Avram Davidson
Una mañana, al disiparse las tempranas brumas, la sombra de un ave grande se proyectó sobre el sendero. Se aproximaban dos hombres montados en un solo caballo, y Thrag, de la atalaya situada junto a la vía del Sureste, no tardó en apresurarse a bajar para interpelarlos. El que empuñaba las riendas era un hombre joven de robusto talle, con barba parda recortada en dos puntas y ancha boca de expresión ladina. En la grupa iba montado otro, más viejo y flaco, de frente huesuda y ojos grises de esos que al principio parecen ciegos, pero pronto resultan ver mejor de lo común.
—Saludos, bendiciones, salutaciones y bienvenida, viajeros —entonó Thrag, golpeteando con sus anchos pies las piedras familiares, hasta bajar y situarse de un salto frente a ellos. Abrió bien los brazos, como dispuesto a abrazarlos, en un ademán que bastó en cambio para detener al viejo caballo—. Que la fortuna os sonría...
—Que el sol brille sobre ti, Barbasucia —respondió el primer jinete mientras empezaba a guiar el caballo procurando eludirlo.
—...y conceda todos vuestros deseos —agregó el recién llegado, saltando a un costado. Mientras el jinete, con un suspiro y un gruñido, sofrenaba su cabalgadura y elevaba sus espesas cejas, el que estaba en el suelo continuó—: Muy bien recibimos a gente de naturaleza bromista y humorística como tú, joven amigo, en este País de Tawallis. Como simple cuestión de exactitud en las referencias, ejem jum jum, me intitulo Thrag padre de Throg, y cultivo la atalaya (que podéis ver allá arriba, siguiendo mi dedo) junto a esta Vía del Sureste por el Auténtico Señor de Tawallis. De nuevo bien venidos, bien venidos.
Y apartándose de los hundidos ojos los cabellos que le caían sobre la frente, fijó en ellos una mirada afiebrada, que paseó espasmódicamente de uno a otro. Después, con sus dedos largos y roñosos, se alisó un mechón apelotonado de la negra y larga barba mientras sonreía con afectación.
El segundo jinete observó las piedras y árboles de la estrecha Vía y frunció los labios.
—¿Y qué cosechas en aquella torre, Thrag padre de Throg?... curioso modo de designación, pero no falto de mérito, ya que se refiere al futuro y no al pasado... ¿Qué es lo que engendras en tu chacra, agricultor Thrag?
Thrag carraspeó para despejarse la garganta y escupió entre las matas.
—En tarifas por cruce de frontera, aranceles y derechos de aduana, cuya documentación retiene el Auténtico Señor, mi puesto engendra alrededor de cien medidas de dinero por año solar, de lo cual el crédito para mí es un quinto de algunos, medio de varios y tres cuartos de otros —dijo suspirando y elevando su desordenada barba—. No soy más que un intermediario, y la mayor parte del usufructo va a las arcas de Trig padre de Treg, hombre obeso y agricultor-general; sólo mi irreducible devoción me obliga a esperar que la Fortuna siga favoreciéndolo. Os ruego que bajéis de vuestro palafrén y nos permitáis cumplir los fatigosos pero imprescindibles detalles de mi oficio; bien venidos viajeros.
Tendió la mano hacia la brida del jamelgo, pero a un movimiento de su amo éste se apartó de sus mugrientas zarpas. Pese a lo temprano de la hora, el aire era caluroso y pesado.
—Ay de mí, Thrag —dijo el primer jinete—, cuánto me apenan tus mal retribuidas fatigas, viéndote expuesto tanto a las clemencias como a las inclemencias del tiempo... y por añadidura, a saber: que ninguna recompensa obtienes por haber bajado hasta nosotros desde tu alta morada, por cuanto no tenemos equipaje ni efectos, y además llevo cartas de pasaje de una gran potencia amiga que constituyen inmunidad diplomática de todos esos derechos y tarifas, ya que soy Mallian hijoHazelip, hijomacho mayor legítimamente engendrado del Primer Ayudante del Hereditor de Qanaras: permíteme que te lea...
Pero Thrag le aseguró cortésmente que esa lectura era innecesaria, y que él no ponía en tela de juicio lo que afirmaba Mallian ni dudaba de que el Auténtico Señor, al presentársele los comprobantes, devolvería todo lo que se hubiese pagado.
—Es una mera formalidad, pero que indudablemente Trig, el cobrador de impuestos, me exigirá. Bajad, joven hidalgo y escudero, bajad pues; las tarifas serán nominales y lo más reducidas que sea posible, como cortesía a gente de vuestra tierra natal.
De nuevo tendió la mano hacia la brida y esta vez la asió. Desarrugando el ceño que ensombreció su rostro, Mallian sonrió diciendo:
—Mucho aprecio esa cortesía, Thrag, pero como simple cuestión de forma y de principio debo rechazarla. Suelta la brida, te lo ruego, porque este caballo, aunque viejo, es todavía tan brioso que temo que sin deseo alguno de mi parte, te aplaste sobre tantas rocas y piedras afiladas.
Y el hombre que iba detrás suyo intervino declarando en tono de irritable advertencia:
—Además nada se ganaría con gravámenes, señor aduanero, ya que por mera humildad y un deseo de no dar pábulo a extravagancias suntuarias, viajamos como ves sin equipaje y como puedo asegurártelo, sin fondos.
Thrag elevó los ojos y la voz en alabanza de tan ejemplar conducta.
—No obstante —señaló—, el caballo tiene un valor, esa bolsa que llevas tiene algo adentro y es necesario examinarlo y adjudicarlo todo. No estoy facultado para eximir a nadie; a decir verdad, estoy obligado por contrato a soltar los perros salvajes que ya se agitan inquietos y sólo aguardan mi señal. Volvió la cabeza, agitó la mano libre y se oyeron horrendos gañidos y feroces ladridos y aullidos.
El escudero de Mallian se estremeció.
—Tan cierto como que me llamo Zembac Pix —exclamó—, ese perro tiene hambre. Llévate en pago mi abrigada capa, danos el comprobante y vete... ¡buen Thrag!, y echa a ese animal un trozo de carne o al menos un pedazo de pan.
En la frente de Thrag, los pelos se enroscaron como serpientes, y bajo su pegoteado bigote la boca se movió en una mueca burlona.
—¿Perro, leal Zembac Pix? Te engañan tus oídos, es toda una jauría: ¡escucha! —De nuevo tendió la mano y volvió la cabeza, y de nuevo el aire espeso se estremeció con el coro de horribles gruñidos, feroces ladridos y aullidos—. Por añadidura, con la capa sola no basta, y...
Pero nada más dijo, porque mientras decía, Zembac Pix, después de quitarse la capa y arrollarla, le propinó un fuerte golpe en la cabeza con una punta de la prenda donde se habían cosido pesas de plomo. Cayó Thrag hundiendo la enmarañada barba en el polvo y no se levantó más.
Zembac Pix bajó de un salto y con el canto de la mano tiesa golpeó el cuello del inerte sujeto.
—¡Monta de una vez, monta de una vez! —le gritó Mallian con impaciencia—. Este jamelgo rechazado por los salchichas apenas puede correr más que un gorrino, no digamos ya una jauría de perros guardianes...
Pero Zembac Pix sonrió y se contoneó y movió la cabeza.
—Ajum no, señor amo —negó—; no hay perros guardianes, ni uno siquiera. ¿No visteis cómo procuraba distraer nuestra mirada moviendo la mano, y cómo volvía la cabeza para ocultar sus labios? Pero yo advertí, sin embargo, los movimientos delatores de su garganta: no fue más que una mera ventriloquia y una treta, mi señor amo, y tal engaño no puedo perdonarlo. Es mi opinión, aunque soy boticario y no versado a fondo en la medicina de la ley, es mi opinión que sus falsas y traicioneras actitudes nos otorgan un derecho sustancial sobre las posesiones de este Thrag padre de Throg... ¡y alguien tan dado a las precisiones como él no dejaría de aprobar que actuemos con presteza para establecer la autenticidad de nuestra herencia, ajem jum jum!
