Ray Bradbury - El Parque de Juegos
El seсor Charles Underhill ignorу mil veces el parque de juegos, antes y
despuйs de la muerte de su mujer. Pasaba ante йl mientras iba hacia el
tren suburbano, o cuando volvнa a su casa. El parque ni le gustaba ni
dejaba de gustarle. Apenas advertнa su existencia.
Pero aquella maсana, su hermana Carol, que habнa ocupado durante seis
meses el espacio vacнo del otro lado de la mesa del desayuno, mencionу por
primera vez el tema, serenamente.
-Jim va a cumplir tres aсos -dijo -. Asн que maсana lo llevarй al parque
de juegos.
-їEl parque de juegos? -dijo el seсor Underhill.
Ya en su oficina, subrayу en un memorбndum con tinta negra: mirar el
parque de juegos.
Aquella misma tarde, con el estruendo del tren todavнa en el cuerpo, el
seсor Underhill recorriу el acostumbrado trayecto de vuelta con el
periуdico doblado y apretado bajo el brazo para evitar la tentaciуn de
leer antes de pasar el parque. Asн fue que, a las cinco y diez de aquel
dнa, llegу a la verja de hierros frнos y a Puerta abierta del parque, y se
quedу allн mucho, mucho tiempo, petrificado, mirбndolo todo...
Al principio parecнa que no habнa nada que ver. Y luego, a medida que
dejaba de atender a su acostumbrado monуlogo interior, la escena gris y
borrosa, como la imagen de una pantalla de televisiуn, fue aclarбndose
poco a poco.
Percibiу ante todo unas voces confusas, dйbiles gritos subacuбticos que
emergнan de unas lнneas indistintas, rayas en zigzag y sombras. Luego,
como si alguien hubiese puesto en marcha una mбquina, las voces se
convirtieron en gritos, las visiones se le aclararon de pronto. ЎY vio a
los niсos! Corrнan velozmente por el cйsped del parque, peleando,
golpeando, araсando, cayendo, con heridas que sangraban, o estaban a punto
de sangrar, o habнan sido vendadas hacнa poco. Una docena de gatos
arrojados a unos perros dormidos no hubieran chillado de esa manera. Con
una claridad increнble, el seсor Underhill vio las minъsculas cortaduras y
cicatrices en caras y rodillas.
Resistiу parpadeando aquella primera explosiуn de sonido. La nariz
reemplazу a los ojos y oнdos, que se retiraron dominados por el pбnico.
Aspirу el olor penetrante de los ungьentos, la tela adhesiva, el alcanfor,
y el mercuriocromo rosado, tan fuerte que se sentнa su gusto acre. Un
viento de yodo pasу por entre los hierros de la verja, de reflejos opacos
bajo la luz del dнa, nublado y gris. Los niсos corrнan como demonios
sueltos por un enorme campo de bolos, entrechocбndose ruidosamente, y
sumando golpes y heridas, empujones y caнdas hasta un incalculable total
de brutalidades.
їEstaba equivocado o la luz del parque era de una intensidad peculiar?
Todos los niсos parecнan tener cuatro sombras. Una oscura, y tres
penumbras dйbiles que hacнan estratйgicamente imposible decir en quй
direcciуn se precipitaban sus cuerpos para alcanzar el blanco. Sн, la luz
oblicua y deformante parecнa transformar el parque en algo lejano y remoto
que Underhill no podнa alcanzar. 0 se trataba quizб de la dura verja de
hierro, no muy distinta de las verjas de los zoolуgicos, donde cualquier
cosa puede ocurrir del otro lado.
Un corral de miserias, pensу Underhill. їPor quй insistirбn los niсos en
hacer insoportable la vida? Oh la continua tortura. Se oyу suspirar con un
inmenso alivio. Gracias a Dios, para йl la infancia habнa terminado,
definitivamente. No mбs pinchazos, moretones, pasiones insensatas y sueсos
frustrados.
Una rбfaga le arrancу el periуdico. Corriу tras йl bajando los escalones
que llevaban al parque. Alcanzу el diario y se retirу deprisa. Pues
durante un brevнsimo momento, sumergido en aquella atmуsfera, habнa
sentido que el sombrero crecнa y se hacнa demasiado grande, la chaqueta
demasiado pesada, el cinturуn demasiado flojo, los zapatos demasiado
sueltos. Durante un instante se habнa sentido como un niсo que juega al
hombre de negocios con la ropa de su padre; a sus espaldas la verja se
habнa alzado hasta una altura imposible, mientras el cielo le pesaba en
los ojos con su enorme masa gris, y el olor del yodo, como el aliento de
un tigre, le agitaba los cabellos. Se volviу y corriу, tropezando,
cayйndose casi.
Se detuvo, ya fuera del parque de juegos, como alguien que acaba de salir,
estremeciйndose, de un mar terriblemente frнo.
-ЎHola, Charlie!
Oyу la voz y se volviу para ver quiйn lo habнa llamado. Allб, en lo alto
de un tobogбn metбlico, un niсo de unos nueve aсos lo saludaba con un
ademбn.
