Gordon R. Dickson
Las
razas divididas del hombre nacido en las estrellas regresaban de nuevo a casa,
para encontrar un planeta derruido, donde los hombres se enfrentaron a
Dorsai...
Soldado,
no preguntes –ahora o siempre –
donde,
a la guerra, tus banderas van...
* * *
I
Cuando
salí de la línea espacial en St. María, la ligera brisa de alta presión de la
atmósfera de la nave era como una mano que, desde la oscuridad, me sumergía en
un día sombrío y de lluvia. Mi abrigo Newsman me cubría. El frío húmedo lo
envolvía todo a mí alrededor, pero sin penetrarme. Me sentía como la espada
escocesa de mis remotos antepasados, envuelta y escondida en el tartán –afilada
en una piedra –. y llevada al fin al encuentro para el que había sido preservada
durante tres años.
Un
encuentro en la fría lluvia de la primavera. La sentía fría, como sangre vieja,
en mis manos, y sin gusto en mis labios. Arriba, el cielo era bajo y las nubes
flotaban hacia el Este. La lluvia caía sin cesar.
Su
sonido era como el retumbar de tambores cuando bajé la escalera de aterrizaje y
las gotas de lluvia chocaban por todas partes contra el duro asfalto. Este se
alargaba desde la nave en todas direcciones ocultando la Tierra, tan vacía y
limpia como la última página de un libro de contabilidad antes de la entrada
final. La terminal del puerto espacial parecía una losa sepulcral. La cortina
de agua entre ambos, se afinaba y engrosaba como el humo de las batallas, pero
no podía ocultarla completamente de mi vista.
Era
la misma lluvia que cae en todas, partes y en todos los mundos. Así había caído
en Atenas, en la Vieja Tierra, cuando era sólo un niño, en la oscura y triste
casa de mi tío donde me crié a raíz de la muerte de mis padres, próxima a las
ruinas del Partenón, que yo divisaba desde la ventana de mi cuarto.
Ahora la escuchaba mientras bajaba por la escalera de
aterrizaje, zumbando sobre la gran nave, detrás de mí, que me había llevado a
las estrellas desde la vieja Tierra a este segundo y más pequeño de los mundos,
este pequeño planeta « transformado» bajo los soles de Procyon y tronando
profundamente sobre la cartera de mis credenciales que se deslizaba por la
banda rodante. Aquella cartera no significaba ahora nada para mí, ni mis
papeles de Credenciales de Imparcialidad 'que me habían costado seis años de
trabajo. Ahora pensaba menos en esto que en el nombre del sujeto que iba a
encontrar despachando los coches al final del campo. Si era realmente el hombre
que mis informadores de la Tierra me habían dicho, y si no habían mentido...
–¿Su
equipaje, señor?
* * *
Me
liberé de mis pensamientos y de la lluvia. Había llegado a la zona asfaltada, y
el oficial de desembarque me sonrió. Era más viejo que yo, aunque no lo
parecía. Cuando sonrió, algunas gotas de humedad se derramaron como lágrimas
desde el borde visor marrón de su gorra, sobre la hoja de inscripción.
–
Mándelo al recinto Amistoso –dije –. Yo llevaré la cartera de las Credenciales.
La
saqué de la banda rodante transportadora y volví a caminar. El hombre vestido con
uniforme de mensajero, junto al primer coche en fila, se ajustaba a la descripción.
–¿Su
nombre, señor? –preguntó –. ¿Qué negocios le traen a St. María?
Si
a él me lo habían descrito también se procedió a la inversa, pero estaba
preparado para tratarlo con el mejor humor.
–Tam
Olyn –repliqué –. Residente en la Vieja Tierra y Representante de la Red de
Noticias del Intermundo. Estoy aquí para amparar al conflicto Exótico
–Amistoso. –Abrí mi cartera entregándole los papeles.
–Está
bien, Mr. Olyn. –Me los devolvió mojados por la lluvia, y se volvió para abrir
la puerta del coche, y preparar el piloto automático –. Siga derecho el camino
hasta Joseph's Town. Póngalo en automático al llegar a los límites de la
ciudad, y el coche le llevará a los recintos Amistosos.
–Muy
bien –le contesté –. Pero, espere un momento.
Se
volvió. Tenía un rostro joven y agraciado, con un pequeño bigote y me contempló
sin interés.
