículos. Sin embargo, tomó mentalmente nota de que sí tenía que volver a aquel almacén en el futuro, tenía que estar en él antes de las cinco, hora en que el personal cambiaba de turno, de lo contrario aquella muchacha podía crearle un contratiempo.
Repleto ya de la mercancía robada se dirigió cautelosamente hacia la salida más próxima y se detuvo para dejar pasar a un hombre robusto y panzudo que se cruzó en su camino. El hombre era el cajero jefe del almacén y estaba pensando en los cuatrocientos mil dólares que aquella noche habría en la caja de caudales. En su mente había también la combinación de la caja fuerte de caudales.
Jommy se apresuró, pero estaba disgustado de su falta de previsión. ¡Qué tontería haber robado géneros que tendrían que ser vendidos con todos los riesgos imaginables cuando tan fácil hubiera sido apoderarse de todo el dinero que hubiese querido!
Granny estaba todavía donde la había dejado, pero en su mente había un tal remolino de ideas que Jommy tuvo que esperar a que hablase para saber lo que deseaba.
-¡Pronto! - dijo -. ¡Métete debajo de la manta! Había un policía que estaba vigilando lo que hacía Granny.
Debieron recorrer por lo menos una milla antes de que la vieja levantase la manta lanzando un ronquido.
-¡Oye, granuja desagradecido! - dijo -. ¿Dónde te has metido?
Jommy no malgastó palabras. Su desprecio era demasiado grande para decir más de lo que era necesario. Se estremeció al ver la codicia con que contempló el tesoro que le vertió en su regazo. Valorizó cada objeto rápidamente y lo ocultó todo en el falso fondo que tenía dispuesto en el carro.
- Por lo menos doscientos dólares para la vieja Granny - dijo alegremente -. El viejo Finn le dará esto por lo menos. ¡Ah, Granny ha sido inteligente pescando al joven slan!
Se ganará no diez mil, sino veinte mil al año... Y pensar que sólo ofrecían diez mil dólares de recompensa! ¡Hubiera debido ser un millón!
- Puedo hacer incluso algo mejor que esto - dijo voluntariamente Jommy. Le parecía que lo mismo daba decirle entonces que después lo de la caja de caudales y que no había ninguna necesidad de cometer más hurtos en el almacén -. En la caja hay por lo menos cuatrocientos mil - terminó -. Puedo cogerlos esta noche. Trepando por la parte posterior del edificio cuando sea de noche hasta una de las ventanas, puedo hacer un agujero en el cristal... ¿tienes algo para cortar cristales, por lo menos?
- ¡Granny se procurará uno! - exclamó la vieja en éxtasis echándose adelante y atrás impulsada por el júbilo -. ¡Oh, oh, qué contenta está Granny! Pero Granny ve ahora por qué los humanos matan a los slans. Son demasiado peligrosos. ¡Pueden robar el mundo!... Lo intentaron, además, sabes, al principio...
- No sé gran cosa de todo esto... - balbució Jommy lentamente. Sentía el desesperado deseo de que Granny lo supiese todo pero veía que no era así. En su mente sólo había el vago conocimiento de aquel remoto período en que los slans, o por lo menos así lo acusaban los humanos, trataron de conquistar el mundo. No sabía más que él, ni que toda aquella vasta masa ignorante del pueblo.
¿Cuál era la verdad? ¿Había existido alguna vez una guerra entre los slans y los seres humanos? ¿O se trataba meramente de la misma propaganda que acusaba a los slans de hacer horribles cosas con los chiquillos? Jommy vio que Granny había vuelto a pensar en el dinero del almacén.
-¿Sólo cuatrocientos mil dolores? - dijo con voz rasposa -. Si tienen que hacer centenares de miles cada día... millones!
- No lo guardan todo en el almacén - mintió Jommy y vio con alivio que la vieja aceptaba su explicación.
Mientras el carro seguía avanzando, Jommy pensó en su mentira. La había dicho casi automáticamente. Ahora veía necesaria su protección. Si hubiese hecho a la vieja demasiado rica, no hubiera tardado en pensar en delatarlo. Era absolutamente imperativo que durante aquellos seis años pudiese vivir en el antro de Granny. La cuestión que se presentaba por lo tanto, era: ¿Con cuánto se contentaría? Tenía que encontrar un término medio entre su insaciable codicia y sus propias necesidades.
Pero pensar en aquello aumentaba los peligros. En aquella vieja había un increíble egoísmo con un lado de cobardía que podía engendrar una corriente de pánico que la indujese a aniquilarlo antes de que él pudiese darse cuenta de la amenaza. De esto no cabía duda. Entre los imponderables conocidos que amenazaban aquellos preciosos seis años que lo separaban de la poderosa ciencia de su padre, aquella repugnante granuja aparecía como el más peligroso e incierto factor.
VII
La adquisición de dinero corrompió a Granny. A veces desaparecía días enteros y cuando regresaba Jommy averiguaba por su incoherente conversación que frecuentaba por fin los lugares de placer por los que durante tanto tiempo había suspirado. Cuando estaba en casa, la botella era su inseparable compañera. Necesitándola cerca de él. Jommy le hacía la cocina manteniéndola en vida a pesar de sus excesos. Cuando se quedaba sin dinero, Jommy se veía obligado a robar de cuando en cuando para ella. pero por lo demás se apartaba constantemente de su camino.
Dedicaba una gran parte de su tiempo libre a perfeccionar su educación, lo cual no era cosa fácil. La zona donde vivía era miserable y la mayoría de los habitantes eran gente sin educación, analfabetos muchos de ellos, pero había algunos con una mentalidad despierta. Jommy averiguó quiénes eran, qué hacían y qué sabían, informándose acerca de ellos. Para todo el mundo era el nieto de Granny. Una vez este hecho quedó aceptado se resolvieron muchas dificultades.
Había gente, desde luego, que recelaba de un pariente de la vieja trapera, considerándolo indigno de confianza. Algunos individuos, que habían sentido el aguijón de la aguda lengua de Granny, le eran netamente hostiles, pero su reacción se limitaba a ignorarlo. Otros estaban demasiado ocupados para acordarse de Granny ni de él.
Sin hacerlo de una manera manifiesta, Jommy consiguió no obstante llamar la atención de algunos. Un joven estudiante de ingeniero que lo calificaba de «maldito granuja», le enseñó sin embargo la ciencia de la ingeniería. Jommy leyó en su mente que tenía la sensación de ir perfeccionando sus conocimientos y comprendiendo a su discípulo, y algunas veces se jactaba de tener tan profundos conocimientos de ingeniería que era capaz de enseñárselos a un muchacho de diez años. Jamás adivinó el motivo de la precocidad del rapaz.
Una mujer que había viajado mucho antes de su matrimonio y se encontraba ahora en malas circunstancias, vivía a media manzana de su casa y algunas veces le daba de comer mientras le explicaba con apasionado ardor el mundo y la gente tal como ella los había visto. Jommy se veía obligado a aceptar el soborno porque de lo contrario la mujer hubiera podido sospechar. Pero jamás existió chismosa en el mundo que prestase un oído más atento a lo que se hablaba de Mrs. Hardy. Mrs. Hardy era una mujer de rostro afilado, amargada, cuyo marido la había arruinado en el juego perdiendo cuanto poseía y había viajado por Europa y Asia, conservando tras sus penetrantes ojos una gran cantidad de detalles. Conocía también vagamente el pasado de estos pueblos.
En un tiempo - así por lo menos lo había oído decir - China había sido densamente poblada. La Historia refería que las guerras sangrientas habían mucho tiempo ha diezmado las zonas más pobladas, Estas guerras, al parecer, no eran de origen slan. Eran únicamente a partir de los últimos cien años que los slans habían fijado su atención en los chiquillos chinos y de otros pueblos orientales, despertando así la enemistad de pueblos que hasta entonces los habían tolerado. Tal como lo explicaba Mrs. Hardy, aquello parecía una acción más sin sentido de los slans. Jommy escuchaba y fijaba en su memoria el hecho, convencido de que la explicación no podía ser tal como se la presentaban, preguntándose dónde estaría la verdad, y decidido a sacar algún día todos estos hechos a la luz.
El estudiante de ingeniero, Mrs. Hardy, un droguero que había sido piloto de cohete a reacción y mecánico de radio y TV, y el viejo Darrett fueron la gente que lo educaron, sin darse cuenta de ello, durante los dos primeros años que pasó en casa de Granny. De todo el grupo, el viejo Darrett era el preferido de Jommy. Era un hombre alto, solitario y cínico, de setenta y pico de años, que había sido profesor de Historia, pero éste era meramente uno de los muchísimos temas sobre los cuales tenía una inagotable fuente de conocimientos.
Era obvio que tarde o temprano el hombre tenía que poner sobre la mesa el tema de las guerras de los slans. Tan obvio era que Jommy se permitió no hacer caso de la primera alusión a ellas, como si el tema no le interesase. Pero una tarde de principios de invierno habló de nuevo de ellas, como Jommy había esperado y esta vez dijo:
- Está hablando de guerras. No pudieron ser guerras. Esta gente no son más que fuera de la ley. No se pueden tener guerras contra los fuera de la ley; es necesario exterminarlos.
Darrett se puso rígido.
- ¡Fuera de la ley! - dijo -. Muchacho, aquellos fueron grandes tiempos. Te diré que cien slans se apoderaron prácticamente del mundo. Todo estuvo maravillosamente planeado y llevado a cabo con la más grande osadía. Tienes que darte cuenta de que el hombre, como masa, no hace nunca su juego sino el de alguien más. Se ve cogido en una trampa de la que no puede escapar. Pertenece a un grupo; es miembro de una organización; es leal a las ideas, a los individuos, a ciertas zonas geográficas. Si consigues hacerte dueño de las instituciones que apoyan... has encontrado el método.
-¿Y los slans lo hicieron? - preguntó Jommy con una intensidad que le sorprendió a él mismo, quizá demasiado reveladora de sus sentimientos. Cambiando de tono, se apresuró a añadir -: Todo esto es una historia. Es mera propaganda para asustarnos, como lo que has dicho a menudo de otras cosas.
-¡Propaganda! - estalló Darrett. Pero permaneció silencioso. Sus grandes ojos negros y expresivos estaban casi ocultos por sus largas pestañas. Finalmente, en voz lenta, dijo -: Quiero que te fijes en esto, Jommy. En el mundo reinaba la confusión y el terror. Por todas partes los chiquillos humanos eran sometidos a la tremenda campaña de los slans para hacer más slans. La civilización empezó a imponerse. Había una enorme cantidad de demencia, suicidios, asesinatos, crímenes; el gráfico del caos alcanzó inconmensurables alturas. Y una mañana, sin saber exactamente cómo se había producido la cosa, la raza humana despertó para darse cuenta de que de la noche a la mañana el enemigo se había apoderado del control del mundo. Trabajando desde dentro, los slans habían conseguido apoderarse de la clave de innumerables organizaciones. Cuando consigas entender la rigidez de la estructura institucional de nuestra sociedad, te darás cuenta de cuán desamparados se encontraban los seres humanos al principio. Mi propia opinión personal es que los slans hubieran podido conseguir su objeto de no haber sido por una razón.
Jommy escuchaba silencioso. Tenía una triste premonición de lo que se acercaba. El viejo Darrett prosiguió:
- Siguieron tratando implacablemente de crear slans con los chiquillos humanos. Retrospectivamente, parece un poco estúpido.
Darrett y los otros fueron sólo el principio de su instrucción. Siguió hombres doctos por las calles, captando la superficie de sus pensamientos. Asistía telepáticamente a las conferencias, disponía de muchos libros, pero los libros no eran suficientes. Tenían que ser interpretados, explicados. Eran libros de matemáticas, de física, de química, de astronomía, de todas las ciencias. Su deseo no tenía limites. En los seis años que transcurrieron entre su noveno y su decimoquinto cumpleaños, aprendió lo que su padre le había prescrito, como instrucción básica de un slan adulto.
Durante aquellos años observó cautelosamente a los slans sin tentáculos, a distancia. Cada noche, a las diez, sus naves del espacio saltaban al cielo; y el servicio era cumplido con una exactitud matemática. Cada noche a las dos y treinta minutos, otro monstruo en forma de tiburón caía del cielo, desapareciendo como un fantasma en el techo del alto edificio.
Sólo dos veces durante aquellos años fue el tránsito suspendido, cada vez durante un mes, y cada vez cuando Marte, siguiendo su órbita excéntrica, se hallaba en la parte más lejana del sol.
Se mantuvo alejado del Centro del Aire porque cada día crecía más su respeto por el poderío de los slans sin tentáculos. Y cada vez veía con mayor claridad que sólo un milagro lo salvó el día que se reveló ante los dos adultos. Un milagro debido a la sorpresa.
Sobre los misterios básicos de los slans no supo nada. Para pasar el tiempo se entregaba a orgías de física actividad. Ante todo, necesitaba un camino secreto de escapar, sólo por el caso... Un camino secreto para Granny, como para el mundo entero; y en segundo lugar, le era imposible seguir viviendo en aquella pocilga. Necesitó meses enteros para construir centenares de metros de túnel, meses también para adornar el interior de la casa con bellas paredes, brillantes techos y suelos de plástico.
Granny traía lo robado por la noche, pasaba por el montón de desperdicios del patio y la casa que seguía exteriormente sin pintar. Pero todo aquello requirió casi un año... a causa dé Granny y su botella.
Quince años.... A las dos de la tarde, Jommy dejó el libro que estaba leyendo, se quitó las zapatillas y se puso los zapatos. La hora de la decisión había llegado. Hoy tenía que ir a las catacumbas y tomar posesión del secreto de su padre. No conociendo los corredores secretos de los slans, tendría que correr el riesgo de entrar por la puerta pública.
No dedicó al posible peligro más que un pensamiento superficial. Este era el día desde tanto tiempo fijado e hipnóticamente transmitido por su padre. Parecía importante, sin embargo, poderse escabullir de la casa sin que la vieja se enterase.
Se puso ligeramente en contacto mental con ella y sin la menor sensación de desagrado examinó la corriente de sus pensamientos. Estaba completamente despierta, arreglando
su cama. Y de su cerebro manaba libremente con furia un chorro de sorprendentes y malvados pensamientos.
Jommy Cross frunció el ceño. En medio del infierno de recuerdos de aquella vieja (porque vivía casi exclusivamente en el pasado cuando estaba borracha) había aparecido una rápida, astuta decisión: «Libérate de este slan... es peligroso para Granny y ahora que ya tiene dinero. No debe dejarle sospechar... hay que apartarlo de la mente a fin de que... »
Jommy Cross sonrió melancólicamente. No era la primera vez que captaba un pensamiento de traición en su cerebro. Con súbita energía acabó de anudar el cordón de su zapato, se puso de pie y se fue a su habitación.
Granny yacía como una masa inerte bajo la manta manchada de ron. Sus ojos negros profundamente hundidos miraban desde el fondo de su rostro apergaminado. Al verla, Jommy sintió un impulso de piedad. Por malvada y perversa que hubiese sido la vieja Granny, la prefería a aquella borracha que yacía acostada como una bruja medieval milagrosamente transportada al lecho azul y plata del futuro. Sus ojos parecían verlo claramente por primera vez. Una retahíla de maldiciones salió de su boca.
-¿Qué quieres?... - consiguió balbucir Granny quiere estar sola.
La compasión se desvaneció en él. La miró fríamente.
- Quiero solamente hacerte una pequeña advertencia. Voy a marcharme pronto, de manera que no pierdas más tiempo pensando en la manera de traicionarme. No hay ningún medio seguro. Tu viejo pellejo que tanto aprecias no valdría ni un ochavo si me pescasen.
Las ojos negros se fijaron en él atemorizados.
-¿Te crees listo, eh? - murmuró. La palabra parecía despertar una nueva corriente de ideas que Jommy no podía seguir mentalmente -. Inteligente... - repitió, medio riéndose -, la cosa más inteligente que ha hecho Granny fue coger un joven slan... Pero ahora es peligroso... tiene que liberarse de él...
- Vieja loca - respondió Jommy Cross fríamente -. No o]vides que la persona que encubre un slan está automáticamente condenada a muerte. Has conservado este viejo pellejo que tienes por cuello bien engrasado de manera que no chirriará cuando te cuelguen, pero darás buenas patadas en el aire con tus asquerosas piernas.
Pronunciadas estas brutales palabras dio medía vuelta y salió de la habitación y de la casa. Ya en el autobús, pensó: «Tengo que vigilarla, y dejarla cuanto antes. Teniendo en cuenta las probabilidades no hay nadie capaz de confiarle nada de valor.»
Incluso en la ciudad baja las calles estaban desiertas. Tomó el autobús sorprendido de ver aquella calma en un lugar donde en general solía reinar el bullicio. La ciudad estaba demasiado tranquila; era como un a verdadera ausencia de vida y movimiento. Permaneció inmóvil en la acera, sin acordarse ya ni remotamente de Granny. Concentró su mente y al principio sólo percibió un leve susurro de la distraída mente del conductor
del único autobús que había a la vista que no tardó en desaparecer. El sol brillaba sobre el pavimento. Las pocas personas que pasaban llevaban en el pensamiento un vago terror, tan continuo e invariable, que a Jommy le era imposible penetrar más allá de él.
A medida que aumentaba el silencio crecía la inquietud de Jommy Cross. Exploró los inmuebles vecinos pero le fue imposible percibir el más leve clamor mental. Nada en ninguna parte. De una calle lateral llegó a él el ruido de un motor. De dos manzanas más allá salió un tractor arrastrando un tremendo cañón que apuntaba amenazadoramente al cielo. El tractor se detuvo con estruendo en el centro de la calle por donde había venido. Algunos hombres se acercaron al cañón, preparándolo; después miraron al cielo. esperando nerviosamente.
Jommy Cross sentía deseos de acercarse a ellos y leer sus pensamientos, pero no se atrevía. La sensación de encontrarse en un momento peligroso iba reafirmándose en él. De un momento a otro podía aparecer un militar o un policía y preguntarle qué hacía en la calle. Podía ser detenido u obligado a quitarse la gorra, mostrando el cabello y los dorados zarcillos que eran sus tentáculos.
Decididamente allí ocurría algo grave y el lugar más seguro para él eran las catacumbas, donde estaría fuera de la vista, si bien en un peligro de otro género. Se dirigió, pues, apresuradamente hacia la entrada de las catacumbas que había sido su meta desde que salió de la casa. Se disponía a dar la vuelta a la esquina para tomar una calle lateral cuando un altavoz le volvió a la realidad.
La voz de un hombre gritaba: «¡Ultima advertencia! ¡Salid a la calle! ¡Apartarse de la vista! La misteriosa nave de los slans se está acercando a la ciudad a una velocidad aterradora. Se cree que la nave se dirige al palacio. Se han creado interferencias en todas las ondas de radio para evitar que sean radiadas patrañas de los slans. Salid de las calles. ¡Aquí viene la nave!»
Jommy se quedó helado. ¡Hubo un destello plateado en el cielo y una especie de torpedo alado de reluciente metal que pasó a una velocidad vertiginosa sobre su cabeza. Oyó el rítmico disparo del cañón seguido de otras detonaciones y la nave se convirtió en un lejano punto brillante que se dirigía hacia el palacio.
Cosa curiosa, el resplandor del sol le producía ahora una sensación dolorosa en los ojos. Sentía una especie de confusión. ¡Una nave con alas! Noches y más noches durante aquellos últimos seis años había observado las naves entrar y salir del edificio de los slans sin tentáculos, en el Centro del Aire. Naves-cohetes sin alas pero con algo más. Algo que hacía aquellas grandes máquinas metálicas más ligeras que el aire. La parte del cohete era usada al parecer solamente para la propulsión. La carencia de peso, la forma como eran despedidos como si fuese por fuerza centrífuga tenia que ser la antigravedad. Y allí venia una nave alada, con todo lo que esto implica: motores a chorro, estricto confinamiento a la atmósfera de la Tierra, vulgaridad. Si esto. era lo mejor que sabían hacer los verdaderos slans...
Profundamente decepcionado dio media vuelta y empezó a bajar las escaleras que llevaban a un lavabo público. El lugar estaba tan desierto y silencioso como la calle. Y fue, para él, que tantas puertas cerradas había franqueado en su vida, un juego encontrar
el secreto de la cerradura dé aquella puerta de barrotes de acero que daba acceso a las catacumbas.
Al mirar por entre las barras de la puerta sintió la intensa tensión de su mente. Detrás de ella había un fondo de cemento y más allá una vaga obscuridad que significaban más escaleras. Los músculos de su garganta se tendieron, su respiración se hizo jadeante. Inclinó el cuerpo hacia delante, como el corredor que se dispone a arrancar con un «sprint». Abrió la puerta, entró y comenzó a bajar a toda velocidad el largo tramo de escaleras.
A cierta distancia de él empezó a sonar rítmicamente un timbre eléctrico accionado sin duda por la barrera de células fotoeléctricas que había puesto en marcha al franquear la puerta protección instalada hacia años como precaución contra los slans y otros intrusos.
El timbre estaba ya a corta distancia de él y no obstante no percibía la Vibración de ningún cerebro en el corredor que se abría ante sus ojos. Al parecer ninguno dé los hombres encargados de la vigilancia de las catacumbas estaba al alcance del oído. Vio el timbre, reluciente cazoleta de metal, que vibraba furiosamente. La pared era lisa como el cristal, imposible de escalar, el timbre estaba a más de cuatro metros del suelo. Seguía sonando, pero no había el menor indicio de que se acercase cerebro alguno ni la menor sombra de un pensamiento.
- No hay ninguna prueba de que no vengan - pensó Jommy inquieto -. Estas paredes de piedra difundirían rápidamente las ondas mentales.
Se lanzó corriendo hacia la pared y pegó un salto haciendo un desesperado esfuerzo. Levantó el brazo, arañó la pared de mármol, pero no consiguió alcanzar el timbre. Retrocedió, consciente de su fracaso. Seguía tocando cuando dio la vuelta a una esquina del corredor. Lo oyó disminuir de intensidad, desvanecerse en la distancia. Pero una vez hubo cesado le parecía oír todavía en su cerebro como una insistente advertencia de peligro.
Tuvo la extraña sensación de que el sonido, en lugar de desvanecerse con la distancia parecía aumentar, hasta tenerlo junto a él nuevamente; al final se dio cuenta de que estaba debajo de otro timbre tan potente como el primero. Aquello significaba, se dijo desfalleciendo, que debía haber una vasta red distribuida por aquel laberinto de corredores, y hombres que debían estar poniéndose en guardia y mirándose unos a otros abriendo los ojos alarmados.
Jommy Cross apretó el paso. No tenía la menor idea del camino que debía seguir. Sólo sabía que su padre había impreso una imagen hipnótica en su mente y que tenía que seguir sus instrucciones. Súbitamente recibió una orden mental. «¡A la derecha!»
Tomó el brazo más estrecho de una bifurcación y por fin llegó al sitio donde estaba oculto lo que buscaba. Todo fue muy fácil; una losa de la pared de mármol cedió a la presión de sus dedos dejando al descubierto un hueco obscuro. Metió la mano y tocó una caja de metal. La atrajo hacia él. Todo su cuerpo temblaba. Durante algunos instantes permaneció inmóvil tratando de imaginar a su padre delante de aquel agujero, escondiendo los secretos para que su hijo los encontrase en un momento de peligro, si sus planes personales fracasaban.
A Jommy le parecía que aquel momento podía ser trascendental en la historia cósmica de los slans. Aquel momento en - que la obra del difunto padre pasaba a manos del muchacho de quince años que había esperado tantas horas y tantos días que llegase aquel instante. La nostalgia desapareció de su mente al llegar a su cerebro una vaga insinuación procedente del exterior. «Maldito sea este timbre», estaba pensando un cerebro. «Debe ser alguien que se ha refugiado aquí para escapar a las bombas cuando llegó la nave de los slans.»
«Sí, pero que no cuenta con ello», dijo una segunda voz. «Ya sabes cuán estrictos son en estas catacumbas, El que ha hecho funcionar este timbre está todavía en el interior. Será mejor que demos la alarma a la policía.»
«Quizá se ha extraviado», dijo una tercera vibración.
«Que nos lo explique», dijo el primero. «Vamos hacia el primer timbre y con las armas preparadas. No se sabe nunca lo que puede pasar. Con los slans rondando por el cielo estos días, puede ser uno de ellos que se haya metido aquí».
Jommy examinaba frenéticamente la caja de metal buscando la manera de abrirla. Sus órdenes hipnóticas era coger el contenido de la caja y volverla a dejar en el hueco. Ante esta orden, la idea de coger la caja y salir corriendo con ella no acudió nunca a su cerebro.
No encontraba ni cerradura ni pestillo. Y sin embargo, debía haber algo que cerraba la caja... ¡Pronto, pronto! ¡Dentro de pocos minutos los hombres podían pasar por allí!
La penumbra que reinaba en el largo corredor, el olor a humedad, la idea de los gruesos cables eléctricos que distribuían millones de voltios por la ciudad que tenía encima, todo aquel mundo de catacumbas que lo rodeaba, e incluso los recuerdos de su pasado..., éstas eran las ideas que se atropellaban por el cerebro de Jommy mientras contemplaba la caja de metal. Recordaba a Granny borracha y el misterio de los slans, y todo se mezclaba a los pasos de los hombres que se iban acercando. Los oía claramente ya, que se dirigían hacia él.
Silenciosamente, tiró de la tapa de la caja haciendo un supremo esfuerzo, y ésta se levantó tan fácilmente que estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio. Se encontró frente a una especie de gruesa barra de metal puesta sobre un montón de papeles. No experimentó la menor sorpresa. Sintió, al contrario, un cierto alivio al encontrar intacto algo que sabia que estaba allí. Era sin duda también obra del hipnotismo de su padre.
La barra de metal tenía unos cinco centímetros de diámetro en el centro, afilándose hacia las dos puntas. Una de ellas era rugosa, sin duda posible para facilitar una mejor presa. En la parte más gruesa había un pequeño botón que el pulgar podía fácilmente apretar. El instrumento parecía despedir una tenue luz propia. Este resplandor y la luz difusa del corredor le permitieron leer sobre el papel que contenía la caja estas palabras:
Esta es el arma. Úsala sólo en caso
de absoluta necesidad.
Durante un momento Jommy quedó tan absorbido en su contemplación que no se dio cuenta de que los hombres estaban frente a él. Brillé un destello.
¡Qué diablos!... - rugió uno de los hombres - ¡Manos arriba, eh!
Era el primer peligro personal y auténtico en que se encontraba desde hacía seis años y le parecía irreal. Lentamente acudió a él la idea de que los humanos no eran muy rápidos en sus reflejos. Cogió el arma de la caja y sin darse siquiera cuenta de lo que hacía, apretó el botón.
Si alguno de los hombres hizo fuego, la detonación se perdió en el rugido de la blanca llama que brotó con un inimaginable violencia de la boca del tubo. Un instante después, aquellos tres hombres violentos, amenazadores, vivos, habían desaparecido, eliminados por la explosión de aquel terrible fuego.
Jommy miró su mano. Temblaba. Y entonces sintió una especie de congoja al pensar que había privado de la existencia a tres vidas. La visión borrosa fue fijándose y sus ojos perdieron su expresión de asombro. Y al mirar hacia el extremo del corredor vio que éste estaba vacío. Ni un hueso, ni un fragmento de carne o jirón de ropa quedaba para probar que allí habían habido hacía un instante tres seres vivos. En la parte del suelo, donde había llegado la abrasadora incandescencia, había una ligera concavidad, tan ligera que probablemente no sería nunca observada.
Trató de que sus dedos dejasen de temblar; lentamente su sensación de malestar fue desapareciendo. No había motivo para inquietarse. Matar era una acción violenta, pero aquellos tres hombres no hubieran vacilado un instante en matarlo a él, como tantos otros slans que habían perecido a causa de las patrañas que todo este pueblo refería, aniquilándolos sin la más ligera resistencia. ¡Malditos todos ellos!
Durante un momento sintió una violenta emoción. ¿Era posible - se decía - que los slans se hiciesen crueles al hacerse viejos y no sintiesen menor remordimiento al dar la muerte, como la sentían tampoco los humanos al darla a los slans. Su mirada se posó sobre la hoja de papel su padre había escrito:
...el arma. Úsala sólo en caso
de absoluta necesidad.
Mil y otros ejemplos de la noble cualidad de sus padres acudieron a su mente. Recordaba todavía perfectamente la noche en que su padre le dijo: «Recuerda esto: por muy fuertes que los slans lleguen a ser, el problema de qué hacer con los humanos seguirá siendo una barrera a la ocupación mundo. Hasta que el problema haya sido resuelto con justicia y psicológica cordura, el empleo de la fuerza será un negro crimen.»
Jommy no pensaba así. Allí estaba la prueba. Su padre no había llevado consigo siquiera el arma que hubiera podido salvarlo. Había aceptado la muerte, antes que hacer uso de ella.
Frunció el ceño. La nobleza estaba muy bien, quizá había vivido demasiado tiempo entre los humanos para sentirse un verdadero slan, pero no podía alejarse de la convicción de que luchar era mejor que morir.
La idea fue reemplazada por el temor. No había tiempo que perder. ¡Tenía que salir de allí y pronto! Se metió el arma y los papeles en los bolsillos. Después, volviendo a meter la caja vacía en su hueco, cerró la losa de mármol. Recorrió veloz mente los corredores, subió la escalera y se detuvo a la vista del lavabo. Un momento antes estaba silencioso y vacío; ahora estaba atestado de hombres. Se detuvo, indeciso, esperando que su número disminuyese.
Pero unos entraban y otros salían, sin que disminuyese su número ni el barullo que reinaba en el recinto. La excitación, el temor, las preocupaciones; pocos eran los hombres cuyos cerebros se diesen cuenta de que estaban ocurriendo grandes cosas. Y el eco de esta realidad llegó al cerebro de Jommy a través de las barreras de acero de la puerta. Mientras, esperaba en la penumbra. A distancia, el timbre seguía sonando insistentemente la alarma y le dictaba finalmente lo que debía hacer. Agarrando el arma con una mano sin sacarla del bolsillo, abrió la puerta y volvió a cerrarla suavemente, atento a la menor señal de peligro.
Pero el compacto grupo de hombres no prestó la menor atención a él cuando se abrió paso y salió a la calle... El pavimento estaba lleno de gente y la muchedumbre avanzaba por las aceras. Se oían los silbatos de la policía, rugían los altavoces, pero nada podía dominar el anarquismo de la multitud. Todo tránsito había cesado. Sudando y lanzando maldiciones, los conductores de los vehículos se apeaban para mezclarse con la muchedumbre delante de los altavoces de las calles defendidos por las ametralladoras.
«No se sabe nada cierto. Nadie sabe exactamente si la nave slan aterrizó en el palacio o dejó caer un mensaje antes de desaparecer. Nadie la vio aterrizar, nadie la vio desaparecer. Es posible que la hayan derribado, pero es posible también que en estos momentos los slans estén conferenciando con Kier Gray. Corre ya este rumor, pese a la ambigua declaración hecha hace unos minutos por el propio Kier Gray. Para ilustración de los que no hayan oído, la repetiré. Señoras y caballeros, la declaración de Kier Gray dice así:
No os excitéis ni alarméis. La extraordinaria aparición de la nave slan no ha alterado en lo más las respectivas posiciones de los slans y los humanos. Controlamos absolutamente la situación. No pueden hacer más que lo que han hecho hasta ahora, y aun así dentro de las más rígidas limitaciones. El número de seres humanos es probablemente de varios millones por cada slan, y en estas condiciones no osarán jamás entablar una lucha franca y abierta contra nosotros. Calmad, pues, vuestros corazones...
»Esta, señoras y caballeros, ha, sido la declaración hecha por Kier Gray después del sensacional acontecimiento del día. El consejo está reunido en sesión permanente desde esta declaración. Lo repito, no se sabe nada más a ciencia cierta. No se sabe sí la nave slan ha aterrizado, pero nadie la ha visto desaparecer. Sólo las autoridades saben la verdad de lo ocurrido, y ya sabéis la declaración hecha sobre este punto por el propio Kier Gray. Si la nave de los slans ha sido derribada o...
La charla seguía y seguía... Una y otra vez se repetía la declaración hecha por Kier Gray, los mismos rumores la acompañaban. Todo aquello se convertía en una especie de zumbido en el cerebro de Jommy, un rugir sin significado de los altavoces, una monotonía de ruidos. Pero permanecía allí esperando alguna información adicional, ardiendo con el refrenado deseo de quince años de saber algo de los demás slans.
La llama de su emoción fue extinguiéndose lentamente. No se dijo nada nuevo y finalmente tomó un autobús para dirigirse a su casa. La obscuridad iba cerrando sobre el caluroso día de primavera. El reloj de una torre marcaba las siete y diecisiete minutos.
Se acercó al patio lleno de basuras con su habitual precaución. Su mente penetró en el desaliñado edificio y se puso en contacto Con la de Granny. Suspiró. ¡Otra vez borracha! ¿Cómo diablos podía Soportar aquel estado, aquel cuerpo de caricatura? Tanta bebida tenía que haber deshidratado ya su organismo. Empujó la puerta, volvió a cerrarla tras él y se detuvo, inmóvil.
Su mente, en contacto casual con la de Granny, acababa de recibir un choque. La vieja había oído la puerta al abrirse y cerrarse y aquello había dado una breve actividad a su cerebro.
No debe saber que he telefoneado a la policía... Tengo que alejarlo de mi pensamiento..., no puedo tener un slan a mi lado..., es peligroso, tener un slan..., la policía cercará las calles...
VIII
Kathleen Layton cerró los puños con rabia. Su frágil y joven cuerpo se estremeció de repulsión conocer los pensamientos que le llegaban por de los corredores. Davy Dinsmore, con sus diecisiete años, la estaba buscando, avanzaba hacia la baranda de mármol desde la cual contemplaba ciudad, envuelta ya en el manto húmedo y tenue de aquella calurosa tarde de primavera.
La niebla iba cambiando constantemente de dibujo. Unas veces era como tenues copos de lana que ocultaban los edificios, otras como un leve velo que extendiese su fina rama sobre el cielo azul.
Era curioso, la vista hería sus ojos, pero sin serle desagradable. La frialdad del palacio parecía llegar a ella por los corredores y las puertas abiertas, rechazando el calor del sol. Pero el resplandor subsistía.
El susurro de los pensamientos de Davy Dinsmore iba creciendo, acercándose. Veía claramente que intentaría persuadirla una vez más de que fuese su amiga... Con un estremecimiento final, la muchacha rechazó aquellas ideas y esperó a que apareciese. Había sido un error mostrarse amable con él, si bien durante los años dieces le había evitado muchas molestias poniéndose a su lado Contra los demás. Ahora prefería su enemistad a los pensamientos amorosos que se filtraban de su cerebro.
-¡Oh! - dijo Davy Dinsmore saliendo por la puerta - ¡Aquí estás!
Ella lo miró sin sonreír. Davy a los diecisiete años era un muchacho desgalichado, con las largas mandíbulas de su madre, que parecía estar siempre mofándose de los demás, incluso cuando se reía. Se acercó a ella con un aire agresivo que reflejaba los ambivalentes sentimientos que lo ligaban a ella; por una parte, el deseo de conquistarla físicamente, por otra, el auténtico deseo de herirla de alguna forma.
- Sí, sola - para dijo Kathleen -. Esperaba poder estar sola para cambiar.
Sabía que la fibra de Davy Dinsmore tenía una insensibilidad que lo hacía inmune a estas respuestas. Los pensamientos que brotaban de su cerebro permitían a Kathleen saber perfectamente qué estaba pensando, «la muchacha ésta ya vuelve con sus rebufadas, pero ya me, encargaré yo de domarla».
Kathleen trató de cerrar un poco más su cerebro á los detalles del recuerdo que surgían de las complacientes profundidades de la juventud.
- No quiero que andes más detrás de mi - dijo con fría determinación -. Tu mentalidad es una cloaca. Siento haberte dirigido la palabra la primera vez que me viniste con zalamerías. hubiera debido pensarlo mejor, y espero que te des cuenta de que te hablo con el exclusivo fin de que sepas lo que pienso. Pues eso... palabra por palabra. Particularmente lo de la cloaca. Y ahora, vete.
Davy era un muchacho de rostro pálido, pero la furia lo tiñó ahora de rojo y Kathleen captó en su cerebro lo que pasaba en su interior. Cerró inmediatamente su imaginación tratando de rechazar los vituperios que salían de la de Davy. Se dio cuenta, con sorpresa, que sólo le dirigía la palabra cuando podía con toda certeza humillarlo.
- ¡Largo de aquí! - le gritó -. ¡Carne de perro!
-¡Ah!... - gritó él, saltando hacia ella. Durante un segundo la sorpresa de ver que osaba enfrentarse con su fuerza superior la dejó aturdida. Después, comprimiendo los labios, lo agarró, evitando fácilmente sus tendidos brazos y lo levantó en vilo. Se dio cuenta demasiado tarde de que él había ya contado con esto. Sus bruscos dedos agarraron su cabello y los zarcillos dorados erguían sus delicados pedúnculos.
-¡O.K.! - gritó -. ¡Ahora te tengo! No me tires al suelo. Sé lo que querías hacer. Derribarme, sujetarme las muñecas y retorcérmelas hasta que te suelte. Como me bajes una pulgada más te doy un tirón a tus preciosos tentáculos que alguno se .me quedará en la mano. Sé que puedes sostenerme sin cansarte, de manera que aguanta.