-ЎHola, Charlie!
El seсor Underhill alzу tambiйn una mano. Pero no conozco a ese chico,
pensу. їY por quй me llama por mi nombre?
El niсo sonreнa abiertamente en el aire hъmedo, y ahora, empujado por
otras ruidosas criaturas, se arrojу chillando por el tobogбn.
Underhill observу pensativo la escena. El parque era como una inmensa
fбbrica que producнa, ъnicamente, pena, sadismo y dolor. Si uno observaba
durante media hora, no habнa allн una sola cara que no se retorciese,
llorase, enrojeciese de ira, empalideciera de miedo, en uno u otro
momento. ЎRealmente! їQuiйn habнa dicho que la infancia era la mejor edad
de la vida? Cuando en verdad era la mбs terrible, la mбs cruel, una йpoca
bбrbara donde no hay policнas que lo protejan a uno, sуlo padres ocupados
en sн mismos y en su mundo de allб arriba. No, si dependiera de йl, pensу
tocando la verja de hierros frнos, pondrнan aquн un cartel nuevo: EL
JARDНN DE TORQUEMADA.
Y en cuanto a ese niсo que lo habнa llamado... їquiйn serнa? Habнa algo de
familiar en йl; quizб, escondido en los huesos, el eco de algъn viejo
amigo. El hijo, quizб, de un padre exitosamente ulcerado.
Asн que es йste el parque donde va a jugar mi hijo, pensу el seсor
Underhill. Asн que es йste.
Colgando el sombrero en la percha del vestнbulo' examinбndose la delgada
figura en el espejo claro como el agua, Underhill se sintiу invernal y
fatigado. Cuando su hermana saliу a recibirlo, y su hijo apareciу
sigilosamente, Underhill los saludу con algo menos que atenciуn. El niсo
trepу por el cuerpo de su padre, jugando al Rey de la Colina. Y el padre,
con los Ojos clavados en la punta del cigarro que estaba encendiendo, se
aclarу la garganta y dijo:
-He estado pensando en ese parque, Carol.
-Maсana llevarй a Jim.
-їDe veras? їA ese parque?
Underhill se estremeciу. Recordaba aъn los olores del parque, y lo que
allн habнa visto. Mientras recogнa el periуdico pensу en aquel mundo
retorcido con sus heridas y narices golpeadas, aquel aire tan lleno de
dolor como la sala de recibo de un dentista, y aquellas horribles y
espantosas sensaciones; horribles y espantosas no sabнa por quй.
-їQuй pasa con ese parque? -preguntу Carol.
-їLo has visto? -Underhill titubeу, confuso.- Maldita sea, me refiero a
los niсos, es una jaula de fieras.
-Todos esos niсos son de muy buena familia.
-Bueno, se pelean como pequeсas gestapos -dijo Underhill -. ЎSerнa como
enviarlo a un molino para que un par de piedras de dos toneladas lo hagan
papilla! Cada vez que imagino a Jim en ese pozo de bбrbaros, me estremezco.
-Sabes muy bien que es el ъnico parque conveniente en varios kilуmetros a
la redonda.
-No me importa. Me importa en cambio haber visto una docena de garrotes,
cachiporras y pistolas de aire comprimido. El primer dнa harбn pedazos a
Jim. Nos lo devolverбn en una fuente, con una naranja en la boca.
Carol se riу.
-ЎCуmo exageras!
-Hablo en serio.
-Jim tiene que vivir su propia vida. Es necesario que aprenda a ser duro.
Recibirб golpes y golpearб a otros. Los niсos son asн.
-No me gustan los niсos asн.
-Es la mejor йpoca de la vida.
-Tonterнas. Yo solнa recordar con nostalgia mi infancia. Pero ahora
comprendo que era un tonto sentimental. La infancia es una pesadilla de
gritos y persecuciones, y volver a casa empapado de terror, de la cabeza a
los pies. Si puedo evitarle eso a Jim, lo harй.
-Serнa perjudicial, y gracias a Dios imposible.
- O quiero ni que se acerque a ese lugar, ya te lo he dicho. Antes
prefiero que se convierta en un recluso neurуtico.
-ЎCharlie!
-ЎSн, lo prefiero! Esas bestiezuelas, debнas haberlas visto. Jim es hijo
mнo, no tuyo, no lo olvides. -Sintiу en los hombros las delgadas piernas
del niсo, los delicados dedos que le alborotaban el cabello.- No quiero
que hagan con йl una carnicerнa.
-Lo mismo le ocurrirб en la escuela. Es preferible que se vaya
acostumbrando ahora que tiene tres aсos.
-He pensado en eso tambiйn. -El seсor Underhill tomу orgullosamente a su
hijo por los tobillos, que colgaban como delgadas y tibias salchichas
sobre las dos solapas.- Hasta podrнa buscarle un preceptor.
-ЎOh, Charles!
No hablaron durante la cena.