–¿Señor?
–Ayúdeme
a entrar en el coche, por favor.
–Oh,
lo siento, señor –y vino corriendo hacia mí –. ¡No me había dado cuenta de su
pierna!
–La
humedad la paraliza –dije.
Arregló
el asiento y puse mi pierna izquierda detrás del volante, mientras él se
marchaba de nuevo.
–Espere
un momento –le dije otra vez. Me sentía impaciente –. Usted es Walter Imera, ¿no
es cierto?
–Sí,
señor –replicó con suavidad.
–Míreme
–dije – Usted tiene alguna información para mí, ¿no es verdad? –Y se volvió
lentamente para mirarme. Su rostro era completamente inexpresivo.
–No,
señor.
Esperé
un largo momento mirándole.
–Está
bien –dije entonces llegando a la puerta del coche –. Supongo que sabe que de
todos modos obtendré esa información y ellos creerán que fue usted quien me la
dio.
Su
pequeño bigote parecía como pintado.
–Espere
–dijo él.
–¿Para
qué?
–Mire
–contestó –, debería comprenderlo. Los informes como éste no forman parte de
sus noticias, ¿no es cierto? Yo tengo una familia...
–Y
yo no –repliqué –. No sentía nada por él.
–Pero
usted no quiere comprender. Me matarían; ésta es la clase de organización que
el Frente Azul tiene ahora en Santa María. ¿Qué quiere saber de ellos? No
comprendí lo que usted deseaba...
–Está
bien –repliqué – y llegué a la puerta del coche.
–Aguarde...
–y extendió una mano hacia mí bajo la lluvia –. ¿Cómo puedo saber que usted
conseguirá que me dejen en paz, si se lo digo?
–Algún
día pueden volver a tener aquí el poder –le expliqué –. Ni aún los grupos
políticos fuera de la ley quieren ser antagonistas de la Red de Noticias
Interplanetarias. –Y empecé a cerrar la puerta una vez más.
–Muy,
bien –contestó rápidamente –, muy bien. Usted va, a Nuevo San Marcos, allí está
Wallace Street Jewelers, precisamente detrás de Joseph's Town, donde se halla
el recinto Amistoso. –Se mordió los labios –. ¿Les hablará de mí?
–Eso
es lo que voy a hacer. –Y le miré. Por encima del cuello de su uniforme azul
pude ver en el lado derecho una o dos pulgadas de una fina cadena dé plata que
brillaba sobré su pálida piel. El crucifijo debía estar debajo de su camisa –.
Los soldados Amistosos han estado aquí hace dos años. ¿Cómo los trataban?
Hizo
un ligero visaje y recobró el color.
–Oh,
como a todo el mundo, sólo hay que entenderlos. Siguen su propio sistema.
Sentí
el dolor en mi pierna rígida cuando los doctores de Nueva Tierra habían sacado
la aguja del rifle de muelles, tres años antes.
–Si,
lo siguen. Cierre la puerta por favor.
La
cerró y me fui.
* * *
Había
una medalla de San Cristóbal en el tablero del coche. Uno de los soldados
Amistosos la habría arrancado y arrojado afuera, o rehusado el coche; y aquello
me proporcionó un placer particular, al poder dejarla donde estaba, aunque
para, mi no significase más que para él. No lo hice a causa de Dave, mi cuñado
y los otros prisioneros que ellos habían matado en Nueva Tierra, sino
simplemente porque hay ciertos deberes que contienen un pequeño elemento
placentero en su cumplimiento. Cuando las ilusiones de la Infancia han
desaparecido y solo quedan las obligaciones, tales placeres son siempre bien
recibidos. Los fanáticos, cuando todo se ha dicho y hecho, son peores que
perros rabiosos.
Pero
a los perros rabiosos hay que matarlos; es de sentido común.
Inevitablemente,
al cabo de un cierto tiempo todos acabamos por hacer que retorne el sentido
común a nuestras vidas, exactamente cuando los sueños más descabellados de
justicia y progreso están todos muertos y enterrados. Cuando los dolorosos
latidos de los sentimientos permanecen al fin inmóviles, entonces es mejor
quedarse quieto, sin vida y rígido como la hoja de una espada afilada en una
piedra. Ni la lluvia, ni la sangre oxidan la espada que se ha bañado en ellas;
lluvia y sangre valen por un igual para afilar el acero.
