Aprendiz de Jedi
Volumen 12: Experimento maligno
Jude Watson
Capítulo 1
Escuchó un sonido, pero apenas era un vago murmullo sordo. Tenía los ojos abiertos, y, sin embargo, no veía más que vapor. Estaba mojado, pero no estaba sumergido en agua. Y dado que no podía fiarse ni de sus ojos ni de sus oídos, decidió centrarse en el dolor.
Buscó su ubicación y midió su intensidad. Lo sentía en la parte izquierda del pecho, por encima del corazón, y le subía hasta el hombro. No era un dolor cegador, sino más bien algo constante, como una quemadura que llegaba hasta el músculo y el hueso.
Y le indicaba que seguía vivo.
Intentó mover el brazo derecho. La ligera contracción del músculo y el esfuerzo requerido parecían demasiado. Rozó algo suave con los dedos. Lo tocó lentamente, pal-pándolo de arriba abajo. Movió el otro brazo y extendió la mano. También se encontró con un muro sólido. Le rodeaba por todas partes. Llegó a la conclusión de que estaba atrapado. Una punzada de pánico le recorrió cuando se dio cuenta de que no recordaba por qué estaba allí. Qui-Gon asumió ese temor y dejó que se disipara. Respiró profundamente.
Era unCaballero Jedi. No tenía ni su sable láser ni su cinturón, pero seguía contando con la Fuerza.
No estaba solo.
Mientras respiraba, Qui-Gon llevó su mente a la tranquilidad. Se dijo que su memoria acabaría por volver. No iba a esforzarse por ello. No la necesitaba para vivir el momento presente.
Se concentró en lo que le rodeaba. Poco a poco, se dio cuenta de que se encontraba en una sala transparente. La razón por la que se sentía mareado y raro era porque estaba colgado bocabajo. Le rodeaba una nube gaseosa que, de alguna manera, le mantenía flotando en el tanque. No podía distinguir el exterior a través del vapor. Se agitó para cam-biar de postura, pero un dolor intenso le atravesó el hombro hacia el costado. Las heridas de láser eran engañosas. Pensabas que el tejido se estaba regenerando, y entonces la herida te llevaba la contraria; si intentabas moverte dema-siado rápido, demasiado...
Herida de láser.
Los recuerdos comenzaron a volver.
Estaba en la ladera de una montaña con su padawan, Obi-Wan Kenobi. Estaban intentando proteger a su amigo Didi Oddo y a la hija de Didi, Astri. La cazarrecompensas había disparado a Didi, que había caído...
¡Didi!
...y Obi-Wan había dado un impresionante salto para derribar a la cazarrecompensas, que intentó una última maniobra a la desesperada, arrojándole una vibrocuchilla a Astri. Su padawan la había atrapado al vuelo. Qui-Gon recordó lo orgulloso que se había sentido al ver la habilidad de Obi-Wan, cómo había calculado el tiempo y cómo había empleado la Fuerza para atrapar aquel instrumento letal y giratorio por la empuñadura y no por la hoja.
La cazarrecompensas supo en ese momento que había sido derrotada. Activó un cable que la arrastró montaña abajo hasta su nave. Qui-Gon la había seguido. Acababa de saltar a la rampa de aterrizaje cuando ella le disparó. Recordó su sorpresa al sentir el intenso calor en el pecho, recordó que cavó hacia el interior de la nave, recordó la rampa cerrándo-se tras él. Y casi podía oír el grito de Obi-Wan.
Había dejado a su padawan en un planeta remoto con Didi herido {que esté herido, por favor, y no muerto) y una chica.
Qui-Gon se sacudió de nuevo, y la herida le dolió pro-fundamente.
De repente escuchó una voz femenina, amplificada en el interior del tanque.
—Quizás estés experimentando un poco de dolor. Es por la herida del pecho. Ya te la han curado. Sobrevivirás.
—¿Quién eres? —preguntó Qui-Gon.
—Eres el sujeto de un experimento —prosiguió la voz amablemente—. No voy a hacerte daño, sólo a estudiarte.
—¿Qué quieres decir con que no seré dañado? ¡Estoy encerrado! —protestó Qui-Gon.
—Recibirás buen trato.
— ¡Estoy aquí contra mi voluntad! ¿Quién eres? ¿Dónde estoy?
La voz no respondió. En lugar de eso, un aparato entró en la sala. En un extremo tenía una jeringuilla. Qui-Gon intentó alejarse, pero no podía moverse. La aguja se introdujo en su cuello. Vio cómo su sangre bajaba por un tubo transparente. La jeringuilla se retiró. Lentamente, su cuerpo se dio la vuelta hasta volver a ponerse boca arriba.
Se sintió mareado de nuevo, pero supo que se le pasa-ría. Reunió fuerzas, esperando a que pasara el mal trago.
En cuanto se sintió un poco mejor, apretó los dientespara soportar el dolor y se impulsó con los pies. Pero no lo hizo con la suficiente fuerza, y rebotó contra el material transparente. Golpeó con el puño cerrado, pero no consiguió nada. El material no se inmutó. No se movió ni un milímetro.
—Pero vamos a ver, ¿te parece bonito? —exclamó la voz—. Ya no eres un niño.
— ¡Soy un Caballero Jedi! —gritó Qui-Gon.
—Precisamente por eso. Tu vida es una vida de sacrifi-cio, ¿no? —la voz no esperó a que respondiera—. Ahora serás útil para la galaxia. Mucho más que yendo de planeta en planeta, agitando tu sable láser. Te estoy haciendo un favor. Ahora podrás demostrar de verdad tu nivel de com-promiso, ¿Cuántos Jedi pueden decir lo mismo? Así que relájate. Vamos a ver un poco de esa meditación Jedi.
De repente, la nota irónica de divertimento en la voz le resultó familiar a Qui-Gon. ¡Claro! Mientras le volvía la memoria, regresaron sus sospechas.
Era prisionero de Jenna Zan Arbor.
La brillante científica de apariencia tan perfecta a primera vista. La investigadora que había salvado poblaciones enteras del hambre y las epidemias. Y, sin embargo, siempre sospechó que ella estaba detrás del complot para matar a Didi. Le alegró ver que la intuición no le había fallado.
Por desgracia, ahora era su prisionero.
Y no le había confiado sus sospechas a Obi-Wan. El chico no iba a saber dónde buscar, de quién sospechar.
—Jenna Zan Arbor, no podrás esconderte de los Jedi —dijo él, con la misma fría tranquilidad que ella.
—Ah, ya sabes quién soy. Estoy impresionada. ¡Menudo espécimen! No hace sino demostrar que mi elección fue correcta. Te he investigado, Qui-Gon Jinn. He averiguado que eres un apreciado Caballero Jedi, con gran control de la Fuerza. Eres perfecto para lo que necesito.
—¿Y qué necesitas? —preguntó Qui-Gon.
Escuchó su risa irónica, áspera.
—Todo a su tiempo, Qui-Gon. Ve diciéndole adiós a tu vida anterior. Ahora eres mío.
Capítulo 2
Obi-Wan Kenobi contempló el suelo. Era un cambio. Llevaba horas mirando a la pared. Estaba en el centro médico del Templo Jedi. Obi-Wan no tardó en darse cuenta de que Didi necesitaba los mejores cuidados de la galaxia. Astri y él habían traído hasta allí a Didi, habiéndole sin cesar durante el viaje, a pesar de que había quedado inconsciente casi al principio.
Los médicos y sanadores ingresaron a Didi rápidamente en una sala interna. Sólo habían salido para decirle a Obi-Wan y a Astri que Didi seguía vivo, y que tenían esperanzas.
Durante la larga noche, Bant había permanecido a su lado, además de Garen, sus mejores amigos en el Templo. Bant no habló, pero de vez en cuando le daba la mano. Estuvieron sentados toda la noche, esperando que les dije-ran algo. Finalmente, envió a sus amigos a desayunar. Él no podía comer. No podía dormir.
Didi luchaba por su vida en la habitación contigua. ¿Y Qui-Gon? ¿Estaría su Maestro vivo o muerto?
Está vivo, se dijo Obi-Wan con vehemencia. Está vivo Porque tiene que estar vivo. Había visto que el disparo láser había golpeado a suMaestro en el pecho, cerca del corazón. Le había visto tambalearse y caer. Pero Qui-Gon tenía una sorprendente
reserva de fuerza. Aunque fuera prisionero de la cazarrecompensas, se las arreglaría para mantenerse con vida hasta que Obi-Wan le encontrara. La cazarrecompensas no le dejaría morir.
Se lo repitió a sí mismo una y otra vez; pero cuando recordó el rostro impasible y la despiadada actitud en la lucha de aquella mujer, se desesperó.
Y yo aquí sentado. Esperando.
Había informado a Yoda y a Tahl, la Jedi que coordina-ba la búsqueda de Qui-Gon. Les había contado todo lo que sabía. Pero no les había podido decir hacia dónde huyó la cazarrecompensas. No sabían quién la había contratado para seguir a Didi. No sabían por qué. Ni siquiera sabían su nom-bre. Había demasiadas preguntas. Y la vida de Qui-Gon pendía de un hilo.
Yoda había designado varios equipos para investigar la desaparición de Qui-Gon. Tahl estaba intentando descifrar el código del datapad de Jenna Zan Arbor, y también busca-ba pistas que le llevaran a la identidad y el paradero de la misteriosa cazarrecompensas. Se estaba haciendo todo lo posible. Todos los recursos de los Jedi se estaban destinan-do a la búsqueda de Qui-Gon. Excepto Obi-Wan. Él sólo podía estar sentado.
—¿Te has aprendido ya el suelo de memoria?
La voz de Astri irrumpió en sus pensamientos. La chica le sonreía débilmente.
—Porque yo sí. Hay veintisiete losetas de piedra de aquí a la pared.
—No creo que quede mucho —le dijo Obi-Wan.
Ella suspiró y se apoyó en las rodillas, juntando las manos. Astri era alta y delgada, con una larga melena negra azabache. Era mayor que Obi-Wan y había regentado el Café de Didi junto con su padre. Obi-Wan no la conocía muy bien, pero lo suficiente para saber que no le gustaba mostrar debilidad o cariño. La visión de su padre abatido por un disparo la había dejado destrozada. Intentar ocultar la conmoción y la desesperación era superior a sus fuerzas.
—No llegué a conocer a mis padres biológicos —dijo Astri mirando al suelo—. Alguien me abandonó en el Café de Didi. Él me adoptó.
—No lo sabía —dijo Obi-Wan.
—Creo que la persona que me dejó allí debía de que-rerme bastante —prosiguió Astri en voz baja—. Quiso que Didi fuera mi padre. Sabía que él no iba a entregarme a Jas autoridades para que el Gobierno me diera en adopción. Sabía que su corazón se derretiría al ver a aquel bebé. Y así fue. Tuve suerte.
—Sí, ya lo veo —dijo Obi-Wan—. A veces vas a parar
al hogar al que realmente perteneces —era así cómo se sentía él con el Templo. Y con Qui-Gon.
Ella se giró para mirarle, con el dolor ensombreciendo sus negros ojos.
—Estoy segura de que Qui-Gon está bien. El es fuerte. Le conozco de toda la vida, Obi-Wan. Sé que es realmente fuerte.
Obi-Wan asintió. Si Qui-Gon estuviera muerto, él lo habría sabido. Lo habría presentido.
—Sé que quieres ir a buscarle. Gracias por quedarte
aquí conmigo.
—No sabría por dónde empezar —confesó Obi-Wan—. No sabemos por qué contrataron a la cazarrecompensas.
—Sabemos que intentó robar el datapad —dijo Astri—.
Lo que significa que contiene información valiosa para alguien. Y sabemos que el datapad pertenecía a Jenna, Zan Arbor se lo robó.
—Pero también cogió el de la senadora S'orn —señaló Obi-Wan—. Así que la conexión con la cazarrecompensas podría estar ahí. Vuestro amigo Fligh está muerto y no puede darnos respuestas. Y aunque supiéramos quién contrató a esa mujer, no sabríamos dónde se puede haber lleva-do a Qui-Gon.
Astri asintió.
—Pero le encontrarás —dijo ella—. Los Jedi pueden con todo.
Ella se levantó, esbozando una mueca de dolor al hacerlo. Tenía un hombro dolorido, así como golpes y heri-das de cuando fue arrastrada por la ladera de la montaña, presa del látigo de la cazarrecompensas.
—¿Estás bien? —preguntó Obi-Wan —. El médico podría darte algo para el dolor.
—No, quiero estar despierta. ¿Y tú? —le preguntó Astri—. ¿Cómo tienes la pierna?
Obi-Wan se palpó los vendajes del muslo. Había sufri-do un corte causado por la punta del látigo de la cazarre-compensas. Le habían dado un tratamiento de bacta. Se le curaría. El dolor ya estaba remitiendo.
¿YQui-Gon? ¿Le estará curando alguien las heridas?
Astri paseó por la minúscula sala de espera. El diseño de la estancia la hacía cómoda y tranquila, en colores azul pastel y blanco. Los asientos estaban colocados para tener intimidad.
Astri contempló la vista de Coruscant.
—Les estoy tan agradecida a los Jedi. Los sanadores y los médicos han sido realmente buenos. Ojalá fueran un poco más rápidos.
Las puertas de la sala de tratamiento interior se abrie-ron. La sanadora Jedi, Winna Di Yuni, se acercó a ellos ves-tida con la túnica azul claro de los médicos. Obi-Wan se ale-gró de que Winna se ocupara personalmente de Didi. Era una Jedi anciana, alta, fuerte y de suaves movimientos. Era conocida por su gran talento a la hora de diagnosticar. Contaba con amplios conocimientos de todas las enferme-dades de la galaxia.
Y ahora el corazón de Obi-Wan latía a toda prisa al ver el gesto de Winna. Supo enseguida que no era portadora de buenas noticias. Se levantó y Astri se puso a su lado rápi-damente.
Winna miró a Astri amablemente y les indicó que se sentaran. Ella tomó asiento frente a ellos.
—Hemos hecho todo lo que hemos podido por tu padre —dijo ella—. Ahora todo depende de él. Su energía vital está muy baja. Tiene que encontrar fuerzas para luchar.
Obi-Wan vio que Astri tragaba saliva.
—¿Tan graves son las heridas? —preguntó él.
Winna asintió.
—Me temo que sí, pero ése no es el único problema. Parece que se han infectado, una infección que no podemos identificar. Estamos repasando todas nuestras bases de datos. No quería salir hasta que supiéramos de qué se trata, pero pensé que debíais saber lo que pasaba.
—No lo entiendo —dijo Astri—. Sois los mejores sanadores de la galaxia. Si vosotros no sabéis qué le pasa, ¿quién puede saberlo?
—No lo sabemos todo —dijo Winna con suavidad—. La galaxia es un lugar enorme. Las infecciones y las enfer-medades surgen por todas partes, y siempre son nuevas. Estoy segura de que localizaremos el origen de ésta, pero nos llevará tiempo.
—Didi no tiene tiempo —dijo Astri, apretándose las manos—. Eso es lo que estás queriendo decir.
—No pienses en lo peor —dijo Winna—. Piensa en positivo. Identificaremos el origen y la forma de tratarlo.
Astri se mordió el labio.
—¿Puedo verle?
—Sí por supuesto. El no está consciente, pero puede que perciba tu presencia. Ven conmigo. Astri siguió a Winna. Parecía sonámbula. Obi-Wan también se sentía aturdido. Didi era eterno. Él pensaba que los sanadores traerían buenas noticias.
Pero, en lugar de eso, sólo cabía esperar...
La puerta del pasillo principal se abrió. Tahl entró con Yoda a su lado.
—¿Qué tal está Didi? —preguntó Yoda—. Oído hemos que noticias hay.
—Tiene una infección que no logran identificar —dijo Obi-Wan—. Winna intentó tranquilizar a Astri, pero sé que está preocupada.
—Lo mejor que pueda ella lo hará. Y eso poco no es — Yoda pulsó un botón, y uno de los asientos descendió. Eran ajustables para todas las especies que poblaban el Templo Jedi. Se sentó y se apoyó en el bastón—. ¿Y tú, Obi-Wan? Que no has dormido nada la impresión me da.
—No podré dormir hasta que sepa que Qui-Gon está a salvo —dijo Obi-Wan—. ¿Hay alguna novedad?
Los ojos ciegos, veteados de verde y dorado de Tahl estaban llenos de frustración. Negó con la cabeza apretando los labios.
—Tengo a todos mis contactos funcionando, Obi-Wan —le dijo—. Giett ha regresado de su larga misión y se ha vuelto a incorporar al Consejo, así que Ki-Adi-Mundi nos está ayudando con la búsqueda galáctica. Es el mejor ana-lista que se puede tener.
Obi-Wan asintió. Ki-Adi-Mundi había ocupado el lugar de Giett en el Consejo durante su ausencia. Su cerebro bina-rio le permitía repasar y analizar grandes cantidades de información.
—No tenemos nada sobre la cazarrecompensas —con-tinuó Tahl—. No tiene amigos ni socios conocidos. Los que han utilizado sus servicios se niegan a hablar, ni siquiera con nosotros. Tienen miedo de que tome represalias. Pero lo seguimos intentando.
—¿Y el datapad de Jenna Zan Arbor? —preguntó Obi-Wan—. Tiene que contener algo que busca todo el mundo.
—No podemos descifrar el código —dijo Tahl—. Casi dos los científicos codifican sus datos. Eso no quiere decir
esté conectada con la cazarrecompensas o con la desa-parición de Qui-Gon; pero, por si acaso, no queremos que sepa que estamos investigándola. Tenemos que explorar todas las opciones hasta encontrar la forma correcta de pro-ceder. No descansaré hasta que le encontremos, Obi-Wan.
—Lo sé —respondió Obi-Wan. Tahl era íntima amiga de Qui-Gon. Habían vivido juntos el período de formación en el Templo.
—Equipos tenemos por todo el sistema Duneeden, Obi-Wan —le dijo Yoda—. Un rastro de la nave de la caza-rrecompensas encontraremos.
—Sabemos que su nave estaba equipada con hiperve-locidad —dijo Tahl con preocupación — . Es bastante proba-ble que no permaneciera en el sistema Duneeden. Pero vamos a comprobar todas las pistas.
—Noticias tengo de un equipo Jedi —les dijo Yoda—. Enviados fueron al laboratorio de Zan Arbor en su planeta natal de Ventrux. Averiguado hemos que el laboratorio ce-rrado está. Despedidos los trabajadores y finiquitados.
En los ojos de Tahl brilló una chispa.
—Bueno, eso ya es algo. Jenna Zan Arbor tiene que estar involucrada. ¡Tenemos que descifrar ese código!
Yoda asintió.
—Que tiene otra base de operaciones pensamos — dijo—. Buscándola estamos -se volvió hacia Obi-Wan—. Un momento difícil para la calma éste es. Pero la calma tienes quehallar.
Cuando tengamos noticias, el corazón apaciguado has de mantener. Una orientación necesitas. Una orientación encontraremos. El corazón de Obi-Wan estaba lejos de la calma, pero Yoda tenía razón. Tenía que mantener la resolución, y la resolución sólo venía con la calma.
La puerta de la sala interior se abrió. Winna se acercó rápidamente.
—La infección de Didi ha sido identificada. Los pro-yectiles láser debían de llevar una solución venenosa para causar la infección.
—¿Tenéis el antídoto? —preguntó Obi-Wan.
Winna asintió.
—El tratamiento ha sido descubierto. Es una antitoxi-na. Pero tengo malas noticias. El laboratorio que la vende ha cerrado. No podemos encontrar reservas por ninguna parte. Y ese laboratorio era el único fabricante de la galaxia.
Obi-Wan miró a Tahl. Por su expresión, supo que esta-ba pensando lo mismo que él. Yoda asintió lentamente.
—¿Cómo se llama el laboratorio? —preguntó Obi-Wan.
—Industrias Arbor —respondió Winna.
Era la respuesta que Obi-Wan esperaba oír.
Capítulo 3
Cada vez estaba más débil, no más fuerte. Qui-Gon se sentía flotar. Quería dejarse llevar por la sensación, mecerse en el extrañamente placentero vapor que le arrastrara a un largo sueño. Ni en sus peores enfermedades se había sentido tan débil.
¿Estaría haciendo algo ella para mantenerle débil? Le extraían sangre regularmente, pero ésa no era la causa de su fatiga.
Aislado del mundo, de otras criaturas, sabía que la Fuerza seguía funcionando a su alrededor. Cerró los ojos y la invocó. La utilizaría para rodearse de ella y crear un escudo. Qui-Gon sintió la Fuerza moviéndose por la sala. Se concentró todavía más...
A través del velo de vapor, las luces indicadoras del exterior de la sala se encendieron. Oyó lejos un timbre de alerta chirriando y el sonido de pasos apresurados. Entonces resonó de nuevo la voz amplificada de Zan Arbor.
—Acabas acceder a la Fuerza. Bien. No temas hacerlo.
—¿Cómo lo has sabido? —preguntó Qui-Gon. La pre-gunat salió de su boca antes de poder pensar. Se precipitó por la sorpresa.
—Estoy controlando tus funciones corporales. Cuando
accedes a la Fuerza, tu temperatura corporal desciende. Los latidos de tu corazón se ralentizan. Es tan extraño. Antes pensaba que la Fuerza tendría el efecto contrario, pero su funcionamiento es un misterio. Por eso es tan interesante de estudiar.
Así que estaba estudiando la Fuerza. Qui-Gon pensó en ese nuevo dato. La Fuerza no podía medirse ni fabricarse. Pero si una científica tan brillante como Zan Arbor la esta-ba investigando, era probable que descubriera cosas que no debería saber. No podía subestimar su inteligencia.
Por lo tanto, no podía emplear la Fuerza para curarse.
—¿Por qué estás tan interesada en la Fuerza? —preguntó él.
—Ay, qué preguntón estás hoy —murmuró ella.
—Tampoco tengo otra cosa que hacer —comentó Qui-Gon.
—¿Y qué hay de la famosa meditación Jedi? Eso debe-ría servirte de pasatiempo.