Despuйs de cenar, el seсor Underhill llevу a Jim a dar un paseo mientras
Carol lavaba los platos. Pasaron frente al parque de juegos, iluminado por
las dйbiles lбmparas de la calle. Era una noche frнa de septiembre, y ya
se percibнa la fragancia seca del otoсo. Otra semana mбs, y rastrillarнan
a los niсos en los campos, como si fuesen hojas, y los llevarнan a quemar
a las escuelas, empleando el fuego y la energнa de la infancia para fines
mбs constructivos. Pero volverнan aquн despuйs de las clases,
acometiйndose unos a otros, convirtiйndose a sн mismo en veloces
proyectiles, dando en el blanco, estallando, dejando estelas de miseria
detrбs de aquellas guerras minъsculas.
-Quiero ir ahн -dijo Jim apretбndose contra la alta verja de hierro,
observando a los ъltimos quince niсos que jugaban golpeбndose y
persiguiйndose.
-No, Jim, no puedes querer eso.
-Quiero jugar -dijo Jim, mirando fascinado, con los ojos brillantes, como
un niсo grande pateaba a un niсo pequeсo, que a su vez pateaba a otro mбs
pequeсo -. Quiero jugar, papб.
Underhill tomу con firmeza el brazo menudo.
-Vamos, Jim, tъ nunca te meterбs en esto mientras yo pueda evitarlo.
-Quiero jugar.
Jim gimoteaba ahora. Los ojos se le deshacнan en lбgrimas y tenнa la cara
como una naranja arrugada y brillante.
Algunos de los niсos escucharon el llanto y levantaron la cabeza.
Underhill tuvo la horrible sensaciуn de encontrarse delante de una
madriguera de zorros, sorprendidos de pronto, y que alzaban los ojos de
los restos peludos y blancos de un conejo muerto. Los Ojos malvados de un
vidrioso amarillo, las barbillas cуnicas, los afilados dientes blancos,
los desordenados pelos de alambre, los jerseys cubiertos de zarzas, las
manos del color del hierro con las huellas de todo un dнa de luchas. El
aliento de los niсos llegaba hasta йl: regaliz oscuro y menta y jugo de
frutas, una dulzura repugnante, una mezcla que le retorcнa el estуmago. Y
sobre todo esto, el olor de mostaza caliente de alguien que se defendнa
contra un precoz catarro de pecho grasoso hedor de la carne untada con
emplasto; el s alcanforados, que se cocinaban bajo una banda de franela.
Todos los empalagosos y de algъn modo depresivos olores de lбpices, tizas
y borradores, reales 0 imaginarios, removieron en un instante viejos
recuerdos. El maнz crujнa entre los dientes y una jalea verde asomaba en
las narices que aspiraban y echaban aire. ЎDios! ЎDios!
Los niсos vieron a Jim, nuevo para ellos. No dijeron una palabra, pero
cuando Jim se echу a llorar con mбs fuerza y Underhill comenzу a
arrastrarlo como una bolsa de cemento, los niсos los siguieron con los
ojos brillantes. Underhill sentнa deseos de amenazarlos con el puсo y
gritarles: « ЎBestias, bestias, no tendrйis a mi hijo! »
Y entonces, con una hermosa impertinencia, el niсo que estaba en lo alto
del tobogбn de metal azul, tan alto que parecнa envuelto en una niebla,
muy lejos, el niсo con la cara de algъn modo familiar, lo llamу, agitando
la mano:
-ЎHola, Charlie...
Underhill se detuvo y Jim dejу de llorar.
-ЎHasta luego, Charlie ... !
Y la cara del niсo que estaba allн, en aquel alto y muy solitario tobogбn,
se pareciу de pronto a la cara de Thomas Marshall, un viejo y hombre de
negocios que vivнa en una calle vecina, pero a quien no veнa desde hacнa
aсos.
-Hasta luego, Charlie.
Luego, luego. їQuй querнa decir ese tonto?
-ЎTe conozco, Charlie -llamу el niсo -. ЎHola!
-їQuй? -jadeу Underhill.
-Maсana a la noche, Charlie. ЎNo lo olvides! -y el niсo se deslizу por el
tobogбn, y se quedу tendido, sin aliento, con la cara como un queso blanco
mientras los otros niсos saltaban y se amontonaban sobre йl.
Underhill se detuvo indeciso durante cinco segundos o quizб mбs, hasta que
Jim comenzу a llorar otra vez, y entonces, seguido por los dorados ojos
zorrunos, en aquel primer frнo del otoсo, arrastrу a Jim hasta la casa.
A la tarde del dнa siguiente, el seсor Underhill terminу temprano su
trabajo en la oficina, tomу el tren de las tres, y llegу a Green Town a
las tres y veinticinco, con tiempo para embeberse de los activos rayos del
sol del otoсo. Curioso, pensу, cуmo de pronto, un dнa, llega el otoсo. Un
dнa es verano, y el dнa siguiente... їCуmo puede uno medirlo o probarlo?