Entonces Mallian, con una sonrisa que elevó ampliamente las comisuras de su boca, saltó de su caballo, lo condujo a una hondonada y lo ató a un lado del desfiladero, de modo que nadie pudiera verlo.
—Por mi parte —declaró mientras ambos trepaban por el tenue, pero visible sendero—, desdeño esa clase de saqueos y despojos. Pero las necesidades de Qanaras, así como el insulto que se le acaba de inferir, requieren sustento y del más sólido. ¡Ah, desdicha! ¡Qanaras! —exclamó lloroso—. ¡Grande fue entre todas las Tierras!... hasta que llegó aquel maldito Gran Cambio Genético, que según los cuentos de viejas fue causado por la temporaria inestabilidad del Sol Orbital mismo, lo cual...
Cuando Mallian, jadeante, se detuvo a tomar aliento, Zembac Pix agitó la cabeza.
—Sí, lo cual, dicen las brujas, puso en libertad un torrente de partículas cuyo mortífero influjo nos persigue todavía mucho después de haber cesado tal torrente. Pero yo no lo creo ni me cuadra creerlo. ¿Algún hombre sobrio ha visto que el Sol Orbital lance una partícula? Ajum jum no. La causa fueron en cambio las malignas y maléficas medicinas de los truhanes Hombrestrasgos.
Así treparon y ascendieron por la faz casi chata del declive, mientras lanzaban triples salivazos y maldiciones a toda la atrofiada raza de los Trasgos y a todas sus obras, hasta que por fin llegaron a la torre misma.
Ésta era un grande y tosco mojón de enormes piedras, que inicialmente debía haber sido erigido por la jaranera raza de los Gigantes y no por otros; y no sin gran esfuerzo además. En las grietas e intersticios se habían introducido profundamente unos gruesos palos que bastaban para proporcionar una senda única, aunque algo insegura. Y en la cima se erigía el inconfundible refugio del difunto Thrag padre de Throg, hecho con similares palos y con paja, rudimentario y ruidoso, y parecidísimo al nido de alguna insalubre ave de presa: aquí y allá yacían huesos dispersos, en algunos de los cuales se veían jirones de carne medio podrida, todavía verdes. Y algunos no tan verdes.
—¡Ajj! —exclamó Mallian—. ¡Qué buitre, sino algo peor en verdad, era este réprobo aduanero! Al parecer, se alimentaba con los cadáveres de quienes sufrían el aciago sino de morir cerca de él.
Pero Zembac Pix, con el huesudo rostro un poco más gris que de costumbre, dijo temer que fuera en efecto "algo peor": que Thrag nunca tenía un trozo de carne ni un mendrugo de pan, salvo lo que le proporcionaban las personas de viandantes solitarios y desarmados.
—...y la enfermedad que causó su muerte no fue otra que el siniestro Thrag, protéjanos la Fortuna de semejante destino en todo momento y en todo lugar. Y ahora, veamos si hay indicios de dónde puede haber ocultado esos aranceles aduaneros y derechos de peaje que sin duda jamás informó o repartió con Trig padre de Treg, el agricultor-general... si en verdad ese obeso y codicioso magnate tiene alguna existencia salvo en las conversaciones del ogresco Thrag.
Hurgaron el hediondo bálago del nidoso suelo hasta encontrar un sitio que parecía menos firmemente apisonado que lo demás. Usando uno de los otros palos como herramienta, cavaron, revolvieron y palanquearon hasta llegar a una especie de puertita cuadrada de madera labrada. Ésta, una vez levantada y apartada, reveló algo así como una cámara dentro del mojón. Y todo este espacio estaba lleno de sacos de cuero, cuyas bocas estaban bien atadas con correas. Acababan de abrir uno de ellos y contemplaban la apretada masa de anillos, ajorcas y aros que lo colmaban cuando azotó sus oídos un extraño ruido.
Atravesando el aire con lentos y perezosos movimientos de sus negras alas descendía hacia ellos una enorme y horrenda águila-buitre. Por un momento los dos pensaron que el sitio donde se hallaban era, al fin y al cabo, el nido de alguna grande y espeluznante ave, a saber esa grande y espeluznante ave, y los dos advirtieron qué lejos estaba el suelo y cuan cubierto de afiladas piedras se hallaba el fondo. Pero mientras ellos se acurrucaban en su sitio, con los corazones henchidos y temblando de miedo, y antes de que pudieran reflexionar en que las aves no acumulan bienes humanos ni los guardan en bolsas de cuero, el enorme pájaro los divisó, y reaccionó ni más ni menos como una mujer a quien se descubre sin ropas en un momento en que no ha previsto ni desea ser así descubierta. El gran pájaro los vio, lanzó un chillido y se precipitó en el aire, enredándose en sus alas y cayendo un trecho antes de recobrar el dominio de si mismo.
Entonces volvió a gritar, pero en otro tono, ya no de espanto, sino de verdadera cólera, y empezó a ascender con las garras crispadas. Instantáneamente y con gran celeridad, Mallian empuñó honda y piedras y lanzó primero una, luego otra y otra zumbando por el aire. El ave gritó tres veces, se elevó y emprendió la retirada, goteando sangre sobre el hediondo nido y graznando con densa consternación.
—Cojea... buen tiro —admiró Zembac Pix.
—Es cierto... —gruñó Mallian—, pero ¿quién sabe adonde ha ido y con qué fin ese pájaro infernal, o cuándo puede volver o en compañía de quién? Date prisa. Date prisa...
Arrojaron por el costado una de las bolsas del tesoro, que reventó, esparciendo su contenido. Al momento Mallian bajó por la peligrosa senda, mientras escudriñaba cautelosamente el cielo por si se anunciaba el regreso de algún ave rapaz. Una vez abajo, puso manos a la obra y no tardó en juntar ramas suficientes como para arriesgarse a echar más bolsas sobre el montón de flexibles ramas. Y éstas no reventaron.
No fue fácil aparejar un embalaje que permitiera al descarnado jamelgo llevar la carga que entonces colocaron encima de él. Y por supuesto, ahora ninguno de los dos podía montar, mucho menos ambos. Pero se consolaron pensando que bien pronto podrían adquirir caballos de sólidas patas y largo aliento, tanto para montar como de carga. Hallaron reconfortante esta idea, que obraba como un bálsamo para sus pies.
—Por fin —proclamó Mallian con sumo deleite— podré comprar y equiparme como corresponde al hijo de un Primer Ayudante. Sólo la Fortuna sabe qué humillación del alma y tormento del espíritu he sufrido desde que mis atavíos me fueron canallescamente robados por los estevados malignos (¡asquerosa raza de patizambos Trasgos!) durante mi fracasada incursión contra ellos y sus riquezas. Pero basta; no soy de los que se explayan lastimeramente en el pasado irremediable. Como digo, compraré pertrechos de príncipe... para mí. Para ti, mi leal y erudito Zembac Pix, se comprarán ropajes de costoso tejido al estilo de la Orden de los Sabios. ¿Eh? ¿Qué os parece?
Y Zembac Pix permitió que una leve sonrisa ensanchara apenas sus finos labios y expresó su extrema gratitud y su certeza de que sin duda alguna habría sido admitido al misterio y medicina de esa Orden, de no haber sido por los celos, la hostilidad y los ardides de diversos sabios menores:
—A quienes un mal flujo les dé —concluyó—. Chasqueo los dedos para ellos y los desafío a que digan algo cuando me ponga el ropaje que me corresponde.
Habían llegado a la cresta de la colina que marcaba la frontera de aquel siniestro desfiladero, y sin consultarse se detuvieron y miraron atrás. Hondo y lúgubre era, y sobre el filo de risco y cielo vieron, como una espina, el enjuto mojón y torre de Thrag padre de Throg. Cruzando miradas, cambiaron satisfechas sonrisas de complicidad. Y fue entonces cuando estalló en sus oídos el estruendo de unos horrendos gañidos y unos ladridos furiosos, como de muchos perros a corta distancia. No les quedaron ganas de sonreír, en absoluto. Zembac Pix tomó una varilla y azotó los flacos huesos del caballo, mientras Mallian tiraba de la brida con todo su peso y su fuerza. Y así, con prisa, susto y terror, pasaron sobre la cima de la colina y perdieron de vista el desfiladero.
