Philip
K. Dick
El
otro día estaba caminando rumbo a la Universidad y un tipo con un Mustang
realmente nuevo me dio un aventón. Ninguno de los dos dijo nada durante un buen
rato —ustedes saben como es el Universo— y entonces, percatándome de un pequeña
y linda muñeca de plástico que tenía junto al túnel de transmisiones a su lado,
comencé una de esas conversaciones sin forma, la clase de conversaciones que no
tienen finalidad alguna sino mantener a raya el silencio. Le pregunté por la
muñeca. Era una chica, con el cabello negro y corto, una cara plena, cálida y
amistosa, bonita, dulce, con una corta minifalda... la muñeca tenía largas
piernas, se veía sexy, la clase a la que las niñas le compran diferentes
estuches de ropa para vestirlas de una u otra manera. La clase de muñeca a la
moda y con estilo que preocupa a la mayoría de ellas todo el día, mientras se
sientan sobre el piso frente al televisor.
—Esa
es una muñeca Linda —dijo el tipo—. Hecha por Levy. Habrás visto su edificio al
lado de la autopista cerca de Los Angeles. Están apenas por detrás de Mattel, y
con el tiempo llegarán a superarlos. Esta muñeca tiene más personalidad en su
rostro que la Barbie.
—Me
gustaría conocer una chica real que se viera como ella —dije—, quiero decir, en
la vida real. No una muñequita como esta, ¿sabes?
—Ese
tiempo ya ha pasado —dijo el tipo de manera sombría mientras conducía su
Mustang—. Quizá una vez, si lo que dicen es cierto. Acerca de los orígenes de
la muñeca Linda. Podrías haberla conocido entonces, si realmente hubieras
tenido suerte, pero no ahora. Aquellos deben haber sido tiempos maravillosos,
por lo que he oído. Había realmente una Linda. Esa es la leyenda, de cualquier
modo. Lo que en Levy dejaron salir, sin embargo, puede que no sea toda la
verdad; tendrás que hacerte una idea con las pistas que han soltado de vez en
cuando, usualmente en las respuestas a cartas que las niñas escriben. De
cualquier manera, evidentemente había una chica llamada Linda, en efecto —en la
vida real, como nosotros— y la gente de Levy consiguió una fotografía de ella o
alguien en la fábrica la conocía... originalmente ellos trabajaban con carros
usados, o algo así; no recuerdo. Así que verás, esta chica Linda, la real, era
llamativa. Como la muñeca. Sólo que más aún. Realmente no puedes imprimirle a
una muñeca todos los matices sutiles que encuentras en alguien en la vida real.
—Eso
sí que es cierto.
—La
gente solía verla vagando por los alrededores, perdida y triste, pero con esa
maldita sonrisilla llena de diversión. Con sus ojos negros chispeantes. Llena
de vitalidad y energía y así, realmente activa y alerta, diciendo cosas
divertidas, zumbando por el pueblo y sobre la autopista en su Camaro.
—¿Tenía
nombre el Camaro?
—George.
—¿Y
tuvo un padre?
—Desde
luego, el padre de George era... bueno, no lo creerías. Así que no te contaré
sobre eso. Probablemente ahora es sólo un mito. Pero de cualquier modo, Linda
creía en vivir la vida, pero era muy original... nadie nunca sabía lo que iba a
decir o a hacer a continuación. No era predecible. Cuando contestaba el
teléfono —la gente de Levy dice que era una operadora telefónica a veces— y
entonces decía cosas extrañas y confusas. Y la mitad de las veces la gente que
llamaba se enfurecía y colgaba. O quizá se reían. Todo dependía de si tenían
sentido del humor. O, también, de si estaban vivos o no.
—Sí,
dependiendo de dónde esté tu propia cabeza será la forma en que reacciones ante
alguien super vivo.
—Sí,
eso era lo que ella tenía; estaba super viva. Siempre estaba corriendo haciendo
cosas, como un pequeño electrón. Pero gradualmente llegó a sentirse muy
cansada. Comenzó a desgastarse. Ahora, se puede remplazar una muñeca. Siempre
hay más en la línea de ensamblaje día tras día. Pero en el caso de una persona,
sólo hay una. Así es como es esto. Creo que por eso la gente de Levy estaba tan
ansiosa por duplicarla, de mantenerla lejos de...
—Hay
una luz roja delante.
—Gracias.
—El tipo frenó su Mustang hasta detenerlo, detrás de una camioneta VW—. Así se
cansó mucho y empezó a sentir dolor por las noches, y ahí en su habitación
tenía a todas estas muñecas, les pedía ayuda.
—¿Qué
hacía sus muñecas?
—Hacían
lo que podían. Trataban de ayudarla. Nadie lo sabe de seguro, aparte de ella
misma. En esas noches estaba sola ahí en la habitación con ellas.