їAlgo en la temperatura o el olor? ї0 el sedimento de los aсos, que por la
noche se desprende de los huesos, y comienza a circular por la sangre,
haciйndolo temblar a uno o estremecerse? Un aсo mбs viejo, un aсo mбs
cerca de la muerte, їera eso?
Caminу calle arriba, hacia el parque, haciendo planes para el futuro.
Parecнa como si en otoсo uno hiciese mбs planes que en las otras
estaciones. Esto se relacionaba sin duda con la muerte. Uno piensa en la
muerte y automбticamente hace planes. Bueno, habнa que conseguir un
preceptor para Jim, eso era indiscutible. Nada de esas horribles escuelas.
La cuenta en el banco sufrirнa un poco, pero Jim, por lo menos, serнa un
niсo feliz. Podrнan elegir a sus amigos. Cualquier bravucуn que se
atreviese a tocar a Jim serнa arrojado a la calle. Y en cuanto a este
parque... Ўcompletamente fuera de la cuestiуn!
-Oh, hola, Charles.
Underhill alzу los ojos. Ante йl, a la entrada del parque, estaba su
hermana. Advirtiу en seguida que lo llamaba Charles, no Charlie. El
malestar de la noche anterior no habнa desaparecido del todo.
-Carol, їquй haces aquн?
La muchacha enrojeciу y mirу el parque a travйs de la verja.
-No has hecho eso -dijo Underhill.
Buscу con la mirada entre los niсos que reснan, corrнan, gritaban.
-їQuieres decir que ... ?
Carol moviу afirmativamente la cabeza, casi divertida.
-Pensй que si lo traнa temprano...
-Antes de que yo llegase, asн no me enteraba, їno es asн?
Asн era.
-Buen Dios, Carol, їdуnde estб Jim?
-En este momento venнa a ver...
-їQuieres decir que lo dejaste aquн toda la tarde?
-Sуlo cinco minutos mientras hacнa unas compras.
-Y lo dejaste. ЎBuen Dios! -Underhill tomу a su hermana por la muсeca.-
Bueno, vamos, encuйntralo, Ўsбcalo de ahн!
Miraron juntos. Del otro lado de la verja una docena de chicos se
acometнan mutuamente, unas niсas se abofeteaban, y unos cuantos niсos se
dividнan en grupos y corrнan tropezando unos con otros.
-ЎEstб ahн, lo sй! -dijo Underhill.
En ese momento, Jim pasу corriendo, perseguido por seis niсos. Gritaba y
sollozaba. Rodу por el suelo, se incorporу, volviу a correr, cayу otra
vez, chillando, y los niсos que lo perseguнan descargaron sobre йl sus
cerbatanas.
-Les meterй esas cerbatanas en las narices -dijo Underhill -. ЎCorre, Jim,
corre!
Jim se lanzу hacia la puerta. Underhill lo tomу en brazos. Era como alzar
una masa arrugada y empapada. Le sangraba la nariz, se le habнan
desgarrado los pantalones, estaba cubierto de tizne.
-ЎAhн tienes tu parque! -dijo Underhill, de rodillas, sosteniendo a su
hijo y levantando la cabeza hacia Carol -. ЎAhн tienes a tus dulces y
felices inocentes, a tus juguetones fascistas! Que encuentre aquн otra vez
a este chico y me vas a oнr. Vamos, Jim. Y ustedes, pequeсos bastardos,
Ўvбyanse!
-Nosotros no hicimos nada -dijeron los niсos.
-їEn quй se ha transformado el mundo? -dijo el seсor Underhill
interrogando al universo.
-ЎHola, Charlie! -dijo el niсo desconocido, desde el parque. Agitу una
mano y sonriу.
-їQuiйn es йse? -preguntу Carol.
-їCуmo diablos voy a saberlo? -dijo Underhill.
-Te verй mбs tarde, Charlie. Hasta luego -dijo el niсo desapareciendo.
El seсor Underhill se llevу a su hermana y a su hijo.
-ЎSбcame la mano del codo! -dijo Carol.
Underhill se fue a acostar temblando de rabia. No podнa dominarse. Tomу un
poco de cafй, pero nada detenнa esos temblores. Tenнa ganas de arrancarles
los pulposos cerebritos a aquellas groseras y frнas criaturas. Sн,
aquellas criaturas melancуlicas, perversas como zorros, con rostros frнos
que ocultaban la astucia, la traiciуn y el veneno. En nombre de todo lo
que era decente, їquй clase de niсos era esta nueva generaciуn? Una banda
armada de palos, cuerdas y cuchillos; una manada sedienta de sangre,
formada por idiotas descabellados. Las aguas de albaсal del descuido les
corrнan por las venas. Ya en cama, moviу violentamente la cabeza, una y
otra vez, del lado caliente de la almohada al otro lado, y al fin se
levantу y encendiу un cigarrillo; pero eso no bastaba. Al llegar a la casa
se habнa peleado con Carol, y le habнa gritado, y ella le habнa gritado a
йl, como un pavo y una pava que chillan en medio del campo, donde todos se
rнen de las tonterнas de la ley y el orden, que nadie recuerda.