El desfallecimiento daba rigidez a Kathleen. «Preciosos tentáculos», había dicho. Tan preciosos, que por primera vez en su vida ahogó un grito en su garganta. Tan preciosos, que no creyó jamás que nadie se atreviese a tocárselos. Una sensación de desvanecimiento la envolvió como una noche de aterradora tormenta.
- ¿Qué quieres? - dijo.
-¡Eso es hablar - exclamó él. Pero Kathleen no necesitaba sus palabras Su mente estaba ya en íntima comunicación con ella.
- Muy bien - dijo débilmente -. Lo haré.
- Y en la seguridad de que me dejarás despacio - dijo -. y cuando mis labios toquen los tuyos trata de que el beso dure por lo menos un minuto. ¡Ya te enseñaré yo a tratarme como una basura!
Sus labios se acercaron a los de la muchacha, destacándose sobre el fondo de su repulsivo rostro y sus ávidos ojos, cuando se oyó una voz autoritaria que con una mezcla de rabia y sorpresa exclamó:
-¿Qué significa esto?
-¡Oh!... - balbució Davy Dinsmore. Kathleen sintió que sus dedos soltaban su cabello y sus tentáculos, y con una profunda aspiración lo dejó caer - Yo... eh... ¡oh, perdone, Mr. Lorry! ¿Eh...!
-¡Fuera de aquí, perro miserable! - gritó Kathleen.
-¡Si, largo de aquí! - asintió Lorry. Kathleen ,lo vio desaparecer tambaleándose, aterrorizado de haber ofendido a uno de los más poderosos hombres del gobierno. Pero cuando hubo desaparecido, no se volvió para mirar al recién llegado. Instintivamente, sus músculos se pusieron rígidos y apartó su rostro y su mirada de aquel hombre, el más poderoso de los consejeros del gabinete de Kier Gray.
-¿Y qué era todo esto? - dijo la voz, no desagradable, de Lorry -. Al parecer he sido oportuno al subir...
- No lo sé - respondió fríamente Kathleen en tono de profundo candor -. Tus atenciones me son igualmente repulsivas.
-¡Hem!... - Se inclinó sobre la barandilla, a su lado, y ella pudo dirigir una mirada furtiva a su fuerte mandíbula.
- En realidad no hay ninguna diferencia - insistió ella -. Los dos queréis lo mismo.
Lorry permaneció un momento silencioso, pero sus pensamientos tenían la misma calidad evasiva de Kier Gray. Los años le habían enseñado a eludir la lectura de sus pensamientos. Cuando, finalmente habló su voz habla cambiado y tenía una calidad más dura.
- No me cabe la menor duda de que tus ideas , sobre este punto cambiarán cuando seas mi amante.
- ¡Eso no será jamás! - chilló Kathleen -. No me gustan los seres humanos... No me gustas tú.
- Tus objeciones no tienen importancia - dijo fríamente él -. El único problema que se presenta es cómo poseerte sin caer en la acusación de estar en secreta alianza con los slans. hasta que encuentre la solución puedes estar tranquila.
Su seguridad produjo un escalofrío a Kathleen.
- Estás completamente equivocado - respondió con firmeza -. La razón por la cual tus intenciones fracasarán es muy sencilla. Kier Gray es mi protector. Ni tú osarás ponerte contra él.
- Tu protector, si - dijo Lorry después de haber reflexionado un instante -. Pero en cuestión de virtud femenina no tiene moral. No creo que tenga inconveniente en que seas mi amante, pero inventará que encuentre en ello una razón de propaganda. Estos últimos años se ha vuelto muy, antislan. Yo lo creía en pro. Pero ahora es casi fanático en no querer saber nada de ellos. John Petty y él están ahora más de acuerdo que nunca sobre este punto. ¡Es curioso.
Permaneció otro momento reflexionando y añadió:
- No te preocupes. Encontraré la fórmula y...
Un rugido de los altavoces cortó las palabras de Lorry
« ¡Alarma general! Una nave no identificada acaba de ser vista cruzando las Montañas Rocosas en dirección este. Los aparatos lanzados en su persecución han sido rápidamente distanciados y la nave parece dirigirse hacia Centrópolis. Se ordena a todo el mundo refugiarse en sus casas, ya que la nave, que se cree es de origen slan, estará aquí dentro de una hora a partir de las presentes indicaciones. Las calles se necesitan para objetivos militares. ¡A casa!»
El locutor cerró y Lorry se volvió hacia Kathleen con la sonrisa en los labios.
- Que no te dé esto ninguna esperanza de salvación. Una nave no puede traer gran cantidad de armamento si no tiene un gran número de fábricas dentro de ella. La antigua bomba atómica, por ejemplo, no puede ser fabricada en una cueva, y además, para ser enteramente franco, los slans no la utilizaron en la guerra antihumana. "El desastre de este siglo, y anterior a él, fue causado por los slans, pero no de esta forma.
Permaneció silencioso durante un minuto y prosiguió:
- Todo el mundo creyó que aquellas bombas habían resuelto el secreto de la energía atómica... A mi me parece - añadió después de una pausa - que este raid tiene por objeto atemorizar a los humanos de mentalidad simple, como preliminar de una tentativa de negociaciones.
Una hora más tarde Kathleen seguía al lado de Jem Lorry mientras la plateada nave de los slans se dirigía hacia el palacio. Iba acercándose a una velocidad vertiginosa. La mente de Kathleen levantó el vuelo hacia ella tratando de conectar los cerebros slans que pudiese haber a bordo.
La nave fue bajando, acercándose, pero ella seguía sin percibir respuesta de los ocupantes. Súbitamente un objeto metálico cayó de la nave, dio en el sendero del jardín a una milla de distancia y quedó en el suelo, reluciendo como una joya bajo el sol de la tarde.
Kathleen levantó la vista y vio que la nave había desaparecido. No, allí estaba. Se veía aún un punto brillante en la remota lejanía, en línea recia detrás del palacio. Durante un instante parpadeó como una estrella y desapareció. Sus ojos descansaron del violento esfuerzo, apartó la vista del cielo y vio a Jem Lorry a su lado.
- Aparte de todo lo demás - exclamó éste con entusiasmo -, es lo que estaba esperando; la oportunidad de ofrecer una explicación que me permitirá llevarte esta noche misma a mi habitación. Supongo que va a reunirse inmediatamente el consejo.
Kathleen lanzó un profundo suspiro. Veía claramente cómo se las había compuesto y que había llegado el momento de luchar con todos los medios que tuviese a su disposición.. Echando la cabeza atrás, brillándole los ojos, respondió con altivez:
- Pediré estar presente en la reunión del consejo por haber estado en comunicación mental con el capitán de la nave. Puedo aclarar ciertas cosas del mensaje que han lanzado - añadió terminando su mentira.
Hacía un terrible esfuerzo de imaginación. Había captado más o menos el contenido del mensaje y, por lo tanto, podía inventar una historia semíverosímil de lo que el jefe slan le había dicho. Si le pescaban la mentira podía acarrearle peligrosas consecuencias, estando como estaba en manos de estos enemigos de los slans, pero tenía . que evitar que la entregasen a Lorry.
Al entrar en la sala de consejo, Kathleen tuvo una sensación de derrota. Había sólo siete hombres presentes incluyendo a Kier Gray. Los miró uno tras otro tratando de leer en ellos lo que pudiese y vio que no podía contar con ninguna ayuda.
Los cuatro más jóvenes eran amigos personales de Jem Lorry. El sexto, John Petty, le dirigió una mirada de fría hostilidad y apartó la vista con indiferencia. La mirada de Kathleen se fijó por fin en Kier Gray. Un ligero temblor de sorpresa la invadió al ver que él la miraba con una lacónica mirada de indiferencia y un leve gesto de desdén en los labios. Captó su mirada y rompió el silencio.
- De manera que has estado en comunicación mental con el jefe de los slans, ¿verdad? Bien, de momento vamos a creérnoslo - añadió riéndose. Había tal incredulidad en su voz y en su expresión, y tanta hostilidad en toda su actitud, que Kathleen sintió cierto alivio cuando apartó los ojos de ella. Se dirigió a los demás, al proseguir:
- Es lamentable que cinco consejeros estén en estos momentos rondando por los ámbitos del mundo. Personalmente, no soy de la opinión de apartamos mucho de nuestro cuartel general; que sean los subordinados quienes viajen. Sin embargo, no podemos demorar la discusión sobre un problema tan urgente como éste. Si los siete presentes llegamos a un acuerdo, no necesitaremos su presencia. Si quedamos empatados será necesario hacer amplio uso de la radio. La síntesis del mensaje lanzado por la nave afirma que hay un millón de slans organizados por todo el mundo...
- Me parece - interrumpió Jem Lorry sardónicamente - que nuestro jefe de policía secreta se ha dejado embaucar pese a su tan cacareado odio a los slans.
Petty se incorporó dirigiéndole una mirada iracunda.
- Quizás estarías dispuesto a cambiar de cargo conmigo durante un año y veríamos lo que puedes hacer - le chilló -. No me importaría desempeñar la reposada carga de ministro del Estado por algún tiempo.
El prolongado silencio que siguió fue cortado por las glaciales palabras de Kier Gray.
- Déjame terminar. Siguen diciendo que no solamente este millón de slans organizados existe sino que hay, además, una enorme cantidad de slans no organizados, hombres y mujeres, estimados en más de diez millones. ¿Qué te parece esto, Petty?
- Indudablemente existen algunos slans no organizados - admitió cautelosamente el jefe de policía -. Cada mes detenemos aproximadamente un centenar esparcidos por el mundo, que al parecer no pertenecen a ninguna organización. En las vastas zonas de las regiones más primitivas de la Tierra, es imposible infundir a los pueblos el odio a los slans, y los aceptan como seres humanos. Y existen, sin duda, algunas vastas colonias en lugares remotos, particularmente en Asia, África, América del Sur y Australia. Hace muchos años ya que tales colonias fueron fundadas, pero suponemos que siguen existiendo y que, a través de los años, han constituido sólidos sistemas de defensa. Estoy dispuesto, por consiguiente, a reconocer cualquier actividad por parte de estas remotas fuentes. La civilización y la ciencia son organismos basados principalmente en la actividad, física y mental, de centenares de millones de seres. Desde el momento en que estos slans se refugian en las regiones más retiradas de la tierra, corren a su derrota, porque están separados de los libros, y del contacto con las mentes civilizadas que son la única base posible de un más grande desarrollo. El peligro no reside, ni ha residido nunca, en estos remotos slans, sino en los que viven en las grandes ciudades donde tienen posibilidad de establecer contacto con las grandes mentalidades humanas y tienen a pesar de todas nuestras precauciones, acceso a los libros. Es una cosa fuera de duda que esta nave que hemos visto hoy ha sido construida por los slans que viven, y constituyen un peligro, en los centros civilizados.
- Mucho de lo que supones es probablemente verdad - asintió Kier Gray Pero volviendo al mensaje, sigue diciendo que estos millones de slans sólo sienten el deseo de terminar este periodo de violencia que existe entre ellos y la raza humana. Denuncian la ambición de poder que dominó a los primeros slans, explicando que esta ambición fue debida a un falso concepto de superioridad, aclarado hoy porque la experiencia les ha demostrado que no son superiores a los seres humanos sino únicamente diferentes. Acusan también a Samuel Lann, el ser humano y biólogo científico que fue el primero en crear slans, y de quien han tomado el nombre S. Lann slan, de haber inculcado en sus criaturas la creencia de que deben .gobernar al mundo. Y que esta creencia, y no un innato deseo de dominio, fue la raíz de las desastrosas ambiciones de los primitivos slans.
Hizo una breve pausa y prosiguió:
- Desarrollando esta idea, sigue haciendo ver que las primeras invenciones de los slans eran simplemente pequeños perfeccionamientos de ideas ya existentes. - No ha habido, en realidad, afirman, obra creadora en la ciencia física, realizada por los slans. Declaran también que sus filósofos han llegado a la conclusión de que los slans no poseen una
mentalidad científica, en el verdadero sentido de la palabra, diferenciándose, bajo este concepto, de los seres humanos de hoy en día, tan vastamente como los griegos y los romanos de la antigüedad, que jamás desarrollaron, como sabemos, ciencia alguna.
Seguía hablando, pero durante un momento Kathleen podía escucharlo sólo con la mitad de su cerebro. ¿Podía ser verdad? ¿Los slans sin mentalidad científica? ¡Imposible! La ciencia era meramente una acumulación de hechos, y la deducción de las conclusiones de estos hechos. ¿Quién mejor que un slan adulto, en pleno desarrollo, puede alcanzar un orden divino de una intrincada realidad? Vio a Kier Gray coger una hoja de papel de sobre la mesa y concretó de nuevo su mente en lo que decía.
- Voy a leeros la última página - dijo con una voz sin entonación -. No sabríamos encomiar demasiado la importancia de este punto. «Esto representa que nosotros, los slans, no podemos jamás retar al poderío militar de los humanos. Cualesquiera que fuesen las mejoras y modificaciones que introdujésemos en las armas y maquinaria ya no pueden afectar el resultado de una guerra, en el caso en que esta desastrosa circunstancia se produjese.
»A nuestro modo de ver, no hay nada más fútil que el presente estado de los slans, que, sin solucionar nada, sólo consiguen mantener el mundo en un estado de intranquilidad, creando gradualmente un caos económico del cual los seres humanos sufren hasta un grado que aumenta incesantemente.
»Ofrecemos la paz con honor, siendo la base única de esta negociación que los slans deben gozar en adelante de un derecho legal a la vida, a la libertad, y a la persecución de la felicidad.»
Kier Gray dejó lentamente el papel sobre la mesa, recorrió con la vista el rostro de todos los presentes y con una voz a la vez dura y descolorida, dijo:
- Soy rotundamente contrario a todo compromiso. Fui de opinión de que podía hacerse algo, pero no lo soy ya. Todo slan que exista por ahí - hizo un amplio gesto con la mano significando que abarcaba todo el globo - debe ser exterminado.
A Kathleen le pareció que una pantalla que lo oscurecía todo se había interpuesto entre sus ojos y la tenue luz de los plafones de la pared. En medio de aquel silencio, incluso la pulsación de los pensamientos de los hombres producían una tenue vibración en su cerebro, como el romper de las olas en una playa de los tiempos primitivos. Todo un mundo de impresiones separaba su mente de la sensación producida por aquellos pensamientos; la impresión de ver el cambio que se había producido en Kier Gray
Pero... ¿era un cambio? ¿No era acaso posible que aquel hombre estuviese tan desprovisto de remordimientos como John Petty? La razón de mantenerla en vida podía ser exactamente, como había dicho, los propósitos de estudio. Y, desde luego, hubo también el tiempo en que había creído, con razón o sin ella, que su futuro político estaba ligado a la continuación de la existencia de Kathleen.
Pero nada más. No experimentaba ningún sentimiento de compasión o piedad, no tenia ningún interés en proteger aquella débil criatura por interés hacia sí misma. Nada, fuera
de los designios más materiales de la vida. Aquél era el gobernante de hombres que ella había admirado, casi venerado, durante años enteros. ¡Este era su protector!
Era verdad, desde luego, que los slans estaban mintiendo. Pero, ¿qué otra cosa podían hacer si trataban con un pueblo que sólo conocía el odio y la mentira? Por lo menos ellos ofrecían la paz, no la guerra; y allí estaba aquel hombre rechazando, sin la menor consideración, una oferta que pondría fin a más de cien años de criminal persecución de su raza.
Se dio cuenta con sobresalto de que los ojos de Kier Gray estaban fijos en ella. Sus labios esbozaban una sarcástica sonrisa al decir:
- Y ahora vamos a ver en qué consistía este mensaje mental que dices haber recibido en tu... comunicación con el comandante slan.
Kathleen lo miró con expresión desesperada. Gray no creía una palabra de su pretensión y ella sabía que lo único que podía ofrecer al cerebro implacablemente lógico de aquel hombre era una declaración cuidadosamente meditada.
- Pues... - comenzó -. Fue...
De repente se dio cuenta de que Jem Lorry se había levantado, frunciendo el ceño, con saña.
- Kier - dijo -, considero una práctica intolerable declarar tu incalificable oposición a un asunto tan grave como éste sin dar ocasión al consejo de deliberar sobre él. En vista de tu actitud no me queda otra alternativa que declararme, con ciertas reservas, desde luego, en favor de este ofrecimiento de paz. Mi reserva principal es ésta: los slans tienen que aceptar ser asimilados a la raza humana. A este fin, los slans no podrán casarse entre ellos, sino que deben casarse con seres humanos.
-¿Qué te hace creer que unión humano-slans puede dar fruto? - preguntó Kier Gray sin hostilidad.
- Es lo que voy a averiguar - respondió Lorry con una voz tan indiferente que sólo Kathleen captó la intensidad que en ella había. Se inclinó hacia delante, deteniendo la respiración -. He decidido hacer de Kathleen mi amante y veremos lo que veremos. Nadie se opone a ello, espero...
Los consejeros jóvenes se encogieron de hombros. Kathleen no tuvo necesidad de leer sus pensamientos para ver que no tenían la menor objeción que hacer. Se dio cuenta de que John Petty no prestaba atención a lo que se decía y Kier Gray parecía absorbido en sus meditaciones como si tampoco lo hubiese oído.
Angustiada, Kathleen abrió los labios para hablar. Pero los volvió a cerrar. Una idea acudió súbitamente a su cerebro. Supongamos que el matrimonio mixto fuese la solución del problema slan... y que el consejo aceptase la proposición de Jom Lorry... Pese a que sabía que el plan estaba meramente basado en el deseo que Lorry sentía, ¿osaría ella defenderse si existiese la más remota posibilidad de que aquellos slans que
habían venido en la nave estuviesen de acuerdo y terminase de esta forma centenares de años de sufrimientos y asesinatos?
Volvió a echarse atrás viendo la ironía de la situación. Había asistido al consejo con intención de defenderse y ahora no se atrevía a articular palabra. Kier Gray estaba hablando nuevamente.
- En la solución brindada por Jem Lorry no hay nada nuevo. El mismo Samuel Lann estaba intrigado por los posibles resultados de tal unión y convenció a una de sus nietas de que se casase con un ser humano. La unión no produjo fruto alguno.
-¡Quiero hacer la prueba yo mismo! - repitió Jem Lorry obstinadamente -. El problema es demasiado importante para que dependa de una sola unión.
- Hubo más de una - observó Kier Gray tranquilamente.
- Lo importante del experimento - intervino otro de los presentes secamente -, es que ofrezca una solución, y no cabe la menor duda de que la raza humana dominaría el resultado. Somos más de tres billones y medio aproximadamente contra, digamos, cinco millones, que es, a mi juicio una estimación aproximada del número Y aunque el experimento no produjese hijos, conseguiríamos nuestro objeto en el sentido de que dentro de doscientos años, considerando a una vida normal una duración de ciento cincuenta años, no quedaría un slan vivo.
Kathleen quedó impresionada al ver que Jem Lorry había ganado su causa. Percibió vagamente en la superficie de su mente que no trataría más de aquel asunto. Por la noche mandaría soldados a buscaría y nadie podría decir después que había habido desacuerdo en el Consejo. Su silencia era consentimiento.
Durante algunos minutos sólo percibió un vago rumor de voces y un barullo de ideas más vago todavía. Finalmente, una frase se fijó en su cerebro. Haciendo un esfuerzo fijó su atención en lo que decían. La frase «podríamos exterminarlos de este modo», le hizo ver hasta dónde habían llegado en el perfeccionamiento de su plan en el espacio de aquellos breves minutos.
- Vamos a poner en claro la situación - decía Kier Gray animadamente - La introducción de la idea de adoptar un aparente acuerdo con los slans con el objeto de exterminarlos parece haber hecho vibrar una cuerda sensible que, al parecer también, elimina de nuestras mentes toda idea de una verdadera y honrada colaboración basada en, por ejemplo, una idea de asimilación. Los esquemas de la idea son, en breves palabras, como siguen: Número uno. Permitirles mezclarse con los seres humanos hasta que cada uno de ellos haya sido completamente identificado; entonces coger a la mayoría de ellos por sorpresa y dar caza a los demás en un breve espacio de tiempo. Plan número dos. Obligar a todos los slans a instalarse en una isla, digamos Hawai, por ejemplo, y una vez los tengamos allí, rodear la isla con barcos de guerra y aniquilarlos. Plan número tres. Tratarlos duramente desde el principio; insistir en fotografiarlos y tomar sus huellas digitales, hacerlos comparecer ante la policía con frecuencia, lo cual ofrecería un elemento de legalidad y rectitud Esta tercera idea puede ser del agrado de los slans porque, si se lleva a cabo durante un cierto período de tiempo, puede parecer una salvaguardia a todos menos a un corto numero de ellos que se presentaran a la policía un
día determinado. Lo estricto de la medida tendrá además el valor psicológico de hacerles sentir que somos severos y meticulosos, y tranquilizará gradualmente y paradójicamente, su estado de espíritu.
La voz fría siguió perorando, pero todo aquello tenia en cierto modo un sentido de irrealidad. Era imposible que siete hombres estuviesen allí discutiendo la traición y el asesinato en vasta escala..., siete hombres que decidían en nombre de toda la raza humana un punto que estaba más allá de la vida y de la muerte.
-¡Qué locos estáis! - dijo Kathleen con saña -. ¿Os imagináis por un solo instante que los slans se dejarán engañar por vuestras burdas patrañas? Los slans podemos leer el pensamiento y además, todo es tan transparente y ridículo, y cada uno de vuestros planes tan infantil y claro, que me pregunto cómo he podido creer a ninguno de vosotros inteligente y astuto.
Todos se volvieron para mirarla fríamente, en silencio. Una leve sonrisa de ironía se esbozaba en los labios de Kier Gray.
- Me parece que eres tú quien estás en un error, no nosotros. Suponemos que son inteligentes y suspicaces y, por lo tanto, no les ofrecemos ninguna idea complicada; y esto es, desde luego, el primer elemento de éxito de una propaganda. En cuanto a leer el pensamiento, no nos pondremos nunca en contacto con los jefes slans. Transmitiremos la opinión de nuestra mayoría a los otros cinco consejeros, que entablarán las negociaciones en la firme creencia de que jugamos limpio. Ningún subordinado recibirá instrucciones, salvo la de que el asunto debe ser lealmente llevado. De manera que ya ves...
- Un momento - interrumpió John Petty, con tal tono de satisfacción que Kathleen se volvió hacia él sobresaltada -. El principal peligro no reside en nosotros mismos, sino en el hecho de que esta muchacha slan haya oído nuestros planes. Ha dicho que había estado en comunicación mental con el capitán de la nave que se ha acercado hoy a palacio. En otras palabras, ahora saben que está aquí. Supongamos que se acerque otra nave; se encontrará en condiciones de comunicarles nuestros planes. Considero, por consiguiente, que debe dársele muerte sin demora.
Un desfallecimiento mental ardía en el interior de Kathleen. La lógica del argumento no podía ser refutada. Veía que las mentes de todos los reunidos iban aceptando la idea. Al tratar de huir de las asiduidades de Jeni Lorry había caído en una trampa que sólo podía terminar con la muerte.
La mirada de Kathleen estaba fija, como fascinada, en el rostro de John Petty. El hombre se sentía imbuido de una intima satisfacción que no podía ocultar. No cabía la menor duda de que no había esperado una victoria tan rotunda. La sorpresa no hacia más que aumentar la satisfacción.
Apartó reluctante la mirada de él y la fijó en los demás presentes. Los vagos pensamientos que había captado de ellos le llegaban ahora más concentrados. Ya no cabía la menor duda acerca de lo que pensaban. Su decisión causaba un placer particular a los más jóvenes que no tenían, como Jem Lorry, un interés personal por ella. Pero su convicción era algo inalterable. La muerte.
A Kathleen le parecía que lo irremisible de aquel veredicto estaba escrito en el rostro de Jem Lorry. Se volvió hacia ella, el desfallecimiento pintado en el rostro.
-¡Maldita imbécil!... - dijo.
Comenzó a morderse nerviosamente el labio inferior y se desplomó sobre su silla, con la vista melancólicamente fija en el suelo.
Kathleen estaba como aturdida. Estuvo mirando largo rato a Kier Gray antes de verlo. Vio con horror el surco que cruzaba su frente, la expresión no disimulada de sus ojos. Aquello le dio un instante de valor. No quería su muerte, de lo contrario no hubiera estado tan aterrado. El valor, y la esperanza que vino con él, se desvanecieron como una estrella detrás de una nube negra. El mismo desfallecimiento de Gray le decía que el problema que había hecho erupción en aquella sala, como una bomba, no tenía remedio. Lentamente su expresión fue convirtiéndose en impasibilidad, pero no tuvo la menor esperanza hasta que le oyó decir:
- La muerte sería quizá la solución necesaria si fuese verdad que ha estado en comunicación con un slan del interior de la nave. Afortunadamente para ella, ha mentido. En la nave no había slans. La nave era un robot autoimpulsado.
- Creía que las naves robot de autoimpulsación podían ser capturados por radio interferencia con su mecanismo - dijo uno de los presentes.
- Y así es - respondió Kier Gray -. Recordarás que la nave se elevó casi vertical antes de desaparecer. Los controladores slans lo lanzaron de esta forma cuando se dieron súbitamente cuenta de que estábamos obstruccionando con éxito su nave.
Esbozó una horrible sonrisa.
- Hemos derribado su. nave en un terreno pantanoso a cien millas del sur. Quedó en muy mal estado según los informes y no han podido sacarla aún; pero será llevada a su debido tiempo a los grandes talleres de Cudgen donde, sin duda, su mecanismo podrá ser analizado. La razón de que tardásemos tanto - añadió -, fue que su mecanismo robot estaba basado en un principio ligeramente distinto que requería una nueva combinación de ondas de radio para dominarlo.
- Todo esto carece de importancia - dijo Petty con impaciencia -. Lo que cuenta aquí es que esta muchacha slan ha estado escuchando nuestros planes de aniquilamiento de su raza y puede, por lo tanto, ser peligrosa, en el sentido de que hará cuanto pueda para informar a los suyos de nuestras intenciones. Debe ser muerta.
Kier Gray se puso en pie lentamente y se volvió hacia Petty con el rostro ceñudo. Su voz, al hablar, tenía un timbre metálico.
- Ya te he dicho, creo, que estoy haciendo un estudio sociológico sobre esta slan, y te agradeceré, por lo tanto, te abstengas de toda otra tentativa de ejecutarla. Has dicho que todos los meses se capturan y ejecutan centenares de slans, y que ellos afirman que existen aún otros cinco millones de ellos en el mundo. Espero - añadió con un tono de
sarcasmo en la voz -, que se me concederá el privilegio de conservar la vida a éste para propósitos científicos, un slan que, al parecer, odias más que a todos los demás juntos...
- Todo esto está muy bien, Kier - interrumpió el otro secamente -. Lo que quisiera saber es por qué mintió Kathleen Layton al afirmar que había estado en comunicación de la nave.
Kathleen exhaló un profundo suspiro. El terror de aquellos minutos de peligro mortal iba desvaneciéndose en ella, pero se ahogaba todavía bajo el peso de la emoción. Con voz muy temblorosa, dijo:
- Porque sabía que Jem Lorry iba a hacer de mi su amante y quería que supieseis que me resistía.
Sintió el temblor de los pensamientos de los allí reunidos y vio sus expresiones faciales primero comprensión, después, impaciencia.
-¡Por la salud del cielo, Jem! - exclamó uno de ellos -, ¿no podrías dejar tus asuntos amorosos al margen de las reuniones del Consejo?
- Con el debido respeto a Kier Gray - intervino otro -, es sencillamente intolerable que un slan se oponga a cualquier cosa que un ser humano haya proyectado acerca de él. Tengo curiosidad de ver cuál sería el resultado de esta unión. Tus objeciones están refutadas; y ahora, Jem, llévate a tu protegida a tus habitaciones. Y espero que eso termine la discusión.
Por primera vez durante sus diecisiete años, Kathleen tuvo la sensación de que había un límite a lo que un slan era capaz de soportar. Sentía una tensión interior como si algún órgano vital estuviese a punto de romperse. Se daba cuenta de que no podía pensar nada. Permanecía sentada, agarrada con fuerza al brazo de plástico de su silla. Y súbitamente sintió en su cerebro el latigazo de una idea de Kier Gray. «¡Loca! ¿Cómo te has metido en este lío?»
Lo miró, angustiada, viendo por primera vez que estaba echado hacia atrás en su silla, los ojos entornados, los labios apretados. Finalmente, dijo:
- Todo esto estaría muy bien si estas uniones necesitasen pruebas. Pero no es así. El testimonio de más de cien casos de intentos de reproducción en las uniones humano-slans se halla a la disposición de todos en los archivos de la biblioteca, bajo el epígrafe «Matrimonios anormales». Las razones de la esterilidad son difíciles de definir, ya que los hombres y los slans no difieren unos de otros hasta un grado considerable. La sorprendente dureza de la musculatura de los slans es debida, no a un nuevo tipo de músculo, sino a la aceleración de las explosiones eléctricas que actúan los músculos. Hay también un gran incremento en número de nervios de todas las partes del cuerpo que los hacen extraordinariamente más sensibles. Los dos corazones no son en realidad dos corazones, sino una combinación en la cual cada una de las secciones puede operar separadamente. Y las dos secciones cardíacas no son sensiblemente mayores que un solo corazón normal. Son sencillamente dos bombas más perfeccionadas.
Ante la expectación del auditorio, continuo:
- Los tentáculos que emiten y reciben pensamientos, son también crecimientos fibrosos de antiguas formaciones poco conocidas, de la parte alta del cerebro, que tienen que haber sido, evidentemente, la fuente de toda la vaga telepatía mental conocida por los primitivos seres humanos, practicada todavía en todas partes por muchísimos humanos. Ya veis, por lo tanto, que lo que hizo Samuel Lann con su máquina de transformación a su mujer, que le dio los tres primeros chiquillos slans, un niño y dos niñas, hace más de seiscientos años, no ha añadido nada nuevo al cuerpo humano, sino que ha cambiado o modificado lo que ya existía anteriormente.
A Kathleen le parecía que trataba de ganar tiempo. En un breve destello mental suyo, vio indicios de una comprensión total de la situación. Pero hubiera debido saber que no había argumentos ni lógica que fuese capaz de disuadir a un hombre como Jem Lorry de sus pasiones. Oyó la voz de Gray que proseguía:
- Os doy estas informaciones porque al parecer ninguno de los aquí presentes se ha tomado la molestia de investigar la verdadera situación para compararla con la creencia general. Tomemos, por ejemplo, la así llamada superior inteligencia de los slans, a la cual se alude en la carta recibida de ellos hoy. Hay un caso a este respecto que lleva muchos años olvidado; el experimento por el cual Samuel Lann, este hombre extraordinario, crió un mono pequeño, un chiquillo slan y otro humano, en las mismas rígidas condiciones científicas. E] mono fue el más precoz, aprendiendo en pocos meses lo que el slan y el humano tardaron mucho más en asimilar. Después el humano y slan aprendieron a hablar, y el mono quedó considerablemente atrás. El slan y el humano siguieron progresando a un paso casi igual hasta que, a la edad de cuatro años, las facultades de telepatía mental del slan comenzaron vagamente a manifestarse.
Al llegar a aquel punto, el chiquillo slan se puso a la cabeza. Sin embargo, el doctor Lann descubrió más tarde que intensificando la educación del chiquillo humano, le era posible alcanzar y sostenerse a un nivel relativamente igual al del slan, especialmente en la rapidez de pensamiento. La gran ventaja del slan era leer los pensamientos de los demás, lo cual le daba una inigualada visión interna de la psicología y un fácil acceso a la educación que el chiquillo humano podía sólo alcanzar a través de los ojos y los oídos.
John Petty lo interrumpió con una voz dura y áspera.
- Todo lo que dices lo hemos sabido desde siempre y es la principal razón por la cual no podemos tomar en consideración negociaciones de paz con estos..., esos malditos seres artificiales. Para que un ser humano pueda equipararse a un slan tiene que someterse a años de terrible esfuerzo para adquirir lo que el slan adquiere con la mayor facilidad. En otras palabras, todo lo que no sea una mínima fracción de humanidad es incapaz de ser otra cosa que un esclavo en comparación con un slan. Señores, no podemos tratar de paz, sino al contrario, de una intensificación de los métodos de exterminio. No podemos correr el riesgo de poner en práctica uno de los maquiavélicos planes que hemos discutido porque el peligro de que fracase es demasiado grande.
-¡Tiene razón! - exclamó un consejero.
Varias voces hicieron eco a esta convicción; y al instante no cupo ya duda sobre cuál tenía que ser el veredicto. Kathleen vio a Kier Gray mirarla fijamente a los ojos.
- Si ésta tiene que ser vuestra decisión - dijo - consideraría un grave error que uno de nosotros la tomase como amante. Podría producir una mala impresión.
El silencio que siguió fue de asentimiento, y la mirada de Kathleen se fijó en el rostro de Jem Lorry. Él le volvió la mirada fríamente, poniéndose al mismo tiempo de pie mientras ella se dirigía hacia la puerta. Avanzó hacía ésta para darle paso y cuando ella pasó por su lado le dijo:
- No va a ser por mucho tiempo, querida. De manera que no acaricies vanas esperanzas.
Y le sonrió confidencialmente. Pero no era en esta amenaza en lo que Kathleen iba pensando mientras avanzaba por el corredor. Recordaba la explosiva y destructora expresión que había aparecido en el rostro de Kier Gray en el momento en que John Petty solicitó su muerte.
No lo entendía. No se amoldaba en absoluto a las suaves palabras que había pronunciado un minuto antes, cuando informó a los demás de que la nave slan habla sido derribada en un pantano.
Si era así, ¿por qué se había impresionado? Y si no era así, ¿por qué Kier Gray había corrido el terrible riesgo de mentir por ella y estaba probablemente preocupándose por ella todavía?
IX
Jommy Cross se quedó contemplando pensativo pero detalladamente aquel despojo humano que era Granny. No sentía rabia por su traición. El resultado era un desastre, su futuro aparecía súbitamente vacío, sin objeto, sin hogar. El primer problema que se presentaba era qué hacer con aquella vieja.
Estaba sentada, riéndose en una silla, vestida con un traje de alegres colorines que revestía sus infectas formas. Lo miró riéndose.
- Granny sabe algo, sí... Granny sabe... - Sus palabras eran incoherente -. Dinero, oh, Dios mío, si! ¡Granny tiene mucho dinero a su vejez! ¡Mira!
Con la confiada inocencia de una persona borracha sacó una abultada bolsa negra de debajo de sus faldas y con el sentido común de un avestruz volvió a esconderlo.
Jommy quedó impresionado. Era la primera vez que veía aquel dinero pese a que sabía sus diferentes escondrijos. Pero hacerle aquella ostentación ahora, en momento en que acababa de denunciarlo, era una estupidez que merecía el más severo castigo.
Pero seguía indeciso, mientras la tensión de los pensamientos exteriores que iban aumentando ejercía un peso impalpable sobre su cerebro. Eran docenas de hombres, que avanzaban detrás de sus baterías de ametralladoras. Frunció el ceño preocupado. Por derecho natural tenía que dejar que aquella bruja que lo había delatado sufriese el peso de la ley, que quería que todo ser humano sin excepción, que hubiese encubierto o albergado un slan fuese colgado por el cuello hasta que sobreviniese la muerte.
Por su mente pasó la imagen de Granny encaminándose al patíbulo, Granny implorando a gritos merced, Granny tratando de impedir que le echaran la soga al cuello, pataleando, arañando, golpeando a sus apresadores.
Avanzó y la cogió por su hombro desnudo donde el traje se había deslizado. La sacudió con una violencia fría, mortal, hasta que sus dientes castañetearon y soltó un sollozo horrible, y una mirada de demente apareció en sus ojos.
- Es la muerte para ti si te cogen... ¿No sabes la ley?
-¿Eh?... ¡Uh!... - Trató de incorporarse, pero volvió a caer en el sopor de su mente aturdida.
Pronto, pronto, pensó él, haciendo un esfuerzo mental por ver si sus palabras habían surtido algún efecto. Estaba ya a punto de renunciar, cuando vio un tenue destello de razón en medio de la incoherente masa de los pensamientos de la vieja.
Está bien... - murmuró -. Granny tiene mucho dinero... A la gente rica no se le ahorca.
No digas tonterías...
Jommy se apartó de ella, indeciso. El peso de los pensamientos de los hombres eran una enorme carga para su cerebro. Iban acercándose, acercándose, cerrando cada vez más el circulo. Su número le sorprendía. incluso la poderosa arma que llevaba en el bolsillo seria infructuosa, si una lluvia de balas atravesaba las frágiles paredes de la barraca. Y una sola bala bastaba para aniquilar todos los sueños de su padre.
-¡Pardiez! - se dijo -. ¡Estoy loco! ¿Qué voy a hacer contigo, aunque te saque de aquí? Todos los caminos de la ciudad estarán bloqueados. No hay más que una esperanza, y seria ya una dificultad casi imposible aun sin el peso de una mujer borracha en mis hombros. No tengo el menor deseo de trepar treinta pisos por las paredes con este peso muerto.