—Hasta la meditación tiene sus limitaciones —dijo Qui-Gon con seriedad.
Oyó una risa grave.
—¿Por qué no iba a estudiar la Fuerza? ¿Por qué tienen que ser los Jedi los únicos que la estudien?
Qui-Gon lo pensó antes de contestar. Tenía que hacer que ella siguiera hablando. Tenía que aparentar estar interesado en sus estudios.
—Eso es interesante —dijo él — . Nosotros pensamos que la Fuerza nos conecta a todo.
— ¡Es exactamente lo que yo creo! —dijo Zan Arbor agitada—. Los Jedi deberían agradecer mi interés.
—¿Y por qué piensas que no lo agradecemos? —preguntó Qui-Gon—. No nos lo has preguntado.
—No necesito vuestro permiso —soltó ella.
La estaba perdiendo.
—No quería decir eso —afirmó él—. Eres una brillante investigadora. Quizá quieras compartir tus descubrimientos con la galaxia.
—Cuando esté preparada —respondió ella—. No antes. —¿Y qué estás buscando?
Ella no respondió, y él temió que la conversación hubiera acabado. Entonces ella habló.
—Mis colegas son idiotas.
Qui-Gon esperó. No quería parecer demasiado ansioso. Algo le decía que Jenna Zan Arbor tenía ganas de hablar.
—Has viajado. Seguro que has comprobado que la galaxia está llena de idiotas.
—He comprobado que muchos seres no confían en sus ojos, en sus mentes o en sus corazones —dijo Qui-Gon.
—¡Exactamente! Así que sabes el tipo de cosas a las que me tengo que enfrentar —dijo Jenna Zan Arbor con un tono cálido—. Acabo de llegar de una conferencia en el Senado. Mis colegas están persiguiendo sueños, no ideas. Nuevas formas de hacer que las naves vayan más rápido. Nuevos motores, nuevos combustibles, nuevos hipermotores. Intentan que las armas sean más potentes, más efectivas. Buscan nuevas fuentes de energía. Más rápido. Más grande. Mejor. Eso es lo que buscan. Pasan por alto la mayor fuente
de energía de la galaxia. La Fuerza es mucho más importante que todo eso. Con la Fuerza puedes mover las mentes. ¡Eso es mucho más importante que mover naves!
—Podría estar de acuerdo con eso —dijo Qui-Gon.
—¡Qué ironía! —dijo Zan Arbor—. Sólo un Jedi puede entenderlo. Y sólo los Jedi pueden ser mis sujetos de inves-tigación. El resto... ni siquiera aquellos que tenían la Fuerza, que tenían, como vosotros decís, potencial en la Fuerza... no sabían lo que tenían. No podían controlarlo. Es difícil medir algo que no puede controlarse. Ése era el fallo de mis experimentos.
Qui-Gon se dio cuenta de algo que le dejó helado. ¿Le estaba manteniendo Zan Arbor en un estado de debilidad para que tuviera que utilizar la Fuerza para curarse a sí mismo?
No podía hacer nada en aquella estancia. Y nunca con-seguiría escapar si no salía de ella, aunque fuera un rato.
Quizá podría llegar a crear algún tipo de conexión con su secuestradora.
—Haré un trato contigo —dijo él.
—No creo que estés en posición de ofrecerme tratos —dijo Jenna Zan Arbor divertida.
—Yo creo que sí —respondió Qui-Gon lentamente—.
Yo tengo algo que quieres. Eso me pone exactamente en esa
posición.
Hubo un silencio.
—¿Qué quieres?
—Quiero salir de esta estancia dos horas al día —dijo Qui-Gon —. Si estás de acuerdo, emplearé la Fuerza para curarme. Si no, no accederás a ella.
—Morirás —le advirtió ella.
Sí —replicó Qui-Gon tranquilamente—. Como Jedi, estoy preparado para la muerte. No me asusta.
¡Yo no hago tratos! —gritó Zan Arbor—. ¡Yo estoy al mando! ¡Yo tomo las decisiones!
Él no respondió. Cerró los ojos. Apostaba porque ella no se negaría. Podía percibir la ansiedad en ella, la necesi-dad de seguir con el experimento. Acabaría por rendirse.
—De acuerdo —replicó la mujer—. Pero dos horas no. Sólo una. Nada más. ¿Trato hecho?
—Trato hecho —respondió Qui-Gon. Sabía que le con-cedería solamente una hora. Sin problemas. Una hora seria suficiente.
Capítulo 4
Yoda, Tahl y Obi-Wan se quedaron callados un largo rato. La noticia de que Jenna Zan Arbor controlaba el acceso a la antitoxina de Didi les había afectado. —Es muy extraño —continuó Winna—. Industrias Arbor no sólo ha cerrado, sino que es la única fábrica que existe. Tiene que haber algún error, algo que no hemos comprobado. Esta infección es muy poco frecuente; pero, aun así, Industrias Arbor debería haber autorizado a otros laboratorios la fabricación de la antitoxina. Es un grave quebrantamiento de las normas. No se sabe cuándo volverá a abrir, ni dónde...
— Algo hay que saber debéis —interrumpió Yoda—. De Jenna Zan Arbor los Jedi sospechan.
—Podría estar involucrada en la desaparición de Qui-Gon —dijo Tahl.
—Por no mencionar el asesinato —añadió Obi-Wan.
Winna, sobrecogida, frunció el ceño.
—¿Estáis diciendo que Zan Arbor ha privado delibera-damente a la galaxia de sus medicamentos?
—Creo que es bastante probable —dijo Tahl.
La expresión de Winna era sombría.
—Mi paciente morirá sin esa antitoxina. —No lo entiendo — Astri se había unido a ellos tan
silenciosamente que no se habían dado cuenta—. ¿Estáis diciendo que Jenna Zan Arbor tiene el medicamento que necesita mi padre y que no podéis encontrarla?
—Me temo que así es —dijo Winna.
Obi-Wan se acercó a Astri. Se puso a su lado sin saber qué decir o hacer.
—No debes perder la esperanza —dijo él.
Ella asintió, apretando los labios. Sus hombros comen-zaron a dar pequeñas sacudidas. Estaba llorando en silencio.
—Obi-Wan tiene razón —dijo Winna—. La antitoxina
tiene que estar en algún lugar de la galaxia. La encontrare-
mos, Astri.
—Sé que haréis todo lo posible.
—Buen amigo nuestro Didi es, Astri —le dijo Yoda—. De él bien cuidaremos.
—Sois muy amables —Astri se giró y se acercó a la
ventana. Se quedó con la mirada perdida.
—Ha perdido la esperanza —murmuró Tahl. —Malas noticias han sido —dijo Yoda—. Difíciles de asimilar.
—Será mejor que vuelva —dijo Winna con firmeza, y
salió de la sala.
—Ir con Astri debes —dijo Yoda a Obi-Wan — . Su amigo eres. Consolarla debes. Morir no debe la esperanza mientras Didi vivo siga.
Pero lo cierto es que Astri no era su amiga. Sólo eran conocidos. Y él no era muy bueno consolando. ¡Ojalá estu-viera allí Qui-Gon!
Yoda y Tahl se fueron, y Obi-Wan se situó junto a Astri.
—Se va a morir —dijo ella—. Y yo me quedaré sola.
—No podemos perder la esperanza —dijo Obi-Wan—.
Los Jedi son capaces de cosas extraordinarias. Encontrare-mos la antitoxina o a Jenna Zan Arbor.
—Seguro que sí —dijo Astri — . ¿Pero seguirá vivo Didi? Parece tan indefenso, Obi-Wan. Estaba lleno de vida. Y ahora está tan débil...
—No está débil —dijo Obi-Wan—. Es una de las personas más llenas de vida que he conocido. Y su fuerza
sigue ahí.
—Y yo que creía que tenía problemas —dijo Astri len-tamente—. Llevar un negocio no es fácil, pero es la prime-ra vez que me siento desesperada. Incluso si Didi sobrevive, lo hemos perdido todo. El casero nos ha cerrado la cafetería. Le debemos unos créditos que no podemos pagar. Mientras me siento junto a la cabecera de Didi, rogándole que sobre-viva, me pregunto qué se encontrará al volver. Y es culpa mía. Me gasté todos nuestros ahorros en las reformas de la cafetería. No nos queda nada.
Obi-Wan no tuvo que pensar mucho lo que diría Qui-Gon.
—Os tenéis el uno al otro.
—Tienes razón, Obi-Wan. Me estoy compadeciendo —Astri se frotó la frente—. Es que estoy tan cansada.
—¿Por qué no te echas un rato aquí? —le sugirió Obi-Wan, señalando a los asientos — . No tienes que irte a tu habitación. Yo me aseguraré de que no te molesten, a menos que... a menos que Didi se despierte.
Astri se hundió en uno de los cojines y recostó la cabeza.
—Quizás una horita... —dijo mientras cerraba los ojos.
Obi-Wan decidió que se quedaría hasta asegurarse deque se hubiera dormido. Tenía los nervios a flor de piel.
Estaba ansioso por ir a ver a Tahl y a los descifradores decódigos. Quería estar presente cuando interpretaran el contenido deldatapad.
Se metió la mano en el bolsillo y tocó la piedra sensi-ble a la Fuerza que Qui-Gon le había regalado. Solía consolarse jugueteando con ella. Le hacía sentirse más cerca de Qui Gon.
Un chasquido le advirtió de que tenía algo más en ei bolsillo. Obi-Wan lo sacó. Era una duralámina. En ella Jenna Zan Arbor había escrito los nombres de los invitados a su cena en el Café de Didi. Los nombres estaban empe-zando a borrarse.
Obi-Wan recordó lo que había pasado hacía sólo unos días. Qui-Gon le había pedido a la científica que escribiera esa información cuando la visitaron en el hotel.
Qui-Gon nunca hacia nada porque sí. Obi-Wan frunció el ceño y se concentró. Habían ido a ver a Zan Arbor porque habían descubierto que ella había conocido el Café de Didi por Fligh, el amigo de Didi. Fligh había robado el datapad de la senadora S'orn, así como el de Zan Arbor. Después supieron que le habían asesinado, y su cuerpo apareció desangrado. En ese momento no sabían si Zan Arbor estaba involucrada. Sólo estaban siguiendo una pista.
En otras palabras, Zan Arbor no era sospechosa. ¿Por qué le había pedido Qui-Gon que escribiera aquella lista?
En aquel momento, Obi-Wan pensaba que los Tecno-saqueadores eran los que habían contratado a la cazarre-compensas, pero Qui-Gon debía de albergar sus dudas. ¿Intentaba su Maestro conectar a la cazarrecompensas con Zan Arbor?
Nunca habían resuelto el misterio de cómo había con-seguido entrar la cazarrecompensas en el Café de Didi des-pués de que los invitados de Zan Arbor se marcharan. Sabían que la cafetería estaba cerrada a cal y canto, todas las puertas y ventanas.
Quizá Qui-Gon pensó que uno de los invitados se había quedado atrás. Quizás Astri no se dio cuenta con la confu-sión de la salida.
Y la cazarrecompensas era una maestra del disfraz...
Obi-Wan miró a Astri. Dormía plácidamente. Podía dejarla sola un rato.
Se acercó a una mesita que había en un rincón.
Rápidamente copió los nombres que desaparecían en una duralámina nueva y tiró la vieja a la papelera.
Se dirigió a la puerta. No era gran cosa, pero al menos era una dirección.
Capítulo 5
Yamele Polidor.
Nontal Quincu.
Aleck W'a Ni Odus.
Dobei Eranusite.
B'ZunMai.
Reesa On.
Von Taub.
Obi-Wan cogió un aerotaxi hacia el Despacho Oficial del Comité de Relaciones del Senado, el organismo encargado de atender las necesidades de transporte y de alojamiento de los numerosos comisionados de toda la galaxia que acudían a realizar peticiones ante el Senado. Dado que se trataba de una petición Jedi, le pro-porcionaron los planetas natales y la información de contac-to de todos los miembros de la lista.
Obi-Wan la repasó rápidamente. Sólo quedaban tres en Coruscant. Los otros habían regresado a sus planetas. Podía empezar por ahí. Si no averiguaba nada, seguiría hacia delante. Si tenía que viajar al Borde Exterior por una pista, lo haría.
Yamele Polidor y Von Taub seguían de reuniones en el Senado y se alojaban en una casa de huéspedes cercanna.
Obi-Wan se dirigió hacia allí en primer lugar. Encontró a ambos en el recibidor, repasando los documentos de la reunión a la que habían asistido aquel día.
Obi-Wan les explicó que se encontraba en misión Jedi para descubrir quién había irrumpido en el Café de Didi cuando el grupo se marchó.
Yamele Polidor era una pequeña rindiana de orejas nuntiagudas y manos de ocho dedos. Saludó educadamente a Obi-Wan con la cabeza.
—Por supuesto, será un placer ayudar.
El corweilliano Von Taub asintió.
—Lo mismo digo.
—¿Entró alguien más en el café mientras ustedes estaban allí? —preguntó Obi-Wan.
—Sólo los asistentes a nuestra cena —respondió Yamele Polidor en el tono cantarín de los rindianos.
—¿Vieron a alguien fuera en la calle?
Von Taub negó con la cabeza.
—Cuando nos fuimos, la propietaria del café, una chica, cerró la puerta. Jenna Zan Arbor estaba muy disgustada con el servicio y con la comida. Yo no pensé que estuviera tan mal —sonrió—. Quizás esté más acostumbrado a la desorganización, pero Jenna es una científica que no tolera el desorden.
—¿Conocen bien a las otras personas de esta lista? —preguntó Obi-Wan mientras les daba la duralámina.
Yamele Polidor pasó uno de sus largos dedos por lalista
—Conozco a todos estos científicos personalmente,
exceptto a Dobei Eranusite y a Reesa On.
—Conozco bien a Dobei —dijo Von Taub— pero Reesa On era una desconocida para mí también.
—¿La conocía alguien? —preguntó Obi-Wan.
—Jenna Zan Arbor —respondió Yamele Polidor.
—Sí, trabajaban juntas en un proyecto de investigación —añadió Von Taub—. Jenna se deshizo en alabanzas sobre si talento como científica. Ninguno de nosotros la conocíamos
Obi-Wan mantuvo la voz firme a pesar de la agitación que comenzaba a sentir.
—¿Recuerdan cómo era?
—La verdad es que no —dijo Yamele Polidor enco-giéndose de hombros—. ¿Era alta? Era humanoide, de eso me acuerdo.
—Bastante impresionante —dijo Von Taub—. Llevaba un turbante de seda y un precioso vestido de septoseda.
Obi-Wan se dio cuenta de que él también la había visto. Tenía el vago recuerdo de una mujer con un turbante enjoyado. Dejó a un lado las prisas y abrió su mente, dejando que el recuerdo volviera solo, como le habían enseñado. La información que buscaba vendría a él.
Qui-Gon y él estaban hablando con Astri cuando llega-ron los invitados. Recordó el gesto de asco en la cara de Jenna Zan Arbor. Y una mujer alta se había recogido las faldas del vestido como si se le fuera a ensuciar por rozarse con el suelo o con las sillas. Tenía las manos muy grandes...
Era ella. La cazarrecompensas.
Estaba seguro de ello. Y ahora tenía un nombre.
—Una última pregunta —dijo Obi-Wan—. ¿Saben si Zan Arbor tiene más de un laboratorio? Sé que el central se encuentra en Ventrux.
Ambos científicos parecieron sorprenderse. —¿Para qué iba a querer otro laboratorio? —pregunto Von Taub.
—Nunca había oído nada semejante —añadió Yamele
Polidor.
—Gracias por su ayuda —dijo él levantándose y despi-diéndose. Salió apresuradamente y llamó a Tahl por el inter-comunicador.
—Quizá tengamos una pista —dijo él—. Creo que la cazarrecompensas iba disfrazada de científica bajo el nombre de Reesa On. Es probable que se disfrazara para robar el datapad a Didi y a Astri. Y lo habría conseguido si Qui-Gony yo no hubiéramos vuelto por sorpresa. El Senado no ha regisstrado su salida de Coruscant. Se supone que tiene que informar cuando regrese a su planeta. Tengo la dirección.
No vayas solo —le advirtió Tahl—. Espera y te man-daré un equipo.
—No puedo esperar —discutió Obi-Wan —. Por lo visto se aloja en un hostal que está aquí cerca. Déjame com-probar al menos si está allí.
—No pelees con ella ni dejes que te vea —le advirtió Tahl—. Podría llevarnos hasta Qui-Gon.
—No lo haré —prometió Obi-Wan—. Me limitaré a localizarla.
—Veré lo que puedo descubrir desde aquí —le dijo Tahl—. Buen trabajo, Obi-Wan.
Obi-Wan cortó la comunicación y bajó por la acera que llevaba a Vértex, la calle que, según la lista del Senado, era la dirección de Reesa On. Se envolvió con la túnica y se puso la capucha para ocultar la cara. Debía hacer caso del consejo de Tahl. Sabía que ella tenía tantas ganas de encon-rar a Qui-Gon como él. Pero si ella aconsejaba precaución era sólo porque eso les llevaría antes hasta su Maestro.
El hostal en el que Reesa On se alojaba era parecido al que acababa de visitar. Alrededor del Senado había muchas casas de huéspedes pequeñas que atendían a los invitados pudientes que tenían asuntos pendientes en el Senado y que requerían estancias Prolongadas. Estaba a poca distancia del destartalado y cochambroso albergue en el que había tenido su primer enfrentamiento con la cazarrecompensas. Y éste tenía seguridad. Los huéspedes entraban utili-zando una tarjeta. El resto tenían que ser anunciados.
Se quedó cerca de la entrada, pensando en qué hacer. No era probable que tuviera la suerte de verla entrar o salir. Y si fuera así, ¿la reconocería? Se había disfrazado de ancia-no, de científica rica, de chico del aparcamiento en un gran hotel. Sus poderes de transformación eran increíbles.
La puerta del edificio se abrió, y alguien apareció en el umbral. Oculto tras una fila de deslizadores, Obi-Wan observaba cuidadosamente. Un rodiano se quedó parado un momento, como para ver el tiempo que hacía. Ni un maes-tro del disfraz podía hacer de rodiano. Éste era fornido y de baja estatura, de piel verde y con la cresta de espinas a lo largo del cráneo. No, no podía ser la cazarrecompensas.
Rápidamente, Obi-Wan se levantó y cruzó la acera. Subió por la rampa y, saludando con la cabeza al rodiano, entró por la puerta, que se cerró tras él.
La casa de huéspedes era totalmente automática. Contempló rápidamente los monitores instalados en las paredes. Aquí los invitados empleaban las tarjetas para reco-ger sus mensajes. Cogió un teclado y escribió: "Reesa On".
>HABITACIÓN 1289.
>POR FAVOR, INTRODUZCA LA TARJETA DE ACCESO PARA RECOGER SUS MENSAJES.
Obi-Wan cogió el turboascensor hasta la duodécima planta. Avanzó rápidamente por el pasillo y se colocó fren-te a la puerta de la habitación 1289. Colocó la oreja sobre la puerta con los cinco sentidos alerta. La escucha era una habilidad Jedi que se perfeccionaba durante la formación en el Templo.
Percibió el suave sonido de un tejido. Su regularidad le indicó que era una cortina moviéndose con la brisa. No oía pasos ni respiración.
¿Y ahora qué? Obi-Wan sabía que no sería la última vez que se hiciera esa pregunta. Sin Qui-Gon, no estaba seguro de nada.
Obi-Wan estaba tan concentrado en los sonidos de la habitación que escuchó demasiado tarde la puerta del turbo-ascensor. Sintió una corriente en la Fuerza, que le advirtióun segundo antes de que el disparo láser chocara contra el dintel, justo encima de su cabeza.
Capítulo 6
Obi-Wan se echó al suelo y rodó, cogiendo el sable láser al mismo tiempo. Ya estaba activado y listo para la siguiente ronda de disparos, mientras él sal-taba hacia su asaltante.
— ¡Obi-Wan, no! — gritó Astri.
Ella cayó de espaldas, y la pistola láser se le escapó de las manos. Los pies se le quedaron hacia arriba, a escasos centímetros de la trayectoria del sable. Obi-Wan lo desactivó rápidamente. Ella chocó contra el suelo con un ruido sordo y un grito que debieron de oír todos los huéspedes del piso.
—¿Qué estás haciendo aquí? —susurró él.
—¿Qué estás haciendo aquí? —gritó ella al mismo tiempo.
Obi-Wan la hizo callar con un gesto y señaló a la puerta de Reesa On. Astri se levantó, alisándose la túnica.
—No está. Ya he mirado en la habitación.
—¿Qué?
Al otro lado del pasillo, una puerta se abrió lo justo para dejar ver dos ojos de color naranja que les observaban.
—Vamonos —murmuró Obi-Wan — . Aquí no podemos hablar.
Cogió la pistola de Astri y se la puso en el cinto. No habló mientras bajaban en el turboascensor. Astri le miraba de reojo. Abrió la boca una o dos veces, pero decidió quedarse callada.
Él esperó hasta que salieron del hotel y se alejaron un poco. Se esforzó por mantener la calma. No quería mostrar su rabia pero no tenía el don de la serenidad de Qui-Gon.
—¿Qué hacías allí? —exclamó él —. ¡Podrías haberlo estropeado todo!
—Pensé que a lo mejor necesitabas ayuda...
—¡Eres cocinera, no una Jedi! —soltó Obi-Wan—. ¿Y cómo me encontraste? ¿Me has seguido?
—Leí la duralámina que dejaste —dijo Astri—. Reconocí los nombres. Eran los invitados de la cena de Jenna en nuestra cafetería. Y tú crees que uno de ellos era la cazarrecompensas.
Obi-Wan la miró sin poder creérselo.
—¿Y cómo supiste dónde se alojaba Reesa On? ¿Y cómo supiste que la cazarrecompensas era Reesa On? ¿Fuiste al Despacho Oficial de Relaciones del Senado también? ¡Eso podría alertarla!
Astri hizo un gesto con la mano.