Underhill se sentнa avergonzado. Uno no combate la violencia con
violencia, no si uno es un caballero. Uno habla con calma. Pero Carol
querнa poner al niсo en un torno y que lo despachurrasen. Querнa que lo
pincharan, lo agujerearan y descargaran sobre йl todos los golpes. Que lo
golpearan continuamente, desde el parque de juegos al parvulario, y luego
en la escuela, en el colegio, en el bachillerato. Si tenнa suerte, al
llegar al bachillerato los golpes y crueldades se refinarнan a sн mismos;
el mar de sangre y saliva se retirarнa de la costa de los aсos y dejarнa a
Jim a orillas de la madurez con quiйn sabe quй perspectivas para el
futuro, con el deseo, quizб, de ser un lobo entre lobos, un perro entre
perros, un asesino entre asesinos. Ya habнa bastante de todo eso en el
mundo. Sуlo pensar en los prуximos diez o quince aсos de tortura
estremecнa al seсor Underhill. Sentнa la carne entumecida por las
inyecciones, herida, quemada, aplastada, retorcida, violada y machacada.
Underhill se sacudiу como una medusa de mar echada violentamente en una
mezcladora de cemento. Jim nunca sobrevivirнa. Era demasiado delicado para
esos horrores.
Underhill se paseaba por la casa, envuelta en las sombras de la
medianoche, pensando en todo esto: en sн mismo, en su hijo, el parque, el
miedo. No hubo parte que no tocara y revolviera dentro de йl. Cuбnto, se
dijo a sн mismo, cuбnto de esto se debe a la soledad, cuбnto a la muerte
de Ann, cuбnto a la nostalgia. їY quй realidad tiene el parque mismo, y
los niсos? їCuбnto hay ahн de racional y cuбnto de disparate? Moviу los
delicados pesos en la escala, y observу cуmo el fiel se movнa, se detenнa,
y volvнa a moverse, hacia atrбs, y hacia adelante, suavemente, entre la
mediano, che y el alba, entre lo blanco y lo negro, entre la sana cordura
y la desnuda insensatez. No debнa apretar tanto, tenнa que darle al niсo
mбs libertad. Y sin embargo... cuando miraba el rostro menudo de Jim veнa
siempre en йl a Ann, en los ojos, en la boca, en las aletas de la nariz,
en el aliento tibio, en el brillo de la sangre que se movнa bajo la
delgada cuchilla de la piel. Tengo derecho, pensу, a tener miedo. Tengo
todo el derecho. Cuando uno tiene dos hermosos objetos de porcelana, y uno
se rompe, y el otro, el ъltimo, queda intacto, їcуmo ser objetivo, cуmo
guardar una inmensa calma, cуmo sentirse de cualquier manera, pero no
preocupado?
No, pensу Underhill caminando lentamente por el vestнbulo, nada puedo
hacer sino tener miedo, y tener miedo de tener miedo.
-No necesitas rondar la casa toda la noche -le dijo su hermana desde la
cama, cuando Underhill pasу ante su puerta -. No seas niсo. Siento haberte
parecido terca o frнa. Pero tienes que pensarlo. Jim no puede permitirse
un preceptor. Ann hubiera querido que fuese a la escuela, como todos. Y
debe volver a ese parque maсana, y seguir yendo hasta que aprenda a ser
hombre y se acostumbre a los otros niсos. Entonces no reсirбn tanto con йl.
Underhill callу. Se vistiу en silencio, a oscuras, bajу las escaleras, y
abriу la puerta de calle. Faltaban cinco minutos para la medianoche.
Caminу rбpidamente calle abajo, entre las sombras de los olmos, los
nogales y los robles, tratando de dejar atrбs aquella rabia, aquel
orgullo. Sabнa que Carol tenнa razуn, por supuesto. Йste era el mundo en
que uno vivнa, y habнa que aceptarlo. Pero йsa era, precisamente, la mayor
dificultad. Habнa pasado ya por aquellas pruebas, sabнa lo que es ser un
niсo entre leones. Su propia infancia habнa vuelto a йl en las ъltimas
horas, una йpoca de terror y violencia. Y no podнa resistir el pensamiento
de que Jim pasarнa por todo eso, especialmente una criatura delicada como
йl, de huesos delgados, de rostro pбlido. їQuй puede esperarse entonces
sino acosamientos y huidas?
Se detuvo junto al parque, aъn iluminado por una gran lбmpara. De noche
cerraban la puerta, pero la luz seguнa encendida hasta las doce. Sentнa
deseos de destrozar aquel lugar despreciable, echar abajo la verja de
hierro, borrar los toboganes y decirles a los niсos: -ЎVбyanse! ЎVбyanse
todos a jugar a los patios de sus casas!
Quй ingenioso el frнo, el profundo parque. Nunca se sabнa dуnde vivнan los
otros. El niсo que te habнa roto los dientes, їquiйn era? Nadie lo sabнa.