Pero el ruido de los perros seguía resonando en sus oídos.
El suelo bajaba; un descenso lleno de tortuosidades entre páramos, peñascos y cuestas resbalosas de lluvia, con árboles achaparrados y sin que se viera jamás humo ni techo ni hombre alguno.
—Ni mujer —agregó Mallian, pensando en voz alta y con gran descontento respecto a lo anterior.
Zembac Pix torció los labios.
—A ese respecto, contén tu natural impaciencia, señor amo. Cuando se sepa que entre ellas está un auténtico principito, rico y bien educado, no faltarán mujeres. Te envidio tanto la perspectiva como su ejecución, lamentando solamente que la dignidad y la circunspección de quien vista el ropaje de la Orden de los Sabios me limitará totalmente, ¡ay! y ajem jum jum, a lujurias encubiertas y clandestinas.
Y suspiró chasqueando los labios.
No tardaron en ver ante ellos los lineamientos de suelo habitado: campos sembrados y árboles en filas e hileras, y casas grandes y pequeñas. Al ensancharse el camino oyeron que los llamaban desde la derecha y vieron venir hacia ellos a un hombre corpulento, montado en una fornida yegua, y, que detrás de él venia cabalgando un esclavo que sostenía una sombrilla blanca para proteger del sol a su amo. El terrateniente lucía bien afeitadas mandíbulas, y el lacayo una dispersa barba de color rojizo.
—Que la Fortuna os sonría —dijo el primero, agregando—: Aunque como quizá deduzcáis, soy propietario de todos esos barbechos y árboles frutales a cada lado del camino, no os interrogaré en tal virtud, sino simplemente por sana y amable curiosidad. Me intitule Cape padre de Cope, y ¿cómo os intituláis vosotros, de qué Tierra venís y con qué finalidad entráis en la Tierra de Tawallis y por la Senda Sureste?
Le dieron nombres y falsas procedencias inventados en el momento, así como un ingenioso cuento según el cual eran mercaderes ambulantes de joyas y chucherías, las cuales deseaban vender a los dignos e ilustres súbditos del Auténtico Señor de esa tierra.
—Con buena ganancia, mi noble señor —agregó Zembac Pix, cuya lengua estaba más habituada a la voluble charla del comercio que la de Mallian—. Con buena ganancia, lo admito, ya que tal es nuestra necesidad y nuestra costumbre. No obstante, como tú serás nuestro primer cliente de todo vuestro país, no vacilaremos en ofreceros excelentes gangas, con la esperanza de que vuestra satisfacción nos proporcione presagios igualmente excelentes para nuestra estadía y nuestro tráfico. Así, pues...
El terrateniente Cope lanzó una risita mientras se frotaba las regordetas manos.
—¡Veremos, veremos! Pero lo cierto es que tengo varias esposas y muchas librehembras, todas las cuales me atosigan pidiéndome regalos y obsequios. Abrid entonces vuestros talegos, pedreros, y veamos y observemos al menos una muestra de lo que lleváis.
Él y su servidor desmontaron mientras Mallian y Zembac Pix elegían una bolsa al azar y comenzaban a aflojar las correas de cuero que la sujetaban. Pero en cuanto lo hicieron, resonaron desde mediana distancia unos horrendos gañidos y unos furiosos ladridos, y ellos, sobresaltados, dejaron caer por descuido algo del contenido de la bolsa.
—La Fortuna nos proteja, señor, pero qué perros feroces tenéis —exclamó Mal cuando recobró la voz.
Cape clavó en ellos unos ojos redondos y saltones.
—¿Perros? No tengo perros. Sólo Thrag padre de Throg tiene perros... o más bien debo decir, ¡los tenía!, ya que es obvio que los dos lo habéis matado y os habéis apropiado de sus muchas riquezas.
Con dedos temblorosos, Zembac Pix ató de nuevo la boca del saco, y los inquietantes aullidos cesaron.
—Jem jem, confundes la situación, noble señor. El hecho es que solo una de estas bolsas pertenece al difunto Thrag... qué caso lamentable... cayó de cabeza al perder pie cuando bajaba de su torre con la bolsa que nos había rogado traer como pago parcial a cierto Agricultor-General Trig padre de Treg... un favor que le hicimos con agrado, y que desde su prematuro fallecimiento pasó a ser para nosotros algo así como una misión casi sagrada. Una bolsa, señor mío... Pero las demás son de nuestra legítima propiedad. Sólo por inadvertencia abrimos esta otra. Jem ajum, socio, pásame esa otra; eso es, y ahora...
Arrugando fuertemente el entrecejo, aflojó el nudo e hizo deslizar la soga de cuero. Y de inmediato el silencio de los campos y los árboles fue hendido por unos horrendos gañidos y unos furiosos ladridos, aparentemente un poco más cercanos que antes. Zembac Pix casi se ató un dedo en su prisa por cerrar y atar la segunda bolsa. Después lanzó una mirada de tormento a Mal que, con la ancha boca abierta y colgante, no hacia más que mirar con fijeza.
Cape meneó la cabeza y suspiró.
—No, no, estas bufonadas y pantomimas de nada sirven. Es evidente que ustedes mataron a Thrag el padre de Throg y que sus bestiales perros os persiguen a vosotros y a vuestro botín. Por mi parte, me importa un bledo de Thrag, vivo o muerto, ya que no era pariente mío ni partícipe de mis posesiones por contrato alguno, y además, era un individuo muy puerco.
Mallian y Zembac Pix cruzaron miradas que eran testimonios idénticos de desaliento, y luego el primero dijo:
—Terrateniente, parece que eres demasiado sagaz para que sigamos disimulando. Nada te ocultaremos. El hecho es que Thrag, no contento con cobrar sus legítimos aranceles y tarifas, intentó robarnos y matarnos: no hicimos más que actuar en defensa propia. Además, al examinar la guarida del siniestro Thrag comprobamos que había robado y matado a muchos, viajeros solitarios y desarmados, se debe suponer. Y que no satisfecho con guardarse lo que les robó, se había regalado con su carne. Matar a alguien así no sólo no es un delito, sino que es un acto meritorio para la salud y el bienestar públicos.
Cape, que se disponía a montar en su yegua, dijo gruñendo, con un pie en el estribo:
—Sin duda... sin duda... No soy yo quien establece ni decide el gobierno de la cosa pública. Pero hay ciertas cosas que están claras por contrato: una parte de lo que Thrag cobró pertenece a Trig, y de modo similar, una parte de lo que es de Trig es del Auténtico Señor. Lo que ahora me toca es deteneros a vosotros y a vuestro botín y entregar unos y otro a la Patrulla, para avisar y advertir a la cual, debo partir ahora. Huir sería inútil, de modo que os aconsejo poneros cómodos y quedaros aquí mismo. Podéis reponer fuerzas con lo que ha caído de los árboles frutales, pero no toleraré que arranquéis lo que todavía está en las ramas. Que el sol brille sobre vosotros; ya no será por mucho tiempo.
Y subió a la montura. Mallian exclamó:
—¡Aguarda, noble Cape! Una propuesta... ¿repartir por mitades y no decir palabra a nadie?
—Naturalmente, esa posibilidad fue lo primero que se me ocurrió —repuso Cape con leve suspiro—. Pero será imposible, ajum jum jum; hay espías en todas partes y la cosa se llegaría a saber. Hasta luego, pues...
Y taloneó a su cabalgadura, pero casi antes de que ésta pudiera arrancar, Mal le había lanzado una piedra que hizo resonar el cráneo de Cape padre de Cope. Éste cayó pesadamente de la montura y el caballo le pisó la cabeza.
El esclavo se deslizó de espaldas sobre la cola del animal, y al comprobar que su amo estaba muerto de veras, aporreó el cadáver con su blanca sombrilla mientras profería vituperios y maldiciones.