—No tengo que pasar por canales oficiales. Soy la hija de Didi, ¿recuerdas? Aquellos que visitan el Senado no sólo pasan por un control de seguridad, también pasan por un control de delincuencia.
—¿Quieres decir que comprueban si tienen alguna orden de búsqueda? —preguntó Obi-Wan.
Ell sonrió burlona mientras rodeaba a un grupo de turistas.
—No quiero decir que los delincuentes les hacen un control. Nanno L'a y su banda tiene fichas de todos los comisionads y solicitantes que comparecen ante el Senado desde otros planetas. Nunca se sabe quién puede tener algo que merezca la pena robar. Así que hablé con Nanno. Él haría cualquier cosa por Didi. Me dio las señas de todos los
nombres de la lista. Su banda tiene copias de los documen tos de texto de cada uno de ellos. Y la única ficha que esta ba en blanco era la de Reesa On. Tenía un par de datos de identificación, pero no había registros de transacciones eco-nómicas. Para alguien tan rico, es bastante raro. Así que supuse que Reesa On era una identidad falsa. Nanno sabía dónde se hospedaba. Así que fui hasta allí.
—¿Y cómo sabes que no estaba en su habitación? —pre-guntó Obi-Wan. Le irritaba un poco el hecho de que Astri hubiera sido capaz de centrarse en Reesa On más rápidamente que él.
—Estas casas de huéspedes suelen utilizar las cafete-rías y los restaurantes cercanos para los servicios de comidas —explicó Astri—. Fui a la Parrilla Galáctica, que está bajando la calle, y le pedí a mi amigo Endami que me diera el código de servicio. Luego fingí ir a entregar un pedido y metí el código —ella se encogió de hombros —. Así entré. El código de servicio también te dice quién se aloja en cada habitación. Fue fácil. ¡Fácil!
—¿Entonces entraste en la habitación? —preguntó Obi-Wan irritado.
—Llamé a la puerta y dije que tenía un pedido que entre-gar —dijo Astri—. No respondió nadie, así que abrí la puerta.
—Pero si estaba cerrada.
Astri sonrió.
—Aprendí a saltar un cerrojo básico cuando tenía siete años, Obi-Wan. Y, en mi opinión, no creo que vuelva. Habí una maleta, pero estaba llena de cosas dispuestas para nac creer que había alguien.
—Si eso es verdad, me gustaría saber el porqué — gruñó
Obi-Wan.
—Había un neceser personal nuevo con jabón y cosas para el baño, pero sin usar. Un par de túnicas nuevas y ropa de dormir sin estrenar. Yo creo que la cazarrecompensas no llegó ahospedarse allí nunca. Simplemente pagó el mínimo de dos semanas para poder tener una dirección oficial.
Obi-Wan pensó que probablemente Astri tenía razón. Era lo más cerca que podían llegar de adivinar la verdadera iden-tidad de Reesa On. Frustrado, se dio la vuelta y echó a andar.
—¿Adonde vamos? —preguntó Astri.
—Tú te vuelves al Templo —dijo Obi-Wan—. Yo estoy intentando encontrar a Qui-Gon. Es cosa de los Jedi.
—Es cosa mía —Astri se detuvo en seco, obligando a Obi-Wan a pararse también—. Didi no va a despertar, Obi-Wan —dijo, con una profunda seriedad en sus ojos oscuros—. No sin esa antitoxina. Tú y yo lo sabemos. Y Reesa On es la pista principal para saber dónde está Jenna Zan Arbor. Tú crees que ella tiene a Qui-Gon, ¿verdad?
Obi-Wan asintió reacio.
—Por lo tanto, tengo las mismas razones para encontrar a Reesa On que tú. La cazarrecompensas podría llevarnos hasta Zan Arbor. Y tengo otra razón. Nanno me dijo que tras el asesinato de Fligh y la desaparición de Qui-Gon, las fuer-zas de seguridad de Coruscant han puesto bajo orden de busca y captura a la cazarrecompensas. Y hay recompensa. ¿Lo entiendes? —Astri se retiró los rizos de los ojos con impaciencia—. Esto es lo único que puedo hacer por Didi.
Puedo encontrar la antitoxina y conseguirnos un buen pellizco. Lo único que tengo que hacer es encontrar a Reesa On.
Él negó con la cabeza.
—Es demasiado peligroso.
—Yo puedo ayudarte, Obi-Wan.
—¿ Y qué vas a hacer?, ¿cocinar soluciones? — preguntó Obi-Wan escéptico.
—¡Sé hacer otras cosas! —protestó Astri —. ¿Tengo que recordarte que encontré a Reesa On antes que tú? Tienes que admitir que tengo algo de talento.
—No con una pistola láser —masculló Obi-Wan. Lo pensó un instante. Conocía a Astri lo suficiente como para saber que si no la incluía, ella intentaría encontrar a la caza-rrecompensas por su cuenta. Estaría más segura con él
—Podemos ir juntos, pero con un par de condicione —dijo él—. En primer lugar, no utilizarás la pistola.
—Pero necesito protección —protestó Astri —. Y cada vez tengo mejor puntería.
Obi-Wan frunció el ceño.
—Claro. Te faltaron sólo cinco centímetros para matar-me en lugar de seis. Vamos a hacer un trato. Tenemos que esperar hasta que Tahl encuentre algo de información sobre Reesa On. Yo volveré al Templo contigo y escogeremos otro arma. A ver qué tal te va con una vibrocuchilla. Supongo que necesitas algo para protegerte.
—¿Y la otra condición? —preguntó Astri.
—Si la cosa se pone fea, tendré que pedirte que vuel-
vas al Templo —dijo Obi-Wan —. Un montón de créditos no
le servirán de nada a Didi si tú mueres.
Astri dudó un momento.
—Sé que piensas que no tengo derecho a decirte lo que
tienes que hacer —dijo Obi-Wan—. Es cierto. Pero represen-
to a los Jedi. Tienes que confiar en nosotros, no sólo en mí.
Astri asintió sin mucha convicción. —¿Entonces somos un equipo? Obi-Wan asintió sombrío. —Por ahora, sí.
***
Astri no tenía ni idea de cómo manejar una pistola láser, pero con la vibrocuchilla era una experta. Obi-Wan le dio una clase rápida de estrategia y defensa. La chica era ágil, fuerte y sorprendentemente rápida.
—Intenta permanecer detrás de mí o a mi lado — le dijo Obi-Wan—. Pero no te cruces con mi sable láser.
—No te preocupes —le dijo Astri.
La puerta de la sala de entrenamiento se abrió y Tahl
entró apresuradamente. Se dirigió hacia la hija de Didi.
— Astri, ¿estas aquí?
—Sí.
—Tengo una pista —dijo ella—. No es mucho, pero es algo No pude encontrar nada sobre Reesa On, pero tuve un presentimiento y traduje el nombre al lenguaje de Sorrus.
—El planeta de la cazarrecompensas —dijo Obi-Wan a
Astri.
—Por lo visto, "reesa on" significa algo en un oscuro dialecto sorrusiano —dijo Tahl—. Lo habla una tribu que habita una remota zona de Sorrus.
—¿Qué significa? —preguntó Astri.
Tahl apretó los labios.
—"Atrápame". De hecho, existe un juego infantil en la tribu que lleva ese nombre.
—Así que el nombre es una burla —dijo Obi-Wan—. Atrápame si puedes.
—Exactamente —asintió Tahl — . Tengo las coordena-das de la ubicación de la tribu. Dudo que la cazarrecompen-sas esté allí. Hemos enviado equipos Jedi tras otras pistas. La mayoría están trabajando en la búsqueda del laboratorio de ¿an Arbor haciendo el seguimiento de los envíos de medicamentos. Es una pista pequeña, pero...
—Podríamos saber más sobre ella —dijo Obi-Wan.
—Y no tenemos nada mejor —afirmó Astri. Tahk ladeó la cabeza, como sopesando el significado de las palabras de Astri.
—¿Tenemos?
—Yo voy con Obi-Wan —declaró Astri. Tahl negó con la cabeza.
—No puedes ir en misión Jedi, Astri.
—Pero esto no es una misión —discutió la chica—. No hay riesgos.
—Allá donde esté o pueda estar la cazarrecompensas habrá riesgos —dijo Tahl cortante—. No lo olvides.
Astri alzó la barbilla desafiante. Aunque Tahl no podía verla, supo captar su cabezonería. Frunció el ceño.
—Le prometí a Astri que podría venir conmigo —dijo Obi-Wan a Tahl—, La cazarrecompensas disparó a su padre Tahl. También tiene derecho a seguirla. Y correrá menos riesgos estando conmigo. La enviaré de vuelta al Templo en caso de que la cazarrecompensas esté en Sorrus.
—Esto no me gusta —declaró Tahl—. Tendré que hablarlo con Yoda. Te tienen que asignar un Maestro tem-poral, Obi-Wan. De no ser así, tendrás que quedarte en el Templo.
—Pero no voy a partir en misión, sólo voy a seguir una pista. Qui-Gon necesita mi ayuda —discutió Obi-Wan.
Vio la duda en el rostro de Tahl.
—He de encontrar a mi Maestro, Tahl —dijo Obi-Wan con firmeza—. Puedo sentir su presencia. Sé que me nece-sita. Déjame ir.
—Estoy segura de que vamos a romper un montón de reglas —murmuró Tahl.
Obi-Wan sonrió.
—Eso le gustaría a Qui-Gon.
Tahl sonrió también.
—Sí —dijo suavemente—. Hay una nave de transporte técnico que puede dejaros en la ciudad principal más cerca-na a la tribu del desierto...
Obi-Wan miró a Astri.
—Vámonos.
Capítulo 7
Qui-Gon ansiaba que llegara el momento de su liberación. No sabía cuándo se la ofrecería Zan Arbor, pero la necesitaba tanto que le resultaba difícil pensar en otra cosa.
Estar suspendido en aquel vapor, sin poder ver ni oír, era una tortura peculiar. Privado de sus sentidos, se sentía trastornado. Tenía que ser consciente de su mente en todo momento, mantenerla centrada en su entorno. Apenas podía mover los músculos, y los ejercitaba uno a uno cada media hora. Eso era un esfuerzo. La constante extracción de san-gre estaba comenzando a menguar sus fuerzas.
Sabía que en el Templo le apreciaban por varias cosas: su fuerza física, su conexión con la Fuerza viva y su paciencia. Y ahora estaba suspendido en el aire de una estancia, y no podía hacer uso de ninguna de esas cualidades. Tendría que encontrar otras cosas que se le dieran bien.
La pérdida de la paciencia era lo peor. No podía apaci-guar su desenfrenado deseo de ser libre. Soñaba con la liber-tard como el hambriento sueña con comer. Era demasiado para su enorme capacidad de aguante. Se dio cuenta de que le quedaban muchas cosas por aprender. ¿Cuántas veces le había oído a Yoda decir a un estu-diante avanzado que, para un Jedi, llegar a controlar total mente una habilidad no era más que el primer paso para llegar a comprenderla? ¿Cuántas veces le había dicho él lo mismo a Obi-Wan?
Cuanto más sabes, padawan, menos sabes.
Cuando todo aquello acabara, sabría lo que le quedaba por aprender sobre la paciencia.
¿Era su imaginación, o la niebla estaba empezando a disiparse? Qui-Gon miró hacia abajo y se vio los pies. Sí, el vapor se estaba esfumando poco a poco. ¿Significaría eso que Jenna Zan Arbor estaba a punto de liberarle?
No había hecho planes todavía para su primera salida. Su única intención era hablar con Zan Arbor de nuevo. Pensaba que así conseguiría pistas sobre el procedimiento a seguir.
El vapor desapareció. El corazón se le aceleró. Vio movimiento más allá de las paredes transparentes de la estancia.
—Veo que te agitas, Qui-Gon —la gélida voz de Zan Arbor penetró en la cámara—. Intenta contenerte. Tampoco vas a una fiesta.
Las paredes de la sala comenzaron a descender, desa-pareciendo en el suelo. Las rodillas de Qui-Gon se flexio-naron, y cayó hacia delante. Sentir el suelo contra la mejilla fue como un regalo. Llevaba tanto tiempo privado del tacto que la textura de la piedra, su fría temperatura, era como llu-via fresca sobre la cara.
Vio las botas de Zan Arbor aproximándose, a centíme-tros de su nariz.
—He tenido hombres a mis pies, pero eso fue en mi juventud —comentó ella—. Qué alegría saber que sigo teniendo ese poder.
Él no iba a hablar hasta que estuviera seguro de la firmeza de su voz. Buscó en su interior la reserva de fuerza que sabía que seguía teniendo. Había protegido esa reserva durante las largas horas de su cautiverio.
No se puso de rodillas hasta estar seguro de que podría ponerse en pie. Se levantó con un único movimiento suave. Bloqueó las rodillas.
Siempre la había visto ricamente ataviada, con el pelo sofisticadamente arreglado. Y ahora, Jenna Zan Arbor lleva-ba una sencilla túnica blanca y unos pantalones. Él la recor-daba más alta. Llevaba el pelo recogido hacia atrás y sujeto con un complicado pasador de plata.
—Pensé que eras el tipo de mujer que prefiere que la gente le mire a los ojos —dijo él.
Ella sonrió.
—Pocos pueden hacerlo. Dicen que intimido.
—Eso es lo que hace que los pocos que puedan hacer-lo sean más valiosos.
—A mí ya no me interesan otros seres, ni las conven-ciones creadas por la mayoría de la galaxia —dijo Jenna Zan Arbor con frialdad—. No necesito amigos. Mi trabajo es lo único que me mueve. ¡Nil!
Un ser alto y delgado se acercó. Qui-Gon supo que pro-cedía del planeta Quint. Los quint estaban cubiertos de un suave pelo y tenían la cabeza pequeña y ojos triangulares. Eran extraordinariamente rápidos. Nil tenía dos pistolas láser en el cinturón. Se llevó las manos de afiladas garras a ellas, y le dirigió una mirada despectiva a Qui-Gon.
—Vigílale —ordenó Zan Arbor a Nil —. Un Jedi puede ser un oponente formidable a pesar de estar debilitado y desarmado se volvió hacia Qui-Gon—. Te advierto que mi sistema de seguridad es de última tecnología. Y si intentas escapar, Nil no dudará en dispararte. Qui-Gon no tenía intención de escapar. Sabía que estaba demasiado débil. Haciendo caso omiso de lo que ell había dicho, ignoró a Nil y volvió a su conversación.
—¿Qué te motiva de tu trabajo? —le preguntó Qui-Gon. Mientras hablaban, el Jedi examinó lo que le rodeaba sin que se dieran cuenta. Era una habilidad Jedi. Para Zan Arbor, Qui-Gon tenía la mirada fija en ella.
—¿Que qué me motiva de mi trabajo? —repitió ella asombrada—. Eso es obvio.
Suelo de piedra. Largas mesas metálicas de laboratorio Archivos pulcramente ordenados en un escritorio. Sensores ordenadores, equipo clínico en la pared.
—En absoluto. A cada científico le mueven razones distintas —dijo Qui-Gon, dando unos pasos para estirar las piernas. Nil le seguía de cerca—. Algunos, sólo por investigar..., necesitan saber cómo funcionan las cosas. Algunos quieren ser recordados, que algún descubrimiento lleve su nombre. Algunos piensan en los otros y quieren ayudarles. ¿Qué clase de científica eres tú?
Sólo una salida: una puerta de duracero. Un cerrojo de seguridad a un lado. Necesitaría un código para salir. O su sable láser. Por supuesto, tendría que deshacerse de Nil también.
—¿Por qué no me lo dices tú? —ella le miraba diverti-da mientras cruzaba los brazos, siguiendo los movimientos de él—. ¿De qué clase soy yo?
—Ninguna —dijo él—. Tus ambiciones son aún mayo-res, me temo.
—¿Te temes? ¿Qué tienen de malo las grandes ambi-ciones?
Qui-Gon se detuvo y se puso frente a ella.
—Buscas lo que no se puede conocer y quieres contro-lar lo incontrolable. Semejante esfuerzo está condenado al fracaso.
Un ligero temblor en los labios de ella le indicó que la había hecho enfadar.
—Lo que tú digas —dijo ella, haciendo un gesto desprecio con la mano—. Da igual. Estoy acostumbrada que me subestimen. No tienes ni idea de lo que soy capaz.
—Todo lo contrario —dijo Qui-Gon sombrío—. Sé muy bien hasta dónde eres capaz de llegar para obtener lo que deseas.
—Muy bien —dijo ella, de nuevo divertida—. Eres un digno oponente, Qui-Gon Jinn.
—No soy un oponente —respondió él—. ¿Acaso no soy tu sujeto de investigación?
—Me da la impresión de que no estás sujeto a nada —dijo ella, con la misma débil sonrisa en el rostro.
Nil la miró y le dirigió a Qui-Gon una mirada de puro desprecio.
Está celoso, se dio cuenta Qui-Gon. Quizá pueda servirme de ello.
Zan Arbor debió de arrepentirse de la suavidad de su tono, porque se dio la vuelta y retomó la brusquedad inicial.
—Y ahora vamos con tu parte del trato.
Se sentó frente a un monitor.
—Implanté sensores en tu cuerpo cuando te curé las heridas. Estoy esperando. Usa la Fuerza.
—Necesito fortaleza para usar la Fuerza...
—Deja de retrasarlo —soltó ella.
Qui-Gon estaba débil, pero sabía que podía invocar a la Fuerza y que la encontraría. No podía demostrarle a Zan Albor lo mucho que dependía de la Fuerza.
Miró una carpeta que había sobre la mesa. Usando la Fuerza, hizo que se deslizara rápidamente y que se cayera al Suelo con un estruendo.
— ¡Un truquito digno de un estudiante de primero! —dijo Zan Arbor en tono burlón—. ¡No me sirve de nada!
Bien.
—No puedo hacer más —dijo Qui-Gon.
—¡Mentiroso! —ella saltó de la silla—. ¡Cómo te atreves a desafiarme! ¿No te das cuenta de que estás en mis manos?
—Hicimos un trato. Tú me darías una hora de libertad si yo accedía a la Fuerza. Y así lo he hecho. No creo que ten-gas derecho a enfadarte —dijo Qui-Gon con firmeza.
Ella se acercó a él.
— Yo... mando... aquí —le escupió en la cara—. No te olvides.
Chasqueó los dedos hacia Nil.
—Llévale de vuelta a la cámara.
—Ya veo que no tienes palabra —dijo Qui-Gon, mien-tras Nil le agarraba.
—No juegues conmigo, Qui-Gon Jinn —respondió ella enfadada—. Sé exactamente lo fuerte que eres. Crees que puedes engañarme, pero siempre estaré un paso por delante de ti. ¿Acaso no entiendes todo lo que ya sé? Negociaste por tu libertad sin tener nada. Así que no obtendrás nada de mí.
Encantado de usar la fuerza bruta contra Qui-Gon, Nil le empujó bruscamente hacia la cuadrada superficie de la cámara. Las paredes transparentes comenzaron a alzarse.
—La cantidad de esfuerzo que emplees para invocarla Fuerza será la cantidad de tiempo de libertad que te será otorgada —le dijo Jenna ZarrArbor—. Piénsalo.
El vapor se elevó a su alrededor mientras las paredes le rodeaban. Qui-Gon sintió que la desesperación, como las paredes que le encerraban, empezaba a elevarse.
Te necesito, Obi-Wan. Encuéntrame pronto.
O
Capítulo 8
Obi-Wan y Astri fueron en el transporte técnico hasta Sorrus. El planeta era grande, con varias zonas climáticas. En su vasta superficie había escarpadas cordilleras, enormes desiertos y grandes ciudades. Las grandes acumulaciones de agua eran escasas, y un complejo sistema de irrigación se extendía por toda la superficie en una intrincada serie de vías de agua y tuberías.
El piloto del transporte aterrizó en Yinn La Hi, una de las tres capitales. Obi-Wan le dio las gracias por llevarles. El piloto contempló la ciudad.
—Que tengáis buena suerte. Espero que sepáis adón-de vais.
—A una región desértica llamada Arra —le dijo Obi-Wan, cogiendo su equipo de supervivencia—. ¿Los sorrusianos son amistosos?
E1 piloto sonrió burlón. —Mucho. Mientras no les hables... Obi-Wan entendió las palabras del piloto al cabo de un rato. Les preguntó a tres peatones dónde podían encontrar un transporte hasta Arra, pero los sorrusianos le ignoraron.
—Qué sitio más encantador —dijo Astri—. Ya veo de dónde saco Reesa On su irresistible personalidad. Obi-Wan vio un poco más adelante una estación de transporte. En ella, un empleado tras un mostrador de información les dijo que se dirigieran a un transporte aéreo público que hacía una parada en una estación en el desierto de Arra.
Aunque era obligatorio facilitar billetes gratuitos a los Jedi que viajaban por la galaxia, en Sorrus no se hacía efectiva semejante cortesía. Astri y Obi-Wan pagaron sus asientos con los pocos créditos que tenían.
El viaje hasta el desierto duraba unas horas. Las ciuda-des estaban cada vez más distantes, y el paisaje comenzó a ser abrupto. Volaban sobre una cordillera. En una ladera había verdes praderas; en la otra, desierto. Las dunas se extendían hasta donde se perdía la vista, sin una planta verde. Lo único que veía Obi-Wan eran rocas.
El transporte se detuvo en una desolada plataforma de aterrizaje. Obi-Wan y Astri fueron los únicos en salir.
La nave se elevó y desapareció. Se quedaron de pie en la plataforma y contemplaron el océano de arena. El viento les sacudía en la cara, y se pusieron las capuchas.
—¿Y ahora qué? —preguntó Astri.
—Tengo las coordenadas del último emplazamiento de la tribu —dijo Obi-Wan—. En marcha.
—Estoy empezando a pensar que esto va a ser una pérdida de tiempo —dijo Astri mientras intentaba seguir el paso a Obi-Wan—. Es probable que no encontremos la tribu.