La lógica le decía que debía abandonarla. Estuvo a punto de marcharse, pero la visión de Granny en el momento de ser ahorcada reapareció con todo su horror. Por muchos que fuesen sus defectos, aquella mujer le había salvado la vida. Era una deuda que tenía que pagar. Con un solo gesto brusco arrancó el saco negro de debajo de la falda de Granny, que lanzó un gruñido de borracha y con un resto de lucidez avanzó las manos hacia la bolsa que Jommy hacía bailar tentadora, delante de sus ojos
- ¡Mira! - le dijo -. Todo tu dinero, todo tu futuro. Te morirás de hambre. Tendrás que ir a barrer los suelos del asilo. Te azotarán...
En quince segundos la vieja se serenó; una serenidad ardiente capaz de comprender los puntos esenciales con claridad de un criminal endurecido.
-¡Nos ahorcarán! - susurró.
- No, nos iremos a alguna parte - dijo Jommy -. Toma, aquí está tu dinero - añadió tendiéndoselo y sonriendo al ver la avidez con que la vieja lo cogió. Tenemos un túnel
por donde huir. Va de mi habitación a un garaje de la calle 370. Tengo la llave de un coche. Iremos cerca del Centro del Aire y robaremos un...
Se detuvo, dándose cuenta de la fragilidad de la última parte de su plan. Parecía increíble que los slans sin tentáculos estuviesen tan pobremente organizados que él pudiese ahora apoderarse de una de aquellas maravillosas naves del espacio que lanzaban cada noche hacia el cielo. Cierto era que una vez se había escapado de ellos con una absurda facilidad, pero...
Jommy depositó la vieja sobre el suelo del tejado del edificio de donde partían las naves del espacio y se dejó caer a su lado, jadeante. Por primera vez en su vida sentía un cansancio muscular debido a la violencia del esfuerzo.
-¡Pardiez! - se dijo -. ¿Quién hubiese dicho que esta vieja podía pesar tanto?
Granny lanzaba ronquidos con el retrospectivo terror de la peligrosa escalada. Jommy captó la primera advertencia en las palabras de vituperio que subían a sus labios. Sus extenuados músculos se galvanizaron instantáneamente. Una mano rápida le tapó la boca.
-¡Cállate o te arrojo por la barandilla como un saco de patatas! - le dijo -. Tienes la culpa de la situación y hay que aguantar las consecuencias.
Sus palabras hicieron el efecto de un ducha fría. Jommy no pudo menos que admirar la reacción de la vieja después de su terror. La vieja tenía ciertamente un gran dominio de sí misma. Apartó la mano que le tapaba la boca y preguntó:
-¿Y ahora, qué?
- Tenemos que encontrar la manera de meternos en el edificio lo antes posible y... - Miró su reloj de pulsera y se sintió desfallecer. ¡Las diez menos doce minutos! ¡Doce minutos antes de la salida de la nave cohete! ¡Doce minutos para asumir el control de la nave!
Levantó a Granny de un empujón, se la echó al hombro y echó a correr hacia el centro del tejado. No solamente no tenía tiempo de buscar las puertas, sino que probablemente estaban cerradas, y le quedaba todavía menos tiempo para estudiar y neutralizar el sistema de alarma. No había más que un camino. En alguna parte debía encontrarse la pista por la cual las naves eran lanzadas hacia las remotas regiones del espacio interplanetario.
Notó bajo sus pies una ligera elevación, como una pequeña protuberancia. Se detuvo, tambaleándose, perdiendo el equilibrio por una súbita parada después de su veloz carrera. Buscó cuidadosamente el principio de la sección protuberante que debía ser el borde de la pista de lanzamiento. Sacó rápidamente el arma atómica de su padre del bolsillo y su fuego desintegrante lanzó llamaradas.
Se asomó al agujero de más de un metro de diámetro que había hecho y vio un túnel que penetraba en las profundidades, a un ángulo aproximadamente de sesenta grados. Eran, cien, doscientos, trescientos metros de metal reluciente, y la nave iba adquiriendo forma
a medida que los ojos de Jommy iban acostumbrándose a la luz tenue. Vio la aguda punta de un torpedo con unos tubos de explosión que salían de ella desfigurando el efecto liso y afilado. En aquel momento, todo aquello tenía un aspecto muerto y silencioso, pero amenazador.
Le hacía el efecto de asomarse al cañón de una escopeta y ver la punta de la bala que estaba a punto de ser disparada. La comparación le pareció tan apropiada que durante algunos momentos estuvo indeciso sobre lo que debía hacer. Dudaba. ¿Osaría deslizarse por la suave pista cuando de un segundo a otro la nave-cohete podía lanzarse hacia el cielo?
Tenía frío. Haciendo un esfuerzo apartó la vista de la paralizadora profundidad del túnel y fijó sus ojos, primero sin verlo, después como fascinado, en el distante esplendor del palacio. Sus pensamientos pasaron veloces; su cuerpo fue perdiendo lentamente su tensión. Durante algunos segundos permaneció allí, absorbido en la magnificencia, en la belleza y el esplendor que ofrecía el palacio por la noche.
Desde aquella alta torre y por entre los rascacielos el palacio aparecía claramente con toda su brillantez. Brillaba con una llama suave, viva y maravillosa que cambiaba de color a cada instante, ofreciendo mil combinaciones, cada una de ellas sutil, a veces sorprendente, variada. Ninguna de ellas eran una repetición de la anterior.
¡Relucía, vibraba, vivía! Una vez, durante un largo momento, la alta torre se convirtió en una brillante turquesa azul, mientras la parte baja visible del palacio era un profundo rojo de rubí. Fue sólo un momento... y la combinación se deshizo en un millón de rutilantes fragmentos de color: azul rojo, verde, amarillo... Ni un solo color faltaba en aquella maravillosa policromía, en aquella silenciosa explosión.
Durante mil noches su alma se había alimentado de aquella belleza y ahora sentía nuevamente la admiración. Aquella visión le daba fuerzas. Volvía a él el valor, como la inquebrantable e indestructible fuerza que tenía. Apretó los dientes y de nuevo contempló la pendiente que formaba un ángulo tan agudo, tan liso, en su promesa de un alocado descenso hasta la acerada punta de la nave.
Aquel peligro era como un símbolo de su futuro. Un futuro ignorado, menos predecible que nunca. Era de sentido común creer que los slans sin tentáculos sabían que estaba en el tejado. Debían tener sistemas de alarma..., debían tenerlos...
-¿Qué estás haciendo aquí mirando por este agujero? - gruñó Granny. ¿Dónde está la puerta que necesitamos? Es hora de...
-¡Hora! - dijo Jommy Cross. Su reloj marcaba las diez menos cuatro minutos y ponía en tensión todos los nervios, le quedaban cuatro para conquistar una fortaleza! Captó los pensamientos de Granny que se daba cuenta de sus intenciones. La palma de su mano llegó a tiempo de ahogar en sus labios el grito que se disponía a lanzar. Un segundo después caían. irrevocablemente lanzados a lo irremisible.
Chocaron con la superficie del túnel casi suavemente como si hubiesen penetrado súbitamente en un mundo de avance lento. La superficie no era dura, sino que parecía ceder bajo su cuerpo y sentía sólo una vaga noción de movimiento. Pero sus ojos y su
mente no se engañaban. La aguda nariz de la nave del espacio subía hacia ellos. La ilusión de que la nave avanzaba rugiendo era tan real que tuvo que luchar contra el pánico que amenazaba apoderarse de él.
-¡Pronto! - le susurró a Granny -. ¡Frena con la palma de las manos!
La vieja no necesitaba que la instasen. De todos los instintos de su extenuado cuerpo el más fuerte era el de conservación. En aquel momento hubiera sido incapaz de gritar ni para salvar su vida, pero sus labios temblaban de terror mientras luchaba por ella. El terror había convertido sus ojos en dos puntos negros..., pero, ¡luchaba!- Tendiendo sus huesudas manos se agarró al reluciente metal rascando la superficie con las largas piernas abiertas y por lamentable que fuese el resultado, ayudó.
Repentinamente la punta de la nave se elevó por encima de Jommy Cross, más alta de lo que había pensado. Haciendo un esfuerzo desesperado se agarró a la primera gruesa hilera de cámaras de propulsión. Sus dedos tocaron el liso metal engrasado y resbalaron; instantáneamente perdió presa.
Cayó de espaldas y sólo entonces se dio cuenta de que se había erguido con el máximo de estatura de su cuerpo. Fue una caída fuera, casi aturdidora, pero en el acto se puso nuevamente de pie gracias a la fuerza especial de sus músculos de slan. Sus dedos se agarraron a la segunda hilera de los grandes tubos, con tal fuerza, que la parte incontrolable de su recorrido terminó. Extenuado por el esfuerzo y el descenso se abandonó, y sólo cuando volvió a incorporarse tratando de aliviar el aturdimiento de su cabeza se dio cuenta de que un poco más allá, bajo el inmenso cuerpo del aparato, se veía una zona iluminada.
La nave describía ahora una curva tan cerrada hacia el suelo del túnel que tuvo que inclinarse de una forma dolorosa para avanzar. «Una puerta abierta, aquí, pocos segundos antes de salir la nave», iba pensando ¡Era una puerta! Una abertura de setenta centímetros de diámetro en el casco de metal de la nave de un pie de espesor, con los goznes abriendo hacia adentro. La empujó sin vacilar, con el arma terrible dispuesta para el menor movimiento. Pero no se produjo.
A la primera mirada vio que estaba en la sala de control. Había algunas sillas, un cuadro instrumental de aspecto complicado y dos grandes placas curvadas y relucientes a cada lado. Había también una puerta abierta que llevaba a otro departamento. Jommy sólo necesitó un instante para entrar y arrastrar a la asustada vieja tras él. Y una vez allí, con ligereza, saltó hacia la puerta de comunicación.
Al llegar al umbral se detuvo y se asomó. La segunda habitación estaba en parte amueblada con las mismas sillas que el cuarto de control, unas sillas cómodas y profundas. Pero más de la mitad de la habitación estaba ocupada por cajas de embalaje sujetas al suelo con cadenas. Había dos puertas. Una de ellas daba seguramente a otra sección de la alargada nave. Estaba entreabierta y por ella se veían cajas y vagamente, en el fondo. otra puerta que llevaba a un cuarto departamento. Pero fue la segunda puerta de la segunda habitación la que hizo que Jommy Cross se detuviese, helado, donde estaba.
Estaba en un lado, más allá de las sillas y daba al exterior de la nave procedente de la habitación exterior, en la cual había unos hombres. Abrió su mente a toda recepción. Instantáneamente una oleada llegó a él; tantos eran, que la combinada filtración que pasaba a través de las defectuosas pantallas mentadas, le aportaron una variedad de actitudes, amenazadoras unas, inquietas otras, pero todas ellas como si aquellos slans sin tentáculos estuviesen allí reunidos esperando algo.
Cortó la comunicación mental y se volvió hacia el cuadro de instrumentos que ocupaba toda la pared principal del cuarto de controles. El cuadro tenía cosa de un metro de ancho y dos de largo y contenía varios tubos metálicos relucientes y diversos mecanismos brillantes. Había más de una docena de palancas de control de diversos géneros, todas al alcance del hombre que estuviese sentado en el sillón de mando.
A cada lado del cuadro instrumental había las relucientes placas curvadas que habían llamado ya su atención. La superficie cóncava de cada sección principal relucía con una luz propia atenuada. Era imposible solucionar el sistema de controles de la nave en los pocos instantes de que disponía. Sin pensar en lo que hacía, se sentó de un salto en la silla de control y con un gesto deliberado accionó todos los conmutadores y palancas del cuadro.
Una puerta se cerró con un ruido metálico. Se produjo una súbita y maravillosa sensación de ligereza; un rápido movimiento de avance que casi aplastó su cuerpo y después un sordo rugido grave. Instantáneamente Jommy comprendió el objeto de las dos placas curvadas. En la de la derecha apareció la imagen del cielo que tenía delante. Jommy veía demasiado vertical para que la tierra fuese otra cosa que una imagen deformada en el fondo de la placa.
Fue la placa de la izquierda donde Jommy pudo gozar de la visión gloriosa de una ciudad de luces, a medida que iba quedando atrás de la nave, tan vasta, que impresionaba la imaginación. Lejano, a un lado, vio el nocturno esplendor del palacio.
Y entonces la ciudad se perdió en la distancia.
Cuidadosamente fue cerrando todas las llaves que había abierto comprobando el efecto de cada una de ellas. A los dos minutos el complicado cuadro instrumental estaba. resuelto y tenía el sencillo mecanismo bajo control. La utilidad de cuatro de los interruptores no era clara, pero no podía esperar. Adoptó una marcha horizontal porque no tenía intención de penetrar en los espacios sin aire. Esto exigía un profundo conocimiento de todos los botones y contactos del mecanismo y su primer propósito era establecer una nueva y más segura base de operaciones. Después con aquella nave dispuesta a llevarlo donde quisiera ir...
Su cerebro se encumbraba. Sentía una extraña sensación de poderío apoderarse de él. Quedaban todavía mil cosas por hacer, pero, por lo menos, estaba fuera de la jaula; tenía edad y fuerza suficiente. Tenían todavía que transcurrir años, largos años que le separaban de la madurez. Tenía que aprender a usar toda la ciencia de su padre. Ante todo tenía que estudiar cuidadosamente su plan primordial de encontrar a los verdaderos slans y hacer las primeras exploraciones.
Sus pensamientos cesaron súbitamente al recordar la presencia de Granny. Las ideas de la vieja no fueron más que un leve latir de su mente durante aquellos minutos. Sabía que estaba en la habitación contigua y en el fondo de su cerebro veía la imagen de lo que ella estaba viendo. Y en aquel preciso instante, la imagen se desvaneció, como si hubiese cerrado los ojos.
Jommy Cross sacó su arma y simultáneamente pegó un salto de costado. Del umbral salió un destello de fuego que abrasó el sitio donde había estado sentado, tocó el cuadro de instrumentos y se apagó. Una alta muchacha slan sin tentáculos estaba de pie frente a él apuntándole con su pistola, pero su cuerpo quedó inmóvil al ver el arma de Jommy apuntándola a ella. Así permanecieron durante un largo momento aterrador. Los ojos de la muchacha se convirtieron en dos pozos relucientes.
-¡Maldita víbora!
A pesar de su furor, quizá debido a él, la voz tenía una vibración sonora casi bella, y en el acto Jommy Cross se sintió vencido. Su aspecto y el sonido de su voz trajeron a su memoria el piadoso recuerdo de su madre y con una sensación de desamparo supo que jamás podría borrar la existencia de aquella maravillosa criatura, como no hubiera podido borrar la de su madre. Pese a la potente arma que le amenazaba como la de la muchacha lo amenazaba a él, supo que estaba completamente a su merced. Y la manera como ella había disparado por la espalda probaba la firme decisión que ardía detrás de aquellos ojos grises. ¡Muerte! El odio implacable de los slans sin tentáculos contra los verdaderos slans.
Pese a su desfallecimiento, Jommy la contemplaba con creciente fascinación. Alta, fuerte, de un cuerpo esbelto, permanecía inmóvil, tranquila, con un pie adelantado, un poco ladeante, como un corredor dispuesto a emprender una carrera. La mano derecha, que sostenía el arma era delgada, delicadamente moldeada, de un delicioso color tostado. La mano izquierda estaba oculta detrás de la espalda, como si al avanzar rápidamente balanceando los brazos, se hubiera detenido súbitamente a medio paso, con una mano delante y otra detrás.
Su traje consistía en una simple túnica anudada a la cintura y en su cabeza, orgullosamente erguida, ondulaba una cabellera castaño obscuro. Su rostro, bajo aquella diadema dorada, era el epítome de una belleza sensitiva, los labios no demasiado gruesos, la nariz delicadamente perfilada las mejillas tersas y suaves. Y, no obstante, era esta suavidad de las mejillas lo que daba a su rostro aquella fuerza, aquella potencialidad intelectual. Su tez parecía suave y clara, y los ojos grises tenían una luminosidad sombría.
No, no, no podía disparar; no podía borrar la existencia de aquella mujer exquisitamente bella. Y no obstante... no obstante tenía que demostrarle que podía hacerlo. Permanecía inmóvil estudiando la superficie de su mente, las ideas borrosas que brotaban de ella. Veía en su reserva la misma incompleta protección que había observado en los demás slans enemigos, debido, sin duda, a su incapacidad de leer los pensamientos ajenos y, por consiguiente, de calcular lo que una protección completa significaba.
De momento no podía permitirse seguir las ligeras vibraciones que emanaban de ella. Lo único que contaba ahora era que estaba de pie delante de aquella muchacha
terriblemente peligrosa, las armas de ambos levantadas, tensos los músculos y los dos cuerpos en la más atenta actitud de acecho. La muchacha fue la primera en hablar.
- Esto es una locura - dijo -. Tenemos que dejar las armas en el suelo, sentamos y hablar. Esto calmará nuestra intolerable tensión nerviosa, pero nuestra posición seguirá siendo materialmente la misma.
Jommy Cross quedó sorprendido. La proposición delataba una debilidad ante el peligro que no aparecía ni en su enérgico rostro ni en su cuerpo. El hecho de que la hubiese formulado reforzaba psicológicamente la posición de Jommy, pero sentía cierto recelo, tenía la convicción de que su oferta podía ocultar ciertos peligros.
- La ventaja será tuya - respondió él lentamente -. Tú eres una slan adulta, en pleno crecimiento, tus músculos están mejor coordinados. Puedes volver a coger el arma más rápidamente que yo.
- Es verdad - asintió ella considerando la justeza de la reflexión -. Pero por otra parte tú tienes la ventaja de poder leer por lo menos parte de mis pensamientos.
- Al contrario - dijo él mintiendo descaradamente -, cuando tu cortina mental estaba cerrada, la cobertura fue tan completa que no pude adivinar tu propósito antes de que fuese demasiado tarde.
Pronunciar aquellas palabras le hizo comprender cuan imperfectamente cerrado estaba en realidad su cerebro. Pese a que había mantenido su mente concentrada en el peligro y no en la corriente de sus triviales pensamientos, había captado lo suficiente para tener una breve y coherente historia de la muchacha.
Se llamaba Johanna Hillory. Era piloto de línea de la Línea de Marte, pero aquél tenía que ser su último viaje durante algunos meses, ya que se había casado recientemente con un ingeniero residente en Marte y esperaba un hijo; en vista de 10 cual fue asignada a cargos que requerían menos esfuerzos que la constante tensión nerviosa de la aceleración a la cual estaban sometidos los viajes por el espacio.
Jommy Cross empezó a tranquilizarse. Una recién casada esperando un chiquillo no tomaría probablemente decisiones desesperadas.
- Muy bien - dijo Jommy - dejemos, pues, nuestras armas al mismo tiempo y sentémonos.
Una vez las armas estuvieron en el suelo Jommy Cross contempló a la muchacha y le sorprendió ver en sus labios una leve sonrisa de ironía que fue aumentando
Desfallecido, Jommy vio que la muchacha lo amenazaba con una pequeña pistola que tenía en la mano izquierda. Sin duda, mantuvo aquella diminuta arma oculta en su, espalda durante aquellos momentos de tensión, esperando irónicamente el momento oportuno de hacer uso de ella. Su voz musical, de timbre de oro, prosiguió:
-¿Conque te has tragado toda esta historia de la pobre esposa separada. y el chiquillo, y el marido esperando ansioso? Una víbora ya crecida no hubiera sido tan crédula. Y en cambio ahora, la víbora joven morirá víctima de increíble estupidez.
X
Jommy Cross tenía la vista fija en la pistola sostenida con mano firme por la muchacha slan. En medio de la impresión sufrida, veía aquello que en el fondo le causaba aquella especie de desfallecimiento; era la forma como la nave avanzaba a velocidades vertiginosas. No había aceleración, era tan sólo aquel incansable avance de millas tras millas de vuelo, sin la menor indicación de si estaban todavía en la atmósfera de la Tierra o en el espacio libre.
Desfallecía. Su mente no sentía el menor terror, pero carecía también de todo plan. Toda idea de acción quedó completamente desplazada de su cerebro al darse cuenta de que estaba totalmente dominado. La muchacha había echado mano de sus propios defectos para derrotarlo.
Debía saber que su cortina mental era defectuosa y con una astucia casi animal, dejó transparentar su patética historia para hacerle creer que jamás, ¡oh, jamás!, tendría el valor de sostener una lucha a muerte. Ahora Jommy veía fácilmente que su valor era a prueba de acero y que no podía esperar competir con ella hasta dentro de muchos años.
Obedeciendo su orden, Jommy se apartó hacia un lado y la vio recoger del suelo las dos armas, primero la suya, después la de él. Pero ni durante un solo instante su mirada se apartó de Jommy, ni su mano tenía el menor temblor mientras seguía apuntándolo.
Dejó a un lado la pequeña arma que le había servido para engañarlo y volvió a recoger la primera y, abriendo un cajón que había bajo el cuadro de instrumentos metió la pistola de Jommy en él sin dirigirle siquiera una mirada. La actitud vigilante que conservaba no dejaba a Jommy la menor esperanza de poderla dominar. El hecho dé que no lo hubiese matado inmediatamente podía ser atribuido a que quería hablar con él. Pero no podía dejar esta posibilidad al azar.
-¿Te importa que te haga algunas preguntas antes de matarme? - dijo con voz hosca.
- Las preguntas las haré yo - respondió ella fríamente -. No puede tener ninguna finalidad el satisfacer tu curiosidad. ¿Qué edad tienes?
- Quince años.
- Entonces te encuentras en un estado de desarrollo mental y emotivo en el cual apreciarás incluso algunos minutos de retraso de la muerte - asintió ella -; y como un ser humano adulto, te complacerá, sin duda, saber que mientras contestes mis preguntas no apretaré el gatillo de esta pistola de energía eléctrica, si bien el resultado final será la muerte.
Jommy Cross no perdió el tiempo en reflexionar sobre estas palabras.
-¿Cómo sabrás que te digo la verdad? - respondió.
- La verdad aparece implícita en las mentiras más sagaces - dijo ella con una sonrisa confiada -. Nosotros, los slans sin tentáculos, careciendo de la facultad de leer los pensamientos, nos hemos visto obligados a desarrollar la psicología hasta sus limites más extremos. Pero dejemos esto. ¿Te han mandado a robar esta nave?
- No.
-¿Entonces, quién eres?
Jommy le hizo un breve relato de su vida y mientras ésta se iba desarrollando, veía que los ojos de la muchacha se entornaban y que la sorpresa fruncía con suavidad su frente.
-¿Tratas acaso de decirme - interrumpió secamente -, que eres el muchacho que vino al Centro del Aire hace seis años?
- Me impresionó mucho hallar una gente tan asesina, capaz incluso de dar muerte a un chiquillo en el acto - asintió él.
-¡Con que por fin ha llegado el momento! - exclamó ella echando llamas por los ojos -. Durante seis largos años hemos estado estudiando y analizando si teníamos derecho a dejarte escapar.
-¿De...jar...me, es...ca...par?... - balbució Jommy.
La muchacha no le hizo caso y prosiguió como si no le hubiese oído:
- Y desde entonces hemos estado esperando a nueva acción de las víboras. Estábamos casi seguros de que no nos delataríais porque no podíais desear que nuestra gran invención, las naves del espacio, cayesen en poder de los humanos. La principal cuestión que nos preocupaba era: ¿qué había detrás de aquella primera maniobra de exploración? Ahora, en tu intento de robar una nave-cohete tengo la respuesta.
Sumido en el silencio Jommy Cross escuchaba aquel erróneo análisis. El desaliento crecía en él. Un desaliento que no tenía nada que ver con el peligro que corría. Era la increíble locura de aquella guerra slan contra slan, cuya mortalidad rebasaba casi la imaginación. Con su voz vibrante teñida ahora por el triunfo, Johanna prosiguió:
- Es agradable saber seguro la verdad de lo que durante tanto tiempo sospechábamos y la prueba es casi increíble. Hemos explorado la Luna, Marte y Venus. Hemos llegado incluso hasta las lunas de Júpiter, y jamás hemos encontrado un astronave desconocida, y ni el menor rastro de una víbora. La conclusión es contundente. Por alguna razón, quizá porque sus reveladores tentáculos los obligan a estar siempre en movimiento, no han creado nunca las pantallas de antigravedad que hacen la nave-cohete posible. Cualquiera que sea la razón, la pura lógica tiende a demostrar inexorablemente que carecen de naves del espacio.
- Tú y tu lógica empezáis a fastidiarme - dijo Jommy Cross - Parece increíble que un slan pueda andar tan equivocado. Supongamos, supongamos sólo por un instante que lo que te cuento es verdad.
- Desde el principio - soltó ella con un esbozo de sonrisa en los labios -, había sólo dos posibilidades. La primera te la he expuesto ya. La otra, la de que no has tenido nunca contacto con los slans, nos ha preocupado durante muchos años. Comprendes, si habías sido mandado por los slans, sabían ya que controlábamos las vías aéreas. Pero sí eras independiente, poseías un secreto que tarde o temprano, cuando te pusieses en contacto con los slans podría ser peligroso para nosotros En una palabra, si tu versión es cierta, tenemos que matarte para evitar que en el futuro puedas informarlos de nuestros conocimientos y porque nuestra política es no correr riesgos con las víboras. En todo, tu muerte es segura.
Sus palabras eran duras, su tono helado. Pero mucho más amenazador que su tono o sus palabras, era el hecho de que para aquella mujer, ni la verdad ni la mentira, ni la justicia o la injusticia, tenían importancia. El mundo de Jommy se tambaleaba ante la idea de que si esta inmoralidad era la justicia slan, éstos no podían ofrecer al mundo nada que pudiese siquiera compararse con la simpatía, la bondad y la gentileza espiritual que tan frecuentemente había visto en los cerebros de los más bajos seres humanos. Si todos los slans adultos eran como ella, no había esperanza ya.
Su mente andaba errante por el espantoso abismo que separaba los slans, los seres humanos y los slans sin tentáculos y una idea más terrible y sombría aún se apoderó de él. ¿Era acaso posible que todos los grandes sueños y las grandes obras de su padre pudiesen perderse en aquel solitario desierto de la nada, destruidos y arruinados por estos dementes fratricidas? Los papeles de la ciencia secreta de su padre que hacía tan poco tiempo había retirado de las catacumbas estaban en el bolsillo, y aquella implacable criatura usaría y abusaría de ellos si no cejaba en su propósito de darle muerte. A pesar de toda lógica, a pesar de la certidumbre de que no podía esperar coger a un slan adulto desprevenido, tenía que conservar la vida a fin de evitar que esto sucediese.
Su mirada se fijó en el rostro de la muchacha viendo los surcos de preocupación de su frente, una preocupación que en nada aminoraba su vigilancia. Los surcos de la frente se suavizaron mientras decía:
- He estado examinando tu caso. Tengo, desde luego, autoridad para matarte sin consultar al consejo, pero se presenta el problema de si la situación que expones merece su atención o no, o si seria suficiente redactar un breve informe. No es una cuestión de piedad, de manera que no conserves esperanzas.
Pero él las conservaba. Para hacerlo comparecer ante el consejo se necesitaría tiempo y el tiempo para él era la vida. Pese a que se daba cuenta de que tenía que hablar con calma, puso cierto fuego al decir:
- Tengo que confesar que mi razón se siente paralizada por esta guerra entre slans con y sin tentáculos. ¿Es que tu gente no se da cuenta de hasta qué grado mejoraría la posición de todos los slans si quisierais cooperar con las «culebras», como vosotros nos llamáis? ¡Culebras! Esta sola palabra es la prueba de vuestra bancarrota intelectual; delata una campaña de propaganda llena de slogans y frases sin valor.
Pese a la llamarada que apareció en los ojos grises de la muchacha, sus palabras fueron despectivas.
- Una pequeña historia puede ilustrarte sobre el asunto de la colaboración slan. Los slans sin tentáculos llevan cerca de cuatrocientos años de existencia. Como los verdaderos slans, son una raza distinta, nacida sin tentáculos, que es lo único que los diferencia de las culebras. Por motivos de seguridad formaron comunidades en remotos distritos donde el peligro de ser descubiertos quedaba reducido a un mínimo, dispuestos a tener amistad con los verdaderos slans contra el enemigo común, el ser humano. ¡Cuál no sería, pues, su horror al verse atacados y asesinados, su cuidadosamente edificada civilización arrasada por las armas y el fuego, por los verdaderos slans! Hicieron desesperados esfuerzos por reanudar la amistad, por establecer contacto, pero todo inútil. Finalmente, comprendieron que sólo podían encontrar una cierta seguridad en las peligrosas ciudades regidas por los humanos. Allí los verdaderos slans, delatados por sus tentáculos, no osaban aventurarse.
El tono de mofa había desaparecido de su voz. Sólo quedaba en ella la amargura.
-¡Culebras! ¿Qué otras palabras pueden adaptarse a vosotros? No os odiamos, pero tenemos una sensación de engaño y de maldad. Nuestra política de destrucción es una mera defensa, pero se ha convertido en una implacable y feroz actitud.
- Pero seguramente vuestros jefes podrían tratar este asunto con ellos.
-¿Tratar este asunto con quién? Durante los últimos trescientos años no hemos podido localizar un solo lugar donde se esconda un verdadero slan. Hemos capturado alguno que nos atacaba, hemos matado algunos en plena lucha. Pero no hemos descubierto jamás nada acerca de ellos. Existen, pero acerca de dónde, cómo y cuáles son sus propósitos, no tenemos la menor idea. No hay un misterio mayor en la faz de la Tierra.
- Si esto es verdad - la interrumpió Jommy Cross con pasión -, por favor, levanta por un momento tu cortina mental para que pueda ver si tus palabras son sinceras. También yo he considerado esta lucha demente desde que descubrí que existían dos clases de slans y que estaban en guerra. Si puedo llegar a la absoluta convicción de que esta locura es unilateral podría...
La voz de la muchacha, seca como un bofetón, cortó su razonamiento.
-¿Qué quieres hacer? ¿Ayudarnos? ¿Tienes acaso la pretensión de que podamos jamás creerte y dejarte marchar libremente? Cuanto más hablas, mas peligroso me pareces. Siempre hemos obrado bajo la suposición de que una culebra, a causa de su facultad de leer los pensamientos, es superior a nosotros y, por lo tanto no debe dársele tiempo de escapar. Tu juventud te ha dado diez minutos de vida, pero ahora que conozco tu historia no veo ya la utilidad de conservártela... Por otra parte, tu caso no me parece digno de ser llevado ante el consejo. Otra pregunta... y morirás.
Jommy Cross dirigió una mirada de odio a la mujer. No había ya el menor sentimiento amistoso en él, ni la menor relación entre el recuerdo de su madre y ella. Si decía la verdad, eran los slans sin tentáculos los que debían inspirarle simpatía, no los misteriosos y evasivos slans que obraban con tan incomprensible crueldad. Pero simpatizando o no, cada una de sus palabras le demostraba claramente cuán peligroso sería dejar que aquella poderosa arma que el mundo tenía que conocer, cayese en manos
de aquella raza de odios infernales. Tenia que destruir aquella mujer. ¡Tenía que hacerlo! Rápidamente, dijo:
- Antes de hacerme la última pregunta, considera seriamente la oportunidad sin precedentes que se presenta ante ti. ¿Es posible que dejes que el odio deforme tu razón? Según tú misma has dicho, por primera vez en la historia de los slans sin tentáculos, te has encontrado con un verdadero slan que está convencido de que los dos tipos de slans podrían cooperar en lugar de aniquilarse.
-¡No seas idiota! - respondió ella -. Todos los slans que hemos capturado estaban dispuestos a prometer lo mismo.
Las palabras resonaban como golpes y Jommy se sentía alcanzado por ellos, derrotado, sus argumentos hechos añicos. En sus profundos sentimientos se había imaginado siempre los slans adultos como nobles criaturas, dignas, despreciativas de perseguidores, conscientes de su maravillosa superioridad. Pero..., ¿dispuestos a hacer promesas? Trató desesperadamente de restablecer su posición:
- Todo esto no cambia la situación. Puedes comprobar prácticamente lo que te he dicho. El hecho de que mi padre y mi madre fueron muertos. El hecho de haber tenido que huir del antro de la vieja ésta a quien has golpeado y que está en la habitación contigua, después de haber vivido con ella desde chiquillo. Todo te probará que soy quien digo ser; un verdadero slan que no ha tenido jamás relación con la organización secreta. Puedes despreciar tan a la ligera la oportunidad que se te ofrece? Ante todo, tú y tu pueblo debéis ayudarme a encontrar los slans, después actuaré como oficial de enlace y estableceré contacto en representación vuestra por primera vez en la historia. Dime una cosa, ¿has sabido jamas por qué los verdaderos slans odian a tu pueblo?
- No - dijo ella con perplejidad -. Algunos slans que hemos capturado han hecho la ridícula declaración de que no toleran ningún cambio en su raza. Dicen que sólo el perfecto resultado de la máquina de Samuel Lann debe sobrevivir.
-¿Samuel... Lann;.. máquina? - El hilo de sus ideas parecía casi desgarrar físicamente el cerebro de Jommy Cross -. ¿Quieres decir... crees que es verdad que los verdaderos slans fueron creados por una máquina?
Vio que la muchacha lo estaba mirando, frunciendo el ceño, intensamente.
- Empiezo casi a creer en tu historia - dijo lentamente -. Creía que todos los slans sabían que Samuel Lann había utilizado una máquina para operar la transformación en su mujer. Más tarde, durante el período sin nombre que siguió a la guerra de los slans, el uso de la máquina produjo una nueva especie: los slans sin tentáculos. ¿No sabían tus padres nada acerca de esto?
- Esta tenía que ser un misión - dijo Jommy Cross tristemente -, Hacer las exploraciones, establecer contacto, mientras mi padre y mi madre preparaban el...
Se detuvo, enojado consigo mismo. No era aquel el momento de reconocer que su padre había consagrado su vida a la ciencia y no hubiera querido perder un solo día en una investigación que sabía larga y difícil. La primera mención de la ciencia podía llevar a
aquella mujer astuta e inteligente a examinar el arma, que sin duda creería una mera variación de la suya propia. Prosiguió:
- Si estas máquinas existen todavía, la acusación de que los slans hacen monstruos con los chiquillos humanos son verdad...
- He visto algunos de estos monstruos - asintió Johanna Hillory -. Fracasos, desde luego, fracasos todos ellos.
Jommy Cross se sentía terriblemente impresionado. Todo lo que durante tanto tiempo había creído, creído apasionadamente y con orgullo, se derrumbaba como un castillo de naipes. Las horrendas mentiras no eran tales mentiras. Los seres humanos estaban sosteniendo una maquiavélica lucha, casi inconcebible por su inhumanidad. Se dio cuenta de que Johanna Hillory seguía diciendo:
- Tengo que confesar, a pesar de mi convicción de que el consejo ordenará tu muerte, que los puntos que has suscitado constituyen una situación peculiar. He decidido hacerte comparecer ante ellos.
Jommy necesitó mucho tiempo para compenetrarse con el sentido de las palabras, que produjeron un gran alivio a sus nervios. Era como un peso insoportable que se elevase, se elevase... Finalmente tenía lo que tan desesperadamente deseaba: tiempo, tiempo... Que le diesen tiempo, y el azar podía prepararle un escape... Se fijó en la muchacha que se acercaba cautelosamente al cuadro de instrumentos. Produjo un leve ruido apretando un botón. Sus palabras llegaron a las alturas donde se habían remontado sus esperanzas y en el acto rodaron por el suelo.
-¡A todos los miembros del Consejo!... ¡Urgente!... Conectar con 7431 para juzgar inmediatamente un caso slan especial...
¡Juzgar inmediatamente! Se reprochó haber tenido esperanzas. Hubiera debido pensar que no tendrían necesidad de hacerlo comparecer físicamente ante el Consejo, cuando su ciencia de la radio suprimía todos los peligros de tal demora. A menos que los miembros del Consejo tuvieran una lógica diferente de la de Johanna Hillory, estaba perdido.
El silencio de espera que siguió fue más aparente que real. Se oía el continuo y palpitante zumbido de los cohetes, el débil silbido del aire contra la cubierta exterior, lo cual quería decir que la nave seguía navegando por la espesa atmósfera de la Tierra. Y había además el insistente chorro de pensamientos de Granny, combinándose todo para turbar el silencio.
- La impresión se hizo añicos. ¡Granny! ¡Granny activa, consciente, pensando! Johanna Hillory, al encontrarse al principio con la resistencia de Jommy y deteniéndose para interrogarlo antes de darle muerte, había dado tiempo a Granny de reaccionar del golpe que Johanna le había asestado en la cabeza para hacerle perder temporalmente el conocimiento y poder acercarse silenciosamente a él por detrás. Un golpe mortal hubiera producido una caída que hubiera resonado de una manera diferente a sus sensibles oídos. El desvanecimiento había sido de corta duración. La vieja granuja estaba despierta. Jommy abrió cuanto pudo su facultad de captación de ideas.
- Jommy, nos va a matar a los dos, pero Granny tiene un plan. Haz una señal para decirme que me has oído. Golpea el suelo con el pie. Jommy, Granny tiene un plan para impedir que nos mate.