Conduje
durante media hora, atravesando colinas de bosques y praderas aradas. El surco
de los campos era negro bajo la lluvia; más negro que cualquier otra sombra que
hubiera visto; y al fin llegué a las afueras de Joseph's Town.
El
auto –piloto del coche me condujo a través de una pequeña, limpia y típica
ciudad de Santa María, de unos cien mil habitantes. Llegamos a un lugar
apartado en medio de una zona despejada, en el que se alzaban los muros de
sólido cemento de un acuartelamiento militar.
Un
suboficial Amistoso, detuvo mi coche ante su puerta, encañonándome con un negro
rifle de muelles, y abrió la portezuela del coche.
–¿Qué
negocios le traen aquí?
Su
voz era áspera y nasal. Los galones
de la compañía a la que pertenecía le bordeaban el cuello. Por encima, su
rostro, que era el de un hombre de cuarenta años, aparecía surcado de arrugas.
Tanto el rostro como las manos, –las únicas partes descubiertas de su persona,
parecían irreales, blancas contra la negra tela de su uniforme y el reflejo de
su rifle.
Abrí
la cartera que estaba a mi lado y le entregué mis papeles.
–Mis
credenciales –dije –. Estoy aquí para ver cómo actúa el comandante de las
Fuerzas de Expedición, el comandante Jamethon Black.
–Pase,
entonces, por allí –dijo con voz nasal –. Debo conducirle.
Me
aparté y él entró y cogió la palanca de mandos. Fuimos hacia la puerta y
giramos por una avenida cercana. Pude ver al final de la avenida una plaza
interior. Las paredes de cemento, a nuestro lado, repetían el eco de nuestro
paso. Cuando nos acercamos al rectángulo, oí voces de mando cada vez más
fuertes. Cuando entramos, los soldados formaban en fila bajo la lluvia para el
rancho del mediodía.
* * *
El
hombre del grupo me dejó y entré en el vestíbulo de lo que parecía ser una
oficina, abierta en la pared de un lado del rectángulo, y miré a los soldados
que estaban en formación. Permanecían en la posición de presenten armas, una
actitud guerrera según las condiciones de campaña y mientras yo miraba al
oficial que se hallaba frente a ellos, dando la espalda al muro, éste les hacia
entonar un himno de combate.
Soldado, no preguntes ahora y siempre,
Cuándo tus banderas a la guerra van.
Legiones de anarquistas nos rodean.
¡Lucha pero no cuentes los golpes!
Me
senté, procurando no escuchar. No había ningún acompañamiento musical, ni
adornos o símbolos religiosos, excepto la fina forma de la cruz pintada de
blanco sobre el muro gris, detrás del oficial. El coro de voces masculinas se
elevó y bajó suavemente en el oscuro y triste himno que les ofrecía sólo dolor,
sufrimiento y penas. Por fin, el verso final sollozó su áspera plegaria por una
muerte en la batalla.
Un
teniente rompió filas, mientras el oficial regresaba a mi coche sin mirarme y
franqueó la entrada, por donde el suboficial que fue mi guía había
desaparecido. Al pasar el oficial, vi que, era joven.
Un
momento después, el guía vino a buscarme. Renqueando un poco sobre mi pierna
rígida, le seguí a una habitación interior con luces encendidas encima de un
único escritorio. El joven oficial se levantó y saludó cuando la puerta se
cerró tras de mí. En la solapa de su uniforme llevaba unos gastados galones de
comandante.
Cuando
le entregué mis credenciales por encima del escritorio, la luz me dio de lleno
en los ojos, cegándome. Di un paso atrás y miré parpadeando su borroso rostro.
Cuando se acercó, lo vi por un momento como si fuera más viejo, más áspero,
retorcido y marcado por las arrugas de años de fanatismo. Luego, mis ojos le
pudieron ver mejor y le contemplé tal como era en realidad. El rostro oscuro,
pero delgado, con la delgadez de la juventud y no del que pasa hambre para
adelgazar. No era el rostro bronceado de mis recuerdos. Sus facciones eran regulares,
hasta el punto de parecer un hombre guapo. Sus ojos cansados y ojerosos; y vi
la recta y cansada, línea de su boca sobre el rígido y controlado cuerpo, más
pequeño y ligero que el mío.