їDуnde vivнa? Nadie lo sabнa. Uno podнa venir aquн una vez, pegarle a un
niсo mбs pequeсo, y luego irse a otro parque. Nunca te encontrarнan. De
parque en parque, uno podнa llevar a cabo sus trucos criminales, y todos
lo olvidarнan a uno. Se podнa regresar a este mismo parque un mes despuйs,
y si el niсito a quien le hiciste saltar los dientes estaba allн y te
reconocнa, podнas negarlo. «No, no soy йse. Tiene que haber sido otro
chico. Es la primera vez que vengo aquн. No, Ўno soy йse! »
Y cuando el niсito se diese vuelta, podнas derribarlo de un golpe. Y
correr luego por calles anуnimas, un ser anуnimo.
-Quй puedo hacer realmente?, pensу Underhill. Carol es mбs que generosa
con su tiempo. Es muy buena con Jim, eso no puede discutirse. Mucho del
amor con que hubiese podido edificar un matrimonio, se lo ha dado a Jim
este aсo. No puedo pelearme continuamente con ella a propуsito del niсo, y
no puedo decirle que se vaya. Quizб si nos fuйramos al campo eso podrнa
ayudar. No, no, imposible; el dinero. Pero no puedo dejar a Jim aquн,
tampoco.
-Hola, Charlie -dijo una voz serena.
Underhill girу sobre sus talones. Allн, dentro del parque, sentado en el
suelo, dibujando con un dedo en el polvo, estaba el solemne niсo de nueve
aсos. No alzу los ojos. Dijo Hola, Charlie, sin moverse, con naturalidad,
en aquel mundo que se extendнa mбs allб de la dura verja de hierro.
-їCуmo conoces mi nombre? -dijo Underhill.
-Lo conozco. -El niсo cruzу cуmodamente las piernas, sonriendo.- Estбs en
dificultades.
-їQuй haces aquн a esta hora? їQuiйn eres?
-Me llamo Marshall.
-ЎPor supuesto! Tommy, el hijo de Tom Marshall. Ya me parecнas familiar.
El niсo se riу suavemente.
-Mбs familiar de lo que crees.
-їCуmo estб tu padre, Tommy?
-їLo has visto ъltimamente? -preguntу el niсo.
-En la calle, hace dos meses, sуlo un momento.
-їQuй aspecto tenнa?
-їQuй?
-їQuй aspecto tenнa el seсor Marshall? -preguntу el niсo. Era curioso,
pero parecнa rehusarse a decir «mi padre».
-Buen aspecto. їPor quй?
-Sospecho que es un hombre feliz -dijo el niсo.
El seсor Underhill mirу las piernas del niсo y vio que estaban cubiertas
de costras y araсazos.
-їNo te vas a casa, Tommy?
-Me quedй un rato para verte. Sabнa que ibas a venir. Tienes miedo.
El seсor Underhill no supo quй contestar.
-Esos pequeсos monstruos -dijo al fin.
El niсo dibujу un triбngulo en el polvo.
-Quizб yo pueda ayudarte.
Era ridнculo.
-їCуmo?
-Darнas algo por evitarle esto a Jim, їno es verdad? Cambiarнas de lugar
con йl, si pudieses.
El seсor Underhill, los pies clavados en el suelo, asintiу con un
movimiento de cabeza.
-Bueno, ven maсana a las cuatro de la tarde. Podrй ayudarte entonces.
-Pero, їde quй ayuda hablas?
-No puedo explicбrtelo -dijo el niсo -. Es algo relacionado con el parque.
En todo lugar donde hay maldad, hay tambiйn poder. Puedes sentirlo, їno es
cierto?
Un viento cбlido recorriу el parque desnudo, iluminado por aquella ъnica
lбmpara. Sн, aun ahora, a medianoche, habнa en el parque algo de maldad,
pues en йl se cometнan actos malvados.
-Todos los parques son como йste?
-Algunos. Quizб йste sea ъnico entre muchos. Quizб dependa de cуmo lo
mires tъ. Las cosas son lo que quieres que sean. Mucha gente opina que
este parque es magnнfico. Tienen razуn tambiйn. Depende del punto de
vista, quizб. Lo que quiero decir, sin embargo, es que Tom Marshall era
muy parecido a ti. Se preocupaba tambiйn por Tommy Marshall y el parque y
los chicos. Querнa evitarle a Tommy molestias y penas.
Hablar de la gente como si se encontrara muy lejos incomodaba al seсor
Underhill.
-Asн que hicimos un trato.
-їCon quiйn?
-Con el parque, supongo, o el que lo dirige, quienquiera que sea.
-їQuiйn lo dirige?
-Nunca lo he visto. Hay una oficina allн, bajo el kiosco, con una luz que
no se apaga en toda la noche. Es una luz brillante, azul, algo graciosa.
Hay tambiйn un escritorio sin papeles, y una silla vacнa. En la puerta se
lee GERENTE, pero nadie vio nunca al hombre.