Una y otra vez llegaba a su mente el insistente mensaje, nunca el mismo, siempre acompañado de extraños pensamientos e incontrolables digresiones. Ningún cerebro humano, tan mal educado como el de Granny, podía emitir una honda coherente de sus ideas. Pero el tema esencial era éste. Granny vivía. Granny se daba cuenta del peligro. Y Granny estaba dispuesta a cooperar hasta un extremo desesperado para evitar el peligro.
Jommy comenzó a golpear distraídamente el suelo con el pie, más fuerte, más fuerte, un poco más levemente...
«Granny oye»... captó. Se detuvo de golpear. Sus excitados pensamientos prosiguieron: «Granny tiene dos planes. El primero es hacer un fuerte ruido. Esto asustará a la mujer y podrás saltar sobre ella y Granny vendrá a ayudarte. El segundo plan es levantarse del suelo, meterse en la habitación donde estás, y abalanzarse sobre ella en el momento en que pase cerca de la puerta. Quedará sorprendida y en el acto puedes saltar y sujetarla.
-.Granny va a pensar: «Uno», «dos». Golpea con el pie después del plan que te parece mejor. Reflexiona sobre ellos un momento.»
No tenía necesidad alguna de reflexionar. El plan número uno fue inmediatamente rechazado. No había ruido por fuerte que fuese capaz de alterar los nervios de una slan. Una agresión física, algo concreto, era la única esperanza.
«Uno», dijo Granny mentalmente. Jommy esperó, cantando con ironía el ansia de la vieja de ver aceptado su primer plan, disminuyendo así el peligro que correría ella con el plan número dos, su precioso pellejo. Pero era una vieja astuta y en el fondo sabia que el plan número uno era poco eficaz. Finalmente, su cerebro pensó, a desgana:
«Dos».
Jommy golpeó el suelo con el pie. Simultáneamente se dio cuenta de que Johanna Hillory estaba hablando por radio, transmitiendo el relato de su vida y su ofrecimiento de cooperación; y al terminar emitió su opinión de que debía ser ejecutado.
Jommy pensó que unos minutos antes hubiera estado allí sentado escuchando con ansia las respuestas que iban llegando por el invisible altavoz. Eran voces profundas de hombres; otras más ricas y vibrantes de mujer. Pero ahora apenas seguía el hilo de sus discusiones. Una de las mujeres quería saber su nombre. Jommy veía que no todos estaban de acuerdo. Estuvo algún rato antes de darse cuenta de que se dirigían a él.
-¿Tu nombre? - dijo la radio.
Johanna Hillory se alejó de la radio acercándose a la puerta.
¿Eres sordo? - le gritó -. ¡Quiere saber tu nombre!
-¿El nombre? - repitió Jommy Cross con cierta sorpresa grabada en la mente. Pero nada podía distraerle en aquel momento supremo. Mientras golpeaba con el pie, toda idea desapareció de su cerebro. Sólo se daba cuenta de que Granny estaba de pie al lado de la puerta y captó las vibraciones que manaban de ella. La tensión de su cuerpo, la preparación para obrar y después, el terror. Esperó anhelante que llegase el momento, la parálisis amenazando su agotado cuerpo.
Todas las granujadas que había cometido durante su accidentada carrera acudieron en su ayuda. Entró en la habitación. Con los ojos brillantes, enseñando los dientes, se lanzó sobre la espalda de Johanna Hillory. Sus delgados brazos rodearon los hombros de la muchacha. Las llamas que brotaron del arma que Johanna tenía en los dedos alcanzaron inútilmente el suelo. Después, como un animal, se volvió con una fuerza irresistible. Durante un momento desesperado Granny salió agarrándola por los hombros. Era el momento justo necesario. Jommy Cross pegó un salto.
También en aquel instante Granny lanzó un agudo grito. Sus garras soltaron su presa y el desgarbado cuerpo quedó alargado en el suelo.
Jommy Cross no perdió tiempo en querer igualar una fuerza que sabía superior a la suya. En el momento en que Johanna Hillory se volvió como una tigresa hacia él, le asestó un rápido y fuerte golpe en la nuca. Era un golpe peligroso, y requería una perfecta coordinación de músculos y nervios. Hubiera podido perfectamente romperle el cuello, pero su destreza se limitó a dejarla sin sentidos. La sostuvo al desplomarse y mientras la tendía en el suelo su cerebro trató de captar el de la muchacha, franqueaba la destrozada cortina mental, buscando febrilmente. Pero el latir de su inconsciente cerebro era demasiado lento, el caleidoscopio de sus imágenes demasiado borroso.
Empezó a sacudirla suavemente, observando el rápido torbellino de sus ideas, mientras los movimientos físicos de su cuerpo aportaban leves cambios químicos que, a su vez, cambiaban la orientación de las ideas. Pero no habla tiempo para pensar en detalles y mientras las imágenes iban haciéndose más amenazadoras, se apartó rápido de ella y se acercó a la radio. Con la voz tan pausada como pudo, dijo:
- Sigo deseando discutir condiciones amistosas. Puedo ser de gran ayuda para los slans sin tentáculos -. No hubo respuesta. Repitió sus palabras con mayor insistencia, y añadió -: Tengo sumo interés en llegar a un acuerdo con una organización tan poderosa como la vuestra. Estoy dispuesto incluso a devolver la nave si me enseñáis lógicamente la forma de escapar sin caer en una trampa.
¡Silencio! Cerró la radio y se volvió hacia Granny que estaba medio sentada, medio echada en el suelo.
- No hay salida - dijo -. Todo esto, la nave, la muchacha slan, forman parte de una trampa en la cual nada se ha dejado al azar. Hay siete cruceros de cien mil toneladas fuertemente armados que nos están dando caza en estos momentos. Sus instrumentos de captación reaccionan sobre nuestras placas de antigravedad, de manera que ni la obscuridad es una protección. Estamos listos.
Las horas de la noche fueron pasando y con cada una de ellas la situación iba pareciendo más desesperada. De los cuatro entes animados que gravitaban por aquel
cielo de un negro azulado sólo Granny estaba echada sobre una silla neumática sumida en un profundo sueño. Los dos slans y aquella incansable y vibrante nave, velaban.
¡Fantástica noche! Por una parte, la idea de que una fuerza destructora podía alcanzarlos a cada instante; por otra,... Como fascinado, Jommy Cross fijó la vista en la placa de visión y vio la veloz imagen que pasaba ante sus ojos. Era un mundo de luces que se extendía hasta el infinito, donde alcanzaba la vista, luces y más luces. Manchas obscuras, lagos, charcas, lagunas de luz..., comunidades agrícolas, pueblos y ciudades, y de cuando en cuando colosales metrópolis. Finalmente sus ojos se apartaron de las placas de visión y se volvió hacia donde estaba Joann Hillory, manos y pies atados. Sus ojos grises lo miraron interrogadores. Antes de que él pudiese decir nada, la muchacha dijo:
- Y bien, ¿has decidido ya?
-¿Decidido qué?
- Cuándo me vas a matar, desde luego.
Jommy Cross movió negativamente la cabeza, despacio.
- Lo que más me sorprende de tus palabras - dijo pausadamente - es esta actitud mental que considera que uno debe recibir o dar la muerte. No voy a matarte. Voy a soltarte.
- No hay nada sorprendente en mi actitud - respondió ella después de un breve silencio -. Durante cien años los verdaderos slans han matado a los nuestros a primera vista; durante cien años hemos tomado represalias. ¿Qué podía ser más natural?
Jommy Cross se encogió de hombros, impaciente. Había en él demasiada incertidumbre acerca ¿e los verdaderos slans para permitirse discutirlos ahora, cuando su única idea fija era escapar.
- Mi interés no reside en esta fútil y miserable guerra tridua entre slans y seres humanos. Lo importante son las siete naves de guerra que nos persiguen en estos momentos.
- Es sensible que lo hayas descubierto - respondió ella -. Ahora pasarás el tiempo en inútiles preocupaciones, formando planes. Hubiera sido mucho menos cruel para ti haberte considerado a salvo, y después, en el mismo momento en que descubrieses que no lo estabas, morir.
-¡No he muerto todavía! - exclamó Jommy Cross con viva impaciencia -. No me cabe la menor duda de que es mucha presunción por parte de un muchacho esperar, como estoy empezando a hacerlo, que debe haber una manera de salir de esta trampa. Tengo el mayor respeto por la inteligencia de los slans adultos, pero no olvido que tu pueblo ha sufrido ya varias derrotas. ¿Por qué, por ejemplo, si mi destrucción es cierta, esperan estas naves? ¿Qué esperan?
Johanna Hillory sonreía, con su bello y enérgico rostro sereno.
-¿No esperarás que conteste tu pregunta, verdad?
- Sí - respondió Jommy sonriendo, pero con cierta indiferencia -. Comprende - añadió -, durante estas últimas horas he envejecido un poco. Hasta la noche pasada era muy inocente, idealista. Por ejemplo, durante aquellos primeros minutos que estuvimos apuntándonos mutuamente, hubieras podido matarme sin resistencia por mi parte. Para mi, eras un miembro de la raza slan y todos los slans deben estar unidos. No hubiera podido apretar el gatillo para salvar mi alma. Te has demorado, desde luego, porque querías interrogarme, pero entonces tenias la oportunidad. La situación ha cambiado.
Los perfectos labios de la muchacha adquirieron una expresión pensativa.
- Creo empezar a ver a lo que vas.
- En realidad es muy sencillo - asintió Jommy sonriendo -. O contestas mis preguntas o te golpeo la cabeza y obtendré lo que quiera de tu cerebro inconsciente.
-¿Cómo sabrás que te digo la ver...? - comenzó ella. Pero se calló, abriendo sus ojos grises atemorizada al ver la mirada de Jommy -. ¿Esperas que...?
- ¡Sí! - exclamó él fijando la vista en sus ojos hostiles y relucientes -. Bajarás tu pantalla mental protectora. Desde luego, no espero tener un pleno acceso a tu mente. No tengo inconveniente en que controles tus pensamientos formando un círculo alrededor del tema. Pero tu pantalla debe bajar... ¡ahora!
La muchacha permanecía sentada, silenciosa, con un brillo de repugnancia en sus ojos grises. La mirada de Jommy era curiosa.
- Es sorprendente - dijo -. ¡Qué extraños complejos se desarrollan en las mentes que no tienen contacto directo con otras! ¿Es posible que vuestra raza haya construido en vuestro mundo interior otros mundos sagrados y secretos, y que después, como cualquier ser humano sensitivo, os avergoncéis de dejar ver estos mundos a los forasteros? Hay en ello material suficiente para un estudio psicológico que podría revelar la causa básica de esta guerra interslan. Sin embargo, dejemos eso. Recuerda - terminó - que he visitado ya tu mente. Recuerda también que de acuerdo con tu propia lógica, dentro de pocas horas seré abrasado para siempre por las llamas de los proyectores eléctricos.
- Desde luego - dijo ella apresuradamente esto es verdad. ¿Tienes que morir, verdad? Bien, contestaré tus preguntas.
La mente de Johanna Hillory era como un libro grueso que no podía medirse, con infinito número de páginas que analizar, y una estructura increíblemente rica e increíblemente compleja, embellecida por billones de impresiones acumuladas durante los años, por un intelecto de una aguda observación. Jommy Cross captó rápidos y tentadores destellos de sus últimas sensaciones. Veía, en una palabra, la imagen de un planeta indeciblemente desolado, de bajas montañas, arenoso, helado, todo helado... ¡Marte! Había imágenes de una bella ciudad encerrada entre cristales, de grandes máquinas funcionando bajo cegadoras baterías de luces. En algún sitio nevaba con una furia inusitada y en breve fue visible una nave del espacio que relucía como una joya bajo el sol, a través del grueso cristal de una ventana.
La confusión de imágenes fue aclarándose cuando la muchacha empezó a hablar. Hablaba lentamente, y él no hizo ningún intento de darle prisa, pese a su convicción de que cada segundo contaba y de que de un minuto a otro la muerte podía caer sobre aquella indefensa nave. Sus palabras y los pensamientos que las corroboraban eran como otras tantas piedras preciosas maravillosamente talladas, fascinadoras.
Los slans sin tentáculos habían sabido desde que empezó a trepar por la pared que se acercaba un intruso. Interesados principalmente por cuál sería su objeto no lo mataron cuando hubieran podido hacerlo sin dificultad. Habían dejado abiertos varios accesos a la nave y él utilizó uno de ellos, pese - y éste era un factor para él desconocido - a que los timbres de alarma no habían funcionado.
La razón por la cual las naves perseguidoras vacilaban en destruirlo era que se resistían a utilizar los proyectores eléctricos sobre un continente tan densamente habitado. Si subía a una altura suficiente para que cayese al mar, si se decidía a girar en torno al continente, su combustible se acabaría en el plazo de unas doce horas y al venir el alba podrían utilizar los proyectores eléctricos con un rápido y mortal efecto.
- Supongamos que aterrizase en la parte baja de una ciudad - dijo Jommy Cross -; podría quizá escapar por entre tantas casas, edificios y gente.
Si la velocidad de esta nave baja a doscientas millas por hora, quedará destruida, sin tener en cuenta el riesgo que comporta y que esperan todavía salvarme la vida capturando la nave intacta. Ya ves que soy franca contigo.
Jommy parecía silencioso. Estaba convencido, aterrado, de la realidad del peligro. No había la menor inteligencia en aquel plan. Era una mera cuestión de confianza en un gran número de cañones.
- Todo esto - dijo al final extrañado -, por un pobre slan, una nave. ¡Cuán intenso tiene que ser el temor que impulsa a un tan gran esfuerzo, a tal gasto, por tan poca compensación!
- Tenemos que juzgar a la víbora según nuestras propias leyes - respondió ella fríamente con el resplandor del fuego en sus ojos grises. Su mente estaba concentrada en el esencial significado de sus palabras -. Los tribunales humanos no ponen en libertad a los culpables porque cuesta más el proceso que el importe de lo robado. Aparte de esto, lo que has robado es de tal precio que sería el mayor desastre de nuestra historia que te escapases.
- Das por supuesto con excesiva facilidad que los verdaderos slans no están en posesión del secreto de la antigravedad - respondió Jommy muy impaciente -. Mi propósito es analizar durante los próximos años los verdaderos slans en su lugar de residencia y puedo asegurarte ya que, prácticamente, nada de todo lo que me has dicho será utilizado como prueba. La misma circunstancia de que vivan tan ocultos es una indicación de sus inmensos recursos.
- Nuestra lógica es muy sencilla - intervino Johanna -. No los hemos visto en naves-cohete, por consiguiente es que no las tienen. Ayer mismo, durante aquel ridículo raid sobre el palacio, su nave, aunque muy bella, era propulsada por varios motores a chorro,
tipo de motor que desechamos hace ya más de cien años. La lógica, como la ciencia, es la deducción sobre la base de la observación, de manera...
Jommy Cross frunció el ceño contrariado. Cuanto hacía referencia a los slans, era malo. Eran estúpidos y asesinos, habían desencadenado una guerra estúpida, inútil y fratricida, contra los otros slans. Rondaban por el país utilizando sus diabólicas máquinas de transformación sobre las madres humanas, y las monstruosidades que de ello resultaban eran destruidas por las autoridades médicas. ¡Alocado propósito de destrucción! ¡No tenía sentido, sencillamente!
No se amoldaba al noble carácter de sus padres. No se amoldaba con el genio de su padre ni con el hecho de que él mismo había vivido seis años bajo la influencia de la baja mentalidad de Granny y permanecía inalterado, impoluto. Y finalmente no se amoldaba al hecho de que él, slan todavía muy joven, había caído en una trampa que ni tan sólo sospechaba y sólo porque uno de los mecanismos de la red interior de la nave, no había funcionado, permitiéndose así escapar a la venganza.
¡Su pistola automática! Un factor evidente era que ni tan sólo la sospechaban. Sería inútil, desde luego, contra las naves de guerra que navegarían detrás de ellos en la oscuridad. Necesitaría un año o quizá más para construir un proyector con un rayo suficientemente potente para reducir aquellas naves a pavesas. Pero una cosa podía hacer. Lo que podía tocar, su fuego destructor lo desintegraría en átomos componentes. Y ¡pardiez, con tiempo y un poco de suerte ya tenía la respuesta!
El destello de un reflector apareció en la placa visual. Al mismo tiempo la nave sufrió una fuerte sacudida, como un Juguete que acaba de recibir un formidable golpe. Los metales crujieron, las paredes temblaron, las luces parpadearon y entonces, mientras los ruidos de la violencia se iban desvaneciendo convirtiéndose en amenazadores susurros, pegó un salto de las profundidades de la silla donde había estado sentado y agarró el activador del cohete.
La máquina inicio en el acto una alocada aceleración. Contra la presión de la furiosa zambullida, avanzó y puso en acción la radio. La batalla había empezado y si no conseguía persuadirlos de desistir, no se presentaría jamás ante él la oportunidad de poner su único plan en acción. La rica y vibrante voz de Johanna Hillory repitió como un eco el pensamiento que latía en su cerebro.
-¿Qué vas a hacer? ¿Decirles que renuncien a sus planes? ¡No sean tonto! Si finalmente deciden sacrificarme, no vas a creer que tu bienestar les importe en lo más mínimo, ¿no te parece?
XI
Fuera de la nave, el cielo nocturno era negro. Algunas estrellas centelleaban fríamente en la noche sin luna. No había el menor rastro de nave enemiga, ni un movimiento ni una sombra que se destacase contra la intensidad de aquel techo profundo, túrgido, negro. Dentro de la nave, el silencio fue roto por un grito ronco procedente de la
habitación contigua, seguido de un rencoroso chorro de vituperios. Granny estaba despierta.
-¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido?
Hubo un breve silencio e inmediatamente después el súbito final del rencor y el alocado comienzo del miedo. Instantáneamente sus aterrados pensamientos brotaron como un frenético chorro. Obscenas maldiciones, fruto del terror, saturaron el aire. Granny no quería morir. Que matasen a todos los slans, pero no a Granny. Granny tenía dinero...
Estaba borracha. El sueño había hecho que la bebida se apoderase nuevamente de ella. Jommy Cross cerró su mente a sus pensamientos y en el acto llamó por radio.
-¡Al comandante de las naves de guerra! ¡Al comandante de las naves de guerra! Johanna Hillory vive. Estoy dispuesto a liberarla al amanecer con la única condición de que se me permita volver nuevamente al aíre.
Hubo un silencio y la voz pausada de una mujer penetró en la habitación.
- Johanna, ¿Estás ahí?
- Sí, Manan.
- Muy bien - prosiguió la pausada voz de la desconocida -, aceptamos bajo las siguientes condiciones: Nos informarás con una hora de anticipación del lugar donde aterrizarás. El punto de aterrizaje debe estar situado por lo menos a treinta millas, es decir, a cinco minutos de la gran ciudad más próxima que permitan la aceleración y desaceleración. Supongamos, desde luego, que crees poder escapar. Muy bien. Tendrás dos horas más de oportunidad. Tendremos a Johanna Hillory. ¡Buen cambio!
- Acepto - dijo Jommy Cross.
-¡Espera! - gritó Johanna. Pero Jommy Cross fue demasiado rápido para ella. Una fracción de segundo antes de que el grito hubiese salido de sus labios sus dedos habían cortado la radio. Se volvió hacia ella.
- No hubieras debido levantar tu cortina mental. Era toda la advertencia que necesitaba. Pero, desde luego, te hubiera ganado de las dos maneras. Si no hubieses levantado la cortina mental hubiera captado también el pensamiento de tu cerebro.
¿Qué súbita pasión alocada es ésta - preguntó mirándola con suspicacia - que te induce a sacrificarte sólo para negarme dos horas más de vida?
La muchacha permaneció silenciosa. Sus grandes ojos grises tenían una expresión más pensativa que nunca. En tono de gentil mofa, Jommy Cross le dijo:
-¿No podría ser el hecho de que me concedas la posibilidad de escapar?
- Me estaba preguntando - dijo ella - por qué los timbres de alarma del edificio de las naves del espacio no nos advirtieron la forma exacta cómo te aproximabas a esta nave.
Hay en esto un factor que al parecer no tuvimos en cuenta. Si debes realmente escapar con esta nave...
- Escaparé - dijo Jommy con calma -, viviré a pesar de los seres humanos, a pesar de Kier Gray y de John Petty y de la cruel banda de asesinos que vive en el palacio. Viviré a pesar de la vasta organización de los slans sin tentáculos y sus asesinas intenciones. Y algún día daré con los verdaderos slans. No ahora, porque un muchacho joven no puede esperar triunfar donde los slans sin tentáculos han fracasado, pese a los millones que son. Pero los encontraré, y aquel día... -. Hizo una pausa; después, gravemente, prosiguió: -Miss Hillory, quiero darte la seguridad de que ni esta nave, ni ninguna otra, será empleada jamás contra tu pueblo.
- Hablas muy aventuradamente - respondió ella con súbita amargura -. ¿Cómo puedes asegurar nada en nombre de estos implacables seres que gobiernan los consejos de las víboras?
Jommy Cross se quedó mirando a la muchacha. En sus palabras había algo de verdad. Y sin embargo, una parte de la grandeza que tenía que ser la suya se apoderó de él mientras permanecía en aquella sala de controles, con su reluciente cuadro de instrumentos, las brillantes placas visuales y los bellos muebles en que estaba sentado. Era el hijo de su padre, heredero de los frutos del genio de su padre. Que le diesen tiempo, y sería el señor del poder irresistible. La suave llama de todos estos pensamientos se infiltró en sus palabras al decir:
- Puedo decirte, en verdad, que de todos los slans que viven en el mundo hoy, ninguno es tan importante como el hijo de Peter Cross. Donde quiera que vaya, mis palabras y mi voluntad tendrán influencia. El día en que encuentre a los verdaderos slans la guerra contra tu pueblo habrá terminado para siempre. Has dicho que mi salvación sería el peor desastre que puede ocurrir para los slans sin tentáculos; al contrario, será la mayor de sus victorias. Algún día tú y los tuyos os daréis cuenta de ello.
- Entre tanto - dijo la muchacha con una sonrisa irónica - tienes dos horas para huir de siete cruceros pesados pertenecientes a los verdaderos gobernantes de la Tierra. De lo que no pareces darte cuenta es de que actualmente no tememos ni a los seres humanos ni a las víboras, y que nuestra organización sobrepasa todo lo imaginable. Cada pueblo, cada capital, cada ciudad, tiene su gremio de slans sin tentáculos. Conocemos nuestra fuerza, y el día menos pensado saldremos a la luz del día, nos apoderaremos del gobierno y...
-¡Eso seria la guerra! - saltó Jommy Cross.
- En el plazo de dos meses aniquilaremos cuanto tenían - fue la respuesta de la muchacha.
-¿Y entonces, qué? ¿Qué será de los seres humanos en este post-mundo? ¿Concibes acaso cuatro billones de esclavos a perpetuidad?
- Somos inconcebiblemente superiores a ellos. ¿Es que tenemos que vivir escondiéndonos constantemente, pasar privaciones en los más fríos planetas, cuando suspiramos por la verde Tierra y la libertad de esta eterna lucha contra la naturaleza... y
contra los hombres que tan valientemente defiendes? No les debemos más que dolor. Las circunstancias nos obligan a devolvérselo con intereses.
- Preveo el desastre para todos... - dijo Jommy Cross.
La muchacha se encogió. de hombros y respondió:
- El factor que obró en tu favor en el Centro del Aire, cuando nuestra actitud era negativa a esperar los acontecimientos, no puede ayudarte jamás ahora, cuando nuestra actitud es definitivamente positiva de aniquilarte con nuestras más poderosas armas. Un minuto de fuego reducirá esta nave a cenizas que caerán sobre la tierra en forma del más sutil polvo.
-¡Un momento! - exclamó Jommy Cross.
Se detuvo en seco. No había ni soñado que el limite de tiempo sería tan corto y que ahora tendría que depender de la tenue esperanza psicológica de que la velocidad de la nave engañase sus sospechas. Con voz dura, dijo:
-¡Basta de estas estupideces! Voy a llevarte a la habitación contigua. Tengo que fijar algo en la nariz de la nave y no debes saber qué es lo que fijo.
Las luces de la ciudad aparecieron por el oeste un momento antes de aterrizar. Después, el muro de un valle cerró a su vista el mar resplandeciente. La nave se, posó sobre el suelo con la suavidad de una ave mientras Jommy equilibraba las placas de antigravedad. Apretó el resorte que abría la puerta y desató a la muchacha.
Con la pistola eléctrica de la muchacha en la mano, ya que había sujetado la suya en la punta de la nave, vio a Johanna Hillory detenerse un momento en el umbral. La aurora empezaba a asomar por detrás de las colinas de levante y la luz, todavía de un gris sucio, marcaba la curiosa silueta de su enérgica y bien formada figura. Saltó a tierra sin decir una palabra. En el momento en que Jommy avanzó hacia el umbral pudo ver la cabeza de la muchacha al nivel de la parte baja de la puerta, iluminada por el resplandor que brotaba del interior de la nave.
- ¿Cómo te sientes? - le preguntó.
- Un poco emocionado - dijo él encogiéndose de hombros -, pero la muerte me parece remota y difícilmente aplicable a mí.
- Más aún - respondió ella con calor -. El sistema nervioso de un slan es una fortaleza casi inexpugnable. No puede ser afectada por la demencia, los «nervios» o el miedo. Cuando matamos, es porque la lógica nos ha llevado a esta política. Cuando la muerte amenaza nuestras vidas, aceptamos nuestra situación, luchando hasta el final con la esperanza de que un factor imprevisible nos salve, y, finalmente, contra nuestra voluntad, nos inclinamos ante el fantasma de la muerte, conscientes de no haber vivido en vano.
Jommy la miró con curiosidad, proyectando sus pensamientos sobre los de la muchacha, sintiendo el suave latir de sus pulsaciones y el extraño tono semiamistoso de su voz y
brotando de su cerebro. Entornó los ojos ¿Qué propósito se estaba formando en aquel cerebro frío, sensible, ajeno a todo sentimentalismo?
- Jommy Cross - prosiguió Johanna -, quizá te extrañe saber que he llegado a creer tu historia y que no solamente eras o que afirmas ser, sino que profesas realmente los ideales que pretendes. Eres el primer auténtico slan que he encontrado en la vida, y siento ceder la tensión que me dominaba como si, después de tantos siglos, se levantase aquella sombra mortal. Si escapas a nuestros cañones, te pido que conserves tus ideales cuando crezcas y no nos traiciones. No te conviertas en el instrumento de unos seres que sólo han usado la muerte y la destrucción durante tantos años sombríos. Has ocupado mi cerebro y sabes que no te he mentido acerca de ellos. Cualquiera que sea la lógica de su filosofía, es equivocada, porque es inhumana. Tiene que ser equivocada, porque sus resultados han sido unos sufrimientos sin fin.
¡Si huía! ¡Con que era así! Si conseguía huir, ellos dependerían de su buena voluntad y la muchacha jugaba ahora esta carta, cualquiera que fuese el valor que tuviese.
Pero recuerda una cosa - prosiguió Johanna Hillory -, y es que no debes esperar ayuda por nuestra parte. Por medida de seguridad debemos considerarte como un enemigo. Demasiadas cosas dependen de ello, el destino de todo mi pueblo está en juego. De manera que no esperes en fecha futura encontrar merced, Jommy Cross, por lo que te haya dicho o porque me has liberado. No intervengas en nuestra vida porque, te lo advierto, representa tu rápida destrucción. Reconocemos a los verdaderos slans una inteligencia superior, o mejor dicho, un desarrollo superior de su inteligencia, debido a su facultad de leer los pensamientos, pero no hay astucia de la cual no los creamos capaces, no hay implacabilidad que no hayan igualado. Un plan que requiera cincuenta o cien años de preparación no les es desconocido. Por consiguiente, pese a que doy crédito a lo que me has dicho, ante la incertidumbre de la forma cómo puedes desarrollarte y tranformarte cuando crezcas, me inclinaría a matarte en este mismo instante si estuviese en mi poder. No pongas por lo tanto jamás a prueba nuestra buena voluntad. Es la sospecha, no ]a tolerancia, lo que nos gobierna. Pero ahora, adiós y, por paradójico que pueda parecer... ¡buena suerte!
Jommy permaneció viéndola alejarse graciosamente y perderse en la oscuridad que cubría el valle por el oeste, el camino que llevaba a la ciudad, su camino también. Su forma se convirtió en una sombra en medio de la penumbra de la noche. Desapareció detrás de una colina. Jommy cerró rápidamente la puerta, entró en el almacén y cogió un par de trajes del espacio de la pared. La vieja refunfuñó débilmente cuando la obligó a endosarse uno de ellos. Él se puso el otro y entró en la sala de controles.
Cerró la puerta tras el rostro contorsionado de Granny que seguía sollozando detrás del cristal del traje y se sentó fijando intensamente la mirada en la placa visual. Sus dedos buscaron el activador de las placas de antigravedad; y entonces acudió la vacilación, la duda que había ido creciendo en él durante cada segundo que lo había ido acercando al momento de la acción. ¿Era posible que aquel plan tan sencillo surtiese efecto?
Jommy Cross veía las naves como Oscuros puntos en el cielo. El sol brillaba ya haciendo relucir las metálicas formas de torpedo, como diminutos insectos sobre el inmenso cielo azul. Las nubes y neblinas del valle iban fundiéndose con mágica rapidez y si la claridad con que podía verlas en la placa visual era digna de fe, incluso el tiempo
se estaba poniendo en contra de él. Las sombras de aquel angosto valle lo ocultaban todavía, pero dentro de pocos minutos la perfección del día empezaría a disminuir todas sus posibilidades de salvación.
Su cerebro estaba tan intensamente concentrado, que por un momento el deformado pensamiento que acudió a su mente le pareció venir de sí mismo.
«...no necesitas preocuparte. La vieja Granny se librará del slan. Tomará un poco de maquillaje y se cambiará la cara. ¿De que le serviría haber sido actriz si no pudiese cambiar sus facciones? Granny se convertirá en una mujer deliciosa y blanca como ha sido. ¡Si!»
Parecía sufrir convulsiones al pensar en su rostro y Jommy Cross apartó la imagen de su mente. Pero recordaba sus palabras. Sus padres habían usado cabello postizo, pero el necesario e incesante corte del natural no había dado resultado satisfactorio. Sin embargo, los verdaderos slan se veían obligados a hacerlo constantemente, y ahora que tenía edad suficiente para conseguirlo de una manera satisfactoria, la ayuda de Granny y su experiencia podían ser la respuesta.
Era extraño, ahora que había trazado sus planes para el futuro, su vacilación desaparecía. Ligera como una mota de polvo, la nave se alejaba de Tierra, alcanzando enorme velocidad bajo el empuje de los cohetes. Cinco minutos de aceleración y desaceleración, había dicho el comandante slan. Jommy sonrió. No desaceleraría. A una velocidad no disminuida se lanzó contra el río que formaba una línea negra en las afueras de la ciudad, la ciudad que había elegido precisamente porque tenía un río. En el último momento accionó a fondo toda la desaceleración.
Y en aquel memento final, cuando era ya casi demasiado tarde, la confianza de los comandantes slans debió flaquear; olvidaron su resistencia a hacer uso de sus cañones y mostrar sus naves tan cerca de una ciudad humana... y se cernieron como siete aves de rapiña, lanzando fuego desde los siete cruceros. Jommy Cross tiró suavemente del alambre que accionaba el gatillo del arma, montada en la punta delantera de la nave.
Desde el exterior un violento golpe aumentó la velocidad de trescientas millas a la hora de la nave. Pero apenas se dio cuenta de aquel único efecto del fuego de la nave enemiga. Su atención estaba concentrada en su propia arma. En cuanto tiró del alambre se produjo una llamarada blanca. Instantáneamente un círculo de dos pies de diámetro de la punta de su nave desapareció y el mortífero rayo blanco se extendió hacia delante en forma de abanico, disolviendo él agua del río frente a la nave en forma de torpedo y por el túnel así formado se deslizó en plena desaceleración bajo la espantosa explosión de los tubos propulsores.
Las placas de visión se oscurecieron con agua encima y debajo, después se ennegrecieron todavía al terminarse el agua, y la inconcebible ferocidad de la destrucción atómica iba abriendo pasó en la tierra más y más profundamente.
Era como volar por el aire, salvo que no había otra resistencia que la presión de las explosiones de los cohetes. Los átomos de la tierra, destrozados en sus elementos componentes, perdían instantáneamente su irreal solidez matemática y ocupaban un
espacio tenuemente ocupado por la materia. Diez millones de años de formación cohesiva se desvanecieron convirtiéndose en el más bajo estado de materia primitiva.
Con la mirada fija Jommy contemplaba la aguja de los segundos de su reloj; diez, veinte, treinta..., un minuto. Comenzó a levantar la nariz de la nave hacia arriba, pero la enorme presión de la desaceleración hacía toda la nivelación física imposible. Transcurrieron treinta segundos antes de que cortase el número de explosiones de los cohetes y el final estuvo a la vista.
Al cabo de dos minutos y veinte segundos de avance subterráneo la nave se detuvo. Debía estar cerca del centro de la ciudad y tenía aproximadamente ocho millas de túnel detrás de él por el que penetraría el agua del deformado río. El agua cerraría el paso, pero. los frustrados slans no necesitarían intérprete para comprender lo ocurrido. Además, sus instrumentos debían señalarle en aquel momento la situación de la nave.
Jommy Cross se echó a reír alegremente. Bien, que lo supiesen. ¿Qué podían esperar hacerle ahora? Tenía el peligro delante, desde luego, mucho peligro; especialmente cuando Granny y él saliesen a la superficie. Toda la organización de los slans sin tentáculos debía haber sido advertida ya. Sin embargo, aquello era el futuro. De momento, la victoria era suya y era agradable, después de tantas horas de agotamiento y desesperación. Ahora venía el plan de Granny que consistía en separarse y adoptar un disfraz. La risa se desvaneció en sus labios.
Estaba sentado pensativo y se dirigió a la habitación contigua. La negra bolsa del dinero estaba sobre el regazo de la mujer, protegida por su garra de bestia feroz. Antes de que pudiese darse cuenta de sus intenciones, la había cogido. Granny lanzó un grito y se arrojó sobre él. Fríamente, la mantuvo a distancia.
- No te excites. He decidido adoptar tu plan. Trataré de disfrazarme de ser humano y nos separaremos. Voy a darte cinco mil dólares. El resto lo tendrás dentro de un año aproximadamente. He aquí lo que tienes que hacer.
Detenidamente, le explicó:
- Yo necesito un sitio donde vivir, de manera que te irás a las montañas y comprarás un rancho o lo que sea. Una vez estés instalada pon un anuncio en un periódico. Yo contestaré por el mismo camino y podremos seguir juntos. Conservaré el dinero para el caso de que decidieses traicionarme. Lo siento, pero fuiste tú quien me capturaste primero y por lo tanto tienes que seguir conmigo. Pero ahora tengo que volver atrás y tapar el túnel. Algún día dotaré esta nave de energía atómica y no quiero que los demás vengan hasta entonces.
Tenía que abandonar aquella ciudad durante algún tiempo, para emprender un viaje transcontinental. Allí podía encontrar otros slans sin tentáculos. De la misma manera que su padre y su madre se habían conocido accidentalmente, la suerte podía depararle encontrarse con otro verdadero slan. Además, había también la primera investigación que era necesario hacer sobre el todavía rudimentario plan que iba tomando forma en su cerebro. El plan de pensar el camino a emprender hacia los verdaderos slans.
XII
Buscó... y triunfó. En la tranquila reclusión de su laboratorio en el rancho de Granny en el valle, los planes y proyectos que su padre habla impreso en su mente fueron convirtiéndose lentamente en realidades. Aprendió de cien maneras distintas a controlar la ilimitada energía que conservaba en sagrado depósito, para el bien de los slans y los seres humanos a la vez.
Descubrió que la efectividad de la invención de su padre era el resultado de dos hechos básicos:
que la fuente de energía podía ser tan diminuta como algunos granos de materia, y que el efecto no tenía necesariamente que adoptar la forma de calor. Podía ser convertido en movimiento o vibración, en radiación y, directamente, en electricidad.
Comenzó a construir un arsenal. Transformó una montaña cercana al rancho en fortaleza, sabiendo que sería insuficiente contra un ataque de conjunto, pero siempre era algo. Con una ciencia protectora todavía más vasta a su disposición, sus investigaciones adquirieron un carácter más determinado.
Jommy Cross parecía seguir siempre caminos que relucían más allá de lejanos horizontes, o llevaban a extrañas ciudades, todas ellas pobladas de, interminables ejemplares de seres humanos. El sol salía y se ponía, y volvía a salir y ponerse, y había también melancólicos días de lluvia e incontables noches. Pese a que estaba siempre solo, la soledad no lo afectaba, porque su alma desbordante se nutría de la insaciada ansia y del tremendo drama que cotidianamente se representaba ante sus ojos. Doquiera fijase su atención, encontraba la organización de los slans sin tentáculos, y semana tras semana aumentaba su preocupación. ¿Dónde estaban los verdaderos slans?
El misterio era un problema sin solución que no lo abandonaba un momento. Seguía sus pasos mientras caminaba lentamente por una calle de su centésima... ¿o era milésima ciudad?