Cogió
las credenciales sin mirarlas. Su boca un poco peculiar, seca y cansada en los
ángulos.
–Ya
no hay duda, Mr. Olyn –dijo –. Usted ha conseguido muchas autorizaciones de los
Mundos Exóticos para entrevistar a los soldados mercenarios y a los oficiales
que han sido contratados de Dorsai y una docena de otros mundos para oponerse
al Escogido por Dios en la Guerra, ¿verdad?
Sonreí,
porque era agradable hallarle tan fuerte para luego gustar el placer de hacerle
pedazos.
II
Miró
a través de los tres metros aproximadamente de distancia que nos separaban. El
suboficial Amistoso, que había matado a los prisioneros de Nueva Tierra, había
hablado también del Escogido por Dios.
–Si
usted quiere mirar debajo, de los papeles, que han enviado –1e dije –, los
encontrara. La Red de Noticias y su gente son imparciales; no tomamos partido
por ninguno.
–El
derecho –contestó el joven moreno –, «tiene su partido»
–Sí,
comandante –replique –. Eso es verdad. –Algunas veces sólo se trata de saber
«dónde está el derecho en las cosas». Usted y sus tropas son aquí invasores en
el mundo de un sistema planetario, que sus antepasados nunca colonizaron. Y
frente a usted están las tropas mercenarias, pagadas por dos mundos que no sólo
pertenecen a los soles Procyon, sino que tienen un comité para defiende los
mundos más pequeños de su sistema... de los que Santa María es uno. No estoy
del todo seguro de que la razón esté de
su parte.
Meneó
ligeramente la cabeza y dijo:
–Esperamos
de los no escogidos poca comprensión. –Y trasladó su mirada a los papeles.
–¿Le
importaría que me sentara? –le dije –. Tengo una pierna inutilizada.
–No
faltaría más. –Señaló una silla cerca de su mesa, y mientras yo me sentaba, él
hizo lo mismo. Le miré por encima de los papeles que había sobre la mesa, y vi,
a un lado el solidógrafo de una de las altas torres sin ventanas del templo de
los Amistosos. Era un claro indicio para él reconocerlo –pero allí había
precisamente tres personas, un anciano, una mujer y una jovencita de unos
catorce años, en el primer término de la imagen. Los tres tenían un aire
familiar a Jamethon Black. Por encima de mis credenciales, me lanzó una mirada
y vio que yo los contemplaba; y su mirada se, deslizó momentáneamente al
solidógrafo y la apartó otra vez, como si quisiera protegerlo de mi vista.
–Veo
que me piden –dijo, atrayendo mis ojos hacia él –,. que le proporcione
colaboración y ayuda. Le buscaré alojamiento. ¿Necesita un coche con chófer?
–Gracias
–le contesté –. Aquel coche de alquiler que hay afuera es suficiente, y yo solo
me las arreglo para conducir.
–Como
usted quiera.
Separó
los papeles dirigidos a su nombre, devolviéndome el resto, y se inclinó sobre
un micrófono de su escritorio.
–Teniente.
–Diga,
señor –contestó el micrófono con prontitud.
–Deseo
habitaciones para un civil. Reserve aparcamiento para un vehículo civil,
personal.
–Sí,
señor.
Desde
el micrófono la voz se despidió con un chasquido. Jamethon Black me miró por
encima de la mesa, y me pareció que esperaba a que me fuera.
–Comandante
–dije colocando mis credenciales en la cartera –, hace dos años sus dignatarios
de las Iglesias Unidas de Armonía y Asociación, pillaron al gobierno de Sta.
María en falta por cierta discusión sobre balances de crédito, así que enviaron
aquí una expedición para que se ocupara del pago. ¿De aquella expedición, a
cuántos hombres y equipos ha dejado usted?
–Esto,
Mr. Olyn –respondió –, es un informe estrictamente militar.
–Sin
embargo –y cerré la cartera – usted, con la categoría de comandante, está
actuando como comandante de las Fuerzas del resto de la expedición. Esa
posición requiere alguien que tenga cinco grados superiores al de usted.
¿Espera que tal oficial llegue y se haga cargo?
–Creo
que debería hacer esta pregunta en los Cuarteles de Armonía, Mr. Olyn.
–¿Espera
refuerzos, y más suministros?
–Si
lo hiciera –su voz se elevó –, debería considerar también esta información como
estrictamente confidencial.