—¡Ptú! al peor de los amos —concluyó escupiendo, antes de darse vuelta e inclinarse con aparatosa reverencia—. Me intitulo Rud —anunció burlonamente—. Hijo de nadie y padre de nadie, y mi propuesta es que bajo vuestra dirección, valientes, sublevemos a los demás esclavos y nos apoderemos de las esposas, librehembras y bienes móviles del difunto Cape, tras lo cual partiríamos enseguida de esta Tierra de Tawallis y nos pondríamos a la conocida merced de los Reyes Confederados de los Trasgos: de lo contrario, es probable que nos sucedan a los tres cosas terribles.
Con leve ceño, Mallian rechazó la antisocial y desdichada sugerencia diciendo:
—Lejos está de mí, hijo de un Primer Ayudante, alentar un ánimo de sedición entre el proletariado; en verdad, si tu rala barba fuera de otro color, te infligirla una persecución, pero todos saben que las barbas rojas traen mala suerte, como lo atestigua el fin del difunto Cape. Sin embargo, como tu fiero criterio te lleva a buscar la merced de los reyes Patizambos, no impediré que lo hagas. En verdad, puedes partir en nuestro propio caballo... en cuanto desates esas bolsas y nos proporciones una o dos informaciones.
Pronto se efectuó el traslado. El aroma de los huertos cargaba y endulzaba el aire... aunque las frutas caídas ofrecidas por Cape y las que había prohibido arrancar de los árboles eran igualmente ficticias, pues era demasiado pronto para unas y otras. Tampoco las informaciones de Rud llevaron mucho tiempo. De los perros de Thrag padre de Throg (famosos, según resultó ahora), poco sabía, salvo que eran proverbiales: las madres asustaban a sus hijos con ellos, y en noches malas, cuando los vientos aullaban alrededor de las casas, se decía que uno estaba oyendo en realidad a los perros de Thrag. Pero no sabía que nadie hubiera afirmado jamás haberlos visto. Y les dio diversos datos acerca de Cape y sus posesiones, así como acerca del Auténtico Señor y otros rasgos notables de la Tierra de Tawallis. Y después le permitieron marcharse.
Parecía en cierto modo impropio para la dignidad del difunto llevarlo cargado encima de las bolsas del botín. Además, no era improbable que alguien pudiera preguntar: ¿cómo habían hecho dos hombres solos para cargar tantas bolsas antes de disponer de la robusta yegua de Cape? a fin de evitar tales preocupaciones a la acongojada familia, buscaron un lugar seguro donde esconder los tesoros. Por suerte, al cabo de un trecho, advirtieron un pequeño edificio de piedra, situado a corta distancia del camino, cuya llave colgaba del llavero que había estado en el saquillo de Cape y ahora estaba en el de Mal. Afortunadamente también, ese edificio contenía varios objetos tales como hachas, azuelas y ruedas de carretilla, y por consiguiente pudo contener las bolsas del botín con espacio de sobra.
—Bien cuidada tierra y campos y arboledas —observó Zembac Pix con aprobación cuando reanudaron la marcha—. Se podría creer afortunado el dueño de todo esto, además de lo que no hemos visto aún: casas, graneros, molinos, esclavos, esposas y librehembras —suspiró—. Pero ¿de qué sirve todo eso a uno cuya suerte ha requerido misteriosamente que su caballo le pise la cabeza de qué? De nada... Señor amo, ¿qué opinas de esta cuestión tan inquietante de los perros?
Un espasmo pasó por la cara de Mallian, que gruñó:
—¡Dijiste que no había perros! ¡Me aseguraste que era pura ventriloquía!
Y mostró los dientes al ex boticario.
Zembac Pix huyó al otro lado del caballo.
—¡Jem ajum, amable señorito! La ira debe ser evitada en todo momento; ha sido la causa conocida de muchas anemias fatales o flujos nasales o pulmonares... Yo estaba muy seguro de que era pura ventriloquía. ¿No viste cómo, cuando quería hacérnoslos oír, tendía la mano para distraer nuestros ojos y apartaba la cabeza para que no le viéramos mover los labios? Reflexiona, reflexiona: ¿cómo es que nunca los oímos, en vida de él, sino cuando así actuaba?
Pero Mallian dijo entre dientes que reflexionaría también acerca de la inquietante circunstancia de que cada vez que abrían las bolsas con el botín oían los gañidos y los ladridos y los horrendos aullidos de los perros de Thrag.
—...y cada vez parecen estar más cerca —agregó gimoteando.
Zembac Pix observó que, en primer lugar, allá en la guarida del buitre habían abierto una bolsa sin oír a los perros; y que en segundo lugar, al salir del desfiladero habían oído los perros sin haber abierto bolsa alguna.
—Es extrañísimo y no parece obedecer, por cierto, a ninguna ley conocida —meditó Zembac Pix—. Está además la cuestión de la gran ave parecida a un buitre: es evidente que hay una sutil conexión entre ella y el felón Thrag. Y a este respecto se me ocurren una o dos preguntas: ¿acaso ese feo pajarraco divisaba a quienes llegaban y los anunciaba al siniestro aduanero, quien lo recompensaba dándole los huesos de algunos para despellejar? En tal caso habíamos calumniado un poco la memoria del muerto clasificándolo como un caníbal cuando era apenas un asesino. O bien...
Doblaron una leve curva del camino y bruscamente el huerto terminó.
—Allí está la Casa de Cape —dijo Mal un tanto innecesariamente.
Un senescal de roja nariz, que se acercaba, se detuvo y elevó las manos y la voz al verlos.
—¡Desgracia y aflicción! —exclamó—. ¿Qué le ha sucedido a Cape padre de Cope, el mejor de los amos? Ayudadme a bajarlo, y luego llamaré a sus mujeres para que le administren atenciones terapéuticas: ¡desgracia!
Pero Mal y Zembac Pix lanzaron profundos suspiros, declarando:
—Está más allá de tales ayudas. Su propia yegua lo arrojó al suelo y después le pisoteó la cabeza... ¡observa, observa, senescal, la marca de su fatal herradura! Todo ocurrió en un santiamén cuando el noble Cape nos daba la bienvenida, y apenas tuvo tiempo de pronunciar una sola palabra: Teresilda, antes de expirar.
El senescal, que examinaba el cadáver, se irguió.
—Está muerto, sin duda alguna —murmuró dando un puntapié al cadáver—. ¡Ptú! al peor de los amos —declaró—. Su muerte pone fin a mi contrato, y con él, al respeto que de tan mala gana le mostraba... No obstante, me demoraré un poco por puro respeto a Teresilda, la librehembra favorita, una dadivosa señora que siempre trató al leal y diligente senescal Snop con generosidad y estima, a diferencia de algunos que podría mencionar. Como extranjeros, no habréis sabido que aquel a quien se nombra con el último suspiro es legalmente presumido culpable de su muerte o su legatario residual. Lo primero no se aplicará, por supuesto, ya que Teresilda se ha pasado el día en su sala, con sus doncellas, ocupada en bordar... pero con frecuencia ha sido una interesante cuestión jurídica: llenar de riquezas o de cadenas a la persona mencionada por alguien al morir, ji ajo jem. Venid por aquí conmigo, os lo ruego, señores. Por el fondo, a fin de no perturbar las delicadas sensibilidades de algunos.
Teresilda, a quien llegaron por fin siguiendo desvíos y recodos, era una mujer morena de maduros encantos, que cansada de bordar estaba tendida en un diván comiendo frutas confitadas de un tazón. El senescal Snop se apresuró primero a cerrar, con picaporte las puertas de la sala; luego dijo:
—Cape ha muerto y te nombró. Nadie más lo sabe.
Ella se sentó con presteza y cambió de color varias veces. Apretó rápidamente la mano de Snop, preguntó si los forasteros eran testigos de la última palabra, les aseguró su protección eterna y pidió las llaves del difunto. Después se permitió llorar, y luego —con súbito ceño— quiso saber dónde había estado el esclavo Rud y dónde se hallaba en ese momento. Zembac Pix le dijo que le habían pedido que los siguiera con el caballo de ellos, pero que él se había ido quedando atrás para alejarse por fin al galope con la cabalgadura robada.