-Debe de andar por ahн.
-Exactamente -dijo el niсo -. 0 yo no estarнa donde estoy, y algunos otros
no estarнan donde estбn.
-Hablas por cierto como una persona adulta.
El niсo sonriу complacido.
-їQuieres saber quiйn soy realmente? No soy Tommy Marshall, de ningъn
modo. Soy Tom Marshall, el padre. -El niсo siguiу sentado en el polvo,
inmуvil, a aquella hora de la noche, bajo la luz alta y lejana. El viento
le movнa suavemente el cuello de la camisa, que le rozaba la cara, y
arrastraba el polvo fresco.- Soy Tom Marshall, el padre. Sй que te serб
difнcil creerlo. Pero asн es. Tenнa mucho miedo por Tommy. Pensaba lo
mismo que tъ a propуsito de Jim. Asн que hice este trato con el parque.
Oh, hay varios aquн que han hecho lo mismo. Si te fijas un poco los
distinguirбs de los otros niсos por la expresiуn de la mirada.
Underhill parpadeу.
-Serб mejor que vayas a acostarte.
-Tъ quieres creerme Quieres que sea cierto. Lo veo en tus Ojos. Si
pudieras cambiar con Jim, lo harнas. Deseas evitarle toda esta tortura,
ponerlo en tu lugar, ya crecido, con todo el trabajo hecho.
-Cualquier padre decente simpatiza con su hijo.
-Y tъ mбs que otros. Tъ sientes todos los mordiscos y puntapiйs. Bueno,
ven maсana por aquн. Puedes hacer un trato, tambiйn.
-їCambiar con Jim? -Era un pensamiento increнble, divertido, pero
satisfactorio - їCuбnto tendrй que pagar?
-Nada. Sуlo tienes que jugar en el parque.
-їTodo el dнa?
-E ir a la escuela, por supuesto.
-їY crecer otra vez?
-Sн, y crecer otra vez. Ven por aquн maсana a las cuatro.
-Maсana tengo que trabajar en la ciudad.
-Maсana -dijo el niсo.
-Serб mejor que vayas a acostarte, Tommy.
-No, Tommy no. Me llamo Tom Marshall -dijo el niсo sin moverse.
Las luces del parque se apagaron.
El seсor Underhill y su hermana no se hablaron en el desayuno. Underhill
solнa llamarla al mediodнa para hablar de esto o aquello, pero aquel dнa
no telefoneу. Sin embargo, a la una y media, luego de un mal almuerzo,
marcу el nъmero de la casa. Cuando Carol respondiу, cortу la comunicaciуn
Cinco minutos mбs tarde volviу a llamar.
-Charlie, їllamaste tъ hace cinco minutos?
-Sн -dijo Underhill.
-Me pareciу oнrte respirar antes de que cortaras. їPara quй llamaste,
querido?
Carol se mostraba comprensiva otra vez.
-Oh, llamaba, nada mбs.
-Han sido dos dнas malos, їno es cierto? Tъ me entiendes, їno es cierto,
Charlie? Jim debe ir al parque de juegos y recibir unos pocos golpes.
-Unos pocos golpes, sн.
Underhill vio la sangre y los zorros hambrientos y los conejos
despedazados.
-Aprender a dar y recibir -decнa Carol -, y pelear si es necesario.
-Pelear si es necesario.
-Sabнa que me darнas la razуn.
-La razуn -dijo Underhill -. Es cierto. No hay escapatoria. Debe ser
sacrificado.
-Oh, Charlie, quй raro eres.
Underhill carraspeу.
-Bueno, estб decidido.
-Sн.
Me pregunto cуmo serб eso, pensу Underhill.
-їTodo estб bien? -preguntу ante el telйfono.
Pensу en los dibujos en el polvo, en el niсo sentado en el suelo.
-Sн -dijo Carol.
-He estado pensando -dijo Underhill.
-Habla.
-Estarй en casa a las tres -dijo lentamente, separando las palabras como
un hombre a quien han golpeado en el estуmago, falto de aliento -. Haremos
un paseo, tъ, Jim y yo -dijo con ojos cerrados.
-ЎMagnнfico!
-Al parque -aсadiу Underhill, y colgу el tubo.
Era realmente el otoсo ahora, el frнo real. Durante la noche los бrboles
habнan enrojecido, y ahora sus hojas caнan en espiral alrededor de la cara
del seсor Underhill, que subнa hacia la puerta de su casa. Allн estaban
Carol y Jim, apretados y protegiйndose del frнo, esperбndolo.
-ЎHola! -se gritaron, abrazбndose y besбndose.
-ЎAh, aquн estб Jim!
-ЎAh, aquн estб papб!
Se rieron y Underhill se sintiу paralizado. Faltaba lo peor del dнa. Eran
casi las cuatro. Mirу el cielo plomizo, que podнa derramar en cualquier
momento un rнo de plata fundida; un cielo de lava y hollнn y viento
hъmedo. Tomу fuertemente a su hermana por el brazo mientras caminaban.