La noche cerraba sembrada de iluminadas ventanas de las tiendas y cien millones de deslumbradoras luces. Se detenía ante un puesto de periódicos y compraba todos los de la ciudad; después regresaba a su coche, aquella nave de guerra especial sobre ruedas de aspecto ordinario que no se apartaba jamás de su vista. El viento fresco de la noche volvía las hojas de los periódicos mientras él recorría rápidamente sus columnas.
El viento refrescó un poco y trajo a su olfato un relente de lluvia. Una ráfaga de viento hizo presa sobre la hoja de papel, la desgarró, la hizo revolotear por el aire y se la llevó calle abajo jugueteando con ella. Dobló cuidadosamente el periódico para protegerlo de la furia del viento y subió a su coche. Una hora después arrojaba los siete periódicos al cesto de los papeles de la acera. Reflexionando profundamente volvió a subir al coche y se sentó al volante.
La vieja historia de siempre. Dos de los periódicos eran de los slans enemigos. Le era difícil observar la sutil diferencia, la coloración especial de los artículos, la misma forma como eran usadas las palabras, las distintas diferencias entre los periódicos humanos y los dirigidos por los slans. Dos periódicos de siete. Pero aquellos dos eran los de mayor circulación. Era un promedio normal.
Y, una vez más, esto era todo. Seres humanos y slans sin tentáculos. Ningún tercer grupo, ninguna de las diferencias que sabía le indicarían que un periódico era redactado por los verdaderos slans si su teoría era cierta. Sólo quedaba procurarse todas las revistas semanales, pasar la noche como había pasado el día, deambulando por las calles, analizando cada casa, cada cerebro de los transeúntes; y en aquel momento, mientras se dirigía hacia el extremo oriental más lejano de la ciudad, la tormenta se desencadenó sobre ésta como una bestia feroz en medio de la noche oscura. Tras él, la noche y la tempestad se tragaban otra ciudad, otro fracaso.
El agua yacía sombría e inmóvil alrededor de la nave aquel tercer año en que Jommy Cross regresó al túnel. Anduvo hundiéndose en el barro, dirigiendo la devoradora energía de sus instrumentos atómicos sobre el herido casco de metal.
El acero de diez puntos se había fundido alrededor del agujero que su desintegrador había abierto el día en que escapó de los cruceros slans. Durante toda una interminable semana una monstruosa máquina fue mordiendo pulgada. por pulgada la superficie de la nave, ejerciendo su espantoso poder sobre la misma estructura de los átomos hasta que el pie de espesor de las paredes de la larga y afilada máquina alcanzaron una frágil resistencia.
Necesitó algunas semanas para analizar las placas de antigravedad con sus vibraciones eléctricamente producidas y fabricar un duplicado que, con fina ironía, dejó en el túnel, porque era gracias a ellas que los detectores de los slans enemigos operaban. Era mejor que siguiesen creyendo la nave allá.
Durante tres meses trabajó como un esclavo y entonces, a finales de una fría noche de octubre, la nave retrocedió seis millas por el túnel sobre un lecho inclinado no resistente a la fuerza atómica y se lanzó a una neblina de helada lluvia.
La lluvia se convirtió en ventisca, después en nieve; poco después se encontraba en las nubes, fuera de las mezquindades de la Tierra. Sobre él, el vasto dosel de los cielos relucía con sus millares de estrellas que se inclinaban al paso de su nave sin par. Allí estaba Sirio, la joya más brillante de aquella diadema, y allí estaba Marte, en rojo. Aquél era sólo un corto viaje de exploración, un cauteloso viaje a Luna, un vuelo de prueba para procurarse aquella indispensable experiencia que su lógica usaría para la larga y peligrosa exploración que cada mes de su infructuosa búsqueda que pasaba hacía ser más inevitable. Algún día tendría que ir a Marte.
Debajo de él la mancha borrosa de un globo envuelto en la noche iba alejándose. En un extremo de esta masa un resplandor de luz haciéndose mas brillante y, súbitamente, su contemplación de la maravilla del sol fue interrumpida por el sonido de un timbre de alarma. Un punto luminoso aparecía y desaparecía de una forma discordante en su placa de visión. Desacelerando a toda velocidad observó la posición cambiante de la luz. Súbitamente, desapareció, y allí, en el extremo limite de la visión, había una nave.
La nave no avanzaba directamente hacia él. Iba agrandándose, era ya claramente visible un poco más allá de la sombra de la Tierra, bajo el pleno resplandor del Sol. Era una construcción de trescientos metros de liso y oscuro metal que pasó por su lado a menos de cien millas de distancia, se sumergió en las sombras y desapareció. Al cabo de media hora, el timbre de alarma se paró.
Diez minutos después resonaba de nuevo. Una segunda nave aparecía más lejos, siguiendo un camino en ángulo recto con la trayectoria del primero. Era una nave mucho más pequeña, tipo destructor, y no seguía un rumbo fijo, sino que andaba como al azar, aquí y allá. Una vez hubo desaparecido, Jommy Cross lanzó su nave adelante, indeciso, casi amedrentado. ¡Una nave de guerra y un destructor! ¿Por qué? Parecía indicar una patrulla. Pero ¿contra quién? Seguramente no contra seres humanos. No sabían tan sólo que existiesen ni los slans sin tentáculos ni sus naves.
Moderó la marcha, se detuvo. No estaba todavía en condiciones de tropezar con una patrulla de naves de guerra bien armadas. Cautelosamente hizo virar su nave y a mitad del viraje vio un pequeño objeto negro, como un meteorito que se dirigía hacia él:
En un instante se apartó. El objeto cambió de dirección hacia él, como un monstruo del espacio. Era una especie de bola redonda, de metal oscuro como de algo menos de un metro de diámetro. Jommy trató desesperadamente de apartar su nave de su trayectoria, pero antes de que pudiese conseguirlo se produjo una ensordecedora explosión.
Cayó al suelo. Permaneció aturdido, confuso pero vivo, casi extrañado de que aquellas paredes hubiesen resistido el golpe casi intolerable. La nave caía con una espantosa aceleración. Haciendo un esfuerzo se incorporó y consiguió sentarse delante de los controles. ¡Había chocado con una mina!
¡Una mina flotante! Qué aterradores precauciones había allí? ¿Contra quién?
Dirigió cautelosamente la averiada, casi inutilizada nave hacia un túnel que bajo el río que cortaba el rancho de Granny, penetraba en el corazón de un pico montañoso libre del agua que serpenteaba en torno a él No podía ni aventurar una suposición del tiempo que tendría que permanecer escondido allí. Las paredes exteriores de la nave eran violentamente radioactivas y por consiguiente esta estaba temporalmente fuera de uso, aunque no fuese por otra razón. No estaba todavía en condiciones de enfrentarse ni de predominar sobre los slans sin tentáculos.
Dos días después Jommy estaba apoyado en el marco de la puerta del destartalado rancho de Granny cuando vio acercarse a su más próxima vecina Mrs. Lanathan que subía por el sendero entre los dos huertos. Mrs. Lanathan era una rolliza rubia cuyo rostro infantil ocultaba un espíritu malicioso, y al llegar fijó sus ojos azules en el presunto nieto de la vieja Granny.
Jommy Cross le abrió la puerta y entró tras ella en la casa. En su mente había toda la ignorancia de aquellos que han vivido toda su vida en las atrasadas regiones rurales donde la educación quedaba reducida a una sombra; reflejo tenue, sin carácter, del cinismo oficial. No sabía exactamente qué era un slan, pero sospechaba que Jommy lo era y había venido a averiguarlo. La mujer ofrecía un interesante experimento para comprobar su método de hipnotismo por el cristal. Era fascinador ver la forma cómo miraba al pequeño fragmento de cristal que había puesto sobre la mesa, al lado de su silla, observar cómo hablaba, completamente de acuerdo con su carácter, sin darse cuenta jamás de cuándo había cesado de ser un ser libre para convertirse en un esclavo.
Cuando finalmente se marchó bajo la pálida luz del crepúsculo no había sufrido aparentemente cambio alguno. Pero el objeto que la había traído a aquella casa estaba
olvidado, porque su mente había adoptado una nueva actitud respecto a los slans. En el futuro no sentiría ya por los slans ni odio - por un posible futuro de la vida de Jommy Cross - ni aprobación, por su propia protección en un mundo de gentes que odiaban a los slans.
Al día siguiente Jommy Cross vio al marido de Mrs. Lanathan, un gigante de negra barba, en un campo lejano. Una amistosa charla, un nuevo experimento con el fragmento de cristal lo puso también bajo su dominio.
Durante los meses que descansó al lado de Granny, hipnóticamente suavizada ya, consiguió el absoluto control de los centenares de personas que vivían en aquel idílico clima del valle, al pie da aquellas colinas eternamente verdes. Al principio necesitaba los cristales, pero a medida que su conocimiento de la mente humana fue aumentando encontró que, si bien el procedimiento era un poco más lento, podía perfectamente prescindir de aquellos cristales atómicamente desequilibrados.
Calculaba aun a un tipo de dos mil hipnotizados al año y sin contar las nuevas generaciones, podía hipnotizar los cuatro billones de personas en dos millones de años. Inversamente, dos millones de slans podían hacerlo en un año, con tal de que poseyesen el secreto de sus cristales.
Necesitaba dos millones de slans y no podía encontrar ni uno. En alguna parte debía haber un verdadero slan. Y durante los que tenían que transcurrir antes de que pudiese lógicamente consagrar su inteligencia a la tarea intelectual que representaba encontrar la verdadera organización slan, tenía que buscar este uno.
XIII
Estaba acorralada. La tensión de Kathleen Layton aumentó. Su esbelto cuerpo se puso rígido delante del cajón abierto de la mesa de Kier Gray cuyo contenido había estado estudiando. Su mente alarmada saltó al lugar donde Kier Gray y otro hombre estaban abriendo la puerta que de su habitación llevaba, cruzando un corredor y otro dormitorio, a la habitación donde ella estaba, el estudio del dictador.
Se sentía triste. Durante semanas enteras había estado esperando la reunión del consejo que reclamaría la presencia de Kier Gray y le daría libre acceso a su estudio... y ahora este torpe incidente. Por primera vez Kier Gray había ido a la habitación de la muchacha en lugar de llamarla a la suya, Con todas las otras salidas guardadas su único camino de fuga estaba cortado.
Estaba acorralada. Y sin embargo no se arrepentía de haber venido. Un slan encarcelado no podía tener otro propósito que la fuga, y la gravedad de la situación iba aumentando por instantes. Ser pillada allí infragantí... Súbitamente dejó de guardar más papeles en el cajón. No tenía tiempo. Los hombres estaban ya detrás de la puerta.
Con una súbita decisión, cerró el cajón, arrojó el montón de papeles sobre la mesa y como una gallina que huye, corrió a refugiarse en un sillón.
Simultáneamente la puerta se abrió dando paso a John Petty seguido de Kier Gray. Al verla, los dos hombres se detuvieron. El bello rostro del jefe de policía adquirió un color más oscuro, sus ojos se convirtieron en dos rendijas y fijó su penetrante mirada en el dictador. Este frunció el ceño intrigado y esbozó una leve sonrisa de ironía.
-¡Hola! - dijo -. ¿Qué te ha traído aquí?
Kathleen había tomado ya de antemano su decisión, pero antes de que pudiese pronunciar una palabra, John Petty intervino. Tenía la bella voz cuando quería y esta vez hizo uso de ella.
- Está visiblemente esperándote, Kier - dijo amablemente.
En la contundente lógica de aquel hombre había algo que dejó a la muchacha helada. Parecía que el sombrío destino del jefe de la policía secreta era hallarse presente en todos los momentos críticos de su vida, y sabia, flaqueando su valor, que aquél era uno de estos momentos, y que nadie en este mundo pondría más pasión que John Petty en hacer su odio más mortal.
- Realmente, Kier - prosiguió el jefe de policía con calma -, volvemos de una forma dramática a lo que hemos estado discutiendo. La semana próxima esta muchacha cumplirá veintiún años; será, pues, legalmente adulta. ¿Es que va a vivir aquí eternamente hasta que se muera a la avanzada edad de ciento cincuenta años o algo por el estilo, o qué?
La sonrisa de Kier Gray se hizo más amarga.
- Kathleen, ¿no sabías que estaba en la reunión del consejo?
-¡Claro que lo sabía! - intervino John Petty. - Y este inesperado final ha sido para ella una desagradable sorpresa.
- Me niego a contestar cualquier pregunta en la que intervenga este hombre - dijo Kathleen fríamente - Trata de conservar su voz pausada y tranquila, pero pese a la curiosa manera como oculta sus sentimientos está ya bajo la influencia de una fuerte excitación. Y ha tenido la idea de que por fin tendrá la posibilidad de convencerte de la necesidad de suprimirme.
La hostilidad apareció claramente en el rostro del jefe. La mente de la muchacha trató de captar el pensamiento de Kier, pero vio que en él se estaba formando una decisión que fue incapaz de leer.
- Históricamente hablando - dijo finalmente -, su acusación contra ti es cierta, John. Tu empeño en matarla demuestra... un tributo, desde luego a tu celo antíslan, pero al mismo tiempo un curioso fanatismo, en un hombre dotado de tus enormes capacidades.
Por el gesto que. hizo, John Petty pareció quedar hondamente impresionado por estas palabras.
La verdad es - dijo -, que quiero su muerte y no quiero su muerte. A mi modo de ver constituye una grave amenaza. Mi único anhelo es apartarla de nuestro camino, y teniendo sentimientos antislan, considero. que el método más efectivo es la muerte. Sin embargo, dada mi reputación de parcialidad, no insistiré en este veredicto. Pero creo sinceramente que mi propensión durante el consejo de hoy es la buena. Tiene que ser llevada a una nueva residencia. En la mente superficial de Kier Gray no había ninguna idea que indicase que quería hablar. Su mirada se fijó en la muchacha con una innecesaria fijeza.
- En el momento en que me saquen de este palacio seré asesinada - dijo la muchacha secamente -. Como dijo, en efecto, Mr. Gray hace diez años, después de que su esbirro intentó asesinarme, una vez un slan ha muerto las indagaciones acerca del asunto son vistas con recelo.
Vio que Kier Gray la miraba moviendo negativamente la cabeza. Jamás Kathleen le había oído emplear un tono de voz más suave que cuando dijo:
- Supones con excesiva facilidad, Kathleen, que no puedo protegerte. En conjunto, me parece el mejor plan.
Kathleen lo miró, desfallecida. Kier terminó su virtualmente sentencia de muerte, pero su voz no era ya suave, sino autoritaria, decisiva.
- Reunirás tus ropas y objetos de tu pertenencia y te dispondrás a salir dentro de veinticuatro horas.
La impresión pasó. En su mente renació la calma. Veía con una claridad demasiado cristalina que Kier Gray le había retirado su protección y por consiguiente toda reacción hubiera estado desplazada. Lo que la asombraba era que no había todavía ninguna prueba del delito sobre el cual hubiera podido basar su condena. No había mirado siquiera los papeles que ella había amontonado precipitadamente sobre la mesa. Por consiguiente, su acusación se basaba meramente en su presencia aquí y en las acusaciones de John Petty.
Lo cual era sorprendente, porque en otras ocasiones la había defendido en circunstancias mucho más siniestras. Y había entrado en aquel estudio sin ser descubierta ni castigada más de media docena de veces.
Todo esto significaba, por lo tanto, que su decisión había sido tomada de antemano y que por consiguiente toda discusión hubiera sido inútil. Se dio cuenta de que John Petty estaba asombrado también. El hombre fruncía el ceño ante su fácil victoria. La superficie de su cerebro vibraba bajo una ligera sensación de contrariedad, y tomó la súbita decisión de aclarar el asunto. Dirigió una mirada circular a la habitación y finalmente la fijó sobre la mesa.
- Lo que convendría saber es qué ha averiguado mientras estaba sola aquí. ¿Qué papeles son éstos? - No era hombre tímido, y mientras hacía las preguntas se aproximaba a la
mesa. Al aproximarse el jefe, revolvió los papeles -. ¡Hem! ¡La lista de todos los lugares donde se ocultaban los slans que empleamos todavía para atrapar los no organizados Afortunadamente son tantos centenares que no puede haber tenido tiempo de recordar sus nombres, sin contar los lugares donde están localizados.
La falsedad de las conclusiones no fue lo que preocupó a Kathleen, en aquel momento de ser descubierta. Evidentemente, ninguno de los dos sospechaba que no solamente cada uno de los refugios slans había quedado impreso en su mente de una manera indeleble, sino que conservaba un registro casi fotográfico de los sistemas de alarma que la policía había instalado en cada centro para avisar la insospechada entrada de algún slan. Según el minucioso análisis de uno de los informes, tenía que haber una especie de emisora mental que permitía a los slans forasteros localizar el lugar donde ocultarse. Pero esto no tenía importancia ahora. Lo que contaba era Kier Gray, que estaba mirando con curiosidad los papeles.
- Esto es más serio de lo que imaginaba - dijo lentamente, hacienda desfallecer el corazón de Kathleen -. Has estado registrando mi mesa.
Kathleen concentró sus pensamientos; no tenía necesidad de hacércelo saber a John Petty. El antiguo Kier Gray no hubiera procurado jamás a su peor enemigo un gramo de municiones para ser usadas contra ella.
Kier Gray fijó en ella sus ojos fríos. Cosa extraña, la superficie de su cerebro parecía más calmada y tranquila que nunca. Vio que no estaba enojada, pero sí que estaba rompiendo fría y definitivamente con ella.
- Te irás a tu habitación a hacer los equipajes y esperarás nuevas instrucciones.
Kathleen se disponía a alejarse cuando John Petty intervino.
- Has dicho en varias ocasiones, jefe, que le conservabas la vida meramente con propósitos de observación. Si la alejas de tu presencia este propósito no es aplicable ya. Por consiguiente, no creo equivocarme al suponer que será puesta bajo la protección de la policía secreta.
Al salir de la habitación Kathleen cerró su mente a la de los dos hombres y se dirigió corriendo hacia su dormitorio. No sentía el menor interés por el hipócrita plan de asesinato que pudiesen estar tramando el jefe del gobierno y su verdugo. El camino a seguir era claro. Abrió la puerta que daba a uno de los corredores principales, hizo un signo al guardia que le respondió saludándola rígidamente... y se dirigió lentamente al ascensor más cercano.
Teóricamente sólo le estaba permitido subir hasta la plataforma que se elevaba a ciento cincuenta metros de altura, y no a los hangares de los aviones, a ciento cincuenta metros más. Pero el robusto empleado que manejaba el ascensor no fue por lo visto capaz de resistir el formidable puñetazo que lo alcanzó en plena mandíbula. Kathleen había leído en su mente que, como la mayoría de los demás habitantes del palacio, no se le hubiera ocurrido jamás que aquella delgada muchacha pudiese ser peligrosa para un hombre en la plena fuerza de la edad. Antes de descubrir su error estaba sin sentidos. Era cruel,
pero ató sus manos y sus pies con el mismo alambre que empleó para sujetar su mordaza.
Al llegar al tejado hizo una rápida exploración mental de los alrededores del ascensor. Finalmente abrió la puerta y volvió a cerrarla rápidamente tras ella. A menos de diez metros de ella había un avión, y a su lado otro en el cual estaban trabajan do tres mecánicos. Un soldado hablaba con ellos.
Sólo necesitó diez segundos para subir al avión y no en vano había captado los cerebros de los oficiales de aviación durante todos aquellos años. Los chorros silbaron, la gran máquina avanzó y tomó el aire.
-¡Eh! - llegó a ella el pensamiento de uno de los mecánicos -. ¡Ah, allá va otra vez el coronel!
- Probablemente detrás de alguna otra mujer - dijo el soldado.
- Sí - dijo el segundo mecánico -. Fíate del tipo este...
Dos horas después de vuelo hacia el sur llegó al refugio de los slans que había elegido. Después puso el avión en vuelo automático y lo vio emprender su ruta hacia el este. Durante los días que siguieron esperó impacientemente un coche, pero sólo quince días después un largo y afilado automóvil negro apareció por detrás de un grupo de árboles siguiendo la antigua carretera y se dirigió hacia ella. Su cuerpo aumentó la tensión. Fuese como fuese tenía que detener a aquel hombre, dominarlo y apoderarse del coche. La policía secreta debía estar buscándola ya; tenía que largarse de allí, y pronto. Con la mirada fija en el coche, espero.
XIV
La llana y venteada pradera estaba por fin delante de sus ojos. Jommy Cross tomó más directamente hacia el este y después al sur. Y se encontró ante una serie al parecer interminable de barricadas de la policía. Nadie hizo el menor esfuerzo por detenerlo, y finalmente vio en la mente de varios hombres que estaban buscando una muchacha slan.
Aquello fue un golpe impresionante. De momento la esperanza le pareció demasiado bella para ser aceptable. Y, no obstante, no podía ser una muchacha slan sin tentáculos. Aquellos hombres, que sólo pueden reconocer un slan por sus tentáculos, sólo podían estar buscando un auténtico slan. Lo cual significaba... que allí era donde su sueño se convertía en realidad.
Se dirigió hacia la zona que tenían orden de circundar. Al poco rato abandonó la carretera principal y, siguiendo Otra secundaria, llegó a un valle poblado de árboles y subió a una alta colina. La mañana había sido gris, pero a mediodía salió el sol, brillando gloriosamente en un cielo azul profundo.
La neta impresión que tenía de encontrarse cerca del corazón de la zona de peligro, fue reforzada por una idea que rozó su mente. Fue un tenue latido, pero de tan tremenda importancia que turbó su cerebro.
«¡Atención, slans! ¡Aquí la emisora de PorgraSeguid la carretera lateral durante media milla. Se os radiará un nuevo mensaje más tarde.»
Jommy se incorporó. Suave e insistente la onda mental llegó a él nuevamente, suave, como una lluvia de verano... « ¡Atención, slan!... ¡Tomad! »
Siguió avanzando, cauteloso pero excitado. El milagro había ocurrido. ¡Slans, cerca de allí, muchos slans! Una máquina como aquella podía ser manejada por un solo individuo, pero el mensaje sugería la presencia de una comunidad, y tenían que ser verdaderos slans... ¿no era así?
La proximidad de la realización de sus esperanzas se convirtió en un agudo dolor al pensar en la posibilidad de una trampa. Podía tratarse de un aparato dejado allí por una antigua colonización slan. No había un verdadero peligro, desde luego, puesto que su coche resistía a los golpes más peligrosos y sus armas paralizarían el agresivo poder del enemigo. Pero quizá fuese conveniente, sin embargo, tener en cuenta la posibilidad de que algunos seres humanos hubiesen dejado allí aquella máquina emisora mental como una trampa y que ahora se estuviesen acercando a ella en la creencia de que alguien se ocultaba allí. Después de todo, era esta posibilidad la que lo había atraído a él.
Bajo sus manos el bello y alargado coche siguió avanzando y al cabo de un minuto Jommy Cross vio el camino; no era mucho más que un sendero. El desmesuradamente largo coche lo tomó. El sendero ondulaba a través de zonas de espesos árboles, cruzando algunos valles. Había recorrido tres millas cuando el nuevo mensaje llegó a él y lo hizo detenerse en seco.
«Aquí emisora de Porgrave; dirígete, verdadero slan, a una pequeña granja que hay más adelante y da entrada a una ciudad subterránea de fábricas, jardines y residencias. Bienvenido. Aquí Porgrave... »
Después de cruzar una zona accidentada el coche atravesó un bosquecillo de flexibles sauces y salió a una hondonada. Jommy Cross se encontró frente a un patio cubierto de hierbas delante de una granja deteriorada por el tiempo, a cuyos lados había otras dos construcciones más deterioradas todavía, un garaje y un henar.
Sin ventanas, sin pintar, el viejo edificio parecía mirarlo sin verlo. El henar estaba casi en ruinas y de sus dos puertas una colgaba de sus goznes y la otra yacía por el suelo. Su mirada se fijó por un instante en el garaje, después más allá. después más lejos aún, pensativo. Por todas partes reinaba una sensación de algo muerto desde hacia mucho tiempo... y, no obstante, era diferente. La sutil diferencia fue creciendo en él aumentando el interés de su observación. El garaje parecía estar a punto de derrumbarse, pero era por su arquitectura, no por su estado. Mezclados a los elementos de construcción se veían trozos de metales duros.
Las puertas aparentemente rotas se inclinaban pesadamente hacia el suelo y, no obstante, se abrieron fácilmente bajo la presión de los dedos de una alta muchacha vestida de gris que salió y lo miró con una deslumbradora sonrisa.
La muchacha tenía unos ojos luminosos y un rostro delicadamente moldeado y salió de la casa creyéndolo un ser humano.
¡Y era un slan!
¡Y él era un slan!
Para Jommy Cross, que llevaba tantos años buscando cautelosamente un slan por el mundo, la mente siempre despierta, la impresión y el reaccionar de ella fueron casi simultáneos. Sabía que algún día aquello tenía que ocurrir, que un día u otro encontraría un verdadero slan. Pero para Kathleen que no había tenido nunca que ocultar sus pensamientos, la sorpresa fue devastadora. Trató de recobrar el dominio de sí misma y vio que era imposible. La cortina mental tan raras veces usada estaba fuera de uso.
El noble orgullo saturaba el chorro de ideas que brotó en aquel instante de su mente como un libro abierto y sin protección. Orgullo y una dorada humildad. Una humildad basada en una profunda sensibilidad, en una inmensa comprensión que equivalía a la suya, pero que carecía del temperamento de luchar contra un peligro sin fin. Había en ella una cálida bondad de corazón que había, sin embargo, conocido el resentimiento y las lágrimas, y se había enfrentado con un odio sin fin.
Y entonces la mente de la muchacha se cerró, y permaneció con los ojos muy abiertos, mirándolo. Pasado un momento volvió a abrir su pensamiento y dejó que sus ideas llegasen a él.
No debemos permanecer aquí. Llevo ya demasiado tiempo. Debes haber leído ya en mi pensamiento que la policía me busca y lo mejor que podemos hacer es marcharnos inmediatamente.
Cross permaneció inmóvil, mirándola con el brillo en los ojos. A cada segundo que pasaba su mente se extendía más, todo su cuerpo sentía el ardor del júbilo. Era como si le quitasen de encima un peso intolerable. Durante todos aquellos años todo había dependido de él. Aquella arma que le habían confiado para la creación del mundo futuro, le parecía algunas veces la espada de Damocles suspendida sobre el destino de los slans y los humanos, por el tenue hilo de su vida. Y ahora habría el hilo de dos vidas para mantenerla.
No era un pensamiento, sino una emoción; una emoción a la vez triste, dulce y gloriosa. Un hombre y una mujer, solos en el mundo, se encontraban de aquella forma, como su padre y su madre se habían encontrado, hacía mucho tiempo. Jommy sonrió ante el recuerdo y abrió su mente a ella. Movió la cabeza.
- No, inmediatamente no. He leído en tu mente que en la ciudad subterránea hay maquinaria y quisiera verla. No te preocupes por el peligro - dijo sonriendo para tranquilizarla -. Tengo armas que los humanos no pueden equiparar y este coche es un
medio infalible de huida. Puede llevarme prácticamente a cualquier parte. Espero que habrá sitio para él en el subterráneo.
-¡O, sí! Primero se baja por unos ascensores, después se puede ir adonde se quiera. Pero no debemos demorarnos.
Más tarde, Kathleen le repitió sus dudas.
- No creo que debamos quedarnos aquí. Veo en tu pensamiento que posees armas maravillosas y que tu coche está hecho de un metal que llamas acero de diez puntos. Pero tienes demasiada tendencia a prescindir de los seres humanos. ¡No debes hacerlo! En su lucha con los slans, hombres como John Petty tienen el cerebro de un poder anormal. Y John Petty no se detendrá ante nada con tal de destruirme. Ahora mismo su red debe estar cerrando estrechamente los diversos refugios donde podría esconderme.
Jommy Cross la miró con la turbación en los ojos. A su alrededor se extendía el silencio de la ciudad subterráneo; las un día blancas murallas se elevaban orgullosamente hacia los techos agrietados, las hileras e hileras de columnas, estaban mas deterioradas por el peso de los años que por el de la tierra que tenían encima. A su izquierda veía el principio de un vasto jardín artificial que se extendía a lo lejos y el arroyo que suministraba el agua a aquel pequeño mundo subterráneo. A la derecha se extendía una larga hilera de puertas; las paredes de plástico relucían con una brillantez melancólica.
Un pueblo entero había vivido allí y fue expulsado por sus implacables enemigos, y la amenazadora atmósfera de la huida parecía saturar todavía el aire. Dirigiendo una mirada a su alrededor. Jommy juzgó que la ciudad debió ser evacuada hacía no más de veinticinco años; todo en ella parecía reciente y mortal. Su respuesta mental a Kathleen reflejó la amenaza de este permanente peligro.
Según todas las leyes de la lógica, nos basta permanecer en constante control de los pensamientos exteriores y mantenernos a no más de veinticinco metros de mi coche para estar a salvo. Y, no obstante, estoy asustado por tu intuición del peligro. Examina bien tu cerebro y busca la base de tus temores. Yo no puedo hacerlo tan bien como tú misma.
La muchacha. permaneció silenciosa con los ojos cerrados. La cortina mental se levantó. Estaba sentada en el coche, a su lado, y parecía una chiquilla ya crecida que se hubiese quedado dormida. Finalmente sus sensibles labios se movieron. Por primera vez habló en voz alta.
- Dime, ¿qué es acero de diez puntos?
-¡Ah! - exclamó Jommy Cross satisfecho Empiezo a comprender los factores psicológicos que intervienen. La comunicación mental tiene muchas ventajas, pero no puede transmitir con tanta precisión, por ejemplo, el alcance del poder de un arma, como una imagen o un pedazo de papel; y desde luego no tan bien como la palabra. La fuerza, el tamaño y el poder y demás imágenes abstractas similares no se transmiten bien.
- Sigue.
- Todo lo que he hecho - explicó Jommy Cross - ha sido basado en el gran descubrimiento de la primera ley de la energía atómica realizado por mi padre; la concentración como oposición al viejo método de difusión. Por lo que sé, mi padre no sospechó jamás las posibilidades de reforzamiento del metal, pero, como todos los investigadores que vienen después de un gran hombre y sus descubrimientos básicos, me he concentrado en detalles de desarrollo, basándome en parte en sus ideas, en parte en ideas que se han ido sugiriendo por sí mismas.
Prosiguió:
- Todos los metales se mantienen compactos por tensiones atómicas, comprendiendo la fuerza teórica de cada metal. En el caso del acero, llamo a este potencial teórico un punto. Cómo comparación, cuando el acero fue inventado, su fuerza era aproximadamente de 2/1000 puntos. Nuevos procedimientos aumentaron su resistencia a 1/1000 puntos, y más tarde, transcurrido un período de cien años, al actual nivel de resistencia de setecientos cincuenta. Los slans sin tentáculos han fabricado acero de quinientos puntos, pero ni aún este material increíblemente duro puede compararse con el producto de mi aplicación a la resistencia atómica, que cambia la estructura de los átomos y produce un acero casi perfecto de diez puntos. Un octavo de pulgada de acero de diez puntos puede detener el más potente explosivo conocido de los seres humanos y los slans sin tentáculos.
- Lo que es importante recordar aquí - terminó - es que una bomba atómica, sin duda, alguna suficientemente fuerte para derribar una nave de guerra gigante, no penetró un pie de acero de diez puntos, pese a que el casco quedó bastante averiado y el cuarto de máquinas hecho añicos.
Kathleen lo miraba con el brillo en los ojos.
-¡Qué tonta soy! - dijo jadeante -. He encontrado el slan más grande que existe en la vida, y estoy tratando de comunicarle mis temores adquiridos durante veintiún años de vivir entre seres humanos y sus infinitesimales fuerzas y poderes.
- El gran hombre no soy yo, sino mi padre - respondió Jommy sonriendo -, si bien tenía sus defectos también; siendo el mayor de todos la falta de precauciones. Pero éste es el verdadero genio - añadió desvaneciéndose la sonrisa -. Temo, sin embargo, que tengamos que hacer frecuentes visitas a este subterráneo, y cada una de ellas será tan peligrosa como ésta. He conocido a John Petty muy brevemente y lo que he leído acerca de él en tu cerebro me lo dibuja como un hombre obstinado e implacable. Sé que vigila este sitio, pero que no debemos dejarnos asustar por ello. Esta vez estaremos sólo hasta que obscurezca, el tiempo de permitirme examinar la maquinaria. En el coche hay comida que podremos preparar cuando haya dormido un rato. Dormiré en el coche, desde luego. Pero primero la maquinaria...
Las máquinas se extendían por todas partes, silenciosas y polvorientas, como cadáveres. Hornos reventados, grandes máquinas de diversos tipos, tornos, sierras, incontables herramientas y máquinas, media milla de máquinas, cerca de un treinta por ciento fuera de uso, ,pero una buena parte utilizable todavía.
La luz fija y sin resplandor creaba un mundo de sombras sobre aquel suelo hundido por el que avanzaban entre montones de maquinaria. Jommy Cross estaba pensativo.
- Aquí hay más de. lo que imaginaba; todo lo que he necesitado siempre. Sólo con los desperdicios de metal podría construir una potente nave y ellos probablemente lo utilizaban sólo para capturar slans. Dime - añadió pensativo -, ¿estás segura de que esta ciudad tiene sólo dos entradas?
- La lista de la mesa de Kier Gray sólo menciona dos y no he localizado ninguna más.
Jommy permaneció silencioso pero no podía ocultar a Kathleen el curso de sus reflexiones.
- Es una locura por mi parte pensar otra vez en tu intuición, pero no me gusta dejar una posible amenaza al azar hasta que haya examinado todas las contingencias posibles.
Si existe una entrada secreta necesitaremos horas para encontrarla - dijo Kathleen - y si la encontramos no estaremos ciertos de que no existen otras, y por lo tanto ya no nos sentiremos seguros. Sigo creyendo que debemos marcharnos inmediatamente.
- No he querido que leyeses esto antes en mi pensamiento - dijo Jommy en tono decidido -, pero la principal razón por la cual no quiero marcharme de aquí es que, hasta que hayas cambiado tu rostro y ocultado tus tentáculos bajo falso cabello, tarea bastante difícil, el sitio más seguro es aquí. Todas las carreteras están vigiladas. La mayoría saben que persigue a un slan y tienen tu fotografía. Yo me alejé de la carretera general con la esperanza de dar contigo antes que ellos.
-¿Tu máquina vuela, no? - preguntó Kathleen.
- Faltan siete horas todavía para que oscurezca - dijo Jommy sonriendo tristemente -; y un minuto después saldremos en avión. Imagina lo que los pilotos radiarán al aeropuerto más cercano cuando vean un automóvil remontar el vuelo. Y si volamos más altos, digamos a cincuenta millas, seguramente seremos vistos por las patrullas de los slans enemigos. El primer comandante se dará inmediatamente cuenta de quienes somos, comunicará nuestra posición y atacarán. Tengo armas para destruirlos, pero no quisiera tener que destruir las docenas de naves que seguirían, por lo menos antes de que sus potentes fuerzas alcancen este coche con tanta fuerza que la mera contusión podría matarnos. Por otra parte, no quisiera ponerme voluntariamente en una situación en la que tendría que matar a todo el mundo. He matado sólo, tres hombres en mi vida y cada vez mi resistencia a destruir las vidas humanas ha crecido de tal forma que ha llegado a ser una de mis más potentes fuerzas; tan potente que he basado todo mi plan de dar con los verdaderos slans, en el análisis de este rasgo mío dominante.
El pensamiento de la muchacha pasó por su mente, ligero como un soplo de aire.
-¿Tienes un plan para encontrar a los verdaderos slans? - preguntó.
- Sí. En realidad es muy sencillo. Todos los slans que hasta ahora he conocido, mi padre, mi madre, yo mismo y ahora tú, son gente de buen corazón, generosa. Y esto a pesar del odio de los humanos, de los esfuerzos que hacen por aniquilarnos. No puedo
creer que nosotros cuatro seamos excepciones; por consiguiente debe haber alguna aplicación razonable de los monstruosos actos que se achacan a los verdaderos slans, Es probablemente muy presuntuoso por mi parte, a mi edad y con mis limitaciones - añadió -, tener una Opinión sobre este punto y, por otra parte, creo que, hasta ahora ha sido un fracaso completo. Y no debo hacer ninguna jugada arriesgada hasta haber tomado medidas más defensivas contra los slans enemigos.
Kathleen tenía los ojos fijos en él, y con la cabeza asintió.
- Veo también por qué debemos permanecer aquí más tiempo.
Era curioso, pero Jommy hubiera preferido que no tocase más este punto. Aunque ocultó sus pensamientos, acababa de tener la premonición de un increíble peligro. Tan increíble, que la lógica lo descartaba. La vaga reminiscencia que de él quedaba le hizo decir:
- No te muevas del lado del coche y vigila mentalmente. Al fin y al cabo podremos descubrir la presencia de un ser humano a un cuarto de milla, incluso dormidos.
Pero a pesar de sus palabras no se sentía tranquilizado.
A principio Jommy Cross durmió con un sueño ligero. Debió, estar despierto algún tiempo, porque pese, a que tenía los ojos cerrados, sentía la presencia de los pensamientos de la muchacha y sé daba cuenta de que estaba leyendo uno de sus libros. Tan ligero era su sueño que una vez llegó a su cerebro una pregunta:
-¿Están constantemente encendidas las luces del techo?