–Usted
sabe que se ha comentado ampliamente que su Personal General en la Armonía ha
decidido que esta expedición a Santa María es una causa perdida. Pero para
evitar un fracaso prefiere que usted esté aquí para impedirlo, en lugar de
retirarle junto con sus hombres.
–Ya
lo sé –replicó.
–No
le importaría discutirlo.
Su
moreno rostro, joven e inexpresivo, no se inmutó.
–No,
si se trata sólo de rumores, Mr. Olyn.
–Una
última pregunta, entonces. ¿Intenta usted retirarse hacia el Oeste, o rendirse,
cuando en la ofensiva de primavera, los Mercenarios Exóticos empiecen las
operaciones contra usted?
–El
Escogido en la Guerra nunca se retira –dijo –, ni sufre el abandono de sus
Hermanos en el Señor.
Se
levantó.
.–Tengo
trabajo, Mr. Olyn.
Yo
también me levanté. Era más alto que él, más viejo, de estructura más fuerte.
Sólo su postura casi irreal era la que le permitía mantener su apariencia de
ser mi igual o mi superior.
–Hablaremos
más tarde, quizás cuando usted tenga más tiempo –dije
–Perfectamente.
Oí la puerta de la oficina que se abría detrás de mí –. Teniente, atienda a Mr. Olyn
* * *
El
teniente me ayudó a encontrar una pequeña alcoba de cemento, con una sola
ventana en lo alto de la pared, un lecho de campaña y un armario corriente. Me
dejó unos momentos y regresó con un pase firmado.
–Gracias
–le dije mientras lo tomaba –. ¿Dónde puedo encontrar a las Fuerzas Exóticas?
–Nuestras
últimas noticias, señor –contestó –, es que están a noventa kilómetros al Este
de aquí. En Nuevo San Marcos.
Era
de mi estatura, pero, Como la mayoría de ellos, media docena de años más joven
que yo, con una inocencia que contrastaba con el extraño aire de autocontrol
que todos poseían.
–San
Marcos. –Y le miré –. supongo que ustedes, los hombres alistados, saben que su
cuartel general en Armonía ha decidido no malgastar reemplazos en ustedes,
¿verdad?
–No,
señor –dijo. Igual pude haber hecho un comentario sobre el clima tal fue su
reacción ante mis palabras. Estos chicos eran todavía fuertes e inquebrantables
–. ¿ Hay algo más?
–No
–le repliqué –, gracias. Se marchó y yo salí para subir a mi coche y recorrer
noventa kilómetros hacia el Este del territorio hasta Nuevo San Marcos, a donde
llegué en tres cuartos de hora. Pero no fui directamente al Cuartel General del
Campo Exótico. Tenía otras cosas que hacer.
Estas
me llevaron a Wallace Street Jewelers... unos pasos más abajo del nivel de la
calle, ante una puerta opaca, en una grande y mal alumbrada habitación, repleta
de cajas de cristal. Había un pequeño anciano en el fondo de la tienda, detrás
de la última caja, y vi cómo contemplaba mi abrigo de corresponsal y la placa,
a medida que me acercaba.
–¿Señor?
–dijo mientras me paraba frente a la caja. Se levantó para mirarme; el cabello
gris y los labios viejos en una extraña y suave cara.
–Creo
que usted sabe lo que represento –le dije –. Todos los mundos conocen los
Servicios Informativos. No nos interesa la política local.
–¿Señor?–
–Usted
sabrá de todos modos cómo me enteré de su dirección –y seguí sonriéndole. Por
lo tanto, le diré que la conseguí de un alto mensajero del puerto espacial
llamado Imera. Le prometí que le protegería si me la daba. Nos agradaría que
permaneciera todo ello en el mayor secreto.
–Tengo
miedo... –Puso su mano en la parte superior de la caja; estaba llena de venas
debido a los muchos años. ¿Desea usted comprar algo?
–Deseo
pagarle con la mejor voluntad –le dije –. Deseo, una información.
Sus
manos se deslizaron de la caja.
–Señor
–sollozó un poco –. Tengo miedo que se haya equivocado de tienda.
–Estoy
seguro de que no –le dije –, pero su tienda me lo demostrará. Creemos que es la
tienda que buscamos y que estoy hablando con un miembro del Frente Azul.
Movió
su cabeza lentamente, y se retiró de la caja.