—Es demasiado pronto para preocuparse —respondíó Obi-Wan. Pero él tampoco estaba seguro. No había señales de vida por ninguna parte, ni siquiera vegetación. ¿Quién podría sobrevivir en un terreno tan agreste? Quizá la tribu se hubiera trasladado.
Caminaron hasta un desfiladero cerca de las faldas de la cordillera. Las coordenadas coincidían con la información que Tahl le había proporcionado, pero no había señales de la tribu Obi-Wan avanzó con dificultad por la arena en busca de alguna pista.
—Si han pasado por aquí, es obvio que ya se han marchado —dijo Obi-Wan. Pateó una piedra—. No sé cómo pueden sobrevivir aquí. No hay agua, ni comida.
—Yo no estaría tan segura —Astri se agachó y le ense-ñó la parte de la piedra que había permanecido pegada al suelo. Estaba cubierta de una sustancia verdosa. Ella sonrió—. ¿Tienes hambre?
Obi-Wan sonrió y se giró para escudriñar la ladera del desfiladero.
—Puede que haya cuevas en las paredes del cañón.
Astri entrecerró los ojos.
—Quizá se refugien ahí durante la parte más calurosa del día.
—Merece la pena mirar —asintió Obi-Wan.
De repente, un sonido agudo y estremecedor cortó el aire. Obi-Wan no sabía si era el viento, o alguna criatura extraña.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Astri con miedo.
El miró alrededor, buscando movimiento. Se llevó la mano al sable láser. Percibía peligro, pero no sabía desde dónde.
La Fuerza se arremolinaba a su alrededor, latiendo al ritmo de la arena en movimiento. Vio que algo se movía en las alturas, volando hacia él desde las paredes del desfiladero. De repente, las sombras se multiplicaron.
No eran sombras. Sorrusianos. ¡Obi-Wan y Astri esta-ban siendo atacados!
Obi-Wan saltó hacia atrás cuando un sorrusiano se abalanzó directamente hacia él. Iban armados con instrumentos que él no había visto nunca. Estaban hechos de hueso y afilados en los extremos. Sus atacantes los hacían girar tan rápido que apenas los distinguía. Eran diez..., once..., doce atacantes. Una superioridad aplastante.
Desacostumbrada al combate, Astri se tambaleó hacia atrás, con el pánico en el rostro al ver a tantos sorrusianos
Se llevó la mano a la vibrocuchilla.
Obi-Wan tenía que moverse rápidamente para cubrí Astri. Saltó y giró, cortando limpiamente por la mitad arma de su oponente.
—¡Quédate detrás de mí, Astri! —gritó él. Dio unos pasos hacia atrás, cortando con su vibrocuchilla a un atacante que le venía por la derecha.
Obi-Wan sajó el arma de otro sorrusiano y saltó para proteger a Astri de otros tres que avanzaban desde varias direcciones.
La vibrocuchilla de Astri bajó sobre la afilada hoja del arma de un sorrusiano, cortándola en dos. Agarrando el sable láser con fuerza, Obi-Wan giró y despachó a dos oponentes con un barrido de arriba abajo, seguido por un rápido revés. Se apoyó sobre una rodilla y seccionó el arma del tercero.
Los otros habían visto de lo que era capaz el sable láser y comenzaron a retirarse. Obi-Wan se sintió aliviado al darse cuenta. No quería hacer daño a los miembros de la tribu. De ese modo perdería cualquier posibilidad de cooperación.
Uno de los indígenas vestidos con túnica soltó un grito agudo, como un graznido. Simultáneamente, el resto de la tribu soltó las armas.
—No traemos problemas a tu pueblo —dijo Obi-Wan al sorrusiano que había alzado la mano—. Hemos venido para ayudar.
—Nosotros no ayudamos a los extraños.
Hubo una apagada exclamación de asombro cuando Obi-Wan desactivó el sable láser.
El líder sorrusiano caminó alrededor de Obi-Wan y Astri. Dijo algo en un dialecto que Obi-Wan no comprendió. Sus gestos indicaban que ellos esperaban encontrarse con algo digno de robar y que estaban decepcionados.
Obi-Wan abrió la mochila.
—Tengo cápsulas alimenticias —sacó un puñado de cápsulas que desaparecieron rápidamente. Una hembra se las dio a los niños.
Obi-Wan observó a la tribu comiendo con fiereza. No le quedaba casi nada para complacerles. Deseó haber traído más comida. Astri distribuyó también rápidamente sus raciones.
Obi-Wan se acercó al líder, que había rechazado las raciones y observaba a la tribu comer.
—¿Por qué os quedáis aquí si os estáis muriendo de hambre? —preguntó Obi-Wan—. Al otro lado de las monta-ñas hay un valle fértil.
El líder no dijo nada. Obi-Wan temió que el férreo silencio sorrusiano fuera impenetrable, pero el jefe debió de pensar que le debía una respuesta después de que Obi-Wan les hubiera regalado comida.
—¿Piensas que nos quedamos aquí por elección propia? —él negó con la cabeza—. Hubo una época en la que en este desierto también había verdes praderas. Cultivába-mos y teníamos de sobra para alimentarnos. Era una vida difícil, pero hecha para nosotros. Y entonces, hace diez años, construyeron esa presa. Desviaron el agua desde nuestras tierras. Los inviernos han sido difíciles desde entonces, uno tras otro. La poca tierra que nos quedaba para cultivar se ha secado.
—¿Y entonces por qué os quedáis? —Hemos intentado trasladarnos a tierras más fértiles, pero somos rechazados constantemente por otras tribus. Estamosdemasiado débiles para tomar la tierra por la fuerza.
—¿Y el gobierno de Sorrus no os ayuda? El planeta tiene un sistema de irrigación... El líder soltó una carcajada.
—Fue el gobierno de Sorrus el que construyó la presa.
Y lo peor de todo es que nuestra tribu lo aprobó en una vota-ción. Nos dijeron que nos beneficiaría. Pero para que nos legara la irrigación tendríamos que sobornar a los funcionarios.
Los miembros de la tribu comenzaron a retroceder hacia las paredes del cañón.
—Hemos venido buscando a alguien —dijo Astri al jefe de la tribu.
Él no respondió, pero mantuvo la mirada fija en la vasta extensión arenosa.
—Emplea el alias de Reesa On —dijo Obi-Wan—. Es una cazarrecompensas. Es más o menos del tamaño de mi compañera, pero lleva la cabeza afeitada. Tenéis que cono-cerla. Procede de vuestra tribu.
El jefe no respondió.
—Por favor, ayudadnos —dijo Astri lentamente—. Las vidas de nuestros seres queridos están en peligro.
El jefe se alejó andando.
Astri le siguió con la mirada y con una expresión de angustia en el rostro.
—Haz que nos lo diga, Obi-Wan. No podemos rendirnos.
No, no podían rendirse; pero ¿qué podían hacer?
Un niño sorrusiano algo más joven que Obi-Wan se acercó a ellos.
—Sé a quién estáis buscando —les dijo—. Sé su nombre y cosas sobre ella. Os las puedo contar.
Obi-Wan le miró con gesto astuto.
—¿Y qué quieres a cambio?
El chico señaló al sable láser de Obi-Wan.
—Esto.
Ningún Jedi se separaba jamás por voluntad propia de su sable láser. Obi-Wan invocó a la Fuerza. Centro su atención en la mente del chico.
—Admiras el sable láser, pero no quieres poseerlo —dijo Obi-Wan—. Nos darás esa información a cambio de nada.
E1 chico puso gesto de asombro.
—Pues no. Te lo acabo de decir. O hacemos un trato o nada.
No dejaba de sorprenderle. Justo cuando él empezaba a fiar en sus habilidades Jedi, algo le recordaba que no era más que un aprendiz. No podía acceder a la Fuerza con la seguridad de Qui-Gon. No podía influir sobre el chico. —Venga. ¿Qué dices? —los ojos ávidos del niño estaban posados sobre el sable láser de Obi-Wan, que estaba firmemente fijado en su cinturón.
De repente le golpeó la duda. No podía regalar su sable láser; eso era impensable. Pero ¿y si era la única forma de salvar a su Maestro?
Se sintió presionado por siglos de tradición Jedi y por su propia angustia. El dilema le dejaba sin respiración. No podía hablar. No tenía opción.
Y mientras, su Maestro podía estar muriendo.
Capítulo 9
La siguiente vez que le dejó salir del tanque, Qui-Gon se quedó alarmado del alivio que llegó a sentir. Creía que ella había cambiado de opinión. Volvió a caer sobre el suelo del laboratorio. Y no se levantó hasta que estuvo seguro de que podía mantenerse en pie.
Vestida de blanco una vez más, con el pelo rubio recogi-do hacia atrás, la científica le contempló con ojos brillantes. —Me has decepcionado. A Qui-Gon le costó sonreír débilmente.
—Vaya tragedia.
—No te estás debilitando tan rápidamente como los otros. No sé por qué.
—Siento decepcionarte. ¿Quieres que intente morirme
más deprisa?
Nil avanzó unos pasos, con la mirada hostil fija en Qui-Gon. Le golpeó con la empuñadura de una pistola láser.
—¡No bromees con Madame!
—¿Vas a ayudarme esta vez para que la libertad te un poco más? —preguntó Zan Arbor cortante.
—Si voy a ayudarte, necesitaré fortaleza. Tengo que utilizar mis músculos —dijo Qui-Gon—. Si pudiera dar un paseo por fuera del laboratorio...
Ella negó con la cabeza. —Imposible.
—Si quieres que use la Fuerza, ¿por qué me debilitas?
—preguntó Qui-Gon—. Cuando el cuerpo se debilita, su
capacidad para conectarse con la Fuerza también disminuye.
—Lo sé —soltó Zan Arbor. Fue apresuradamente de un lado a otro del laboratorio—. Lo descubrí enseguida. Pero necesito analizar tu sangre. Estoy segura de que en ella hay una forma de controlar la Fuerza. ¡Pero no la encuentro! Si consigo descubrir más propiedades de la Fuerza, y cómo se utiliza, podré empezar a descrifrar exactamente lo que es.
Qui-Gon no quería enfadarla, sólo distraerla. Quería que se olvidara del tiempo que él llevaba fuera de la cámara.
—¿Qué hay de tu otra investigación? —preguntó él—. ¿Merece la pena abandonarlo todo por saber más sobre la Fuerza? Has salvado a muchos seres en la galaxia. Tienes renombre.
—Estoy harta del renombre —dijo Jenna Zan Arbor, enrabietada como una niña—. ¿Qué me han dado por él?
—Respeto —contestó Qui-Gon—. Y saber que has obrado bien con otros seres.
—Hubo una época en la que eso me parecía importante —dijo Zan Arbor amargamente —. Ahora ya no. Nunca dejé de luchar en el Senado para que me financiaran las investigaciones. Nunca dejé de convencer a líderes medio ineptos para que realizaran pruebas de mis vacunas. Nunca dejé de pasarme interminables horas intentando que alguien patrocinara mis proyectos. ¡Debería haber estado trabajando! Soy demasiado valiosa como para perder el tiempo. —Eso es cierto —dijo Qui-Gon—. No había pensado en esas dificultades —Qui-Gon se dio cuenta de que Jenna Zan Arbor estaba consumida por su propio talento. A ese tipo de seres les gustaba hablar de sí mismos. Si tenía cuidado y no la hacía enfadar, podría quedarse más tiempo fuera de la cámara y aprender más sobre ella. Su única esperanza de escape estaba en comprender a su captora.
—Nadie piensa en las dificultades —dijo Zan Arbor dando unos pasos hacia delante y hacia atrás —. Cuando una ola de hambre asoló Rend 5 y yo creé biológicamente un ali mentó nuevo para dar de comer a todo el planeta, ¿recibí una recompensa? Cuando el virus Tendor devastó todo el sistema Caldoni y mi vacuna supuso la cura de millones de seres, ¿qué recibí a cambio? No lo suficiente. Y aprendí la lección.
—¿Qué aprendiste? — Qui-Gon se dio cuenta de que Nil contemplaba a Zan Arbor con adoración. No estaba concentrado en vigilar a Qui-Gon.
—Que no debo depender de la galaxia para el recono-cimiento de mi grandeza —dijo Zan Arbor—. Tengo que depender de mí misma para recaudar los fondos que necesi-to. Una ola de hambre aquí, una epidemia allá... ¿qué impor-tan? Enfermarán, pasarán un poco de hambre. Y pagarán por la cura.
—No lo entiendo —dijo Qui-Gon.
Zan Arbor no le respondió directamente.
—Hay moralidad en la galaxia, pero yo todavía no la he visto —musitó ella—. He visto codicia, violencia, pereza. Si lo ves de ese modo, les hago un favor. Reduzco poblaciones y les hago un favor.
Qui-Gon vio tras el velo de sus palabras una verdad que le desconcertó. Se esforzó por ocultar su disgusto. Tenía calma en la voz, incluso cuando formuló la siguiente pregunta.
—¿Así que introduces un virus en una población para luego poder curarlo?
Pero Zan Arbor debió de percibir algo en su tono.
—Me olvidé por un momento de la moralidad Jedi. A ti
eso te parece mal.
—Estoy intentando entender tus razones —dijo Qui-Gon—.Eres una brillante científica. Es difícil seguir los giros de tus pensamientos. La respuesta pareció encantar a Jenna Zan Arbor.
—Evidentemente, enfoqué los problemas desde el punto de vista científico. Utilicé modelos. Calculé cuántas muertes causarían el pánico en una población. Y entonces introduje un virus en cierta cantidad y esperé a que se mul-tiplicara. Cuando moría una determinada cantidad de gente, el líder se ponía en contacto conmigo. Entonces yo fingía trabajar en el antídoto que ya tenía preparado. Cuando esta-ban desesperados y dispuestos a abrirme las arcas del tesoro, yo se lo entregaba. Así que ya ves, no había muertes innecesarias.
Los ojos de Zan Arbor brillaban con el resplandor del orgullo. Qui-Gon se dio cuenta de que todo lo que estaba diciendo tenía sentido para ella. Se dio cuenta de que estaba loca.
—¿Pero eso facilitaba o dificultaba la situación?
— ¡Oh tú, grandeza! —soltó Nil.
Zan Arbor no pareció darse cuenta del piropo.
—Tuve que hacerlo, entiéndelo —dijo ella a Qui-Gon—. El misterio que reside en el corazón de la Fuerza es la mayor incógnita que he investigado. Necesitaba fondos para esa investigación. Si llego al núcleo de la Fuerza, llegaré al núcleo del poder. Al corazón de la existencia misma. —Ycuando lo hagas ¿qué vendrá después? —preguntó Qui-Gon.
—Por fin tendré todo el poder que necesito —dijo ella —. entonces los amigos que he dejado atrás comprenderán que si hice sacrificios... fue... por una buena razón.
Qui-Gon percibió cierto tono de duda. —¿Te refieres a Uta S'orn? —Ella es mi amiga. Siempre me ha apoyado. Estuvo a mi lado en el Senado. Por supuesto, estoy agradecida —Jenna Zan Arbor parecía indecisa por primera vez—. Pero uno puede dejar que la gratitud interfiera con la ciencia.
—Así que cuando descubriste que su hijo era sensihi a la Fuerza, viste un camino para profundizar en tu investi-gación —supuso Qui-Gon.
—¡Él accedió desde el principio! —gritó Jenna Zan Arbor—. Hubiera hecho cualquier cosa por dinero. No se dio cuenta del compromiso que suponía. Era un sujeto de investigación científica. Debería haber sabido que eso implicaba algunos riesgos...
—Pero él no esperaba morir —dijo Qui-Gon.
—Yo tampoco —dijo ella rápidamente—. ¿Qué clase de vida se ha perdido? Una vida de dolor. Uta sufrió por su hijo durante cada minuto mientras estuvo vivo. Y esa situación no ha cambiado mucho.
—Así que piensas que ella lo entenderá —dijo Qui-Gon. Tras la frialdad de Zan Arbor, él percibió angustia. —Tiene que hacerlo. Es lógico.
—Seguro que será una conversación muy interesante —afirmó Qui-Gon en tono neutro.
—Ya es hora de que utilices la Fuerza —dijo ella de repente, como si se arrepintiera de sus palabras—. Y esta vez, quiero ver algo más que un simple movimiento de objetos.
Qui-Gon invocó a la Fuerza. Cerró los ojos y la sintió a su alrededor, sintió cómo le conectaba con todos los seres vivos de allí y del resto del planeta... donde quiera que estu-viese. La reunió en el interior de su cuerpo para poder sanarse...
Y sintió una llamada de respuesta.
Había alguien más allí. ¿Sería Obi-Wan? Qui-Gon se
concentró, reuniendo la Fuerza a su alrededor.
No, no era Obi-Wan. Era otra persona. Zan Arbor tenía otro cautivo allí, alguien sensible a la Fuerza. Y fuera quien fuese, estaba muy debilitado.
Oyó un pitido y abrió los ojos. Zan Arbor estaba frente al odenador, agachándose para estudiar el monitor.
—Excelente —dijo ella.
Él dejó escapar la Fuerza. Ella se giró y le miró en-fadada.
—Estoy cansado —dijo el.
—Entonces no te importará volver a tu cámara para descansar soltó ella.
Pues sí, le importaba. Pero no tanto como antes. Había alguien más. La próxima vez que saliera, estaría preparado para luchar.
Capítulo 10
Antes de que Obi-Wan pudiera hablar o moverse, Astri dio un paso adelante. —¿Para qué quieres el sable láser? —preguntó al chico.
Él levantó la barbilla. —¿Qué más da?
—¿Y si lo quieres para utilizarlo contra nosotros? —le desafió Astri—. ¿Cómo íbamos a dártelo en ese caso?
—¡No quiero mataros! —protestó el chico.
Astri le contempló.
—Pero quieres encontrar comida para tu familia y para tu tribu. Y crees que si tuvieras esta arma, podrías vencer a la tribu del otro lado de la montaña.
El chico miró con codicia el sable láser.
—He visto de lo que es capaz esa arma.
—Tu plan tiene dos inconvenientes —dijo Astri con tranquilidad—. El primero es que tienes que entrenar durante años para poder utilizar un sable láser. ¿No es cierto, Obi-Wan?
Él asintió.
—E incluso así te quedaría mucho por aprender.
—Así que no llegarías a ninguna parte — concluyó Astri —. Excepto quizás a mutilarte un pie. El segundo inconveniente es que no resolvería tu problema. Incluso si llegaras a luchar con esa tribu y a ganar, lo que es muy poco probable, por cierto, conseguirías comida para una semana un mes a lo sumo; pero seguiríais pasando hambre cuando la comida se acabara. Tendrías que luchar de nuevo. Y entonces la otra tribu ya estaría preparada para el contraataque.
El chico la miró arisco.
—¿Y qué? Seguiría teniendo el sable láser. Podría luchar de nuevo.
—Aun así, no vamos a regalarte un arma tan poderosa porque sí —dijo Astri —. Tendríamos que llegar a un acuerdo.
Obi-Wan la miró fijamente. ¿Tendríamos? Él no había dicho ni una palabra.
Astri le ignoró.
—Si nos dices lo que sabes, cocinaré un plato delicio-so para ti y tu familia. Os enseñaré dónde encontrar comida y cómo prepararla para que no volváis a pasar hambre.
El chico se rió.
—¿Me enseñarás a ser cocinero?
—Te enseñaré a alimentar a tu tribu — corrigió Astri—. No para una semana o para un mes, sino para siempre. Y si no lo consigo, te daremos el sable láser de mi amigo.
Obi-Wan la miró fijamente. Él no estaba de acuerdo con eso. Ella se llevó un dedo a los labios.
El chico se quedó mirando el amplio paisaje de arena.
Ni un ser vivo, nada que creciera a la vista. Sonrió lenta-mente.
—Trato hecho.
—De acuerdo — asintió Astri —. Corre a buscar algo en lo que meter comida y empezaremos.
***
El nombre del chico era Bhu Cranna. Les siguió mientras Astri y Obi-Wan avanzaban trabajosamente por la arena.
—Espero que sepas lo que estás haciendo —murmuró Obi-Wan.
—Tú te ocupas del sable láser y yo de la comida —Astri se fue a la sombra de la pared del desfiladero. Donde la arena se juntaba con la roca, ella comenzó a cavar. Se levantó con un poco de moho morado.
—Parece delicioso —dijo Obi-Wan indeciso.
Ella sonrió y se lo dio a Bhu.
— Ya verás.
Durante la siguiente hora, Obi-Wan y Bhu siguieron a Astri, cumpliendo sus instrucciones mientras extraían el moho de las rocas y cavaban para encontrar raíces. Astri cortó la carne de una planta espinosa y extrajo el jugo que salía de su interior. Entraron a gatas en una caverna para recoger los hongos que crecían en las grietas de las rocas.
Obi-Wan sufría por el retraso, pero algo le decía que la información sobre Reesa On era crucial para encontrar a Qui-Gon. Sólo esperaba que el plan de Astri funcionara.
—Cuando empecé a ocuparme de la cocina en la cafe-tería, diseñé un plan —explicó Astri mientras le quitaba las espinas a la planta carnosa que había troceado—. Cada semana preparaba platos típicos de algún planeta de la galaxia. Por suerte, Sorrus fue uno de esos planetas. Lo elegí porque es muy grande, y hay muchos sorrusianos viajando por la galaxia.
—¿Y si es su propia comida, por qué no saben prepararla ellos mismos? —preguntó Obi-Wan señalando las plantas y las setas que habían recogido.
—Porque hasta hace poco teníamos cultivos —intervino Bhu—. Y hasta hace poco teníamos agua.
Astri asintió.
—En el desierto de Tira, al otro lado de Sorrus, nunca han tenido agua, así que viven de lo que crece en la arena.
Supuse que aquí habría el mismo tipo de plantas. Y así es
—cogió una raíz enredada—. Esto se llama raíz turu.
Cruda tiene un sabor repugnante, pero si se cocina bien, es deliciosa.
Obi-Wan contempló dudoso la planta.
—No puedo creer que las vidas de Qui-Gon y Didi dependan de una raíz. ¿De verdad puedes conseguir que todo esto sepa bien?
—Tú mira.