Sin duda la muchacha le sugirió suavemente la respuesta, pues en el acto supo que aquellas luces estaban así desde que ella había llegado y debían haber estado así desde hacía centenares de años. En la mente de Kathleen había una pregunta, y la de Jommy la contestó:
- No, no quiero comer hasta que haya dormido.
¿O era un mero recuerdo de lo que habían hablado antes? No estaba, sin embargo, completamente dormido, porque sentía profundamente arraigada en él la alegría de haber encontrado otro verdadero slan; aquella muchacha tan bella y deliciosa.
Y para ella, aquel muchacho tan joven y atractivo.
¿Era él quien había pensado esto, o ella?
- He sido yo, Jommy.
- ¡Cuán delicioso era poder entrelazar su pensamiento con otro que simpatizaba tan íntimamente con él que parecía que fuesen uno solo, y preguntar y recibir respuesta, y cambiar impresiones con aquella voz silenciosa que el frío empleo de las palabras no podía jamás conseguir!
¿Estaban enamorados? ¿Cómo podían enamorarse dos personas por el mero hecho de haberse encontrado, sabiendo que había millones de slans en el mundo, y entre ellos muchachos y muchachas que cada uno de ellos hubiera podido preferir en otras condiciones?
- Hay algo más que esto, Jommy. Hemos vivido toda nuestra vida solos, en un mundo de hombres ajenos a nosotros. Vamos a compartir esperanzas y dudas, peligros y victorias. Encontrar la bondad al final, es una gran alegría, pero encontrar, a todos los demás slans no será lo mismo. Por encima de todo crearemos un hijo. Comprendes, Jommy, he amoldado ya todo mi ser a una nueva forma de vida. ¿No es esto el verdadero amor?
Él creía que sí, y tenían noción de esta gran felicidad. Pero cuando se durmió, aquella felicidad no se hallaba ya presente; sólo sentía frente a él un abismo al cual se asomaba viendo su ilimitada profundidad. Se despertó sobresaltado. Entornando los ojos miró el sitio donde Kathleen había estado sentada. El asiento estaba vacío. Su mente exaltada, en el margen todavía del sueño, vibró:
- ¡Kathleen!
La muchacha se acercó a la portezuela del coche.
- Estaba mirando todos estos metales preguntándome cuáles serían de utilidad inmediata para ti. - Se detuvo, sonriendo. - Para nosotros.
Jommy permanecía inmóvil, reflexionando, viendo contrariado que se había apeado del coche, aunque fuese un solo instante. Adivinaba que ella procedía de una atmósfera menos tensa que la suya. Había tenido libertad de movimientos y se alejó de allí, a pesar de los peligros que la amenazaban, cierta al poder pasar frente a ellos. En cuanto a él, había vivido toda su triste existencia con la constante preocupación de que la menor negligencia podía acarrearle la muerte. Cada movimiento tenía que incluir el cálculo de un riesgo.
Era una línea de conducta a la cual Kathleen tendría que acostumbrarse. La osadía en llevar a cabo una misión determinada frente al peligro era una cosa. El descuido era otra.
- Voy a preparar un poco de comida mientras tu recoges las cosas que quieras llevarte - dijo la muchacha alegremente -. Debe haber obscurecido ya.
Jommy miró su reloj y asintió. Dentro de dos horas sería medianoche. La obscuridad ocultaría su vuelo.
-¿Dónde está la cocina más próxima? - preguntó.
- Allá abajo - dijo ella señalando la hilera de puertas con el brazo.
-¿A qué distancia?
- Unos treinta metros. Jommy, veo cuán inquieto estás - añadió frunciendo el ceño -. Pero si vamos a formar una pareja, uno de nosotros tiene que hacer una cosa mientras el otro hace otra.
La vio alejarse inquieto preguntándose si la adquisición de una compañera sería bueno para sus nervios. Él, que se había acostumbrado a todos los riesgos que lo amenazaban, tendría que acostumbrarse ahora a la idea de que ella tenía que correrlos también.
No era que hubiese riesgo alguno de momento. El lugar estaba silencioso. Ni el menor ruido y, a excepción de Kathleen, ni el menor latido mental de un pensamiento. Los .perseguidores, los buscadores y los que elevaban las barreras que había visto durante el día, debían estar ya durmiendo, o a punto de retirarse.
Vio a Kathleen entrar por una puerta y calculó que estaba a unos doscientos cincuenta metros.
Y se disponía a apearse del coche cuando llegó a su mente una llamada suya, urgente, alta, vibrante:
-¡Jommy, se abre la pared! ¡Alguien...1
Súbitamente su pensamiento se quebró y empezó a transmitirle las palabras de otro hombre.
-¡Vaya, pues si es Kathleen! - iba diciendo John Petty con fría satisfacción -. ¡Y sólo al cincuenta y sieteavo escondrijo que he visitado! Lo he hecho personalmente; desde luego, porque pocos otros seres humanos serian capaces de impedir que tengas aviso de su aproximación. Además, es una misión que no puede ser confiada a nadie. ¿Qué te parece la psicología de abrir estas entradas secretas en la cocina? Por lo visto también los slans se llevan el estómago de viaje...
Bajo los rápidos dedos de Jommy el coche pegó un salto hacia adelante. Captó la respuesta de Kathleen, fría y pausada:
- ¿Con que me has encontrado, Mr. Petty? - Adoptó un topo de mofa -. ¿Debo quizá implorar tu merced?
- La merced no es precisamente mi punto flaco - respondió el otro en tono helado -. Ni acostumbro a demorarme cuando una oportunidad desde tanto tiempo esperada se me ofrece...
- ¡Jommy, pronto!
El disparo repercutió en su cerebro. Durante un terrible momento de intolerable tensión, la mente de la muchacha detuvo la muerte que la bala en el cerebro le había causado.
-¡Oh, Jommy... y hubiéramos podido ser tan felices!... ¡Adiós, amor mío...!
Totalmente desfallecido, Jommy siguió la fuerza de la vida que se iba desvaneciendo de la mente de la muchacha. El negro muro de la muerte borró súbitamente en él la imagen de la que había sido Kathleen.
XV
Jommy Cross no sintió odio, ni dolor, ni esperanza; su mente se limitó a captar impresiones y su cuerpo superlativamente sensible reaccionó como la perfecta máquina física que era. Su coche se detuvo súbitamente y vio la figura de John Petty de pie al lado del contorsionado cuerpo de Kathleen.
-¡Pardiez! - saltó la mente del asesino -. ¡Otro de ellos!
Su arma disparó contra la invulnerable armadura del coche. Sorprendido de su fracaso el jefe de la policía secreta retrocedió. Sus labios dejaron salir un grito de rabia. Durante un momento todo el odio concentrado contra los slans pareció personificarse en su aterrada expresión, y la nerviosa tensión de su cuerpo parecía esperar una muerte inevitable.
Apretar aquel botón, y John Petty hubiera quedado reducido a la nada. Pero Jommy Cross no hizo ningún gesto ni dijo una palabra. Su mirada se fijaba impersonalmente en aquel hombre y en el cuerpo de Kathleen. Y finalmente acudió a su mente la idea de que como único poseedor del secreto de la energía atómica no podía permitirse amor, ni una vida normal. En todo aquel mundo de odios entre hombres y slans, para él sólo había la inexorable existencia de sus altos destinos.
Por la abertura del muro iban entrando otros hombres armados que hacían fuego inútilmente contra el coche blindado. Y entre ellos pudo notar la presencia de dos slans sin tentáculos; Al cabo de un momento sus penetrantes ojos localizaron a uno de ellos en el momento en que se refugiaba en un rincón y transmitía un mensaje por su radio de pulsera. Las palabras llegaron claramente a su cerebro:
«. ..modelo 7500, base 200 pulgadas..., tipo normal 7, cabeza 4, barbilla 4, boca 3, ojos pardos, tipo 13, cejas 13, nariz 1, mejillas 6..., ¡corto!»
Jommy hubiera podido aniquilarlos a todos, a toda aquella pandilla siniestra. Pero ninguna idea de venganza era capaz de penetrar en aquella helada y trascendental región que era su cerebro. En aquel universo de locura para él sólo existía la seguridad de su arma y las certidumbres inherentes a ella.
Su coche retrocedió y arrancó a una velocidad que las piernas no podían igualar. Se metió por el túnel del arroyo subterráneo que alimentaba el jardín. Se sumergió en él ensanchando su lecho por desintegración durante media milla. Allí se detuvo para dejar que el agua viniese a ocultar el túnel que había hecho y se elevó a fin de que el agua no tuviese mucho espacio que llenar.
Finalmente, penetró en la obscuridad de bajo tierra. No podía salir a la superficie todavía porque los slans enemigos tendrían allí sus cruceros para hacer frente a una tal eventualidad.
Negras nubes ocultaban un mundo nocturno cuando Jommy, finalmente, salió de las entrañas de la tierra por la ladera de una colina. Se detuvo, produjo un alud de tierras que tapasen la salida del túnel y se elevó hacia el cielo. Por segunda vez conectó su aparato con la emisora de los slans enemigos y oyó la voz de un hombre que decía:
«Kier Gray acaba de llegar y ha tomado posesión del cuerpo. Parece que una vez más la organización de las víboras ha permitido a uno de ellos ver a otro aniquilado sin hacer un gesto por evitarlo. Hora es ya de que saquemos nuestras conclusiones de sus fracasos, y cesemos de considerar factor importante cualquier oposición que pudiesen hacer a nuestros planes. Sin embargo, existe todavía el incalculable peligro que ofrece este slan llamado Cross. Es necesario poner bien en claro que nuestras operaciones militares contra Tierra tendrán que ser suspendidas hasta que haya sido destruido por completo.
»Su inesperada aparición en escena hoy ha sido, sin embargo, una gran ventaja que hemos obtenido. Tenemos el señalamiento de su coche y la descripción de su persona y de su físico. Cualquiera que sea su disfraz no podrá ocultar la estructura huesuda de su rostro; y ni siquiera la inmediata destrucción de su coche conseguiría anular el señalamiento que se tiene de él. Se han vendido sólo unos cien mil ejemplares del modelo 7500. El suyo ha podido ser robado, pero puede encontrarse su rastro.
»Johanna Hillory, que ha hecho un estudio muy detallado de esta víbora, ha sido designada para ello. Bajo su dirección se explorarán todas las regiones de cada continente, ya que puede haber pequeñas zonas de la Tierra, como valles, praderas y en particular distritos agrícolas donde no hayamos penetrado todavía. Esas secciones deben ser cercadas estableciendo células policíacas en cada una de ellas.
»No hay posibilidad de que las víboras puedan establecer contacto con Cross, porque tenemos el control de todas las comunicaciones. Y a partir de hoy será detenida toda persona que ofrezca una semejanza física con él, para ser examinado.
»Esto 40 mantendrá alejado de la circulación, evitando descubrimiento de las demás víboras y dándonos tiempo de continuar nuestras pesquisas. Por mucho tiempo que requiera, descubriremos el sitio donde habita este peligroso slan. No podemos fracasar. Aquí Cuartel General.»
El viento silbaba y se arremolinaba alrededor del coche que seguía avanzando por entre- las negras nubes. Así la guerra contra el género humano estaba ahora ligada a su propia vida, con un aplazamiento indefinido para los dos. Aquellos meticulosos slans lo encontrarían, desde luego. Habían fracasado una vez debido a un factor desconocido para ellos, su arma, pero ahora era conocida; y además no era un factor que pudiese influenciar sus implacables investigaciones. Durante algunos minutos estuvo reflexionando sobre la posible invasión de su villa, y finalmente llegó a una conclusión que se inclinaba en su favor. Una pregunta. Sí, lo encontrarían, pero ¿cuánto tiempo necesitarían?
XVI
Necesitaron cuatro años, y a Jommy Cross le faltaban dos meses para cumplir veintitrés cuando los slans sin tentáculos descargaron su golpe con inesperada e insospechable violencia. Una mañana de calor asfixiante Jommy bajó lentamente los escalones de la veranda y se detuvo junto al sendero que dividía el jardín. Pensaba con tiernos sentimientos en Kathleen y en sus padres, muertos desde hacia tanto tiempo. No era el dolor, ni siquiera la tristeza lo que le invadía, sino un profundo y filosófico sentido de la tragedia de la vida.
Pero ninguna meditación podía embolar sus sentidos. Se daba cuenta con una claridad anormal e inhumana de cuanto lo rodeaba. De todo el mundo en él durante desarrollo que se había producido en el durante aquellos cuatro años, lo que más marcaba su crecimiento hacia la madurez era esta percepción de algo. Nada escapaba a sus sentidos. A veinte millas de allá, donde estaba escondida su nave del espacio, las oleadas de calor flotaban por entre las laderas de las colinas. Pero ningún halo de calor podía velar a su esta la cantidad de imágenes que ningún ojo humano hubiera podido percibir. Los detalles aparecían claramente allá donde hacía unos cuantos años sólo hubiera visto una imagen borrosa.
Un enjambre de insectos revoloteaba en torno a Granny que estaba arrodillada junto a un lecho de flores. El suave zumbido de los miles de alas acariciaba los supersensibles receptores de su cerebro. Remotos rumores acudían a sus oídos, y susurros mentales, apagados por la distancia, llegaban a él. Y gradualmente, a pesar de su increíble complejidad, un caleidoscopio de la vida de aquel valle iba apareciendo ante sus ojos formando una sinfonía de impresiones que revoloteaban bellamente formando un conjunto coherente.
Hombres y mujeres trabajando, chiquillos jugando, los tractores en pleno trabajo, toda aquella comunidad reuniéndose una vez más a la antigua usanza... Miró otra vez a Granny. En un instante su mente penetró en su indefenso cerebro y fue como si toda ella formase parte de su mismo cuerpo. Una imagen cristalina del sombrío mundo que estaba viendo se transmitió de ella a él. La alta flor que tenía delante pareció crecer todavía ante sus ojos De repente la vieja levantó la mano, sosteniendo un pequeño insecto negro. Lo aplastó triunfante y se limpió complacida los dedos en el suelo.
-¡Granny! - gritó Jommy , ¿es que no puedes refrenar tus instintos criminales?
La vieja lo miró y el aire de reto que apareció en su rostro recordó la vieja Granny de otros tiempos.
-¡Qué tontería! Hace noventa años que estoy matando estos malditos diablos y mi madre los había matado también antes que yo.
Su risa sonaba senil. Cross frunció ligeramente el ceño. Granny se había repuesto físicamente bajo aquel benigno clima de la costa occidental, pero Jommy no estaba contento del restablecimiento hipnótico de su mente. Era muy vieja, desde luego, pero el empleo de ciertas frases, como la de que «su madre lo había hecho antes también», era demasiado mecánico. Él le había impreso aquella idea en su cerebro, en primer lugar, para llenar el inmenso hueco dejado por la anulación de sus recuerdos, pero uno de estos días tenía que intentarlo de nuevo. Comenzó a alejarse, y en aquel momento fue cuando
la advertencia llegó a su cerebro, un rápido latir de lejanos pensamientos exteriores. « ¡Aviones!», estaba pensando la gente. «¡Cuántos aviones!»
Hacía ya años que Jommy Cross había implantado la sugestión hipnótica de que todo aquel que viese algo inusitado en el valle tenía que comunicarlo a través de su subconsciente, sin darse siquiera cuenta de ello. El fruto de esta precaución llegaba a él a oleadas ahora de una y otra mente.
Y entonces vio los aviones, diminutos puntos negros que viniendo por encima de la montaña se dirigían hacia él. Cómo una langosta que ataca, su mente se lanzó a la captura de los cerebros de los pilotos. Las tenaces cortinas mentales de los slans enemigos recibieron el impacto de su mirada investigadora. De un tirón arrancó a Granny de la tierra y se metió con ella en la casa. La puerta de acero de diez puntos del edificio, construido del mismo metal, se cerró en el momento en que el reluciente transporte de propulsión a chorro se posaba en el jardín, como una gigantesca ave entre los macizos de flores de Granny. Cross concentró su pensamiento:
- Un avión en cada granja. Esto quiere decir que no saben exactamente en cuál estoy. Pero ahora las naves del espacio vendrán a acabar la obra.
Bien, puesto que la situación había llegado a aquel extremo era obvio que se veía obligado a llevar su plan hasta el límite. Sentía una absoluta confianza, no había en él ni un ápice de duda.
Un profundo desfallecimiento se apoderó de él al asomarse a su placa visual subterránea.. Los cruceros y demás naves de guerra estaban allí, desde luego, pero había también algo más... otra nave. ¡Una nave! El monstruo ocupaba la mitad de la placa visual, su casco en forma de rueda llenaba la cuarta parte más baja del cielo. Una nave de medía milla, diez millones de toneladas de metal flotando como Si fuesen más ligeras que el aire, como un globo hinchado, gigantesco, respirando pavor con la amenaza de su ilimitado poder.
¡Cobraba vida! Una llamarada blanca de cien metros brotaba de su macizo casco y la sólida cumbre de la montaña se disolvía bajo aquel fuego devorador. Su montaña, aquella montaña donde su nave, su vida, estaban ocultas iba destruyéndose por la energía atómica enemiga controlada.
Cross permanecía inmóvil sobre la alfombra que cubría el suelo de acero de su laboratorio de acero. Susurros de humanas incoherencias llegaban de todas las direcciones a su cerebro. Bajó la cortina mental y la confusión de pensamientos exteriores quedó instantáneamente cerrada. A su espalda, Granny gruñía, aterrada. A distancia, encima de él, la obra de destrucción atacaba su casi inexpugnable granja, pero la alocada mezcla de ruidos no llegaba hasta él. Se encontraba solo, en un mundo de silencio personal, un mundo de pensamientos pausados, seguidos, ininterrumpidos.
Si estaban dispuestos a hacer uso de la energía atómica, ¿por qué no los habían pulverizado con bombas? Mil ideas acudieron a su mente en forma de respuesta. Querían el secreto del tipo perfecto de energía atómica que él poseía. Su método no era una modificación de la maravillosa bomba llamada de hidrógeno de los antiguos tiempos con su base de uranio y agua pesada y la reacción en cadena, sino que habían
vuelto a un periodo incluso más antiguo, el del principio de explosión con ciclotrones. Sólo esto podía explicar aquellas dimensiones descomunales. Allí había diez millones de toneladas de ciclotrones capaces de un feroz desarrollo de energía y sin duda esperaban hacer uso de su movilidad para obligarle a dar su impagable secreto.
Se acercó al cuadro instrumental que cubría toda la pared posterior del laboratorio. Accionó un interruptor. Las agujas señalaron la presencia de una nave de guerra frente a aquella montaña que se estaba disolviendo, una nave que se estremecía bajo su vida mecánica, penetrando más y más profundamente en la tierra y dirigiéndose al mismo tiempo infaliblemente hacia el laboratorio. Las diferentes esferas empezaban a marcar alocadamente, pasando de cero al máximo, oscilando, deteniéndose. También ellas revelaron la presencia de proyectores atómicos emergiendo del suelo donde durante tanto tiempo habían estado ocultos, y en el momento en que accionó el mando del instrumento de precisión que había ambicionado toda su vida, veinte cañones invencibles dispararon con una perfecta sincronización.
Los proyectiles hicieron blanco en el infallable casco de la nave. Y se detuvieron. ¿Cuál era su propósito contra aquel implacable enemigo? No quería derribar aquella monstruosa máquina. No quería crear una situación en la cual los slans y los seres humanos tendrían que luchar con una ferocidad sin precedentes. Sus grandes cañones móviles podían todavía lanzar proyectiles capaces de horadar cualquier metal que estuviese en posesión de los slans, y si alguna de aquellas naves caía en manos de los humanos, no transcurriría mucho tiempo antes de que también ellos las poseyesen y sería el comienzo de una guerra infernal. No, no quería hacerlo.
Y no quería destruir aquella nave porque no quería matar a los slans sin tentáculos que había a bordo de ella. Porque, después de todo, representaban una raza, una ley y un orden que él respetaba. Y siendo como eran una gran raza, una raza afín a la suya, merecían piedad.
Antes de poner sus ideas en claro, la vacilación cedió. Cross apuntó su batería de armas sincronizadas al centro de aquel inmenso ciclotrón. Su pulgar apretó el botón. La media milla de nave en forma de espiral pareció encogerse como un elefante alcanzado por un certero golpe; se estremeció, como un bergantín cogido por un furioso temporal; y al instante, al calmarse, Jommy pudo ver el cielo a través de un inmenso orificio, y se dio cuenta de su victoria.
Había cortado la vasta espiral de un extremo a otro. El poder de aquel ciclotrones estaba aniquilado. Pero las consecuencias de la presencia de aquella nave subsistían. Frunciendo el ceño Cross vio la nave detenerse por un momento, temblando. Lentamente empezó a retroceder con sus placas de antigravedad aparentemente averiadas. Fue subiendo, subiendo, disminuyendo de tamaño, mientras iba perdiéndose en la distancia.
A las cincuenta millas era todavía mayor que las demás naves que se asomaban por el casi indemne valle. Y ahora las. consecuencias eran claras, frías, mortales. La naturaleza del ataque demostraba que hacía meses que habían descubierto sus actividades en el valle.
Sin duda alguna, habían esperado el momento de librar una batalla titánica obligándolo a salir donde pudieran seguirlo día y noche por medio de sus instrumentos, y matarlo, apoderándose de sus instalaciones.
Jommy se volvió hacia Granny desapasionadamente.
- Voy a dejarte aquí - le dijo -. Vas a seguir al pie de la letra mis instrucciones. Cinco minutos después de que me haya marchado vas a salir de la forma como entramos, cerrando todas las puertas metálicas. Después olvidarás este laboratorio; va a ser destruido, por lo tanto puedes perfectamente olvidarlo. Si alguien te interroga, te mostrarás senil, pero en las demás ocasiones serás normal. Voy a dejarte correr este peligro sola porque no estoy seguro ya, a pesar de todas mis precauciones, de salir de ésta con vida.
La idea de que había llegado finalmente el gran día le producía una especie de interés impersonal. Los slans enemigos podían considerar aquel ataque que acababan de realizar como mera parte de un más vasto designio que incluía el tan demorado plan de asalto a la Tierra. Cualquier cosa que ocurriese, Jommy había trazado sus planes lo más minuciosamente posible; y pese a que faltaban todavía años para la realización de su designio, debía hacer uso de sus fuerzas hasta el limite de su poder. Había emprendido un camino y era ya imposible retroceder, porque detrás de él se encontraba la muerte.
La nave de Cross salió del río y emprendió una larga y empinada ascensión hacia el espacio. Era importante no hacerse visible hasta que los slans se diesen cuenta de que no estaba ya en el valle y hubiesen iniciado su fútil persecución. Pero primero tenía que hacer una cosa.
Su mano accionó un interruptor. Fijó su penetrante mirada en la placa visual que le reveló el valle que se iba alejando, y en cuyo verde suelo podían verse algunos puntos que lanzaban llamas blancas de un extraño resplandor. Dentro de la tierra, cada arma, cada aparato atómico iba consumiéndose. El metal de todas las habitaciones iba fundiéndose bajo la devoradora violencia de la energía.
Cuando algunos minutos más tarde se volvió, las llamas blancas eran todavía visibles. Que buscasen ahora el retorcido y destrozado metal. ¡Que sus científicos tratasen de sacar a la luz del día los secretos por los que luchaban tan desesperadamente y para obtener los cuales habían venido donde los humanos pudiesen ver algunos de sus poderes! En ninguno de los rincones de este valle encontrarían absolutamente nada.
La destrucción de todo aquello que tan precioso era para los atacante fue cuestión de una fracción de minuto, pero durante esta fracción lo habían visto. Cuatro naves negras como la muerte se lanzaron en el acto en su persecución y repentinamente vacilaron al accionar Jommy el mecanismo que hacía su nave invisible.
Súbitamente los detectores enemigos de energía atómica entraron en acción. Las naves se pusieron en su persecución de una manera infalible. Los timbres de alarma delataron otras naves delante de él, cerrando el círculo. Sólo los incomparables propulsores atómicos lo salvaron de la vasta flota. Eran tantas las naves que no pudo siquiera empezar a contarlas y todas las que conseguían acercarse apuntaban sus proyectores
hacia donde sus instrumentos señalaban. Lo fallaban porque en el momento en que lo descubrían su nave se situaba fuera de la trayectoria de sus potentes cañones.
Completamente invisible, viajando a una velocidad de muchas millas por segundo, su nave se dirigía hacia Marte. Debía pasar a través de algún campo de minas, pero no tenía importancia ya. Los devoradores rayos de desintegración que exhalaban las paredes de su gran máquina absorbían las minas antes de que pudiesen hacer explosión, y simultáneamente destruían toda onda de luz que hubiese podido revelar su presencia bajo los cegadores rayos de sol.
Había sólo una diferencia. Las minas eran devoradas antes de que alcanzasen su nave. La luz, siendo una onda, sólo podía ser destruida durante la fracción de segundo en que tocaba su nave y comenzaba a reflejar. En el preciso momento de reflejar, su velocidad disminuía, los corpúsculos que básicamente la componían se alargaban de acuerdo con las leyes de la teoría de la contracción de Lorentz-Fitz Gerald, y en aquel instante de casi inmovilidad, la furia de los rayos del sol era apagada por los desintegradores.
Y debido a que la luz tenía que tocar las paredes primero y por lo tanto podía ser absorbida tan fácilmente como siempre, sus placas de visión no quedaban afectadas. La imagen de todo lo que ocurría en el exterior llegaba a él, que permanecía invisible. Su nave parecía sostenerse inmóvil en la bóveda, salvo que Marte iba gradualmente aumentando de tamaño. A un millón de millas había un gran disco resplandeciente del tamaño de la Luna vista desde Tierra, que iba creciendo como un globo que se hinchaba, hasta que su gran volumen llenó la mitad del cielo y perdió su color rojo.
Los continentes empezaron a cobrar forma, iban viéndose montañas, mares, increíbles abismos, extensiones de tierra llana y desierta y aglomeraciones de rocas. La visión iba haciéndose siniestra, con nuevo aspecto de aquel dentellado planeta parecía más mortal. Marte, visto a través del telescopio eléctrico a treinta mil millas, recordaba un ser humano demasiado viejo, mustio, huesudo, arrugado por la edad, inmensamente repelente.
La zona obscura que era él Mar Cimmeríum aparecía como un tenebroso mar de barro. Silenciosas, casi sin mareas, las aguas yacían bajo el cielo eternamente azul, pero jamás nave alguna podría surcar aquellas plácidas aguas. Extensiones sin fin de dentelladas rocas rompían la superficie. No había accidentes, ni canales, sólo el mar con la emergencia de las rocas. Finalmente Cross vio la ciudad ofreciendo un extraño e impresionante aspecto bajo su cúpula de cristal; después apareció una segunda; más tarde una tercera.
Lejos de Marte inició el descenso, parados los motores, sin que ninguna parte de la nave difundiese la menor partícula de energía atómica. Era pura y simplemente una precaución. No podía haber temor de que hubiese detectores a aquellas distancias. Finalmente el campo de gravitación del planeta comenzó a influir sobre la nave que fue cediendo a su inexorable atracción acercándose a la parte nocturna del globo. Era una tarea difícil. Los días de Tierra se convertían en semanas. Pero finalmente puso en acción, no su energía atómica, sino sus placas de antigravitación que no había usado desde que instaló sus propulsores atómicos.
Durante días y días, mientras la acción centrífuga del planeta suavizaba su rápida caída, permaneció sin dormir observando las placas visuales. Cinco veces las temibles bolas de metal que eran minas volaron hacia él pero cada vez actuó durante breves segundos sus devoradores desintegradores murales.. - y esperó por si alguna nave había descubierto su momentáneo uso de la fuerza. Dos veces sonaron los timbres de alarma y los visores acusaron luces, pero ninguna nave apareció a la vista. Bajo la nave el planeta iba agrandándose y cubría ya todo el horizonte con su sombría inmensidad. Aparte de las ciudades, en toda aquella región no había signos distintivos en las tierras. Alguna que otra vez manchas luminosas delataban una ciudad o un centro de actividades y por fin encontró lo que buscaba. El mero punto luminoso de una llama, como una vela que vacilase en la remota obscuridad.
Resultó ser la entrada de una mina y la luz venía de la casa donde vivían los cuatro slans enemigos que vigilaban su funcionamiento, movido enteramente por una maquinaria automática. Había casi obscurecido cuando Cross regresó a su nave, convencido de que había encontrado lo que quería.
Una espesa niebla como una manta negra cubría el planeta la noche siguiente cuando Cross aterrizó de nuevo en el desfiladero que llevaba a la boca de la mina. No se veía el menor movimiento, ni el menor ruido turbaba el silencio cuando emprendió el camino. Sacó una de las cajas metálicas que protegían sus cristales hipnóticos e insertó el objeto atómico cristalino en una grieta de las rocas de la entrada; levantó la tapa protectora y echó a correr antes de que su cuerpo pudiese afectar el nefasto artefacto. En las sombras del barranco, esperó.
A los veinte minutos la puerta de la casa se abrió. La luz del interior dibujó la silueta de un hombre alto y joven. La puerta se cerró de nuevo; en las manos del hombre brilló la luz de una antorcha eléctrica que iluminó el sendero que seguía y lanzó un destello al reflejarse en el cristal hipnótico. El hombre se acercó a él intrigado y se detuvo a examinarlo. Sus pensamientos volaron a la superficie del cerebro de Jommy.
«¡Es curioso! Este cristal no estaba aquí esta mañana - pensó -. Alguna roca que se habrá desprendido y el cristal estaría detrás. »
- Permaneció contemplándolo, captado en el acto por su fascinación. La sospecha acudió a su despierta mente.- Reflexionó sobre el objeto con fría lógica, y se dirigió hacia la cueva donde estaba Cross en el momento en que los rayos paralizadores se posaban sobre él. Cayó sin sentido.
Cross se precipitó hacia él y a los pocos minutos había sacado al hombre del barranco fuera de todo posible alcance de la voz desde la mina. Pero incluso durante aquellos minutos su mente estaba buscando a través de la cortina mental protectora del desconocido. Era un trabajo lento, porque buscar en el cerebro de un hombre sin sentido era como andar por el agua, ofrecía mucha resistencia. Pero súbitamente encontró lo que buscaba, el corredor abierto por la aguda percepción del hombre de la forma del cristal.
Cross siguió rápidamente el corredor mental hasta su remoto extremo por entre las complejas raíces del cerebro. Mil senderos parecían abrirse ante él perdiéndose en todas direcciones. Con cauteloso pero desesperado afán, los siguió, despreciando los que eran visiblemente imposibles. Y entonces, una vez más, como el ladrón que descerraja cajas
de caudales y espera oír el ruido delator de que ha acertado otro número de la combinación, un nuevo corredor clave apareció ante él.
Ocho corredores clave, quince minutos, y la combinación fue suya, el cerebro de aquel hombre era suyo. Bajo sus órdenes el hombre, que se llamaba Miller, volvió en sí con un suspiro. Instantáneamente, cerró herméticamente su cortina mental.
- No seas absurdo - dijo Cross -. Baja la cortina.
La cortina se corrió en el acto; y en la obscuridad el slan enemigo se quedó mirándolo, asombrado.
-¡Me has hipnotizado, pardiez! - dijo admirado -. ¿Cómo lo has hecho?
- El método puede ser utilizado sólo por los verdaderos slans - respondió Jommy fríamente -, de manera que las explicaciones serían inútiles.
-¡Un verdadero slan! - dijo el hombre lentamente -. ¡Entonces eres Cross!
- Soy Cross.
- Supongo que sabes lo que estás haciendo - prosiguió Miller -, pero no sé qué puedes conseguir ganar controlando mi cerebro.
Súbitamente Miller se dio cuenta de la extrañeza de aquella conversación sostenida - en la obscuridad del barranco bajo el cielo negro, cubierto por la niebla. Sólo una de las dos lunas de Marte era visible, formando una vaga forma blanca que brillaba en la remota bóveda de los cielos. Rápidamente el hombre dijo:
-¿Cómo es que pudo hablar contigo, razonar contigo? Creía que el hipnotismo dejaba embotado.
- El hipnotismo - interrumpió Cross sin detenerse en largas explicaciones - es una ciencia que comporta muchos factores. Un control total permite al sujeto una libertad aparentemente completa, salvo que su voluntad está completamente dominada por el otro. Pero no tenemos tiempo que perder. - Su voz se hizo más autoritaria y su cerebro se retiró del hombre - Mañana es tu día de descanso. Irás a la Oficina de Estadísticas a averiguar el nombre y localización de todo hombre que tenga un parecido físico conmigo.
Se detuvo porque Miller se estaba riendo suavemente. Su mente y su voz estaban diciendo:
-¡Hombre, esto te lo puedo decir ahora mismo! Han sido todos descubiertos desde que tu descripción fue publicada hace algunos años. Están todos en observación. Son hombres casados y...
Su voz se apagó. Sardónicamente, Cross dijo:
-¡Sigue!
Miller prosiguió, reluctante:
- Hay en total veintisiete que se parecen a ti en todos los detalles, lo cual es un porcentaje sorprendente.
-¡Sigue!
- Uno de ellos - prosiguió Miller, desconsolado - está casado con una mujer que resultó gravemente herida en la cabeza en un accidente de una nave del espacio la semana pasada. Están reparándole el cerebro y el cráneo pero...
- Pero se necesitarán algunas semanas - terminó Cross en su lugar -. El hombre se llama Barton Corliss, vive en la fábrica de naves del espacio de Cimmerium, como tú, y va a la ciudad de Cimmerium cada cuatro días.
- Debería haber una ley que condenase a los que pueden leer el pensamiento - dijo Miller torpemente -. Afortunadamente los receptores de Porgrave te descubrirán - terminó con mejor humor -. La radio de Porgrave emite pensamientos y los receptores los reciben. En Cimmerium hay uno a cada paso, en todos los edificios, casas, por todas partes. Son nuestra protección contra los espías de las víboras. Un pensamiento indiscreto y... ¡listos!
Cross permanecía silencioso. Finalmente dijo.
- Una pregunta más, y quiero que tu mente deseche una serie de pensamientos sobre este punto. Necesito detalles.
-¿Hasta qué punto es inminente el ataque a Tierra?
- Se ha tomado la decisión de que, en vista del fracaso de la tentativa de apoderarse de ti para matarte y conocer tu secreto, el control de Tierra ha llegado a ser esencial para prever todo peligro. Con este fin se están construyendo grandes cantidades de naves siderales; la flota está movilizada en sitios estratégicos, pero la fecha del ataque, si bien debe estar decidida ya, no se ha anunciado todavía.
-¿Qué han proyectado hacer con los seres humanos?
-¡Al diablo los seres humanos! - exclamó Miller - ¡Cuando nuestra propia existencia está en peligro no podemos preocuparnos de ellos!
La obscuridad que los envolvía parecía aumentar, el frío de la noche comenzaba a penetrar a través de sus ropas dotadas de calefacción. Cross iba preocupándose por instantes a medida que reflexionaba sobre las palabras de Miller. ¡Guerra! Con voz apagada dijo:
- Sólo con la ayuda de los verdaderos slans puede pararse este ataque. Tengo que encontrarlos... donde sea, y he agotado ya casi todas las posibilidades. Voy a ir al sitio donde es más probable residan.
La mañana apareció. El sol brilló abrasador en el azul profundo del vasto cielo. Las sombras que despedía sobre el suelo fueron reduciéndose a medida que se elevaba y volvieron a alargarse cuando Marte ofreció el rostro poco amistoso de la tarde a la persistente luz.
Desde donde había aterrizado la nave de Jommy el horizonte ofrecía una línea dentellada de colinas destacándose sobre el cielo ensombrecido. El crepúsculo se anunciaba amenazador y finalmente su larga espera encontró su recompensa. El pequeño objeto rayado de rojo en forma de torpedo se elevó sobre el horizonte escupiendo fuego por su popa. Los rayos del poniente brillaban sobre su piel metálica y se lanzó hacia la izquierda de donde Cross esperaba al lado de su máquina que, como un animal de presa, estaba agazapada en la cueva de los acantilados.
Unas tres millas, calculó Cross aproximadamente. La distancia no sería un obstáculo para aquel motor que yacía silencioso en el cuarto de máquinas de la nave, dispuestos a lanzarse hacia delante con su formidable y silencioso poder.
Trescientas millas y aquel estupendo motor vibraría sin esfuerzo, sin fallar un solo latido; salvo que aquella titánica fuerza no podía ser desencadenada donde su fuerza podía tocar tierra y arrancar un nuevo pedazo de aquella ya torturada tierra.
Tres millas, cuatro, cinco... hizo rápidamente los- preparativos. La fuerza de los magnetos lanzó su poder a través de la distancia y simultáneamente la idea que había desarrollado durante su largo viaje desde Tierra cobró vida bajo la forma de un motor especial. Ondas de radio, tan similares a las vibraciones de energía que estaba usando que sólo un instrumento extraordinariamente sensible hubiera podido descubrir la diferencia, brotaron del motor que había instalado quinientas millas más allá. Durante aquellos breves minutos, todo el planeta vibró con ondas de energía.
