ISAAC ASIMOV
Oh, doctor A...
Oh, doctor A...
Hay algo (no se vaya)
que me gustaría o írle decir.
Aunque preferiría morir
que intentar
curiosear,
el hecho, como verá,
es que en mi mente
ha brotado hoy la cuestión latente.
No pretendo fácil irrisión,
de modo que, por favor, responda con decisión.
Deseche sus temores recelosos,
¡y explique el secreto de su visión!
¿Cómo demonios
engendra
esas locas e increíbles ideas?
¿Es indigesti ón
y cuestión
de la pesadilla resultante?
¿De sus globos oculares el remolineo,
el girar incesante,
del cerrarse y abrirse
de sus dedos,
mientras su sangre toca enloquecidos repiques
al seguir el desapasionado compás
de su pulso turbio y desigual?
¿Es eso, opina, o el licor
lo que acelera su furor?
Porque un pequeño, ligero,
martini seco
puede ser su particular genio;
o quizás en esos combinados de ron
encuentra usted las mismas semillas
para la creación
y liberación
de esa rara idea o ese sorprendente final;
o una sobrenatural
combinación
de ilegal
estimulación,
marihuana más tequila,
que le dará esa sensación
de las cosas que vibran
y se desprenden,
mientras inicia su cerebración
con la síncopa enloquecida
de un cerebro que su tic-tac emprende.
Doctor A., seguramente algo
le vuelve visionario
y bastante trastornado.
Puesto que le leo con devoción,
¿no querrá darme una noción
de esa poción astutamente preparada
de la que emergen sus tramas,
de esa mezcla secreta, espumosa, alocada,
que en elemento permanente le ha convertido,
en los lugares de la ciencia ficción más favorecidos...?
Ahora, doctor A.,
no se vaya...
Oh, doctor A.
Oh, doctor A...
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