Astri machacó las raíces hasta hacer una pasta. Dejó que las setas se secaran al sol. Aplastó trocitos de hoja y raí-ces y los mezcló con especias. Luego comenzó a asar por aquí, a remover por allá y a reunir los distintos elementos en un mismo plato.
—En el desierto de Tira, al otro lado de Sorrus, nunca han tenido agua, así que viven de lo que crece en la arena.
Supuse que aquí habría el mismo tipo de plantas. Y así es.
—cogió una raíz enredada—. Esto se llama raíz turu.
Cruda tiene un sabor repugnante, pero si se cocina bien, es deliciosa.
Obi-Wan contempló dudoso la planta.
—No puedo creer que las vidas de Qui-Gon y Didi dependan de una raíz. ¿De verdad puedes conseguir que todo esto sepa bien?
—Tú mira.
Astri machacó las raíces hasta hacer una pasta. Dejó que las setas se secaran al sol. Aplastó trocitos de hoja y raí-ces y los mezcló con especias. Luego comenzó a asar por aquí, a remover por allá y a reunir los distintos elementos en un mismo plato.
Cuando la comida estuvo preparada, Astri se la sirvió al chico y a su familia. Resultó que Bhu era el hijo del jefe de la tribu, Goq Cranna. Fue el primero en probar la comida, catando cada cosa por separado y masticando sin expresión. El chico y su madre esperaban, mirándole expectantes. Obi-Wan se dio cuenta de que estaba aguantando la respiración.
—Está rico —el padre miró encantado a Astri—. ¿Dónde encontraste estas cosas?
—Yo te lo enseñaré —dijo Bhu.
—Y y o puedo enseñaros aún más —añadió Astri—. Pero ahora bebéis contarnos todo lo que sepáis sobre Reesa On.
El líder se levantó.
—Su nombre es Ona Nobis. Bhu nos dirá adonde tenemos que ir.
Obi-Wan y Astri siguieron a Bhu y a Goq Cranna por las dunas. Mientras andaban, Astri le dijo en voz baja a Obi-Wan.
—¿Qué decías de que no iba a ser capaz de cocinar soluciones?
—He recibido mi merecido.
—Nosotros no hablamos de Ona Nobis —explicó Goq cuando se aproximaron a él. Hablaba con frases cortas como el resto de la tribu — . Hemos olvidado su nombre. Nos traicionó por dinero. Una vergüenza. El delegado del Gobierno nos habló de las maravillas de la presa. Nosotr no estábamos muy convencidos, pero ella nos dijo que 1e escucháramos. Nos convenció. Más tarde descubrimos que estaba compinchada con él. Sabían que la presa convertiría nuestras tierras en este árido lugar. El delegado poseía terre- nos al otro lado de la montaña. Quería tierras fértiles. Así que él se quedó con el agua. Nosotros, con la arena.
—¿Y qué pasó con Ona Nobis? —preguntó Obi-Wan.
—Se fue antes de que nos diéramos cuenta de nuestro error. Sabemos cómo se gana la vida. Otra vergüenza.
—¿Adonde nos lleváis? —preguntó Astri.
—Mi hijo encontró este sitio —dijo Goq—. Ella tenía un escondite. Muy bien oculto.
Llegaron a otro desfiladero más pequeño. Bhu se detuvo cuando llegó a un muro levantado con piedras.
—Cuando doblemos esta esquina, el viento será muy fuerte —advirtió. Se levantó la capucha y les indicó que hicieran lo mismo.
—Es por el relieve del terreno —dijo Goq—. Crea una fuerte corriente de aire. Nadie viene por aquí.
Doblaron la esquina. Obi-Wan casi cayó al suelo. Astri se tambaleó, y él alargó una mano para ayudarla. Tiró de ella hacia delante. El viento era fortísimo. La arena les golpeaba la piel y los ojos. Se cubrieron la cara con las túnicas.
—¡Por aquí! —grito Goq — . ¡No os alejéis!
Obi-Wan seguía a Goq de cerca. Cuanto más se acercaban a las paredes del cañón, peor se ponía la tormenta de arena. Él ya no veía a Bhu, que estaba apenas a unos metros de distancia.
Cuando vio a Goq poniéndose de rodillas, hizo lo mismo. Le indicó a Astri que se pusiera delante de él para asegurarse de que no se perdiera.
Obi-Wan se puso a gatas y siguió a los otros. Vio a Astri desaparecer en una pequeña grieta de la pared rocosa. Él la siguió hacia el interior.
El viento se detuvo de repente. Obi-Wan se limpió la cara y se sacudió la arena del pelo y de los pliegues de la túnica. Bhu encendió una linterna.
—Seguidme —susurró—. En unos pocos metros, podremos ponernos de pie.
Obi-Wan se arrastró detrás de Astri. Ella se adentró por otra apertura, y él la siguió. De repente, las paredes se sepa-raron. Tuvo la sensación de espacio abierto a su alrededor. Se levantó con cuidado.
Bhu alumbró con la linterna. Obi-Wan vio un suelo y unas paredes lisas, un colchón enrollado en una esquina y algo cubierto con una lona. Cogió rápidamente su linterna.
Alzó la lona y alumbró las cajas que había debajo.
—Suministros de medicamentos. Raciones de supervi-vencia.
—Votamos y decidimos dejar intactas las raciones de supervivencia —les dijo Goq —. No queríamos que ella supiera que habíamos encontrado este sitio —sonrió breve-lente—. Estábamos cada vez más dispuestos a saquear la comida, hasta que llegasteis vosotros. Ahora ya no lo nece-sitamos.
—¿De modo que ella no sabe que habéis encontrado este sitio?—preguntó Obi-Wan. Bhu negó con la cabeza.
—Hemos sido muy cuidadosos. Creo que estuvo aquí hace poco. Falta una de las raciones de supervivencia,
—Nosotros nos vamos —dijo Goq—. Os esperaremos en el siguiente desfiladero. Si seguís la pared nos encontraréis.
Obi-Wan les dio las gracias, y Goq y Bhu se marcharon
— Aquí hay un datapad, Obi-Wan —exclamó Astri.
Obi-Wan se acercó. Accedió rápidamente al sistema de archivos. Por suerte no estaban codificados.
—Son archivos de casos —dijo él mirándolos por enci-ma—. Clientes. Los trabajos que le han encargado.
—¿Alguna pista sobre su paradero actual? —preguntó Astri.
—Un momento. Voy a entrar en el último archivo —Obi-Wan pulsó algunas teclas. Leyó minuciosamente la informa-ción—. Aquí está —dijo nervioso.
Astri se agachó junto a él.
—¿El qué?
—El caso en el que está trabajando ahora —dijo Obi-Wan—. Creo que ya terminó su misión con Jenna Zan Arbor — señaló a la pantalla—. Está vigilando al gobernador de Cinnatar. Eso se encuentra en este sistema. A menos de un día de aquí.
—El gobernador debe ser su próximo objetivo —asin-tió Astri.
—Llamaré al Templo para que envíen un equipo Jedi —Obi-Wan cogió el intercomunicador pero el indicador de luz ya estaba activado. Tahl le estaba buscando.
Al cabo de un instante, la clara voz de Tahl se abrió paso por el intercomunicador.
—Por fin hemos descifrado el código de Zan Arbor. Los Jedi están muy preocupados. Sabemos que Zan Arbor está llevando a cabo experimentos con la Fuerza. Es probable que tenga cautivo a Qui-Gon para... para experimentar con él —Tahl se aclaró la garganta—. Su primer experimentó fue con un sujeto cuyas iniciales eran RS.
—¿Ren S'orn? —adivinó Obi-Wan. Habían averiguado que el difunto hijo de la senadora S'orn estaba involucrado en el misterioso ataque a Didi. Pero no sabían por qué.
—Eso pensamos —confirmó Tahl —. Hay una nota deinvestigación que advierte que se llevarían a cabo más experimentos. Pero no fue así. La anotación data de unos díasantes de que se encontrara el cadáver de Ren S'orn en Simpla-12.
Obi-Wan tragó saliva. El cuerpo de Ren S'orn estaba desangrado. Había sido el sujeto experimental de Jenna Zan Arbor. Pero Qui-Gon era tan fuerte, tan inteligente. No podía correr la misma suerte.
—Ya sabes lo que pensamos, Obi-Wan —dijo Tahl en voz baja.
—Sí.
—Tenía la esperanza de que supierais algo sobre la cazarrecompensas. Estamos pensando en el procedimiento a seguir.
—Creo que tenemos algo —dijo Obi-Wan—. Hemos averiguado el nombre real de la cazarrecompensas. Es Ona Nobis. Creo que su siguiente misión consiste en asesinar al gobernador de Cinnatar.
—Le alertaremos y mandaremos un equipo para reu-nirse con vosotros inmediatamente —dijo Tahl —. Dile a Astri que vuelva. Llámame cuando llegues a Cinnatar.
Tahl cortó la comunicación. Obi-Wan se quedó mirando eldatapad deOnaNobis.
—Vamos, Obi-Wan —le apremió Astri —. No hay tiem-po que perder. Yo no voy a volver al Templo. Voy contigo.
—Espera —dijo Obi-Wan.
—No intentes discutir conmigo —dijo Astri con los ojos llameantes—. Voy contigo. Corre. No podemos perder el último transporte de vuelta a la ciudad. Sabía que tenían que darse prisa para llegar al transporte. Pero algo no iba bien. Algo en su interior le alertaba del peligro.
Escucha siempre tus propias dudas. Hasta en momentos de auténtico apremio, párate a escuchar Y confía en lo que oigas.
Palabras de Qui-Gon. Obi-Wan dudó. Algo le decía que Cinnatar no era el sitio donde encontraría respuestas
—¡Obi-Wan! —gritó Astri frustrada.
—Dime una cosa, Astri —dijo él—. La cazarrecom-pensas Ona Nobis es muy lista. No ha dejado de sorpren-demos. Incluso engañó a Qui-Gon.
—Sí —dijo Astri impaciente.
—¿Y entonces por qué eligió un alias que nos llevaría directamente a su lugar de procedencia?
—Porque no sabía que lo adivinarías —dijo Astri.
—Parte de la inteligencia consiste en no subestimar la inteligencia de tu oponente —dijo Obi-Wan negando con la cabeza—. Ella conoce los recursos del Templo. ¿Por qué iba a arriesgarse así?
Astri se acercó unos pasos hasta Obi-Wan.
—¿Qué estás diciendo? ¿Que ella quería que la encon-tráramos?
—No. Quería que encontráramos esto —Obi-Wan se-ñaló la caverna—. Y esto —señaló el datapad.
—Pero no fue fácil encontrarlo. Bhu dio con la cueva por casualidad...
—Era sólo cuestión de tiempo que algún miembro de la tribu hallara este sitio —dijo Obi-Wan—. Van de un lado a otro buscando comida y bebida. Ella lo sabe bien.
Él tocó el datapad.
—¿Y si quería darnos una pista falsa? ¿Y si sigue tra-bajando para Jenna Zan Arbor?
—Quizá tengas razón, Obi-Wan —dijo Astri lentamente—, pero tenemos que estar seguros.
Si tomaba la decisión incorrecta, pondría en peligro la vida de Qui-Gon. Pero tenía que tomar una decisión.
Obi-Wan cerró los ojos. Se deshizo del apremio y de la preocupación. Respiró profundamente dejando escapar su miedo a tomar la decisión equivocada. Escuchó a su instinto. Si Cinnatar no era el destino correcto, ¿adónde tenían que dirigirse?
Al cabo de un rato, abrió los ojos.
—Vamos a Simpla-12, donde encontraron a Ren S'orn
—dijo a Astri.
Capítulo 11
La siguiente ocasión en la que a Qui-Gon se le permitió salir de la cámara, Jenna Zan Arbor no estaba en el laboratorio. Nil le hizo avanzar a empujones; pero esta vez Qui-Gon no cayó al suelo. Había recuperado algo de la fuerza que había perdido. La Fuerza le estaba ayudando lenta y gradualmente. Estaba aprendiendo a utilizar su cautiverio para entrar en contacto con la Fuerza, para llegar hasta ella poco a poco.
Saber que había por lo menos otro ser cautivo en aquel lugar le había ayudado. Le había dado un objetivo más grande que él mismo.
—¿Dónde está? —preguntó a Nil, intentando parecer poco interesado.
—¿Y a ti qué te importa? —gruñó Nil—. Puede que ya no quiera volver a hablar contigo.
Qui-Gon le miró con compasión.
—Puede que seas tú el que no quiere que ella hable conmigo.
—Te burlas de ella —soltó Nil—. No eres su amigo.
No eres consciente de su grandeza.
—Bueno, tú trabajas con ella, Nil. Sin duda ves cosas que yo no veo. Y eres tú el que es valioso para ella —dijo Qui-Gon.
—¡Así es! —Nil se golpeó el pecho—. ¡Yo soy el queprotege a jenna! No lo olvides. Si intentas algo te dispararé. ¡Yo no fallaré como Ona Nobis!
Ona Nobis. Tenía que ser la cazarrecompensas.
—Pero si sólo te tiene a ti para hablar, es probable que se aburra un poco —añadió Qui-Gon.
—¡No se aburría hasta que tú viniste! —gruñó Nil—. Yo era todo lo que ella necesitaba.
Así que Nil era el único guardián.
Qui-Gon invocó a la Fuerza. Un piloto se encendió en el panel cuando sus señales vitales comenzaron a bajar de intensidad, pero Nil no se dio cuenta.
—Ella no necesita a Ona. No te necesita a ti. Me tiene a mí —murmuró Nil—. Y toda esta charla la distrae.
Qui-Gon intensificó su esfuerzo. Sabía que cuando la Fuerza se reconcentrara, sonaría un timbre agudo. Necesitaba una pequeña distracción, nada más.
El penetrante sonido del sensor cortó el silencio. Nil se giró sobresaltado.
En ese momento, Qui-Gon se movió a la velocidad del rayo. Había reservado todas sus fuerzas justo para ese momento. Le retorció a Nil el brazo detrás de la espalda y le quitó una pistola láser antes de que el guardia pudiera pestañear. Intentó quitarle la otra del cinturón mientras Nil se daba la vuelta, pero Nil puso su mano sobre la de Qui-Gon, retorciéndola, y la pistola se disparó. Nil sintió el pro-yectil pasándole junto a la oreja. Puso los ojos en blanco y se desmayó.
Qui-Gon arrastró a Nil hasta la puerta. Recordó los tonos del código de seguridad y lo introdujo. Luego apretó el pulgar de Nil contra el registro. La puerta se abrió. Arrastró a Nil de vuelta, pero cuando lo hizo, una luz roja se encendió en el panel y la puerta comenzó a cerrarse. Tenía que haber una prestación de seguridad extra que él no conocía.
Qui-Gon soltó a Nil, se abalanzó hacia la puerta y consiguió meter el brazo antes de que cerrara.
El dolor lo atravesó, pero no movió el brazo. Giró sobre sí mismo para que el otro brazo le quedara libre. Lo alargó hacia la mesa del laboratorio. Un largo instrumento de acero yacía sobre la mesa, justo fuera de su alcance. Invocando a la Fuerza, Qui-Gon lo hizo volar hasta su mano.
Con todas sus fuerzas, empujó la puerta para abrirla más. Se abrió, centímetro tras agonizante centímetro Cuando la abertura fue lo suficientemente grande como para colarse por ella, introdujo el instrumento de acero contra la puerta para mantenerla abierta. Y salió.
Corrió por el pasillo, con todos los sentidos alerta. No quería encontrarse con Zan Arbor. Había tres puertas en el pasillo. Una a la izquierda, una a la derecha y una enfrente. Qui-Gon se detuvo.
Escuchó con la Fuerza. Emanó toda la energía que pudo. El esfuerzo fue titánico.
Sintió una explosión de respuesta.
Qui-Gon giró hacia la derecha. Entró por la puerta y se encontró en otro pasillo. Entró por la primera puerta a la derecha. Para su decepción, lo único que había era una zona de almacenaje. Estanterías desde el techo hasta el suelo lle-nas de contenedores de duracero y latas de medicamentos. Miró las etiquetas. Había antitoxinas y medicamentos sufi-cientes como para curar planetas enteros...
Hubo una perturbación en la Fuerza. Qui-Gon comen-zó a darse la vuelta, pero sintió un dolor en la espalda. Se le durmieron las piernas. Cayó al suelo.
— ¡ Ya basta! —gritó Jenna Zan Arbor.
Qui-Gon la vio acercándose con Nil, que llevaba una correa. Se la puso a Qui-Gon, que ahora estaba paralizado.
—Arrástrale de vuelta al laboratorio —dijo Zan Arbor—. Gracias, Qui-Gon, por esta magnífica demostra ción la Fuerza. Ahora tengo unas cuantas lecturas para analizar. Gracias a mis estrellas, siempre puedo contar con Nil que le dejen fuera de juego.
Nil se agachó. La furia desfiguraba su rostro.
—Deberíamos matarle —dijo a Jenna Zan Arbor.
—Todo a su tiempo —dijo ella fríamente.
Capítulo 12
En una galaxia llena de planetas de gran relevancia, Simpla-12 era uno de los más importantes. En el pasado había tenido abundancia de minerales, pero ya casi no había vida, y no contaba con criaturas nativas. El planeta había sido explotado y abandonado. Después fue convirtiéndose gradualmente en un lugar que los mercade-res utilizaban para repostar, y los piratas espaciales como refugio. Se estableció un pequeño asentamiento y se desarrolló cierta economía basada en el juego y en la venta de bienes del mercado negro. La violencia era frecuente.
Sólo había una colonia en Simpla-12, llamada, en un arrebato de optimismo inicial, Sim-Primera. Pero no hubo más colonias. En lugar de eso, Sim-Primera se extendió por la superficie del planeta como el musgo. El conjunto era unlaberinto de edificios en crecimiento descontrolado, con intrincadas callejuelas formadas a partir de trozos de metal hundidos en el barro que salía de las grietas formadas entre los escombros. Muchos edificios estaban irrecuperables y exhibían parches de metal y piezas raras de materiales de plastoide.
El sol de Simpla-12 era débil. El planeta era conocido por su espesa cubierta de nubes, que causaba una llovizna constante que goteaba desde un cielo plomizo.
—Me encanta que me traigas a este tipo de sitios —mur-muró Astri mientras avanzaba trabajosamente por el fango. —Es perfecto para alguien que busca esconderse —dijo Obi-Wan. ¿Fue por eso por lo que su instinto le dijo que tenía que venir? ¿Estaría el laboratorio secreto de Jenna Zan Arbor en Simpla-12? Cuando se puso en contacto con Tahl para decirle adonde se dirigía, adivinó por su tono que ella pensa-ba que iba a seguir una pista errónea. Pero no intentó dete-nerle. Parecía distraída, como si estuviera concentrada en el seguimiento de otras pistas más importantes. Sin duda se sin-tió aliviada al saber que Obi-Wan y Astri estaban en lo que a ella le parecía una misión inútil. Eso haría que estuvieran seguros y fuera de peligro.
Obi-Wan sabía que estaba tirando del hilo más fino. Intentó llamar a Qui-Gon, utilizando la Fuerza. No sintió nada. Tocó la piedra que tenía en la túnica y sintió su cali-dez reconfortante. No podía dejar de pensar que cada paso que daba le acercaba más a su Maestro.
No tardó mucho en descubrir los nombres de los socios de Ren en Simpla-12. En un mundo como éste, la información podía comprarse por unos pocos créditos. Cholly, Weez y Tup, los socios de Ren, estaban en la Taberna 12.
Les indicaron que bajaran por una callejuela todavía más estrecha y sucia. Los amasijos de hierro que formaban la acera estaban completamente cubiertos de barro y basura. Frente a ellos, un número 12 pintado toscamente en rojo colgaba bajo la llovizna.
Ya casi habían llegado, cuando, de repente, alguien salió disparado por la puerta de la taberna. Con un ruido sordo, elcuerpo aterrizó boca abajo en la calle, salpicándo-lo todo de barro. Un segundo cuerpo le siguió, y aterrizó con un chillido y una maldición. E1 primer cuerpo se agitó. —¡Weez! ¡Eso es mi pie!
Astri echó a andar. Obi-Wan le puso una mano en el brazo.
—Será mejor que esperemos.
Un tercer individuo voló por los aires, y aterrizó muy lejos de los otros dos.
—¡No os lo toméis como algo personal! —el tercero recibió este grito desde el interior de la taberna.
Un enorme devaroniano salió al porche de la puerta de la taberna. Rápidamente, los tres seres se dieron la vuelta v se alejaron correteando a cuatro patas. Obi-Wan no podía adivinar de qué especie eran, pero todos eran humanoides.
—¡Y no se os ocurra volver! —exclamó el devaroniano. Se dio la vuelta y volvió a entrar en la taberna. La puerta se cerró estruendosamente tras él.
—Ha sido culpa tuya, Tup —dijo el primer ser. Era el más alto de los tres, y el pelo le caía enredado por la espalda.
—Pues no —dijo Tup, quitándose el barro de su redonda cara—. Por todos los gibbertz, ¿cómo iba a adivinar que carecía de sentido del humor?
El que se llamaba Weez se quitó el barro de los ojos.
—A casi nadie le gusta que llamen a su madre mono-lagarto kowakiano.
—Pero yo creía que su madre era un mono-lagarto kowakiano —dijo Tup.
El primer ser, que Obi-Wan supuso que era Cholly, se levantó e intentó quitarse el barro de la cara con una esquina de la túnica, pero sólo consiguió embadurnarse mas.
—¿Y ahora qué hacemos? Ya no nos admiten en nin-guna taberna de Sim-Primera.
Obi-Wan dio un paso adelante.
—Puede que unos cuantos créditos consigan que os vuelvan a aceptar en alguna.
Tup resopló y sus rollizos mofletes se hincharon.
—Pfff. Qué gran idea, extranjero. Gracias por el consejo. Sólo un pequeño detalle: no tenemos ni un crédito.
—Quizás haya una forma de que ganéis unos cuantos
—dijo Astri.