Los slans sin tentáculos debían estar ya buscando el centro de aquella onda de interferencia. Entre tanto su escaso uso de fuerza debía pasar inadvertido. Los motores seguían cumpliendo su misión rápidamente, pero con suavidad. La lejana nave redujo su marcha como si hubiese tropezado con una resistencia. Redujo más todavía su avance, y fue arrojada inexorablemente contra el acantilado de arcilla.
Sin el menor esfuerzo, utilizando las ondas de radio corno pantalla para un mayor uso de fuerza, Cross retiró su nave más profundamente en el abultado vientre del acantilado ensanchando el túnel natural con un chorro de energía disolvente. Después, como una araña con una mosca, atrajo la pequeña nave a su antro tras él.
Al momento se abrió una puerta y apareció un hombre. Saltó ligeramente al suelo del túnel y permaneció un instante contemplando el resplandor del reflector de la otra nave. Confiado, se acercó. Sus ojos se fijaron en el cristal de la húmeda pared de la cueva.
Lo miró con indiferencia; después, la misma anormalidad de una cosa que podía distraer su intención en un momento como aquel penetró en su conciencia. En el momento en que iba a recoger el objeto de la pared, los rayos paralizadores de Cross lo derribaron.
En el acto Cross cortó toda la fuerza. Cerró un interruptor y la lejana emisora de onda atómica se disolvió en su propia energía.
En cuanto al hombre, lo único que Cross quería de él en aquel momento era una gran fotografía, un registro de su voz y el control hipnótico. Sólo veinte minutos necesitó para estar volando nuevamente hacia Cimmerium, rabiando interiormente de hacer nada contra ella.
No podía haber prisa en lo que Cross sabía que tenía que hacer antes de atreverse a entrar en Cimmerium. Todo tenía que ser previsto, una cantidad casi ilimitada de detalles laboriosamente preparados. Cada cuatro días, día de descanso, Corliss venía a la cueva, yendo y viniendo, y mientras transcurrían las semanas su mente iba vaciándose de su memoria, de los detalles. Finalmente Cross estuvo a punto, y al séptimo día de descanso sus planes fueron puestos en acción. Un tal Barton Corliss permanecía en la cueva sumido en un profundo sueño hipnótico; el otro tomaba la pequeña nave rayada de rojo y se dirigía rápidamente hacia la ciudad de Cimmerium.
Veinte minutos después la nave de guerra aparecía en el cielo y se colocaba a su lado como una alargada masa de reluciente metal.
Corliss - dijo la aguda voz de un hombre en la radio de la nave -, durante la observación normal de todos los slans que se parecen a la víbora, Jommy Cross, te esperábamos y vemos que llegas aproximadamente con cinco minutos de retraso. Serás por consiguiente llevado a Cimmerium bajo escolta, donde comparecerás ante la comisión militar para ser examinado. Eso es todo.
XVII
La catástrofe se produjo tan sencillamente como esto. Un accidente no totalmente imprevisible, pero amargamente decepcionante. Seis veces Barton Corliss había llegado ya con veinte minutos de retraso y había pasado inadvertido. Esta vez, por cinco minutos de inevitable retraso el largo brazo de. la suerte había caído sobre la esperanza de un mundo.
Cross miró tristemente las placas visuales. A sus pies tenia rocas, rocas abruptas e inimaginablemente desiertas. Las hendeduras no formaban ya estrechos arroyos. Las rocas se extendían en todas direcciones como bestias al acecho. Vastos valles cobraban vida; las grietas mostraban insondables profundidades y se elevaban formando abruptas montañas. Aquella extensión impracticable era el único camino que se ofrecía a él si pretendía escapar porque no había nave capturada, por grande y formidable que fuese que pudiese esperar huir de la guerra que los slans enemigos podían lanzar entre él y su indestructible nave...
Quedaba una cierta esperanza, desde luego. Tenía una pistola atómica construida en forma parecida a la de Corliss, que lanzaba una descarga eléctrica, hasta que el mecanismo de descarga de energía atómica era accionado. Y la sortija de matrimonio que llevaba en el dedo era una copia de la de Corliss, con la única diferencia de que contenía el cargador atómico más pequeño que jamás se había construido y estaba destinado, como la pistola, a disolver lo que se le pusiese en contacto. ¡Dos armas y una docena de cristales para detener la guerra de las guerras!
La tierra que volaba a los pies de su nave aérea iba haciéndose más desierta. Una agua negra, plácida y oleosa formaba sucias charcas en el fondo de aquellos abismos primitivos formando el principio de aquel océano sin belleza que era el Mare Cimmeriun.
Súbitamente apareció una vía antinatural. Sobre una meseta montañosa de su derecha, yacía una gran nave de guerra que parecía un tiburón negro. Un enjambre de cañoneros, yacían sobre la roca desnuda a su alrededor, que como una manada de paces aéreos estaban medio ocultos en las infructuosidades de aquella tierra muerta. Ante su penetrante mirada la montaña se convirtió en una impotente fortaleza de roca y acero. Acero negro, incrustado en la negra roca, con gigantescos cañones elevándose hacia el cielo.
Y allí, a su izquierda esta vez, se veía otra meseta de desnuda roca y otro crucero rodeado de sus naves pilotos casi ocultas en sus cunas. Los cañones fueron aumentando de tamaño; apuntando siempre hacia el cielo, como si esperaran de un momento a otro la aparición de algún monstruoso y peligroso enemigo. ¿Contra que estaba destinada aquella defensa increíble? ¿Podían los slans enemigos tener tal incertidumbre acerca de los verdaderos slans que ni aun todo aquel poderoso armamento podía calmar su temor de aquellos elusivos seres?
¡Cien millas de cañones, fortalezas y naves! Cien millas de infranqueables gargantas, y aguas, e inexpugnables acantilados! Y al franquear su nave y el crucero armado que le daba escolta un pico inaccesible, apareció a corta distancia la ciudad cristalina de Cimmeriun. La hora de ser examinado había llegado.
La ciudad se extendía por una llanura que llegaba a la escarpada costa de un brazo de mar. El cristal relucía bajo el sol con un resplandor blanco y ardiente que tendía sobre la superficie de las aguas llamas de fuego. No era una gran ciudad. Pero era todo lo grande que podía ser en aquella tierra inhabitada. Se erguía con escalofriante temeridad en el borde mismo de los incontables abismos que abarcaban su bóveda de cristal. Su diámetro más ancho - era de tres millas; en su sitio más estrecho podía alcanzar dos y dentro de sus confines vivían doscientos mil slans según las cifras que le habían suministrado Corliss y Miller.
El campo de aterrizaje estaba situado donde había supuesto. Era una vasta extensión de metal en uno de los extremos de la ciudad suficiente para albergar una nave de guerra, cruzada por relucientes vías de ferrocarril. Su aparato fue a tomar suavemente una de esas vías posándose sobre el chasis número 9977. Simultáneamente, la imponente masa de la gran nave de guerra pasó en dirección al mar y se perdió al mismo instante de vista detrás del imponente acantilado de la bóveda cristalina.
La maquinaria automática arrastró el chasis por los raíles en dirección a una gran puerta de acero que se abrió automáticamente y volvió a cerrarse tras él.
Lo que el primer golpe de vista le ofreció ante los ojos no fue totalmente inesperado, pero la realidad sobrepasó lo que había leído en las mentes de Miller y Corliss. En la sección del vasto hangar que podía ver, debía haber por lo menos mil naves. Del suelo al techo estaban apretujadas como sardinas en lata, cada una en su chasis y cada una lo sabía, a punto de ser sacada fuera si su número aparecía en el cuadro de señales.
El aparato se detuvo. Cross se apeó tranquilamente e hizo un breve saludo a los tres slans que estaban esperándolo. El de más edad se dirigió hacia él, sonriendo:
¡Vaya, Barton, te has ganado un nuevo examen! Bien, ten la seguridad de que irá aprisa; lo de siempre ya sabes, impresiones digitales, rayos X, análisis de sangre, reacción cutánea, examen microscópico del cabello...
Los pensamientos que brotaron de los cerebros de los tres hombres parecían indicar que estaban a la expectativa. Pero Cross no los necesitaba. Jamás se habían encontrado más despiertos, más atentos a los detalles, más capaz de distinguir las más superficiales sutilezas.
-¿Desde cuándo forma parte de un reconocimiento el análisis químico de la piel?
Los tres hombres no se excusaron de la trampa que le habían tendido, ni sus pensamientos delataron el desengaño del fracaso. Pero Cross no reveló tampoco ninguna emoción por su primera victoria. Pasase lo que pasase, dada la situación, en ningún caso podía someterse a un examen. Tenía que echar mano hasta el límite de todos los preparativos que había hecho durante aquellas últimas semanas en el que analizó las informaciones captadas en las mentes de Miller y Corliss.
- Llévalo al laboratorio y haremos la parte física del reconocimiento - dijo - el más joven de los hombres -. Tómale la pistola, Prentice.
Cross tendió su arma sin decir una palabra.
Ingraham, el de más edad, sonreía, a la expectativa, Bradshaw lo miraba fijamente con sus ojos grises; sólo Prentice parecía indiferente al meterse en el bolsillo el arma de Cross. Pero era su silencio, no sus acciones lo que llagaba al cerebro de Jommy. No había el menor ruido, no se oía ni el susurro de una conversación. Aquella comunidad del hangar le parecía un cementerio y de momento parecía que detrás de aquellas paredes una ciudad trabajase febrilmente en la preparación de una guerra.
Accionó la combinación y vio chasis y naves deslizarse en silencio, primero horizontalmente, después hacia el alto techo. Se oyó un leve ruido metálico y volvió a quedar en posición. Y de nuevo reinó el silencio después de aquella breve percusión sonora.
Sonriendo interiormente por la forma cómo estaban esperando su menor error de maniobra, Cross se dirigió hacia la salida. Salió a un corredor en cuyas relucientes paredes había algunas puertas cerradas, a intervalos regulares. Cuando estuvieron a la vista del laboratorio, Cross dijo:
- Supongo que habréis llamado al hospital a tiempo diciendo que vendría retrasado.
Ingraham se detuvo en seco y los demás lo imitaron. Se quedaron mirándolo.
-¡Pardiez! ¿Es que va a volver en sí tu mujer esta mañana? - preguntó Ingraham.
- Los doctores tenían que llevarla al borde de la conciencia veinte minutos después de la hora en que yo tenía que aterrizar - asintió Cross sin sonreír -. Deben llevar y trabajando aproximadamente una hora. Tu examen y el de la comisión militar tendrán que ser aplazados.
- Los militares te escoltarán, sin duda - asintió Ingraham.
Fue Bradson quien tomó brevemente la palabra por su radio de muñeca. La tenue pero clara respuesta llegó a los oídos de Cross.
- En circunstancias ordinarias los militares lo escoltarían hasta el hospital. Pero ocurre que nos encontramos ante el individuo más peligroso que el mundo ha conocido, Cross tiene sólo veintitrés años, pero es un hecho probado que el peligro y adversidad maduran a los individuos. Podemos suponer, por consiguiente, que nos encontramos ante una potencialidad desconocida. Si Corliss fuese en realidad Cross, la coincidencia de recobrar el conocimiento Mrs. Corliss en este momento preciso exigiría estar preparado para cualquier contingencia, particularmente la de sospecha, en el momento de aterrizar. Ha tenido ya una impresión al saber que iba a ser examinado. Sin embargo, el echo mismo de que por primera vez ha sido necesario posponer el examen de un hombre parecido a Cross, requiere que los peritos entrenados a los reconocimientos preliminares no se aparten de su lado ni un segundo. Se procederá, pues, de esta forma hasta nuevas órdenes. En el ascensor hay un coche esperando.
Al salir a la calle Bradshaw dijo:
- Si no es Corliss, su presencia en el hospital será completamente inútil y el cerebro de Mrs. Corliss puede quedar permanentemente lesionado.
- Te equivocas - dijo Ingraham -. Los verdaderos slans pueden leer los pensamientos. Con la ayuda de los receptores Porgrave será capaz de captar los errores en el quirófano con la misma exactitud que Corliss.
Cross vio la amarga sonrisa del rostro de Bradshaw mientras decía:
- Tu voz se ha desvanecido, Ingraham. ¿Se te ha ocurrido repentinamente pensar que la presencia de los Prograves puede impedir a Cross hacer uso de su cerebro, salvo de la forma más limitada?
- Otra cosa - intervino Prentice -. la única razón por la cual Corliss va al hospital es porque reconocerá si ocurre algo extraño, a causa de la afinidad natural entre marido y mujer. Pero esto quiere decir también que Mrs. Corliss reconocerá inmediatamente si es o no su marido.
- Tenemos, por lo tanto, la conclusión final - concluyó .Ingraham -. Si Corliss es Cross, el restablecimiento de Mrs. Corliss en su presencia, puede tener consecuencias fatales para ella. Pero estas mismas consecuencias bastarían para probar su identidad, aunque todas las demás pruebas diesen un resultado negativo.
Cross no dijo nada. Había examinado a fondo el problema presentado por los receptores Prograve. Constituían un peligro, sin duda, pero no eran más que máquinas. El control que él tenia sobre la mente produciría esta amenaza.
El ser reconocido por Mrs. Corliss ya era otro asunto. La afinidad entre marido y mujer era fácilmente comprensible y era inimaginable que tuviese que contribuir a la destrucción de su mente femenina de slan. De una u otra forma tenía que salvar a aquella mujer de la demencia, pero tenía que salvarse él también.
El coche avanzó suavemente por un bulevar adornado de flores. El camino era obscuro, de apariencia cristalino y no recto. Ondulaba por entre los altos árboles que medio ocultaban los edificios a derecha e izquierda. Los edificios eran de estructuras bajas, y su belleza y florida ornamentación le sorprendía. Había captado ya algunas de las imágenes en los cerebros de Miller y Corliss, pero aquel triunfo del genio arquitectónico sobrepasaba sus previsiones. No es de esperar que una fortaleza sea bella; las torres artilladas suelen ser construidas para la defensa más que para inspirar cantos a la belleza de las formas arquitectónicas.
En este caso servían su propósito admirablemente. Parecían verdaderos edificios. que formasen parte de la ciudad, en lugar de ser meramente un baluarte armado del resto de ella. Una vez más la magnitud de las defensas demostraba con qué temor los. verdaderos slans eran esperados. Un mundo de hombres iba a ser atacado a causa de los temores de los slans sin tentáculos y aquello era el último grado de la trágica ironía.
«Estoy en lo justo - pensó Cross ; los verdaderos slans viven con los slans enemigos como los slans enemigos viven a su vez con los seres humanos; por lo tanto todos estos preparativos son contra un enemigo que se ha infiltrado ya dentro de sus defensas.
El coche se detuvo en un vestíbulo que llevaba a un ascensor. El ascensor se hundió en las profundidades del suelo con la misma rapidez con que el primero había salido del hangar. Disimuladamente Cross sacó una de las cajas de «cristales» de su bolsillo y la tiró a la papelera que había en uno de los rincones del ascensor. Vio que los slans habían observado su gesto y explicó:
Tengo doce de estas cajas, pero al parecer sólo puedo llevar cómodamente once. El peso de los demás apretaba ésta contra mi costado.
Fue Ingraham quien se agachó y recogió el objeto.
-¿Qué es? - preguntó.
- La razón de mi retraso. Lo explicaré a la comisión más tarde. Los doce son exactamente iguales, de manera que éste no importa
Ingraham la miró pensativamente y estaba a punto de abrirla cuando el ascensor se detuvo y se la metió decididamente en el bolsillo.
- Voy a guardarla. Sal primero, Corliss Cross salió decidido al ancho corredor de mármol y vio a una mujer con una capa blanca
- Os llamaremos dentro de cinco minutos, Barton. Esperad aquí.
Desapareció por una puerta y Cross captó un pensamiento superficial de Ingraham. Se volvió mientras el slan de más edad decía:
- El asunto de Mrs. Corliss me preocupa tanto que me parece que antes de dejarte entrar, Corliss, tenemos que hacer una simple prueba que hace años no hemos usado porque carece de dignidad y porque tenemos otras pruebas igualmente efectivas.
-¿Qué prueba es ésta? - preguntó Cross secamente.
- Pues... si eres Cross, tienes que usar cabello postizo para ocultar tus tentáculos. Si eres Corliss, la fuerza natural de tu cabello nos permitirá levantarte por él del suelo sin causarte la menor molestia. El cabello postizo, artificialmente pegado, no resistirá el peso. De manera que por interés de tu mujer, voy a pedirte que inclines la cabeza.
- Seremos cautelosos y ejerceremos la presión gradualmente.
- Vamos - dijo Cross sonriendo -. Creo que veréis que es cabello verdadero. b
Lo era, desde luego. Hacía ya tiempo que había descubierto la manera de solucionar este problema. Un espeso fluido que, obrando sobre la raíz del pelo lo endurecía hasta darle una elasticidad que bastaba para descubrir los delatores tentáculos. Retorciendo cuidadosamente el cabello antes de que el proceso de endurecimiento fuese completo, se formaban diminutos receptáculos de aire en la raíz de cada cabello.
Frecuente lavado del material y largos periodos de dejar su cabello en su estado natural, habían sido suficientes para dejar el estado de su cabeza inafectado. Algo parecido debían haber hecho, a su juicio, los verdaderos slans durante todos aquellos años. El peligro residía en los períodos de «descanso».
- En realidad no probaría nada - dijo Ingraham gruñendo, al final -. Si Cross viniese aquí no se dejaría pescar por una cosa tan sencilla como ésta. Aquí está el doctor...
El dormitorio era vasto y gris y lleno de instrumentos que latían suavemente. La paciente no era visible, pero había una larga caja de metal como un ataúd, uno de cuyos extremos señalaba hacia la puerta, y el otro era invisible, pero Cross sabía que la cabeza de la mujer debía asomar por él.
Sujeto sobre la caja había una abultada bola de pruebas transparente. De él salían unos tubos más delgados que penetraban en el ataúd, y por ellos y por la bola corría un abundante chorro de roja sangre. Al lado de la cabeza de la mujer había una mesa llena de instrumentos. Las luces parecían centellear como si ahora una ahora la otra cediesen alternativamente a alguna oculta presión. Cada vez la que vacilaba parecía luchar obstinadamente para recobrar su extinguida energía.
Desde donde el doctor lo había hecho inclinarse, Cross veía la cabeza de la mujer destacarse sobre aquellas máquinas latientes. No, no era la cabeza, sólo eran visibles los vendajes que la envolvían y los hilos de los instrumentos desaparecían dentro de aquella blanca masa de las vendas.
Su mente estaba todavía destrozada y Cross trató de penetrar cautelosamente en el dédalo de semiinsconscientes ideas que flotaban con extrema lentitud.
Conocía la teoría de lo que habían realizado los cirujanos slans enemigos. El cuerpo estaba enteramente desconectado de todo contacto nervioso con el cerebro por un simple sistema de corto circuito. El cerebro, conservado vivo por rápidos rayos generadores de tejido, había sido dividido en veintisiete secciones; y de esta forma simplificado, la enorme cantidad de reparaciones habían podido ser llevadas a cabo rápidamente.
La Onda de sus pensamientos pasó de largo por estas operaciones «separación» y «reparación». Vio que había en ellas muchos errores, pero todos ellos de menor importancia, tan soberbiamente había sido llevada a cabo la obra quirúrgica. Cada sección de aquel poderoso cerebro cedería a la fuerza curativa de los rayos generadores de tejido. Sin ningún género de duda, cuando Mrs. Corliss abriese los ojos sería una mujer sana y capaz y lo reconocería como el impostor que verdaderamente era. Pese a la urgencia del momento, Cross pensó:
«Hace años era capaz de hipnotizar seres humanos sin la ayuda de cristales, si bien requería mucho más tiempo. ¿Por. qué no slans?»
La mujer estaba sin sentidos, sin la cortina protectora corrida Al principio Cross sintió los receptores Porgrave y el peligro que ofrecían, y lentamente fue adaptando su cerebro a las vibraciones de ansiedad que serían naturales en Corliss en aquellas circunstancias. Todo temor desapareció de su cerebro. Se lanzó adelante con frenética rapidez.
El método de la operación lo había salvado. Un cerebro slan normalmente tejido, hubiera requerido horas para ser explorado, debido a los millones de senderos a explorar sin el menor indicio del comienzo apropiado. Pero ahora, en aquel cerebro fragmentado por los maestros cirujanos de veintisiete fracciones, la masa de células donde residía la voluntad era fácilmente reconocible; en un minuto estuvo en el centro de ella y la fuerza palpable de sus ondas mentales le habían dado su control.
Tubo tiempo de ponerse los auriculares de los receptores Porgrave observando al mismo tiempo que Bradshaw tenía ya unos... para él, pensó sonriendo. Pero no vio el menor recelo en el cerebro del joven slan. Evidentemente, el pensamiento en forma de fuerza física casi pura, completamente incolora, no podía ser transmitido por el Porgrave. Sus pruebas quedaban confirmadas.
La mujer se estremeció física y mentalmente y el pensamiento incoherente de su cerebro resonó en los auriculares.
«Lucha... ocupación...»
Las palabras eran comprensibles porque había sido comandante militar, pero no eran suficiente para tener sentido. Hubo un silencio.
«Junio... definitivamente junio... podremos haber limpiado antes del invierno, así, y no habrá muertes innecesarias por el frío y... está fijado, entonces... el 10 de Junio...»
Cross hubiera podido reparar los defectos de su cerebro en diez minutos por sugestión hipnótica, pero requirió una hora y cuarto de cautelosa cooperación con los cirujanos y sus máquinas de presión vibratoria. Cross estuvo continuamente pensando en sus palabras.
¡Así el 10 de junio era el día del ataque a Tierra! Estaban a 4 de abril, cómputo terrestre. ¡Dos meses! Un mes para el viaje a Tierra y un mes para... ¿qué?
Mientras Mrs. Corliss se sumergía suavemente en un sueño sin pesadillas, Cross vio la respuesta. No se atrevía a gastar un día más en busca de los verdaderos slans. Más tarde, quizá, podía volver a coger la pista, pero ahora, si podía salirse de ésta...
Frunció mentalmente el ceño. Dentro de algunos minutos estaría siendo examinado por miembros de la raza más implacable, minuciosa y eficiente de todo el sistema solar. A pesar del éxito de su intento de demora, a pesar de su éxito preliminar de conseguir poner un cristal en manos de uno de los de su escolta, la suerte se había vuelto contra él. Ingraham no había sido suficientemente curioso para abrir la caja y examinar el cristal. Tendría que hacer otra tentativa, desde luego, pero ya desesperada. Un slan era incapaz de experimentar otra cosa que sospechas al segundo intento; cualquiera que fuese el método empleado.
Sus ideas se detuvieron. Su mente adquirió un estado de aguda receptividad en el momento en que una voz habló por la radio de Ingraham y las palabras brotaron por la superficie de su mente.
- El reconocimiento físico terminado o no, vas a traerme a Barton Corliss inmediatamente a mi presencia. Esto anula toda orden anterior.
- ¡O K. Johanna! - respondió Ingraham perfectamente audible. Se volvió hacia Cross - Vas a ser llevado inmediatamente a presencia de Johanna Hillory, la comisario militar.
Fue Barton quien repitió el pensamiento en la mente de Cross.
- Johanna es la única de todos nosotros que ha pasado horas con Cross - dijo -. Fue nombrada comisario debido á esto y a sus subsiguientes estudios sobre él. Controla la fructuosa búsqueda de su lugar de refugio y predijo también el fracaso del ataque llevado a cabo con el ciclotrón. Ha escrito además un largo informe explicando con el más mínimo detalle las horas que pasó en su compañía. Si era Cross te reconocerá al instante.
Cross permaneció silencioso. No tenía medios de comprobar las declaraciones del alto slan pero suponía que debían ser ciertas.
Al salir de aquella hermética habitación Cross pudo ver por primera vez la ciudad de Cimmerium, la verdadera, la ciudad subterránea. Desde el umbral de la puerta veía dos corredores. Uno llevaba al ascensor que los había bajado, el otro a un ancho vestíbulo donde había gran número de altas puertas transparentes. Más allá de las puertas se extendía la ciudad de los sueños.
En Tierra había oído decir que el secreto de los materiales que habían servido para fabricar los muros del gran palacio se habían perdido. Pero allí, en aquella oculta ciudad de los slans enemigos se veía su gloria en todo su esplendor. Había una calle de colores tenues y cambiantes, y la magnífica realización de aquella edad de oro de los arquitectos formaban perfectos edificios que tenían vida, como la tiene la música. Allí había, y no podía aplicársele otro nombre porque no conocía ninguna otra palabra que se le amoldase, el maravilloso equivalente en arquitectura, de la más alta forma de la música.
Ya en la calle borró la belleza de la imagen de su mente. Sólo los seres importaban. Y había miles de ellos en los edificios, en los carruajes y por las calles. Miles de mentes al alcance de una mente a la cual no escapaba nada y que buscaba ahora tan sólo uno, un solo verdadero slan.
Y no había ninguno ni el menor rastro de una mente que se delatase por un susurro; ni un cerebro que no supiese que su dueño era un slan sin tentáculos. Su convicción de que tenían que estar allí estaba destrozada, como tendría que estarlo el resto de su vida. Dondequiera que estuviesen los verdaderos slans, su protección estaba a prueba de slans, sin duda alguna, por lógica. Pero en este caso, desde luego, la lógica decía que los monstruos-chiquillos no eran creados por gente normal. Los hechos, en este caso, eran diferentes. ¿Qué hechos? ¿Lo que se decía? ¿Qué otra explicación había?
- Ya estamos - dijo tranquilamente Ingraham.
- Vamos, Corliss - añadió Bradshaw -. Miss Hillory quiere verte... solo.
El suelo de los cien pasos que tuvo que recorrer hasta llegar a la puerta le pareció de una extraña dureza. La oficina de Johanna era confortable y casi lujosa con un aspecto más de boudoir femenino que de oficina. Había estanterías con libros, un sofá de tonos suaves, sillas neumáticas y una gruesa alfombra. Y finalmente una vasta mesa detrás de la cual estaba sentada una mujer joven, bella y altanera.
Cross no había esperado que Johanna pareciese de más edad de la que parecía. Cincuenta años más podrían marcar algunos surcos en sus mejillas de terciopelo, pero en la actualidad su sola diferencia estaba en él y no en ella. Antes, era un chiquillo slan el que había contemplado aquella muchacha, ahora sus ojos la contemplaban con toda la admiración de la, madurez.
Observó con cierta curiosidad que su mirada tenía una expresión como de ansiedad y le pareció fuera de lugar. Su mente se concentró. El poder de coordinación de su cerebro pronto convirtió su expresión facial en triunfo y auténtica alegría. Su cerebro presionó intensamente la cortina protectora del de Johanna, asomándose a los más tenues intersticios, absorbiendo el menor rastro de pensamiento, analizándolo todo a medida que segundo tras segundo crecía su perplejidad. Su sonrisa se convirtió en franca risa y entonces su cortina mental desapareció. Su mente se ofrecía a su mirada abierta, franca, sin artificio. Simultáneamente en el cerebro de la muchacha se formó un pensamiento.
«Mira atentamente, John Thomas Cross, y debes saber ante todo que los receptores de esta habitación y su vecindad han sido desconectados. Debes saber también que soy el único ser viviente amigo tuyo y que he dado orden de que te trajesen aquí antes de que fueses sometido a un examen físico al que sería imposible que sobrevivieses: Te he
observado a través de los Prograves y he sabido que eres tú. Pero date prisa, busca en mi mente, comprueba mi buena voluntad y obraremos rápidamente para salvar tu vida.»
Cross no sentía confianza ni credulidad. Los minutos volaban y él seguía buscando en los obscuros corredores del cerebro de la muchacha las razones básicas que pudiesen explicar aquel hecho portentoso. Finalmente, con voz pausada, dijo:
-¿Entonces creíste en los ideales de un muchacho de quince años, te inflamaste ante un joven egoísta que te ofrecía sólo...?
-¡Esperanza! - terminó ella -. Me trajiste la esperanza un instante antes de que llegase al punto en que la mayoría de los slans llegan a la dureza y la implacabilidad máxima que puede darles la vida. «Seres humanos», dijiste, «¿qué hay de los seres humanos?». Y la impresión de estas palabras y de otras cosas, me afectaron hasta lo indecible. Di deliberadamente una falsa descripción de ti. Debió extrañarte, pero lo hice porque no se me atribuía un conocimiento profundo de la psicología humana. No lo tenía, desde luego, pero hubiera podido perfectamente dibujarte de memoria y la imagen adquiría claridad cada día. Se consideraba natural que me dedicase al estudio del «asunto Cross». Y natural también que se me asignasen los más altos cargos relacionados contigo. Supongo que era igualmente natural que...
Se detuvo inesperadamente, y Cross dijo con gravedad:
- Esto lo siento...
Sus ojos grises se fijaron en los pardos de Cross gravemente.
-¿Con quién más quieres casarte? - pregunto - Una vida normal debe incluir el matrimonio. No sé nada, desde luego, de tus relaciones con Kathleen Layton salvo que presenciaste su muerte, pero el matrimonio con varias mujeres al mismo tiempo, no es una cosa inusitada en la historia slan. Después, desde luego, hay mi edad...
- Reconozco - dijo Cross con sencillez - que quince o veinte años de diferencia no ofrecen el menor obstáculo para un matrimonio entre slans. Ocurre, sin embargo, que tengo una misión que cumplir.
- Sea como esposa o no - dijo Johanna , a partir de este momento tienes una compañera para llevar a cabo esta misión, con tal de que podamos sacarte vivo de este examen físico.
-¡Oh, esto!... - dijo Cross con un gesto de su mano -. Lo único que necesitaba era tiempo y la manera de poner ciertos cristales. en las manos de Ingraham y los demás. Me has procurado ambas cosas. Necesitaremos también la pistola paralizadora que tienes en el cajón de tu mesa. Y entonces llámalos uno a uno.
Con un rápido movimiento Johanna sacó el arma del cajón.
- Yo dispararé. Estoy dispuesta.
Cross se rió de la vehemencia de la muchacha y sintió extrañeza ante el súbito cambio de los acontecimientos, ahora que estaba seguro de ganar. Durante años enteros había vivido de nervios y fría determinación. Súbitamente, una parte del fuego de la muchacha lo había alcanzado. Sus ojos brillaron.
- Y no te arrepentirás de lo que has hecho, pese a que tu fe puede todavía ser puesta a prueba antes de haber triunfado. Este ataque a Tierra no debe tener lugar. Por lo menos antes de que sepamos qué debemos hacer con estos pobres díablos, aparte de dominarlos por la fuerza. Dime, ¿hay algún medio por el que pudiese ir a Tierra?
He leído en la mente de Corliss algo referente a un plan de trasladar a Tierra todos los slans que se me parecen. ¿Puede hacerse esto?
- Puede. La decisión depende sólo de mi.
- Entonces - dijo Cross - ha llegado el momento de obrar con rapidez. Tengo que ir a Tierra. Tengo que ir al palacio. Tengo que ver a Kier Gray
Los bellos labios de la muchacha se abrieron con una sonrisa, pero en sus tiernos ojos no había la menor ironía.
-¿Y cómo conseguirás acercarte al palacio con todas sus fortificaciones? - preguntó marcando las palabras.
- Mi madre me habló a menudo de unos corredores secretos bajo el palacio - respondió Cross -. Quizá tu máquina estadística conozca el emplazamiento exacto de las diversas entradas.
-¡La máquina!... - Quedó silenciosa por algunos momentos. Después prosiguió -: Sí... lo sabe. Sabe muchas cosas. Ven.
Cross siguió a Johanna a través de un dédalo de habitaciones llenas de grandes placas metálicas y relucientes. Era el Departamento de Estadísticas, y aquellas placas eran registros eléctricos que procuraban la información al pulsar un botón, pronunciar un nombre o un número o una palabra clave. Nadie sabia la cantidad de informaciones que había en aquel gabinete. Habían sido traídos de la Tierra y databan de los más remotos días de los slans. Había allí almacenados un cuadrillón de informaciones, incluyendo, desde luego, toda la historia de los siete años en busca de un tal John Thomas Cross, busca que Joánna Hillory había dirigido desde el santuario interior de aquel mismo edificio.
- Quiero enseñarte algo - dijo Johanna.
Cross permaneció observándola mientras ella accionaba la placa «Samuel Lann» y después «Mutación Natural». Sus dedos tocaron el botón activador y en la reluciente placa leyó:
«Fragmentos del diario de Samuel Lann, 1 junio 2071: Hoy he vuelto a mirar los tres chiquillos y no cabe la menor duda que se ha producido una extraordinaria mutación. He visto seres humanos con cola. He examinado cretinos e idiotas, y los monstruos que
han salido de estos casos recientemente. Y he observado estos curiosos y espantosos desarrollos orgánicos a que los seres humanos están sujetos. Pero esto es todo lo contrario de estos errores. Esto es la perfección.
»Dos niñas y un niño. ¡Qué tremendo y grande accidente! Si no fuese un racionalista de sangre fría la perfección de lo que ha ocurrido haría de mi un pedante adorador del santuario de la metafísica. Dos niñas para reproducir una especie y un niño para ser su compañero. Tendré que acostumbrarlos a la idea.»
«2 junio 2071», comenzó la máquina. Pero Johanna apretó en el acto el disolvedor, manipuló el número clave y produjo: «7 junio 2073».
«Un periodista idiota ha escrito hoy un artículo acerca de los chiquillos. El muy ignorante cuenta que utilicé la máquina sobre la madre cuando en realidad no conocí a la mujer hasta después de nacidos los chiquillos. Tendré que convencer a los padres de que se retiren a alguna remota parte del mundo. En los sitios donde hay esta especie de asnos que se llaman seres humanos puede ocurrir cualquier cosa.»
Johanna hizo otra selección.. «31 mayo 2088.»
«Han cumplido diecisiete años. Las muchachas aceptan sin inconveniente unirse con su hermano. La moralidad, después de todo, es una cuestión de costumbres. Quiero que se produzca esta unión a pesar de estos otros jóvenes que encontré el año pasado. No me parece prudente esperar a que hayan crecido. Podremos empezar los cruces de raza más tarde.»
El 18 de agosto de 2090 dio: «Cada una de las chiquillas ha tenido trillizos. Maravilloso. A este promedio de reproducción el período en que el azar puede ser causa de su desaparición puede reducirse a un estricto mínimo. A pesar del hecho de que otros de su raza van apareciendo aquí y allá, estoy continuamente inculcando en ellos la creencia de que sus descendientes serán los futuros dueños del mundo.»
Una vez hubieron regresado al despacho de Johanna, ésta miró a Cross y dijo:
- Ya lo ves, ni hay ni ha habido nunca una máquina creadora de slans. Todos los slans son metamorfosis naturales. La mejor entrada en el palacio para tus propósitos - estalló súbitamente - está situada en la sección estatuaria, a dos millas bajo. tierra constantemente bajo una brillante iluminación, y exactamente bajo los cañones de la primera línea de fortificaciones. Patrullas de tanques y baterías de ametralladoras controlan las dos primeras millas.
-¿Y mi pistola? ¿Estaré autorizado a conservarla en Tierra?
- No. El plan de transporte de los hombres que se parecen. a ti incluye el desarme.
Cross se dio cuenta de la mirada interrogadora que Johanna la dirigía y su frente se frunció.
-¿Qué clase de hombre es Kier Gray, según tus informaciones?
- Enormemente capaz para ser un humano. Nuestros rayos X secretos lo han revelado como indiscutiblemente humano, si es esto lo que estás pensando...
- En aquel tiempo pensé en ello, pero tus palabras confirman la experiencia de Kathleen Layton.
- Nos hemos salido del camino - dijo Johanna Hillory -. ¿Qué hay de las fortificaciones?
- Cuando el premio es considerable - respondió él tristemente -, los riesgos tienen que ser equiparados a él. Iré solo, naturalmente. Tú - añadió mirándola sombríamente - tendrás la gran misión de confianza de localizar la cueva donde está mi nave y llevar la máquina a Tierra antes del 10 de junio. Corliss tiene que ser liberado también. Y ahora, por favor, que venga Ingraham.
XVIII
El río parecía más ancho que cuando Cross lo había visto por última vez. Cross observaba inquieto a través del cuarto de milla de sus turbulentas aguas las manchas de luz y sombra formadas en la superficie por las luces del palacio. En los recodos de hierba de la ribera había todavía restos de nieve cuando Cross se desnudó y metió sus pies en el agua fría.
Su mente estaba casi vacía. Entonces se le ocurrió la irónica idea de que un hombre desnudo contra todo el mundo era un triste símbolo de la energía atómica que controlaba Había tenido muchas armas y no hizo uso de ellas cuando pudo. Y ahora llevaba aquella sortija en el dedo, con su diminuto generador atómico y su mezquino alcance de setenta centímetros, único producto de sus años de esfuerzo que se había atrevido a llevar consigo a la fortaleza.
Los árboles de la ribera opuesta reflejaban su sombra desde el río. La obscuridad hacía más siniestro el curso de las rápidas aguas que lo arrastraron media milla corriente abajo antes de que enérgicos esfuerzos lo llevasen al amparo de las sombras.
Allí se tendió, repasando mentalmente los pensamientos que le llegaban de los dos artilleros ametralladores ocultos entre los árboles. Llegó cautelosamente a un espeso macizo de arbustos y se vistió. Allí permaneció agazapado como un tigre que espera su presa. Tenía un claro que atravesar y estaba demasiado lejos para ejercer el control hipnótico. El momento de su imprudencia llegó súbitamente. Cubrió los cincuenta metros en el espacio de tres segundos escasos.