—¿Nadie
más la ayudó? ¿No conocía a nadie más? ¿Alguien que la quisiera y le brindara
una maldita ayuda, que se preocupara por ella y se preguntara cómo estaba de
vez en cuando?
—Esa
parte está empañada por la leyenda y el mito. Algunas veces los folletos de la
gente de Levy parecen implicar que varios individuos de toda clase la amaban.
Pero ella tenía muchas preocupaciones. Como andar sin sostén.
—¿Perdón?
—De
acuerdo a uno de los folletos, ella manejaba una ambulancia o algo así... de
cualquier manera, estaba manejando su ambulancia un día, sin su brassiere, y
los policías de Los Angeles la hicieron polvo. No recuerdo los cargos exactos.
«Operar un vehículo de emergencia sin el debido respeto» o algo así. Y otra vez
la atraparon vendiendo boletos para una autopsia. Cinco centavos por ver, diez
por tocar... y cosas por el estilo. En cierto sentido, Linda era bastante
peculiar. Pero la gente la amaba. Tenía una forma peculiar y melancólica de
gritar, dicen. Cuando ponías tus brazos a su alrededor, ella gritaba de la
manera más cautivadora y encantadora. Aunque dicen que siempre estaba rompiendo
lo preestablecido.
—Aunque
suena como si no fuera muy feliz.
—Pero
seguro que lo intentaba. Nunca dejó de intentarlo, sin importar lo que pasara.
Cuando se emborrachaba...
—Oh,
¿bebía?
—Siempre
que era posible. En cada ocasión. Excepto, desde luego, en su trabajo.
Particularmente en su último trabajo, el cual se tomó muy en serio. Pulir
lápidas.
—¿En
serio?
—Le
dieron un pequeño equipo, con piedra pómez y un trapo y cosas así. Y cada día
en el camino de ida de Green Pastures en el Valle Feliz, ella haría su trabajo,
untando piedra pómez en las lápidas y luego lijando y frotando y dando brillo
industriosamente, día tras día, las pulía hasta que se veían más y más viejas.
La gran ambición de Linda era envejecer todas las lápidas del mundo, empezando
en el área de Los Angeles y trabajando hacia el norte.
—¿Y
así es como se marchó?
—Así
es como se fue. Puliendo su camino hacia el norte, siendo empleada en todos los
cementerios y panteones oficiales y también trabajando en las capillas
funerales detrás de las estaciones de gasolina Chevron y detrás de las Pizza
Huts, donde quiera que las encontrara. Linda hizo un buen trabajo; Linda
siempre hizo un buen trabajo en todo aquello que intentó. Algunas veces, sin
embargo, su ingenio salvaje daba lo mejor de sí, en esos casos pegaba un letrero
en la tumba después de trabajar envejeciéndola, cosas como «Elección U.S.D.A.»
Pero eso le ocasionó problemas con el Departamento de Agricultura, así que
después de eso de vez en cuando colocaba etiquetas en las que se leía: «Frágil.
Manéjese con cuidado». Finalmente, se volvió su marca. Indicaba que Linda había
estado ahí. Podrías seguir sus pistas por todo California, así, y finalmente
llegarías hasta Oregon y un poco más al norte. En algún lugar sobre la línea,
evidentemente, se le terminaron las etiquetas. Y de cualquier modo, el rastro
se acabó.
—Y
ahora las tumbas han dejado de envejecer.
Dando
vuelta hacia la derecha, el conductor del Mustang aparcó en un espacio en el
estacionamiento, frenó y se detuvo. Permaneció sentado por un momento, luego estiró
su mano y levantó la pequeña muñeca Linda dejándola descansar junto a él.
—Creo
—dijo—, que todavía anda por ahí. Esperamos eso, cada uno de los que poseemos
una muñeca Linda de la gente de Levy. Y, demonios, hay millones de nosotros...
aunque creo que la mayoría son niños. Lo cual está bien. Seguro que es bonita,
¿verdad? —Sostuvo la muñeca y ambos la miramos.
—Hola,
Linda —dije yo.
—Hola,
Vincent —respondió la muñeca Linda.
—«Vincent»
—protesté—. Mi nombre es Phil, no Vincent.
—La
muñeca llama así a todo el mundo —dijo el conductor del Mustang mientras me
abría la puerta—. Aquí está la Universidad. Buena suerte. Nadie sabe por qué la
gente en Levy programó su muñeca para dirigirse a todos llamándolos «Vincent».
Es uno de esos misterios que no puedes desentrañar, creo. Quizá había un
Vincent en la vida real de Linda. O quizá por la canción...
—Parece
triste —dije mientras salía del carro.
—Cuando
retiren a Barbie del mercado se sentirá mejor —dijo el conductor del auto—.
Está aguardando eso. Dile adiós a
Phil, Linda.
—Adiós,
Vincent —dijo Linda, la muñeca.
FIN
Título
original: Goodbye, Vincent
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