—¿Tenéis algún trabajito? —preguntó Weez. Se puso junto a Cholly. Era unas pulgadas más bajito—. Lo siento. Tenemos una lesión de espalda.
—Ya veo por qué, si no paran de echaros así de los sitios —dijo Astri.
—La galaxia —dijo Cholly con tristeza— conspira en nuestra contra.
Tup se puso en pie tambaleante.
— Somos meras víctimas de sus violentas tendencias.
—Los inocentes tienen que sufrir —suspiró Weez—. Así es el destino.
Los tres estaban de pie el uno junto al otro. Cubiertos de barro, eran como tres escalones descendentes. ¿Y este trío ridículo era su mejor pista para llegar a Qui-Gon?
Paciencia, joven padawan. Aparta tus prejuicios y todos los seres tendrán algo que enseñarte.
Obi-Wan suspiró.
—No os estamos ofreciendo un trabajo. Queremos información y pagaremos por ella.
Cholly intentó parecer astuto.
—¿Qué clase de información? Nosotros no delatamos a nuestros amigos.
—A menos que nos saquen de nuestras casillas —dijo Weez rápidamente.
—Este amigo está muerto —dijo Obi-Wan.
—En ese caso, veamos los créditos —dijo Cholly mientras Weez y Tup se alegraban.
Astri les mostró unos pocos créditos.
—¿Eso es todo? —preguntó Tup incrédulo.
—Todavía no hemos oído nada por lo que merezca la pena Pagar —señaló Obi-Wan.
—¿Qué quieres saber? —preguntó Cholly. Alargó la mano hacia los créditos, pero Astri cerró el puño antes de que Cholly pudiera agarrar el dinero.
—Es sobre Ren S'orn —dijo Obi-Wan —. ¿Podéis contamos cómo fueron sus últimos días?
Al oír aquel nombre, los tres amigos intercambiaron miradas de tristeza.
—Ren — Tup cogió aire y suspiró lentamente—. Pobre Ren. Nos contó lo que le habían ofrecido. Le iban a pagar un montón de créditos. Siempre estamos hablando del nego-cio del siglo. Algo que nos saque de aquí. Ren dijo que lo había encontrado.
—¿Os dijo lo que era? —preguntó Astri.
—Iba a formar parte de un gran experimento —dijo Weez—. Unos científicos pensaron que su cerebro era realmente especial o algo así. Querían estudiarlo. Ren dijo que lo haría durante un tiempo, pero que ella iba a acabar pagán-dole más de lo que ella pensaba.
—Pero es obvio que fue Ren el que acabó pagando más de lo que pensaba —dijo Cholly. Los tres amigos inclinaron la cabeza.
—¿Os dijo dónde estaba el laboratorio? —preguntó Obi-Wan.
Los tres negaron con la cabeza.
—Cuando volvía no decía nada.
—¿Y cómo estaba cuando volvía? —preguntó Astri.
—Diferente —dijo Tup.
—Débil —dijo Weez—. Temblaba constantemente.
—Tenía miedo —dijo Cholly categóricamente.
—Y entonces le mataron —dijo Tup—. Pfff. Fue muy triste.
De nuevo, los tres inclinaron las cabezas.
—¿De qué tenía miedo? —inquirió Astri.
No lo sabemos. No nos contaba nada.
—Puede que Tino lo sepa —dijo Weez.
— ¿Quién es Tino? —preguntó Obi-Wan. Preguntarle cosas a aquel trío era como depilar a un wookiee con pinzas. —El compañero de piso de Ren. Le acogió cuando Ren regresó de aquel experimento —dijo Cholly.
—Ren dijo que necesitaba esconderse un tiempo —añadió Weez—. Tino solía ir con nosotros, pero consiguió un trabajo. Ahora está en el almacén enorme que está junto a la plataforma de aterrizaje.
—¿Nos dais los créditos ya? —pregunto Cholly alargando la mano.
Astri contó unos pocos créditos.
—Oye, eso es muy poco —se quejó Weez. —Tampoco nos habéis dado demasiado —dijo Obi-Wan. Tenía la sensación de que aquellos tres sabían más. Estaba ansioso por hablar con Tino.
Obi-Wan y Astri dejaron a los tres balbuceando sobre el reparto de los créditos y volvieron rápidamente por donde habían venido. Obi-Wan había visto el almacén junto a la pista de aterrizaje.
—Puede que Tino tenga más respuestas que esa pandilla —le dijo a Astri.
—Eso espero —añadió ella.
Cuando llegaron al almacén estaban casi tan sucios como Cholly, Weez y Tup. Las enormes puertas de carga estaban abiertas, y en el interior se veía una intrincada estructura de pasarelas, escaleras, rampas y tuberías. Había pequeños androides compactos rodando por las pasarelas, operando gravitrineos llenos de cajas y bidones de duracero. Obi-Wan contempló la zona hasta que vio a quien parecía estar al mando, una mujer de mediana edad con un unimono gris con casco, gritándole órdenes a los androides. Obi-Wan se acercó a ella. Estamos buscando a Tino —dijo Obi-Wan. Ella no quitó la vista de los androides.
—Está descargando en el Sector Dos. Es por aquella puerta. Decidle que se dé prisa y que vuelva ya
—dijo ella—.
¡Necesito esos androides!
Obi-Wan y Astri siguieron las indicaciones de la mujer y cruzaron la puerta que llevaba al Sector Uno del gran almacén.
No había nadie en la planta baja, pero un piso más arri ba vieron a un hombre rubio vestido de unimono. Los androides del piso superior estaban empujando cajas por un conducto. Las cajas caían y el joven las recogía y las ponía en un gravitrineo una a una.
Obi-Wan miró a su alrededor para buscar la escalera que les llevaría al piso superior. Se detuvo cuando sintió una ligera perturbación en la Fuerza.
Observó rápidamente el almacén. Los androides se movían en filas ordenadas, las cajas caían. No había movi-miento en las pasarelas superiores...
Entonces la vio un piso por encima de Tino. Al principio era sólo una sombra. Luego se movió, y la figura se convirtió en Ona Nobis. Vestida de negro de pies a cabeza, estaba mirando a Tino. El hombre seguía trabajando sin darse cuenta, agarrando las cajas que caían por el conducto y poniéndolas sobre el gravitrineo.
Ella desenrolló el látigo.
— ¡Cuidado! —gritó Obi-Wan.
Capítulo 13
Tino alzó la mirada, sobresaltado por el grito de Obi-Wan, que ya estaba invocando a la Fuerza para saltar. Aterrizó en la pasarela que tenía delante y se tambaleó un poco hacia atrás hasta que recuperó el equilibrio.
Por suerte, a Ona Nobis le pilló por sorpresa. El látigo chasqueó inútilmente en el aire. Mientras bajaba corriendo por la pasarela, hacia una plataforma que le llevaba directamente hacia ella, Obi-Wan pudo captar en el rostro de la mujer cómo la sorpresa se convertía en furia.
Astri ya estaba subiendo las escaleras, intentando llegar hasta Tino. Con el sable láser empuñado, Obi-Wan esquivó las cajas que comenzó a tirarle Ona Nobis. No quería enzarzarse en un enfrentamiento con ella sin Qui-Gon a su lado. Llegó a la siguiente pasarela. El látigo chasqueó sobre su cabeza. Obi-Wan lo vio venir y lo rechazó con el sable láser. Los dos láseres se enredaron cuando el látigo se enros-có en la hoja de su arma. Bajo él, Astri llevaba a Tino tras una pila de bidones de duracero.' Ona Nobisestiró el látigo de nuevo, liberando el sable láser de Obi-Wan. Él se lanzó al ataque de inmediato. En un abrir y cerrar de ojos, Ona Nobis puso el látigo en modo normal y lo enroscó en la barandilla de la pasarela que tenía frente a ella. Luego se colgó del látigo y se lanzó hasta el otro lado. Obi-Wan oyó un golpe seco cuando ella aterrizó en la pasarela metálica.
Ahora tenía a Tino a tiro.
— ¡Astri! —gritó Obi-Wan.
Astri alzó la vista y vio a Ona Nobis. Se quedó pálida. Estaba aterrorizada, pero agarró a Tino y le empujó más hacia la pila de bidones, asegurándose de que estuviera a salvo antes de unirse a él. Obi-Wan sintió admiración por su valor mientras se subía a la barandilla de la pasarela y se detenía un instante antes de saltar.
Algunas veces la Fuerza se le resistía, aún estaba aprendiendo; pero ahora la sentía a su alrededor, con fuerza y con firmeza. Era casi como si Qui-Gon estuviera con él, uniendo sus fuerzas a las de Obi-Wan. Saltó al vacío.
Agarró la barandilla de la pasarela de enfrente, y su cuerpo chocó contra el metal. No tenía tiempo de sentir el dolor. Se balanceó, se subió a la pasarela y atacó.
Ona Nobis sonrió al poner el látigo en modo láser. Con la otra mano, desenfundó su pistola láser. Los disparos reso-naron junto a Obi-Wan mientras él describía un barrido con su sable para rechazar el fuego. Avanzaba hacia ella sin detenerse.
Mientras tanto, Astri llevó a Tino a toda prisa hacia el gravitrineo. Quitó a patadas unos cuantos bidones de en medio, se subió a los mandos y salió de allí a toda prisa. Se deslizó por la pasarela alejándose de Ona Nobis.
Bien hecho, Astri.
Ona Nobis chasqueó el látigo, que se enredó con el sable láser. Obi-Wan giró la muñeca con la intención de rechazar el látigo, pero, en vez de eso, se enrosco y golpeó de nuevo.
Obi-Wan hizo girar la hoja a su alrededor con un veloz movimiento en torno al flexible látigo, que acabo enredán-dose en su sable láser en un complicado nudo.
Con un gruñido, Ona Nobis tiró del látigo, pero no pudo liberarlo. Disparó con la pistola, pero había perdido el equilibrio y Obi-Wan pudo girar para esquivarlo. Pero sabía que no podría esquivar los disparos por mucho tiempo. Necesitaba el sable láser para rechazarlos. Pero estaba ansioso por privar a su oponente de su arma más letal. No quería soltar el látigo.
Si utilizas las estrategias de tu enemigo contra él, le arrebatarás su poder.
Se la jugó y se acercó un poco. Ella creía que él retro-cedería, y eso le hizo perder más el equilibrio.
Consigue que tu oponente pierda el equilibrio y perderá la concentración, padawan. Avanzó todavía más, empujando con el sable láser cuando ella se tambaleó hacia atrás, sin soltar todavía el látigo. Sus disparos láser chocaron sin causar daños contra la pasarela de metal. Sus ojos ardían de odio.
De repente, Obi-Wan vio que a la cazarrecompensas se le habían fusionado dos dedos. Sin duda era a causa de las heridas que le había provocado él en las Montañas Cascardi. El odio y la rabia que emanaban de ella eran como una espe-sa nube tóxica que les rodeaba.
Obi-Wan sabía que si se movía con rapidez podría libe-rar el látigo y derribarla antes de que pudiera lanzar un ataque. Recordó que cuando disparó a Didi, lo hizo sin esfuerzo. Y a Qui-Gon. Recordó a su Maestro cayendo al interior de su nave. Su odio y su rabia ahora eran equiparables a los de ella.
No respondas con odio al odio. Responde con un pro-pósito definido.
¿Pero cuál era su propósito? No quería quitarle la vida a la cazarrecompensas, sólo privarla de su libertad. Necesitababa capturarla. Sólo así podría obligarla a llevarles ante Jenna Zan Arbor y Qui-Gon. Tendría que negociar.
De repente vio a Astri detrás de Ona Nobis. Sola en el gravitrineo, Astri se dirigía a toda velocidad hacia la caza-rrecompensas. Ahora la tenían entre ellos.
Ona Nobis oyó el ruido a sus espaldas y le dedicó a Obi-Wan una última mirada llena de odio. Después inte-rrumpió sus intentos por recuperar el látigo y saltó sobre una rampa que había más abajo. Se deslizó por ella con el cuerpo estirado y firme. La rampa se perdía bajo el suelo hacia un piso inferior.
Obi-Wan saltó tras ella. Él también se deslizó por la rampa, bajando lo más rápido que podía, con el sable láser en el aire.
Cuando llegó abajo, Ona Nobis se había ido. Vio una puertecilla empleada por los androides para salir al exterior. No cabía por ella, pero los sorrusianos podían comprimir sus huesos hasta el punto de colarse por espacios muy reducidos. La había perdido.
Furioso, Obi-Wan trepó por la rampa hacia el Sector Uno. Astri le esperaba junto a Tino, que estaba muy nervioso.
—Se ha ido —dijo Obi-Wan.
—Por lo menos se ha dejado esto —Astri le mostró el látigo.
—¿Quién era? —preguntó Tino. Movió la cabeza ató-nito—. ¿Y quiénes sois vosotros?
Obi-Wan le explicó rápidamente por qué estaban allí.
—Si pudieras ampliar nuestra información sobre Ren, te lo agradeceríamos —dijo para concluir.
—Os debo la vida —dijo Tino—. Por supuesto que os diré todo lo que sepa.
Se secó las manos en el unimono. Sus ojos azules se
perdieron en la lejanía.
—Ren era mi colega. Nos protegíamos mutuamente. Cuando me contó lo de ser voluntario en aquel experimento, intenté convencerle de que pasara. Pero no me escuchó
Nadie escucha. Sobre todo en Simpla-12. Esos payasos de Cholley Weez y Tup pensaron que era una idea genial.
Tino se sentó, emocionado, en un bidón de duracero.
—Cuando volvió, estaba flipando. Dijo que no sabía dónde se había metido. Que la científica le había dejado marchar y que él le había prometido volver, pero que no pensaba hacerlo.
—¿Viste algún cambio en él? —preguntó Obi-Wan.
—Claro. Se había quedado sin fuerzas —dijo Tino—. No podía ni aplastar un bichito. Por eso se escondió en mi casa. No paraba de decir que... —Tino miró a Obi-Wan—, que acudiría a pedir la ayuda de los Jedi en cuanto recupera-ra las fuerzas. Pero primero tenía que volver al laboratorio.
—¿De qué tenía miedo? —preguntó Astri.
—De ella —dijo Tino—. No sé quién es. Ren me contó que había percibido en ella la maldad en estado puro.
Obi-Wan sintió un escalofrío. Ésa era la persona que tenía preso a su Maestro.
—¿Y por qué tenía Ren que volver? —preguntó Obi-Wan.
Tino negó con la cabeza.
—No me lo dijo. Puede que porque yo tampoco le creía del todo. Ren siempre fue bastante bocazas. Siempre hablando de sus elevados contactos. Decía que su familia era poderosa.
—¿Ah, sí? —dijo Obi-Wan. . —Sí. Y cuando él murió oí que era cierto. Pero yo no lo sabíaAsí que cuando dijo que tenía que volver a por lo suyo, que la científica ésa no se atrevería a matarle si vol-vía, tampoco le creí —Tino alzó la vista, con los ojos tris-tes—. Y entonces murió. —Lo siento —dijo Astri con suavidad.
—Yo también. Le conté todo esto a las fuerzas de seguridad
—¿Simpla-12 tiene un cuerpo de seguridad? — pregun tó Obi-Wan sorprendido. Pensaba que era uno de esos planes
netas al margen de la ley.
—La policía de Coruscant investigó —dijo Tino—. Un bothan gordo...
—¿El capitán YurT'aug? —preguntó Obi-Wan.
— Sí, ése. Estaba encargado de investigar el asesinato. Le conté lo que me había dicho Ren, que había dejado pis-tas tras de sí por si le pasaba algo, información que les lle-varía hasta esa científica y su laboratorio. Les dije que hablaran con Cholly, Weez y Tup. Ren habló con ellos tam-bién, pero nunca interrogaron a nadie en Simpla-12. Se limi-tó a repatriar el cadáver a Coruscant, con su madre. Creo que les daba un poco igual resolver el caso.
Obi-Wan le dio las gracias a Tino. Astri y él se alejaron lentamente de la nave industrial.
—¿Y ahora qué? —preguntó Astri.
—Me preguntó por qué el capitán Yur T'aug no siguió ninguna pista —dijo Obi-Wan.
—¿Le conoces?
—Investigó el asesinato de Fligh —dijo Obi-Wan—. Y tampoco parecía muy interesado por encontrar a ese asesino.
Astri asintió.
—Tengo la impresión de que volvemos a Coruscant.
Capítulo 14
Qui-Gon flotaba en la estancia. Sentía pesadez en las extremidades, pero el efecto del dardo paralizador comenzaba a disiparse, bl rostro de Jenna Zan Arbor apareció tras el vapor, fuera de la cámara. Qui-Gon apenas podía distinguir sus rasgos. —¿De verdad pensaste que podrías escapar? —Me pareció que valía la pena intentarlo —dijo Qui-Gon. —Estoy cansada de tus juegos —dijo Zan Arbor—. Antes me divertías. Y yo fui buena contigo. Te dejé salir de la cámara.
—No olvidemos que fuiste tú la que me encerraste —dijo Qui-Gon — . Me resulta difícil ser agradecido bajo estas circunstancias.
Ella negó con la cabeza lentamente. —Mírate. Si gues teniendo dignidad, incluso estando totalmente a mi merced.
Qui-Gon la miró fijamente. —Soy un Jedi.
Ella hizo un gesto con la mano, como restando impor-tancia a ese hecho.
—¿Sabes? —dijo Qui-Gon — . Hay algo en tu actitud que me resulta chocante. Pareces tener mucho respeto por la Fuerza. Pero no respetas a los que están cerca de ella.
—Eso no es cierto. Te respeto, Qui-Gon. Tanto como
respeto a un químico o a las propiedades físicas de un gas.
Eres un medio para un fin.
—Nunca obtendrás lo que buscas —le dijo Qui-Gon—. Tu plan tiene un inconveniente irremediable.
Ella sonrió.
—¿Ah, sí? ¿Cuál?
—La comprensión de la Fuerza requiere sabiduría.
—¿Me estás diciendo que no soy sabia? —pregun-tó ella.
—Eres inteligente, puede que hasta seas un genio; pero no eres sabia.
Qui-Gon la estaba perturbando. Ella lo ocultó riendo.
—He oído hablar de los trucos mentales de los Jedi. Estás intentando que dude de mí misma. Y eso es imposible.
—He aquí un ejemplo de lo que quiero decir —dijo Qui-Gon—. No quieres reconocer la verdad, así que la lla-mas truco mental. Por eso no eres sabia, Jenna Zan Arbor. La sabiduría es algo que no puedes identificar porque no puedes medirla con instrumentos.
Ella apenas podía mantener la forzada sonrisa.
—¿Algo más que me falte para poder entender la Fuerza?
—Lo más importante de todo —dijo Qui-Gon—. Un corazón abierto.
La expresión de Jenna se enfrió.
—Eso son divagaciones. No tienen sentido. Ya basta de jueguecitos. Ya basta de ti. Daré comienzo a los experimen-tos finales. Gracias por tu contribución a la ciencia. Morírás en el tanque de aislamiento. Necesito tu sangre.
El vapor se espesó. El rostro de Jenna Zan Arbor desapareció. La jeringuilla le perforó la carne. Vio su sangre bajando por el tubo.
Qui-Gon cerró los ojos. Ahora quedaban dos cosas, Dos cosas en las que tenía que concentrarse, por muy lejanas que parecieran. Esperar que le rescataran, y prepararse para morir.
Capítulo 15
El capitán Yur T'aug está ocupado —dijo el sargento. —A mí me recibirá —dijo Obi-Wan con firmeza—. Es un asunto Jedi.
El sargento se detuvo. El cuerpo de seguridad de Coruscant tenía que colaborar con los Jedi, aunque no quisieran.
—Le preguntaré...
Dejando atrás al sargento, Obi-Wan entró por la puer-ta. El capitán Yur T'aug estaba sentado frente a un escritorio grande y reluciente. Era un bothan alto y musculoso, vestido con el uniforme azul marino del cuerpo de segun-dad, con las botas altas tan limpias que relucían. Estaba inclinado sobre un espejo en el que se miraba para arreglarse la barba. Alzó la mirada sorprendido ante la irrupción de Obi-Wan y Astri.
—¡No quiero que me molesten! —gritó.
—¿Por qué abandonó la investigación de la muerte Ren S'orn? —preguntó Obi-Wan. No tenía tiempo para preliminares.
—¿Cómo se atreve a interrogarme? —el capitán Yur T'aug se puso en pie de un salto y avanzó hacia Obi-Wan y Astri. Se quedó a unos centímetros de sus caras—. ¡Fuera de aquí! —rugió.
—No hasta que tengamos respuestas —dijo Obi-Wan, aguantando firmemente la mirada del capitán. Había apren-dido de Qui-Gon a enfrentarse a la violencia con tranquili-dad Y resolución. No alzó la voz. Aun así, le intimidaban los modales del capitán. Él sólo era un niño. ¿Le escucharía el capitán?
—No tengo respuestas que darte —dijo burlón el capi-tán Yur T'aug —. Yo investigué un asesinato. No encontra-mos al asesino. Los archivos del caso se clasificaron como inactivos. ¿Sabes la cantidad de casos que llevamos aquí?
—El amigo de Ren le contó que era probable que el chico muriera porque tenía información que a cierta perso-na no le interesaba que se supiera —dijo Obi-Wan—. Pero no interrogó a nadie más. ¿Por qué? —Obi-Wan hizo una pausa—. Los Jedi han hecho del caso una investigación prioritaria, capitán Yur T'aug.
—¿Y por eso envían a un chaval a interrogarme? —Yo represento al Consejo Jedi. Le informo de que si se opone a nosotros, investigaremos el tema. El capitán Yur T'aug dio un paso atrás. —Los Jedi no paran de meter las narices en mis asun-tos y a mí me piden que no me queje.
—Trabajamos por la misma causa —señaló Obi-Wan—. La justicia. ¿Le pagó Jenna Zan Arbor por abando-nar la investigación?
Un gesto de sorpresa recorrió el ya de por sí sorprendi-do rostro del capitán Yur T'aug. Pero ¿era porque Obi-Wan había adivinado la verdad?, ¿o porque no sabía que Jenna Zan Arbor estaba involucrada?