—¿Hacia dónde? —preguntó ella.
—Hacia allá —respondió Zembac Pix con un ademán.
—A la ciudad de Tawallis... Sin duda piensa robarse su libertad mientras el trágico suceso nos tiene pasmados. Pero que me vendan como esclava a los Gollocks, que no tienen pelo, si no aviso a la Patrulla para que lo capturen y lo castiguen por este doble desfalco —declaró—, sin decir además que su pérdida disminuiría mi legítima parte de la herencia. —Le relucieron los ojos—. A Erna, Arna y Orna, sus esposas por contrato, deben devolvérseles sus aportes de dote con intereses... ¡se enfurecerán las muy estúpidas, se enfurecerán! ¡No haber sido nombrada una de ellas como lo fui yo!... pues ellas y todos los demás saben que Cape se casó con ellas sólo para obtener capital, mientras que a mí me eligió por presencia y lujuria. Bueno: a ese erudito de sangre chirle, Cope, va su parte asignada del resto por derecho de primogenitura, y es cosa suya arbitrar con sus hermanos y medio hermanos legítimos el monto de sus partes; a mí no me interesa. —Se frotó las manos blancas, bonitas y regordetes, adornadas con muchas piedras preciosas y joyas—. Pero ¡todo esto y el residuo de la herencia es mío!, salvo los caballos, que por derecho de equidad corresponden a los hijos de las librahembras, aunque éstos ya no los necesitan para escapar de los hijos de las esposas como era la práctica en otra época; en fin, que se los lleven, aunque les compraré algunos... ¡Pero todo lo demás es mío! Las demás librehembras no tienen por qué temer que no les haga los regalos habituales, aunque sin duda ellas ya se han provisto, de lo cual, por supuesto, ¿quién puede culparlas?
Dio instrucciones a Snop para que redactara un testimonio según el cual ella había sido nombrada con el último suspiro del ya difunto Cape, para que lo firmaran los forasteros y testigos. También que advirtiera a la Patrulla acerca del esclavo fugitivo Rud; después, que colocara dobles cerrojos en toda la propiedad, y por último, con alguna renuencia, le ordenó:
—Será mejor anunciar la muerte. Pero antes soborna a los criados y esclavos leales y astutos que no estén totalmente al servicio de algún otro y hazles promesas razonables. En primer lugar, el testamento.
Aquí Zembac Pix se despejó la garganta y meneó un poco la cabeza.
—¿Que no? —exclamó ella, consternada—. ¿Por qué?
—Porque, acongojada señora —explicó él—, es contrario a nuestras devociones nativas firmar testimonios de persecución contra barbirrojos el mismo día de una muerte. Te solicito que nos toleres en estas pequeñas cuestiones. Mañana, sin duda, podremos firmar, mañana avisa a la Patrulla, cómo no. Pero hoy no. Quizás esto sea una superstición, pero acéptala sin objeciones.
En los rasgos plenos de la mujer, el descontento luchó un instante con otra emoción: luego sonrió.
—Por cierto —respondió—. Debemos respetar todas las religiones e irreligiones, cualquiera que sea la forma que adopten. Mañana será suficiente, señores... y entonces me complaceréis (no os neguéis; insisto) eligiendo un caballo, lo mejor de la caballada, para reemplazar el que robó el siervo Rud. Pero entre tanto, es evidente que venís de lejos, y antes de cualquier otra cosa el senescal Snop os guiará a la casa de huéspedes y os proporcionará todo lo necesario para vuestro descanso. Mala hospitalidad sería reteneros aquí, en mi sala, que, en cuanto yo termine mis frutas confitadas, debe resonar con lastimosos gritos y amargos lamentos por mi difunto y amado señor.
La dejaron eligiendo entre un damasco y un membrillo.
Snop se inclinó, se frotó la rojiza nariz e hizo señas a dos de las criadas para que fueran con él y los dos huéspedes. Las criadas eran viejas y legañosas, y al verlas Mallian arrugó levemente el entrecejo, ya que aquella le parecía una curiosa idea de la hospitalidad. Pero interceptó una fugaz mirada entre Snop y Teresilda, en la que un súbito destello del pensamiento le permitió ver el motivo de aquello. Y guardó silencio.
Cruzaron una alameda bordeada de árboles en flor y pavimentada con anchas baldosas lisas, entre las cuales crecían aromáticas hierbas, y aguardaron en el amplio umbral de la casa de huéspedes mientras Snop movía la llave y empujaba la puerta. La había abierto y se detuvo un momento, dando instrucciones a las criadas, cuando una gran sombra negra atravesó la zona y (así le pareció a Mallian, que miraba espantado) una parte de ella se separó y creció y...
Lanzando un grito, Zembac Pix se arrojó contra Mallian, quien cayó contra el senescal, que derribó a las criadas. Y mientras los cinco yacían caídos en el suelo, una roca se estrelló en el umbral y se partió en dos. Un enorme grito y gruñido de rabia resonó en el aire. Una de las criadas masculló un conjuro y todos vieron la silueta de un águila-buitre que se elevaba aleteando y se alejaba.
La cara del senescal se había puesto del color del yeso.
—Seguramente has salvado las vidas de algunos de nosotros —dijo—. Nunca oí decir que un ave levantara una roca y se la llevara, y mucho menos de que la soltara con intención de matar. Temo que no sea sino un triste presagio, probablemente vinculado con la muerte de nuestro difunto amo.
Pero Zembac Pix se burló de esa idea.
—Atribuyes ideas humanas a una simple ave —dijo—. Sin duda ella confundió la roca con una tortuga y la dejó caer sin otro propósito que romper el caparazón para comerse la carne. Y lo único que tiene que ver con la muerte de tu difunto amo, es que por esta razón estábamos aquí cuando la piedra cayó.
El senescal y las criadas no se mostraron del todo convencidos, pero como Mallian entró en la casa de huéspedes, tuvieron que dejar de lado la cuestión y acompañarlo en sus recorridas. El senescal en particular fue locuaz y activo, instando a los dos huéspedes a que no se demoraran entre el revoltijo de la planta baja —pues según dijo, en la zona rural de Tawallis se solía usar ese piso como depósito—, sino que subieran a los pisos superiores, más iluminados y mejor amueblados.
—El difunto padre del difunto señor, el terrateniente Cupe —dijo mientras los empujaba suavemente hacia arriba—, era aficionado a la compra de objetos de arte, los cuales aquí veis envueltos y atados. Pero los gustos cambian y las modas difieren, y... —abrió las puertas que daban al descanso superior— en esta habitación hay alfombras y cojines, en la de al lado hay recipientes con vino viejo y copas para beber, en ésta y ésta hay armarios y roperos que contienen muchas mudas de ropas limpias, entre las cuales, sin duda, habrá las que os queden bien. Aquí hay también una biblioteca con libros claramente impresos, que contienen muchas ilustraciones, y aquí el baño de vapor, donde enseguida las criadas encenderán fuegos y sacarán agua.
Dicho esto, rogó que se lo autorizara a retirarse para cumplir sus muchas y apremiantes tareas, pues, según dijo, cuando se conociera la trágica noticia, la finca haría que un hormiguero pareciera tranquilo.
—Este baño —declaró Mallian mientras echaba otro balde de agua sobre las piedras calientes y observaba con satisfacción cómo siseaba el vapor al brotar— me recuerda los que tenemos en mi país. Y cada vez que pienso en mi país, las lágrimas me saltan a los ojos y me caen por las mejillas. Por suerte todo está húmedo y hay gotitas de vapor en mi cara, por lo cual no se puede distinguir una humedad en especial de otra... ¡Mi país! ¡Qanaras!... ¿Es posible —inquirió mientras azotaba su cuerpo peludo y vigoroso con una escobilla de hierba saponífera— que muestre insuficiente preocupación por los problemas que agobian a mi querida tierra natal?
Golpeando a su vez sus lisos miembros, Zembac Pix meneó la cabeza.
—No puede ser —afirmó.
Mal suspiró, pero no quiso cambiar de tema.