Carol sonriу.
-ЎQuй amable estбs!
-Es ridнculo, por supuesto -dijo Underhill pensando en otra cosa.
-їQuй?
Habнan llegado a la entrada del parque.
-Hola, Charlie.
Allб lejos, en la cima del monstruoso tobogбn estaba el chico de Marshall,
agitando la mano. No sonreнa ahora.
-Tъ espera aquн -le dijo el seсor Underhill a su hermana---. Serб nada mбs
que un momento. Me llevo a Jim al parque.
-Muy bien.
Underhill tomу la manita del niсo.
-Vamos, Jim. No te separes de papб.
Bajaron los duros escalones de cemento, y se detuvieron en el polvo liso.
Ante ellos, en una secuencia mбgica, se extendнan los diagramas, las
rayuelas gigantescas, los asombrosos numerales y triбngulos y figuras
oblongas que los niсos habнan dibujado en el polvo increнble.
Un viento enorme bajу del cielo y el seсor Underhill se estremeciу. Apretу
con mбs fuerza aъn la mano del niсo y mirу a su hermana.
-Adiуs -dijo.
Pues estaba creyйndolo. Estaba en el parque y lo creнa, y era mejor asн.
Nada era demasiado bueno para Jim. ЎNada en este mundo atroz! Y ahora su
hermana se reнa de йl.
-ЎCharlie, tonto!
Y entonces echaron a correr, a correr por el suelo sucio del parque, por
el fondo de un mar pйtreo que los empujaba y apretaba.
-ЎPapб! ЎPapб! -lloraba ahora Jim, y los niсos corrнan hacia ellos. El
niсo del tobogбn se acercaba aullando, y las rayuelas giraban en el polvo.
Un terror incorpуreo se apoderу de Underhill, pero sabнa quй debнa hacer,
quй debнa hacerse, y quй ocurrнa. En el otro extremo del parque volaban
las pelotas de fъtbol, zumbaban las pelotas de bйisbol, saltaban los
palos, relampagueaban los puсos, y la puerta de la oficina del gerente
permanecнa abierta, y habнa un escritorio vacнo y una silla vacнa, y una
luz solitaria iluminaba el cuarto.
Underhill trastabillу, cerrу los ojos y cayу, llorando, con el cuerpo
doblado por el dolor, murmurando palabras extraсas, mientras el mundo
giraba y giraba.
-Ya estб, Jim -dijo una voz.
Y el seсor Underhill, subiу, subiу con los ojos cerrados, subiу por unos
ruidosos peldaсos metбlicos, gritando, aullando, con la garganta seca.
Y luego abriу los ojos.
Estaba en lo alto del tobogбn. El gigantesco y metбlico tobogбn azul que
parecнa de tres mil metros de altura. Unos niсos lo atropellaban, lo
golpeaban para que siguiese, Ўtнrate, tнrate!
Y Underhill mirу. Yallб abajo, un hombre de abrigo negro se alejaba del
parque, y allб, en la entrada, una mujer lo saludaba con la mano, y el
hombre se detuvo junto a la mujer, y ambos lo miraron, agitando las manos
y gritбndole:
-ЎDiviйrtete, Jim! ЎDiviйrtete!
Underhill dio un grito. Se mirу las manos, comprendiendo, aterrorizado.
Las manos pequeсas, las manos delgadas. Mirу la tierra allб abajo, muy
lejos. Sintiу que le sangraba la nariz, y allн estaba el chico de
Marshall, junto a йl.
-ЎHola! -gritу el otro, golpeбndole la boca -. ЎSуlo pasaremos aquн doce
aсos! -gritу en medio del tumulto.
ЎDoce aсos!, pensу el seсor Underhill, atrapado. Y el tiempo es diferente
para los niсos. Un aсo es como diez aсos. No, no se extendнan ante йl doce
aсos de infancia, sino un siglo, un siglo de esto.
-ЎTнrate!
Detrбs de йl, mientras lo pinchaban, aporreaban, empujaban, el hedor de la
mostaza, el Vick Vaporub, los manнes, el regaliz masticado y caliente, la
goma de menta y la tinta azul. El olor del hilo de las cometas y el jabуn
de glicerina; el olor a calabaza de la fiesta de Todos los Santos, y la
fragancia de las mбscaras de papel, y el olor de las cicatrices secas. Los
puсos se alzaban y caнan, Underhill vio las caras de zorros y, mбs allб,
junto a la verja, al hombre y la mujer que lo saludaban con la mano. Se
estremeciу, se cubriу el rostro, sintiу que lo empujaban, cubierto de
heridas, al borde de la nada. De cabeza, se dejу caer por el tobogбn,
chillando, perseguido por diez mil monstruos. Un momento antes de golpear
contra el suelo, de caer en un nauseabundo montуn de garras, tuvo de
repente un pensamiento.
Esto es el infierno pensу. ЎEsto es el infierno!
Y en la caliente multitud demoledora nadie le dijo que no.