—El Consejo Jedi desea saber la respuesta —dijo Obi-Wan—. Y, si es necesario, recurriremos a la vía oficial. Pero sería más fácil que me dijera la verdad aquí y ahora. El capitán Yur T'aug dejó escapar un suspiro, como si hubiera tomado una decisión.
—Es cierto que se me pidió que abandonara la investi-gación. Pero la que lo pidió fue la madre de Ren. Uta S'orn es, era, una poderosa senadora. Y era su hijo el que había muerto. Así que me pareció natural cumplir su deseo.
—¿Y por qué no iba a querer la senadora S'orn que encon-traran al asesino de su hijo? —preguntó Astri sorprendida.
—Preguntádselo a ella —dijo el capitán Yur T'aug—. Yo no lo sé.
***
La última vez que Obi-Wan había visto a la senadora S'orn, le habían llevado a un enorme despacho del edificio del Senado. Ella estaba vestida con ropas ceremoniales. Poco después, ella dimitió de su cargo.
Vivía en un edificio cercano al Senado, en un barrio residencial de senadores de otros planetas. Cuando abrió la puerta llevaba puesta una sencilla túnica de lino que llegaba hasta el suelo. No llevaba el sofisticado turbante propio de las mujeres de Belasco, su planeta natal. El pelo negro y largo le colgaba por la espalda.
No pareció alegrarle ver a Obi-Wan.
—Más preguntas —dijo ella—. ¿Y tu amigo el grande?
—No lo sé —dijo Obi-Wan — . Por eso estoy aquí.
Ella se encogió de hombros y entró en la casa.
Obi-Wan y Astri la siguieron al interior. Había cajas por todas partes, algunas cerradas, otras a medio abrir. Estaba e plena mudanza.
—¿Se marcha?
—Vuelvo a Belasco. A hacer qué, no lo sé —miró a Obi-Wan directamente—. Por favor, pregunta lo que quieras. Estoy muy ocupada.
La senadora siempre era directa. Y él respondió con la misma claridad.
—¿Por qué hizo que el capitán Yur T'aug abandonara investigación de la muerte de su hijo?
—¿De qué hubiera servido continuar? —dijo Uta S'orn
con un suspiro—. Le mató algún delincuente, algún crimi-nal de Simpla-12. Se asoció con ellos, apostó con ellos, pro-bablemente se pelearon. Llevaba una vida miserable. ¿Por qué investigarlo? ¿Por qué sacar a la luz cada sórdido deta-lle? ¿Quién sabe lo que habría descubierto el capitán Yur T'aug de Ren? —la expresión de Uta S'orn era tensa—. Yo no quería saberlo. ¿No lo entendéis? Quería que todo pasa-ra de una vez, y tú no dejas de recordármelo.
—Pero es probable que su hijo dejara una pista que delatara a su asesino —dijo Astri—. Él dijo que iba a dejar pistas por si le asesinaban.
—¿Pero no entiendes que me da igual? —dijo ella impaciente. Cogió una manta y comenzó a doblarla.
—¿Y si usted conociera al asesino? —preguntó Obi-Wan.
—¿Por qué iba a conocer a la chusma de Simpla-12? —dijo ella burlona.
—Creemos que Jenna Zan Arbor estuvo involucrada en la muerte de su hijo —le dijo Obi-Wan.
Ella se dio la vuelta bruscamente para mirarle.
—Eso es imposible.
—Es cierto —dijo Obi-Wan—. Sabemos que Jenna Zan Arbor lleva a cabo experimentos con la Fuerza, Sabemos que se puso en contacto con su hijo...
Uta S'orn rió escéptica.
—Estáis siguiendo una pista errónea. Jenna es mi amiga. La ayudé a recaudar fondos, presenté leyes por ella, la introduje en comités, algunas veces arriesgando mi pro-pia carrera... Ella jamás le haría daño a mi hijo. Ni siquiera Ie conocía.
—¿Le contó ella que había hablado con él en Simpla-12? Uta S'orn se quedó pálida. Sabía que los Jedi no mentían.
—¿Estás seguro de eso? Obi-Wan asintió.
Dígame, ¿Jenna sabía que Ren era sensible a la Fuerza, verdad?
Se lo dije en confianza...
—Eso fue al principio de los experimentos —dijo Obi Wan pensativo—. Probablemente no pudo conseguir a ningún Jedi. Y lo más probable es que buscara a cualquiera que fuera sensible a la Fuerza. Seres a los que nadie echara de menos... —Obi-Wan vio el dolor dibujándose en los rasgos de Uta S'orn—. Lo siento. Sé que echa de menos a su hijo. Quizás ella pensó que no era así.
—Yo estaba en contacto con Ren en aquella época
—dijo Uta S'orn con tristeza—. Dije a Jenna que le había desheredado. Yo estaba intentando ser fuerte.
—Le ofreció dinero a cambio de ser objeto de un expe-rimento —dijo Obi-Wan lentamente—. Y él aceptó. Cuando regresó, sus amigos dicen que no era el mismo. Tenía miedo.
Las piernas de Uta S'orn comenzaron a fallarle. Se sentó. Se llevó las manos a la boca.
—¿Le... hizo daño?
—No estamos seguros de lo que ocurrió —dijo Obi-Wan—. Ni de por qué le mataron. ¿Sabe dónde está el laboratorio de Jenna Zan Arbor? No el oficial, sino el otro, el secreto.
Uta S'orn negó con la cabeza.
—No sabía que tuviera uno.
—Pensamos que Ren dejó pistas —dijo Obi-Wan—. ¿Tiene algo suyo?
Ella se levantó y se acercó a una pila de cajas en un rincon. Sacó un pequeño bidón de duracero.
—Estas son todas sus posesiones. Si contienen algún mensaje, yo no lo he encontrado —se lo dio a Obi-wan—. Llévatelo. Y si tus sospechas son ciertas, encuéntrala.
—Así lo haré —prometió Obi-Wan.
Rápidamente, Astri y él salieron del edificio. La acera taba atestada de seres. Los alrededores del Senado siem-pre estaban a rebosar.
—Tenemos que revisar el bidón, pero no tenemos tiempo de volver al Templo —dijo Obi-Wan— . Y no quiero hacerlo en público. Ona Nobis puede estar en cualquier parte.
—El Café de Didi está cerrado, y yo sigo teniendo las llaves —dijo Astri —. Sigueme.
Ella le guió por un callejón y a través de una plaza. Obi-Wan reconoció el lugar. Llegarían a la cafetería por detrás. Astri callejeó un poco y llegaron a la puerta trasera.
—Bien, el casero todavía no lo ha vuelto a alquilar —dijo ella, metiendo la tarjeta en la ranura. La puerta corredera se abrió.
No había electricidad, así que Astri abrió un poco una persiana para que entrara la luz. Se sentaron en la mesa grande de la cocina. Obi-Wan sacó con cuidado el conteni-do del bidón de Ren y lo puso sobre la mesa.
Un monedero multiusos con una cápsula alimenticia proteínica y un pequeño servoconductor, y unos cuantos créditos, un vibrocortador, unos cristales, una baraja de sabacc, una túnica con los bolsillos vacíos y una capa termal, cuidadosamente doblada.
Eran el tipo de cosas que pertenecen a alguien que apenas tiene nada y que vaga por la galaxia. Nada especial. Y si contenían un mensaje, él no podía leerlo. Sintió un escalofrío de decepción.
Astri se dejó caer en la silla.
—Es un callejón sin salida.
Obi-Wan sintió una presencia cerca. Por el rabillo del ojo vio una sombra moviéndose rápidamente. Había alguien asomándose por la ventana medio abierta. No se giró para mirar. En lugar de eso, le indicó a Astri con una mirada que pasaba algo.
— Puede que haya algo escondido en el forro de la túnica —dijo en un tono normal — . Iré a por algo para rasgarlo
—Mira en el despacho —dijo Astri. Bajo la mesa, sacó su vibrocuchilla de la funda.
Obi-Wan salió de la cocina a paso normal, pero corrió escaleras arriba hacia los dormitorios. Abrió silenciosamen-te una persiana y miró al callejón. Alguien con una túnica larga y polvorienta espiaba por la ventana de la cocina. Tenía la capucha puesta. No pudo identificar a la persona como Ona Nobis, pero sabía que ese tipo de disfraz no le resultaría complicado.
Salió a la cornisa y se detuvo un momento, invocando a la Fuerza. La iba a necesitar si se volvía a enfrentar a su oponente. Sacó el sable láser con un movimiento suave y saltó sobre el intruso.
Capítulo 16
Noooooooooo! —gritó el intruso. En pleno salto, Obi-Wan miró y vio el rostro atónito de Cholly. Por el rabillo del ojo, vio aparecer a Weez y Tup, quitándose de en medio.
Obi-Wan giró a medio camino para no aterrizar sobre Cholly, pero éste fue presa del pánico y también se movió. Obi-Wan cayó sobre él. Él paró la caída con las manos y sintió que el impacto le llegaba hasta los hombros.
— ¡Uf! Qué grande eres —jadeó Cholly.
Obi-Wan rodó y se puso en pie. Miró a los tres sin poder creérselo, mientras Astri saltaba por la ventana de la cocina, vibrocuchilla en mano. Se dio cuenta de la situación con sólo una mirada.
—¿Qué pasa? —preguntó ella—. ¿Qué hacéis aquí vosotros tres?
Tup miró a Weez.
—Eeeh... ¿Turismo?
Obi-Wan desactivó el sable láser, pero no lo enfundó.
—Estáis interfiriendo con una misión Jedi —dijo con brusquedad —. Hay vidas en juego. ¡Quiero respuestas ya!
—Por todos los gibbertz, qué sensible está todo el mundo últimamente —dijo Tup. Resopló—. Uf.
—Tenemos tanto derecho a estar aquí como vosotros — dijo Cholly.
—Estamos en un planeta libre —añadió Weez. Frunció el ceño—. ¿O no?
Astri blandió amenazadora su vibrocuchilla.
—Estamos en un planeta grande. Y no hay nadie más por aquí. ¿Os habéis dado cuenta?
Cholly retrocedió unos pasos.
—Vale, vale, tía dura, relájate. Os estábamos siguiendo por la caja de Ren.
—¿Qué pasa con la caja de Ren? —preguntó Obi-Wan.
—¿Son sus efectos personales? —preguntó Cholly—. Se los pedimos a su madre cuando él... se fue.
—Por razones sentimentales. Eramos sus mejores amigos — añadió Tup.
—Y ella se negó, ¿por qué iba a dar lo que le quedaba de su hijo a sus colegas delincuentes? —dijo Weez—. Qué gente más egoísta hay por ahí.
—Qué razón tienes, amigo mío —asintió Cholly con tristeza—. El universo suele estar en contra nuestra.
Astri puso los ojos en blanco.
—Cortad el rollo. ¿Para qué queréis el bidón realmente?
Cholly, Weez y Tup se miraron.
—Si os lo decimos no nos dejaréis fuera del trato, ¿no-
—preguntó Cholly.
Obi-Wan y Astri se miraron. Obi-Wan no se fiaba de aquellas tres comadrejas, pero podían darles pistas.
—No—dijo Astri.
Cholly, Weez y Tup volvieron a mirarse. Y asintieron al unísono.
—El sitio en el que Ren estuvo cautivo —dijo Cholly—. Dijo que el laboratorio tenía un almacén de medi-camentos. Vacunas, antitoxinas, curas para muchos virus Astri se enderezó.
—¿Y qué?
—Bueno, pensamos que si ese sitio tenía tales reservas, uro qUe habría alguien que quisiera comprarlas. Y alguien tendría que venderlas.
—¿Y por qué ese alguien no íbamos a ser nosotros? —preguntó Weez.
—Pero Ren dijo que no —intervino Tup.
—Él también quería robar los medicamentos —dijo Cholly—, pero no quería venderlos. Quería entregárselos al Senado o a los Jedi. Algún organismo que los repartiera de forma justa. Y meter en problemas a la científica.
—Pero tuvimos un pequeño desacuerdo al respecto
—dijo Weez —. Le íbamos a ayudar a robarlos, pero sólo si
sacábamos algo a cambio.
—¿Y qué pasó? —preguntó Astri —. ¿Os contó dónde estaba el laboratorio?
—Ese desacuerdo no se resolvió —dijo Cholly —. Y mataron a Ren. Pero nos dijo que tenía la dirección del labo-ratorio guardada en sitio seguro. Y que si le ocurría algo, alguien sabría adonde ir.
—Pero entonces se nos fue —añadió Tup solícito.
—Y su madre no quiso darnos sus pertenencias —dijo Weez.
—Así que no teníamos nada, igual que antes —añadió Cholly—. Hasta que llegasteis vosotros. Y entonces pensamos, bueno, si estáis averiguando quién mató a Ren, quizá podamos encontrar esos medicamentos de alguna manera.
—Así que os seguimos —dijo Weez — . ¿Lo veis? No hemos hecho daño a nadie. Fin de la historia.
—A no ser, claro está, que también vosotros queráis robar los medicamentos —añadió Cholly —. Podríamos sacar todos muchos beneficios.
Astri cogió a Obi-Wan por el brazo y lo llevó a un lado.
—Ahora ya sabemos que Jenna Zan Arbor no destruyó las antitoxinas que había desarrollado. ¡Las tiene, Obi-Wan ¡Tenemos que encontrar el laboratorio!
—Lo sé —dijo Obi-Wan —. Pero ellos no saben dónde está.
—¿Puedo hacer una sugerencia? —intervino Cholly—. Quizá si miráramos los objetos de Ren, veríamos algo que a vosotros se os escapa. Porque le conocíamos, ya sabéis. Quizás entendamos un mensaje que vosotros no captéis.
—¿Por qué os iba a dejar un mensaje si no quería que robarais las medicinas? —preguntó Astri enfadada.
—Porque somos mejor que nada —dijo Tup.
—Por lo menos sabía que intentaríamos encontrar el laboratorio —dijo Weez.
—Odio decirlo, pero tienen razón —susurró Obi-Wan a Astri.
—Por probar, no perdemos nada —asintió ella. Obi-Wan y Astri guiaron al trío al interior de la cafetería. Obi-Wan señaló los objetos de la mesa.
—Esto es lo que había en el bidón —dijo.
Cholly cogió varias cosas.
—Tampoco es que sea mucho.
—¿No hay un datapad? —preguntó Weez.
Obi-Wan negó con la cabeza.
—¿No hay un cartel enorme que diga "MIRAD AQUÍ"? —preguntó Tup esperanzado.
Weez cogió la baraja y la manoseó.
—Jugamos más de una partida con estas cartas.
—Hasta que nadie quiso jugar más con nosotros —dijo Cholly.
Weez suspiró.
—Creían que hacíamos trampas. La galaxia es muy injusta con seres como nosotros.
—¿Hacíais trampas? —preguntó Astri.
—Pues sí, la verdad —admitió Weez—. Marcabamos
las cartas. Teníamos nuestros códigos. Pero no apostábamos mucho. Así que tampoco nos sacábamos mucho. —Éramos tramposos honrados —dijo Tup. —Unos completos incomprendidos —dijo Cholly tris-temente.
—Un momento — dijo Astri—. ¿Marcabais las cartas?
—¡Es una forma como cualquier otra de ganarse la vida! —protestó Tup.
Astri le quitó las cartas a Tup y las puso sobre la mesa.
—Miradlas bien. ¿Veis algo distinto?
Los tres se quedaron mirando las cartas un buen rato. Al cabo de un instante, Tup extendió la mano y apartó una carta del resto de la baraja.
—Mirad —dijo, señalando el dibujo del dorso—. ¿Veis la marca?
—Claro —dijo Cholly. Contempló las cartas de cerca.
Cholly movió otra carta. Y Weez movió una tercera. Una por una, separaron las cartas del montón. Y Cholly las dispuso en fila.
—Estas están marcadas —dijo Cholly.
—Pero las marcas no sirven para el sabacc —dijo Tup.
—Corresponden a números y letras —dijo Weez.
—Las ordenaré para que lo veáis —añadió Cholly.
—¿Pero qué dicen? —apremió Astri.
—¿Tenéis una duralámina? —preguntó Cholly —. Os lo puedo escribir.
Astri revolvió un cajón en busca de una duralámina. Se la dio a Cholly. Consultando las cartas, éste escribió: "N 1 C 2 U B 3 S P 1 2".
—¿Qué significa? —preguntó Astri asombrada.
Cholly, Tup y Weez se miraron.
—No tenemos ni idea —dijo Cholly.
—Podría ser una dirección —dijo Obi-Wan. Miró la secuencia de números y letras. Había muchos planetas codificados con abreviaturas para identificarlos en los mapas de navegación, pero había miles de abreviaturas. Tendría que introducir la secuencia en un ordenador de navegación. Las posibilidades eran casi infinitas. Tardarían tanto tiempo...
Busca primero lo obvio. Utiliza lo que sabes. Y parte de ahí
Oyó las palabras de Qui-Gon tan claramente como si su Maestro se las hubiera susurrado al oído.
—Podría ser —dijo.
Astri no le oyó bien.
—¿Qué has dicho?
—S P 1 2 —dijo Obi-Wan—. Esa es la abreviatura de Simpla-12.
—Así es —asintió Cholly.
—¿Es posible que Ren estuviera cautivo en Simpla-12? — les preguntó Obi-Wan.
—En Simpla-12 se puede esconder de todo —dijo Weez—, pero cuando se fue al laboratorio, Ren nos dijo que se iba del planeta.
—¿Y vosotros le visteis irse? —apremió Obi-Wan.
—No —respondió Tup—. Se despidió en una cafetería.
—Lo otro podría ser una dirección —dijo Obi-Wan
contemplando la duralámina—. ¿Cómo está dividida Sim-Primera?
—En cuadrantes y bloques —contestó Weez.
—Todo está en el nivel uno —dijo Tup-. Hay planes para construir en Simpla-12, pero nadie puede organizarse lo suficiente como para hacer nada allí.
Obi-Wan señaló la secuencia.
—Nivel 1, Cuadrante 2, Unidad de Bloque 3 —dijo.
Astri observó las letras y los números.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó ella insegura—. Podría significar cualquier cosa.
—No sé nada —admitió Obi-Wan—, pero creo que debemos volver a Simpla-12.
Capítulo 17
Obi-Wan paró un aerotaxi para que el grupo se despla-zara al Templo. Mientras atravesaban a toda velocidad las avenidas aéreas, se giró hacia Cholly, Weez y Tup.
—Necesito vuestra ayuda, pero no vamos a robar los medicamentos para venderlos —les dijo—. Eso estaría mal.
Cholly, Weez y Tup se miraron el uno al otro como si ese concepto fuera nuevo para ellos.
—Pero nosotros os hemos ayudado —señaló Cholly decepcionado.
—¿Y por qué íbamos a ayudaros sin conseguir nada a cambio? —preguntó Weez desafiante.
—Esta científica tiene una cazarrecompensas trabajan-do para ella, se llama Ona Nobis —dijo Obi-Wan—. Hay una recompensa por su captura.
— Oye, espera un momento —dijo Astri—. ¡Esa recompensa es mía!
Obi-Wan le clavó una mirada de impaciencia.
—Puedes compartirla. Necesitamos su ayuda. Y la necesitamos ya.
La expresión agraviada de Astri se desvaneció.
—Tienes razón.
Obi-Wan garabateó algo en una duralámina y se la dio a Cholly, Weez y Tup.
—Cuando lleguemos a Simpla-12 necesitamos que encontréis cuanto antes estas cosas. Luego nos veremos en la dirección que ya sabéis.
Cholly miró la lista atónita.
—Está claro que estás loco, colega —sonrió burlón, y se metió la duralámina en la túnica—; pero puede que haga-mos una fortuna. Así que estamos contigo.
Obi-Wan había llamado con antelación para avisar a Tahl de que llegaban. Vio su figura de pie en la plataforma mientras aterrizaban. Ella había accedido a proporcionarle transporte aéreo para viajar a Simpla-12.
Astri saltó del aerotaxi en cuando tocaron tierra.
—¿Y mi padre?
—Estable, dentro de la gravedad —dijo Tahl —. Obi-Wan, ¿quién está contigo?
—Unos nuevos amigos —explicó Obi-Wan. Se llevó a Tahl aparte y le contó lo que había descubierto—. No estoy totalmente seguro de que el laboratorio de Jenna Zan Arbor esté en Simpla-12 —dijo—, pero podría ser. Y hay muchas probabilidades de que la antitoxina que necesita Didi esté almacenada allí... junto a Qui-Gon.
—Una posibilidad remota es mejor que ninguna —dijo Tahl pensativa—. Si de verdad crees que tienes que seguir adelante con esto, entonces hazlo. Pero si te encuentras con que tenías razón, ponte en contacto conmigo inmediatamen-te. Si Jenna Zan Arbor se entera de que alguien la ha encon-trado, podría matar a Qui-Gon.
—Lo sé —dijo Obi-Wan pensativo-. Pero si puedo colarme dentro y encontrar a Qui-Gon sin alertarla, tendría mos la información que necesitamos para enviar a los Je
—¿Y cómo podrías conseguirlo? —preguntó Tahl—.
¿Estás seguro de que podrías salir de allí?
No estaba seguro, pero daba igual; tenía que salvar a Qui-Gon y a Didi. Eso era lo más importante. Obi-Wan miró a Astri.
—Tengo un plan.
—No hagas nada sin pensarlo, Obi-Wan —le advirtió Tahl —. Simpla-12 no está lejos. Puedo enviar varios equipos para allá en caso necesario. Y asegúrate de que no haya vigilancia en el exterior del edificio. Nada debe delatar tu presencia a Zan Arbor.
—Jamás pondría en peligro la vida de Qui-Gon —dijo Obi-Wan serio—. Pero creo que cuanto más tiempo esté cautivo de esa mujer, más peligro corre.
—Yo también lo creo —dijo Tahl suavemente. Su inter-comunicador pitó, y ella frunció el ceño—. Me tengo que ir. Tengo a varios equipos siguiendo pistas importantes. Que la Fuerza te acompañe, Obi-Wan.