—Claro que no puede ser —concordó—. Y sin embargo, siendo así, ¿por qué todas esas preocupaciones mías resultan mal? Desde hace mucho está claro para mí que debería ser heredero de mi padre en lugar de cualquiera de mis amados hermanos... el mentiroso Valendar y el incurablemente inmaduro Tassefont... y cuando nuestros padres nos enviaron en misión destinada tanto a encontrar la medicina adecuada para resolver las desdichas de nuestra patria como a confirmar su opinión, totalmente correcta, de que era yo el sucesor adecuado...
—No puede ser —dijo Zembac Pix, quien acaso había perdido el hilo de esta frase, bastante enredada. Al notar que la cara de Mallian, ya roja de calor, enrojecía más aún, se apresuró a corregirse—: ¡No puede ser sino como tú dices, señorito!
Mal gruñó y masculló antes de continuar:
—Cuando el Primer Ayudante, mi padre, nos envió lejos, digo, mis propósitos tenían en cuenta solamente a nuestro país, y nunca, egoístamente, a mí mismo. La incursión contra los hombrestrasgos, el intento de sitiar al país de Nor con el gran cañón Bumbarbum, tal como lo de mi estadía entre los Seudomorfos, estaban destinados únicamente a financiar mejor mi búsqueda. ¿Por qué fracasaron entonces? ¿De dónde provienen esos malignos vuelcos de lo que deben ser designios de la Fortuna? ¿Ofrecí alguna ofensa inicial a Thrag padre de Throg? ¿O a Cape padre de Cope? No. Ni en lo más mínimo. Fueron sus propias perversidades personales las que ocasionaron sus muertes. Y sin embargo me pregunto: ¿hago bien al quedarme aquí tranquilo una sola noche siquiera? ¿No debiera reanudar la marcha y mendigar por los caminos? Diciendo, por ejemplo: "Señores... Nobles... tal y cual es la desgracia de Qanaras, y ¿sabéis acaso dónde puede hallarse una medicina que nos aconseje cómo recobrarnos de los males?" ¿No debiera?
Zembac Pix le arrojó un jarro con agua encima y se agachó al devolvérsele el favor. Luego dijo:
—Ajem jum, señor amo, comprendo tu preocupación tan bien como si yo mismo fuera nativo de Qanaras. Anhelo, ardo, por seguirte mientras tú haces lo que te corresponde.
—¿Ah, sí? —exclamó Mal, un tanto sorprendido.
Así era (dijo). Pero rogó que se reflexionara mejor al respecto. ¿No era posible que el nombre y el prestigio tanto de Mallian hijoHazelip y de la tierra de Qanaras quedaran disminuidos si la búsqueda era efectuada a píe por dos hombres humildemente ataviados? ¿Se les prestaría seria y adecuada atención a ellos, o (lo cual era mucho más importante) a su pregunta? Y...
—Basta —dijo Mallian—. Acepto. Me has convencido. Mis entusiasmos impulsivos deben ser y serán contenidos. La causa de Qanaras exige que estemos elegantemente vestidos y pródigamente equipados. Ahora lo veo. Sería simple de resolver si pudiéramos sencillamente adquirir suntuosos objetos como los que se almacenan en esta finca; lástima que esas bolsas del tesoro de un verdugo, de algún modo parecen trasmitir un aviso a los misteriosos perros de Thrag cada vez que se las abre. Por consiguiente, debemos esperar aquí hasta que se logre adquirir fondos o pertrechos.
Pasó a la habitación contigua donde se envolvió de la cabeza a los pies en una enorme toalla.
—O tal vez ambos —agregaba, cuando oyó un corto chillido de asombro de Zembac Pix.
Al asomar la cara entre los pliegues de la tolla, vio sentada en una silla y frente suyo a una mujer robusta, de sagaces ojillos negros y bigote gris, tras la cual se erguían, con ceñudos rostros, tres hombres altos y corpulentos a quienes identificó como de la raza de los Gollocks, que no tienen pelo.
—No habíamos previsto el honor de esta visita, señora o dama —declaró Mallian—. Y si bien me apresuro a agregar que no es menos bien venida por eso, somos por naturaleza tan excesivamente modestos que nos obligamos a pedirte que esperes afuera a que nos vistamos para que... pero vos comprendéis.
Ella lanzó una risotada de barítono. Leves y amenazantes sonrisas pasaron por las bocas de sus custodios, revelando gruesos colmillos amarillentos.
—En cuanto a vuestro elogiable pudor, tranquilizaos —dijo ella—. Soy madre y mujer casada. Es decir, era casada... Forasteros y viajeros, tenéis ante vosotros a la acongojada Matrona Orna, viuda prioritaria del difunto Cape, padre de Cope, ¡desgracia y aflicción!
—Jem... —dijo Mal.
Zembac Pix dijo:
—Jum... —y agregó—: ¿Eres entonces la madre de Cope, hijo mayor del difunto fallecido?
Matrona Orna arrugó el entrecejo.
—¡Ese tonto llorón jamás salió de mi vientre! No... tengo hijas, tan parecidas a mí, las preciosas, como novillas a la vaca. ¡Pobrecitas huérfanas! Porque si bien recobraré mi dote, de todos modos la dote es una sola... ¡y tengo dos hijas!
Con visible emoción, Mallian le informó que él, por su parte, estaba prometido a una joven de su propio país, cuyas leyes exigían la más rigurosa monogamia... y Zembac Pix, con igual emoción, lamentó estar impedido de ofrecer matrimonio por la regla de la Orden de los Sabios que reclamaba el más minucioso celibato público.
—Así sea, pues —dijo la viuda con un suspiro—. Si yo indicara aunque fuese un estremecimiento de duda, mis guardias Gollock se apresurarían a dislocar vuestros miembros y arrancaros las partes internas... Pero ¡tranquilizaos! Os creo... Empero, empero, debo proteger a mis hijas: ¿admitís esto? Me alegro. Ajum jum, guapos muchachos... ¿es posible acaso que hayáis oído mal la última palabra de mi cónyuge? ¿No emitió acaso las sílabas Orna? ¿O incluso las de Nananda y Thasanda, nuestras hijas amadas? Vaciláis... no estáis seguros... ah, bien, bien. Buscad esta noche en vuestra memoria. Sé de excelente fuente que la cornúpeta Teresilda, no contenta con haberos robado mientras estabais en el baño el llavero de Cape, que guardabais a salvo...
Mallian lanzó una exclamación, tanteó un momento sus ropas... luego las dejó caer... después sonrió apenas...
—Con haberos robado las llaves por intermedio de su cómplice, el senescal Snop, digo... Teresilda, no contenta con esto, se propone... os lo puedo asegurar... una vez obtenidas vuestras firmas en el testimonio, denunciaros al Auténtico Señor como espías, extraños no autorizados, intrusos y todo lo que se le ocurra; tan poco sentido de la gratitud tiene. Mientras que yo. estad seguros, si consultando la memoria os convencierais de que fue mi nombre o el de mis hijas...
—Ajem jum —dijo Mallian mirando a Zembac Pix.
—Jem ajum —dijo Zembac Pix, mirando a Mallian.
La viuda se levantó y avanzó. A un paso de ella avanzaron sus guardias Gollock, crispando los gruesos dedos.
—No retrocedáis ante mí, jovencitos —dijo la Matrona—, primero porque así terminaríais de espaldas contra las piedras del baño de vapor, sin duda calientes todavía; y segundo porque lo único que quiero por ahora es examinar esa única llave que observo colgando sobre tu pecho, Mallian, como asomándose tímidamente entre la espesura. No habéis oído como yo al pustulento Snop y Teresilda, quejándose y rezongando que falta una llave del llavero de Cape. Por coincidencia ocurre que sé que la faltante es la del cobertizo de piedra donde mi cónyuge Cape había ocultado, a mi pedido, dineros míos que yo le había confiado para que me los guardara. Permíteme, permíteme...
Mallian le aseguró que no podía ser la misma llave, y que la suya no correspondía a otra cerradura que la de la tumba de su madre, donde él solía acudir para lamentarse y llorar en el aniversario de su fallecimiento: tan fresco en su memoria como si no hubieran pasado años. Y acomodó la toalla y se puso detrás de Zembac Pix, sujetándolo con firmeza para que el boticario no pudiera zafarse.