Uno de los dos hombres no supo nunca de dónde le había venido el golpe. El otro se volvió lentamente con el delgado rostro convulsionado bajo un destello de luz y se asomó a través del follaje. Pero no era cuestión de detenerse, y no pudo eludir el golpe que lo alcanzó en plena mandíbula y lo derribó. En quince minutos de hipnotismo sin cristal estaban bajo su control. ¡Quince minutos! Ocho por hora! Sonrió irónicamente. Esto daba toda posibilidad de dominar hipnóticamente todo el palacio con sus diez mil hombres o quizá más. Tenía que disponer de hombres-clave.
Volvió a los dos prisioneros a sus sentidos y les dio instrucciones. Cogieron silenciosamente sus ametralladoras y lo siguieron. Conocían el terreno paso a paso. No
eran mejores soldados del ejército humano que .aquellos guardas del palacio y en dos horas había doce luchadores adiestrados que se deslizaban como sombras obedeciendo a una silenciosa coordinación que sólo requería alguna ocasional orden hablada.
Tres horas después tenía diecisiete hombres, un coronel, un capitán y tres tenientes. Y delante de él aparecía el largo cordón de exquisita estatuaria, centelleantes fuentes y deslumbradoras luces que le marcaban la meta final. El primer destello de la cercana aurora tiñó el cielo de oriente mientras Cross se ocultaba con su pequeño ejército en las sombras de la vegetación y observaba el cuarto de milla de terreno iluminado que se extendía delante de él. En el lado opuesto había la obscura línea de bosques que ocultaban las fortificaciones.
- Desgraciadamente - susurró el coronel -, no hay la menor probabilidad de engañarlos. La jurisdicción de esta unidad termina aquí. Está prohibido cruzar ninguno de los doce círculos fortificados sin un pase especial, y aun así, de día.
Cross frunció el ceño. Se encontraba delante de precauciones con las cuales no había contado y vio que aquel rigor era de reciente creación. El ataque slan a aquella región, pese a que nadie daba crédito a los fantásticos rumores campesinos acerca de las naves, ni sospechasen que existían naves del espacio, había producido una tensión y una alarma que podía ser ahora causa de su derrota.
-¡Capitán!
-¡Sí! - dijo el alto oficial acercándose a él.
- Capitán, eres el que más te pareces a mi. Vas por consiguiente a cambiar tu uniforme por mis ropas y volveréis a vuestros puestos.
Los observó atentamente mientras se desvanecían en la oscuridad. Ataviado con el uniforme del capitán salió a la zona de luz. Diez pies, veinte, treinta... Veía la fuente que buscaba, con sus centelleantes chorros de agua. Pero había demasiada luz artificial, demasiadas mentes a su alrededor, una confusión de vibraciones que debían crear una interferencia con la onda mental que estaba buscando, si es que encontraba todavía allí después de aquellos centenares de años. Si no estaba allí, que dios lo amparase...
Cuarenta pies, cincuenta, sesenta... y a su mente en tensión llegó un pensamiento, un susurro, la más leve de las vibraciones mentales.
"A cualquier slan que hubiese penetrado hasta aquí. Hay una entrada secreta al palacio. El dibujo de cinco flores de la fuente blanca en su parte norte es un botón de la combinación que accione por radio una puerta secreta. La combinación es...
Lo había sabido... la máquina de estadística había sabido que el secreto estaba en la fuente, pero nada más. Ahora...
Una voz ronca amplificada llegó a él desde detrás de los árboles.
-¿Quién diablos eres? ¿Qué quieres? Vuelve a tu puesto de mando, obtén un pase y vuelve por la mañana. ¡Pronto!
Se encontraba ya en la fuente con sus ágiles dedos en las cinco flores del adorno, el cuerpo medio oculto de los suspicaces ojos de las huestes enemigas. No debía malgastar ni un ápice de energía de su intensa concentración. Ante. la singularidad del propósito la combinación cedió y un segundo pensamiento llegó a él a través de una segunda emisora Porgrave.
"la puerta estará abierta ya. Es un túnel sumamente estrecho que penetra hacia abajo por una profunda oscuridad. La boca está en el centro del grupo ecuestre a cien pies hacia el norte. Ten valor...
No era valor lo que le faltaba. Era tiempo. Cien pies al norte, hacia el palacio, hacia aquellos amenazadores fuertes. Cross se rió en voz baja. El antiguo constructor de la entrada secreta había buscado un complicado lugar para realizar su ingenuo proyecto. Siguió avanzando, pese a que la dura voz saltó nuevamente.
-¡Eh, tú, allí! ¡Detente en el acto o hacemos fuego! Vuelve a tu sitio y considérate arrestado! ¡En seguida!
-¡Tengo un mensaje muy importante que transmitir! - gritó Cross, tratando de asemejar su voz a la del capitán dentro de los límites de lo posible. ¡Urgente!
Y siguió andando. Pero la respuesta no se hizo esperar.
-¡No hay urgencia que justifique una. tal infracción de los. reglamentos! ¡Regresa inmediatamente a tu puesto! ¡Ultima advertencia...! ¡Regresa ahora mismo!
Cross permanecía mirando el diminuto orificio del suelo y el desfallecimiento se apoderó de él, una aguda claustrofobia, la primera que había experimentado, negra y terrible, como el mismo túnel. ¡Meterse en aquella madriguera, con su potencialidad de sofocación, posiblemente para ser enterrado vivo. en aquella astuta trampa ideada por los humanos! No había ninguna certidumbre de que no hubiesen descubierto aquel escondrijo como habían encontrado tantos otros refugios de los slans.
Pero la cosa era urgente. Un torrente de sibilantes pulsaciones llegó a él desde detrás de los árboles, susurros que vibraban en su cerebro como suaves contactos físicos. Alguien estaba diciendo:
«Sargento, prueba tu fusil sobre él...»
-¿Y el caballo este de la estatua, capitán,? Sería una lástima estropearlo.
- Apunta a las piernas y después a la cabeza. Y nada más. Apretando los dientes, con el cuerpo rígido y recto, las manos levantadas por encima de la cabeza, saltó al agujero con los pies por delante, como. el nadador que se zambulle, y cayó tan perfectamente en el agujero que transcurrieron algunos segundos antes de que sus ropas rozasen la pared vertical.
Los muros eran lisos como el cristal y había recorrido un considerable trecho en caída libre cuando empezó a apartarse de la vertical. La fuerza de la fricción se hizo más fuerte y en el espacio de algunos segundos la rampa fue acercándose a la horizontal. Su
vertiginosa velocidad se modero. Vio un leve resplandor delante de él y en el acto salió a un corredor de bajo techo tenuemente iluminado. Seguía bajando todavía, pero el camino iba enderezándose rápidamente. Finalmente el recorrido terminó y se encontró echado de espaldas, en el suelo, dándole vueltas todo lo que veía.
Una docena de. luces giratorias que veía sobre su cabeza fueron reduciendo su círculo y se convirtieron en una sola bombilla que despedía una triste refulgencia; una luz tenue, casi inútil, que brotaba del techo y se perdía antes de llegar al suelo. Cross se puso de pie y vio un signo en la pared lo suficientemente alto para quedar iluminado por la luz. Se estiró y leyó:
«Estás ahora a dos millas bajo la superficie. El túnel que tienes detrás está bloqueado por compuertas de acero y cemento que has accionado durante tu caída. Necesitarás una hora para llegar al palacio. Está prohibido a los slans entrar en el palacio bajo severas penas. ¡Atención!»
Sintió un escozor en la garganta y aunque trató de ahogar el estornudo, se produjo seguido de media docena más. Las lágrimas corrieron por sus mejillas. Le pareció que la luz era más tenue ahora que cuando había entrado en el corredor. La larga hilera de luces del techo que se perdían en la distancia no era tan brillante como antes. El polvo las oscurecía.
Cross se agachó en medio de la penumbra y pasó los dedos por el suelo. Una suave y espesa alfombra de polvo lo cubría. Buscó por si encontraba huellas que detonasen que el corredor había sido recientemente utilizado, pero sólo pudo sentir la capa de polvo, de una pulgada por lo menos de espesor, acumulado durante muchos años.
Incontables años habían transcurrido desde que aquella orden con sus amenazas había sido fijada allí, pero ahora el peligro era más real. Los seres humanos sabrían dónde buscar la entrada secreta. Antes de que la descubriesen él tenía, retando toda la ley slan, que penetrar en el palacio y llegar a Kier Gray.
Aquel era un mundo de tinieblas y silencio, los dedos asfixiadores del polvo habían agarrado la garganta de Cross y, curiosa paradoja, lo cosquilleaban en lugar de ahogarlo. Cruzó puertas y corredores, y grandes habitaciones majestuosas.
Súbitamente oyó un ruido metálico detrás de él. Dando rápidamente la vuelta vio una enorme puerta que saliendo del suelo creaba detrás de él un sólido y reluciente muro de metal. Permaneció completamente inmóvil y durante un momento fue una máquina sensitiva que recibía impresiones. El largo y estrecho corredor terminaba allí mismo, cubierto por la muelle capa de polvo y débilmente iluminado. En medio del silencio oyó otro ruido metálico y vio que las paredes empezaban a moverse con un ligero crujido, avanzando lentamente hacia él, acortando la distancia entre ellas.
Automáticamente, dedujo, porque no había ni el menor indicio de pensamiento tentacular en alguna parte. Examinó fríamente las posibilidades de aquella trampa y descubrió que en cada una de las paredes había un hueco. Un hueco de unos dos metros de altura, suficiente para albergar un cuerpo humano cuyo contorno estaba horadado en los huecos.
Cross se estremeció. Dentro de pocos minutos las dos paredes se habrían juntado y el único espacio que le quedaba eran aquellos dos huecos con forma de cuerpo humano que se juntarían. ¡Bonita trampa!
Cierto era que la energía atómica de la sortija podía desintegrar el metal y abrirle un sendero a través de la pared o la puerta, pero su propósito requería que la trampa en que había caldo produjese su resultado... hasta cierto punto. Examinó los huecos más detenidamente. Esta vez la sortija lanzó dos furiosos destellos disolviendo las esposas que esperaban al desgraciado y un espacio suficiente para darle libertad de movimientos..
Cuando los muros estaban a un pie de distancia, en el suelo de la prisión se abrió una rendija de diez centímetros y por ella cayó la montaña de polvo. Pocos, minutos después las dos paredes se juntaron con un ruido metálico.
¡Un momento de silencio! Después la maquinaria zumbó débilmente y se produjo un rápido movimiento ascendente que continuó durante algunos minutos, se moderó y finalmente se detuvo. Pero la maquinaria seguía zumbando a su alrededor. Otro minuto y el cubículo en el cual se encontraba empezó a girar lentamente. Ante su rostro apareció una rendija, que fue ensanchándose hasta formar, un agujero rectangular a través del cual pudo ver una habitación.
La maquinaria dejó de zumbar. Reinó de nuevo el silencio mientras Cross examinaba la habitación. En el centro del reluciente suelo había una mesa y las paredes estaban tapizadas de nogal. Algunas sillas, unos archivos y una biblioteca que iba del suelo al techo completaban lo que podía ver de aquella habitación de aspecto oficinal.
Sonaron pasos. El hombre que entró cerrando la puerta tras él era de una corpulencia magnifica, las sienes grises, algunas arrugas delatoras de la edad en la frente. Pero no había nadie en el mundo incapaz de reconocer aquel rostro delgado, aquellos ojos penetrantes, la rudeza y severidad indeleblemente impresas en las aletas de la nariz y en las mandíbulas. Era un rostro demasiado duro demasiado decidido para resultar agradable, pero había en el una expresión de nobleza. Era un hombre nacido para mandar sobre los hombres. Cross se sintió disecado, explorado por aquellos ojos penetrantes. Finalmente su orgullosa boca esbozo una sonrisa de ligera mofa.
-¿Con que te han cogido? - dijo Kier Gray - No has sido muy inteligente.
Fueron estas palabras las reveladoras. Porque en ellas se produjeron pensamientos superficiales, y estos pensamientos superficiales eran la cortina mental deliberadamente corrida, de un cerebro tan hermético como el suyo. No se trataba de un slan enemigo, sin tentáculos, sino que se encontraba ante algo portentoso. Kier Gray, conductor de hombres, era un hombre que creía ser...
¡Un verdadero slan!
Esta fue la frase explosiva pronunciada por Cross, y de nuevo la fluidez de su mente se helo volviendo al apacible pensamiento. Todos aquellos años Kathleen Layton había vivido con Kier Gray sin sospechar la verdad. Carecía desde luego de experiencia con las cortinas mentales, y allí estaba también John Petty con un tipo similar de cortina
para producir la confusión, porque John Petty era humano. ¡Cuán hábilmente había imitado el dictador la forma humana de buscar protección! Cross reaccionó mentalmente y, decidido a llegar a la verdad, dijo:
-¡Con que eres... un slan!
El rostro de Kier Gray sonrió sardónicamente.
- No sé si la palabra puede aplicarse a un hombre que no tiene tentáculos y no puede leer los pensamientos, pero, sí, soy un slan.
Hizo una pausa, y con mayor fuego en su tono prosiguió:
- Durante centenares de años los que sabemos la verdad hemos estado luchando para evitar que los slans sin tentáculos se apoderasen del mundo de los hombres. Qué más natural que insinuar y abrirnos camino hacia el control del gobierno humano? ¿No somos acaso los seres más inteligentes en la faz de la Tierra?
Cross asintió. Era verdad, desde luego. Sus propias deducciones se lo habían dicho. Una vez supo que los verdaderos slans no eran, en realidad, el o culto gobierno de los slans sin tentáculos, era inevitable que gobernasen el mundo de los hombres, pese a la creencia de Kathleen y las imágenes de los rayos X de los slans enemigos mostrando a Kier Gray poseedor de un corazón y de otros órganos no-slans. Sin embargo, allí subsistía aún un tremendo misterio. Movió la cabeza, perplejo.
- Sigo sin comprenderlo. Esperaba encontrar los verdaderos slans gobernando a los falsos... secretamente. Todo se amolda, desde luego, de una forma deforme. Pero... ¿Por qué hacer propaganda antislan? ¿Y la nave slan que vino a este palacio hace muchos años? ¿Por qué son perseguidos y muertos como ratas los verdaderos slans? ¿Por qué no llegar a un acuerdo con los slans sin tentáculos?
El jefe se quedó mirándolo pensativamente.
- En algunas ocasiones hemos intentado acabar con la propaganda antislan. Una de ellas fue la nave a que acabas de referirte. Por razones especiales me vi obligado a ordenar que se la derribase en los pantanos. Pero a pesar de este aparente fracaso, consiguió su principal objetivo, que era convencer a los slans sin tentáculos, que estaban firmemente planeando un ataque, de que éramos todavía una fuerza con la que había que contar. Fue la palpable fragilidad de la nave de plata lo que convenció a los slans enemigos. Sabían que no podíamos ser el pueblo impotente que creían y de nuevo vacilaron y estuvieron perdidos. Ha sido siempre una gran desgracia ver el número de verdaderos slans que son muertos en las diferentes partes del globo. Son los descendientes de los slans que, diseminados por el mundo después dé la Guerra del Desastre, no han establecido nunca contacto con las organizaciones slans. Una vez los slans sin tentáculos aparecieron en escena fue ya, naturalmente, demasiado tarde para hacer nada. Nuestros enemigos estaban en condiciones de crear interferencias en todos los sistemas de comunicación que poseíamos.
»Hicimos cuanto pudimos, naturalmente, por ponernos en contacto con estos aventureros. Pero los únicos que realmente salieron adelante fueron los que vinieron a
palacio para matarme. Para ellos preparamos una serie de fáciles accesos al palacio. Mis instrumentos me han dicho que has venido por uno de los más difíciles, una de las entradas más antiguas. Muy osado. Podemos utilizar otra, muchacho osado, en nuestra organización. Cross miraba a Kier Gray fríamente. Éste no, sospechaba visiblemente su identidad ni sabia cuán próximo estaba el ataque de los slans sin tentáculos. Tardó mucho rato hasta contestar:
- Me sorprende que te hayas dejado coger por sorpresa de este modo.
La sonrisa de Kier Gray se desvaneció como por encanto. Con voz áspera, dijo:
- Tu observación es muy curiosa. Supones que me has cogido. O eres un imbécil, posibilidad rechazada por tu obvia inteligencia, o bien, pese a tu aparente encarcelamiento, este encarcelamiento no es real. Y no hay más que un hombre en el mundo capaz de aniquilar el duro acero de las esposas de aquel cubículo.
Sorprendentemente, toda la dureza del rostro se había dulcificado y toda la fuerza se había concentrado ahora en los ojos. Parecía contento, animado. A media voz, susurró:
¡Hombre, hombre, lo has conseguido! Pese a mi imposibilidad de aportarte la menor ayuda..., ¡la energía atómica en toda su fuerza por fin!
Su voz aumentó de volumen, clara y triunfante:
John Tomas Cross, te doy la bienvenida a ti y al descubrimiento de tu padre. Ven y siéntate. Espera un instante a que salga de este maldito lugar, podemos hablar en mi despacho privado donde no hay ser humano que tenga entrada.
Lo asombroso de la situación aumentaba por minutos. Su inmenso significado, el equilibrio mundial de aquellas inmensas fuerzas... Los verdaderos slans con lo seres humanos, que desconocían a sus dueños, contra los slans enemigos que, pese a su brillante y vasta organización, no habían sospechado siquiera jamás la clave del misterio.
- Naturalmente - dijo Kier Gray -, tu descubrimiento de que los slans son naturales y no creados por medio de la maquinaria no es nada nuevo para nosotros. Somos la metamorfosis según el hombre. Las fuerzas de esta metamorfosis estaban en juego mucho tiempo antes de que Samuel Laun realizase la creación perfecta en algunas de sus transformaciones. Hoy vemos con toda claridad retrospectivamente que la naturaleza trabajaba en pro de aquella tremenda tentativa. Los cretinos aumentaban de una forma alarmante; la demencia avanzaba en proporciones extraordinarias. Lo asombroso del caso era la rapidez con la cual la telaraña de las fuerzas biológicas se extendió por la superficie, de la Tierra.
»Siempre habíamos expuesto, con excesiva facilidad, que no existía cohesión entre los individuos, que la raza de los hombres no era una unidad con un equivalente inmensamente tenue de corriente sanguínea y nerviosa corriendo de hombre a hombre. Existen, desde luego, otras formas de explicar por qué billones de individuos pueden ser inducidos a obrar de la misma forma, pensar igual, sentir lo mismo, poseer un mismo estímulo dominante, pero los filósofos slans, con el transcurso de los años, han estado
analizando la posibilidad de que esta afinidad mental fuese el producto de una extraordinaria afinidad, a la vez física y mental.
»Durante centenares, quizá miles de años, las tensiones han ido en aumento. Y entonces, en un solo y maravilloso cuarto de milenio, se produjeron más de un billón de nacimientos anormales. Fue como un cataclismo que paralizó la voluntad humana. La verdad fue perdida en una oleada de terror que difundió la guerra por todo el mundo. Todos los intentos de restablecer la verdad fueron ahogados por una increíble histeria de las masas... que dura aún hoy, después de mil años. Si, he dicho mil años. Sólo nosotros, los verdaderos slans, sabemos que aquel período sin nombre duró quinientos años infernales. Y que los chiquillos slans descubiertos por Samuel Lann nacieron hace cerca de quinientos años.
»Por lo que sabemos, muy pocos de estos nacimientos anormales fueron iguales. La mayoría fueron horribles fracasos y sólo se producía alguna rara perfección. Incluso éstos se hubieran perdido si Laun no los hubiese reconocido como lo que eran. La naturaleza se basaba en la ley de la proporcionalidad. No existía un plan preconcebido, y lo ocurrido parecía ser simplemente una reacción de las numerosas presiones intolerables que enloquecían a los hombres, porque ni sus mentalidades ni sus cuerpos eran capaces de soportar la moderna civilización. Estas presiones eran más o menos similares, es comprensible que muchos de los remiendos operados por la naturaleza tengan cierta semejanza entre 5í, sin ser semejantes en detalle.
»Un ejemplo de la enorme fuerza de este flujo biológico y también de la unidad fundamental del hombre - prosiguió Kier Gray -, queda visible en el hecho de que casi todos los nacimientos slans que se produjeron durante los primeros siglos fueron trillizos o, por lo menos, mellizos. Hoy se producen muy pocos partos múltiples. El hijo único es la regla general, la marea se ha retirado. La parte que ,tomaba la naturaleza en el mundo ha cesado, sólo queda la inteligencia para llevarla adelante. Y aquí fue cuando se presentó la dificultad.
»Durante aquel período sin nombre, los slans eran cazados como bestias salvajes. Es imposible hallar hoy un paralelo de la ferocidad de los seres humanos contra el pueblo a quien consideraban responsable del desastre. Era imposible organizarse efectivamente. Nuestros antepasados lo intentaron todo; lugares subterráneos ocultos, amputación quirúrgica de los tentáculos, substitución de sus corazones humanos por los nobles corazones slan, empleo de falsa piel sobre los tentáculos. Pero todo resultó inútil.
»La sospecha era más veloz que toda resistencia. Los hombres denunciaban a sus vecinos y los sometían a un reconocimiento médico. La policía operaba «razzias» por la más vaga sospecha. La dificultad mayor eran los nacimientos. Incluso cuando los padres habían conseguido adoptar un disfraz hábil, la llegada del chiquillo era siempre un período de inmenso peligro, y con excesiva frecuencia comportaba la muerte del padre, madre y chiquillo. Gradualmente se, veía que la raza no podía sobrevivir. Los diseminados restos de los slans se concentraron finalmente en sus esfuerzos por controlar la fuerza de transformación. Finalmente encontraron la manera de dar forma a las grandes moléculas que forman el mismo génesis que resultó ser la materia embrionaria de la vida que controla los «genes», mientras éstos a su vez controlan la forma de los órganos y del cuerpo.
»Sólo faltaba pasar a la experimentación, que requirió doscientos precarios años. No podían correrse riesgos con la raza, pese a que los individuos arriesgaban su vida y su salud. Finalmente descubrieron la forma, cómo los grupos complejos de moléculas podían controlar la forma de cada órgano para una o varias generaciones. Que se alterase la forma de este grupo y el órgano afectado se transformaba, para reaparecer nuevamente en una generación posterior. Y así modificaron la estructura básica del slan, conservando lo que era bueno y tenía un valor de supervivencia, eliminando lo que había resultado peligroso. Los «genes» que controlaban los tentáculos fueron alterados, transfiriendo la facultad de leer los pensamientos al cerebro, pro asegurándose de que esta facultad no aparecería durante muchas generaciones.
Cross lo interrumpió con un profundo suspiro.
¡Un momento! Cuando empecé a ir en busca de los verdaderos slans la lógica me decía que se habían infiltrado entre los slans enemigos. ¿Tratas acaso de decirme que los slans sin tentáculos podrían eventualmente ser los verdaderos slans?
- En menos de cincuenta años tendrán la facultad de leer los pensamientos - respondió Kier Gray como dando la cosa por descontada , si bien esta facultad estará durante algún tiempo localizada en el interior de la mente. Paulatinamente, desde luego, aparecerán los tentáculos. No hemos descubierto todavía si podemos o no hacer un cambio permanente.
¿Pero por qué cesaron de poseer la facultad de leer el pensamientos particularmente durante aquellos años decisivos? - preguntó Cross.
- Veo que no reconoces todavía las ineludibles realidades de la vida de nuestros antepasados - respondió con fuego Kier Gray -. La facultad de leer los pensamientos fue retirada porque era necesario observar las reacciones psicológicas... porque de la misma manera que el pueblo obraba ignorando que eran verdaderos slans, hubiera obrado sabiéndolo. ¿Qué ocurrió?
»Nosotros, los directivos slans, habíamos alterado tantos de sus órganos distintivos para protegerlos de la devastación de los humanos, que obraban como si no tuviesen interés en ser otra cosa que un pueblo de vida pacífica en los remotos confines del mundo. La verdad hubiera podido levantarlos, pero no a tiempo. Hemos descubierto que los slans son por naturaleza antiguerra, antiasesinos, amiviolencia. Usamos toda clase de argumentos, pero ninguna lógica consiguió producir nada fuera del sentimiento general de que al cabo de cien años o más comenzarían a pensar en términos de acción.
»Era imposible permitirles permanecer en aquel estado. La existencia humana ha sido como la mecha de una bomba. La vida ardía lentamente durante millones de años, después el fuego alcanzaba la bomba... que estallaba. La explosión conseguía mantener otra mecha encendida, pero si bien en aquellos tiempos sólo lo sospechábamos, la vieja bomba y su mecha habían terminado. Hoy, es una certidumbre que los seres humanos estallarán, que se desvanecerán en la tierra como resultado de la esterilidad que se ha iniciado ya en vasta escala, si bien no es visible todavía. El Hombre pasará a la historia como el antropopiteco de Java, el hombre bestia de Neanderthal y el primitivo de CroMagnon. Indudablemente la esterilidad que será causa de todo esto será imputada a los slans, y cuando los humanos lo descubran comenzará la segunda gran ola de
ferocidad y terrorismo. Sólo la más poderosa organización, extendida a un máximo de aceleración bajo un constante y peligroso empuje, podía ser debidamente preparado.
Así - dijo Cross lentamente -, arrojaste a los slans sin tentáculos... a los protegidos, con una violencia que los aterrorizó y después ejerciste sobre ellos una reacción igualmente impetuosa... Has sido desde el principio un acicate a su expansión y un freno a este espíritu implacable artificialmente engendrado. Pero ¿por qué no les han dicho la verdad?
- Lo intentamos - respondió el dictador -, pero los que elegimos como confidentes creyeron que era un truco y su lógica los llevó instantáneamente a nuestros refugios. Teníamos que asesinarlos a todos. Hemos tenido que esperar a que recobren su facultad de leer el pensamiento. Y ahora, por lo que acabas de decirme, veo que tenemos que obrar rápidamente. Tus cristales hipnóticos pueden ser desde luego la solución final del problema del antagonismo humano. En cuanto haya un numero suficiente de slans con el debido conocimiento, esta dificultad por lo menos podrá ser solventada. En cuanto al inminente ataque...
Tendió la mano hacia el botón de un timbre que había sobre la mesa, lo apretó produciendo una vibración sorda y prosiguió:
- Voy a mandar a buscar a alguno de mis colegas. Es necesario que celebremos en seguida una conferencia.
¿Los slans pueden celebrar impunemente conferencias en el gran palacio? - pregunto Cross.
- Amigo mío - respondió Kier Gray sonriendo -, basamos nuestras operaciones en las limitadas facultades de los seres humanos.
- No lo entiendo bien...
- Es muy sencillo. Hace años, eran varios los seres humanos que sabían mucho acerca de las entradas secretas de este palacio. Uno de mis primeros actos, en cuanto me fue posible, fue clasificar estos conocimientos. Después, uno tras otro, trasladé a otras partes del mundo los hombres que tenían esta información. Allí, aislados en oscuros departamentos gubernamentales, fueron hábilmente asesinados. No requirió mucho tiempo - prosiguió moviendo tristemente la cabeza -, y una vez el secreto quedó a salvo, la vasta extensión de este lugar y las estrictas medidas militares de todo acceso impidieron el redescubrimiento. Baras veces hay menos de cien slans alrededor del palacio. La mayoría tiene tentáculos, si bien algunos sin ellos - descendientes, como yo mismo, de los primitivos voluntarios para los experimentos de supervivencia en la transformación de «genes» - han sabido siempre la verdad y formado parte de la organización. Hubiéramos podido operar a los que tenían tentáculos, desde luego, y darles la facultad de salir con plena seguridad, pero hemos llegado a un punto en que queremos disponer de algunos slans con tentáculos, a fin de que los otros puedan ver cómo serán sus descendientes dentro de algunas generaciones. Después de todo, no queremos que súbitamente se apodere el pánico de ellos.
- ¿Y Kathleen? - preguntó lentamente Cross.
Gray le dirigió una larga y ponderada mirada y finalmente dijo:
- Kathleen era un experimento. Quería ver si los seres humanos que crecen en contacto con un slan son incapaces de darse cuenta de que una afinidad es posible. Cuando finalmente vi que era imposible conseguirlo decidí trasladarla aquí, a estas habitaciones secretas, donde podría comenzar a obtener el beneficio de su asociación con otros slans y favorecer todo lo que tenía que ser hecho. Resultó ser más osada e ingeniosa de lo que yo había supuesto... pero ya sabes lo de aquella escapada.
La palabra «escapada» era una tenue descripción de la mayor tragedia que Cross había jamás presenciado. Evidentemente, aquel hombre era todavía más indiferente que él ante la muerte. Antes de que pudiese hacer comentario alguno, Kier Gray prosiguió:
- Mi propia esposa, que era una verdadera slan, cayó víctima de la policía secreta de una forma diferente, si bien igualmente triste, salvo que en su caso no estuve presente hasta mucho después... - Se detuvo. Durante un largo momento permaneció contemplándolo, con los ojos entornados y toda su indiferencia había desaparecido -. Y ahora que te he dicho tantas cosas -. dijo súbitamente -... ¿cuál es el secreto de tu padre?
- Puedo hablarte de ello con mayor detalle más tarde - dijo Cross con sencillez -. En una palabra, mi padre había rechazado la idea de una masa crítica sobre la cual las primeras bombas estaban basadas. La energía atómica se encuentra fácilmente en esta forma explosiva, en forma de calor y para ciertos empleos médicos e industriales. Pero es casi imposible de controlar para el uso directo. Mi padre lo rechazó en parte porque era inútil para los slans en esta forma y en parte porque tenía su teoría.
»Rechazó también el principio del ciclotrón masivo pero fue el ciclotrón lo que le dio por lo menos de una parte de gran idea. Envolvió un núcleo electrones positivos, afilados como un delgado alambre. A este núcleo, contra este sol, pero no directamente a él - una comparación podría ser la forma como un cometa se acerca al Sol formando una órbita alargada -, dispara sus «cometas» de electrones negativos a la velocidad de la luz. »El «Sol» barre los cometas que tiene alrededor y los lanza al «espacio», donde - y aquí la comparación es muy real - un segundo núcleo positivo que podríamos llamar «Júpiter» atrae los cometas que viajan ya a la velocidad de la luz, y los catapulta más rápidos que la luz completamente fuera de sus órbitas. A esta velocidad, cada electrón se convierte en materia en un estado «negativo», con un poder destructivo infinitamente desproporcionado con su «talla». En presencia de esta materia «negativa», la materia normal pierde su coherencia y vuelve instantáneamente a su primitivo estado. Entonces...
Hizo una pausa y levantó la vista al abrirse la puerta. Tres hombres con los tentáculos dorados en su cabello entraron en la habitación. En el momento de verlos llevaban la cortina mental protectora levantada; pero Cross bajó la suya en el acto. Hubo un intercambio animado de impresiones entre los cuatro hombres; nombres, propósitos, historia pretérita, datos de todas clases necesarios para la plena comprensión de la conferencia... Todo aquello era turbador para Cross, que salvo por un breve contacto con la inexperimentada Kathleen y sus mal desarrolladas relaciones infantiles con sus padres, había tenido hasta entonces que limitarse a imaginar cuán fructuoso podría ser un tal intercambio de ideas.
Estaba tan absorbido en aquella conversación que fue cogido de sorpresa cuando nuevamente la puerta se abrió.
Entró una muchacha joven y alta. Sus ojos echaban llamas, tenía un cuerpo delicado y esbeltamente modelado y su rostro era de suave y suma belleza. Al verlo los músculos de Jommy se pusieron rígidos, sus nervios se tendieron y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Sí, a medida que su asombro crecía, pensaba, con una aguda lógica, hubiera debido darse cuenta de ello por la forma cómo fue reparada la destrozada cabeza de Corliss en el lejano Marte. En aquel momento hubiera debido comprender que Kier Gray un verdadero slan. Hubiera debido adivinar, conociendo los odios y las envidias que reinaban en palacio, que sólo la muerte, y un secreto regreso de la muerte, podía conservar definitiva y efectivamente a Kathleen a salvo de John Petty.
En este punto se encontraba en sus reflexiones cuando resonó la voz clara y brillante de Kier Gray con el vibrante tono del hombre que durante enteros ha esperado que llegase aquel instante.
Jommy Cross, quiero presentarte a Kathleen Layton Gray... mi hija.
EPILOGO
ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE "SLAN", DE A. E. VAN VOGT,
por Jean Mallart.
Nunca había leído nada de Alfred Elton Van Vogt, aunque sabía de él y de sus obras por referencias. Durante años, mi único libro de este autor, una edición francesa de "El imperio del átomo", ha esperado en el penúltimo puesto de "the pila" (junto con "Los siete anillos de Rhea" de Richard Bessière, que ocupa el último lugar). Pero, gracias a la iniciativa de diaspar, a quien Santo Tomás Moro guarde, he tenido la oportunidad de leer su estupenda "Slan".
Parece increíble que esta obra fuera escrita en 1940; no da esa impresión. Aunque comparte con la literatura de la época (la "época dorada" de la ciencia-ficción) muchas características, como es natural, es una historia muy "moderna" tanto en su temática como en el estilo de la narración. Han pasado casi sesenta años, pero ha envejecido estupendamente. Es una novela llena de oficio, fácil de leer y muy entretenida... La acción se desarrolla de manera trepidante, manteniendo el suspense en todo momento, a través de una compleja trama de secretos y misterios que incitan al lector a seguir leyendo para descubrirlos. Y, además, tiene "mensaje". ¿Qué más se puede pedir?
Bueno; se podría pedir que no compartiera con la literatura de la época tantas características... digamos "negativas". Algunas de las explicaciones teóricas y técnico-científicas de Van Vogt son, por decirlo suavemente, un poco ridículas; sus referencias a la entonces incipiente teoría atómica, por ejemplo, son sumamente ingenuas (por no hablar de la propia telepatía). La narración, un tanto atropellada, pasa con vehemencia
de una escena a otra, dejándose bastantes cabos sueltos, y tiene un aire de novela "juvenil" que, aunque personalmente no me molesta, puede irritar al lector más exigente. [Recientemente he leído "Embajada alienígena" de Ian Watson, que es realmente disparatada, apta solamente para "new-agers" y faquires... A su lado, "Slan" es un ejemplo de ciencia-ficción pura y "dura".]
Pero estos "defectos", tan típicos de la "época dorada" del género, dotan a la novela de un encanto especial, de una pintoresca cualidad. Personalmente, me encanta el sabor añejo de "Slan".
Con un estilo directo y sin florituras ni excesivas intelectualidades, explicando con cruda franqueza y claridad las acciones, motivaciones y sentimientos de los personajes, Van Vogt nos cuenta la historia de Jommy Cross, un niño huérfano de nueve años... pero no un niño cualquiera. Es un niño peligroso, miembro de una raza mutante de telépatas mentalmente superdotados creada por el genial genetista Samuel Lann... Los slans.
¿Cómo no identificarse con Jommy, solo en el mundo, odiado, oprimido y perseguido por "gente inferior", de baja estofa, envidiosa y temerosa del poder de los slans? Pero ese pobre niño es una bomba de relojería andante... ¡Y cómo deseamos que estalle! Porque sabemos que, por su superior intelecto y sabiduría, merece un puesto eminente... Curiosa manera la de Van Vogt de jugar con los deseos y aspiraciones del propio lector. Sin duda esto tuvo que ver con el gran éxito de esta novela.
El tema de "Slan" es ya clásico. Son muchos los autores que han tratado la aparición de una raza de mutantes con poderes mentales y su relación con la humanidad "normal": Alfred Bester con "El hombre demolido", Philip K. Dick, con "Nuestros amigos de Frolik 8" o "Ubik", o Robert Silverberg, con "Muero por dentro" y, especialmente, su serie "Tiempo de mutantes", escrita en colaboración con su esposa, Karen Haber. Incluso en el "comic-book" de superhéroes tenemos como paradigma del mutante al doctor Charles Xavier, un telépata empeñado en lograr la integración de los mutantes con la humanidad, y que lucha con otros mutantes que pretenden dominarla. (También en "Slan" hay un conflicto entre los propios mutantes, separados por la facultad telepática de los slan "verdaderos".)
Es notable también el toque "negro" que acompaña a la narración, algo normal si tenemos en cuenta el enorme éxito que tenía en aquella época el género policiaco. "Slan" es, además, una novela política, como "Dune" (asimismo teñida por lo sobrenatural), aunque debemos reconocer que en la novela de Frank Herbert los acontecimientos de esta índole están hilvanados con más sutileza y habilidad, o como "Nuestros amigos de Frolik 8", de Dick, en las que se explora con mayor o menor profundidad en las consecuencias políticas de la existencia de personas con poderes sobrenaturales (la ya mencionada serie "Tiempo de mutantes" del matrimonio Silverberg es un excelente ejemplo de ello).
"Slan" tiene a veces la belleza de lo indelicado, de lo exagerado y radical, cierta bestialidad, cierta cualidad áspera que la hace atractiva, a pesar de sus defectos formales..., y así es como pienso que debe disfrutarse, sin "comerse la cabeza"... Al fin y al cabo, nosotros no somos "slans".

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