Tahl se marchó apresuradamente. Obi-Wan se subió a la nave, en la que le esperaban Astri y el resto. Encendió los motores y se dirigió hacia la atmósfera superior. A cada segun-do, sentía que la vida de Qui-Gon se desvanecía. Con todo su corazón, le rogó en silencio a Qui-Gon que aguantara.
***
El Cuadrante 2 estaba en los suburbios de Sim-Primera. Era un lugar en el que se había abandonado toda intención de mantener el orden y la limpieza. Muchos edificios esta-ban sellados con láminas de duracero. De vez en cuando Pasaba un deslizador, pero no había nadie andando por las aceras.
Astri escudriñó a través de la niebla. —Y yo que pensaba que Sim-Primera no podía ser peor —murmuró.
Obi-Wan consultó una consola de navegación portátil. —La Unidad Bloque 3 está por aquí. A medida que andaban, el barrio comenzó a empeorar. Las nubes se espesaron hasta que el día se hizo tan oscuro como la noche. Era fácil ocultarse. La zona estaba en sombras Muchas de las farolas estaban apagadas. De vez en cuando, una de ellas lanzaba un débil punto de luz hacia la acera.
Obi-Wan se detuvo. A poca distancia, en la otra acera, había un edificio grande, sin ventanas, hecho de metal negro resplandeciente. Abarcaba toda una manzana. El aprendiz de Jedi tiró de Astri hacia la sombra de una cornisa.
—Ahí es.
Recordó las instrucciones de Tahl, y, dejando a Astri para vigilar la entrada, rodeó el edificio. Iba de sombra en sombra, buscando aparatos de vigilancia. Trepó al tejado de un edificio cercano para inspeccionar el bloque que queda-ba bajo él. No parecía haber vigilantes. Utilizó sus macrobi-noculares para estudiar el edificio desde todos los ángulos.
Volvió con Astri.
—Los vigilantes deben de estar dentro. Hay un moni-tor visual en la puerta principal. No hay control de huellas ni escáner de retina. Menos mal. Tengo un presentimiento, Astri. Este es el laboratorio.
Ella miró hacia atrás.
—¿Estás seguro de que Cholly y los otros vendrán?
—No te preocupes. Harían cualquier cosa por unos cré-ditos —dijo Obi-Wan.
No tuvieron que esperar mucho. Al poco tiempo oyeron unos pasos acercándose. Cholly, Tup y Weez bajaban la calle rápidamente, mirando a un lado y a otro cautelosos.
—Uf, menos mal que os hemos encontrado —dijo Tup mientras se acercaban. Sus ojos redondos estaban llenos deansiedad—. No sabía que Sim-Primera podía dar tanto miedo.
—¿Conseguisteis lo que os pedí? —inquirió Obi-Wan. Cholly sacó varios objetos de su mochila y le dio uno a Obi-Wan.
—Espero que te esté bien.
—Es para Astri —dijo Obi-Wan mientras entregaba el visor negro a la chica.
Astri se lo pasó por la cabeza. Oscurecía sus rasgos y le daba un aspecto amenazador.
—Me queda bien —dijo ella.
Se lo quitó y sacudió su larga melena rizada. Obi-Wan le dio un par de botas altas de piel. Ella se quitó la túnica, se ajustó el cinturón más a las caderas y se puso las botas.
—Una cosa más —dijo Obi-Wan —. Lo siento, Astri, pero...
Ella apretó la mandíbula.
—Adelante.
Con una vibronavaja que le dio Cholly, Obi-Wan le cortó la preciosa melena y después le rapó con cuidado la cabeza.
—¡Qué lástima! —murmuró Tup.
Astri tenía una expresión determinada.
—Merece la pena.
Cuando Obi-Wan terminó, Astri se colocó el visor negro sobre los ojos. Su cráneo afeitado brillaba. Obi-Wan le dio el látigo de Ona Nobis. Ella lo enrolló y se lo colgó del cinturón. Con la altura extra de las botas de tacón, se parecía a la cazarrecompensas.
—Sólo espero que no te miren de cerca —dijo Obi-Wan. Se giró hacia Cholly, Weez y Tup—. Quedaos aquí. Si aparece la auténtica Ona Nobis, haced todo lo que podáis para que no entre en el edificio. Es muy rápida, muy lista.
—Somos tres contra una —dijo Cholly —. ¿Cómo íba-
mos a fallar?
—Vosotros contáis con el factor sorpresa —dijo Obi-
Wan—. Os di el teléfono de contacto de Tahl en el Templo.
Si Astri no ha salido en diez minutos, llamad a Tahl y decidle que envíe a los equipos de rescate.
—Nosotros nos ocuparemos de todo —le garantizó Weez.
Obi-Wan no estaba muy seguro, pero esperaba que Ona Nobis no apareciera por allí. Él no iba a necesitar mucho tiempo.
Astri y él avanzaron por la acera hacia la entrada del edificio.
—¿Qué has querido decir con eso de "si no salgo de allí"? —le preguntó Astri con la voz entrecortada—, ¿y qué pasa contigo?
— Si encontramos a Qui-Gon y no podemos liberarle tendrás que irte sin mí —le dijo—. Llamarás a Tahl y le con-tarás lo que haya pasado.
—No puedo abandonarte, Obi-Wan...
—Tendrás que hacerlo —dijo él con firmeza—. Soy tu prisionero. En caso necesario, me entregarás, buscarás los medicamentos y te irás. Prométemelo. Podrías ser la última esperanza de Qui-Gon.
Él no podía verle los ojos por el casco, pero la chica apretó los labios fuertemente.
—Lo prometo.
Ella pulsó el botón. Obi-Wan notó que le temblaban los dedos. ¿Y si Ona Nobis ya estaba dentro? Una vez más, Obi-Wan se maravilló ante el valor de la chica. Astri se tragó su miedo y siguió adelante.
—Eres tan buena como un Jedi —le dijo él en voz baja.
No pudo ver la expresión de la chica bajo el visor, pero ella le apretó la mano brevemente a modo de agradecimiento.
El rostro de un vigilante apareció en la pantalla. Obi-Wan reconoció el vello fino y plumoso y los ojos triangula-res de los quint.
—Soy yo —dijo Astri con brusquedad, bajando el tono de voz.
—¿Qué haces aquí? —preguntó el guardia.
—Traigo un prisionero Jedi —ladró Astri con impa-ciencia—. Déjame entrar.
La pantalla se puso en negro. Obi-Wan sentía los segundos pasar. ¿Les dejarían entrar?
La puerta siseó al abrirse. Obi-Wan vio que Astri respi-raba profundamente. Entonces entraron juntos en el laboratorio secreto.
La puerta se cerró tras ellos. Estaban en un estrecho pasillo con un suelo de pulida superficie. Frente a ellos había una puerta doble con una mirilla. Avanzaron hacia ella.
La puerta se abrió de repente y el mismo vigilante quint se aproximó hacia ellos.
—Estamos un poco ocupados, ¿sabes? —soltó él—. Tendrás que llevar tú misma al prisionero a la sala de retención C.
—Yo no acepto tus órdenes —replicó Astri.
—¿Por qué no está sujeto el prisionero? —preguntó de repente el quint, aminorando el paso—. Tú siempre usas servoesposas con los prisioneros —se llevó la mano hacia la pistola láser.
La verdadera identidad de Astri podía revelarse de un momento a otro. Él había pensado que llegarían un poco más lejos, pero al menos estaban dentro. Obi-Wan cogió el látigo de Astri y lo desenrolló con un suave gesto. Lo chasqueó por encima de la cabeza, apuntando al vigilante quint. Se enrolló en su tobillo y Obi-Wan dio un tirón. El quint cayó al suelo lanzando un aullido. Obi-Wan saltó hacia delante y ató al vigilante con el látigo, aprisionándole las manos y los pies. Después le arrastró a través de las puertas dobles hasta un largo pasillo. Astri se adelantó y abrió una Puerta corredera, que descubrió una sala de retención vacía. Obi-Wan arrojó dentro al guardia.
—Más nos vale darnos prisa —dijo él —. Seguro que el vigilante ha de informar regularmente. Y es probable que haya más.
Había pasillos a la izquierda y a la derecha, y una puerta enfrente, al final del pasillo. Estaba rota y la habían dejado medio abierta, con el marco torcido. Obi-Wan sintió la ema-nación de la Fuerza. Su Maestro estaba detrás de esa puerta.
Obi-Wan le indicó a Astri que retrocediera. Pegado a la pared, se acercó silenciosamente a la puerta. Se asomó para mirar por la abertura.
El laboratorio era inmaculadamente blanco y estaba lleno de instrumentos técnicos. Al principio pensó que no había nadie. Luego volvió a mirar a una cámara transparen-te llena de vapor. A través de las nubes de gas, Obi-Wan vio claramente a su Maestro, prisionero. Los ojos de Qui-Gon estaban cerrados. Incluso podía estar muerto.
Obi-Wan quería entrar corriendo al laboratorio y destrozar las paredes de la cámara, pero recordó la advertencia de Tahl de que fuera cuidadoso. Respiró hondo y dejó esca-par la ira. Tenía que concentrarse, mantener la calma.
Le indicó a Astri que le siguiera y entró.
Se acercó a la cámara transparente y colocó las manos sobre la pulida superficie. Qui-Gon flotaba, con los ojos cerrados. Obi-Wan sintió que se ahogaba de angustia al ver aquello. Sabía que su Maestro estaba vivo, pero se sentía como si estuviera presenciando su muerte.
No creía que se le oyera dentro de la cámara. Obi-Wan pronunció suavemente el nombre de su Maestro.
—Qui-Gon.
Los ojos de Qui-Gon se abrieron. Vio a Obi-Wan. Sonrió. Articuló las palabras.
Sabía que vendrías...
Obi-Wan se llevó la mano al sable láser.
—¡Obi-Wan! —susurró Astri—. ¡Viene alguien!
Él dudó.
—Todavía no puedes liberarle —susurró Astri—. Si alguien se entera de que estamos aquí, puede que ya no podamos salir.
Obi-Wan contempló desesperado a Qui-Gon. Había lle-gado tan lejos. Había tomado tantas decisiones. Y ahora no sabía qué hacer.
Espera, pronunció mentalmente Qui-Gon. Le indicó con la mirada que se escondiera.
Obi-Wan oyó pasos. Se giró y cogió a Astri de la mano. Se ocultaron tras un montón de instrumentos, justo cuando entraba la científica.
Capítulo 18
Jenna Zan Arbor habló por su intercomunicador mientras se acercaba a la mesa del laboratorio.
— ¡Nil! —gritó—. ¡Nil! ¿Dónde estás?
Puso el intercomunicador violentamente sobre la mesa.
—Seguro que lo ha vuelto a apagar, el muy idiota.
Se inclinó para observar los datos que bajaban en cas-cada por la pantalla. Se giró y sonrió a Qui-Gon. Luego pulsó un botón de la consola. Era así como conseguía que se la oyera dentro de la cámara.
—Bueno, por fin tenemos actividad en la Fuerza. Gracias. Pero eso no va a salvarte, amigo mío. Ya no te necesito. Pero tengo que extraerte toda la sangre antes de dejarte ir.
Soltó el botón y volvió a coger el intercomunicador.
—¡Nil! ¡Tráeme a Ona Nobis inmediatamente! ¡Nil! Siempre tiene mucha prisa por cobrar.
Miró el intercomunicador con asco y lo tiró, saliendo a zancadas del laboratorio.
En cuanto se hubo ido, Obi-Wan se acercó rápidamente a Qui-Gon. Ahora sabía que si dejaba que Qui-Gon permaneciera en la cámara, su Maestro moriría. Activó su sable láser y cortó un agujero en la cámara. El vapor salió por la abertura y Qui-Gon comenzó a descender. Obi-Wan se metió en la cámara para ayudarle a ponerse en pie. Qui-Gon cayó y Obi-Wan le llevó lentamente hasta el suelo.
—Maestro... —dijo Obi-Wan con voz entrecortada. Era terrible ver a Qui-Gon tan débil. Él siempre contaba con la fuerza de su Maestro.
—Tienes... que... ayudarme..., padawan —dijo Qui-Gon sin apenas mover los labios. Estaba sumamente pálido. Alzó las manos con las palmas hacia arriba. Obi-Wan puso sus manos sobre las de su Maestro.
Sintió un estremecimiento de Qui-Gon y trató de llegar a su interior. La Fuerza se arremolinaba alrededor de ellos, la sentía fluir desde sus dedos a los de su Maestro.
Al cabo de unos instantes, la mirada borrosa de Qui-Gon se aclaró.
—Ya puedo caminar —dijo él.
Se puso en pie. Obi-Wan se alzó con él. Qui-Gon contempló la vestimenta de Astri.
Ya veo que has cambiado de profesión.
Sí —dijo ella con una sonrisilla—. Ahora soy tu salvadora.
—Tenemos que darnos prisa —dijo Qui-Gon—. Hay al menos otro prisionero en este edificio. Sentí una presencia. Es sensible a la Fuerza.
—Didi se muere —murmuró Astri —. Zan Arbor ha retenido la antitoxina que podría salvarle.
—Entonces ésa será nuestra prioridad —le dijo Qui-Gon—. Ven. Creo que sé dónde encontrarla.
Qui-Gon no se movía con la rapidez y elegancia de siempre, pero iba acumulando fuerzas mientras avanzaba, faltaron rápidamente por la puerta medio abierta y corrie-ron por el pasillo. Qui-Gon les llevó a la sala de suminis-tros que había encontrado en su incursión. Entró por la Puerta y los demás se introdujeron rápidamente en la habitación.
—¿Sabéis el nombre de la antitoxina? —preguntó Qui-Gon, indicando las estanterías.
Astri se quitó el casco y miró las etiquetas. Luego puso la mano en una estantería.
—Aquí.
Cogió varios frascos y se llenó un bolsillo del cinturón con ellos. Luego se llenó el resto de los bolsillos con todos los frascos que pudo. Obi-Wan cogió frascos a manos llenas y se los guardó en la túnica.
—¿Y ahora qué? —preguntó Qui-Gon—. ¿Tenéis una salida?
Obi-Wan negó con la cabeza.
—Hemos atado a un guarda. ¿Hay más?
—No lo creo —dijo Qui-Gon—. Ella cuenta con Nil y con el sistema de seguridad. Nosotros tres no deberíamos tener problemas para salir. Zan Arbor todavía no sabe que hay intrusos. Tenemos muchas probabilidades.
El intercomunicador chispeó y se giraron para contem-plar la pantalla. Apareció Ona Nobis.
—Ya he llegado —dijo—. Nil, dame acceso. ¡Nil!
—Parece que ya no tenemos tantas probabilidades —dijo Qui-Gon.
Capítulo 19
Qui-Gon contempló el rostro atemorizado de Astri. No quería ni imaginar lo que le había costado a aquella chica llegar hasta ahí. Antes era cocinera y llevaba una cafetería, y ahora se enfrentaba a la muerte en una peligrosa misión para salvar a su padre.
—No te preocupes —le dijo en voz baja.
—Pero ahora Zan Arbor se dará cuenta de que la hemos engañado —dijo Astri—. Y estaremos atrapados. ¿Qué hacemos?
— Irnos —dijo Qui-Gon, abriendo la puerta —. Tendremos que volver a por el otro prisionero. Zan Arbor descubrirá que hay intrusos, pero no sabrá dónde estamos.
Bajaron corriendo por el pasillo. Qui-Gon sentía la debilidad en las piernas al correr. Las fuerzas le volvían poco a poco, pero sabía que iba a tener problemas en caso de tener que enfrentarse a la cazarrecompensas. Deseó tener consigo su sable láser.
Antes de doblar la esquina en dirección a las puertas dobles, Qui-Gon se detuvo y miró a su alrededor. Jenna Zan Arbor había dejado las puertas abiertas de par en par. Estaba de espaldas a ellos. Ona Nobis entró en el edificio.
—El sistema de seguridad ha fallado —dijo Jenna Zan Arbor sin aliento—. No encuentro a Nil. Creo que ha entra do alguien que intenta rescatar a Qui-Gon. Dos personas, una de ellas Jedi. Puede que las dos lo sean. Encuéntralas.
—Mi misión ha terminado —dijo Ona Nobis sin infle-xión en el tono—. He venido a por mi dinero.
—Pero ¿qué dices? —Zan Arbor alzó el tono—. ¡Te estoy diciendo que estoy en peligro!
—Y yo te digo que me da igual —dijo Ona Nobis en el mismo tono inexpresivo—. Me enviaste a por ese amigo de Ren S'orn a Simpla-12. Los Jedi me vencieron allí. Y ésa fue mi última misión para ti. Ahora he aceptado otro traba-jo. Y tengo mis propios planes para ese Obi-Wan Kenobi.
—Escúchame —escupió Jenna Zan Arbor—. Hay ntrusos en el laboratorio. Recorre el edificio y destruyelos.
Ona Nobis no respondió. Alargó la mano para pedir su dinero.
—¡Pero Obi-Wan Kenobi podría estar aquí ahoramismo!
—Me enfrentaré a él con mis condiciones. No con las tuyas. No aquí.
—Si crees que te voy a pagar, estás muy equivocada —siseó Zan Arbor.
Ona Nobis contempló a Zan Arbor con una mirada neutral.
—Si crees que puedes amenazarme, eres tú la que se equivoca. No olvides quién soy. ¿Quieres pagarme lo que me debes o prefieres morir?
Jenna Zan Arbor pareció encogerse. No era rival para Ona Nobis y lo sabía. Buscó en sus vestimentas y saco un sobre. Lo depositó con furia en la palma abierta de la caza rrecompensas.
—Nunca volveré a contratarte —le dijo entre dientes. —Qué pena me da —dijo Ona Nobis con frialdad. Se puso el sobre en el cinturón, se dio la vuelta y se marchó La puerta siseó tras ella al cerrarse. Qui-Gon guió a los otros rápidamente de vuelta al almacén. Con un poco de suerte, Zan Arbor volvería al laboratorio para intentar encon-trar a Nil. Aprovecharían esa oportunidad para escapar.
Pasó frente a ellos, con el rostro inflamado por la furia.
—Por fin —suspiró Astri.
Salieron al pasillo y pasaron por la puerta doble. Estaban a unos pasos de la entrada cuando el interfono sonó, y en el monitor de la puerta de entrada apareció el rostro de Jenna Zan Arbor.
— Saludo a mis inoportunos visitantes y a Qui-Gon —dijo ella suavemente—. Supongo que estáis de camino a la puerta para escapar. Quizá deberíais deteneros un instante y pensar en esto. ¿Realmente me consideráis tan estúpida como para confiar a un guardia estúpido y a un sistema de seguridad básico la protección de lo que es mío?
Qui-Gon se detuvo.
—No me limité a sacarte la sangre, Qui-Gon —prosiguió ella—. También inyecté un dispositivo en tu sistema. No sólo mide tus signos vitales, por cierto, el corazón te está latiendo muy rápido en este momento, sino que también tiene un transmisor. Si cruzas el umbral de salida, el trans-misor hará saltar otro. Hay alguien más en mi laboratorio, otro sujeto. Si te vas, se liberará un veneno en su sistema. Morirá en treinta segundos. No le conoces, pero estás cer-cano a él. Ahí va un acertijo y una decisión —sonrió—. Quizás aceptes mi hospitalidad un poco más de tiempo.
La pantalla se apagó. Obi-Wan miró a Qui-Gon.
—Podría ser un farol.
Qui-Gon negó con la cabeza.
—No lo es.
—Pero no tienes pruebas definitivas de que haya alguien más aquí —dijo Obi-Wan desesperado.
—Pero sé que hay alguien —dijo Qui-Gon. Se volvió hacia Obi-Wan. Vio la desesperación y el temor en los ojos de su padawan —. Ya sabes lo que tienes que hacer, padawan.
—No —dijo Obi-Wan, negando con la cabeza violen-tamente—. No te abandonaré.
—Tienes que hacerlo — Qui-Gon puso la mano en el brazo de Obi-Wan—. Lo hiciste bien. Me sacaste de la cámara. Pero no puedo irme del edificio, y tú tienes que llevar esos medicamentos. La vida de Didi, entre otros, está en peligro.
—Yo iré —dijo Astri —. Yo llevaré las antitoxinas.
—Has sido muy valiente, Astri —le dijo Qui-Gon—, pero no podemos dejar que tanta responsabilidad recaiga sobre ti. Esas vacunas y antitoxinas tienen que ir por dos vías distintas. Os tenéis que ir los dos.
—No puedo abandonarte —repitió Obi-Wan con la voz quebrada.
—Tienes que hacerlo, padawan —dijo Qui-Gon—. Llevar esos medicamentos al Templo es una misión Jedi. Debe realizarla un Jedi.
—Hay un equipo del Templo en camino —dijo Obi-Wan—. Pero ahora que ella sabe que la hemos encontrado, fortificará el lugar. Hará lo imposible para que no entremos.
—No podrá resistir a los Jedi —dijo Qui-Gon firmemente—. Dame tu intercomunicador.
Obi-Wan dio a Qui-Gon su intercomunicador, y luego su sable láser. Era el mayor presente que un Jedi le podía ofrecer a otro. Qui-Gon puso la mano sobre la empuñadura.
—Lo protegeré hasta que regreses a por él —dijo—. Y ahora marchaos.
Astri echó a correr. Pulsó el botón para abrir la puerta. El aire fresco entró con el aroma de la inminente lluvia.
Obi-Wan se volvió para mirar a Qui-Gon. Qui-Gon vio la desesperación y la rabia en los ojos de su padawan.
—Volveré.
Obi-Wan y Astri salieron. La puerta se cerró tras ellos. Qui-Gon se quedó en el pasillo, con el sable de Obi-Wan en la mano. El olor a cerrado del laboratorio pronto disipó el aroma de la lluvia. Había tenido la libertad a unos pocos metros, pero se le había escapado.
Se volvió para mirar el laboratorio y su nuevo enemigo. Ahora empezaba el juego.
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