La Matrona Orna se sacudió una lágrima del bigote gris.
—¡Cuánto honro tal sentimiento! —declaró—. Sí, sí, ya veo que no es la misma llave. No obstante, y con la esperanza de que mí propia prole sea tan fiel a mi recuerdo como tú a la de ella, permíteme tocarla apenas un momento... —Tendió velozmente la mano derecha y, cuando Mallian la esquivó, introdujo la mano izquierda en el pecho de él y apretó un instante la llave—. Suficiente —dijo—. Te lo agradezco. Me siento mejor habiéndola tocado... Bueno hijos míos, ajum, y ahora debo dejaros y os dejaré. Por la mañana firmaréis el testimonio y os conjuro y aseguro que si recordáis que la verdadera última palabra de Cape fue Orna, o Nananda, o Thasanda, quedad tranquilos que ellas y yo os recompensaremos con suma generosidad.
En la puerta se detuvo y suspiró:
—De lo contrario... —dijo y suspiró.
Los guardias Gollock los miraron, gruñeron y adoptaron expresiones amenazantes y flexionaron los lampiños músculos. La puerta se cerró tras los cuatro.
Al cabo de un rato dijo Mallian:
—Al menos ahora quizá pueda terminar de secarme —Al mover la llave para frotarse el pecho, arrugó el entrecejo. Sacando la llave y el cordel, agregó—: Juro que la sostuvo apenas un momento... sin duda es la misma llave... pero no sé cómo, parece distinta...
El boticario la tomó de sus manos, la observó con atención, se la acercó a la nariz y contuvo el aliento con un siseo.
—¡Esto no es más que cera de un nido de abejas! —exclamó—. ¡Qué vergüenza, lo digo con claridad, qué vergüenza mi señor amo, dejarse engañar con una treta tan vieja! ¡Porque mientras te distraía con su asquerosa mano derecha, en la izquierda tenía oculto una bola de cera, en la cual imprimió la llave! Ah, qué abuela tan astuta —exclamó con admiración—. Casi podría llegar a desposarme con una vieja tan lista... casi.
Y cuando Mal, alterado y agitado, empezó a tramar un plan para que los dos robaran enseguida un caballo del establo para cargarle encima las bolsas del tesoro y luego huir sin más demora, Zembac Pix se opuso.
—No se duplica tan rápido una llave —dijo—. Hay que hacer un molde, luego preparar un vaciado, efectuar varios limados, etcétera... un trabajo que dura horas. Con todo, ajum ajum, ningún daño puede haber en dar un paseíto por los alrededores, y como estoy seguro de que la finca se enorgullece de su caballeriza, ningún daño habrá tampoco en hacerle una visita silenciosa que nos dé una idea de su ubicación. Siempre conviene saber estas cosas... ¿eh, jum?
Mallian ensanchó más la boca y guiñó un ojo y chasqueó las puntas de su bifurcada barba. Terminaron de secarse, peinarse y vestirse y luego descendieron a la planta baja, pasando entre filas e hileras de largos objetos envueltos en arpilleras y cordeles que constituían la anticuada colección de Cupe padre de Cape, fallecido mucho tiempo atrás, y salieron con cautela al terreno. Era la hora crepuscular del día y nadie andaba afuera, aunque en uno y otro edificio vieron que comenzaban a titilar lámparas y olieron los fuegos y las comidas vespertinas y de vez en cuando oyeron voces que sonaban adentro.
Silenciosa y furtivamente, en las vestimentas grises azuladas que habían elegido entre la vasta colección, ambos se encaminaron hacia los establos. Allí había toda clase de hermosos caballos, ruanos y tordillos y negros, jacas y sementales y potras, potrillos y yeguas. A Mallian casi se le hizo agua la boca al ver tal abundancia de hermosos caballos, y le turbó el no poder elegir. Tan repentinamente sonó esa voz en la penumbra, que apenas tuvo tiempo de asir a Zembac Pix por la garganta y hundirse con él entre las sombras antes de ver dos hombres que se acercaban.
—¿Qué tal anda la guardia, medio hermano? —preguntó la voz.
Y una segunda voz respondió:
—Muy bien, medio hermano. Todavía no se ven señales de nadie que aceche ni pretenda llevarse nada.
El primero lanzó un gruñido colérico, y luego dijo:
—Menos mal, pero no confío en nadie, salvo nuestros hermanos bastardos, hijos de las librehembras. Déjame que huela a cualquier otro por aquí, planeando y urdiendo para apoderarse de nuestra parte legítima en la herencia de nuestro padre, y les cortaré el pescuezo.
—Yo les pondré el hígado al aire —dijo el segundo.
—Yo les arrancaré la cabeza.
—Yo les quitaré el pellejo y lo clavaré en los graneros a secar.
Continuaron con sus descripciones, pero ni Mallian ni Zembac Pix se habían quedado a escuchar, sino que retrocedieron reptando sobre manos y rodillas, tal como estaban. Y así continuaron hasta que se encontraron de nuevo en el umbral de la basa de huéspedes.
Una voz de mujer dijo:
—Extraña postura, señores huéspedes...
—Un ejercicio psicomotriz que incumbe a los de nuestra filosofía en esta fase de la luna —declaró Mallian mientras se incorporaba con soltura—, señora, matrona o dama según sea el caso. Que la Fortuna os proteja, y te invitarla para la comida vespertina, salvo que no estoy seguro de que haya sido preparada.
Y atisbó en la oscuridad. Era seguro que la figura de aquella mujer no se parecía a la de Orna, que se asemejaba a una bolsa muy grande de sémola; pero más no pudo ver debido a la oscuridad.
La mujer rió suavemente y extrajo de entre los pliegues de su ropaje una pequeña lámpara provista de una pantalla traslúcida.
—Snop, el favorito de Teresilda, estuvo aquí poco antes —dijo mientras se alisaba el largo cabello leonado y sonreía con su blanda boca roja— con intenciones anunciadas de invitaros a cenar con ella, y se fue alarmado al no encontraros.
Mallian chasqueó la lengua.
—Debo ir enseguida en su busca —dijo, mientras su estómago empezaba a hacer ruidos—, para que no me crea mal dispuesto hacia la hospitalidad de su ama.
La mujer tendió la mano y sujetó la tela de su túnica entre dos dedos.
—En toda la finca se rumorea que Teresilda os proporcionó sus dos criadas más feas con un propósito: que no os saciéis con ninguna de ellas, sino que después, cuando la noche misma esté dormida, ella misma piensa venir y acariciarnos.
Él sonrió fatuamente en la oscuridad.
—Que lo intente —dijo—, así podré darle una muestra de mi irreducible castidad.
Ella levantó los ojos con admiración, luego bajó la boca afligida.
—Porque (según dijo) bien poco he visto de ella, ya que era poco más que una niña cuando la bruja de mi madre me apartó con engaños de mis muñecas, diciendo "Ven, Lusilla, vamos a visitar gente". Maldito sea ese día y sus acontecimientos, que me vieron vendida como supuesta librehembra a Cape padre de Cope; ¡que se le hinche el vientre como nunca se hinchó el mío! Motivos por los cuales siempre abominé y aborrecí de contacto de los semejantes del antedicho y lujurioso cabrón y hasta me disgustó su conversación. Pero ¿tú me aseguras que eres casto?
—Te lo aseguro, sí.
Ella suspiró, sonrió y dijo que en tal caso, quizá no le disgustara nada su conversación. Y aceptó llevar su lámpara a iluminar el camino de ambos al subir la escalera, pero insistió en que fuera sin la conversación ni la compañía de Zembac Pix, quien era (dijo) demasiado viejo para ser casto. Tampoco aceptó sus referencias como miembro de la Orden de los Sabios.
—Son unos demonios tan puercos en la oscuridad —declaró.
El boticario se envaneció, se confesó culpable y aceptó montar guardia en la escalera de abajo, para evitar que la conversación se viera sujeta a una brusca interrupción a la cual su libre flujo quizá no sobreviviera. Se proveyó de un manuscrito que encontró en la biblioteca y comprobó que era una fascinante historia ilustrada de las espléndidas torturas infligidas por el difunto Cupe, padre de Cape, a sus deudores recalcitrantes. Así pasó el tiempo, y pareció haber pasado un instante hasta que Lusilla salió ágilmente con su lámpara en la mano y una leve semisonrisa en la roja boca.
—¿Tuvieron una buena conversación? —inquirió Zembac Pix al volver adentro.
—Excelente —repuso Mallian, alisándose la barba—. Es sorprendente cuántas expresiones verbales recónditas e intrincadas tiene en la punta de los dedos... Y ahora vamos tú y yo en busca de Snop y de la cena.
Zembac Pix dijo tener la esperanza de que su señor amo no hubiera agotado tanto sus recursos de conversación, que no le quedara nada para la señora Teresilda. Mal sonrió.
—La comida alimentará los fuegos —dijo—. Teresilda... Ajum jum... Si la Matrona Orna fue sincera y Teresilda y su senescal Snop han notado en verdad la ausencia de esa sola llave, ella rebosará de entusiasmo por recobrarla. Tal vez sea mejor —agregó pensativo, mientras buscaba a tientas bajo su camisa— que tú mismo la guardes, Zembac Pix, para evitar... para evitar...
Se arrancó primero la túnica, después la camisa, luego los calzones, y se tanteó, se palmeó y se registró. Una y otra y otra vez.
Pero de la llave del cobertizo de piedra no había señales.
Sentado en el borde del diván, Mal se sostenía la cabeza con las manos.
—Caigan varias decenas de miles de maldiciones sobre la tierra de Tawallis —gimió— y en especial en esta finca en particular. Cuanto más nos quedamos y demoramos, menos tenemos. Mi única finalidad al urdir la falsedad acerca de la última palabra de Cape fue utilizar a Teresilda y al resto de la herencia para apoderarse de la cual la consideraba la más competente (de acuerdo con los breves comentarios del esclavo Rud). Pero Rud no mencionó para nada a Snop. ¡Maldito sea también Rud! ¡Solo puedo consolarme un poco pensando que tal vez la ramera Lusilla se encuentre, frente a la cerradura del cobertizo de piedra, con la arpía Orna y su brutal guardia de Gollocks!
Zembac Pix dijo que, por su parte, esto le resultaba de muy escaso consuelo. Y meditaron amargamente sobre toda la ingrata y traicionera familia de Cape, hasta que se oyeron golpes en la puerta y entraron dos ancianas criadas.
—¡Desdicha y aflicción, que se hagan tales cosas! —exclamó la primera.
—¡Ocultaos! ¡Huid! —chilló la otra.
Y entre muchos gemidos y sacudidas de cabeza, explicaron que la matrona Arna, segunda viuda de Cape, y sus otras dos librehembras llamadas Ulu y la, habían establecido todas un pacto.
—A saber, que os obligarán a firmar un testimonio según el cual Cape había nombrado a cualquiera de ellas en lugar de Teresilda, y se repartirán la herencia residual por partes iguales. Y si no lo hacéis u os negáis de cualquier modo —continuaron—, las perversas mujeres y sus esclavos y sirvientes se proponen mataros a los dos y decir que os vieron eliminar al difunto Cape.
Mallian alzó las manos con horror, gritando:
—¡Perjurio!
Y Zembac Pix lamentó que seres humanos se rebajaran a semejantes tramoyas.
Pero las ancianas los consolaron.
—Aunque nuestro difunto señor permitió que se nos asignara como criadas a Teresilda, igual nos preocupa el honor de su nombre —declararon mientras cada una sacaba un pote de licor que traían bajo su faldamantil—. Tú, joven huésped, estás ya desvestido: muy bien. Tú, señor, debes apresurarte a hacer lo mismo. Y ambos debéis untaros instantáneamente y totalmente con este licor, que tiene la propiedad esencial de haceros, si no precisamente invisibles, al menos imperceptibles para la mirada hostil.
Zembac Pix juró por toda su pericia de boticario que tal sustancia no existía. Pero al oír en ese momento que varias personas se aproximaban ruidosamente, se apresuró a quitarse paños y ropas y a untarse brazos y piernas, cabeza y tronco tal como ya lo estaba haciendo Mallian.
—¿Empecé ya a ser imperceptible? —preguntó—. ¿Ya comenzó a obrar?
—Por cierto que parece haber una diferencia en tu aspecto —repuso Mallian—. Pero no me demoraré en determinar exactamente cuál...
Las viejas abrieron las puertas e iluminaron con lámparas su descenso por las escaleras, pero apenas habían llegado a la planta baja cuando los dos se detuvieron y no volvieron a mover la lengua ni el cuerpo.
Recién al otro día llegó a la finca Cope hijo de Cape. Su madre, la Matrona Erna, lo instó a quedarse con ella. Pero él contestó que hasta quedar todo autenticado y adjudicado, le parecía más decoroso permanecer en la casa de huéspedes, adonde se dirigió entonces. Allí lo recibieron las dos ancianas criadas a quienes más había querido cuando niño, que lo besaron, le canturrearon y lo acogieron.
—Pero, desdicha y aflicción, ¡qué cosas terribles han ocurrido y sucedido aquí estos últimos días! —exclamaron llorosamente.
—Ajem jum si —admitió él—. Empero, todos debemos morir.
A esto no pudieron sino asentir.
—Sin embargo, no nos referíamos solamente a la muerte de tu padre —señalaron—, sino a los impropios y horrendos acontecimientos referentes a Teresilda y Snop y Orna y sus Gollocks, así como Lusilla: a saber, que todos ellos, de algún modo —y no preguntaremos cómo— habían entrado en posesión, al parecer, de varios bultos de riqueza perteneciente a Thrag padre de Throg. Y cuando los abrieron para sacar lo que había adentro, ¡desdicha y aflicción! hubo primero unos horrendos gañidos y luego unos feroces ladridos y aullidos y luego salieron de la nada los horribles podencos o perros de Thrag padre de Throg y los atacaron y destrozaron a todos... Los que luego vinieron a esta casa de huéspedes y casi en el umbral efectuaron la misma obra destructiva sobre Arna y Ulu y li. ¡Ah, y cómo gritaron ellas! pero nunca nos agradaron mucho. Después de lo cual los perros husmearon y gruñeron por los alrededores y luego se marcharon, ¡menos mal!
Cope admitió que los sucesos eran tan inexplicables como horribles.
—Pero a nosotros —dijo— nos toca ver el lado alegre y positivo de los acontecimientos: las repentinas muertes que vosotras mencionáis han simplificado grandemente la autenticación y distribución de la herencia, de la cual soy ahora heredero residuario además de principal (por primogenitura).
Ellas concordaron en que así era y —mientras chocheaban por él y se deleitaban por su presencia— le agradecieron desde el fondo de sus corazones por evitarles el dudar de los beneficiosos decretos de la Fortuna.
—Pero basta de entretenernos aquí abajo entre todo este revoltijo —dijeron—. Sube y déjanos preparar todo a tu placer. Fíjate donde pisas, querido nuestro.
Él las siguió mirando a su alrededor con tenue curiosidad.
—Me parece ver más cosas de estas cada vez que vengo —comentó—. ¿Qué son precisamente todos estos objetos envueltos en arpillera y cordeles?
Las ancianas le informaron que representaban la colección escultórica iniciada y profusamente aumentada por su bisabuelo Cupe padre de Cape, fallecido mucho tiempo antes.
—Hombre sensato y prudente —dijeron— que nos enseñó abundantes trucos útiles. ¿Quieres ver una muestra, hljito?
Cope arrugó la nariz y movió la cabeza.
—Tal vez haya sido lo que vosotras decís —respondió—. Pero es bien sabido que tenía un gusto muy execrable en arte. No, no: no deseo ver nada. Por lo que me importa —concluyó mientras subía los escalones hasta el piso superior—, que se queden aquí para siempre.
FIN
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