El
Frente Azul es ilegal –contestó –. Buenas noches, señor.
–Un
momento. Antes tengo que decirle unas cuantas cosas.
–Así
y todo, lo siento, señor. –Se retiró hacia una cortina que cubría una puerta –.
No puedo escucharle. Nadie estará con usted en este establecimiento, señor,
mientras hable así.
Se
deslizó por entre las cortinas y desapareció, mientras yo recorría con la vista
toda la habitación grande y vacía.
–Bueno
–dije un poco alto –, supongo que tendré que hablar con las paredes, pues estoy
seguro de que pueden oírme.
Hice
una pausa. No se oía nada.
–Perfectamente,
exclamé. Soy un corresponsal y todo lo que me interesa es información. Nuestra
contribución a la situación militar aquí, en Santa María –y decía la verdad –
demuestra que las Fuerzas Amistosas Expedicionarias, abandonadas por su Cuartel
General, estoy seguro de que sufrirán un ataque de las Fuerzas Exóticas tan
pronto como la tierra esté lo bastante seca como para que los ejércitos puedan
atacar.
No
me contestaron, pero por detrás de mi cabeza, supe que me estaban escuchando y
vigilando.
–Como
resultado –continué y ahora dije una mentira, ya que no tenían modo de saberlo
–consideramos inevitable que el Mando Amistoso tenga que ponerse en contacto
con el Frente Azul. El asesinato de mandos enemigos es una violación del Código
de Mercenarios y del código Militar, pero los civiles podrían hacer lo que a
los soldados no les está permitido en ningún caso.
Aun
entonces no se oyó ningún ruido, ni se distinguió movimiento alguno tras la
cortina.
–Un
representante de Noticias –dije –, lleva Credenciales de Imparcialidad. Usted
sabe que está muy bien considerado. Solo deseo hacerle unas cuantas preguntas,
y las respuestas se guardarán confidencialmente...
Por
ultima vez, esperé, y no llegó respuesta alguna. Me volví y salí de la gran
habitación. Solo cuando me hube alejado, una vez en la calle, permití que
surgiera un sentimiento de triunfo en mi interior y me diera ánimos.
Debían
haber mordido el cebo. La gente de su clase siempre reacciona así. Encontré mi
coche y me dirigí, al Cuartel Exótico.
* * *
–Este
se hallaba fuera de la ciudad. Un comandante mercenario, llamado Janol Marat,
se encargó de mí. Me condujo a la estructura en forma de bola de su cuartel
general. Allí reinaba un aire de actividad alegre y confiado. Estaban bien
armados y entrenados. Tras estar con los Amistosos me sentía nervioso, y así se
lo dije a Janol.
–Hemos
hecho prisionero a un comandante Dorsai y rebasamos en número al enemigo.
Me
hizo un guiño. Tenía un rostro largo y muy tostado, lo que hacía que se
formaran profundas arrugas cuando sus labios se curvaban.
–Esto
hace que todo el mundo se sienta optimista. Además, nuestro comandante será
ascendido si gana. Volverá a los Exóticos y a un puesto en la Plana Mayor,
lejos del campo de combate. Es un buen asunto para nosotros que venza.
Y
los dos nos reímos.
–Cuénteme
más –dije –, aunque quiero argumentos que pueda usar en los artículos que envío
a la Red de Noticias.
–Está
bien –y contestó al gran saludo que le hizo un teniente que pasaba, un
Cassidan, por la mirada que le dirigió –supongo que usted deberla mencionar lo
corriente... el hecho de que nuestros patrones exóticos no se permiten emplear
la violencia, y por consiguiente son siempre más generosos cuando se tiene que
pagar a los hombres y los equipos. Y el Enlace Exterior, que es el embajador
Exótico en Santa María, como sabe...
–Ya
lo sé.
–Hace
tres años tomó el puesto del anterior Enlace –Exterior. De todas formas, es
algo especial, aún para alguien de Mara o Kultis. Es un experto en ontogénicos,
si esto quiere decir algo para usted. Todo recae sobre mi cabeza.–Janol indico
–: Aquí está la oficina del comandante del campo, es Kensey Graeme.
–¿Graeme?
–dije frunciendo el ceño –. He pasado un día en la Haya buscándole, antes de venir
aquí, pero me gustaría conocer su opinión sobre él. Me resulta familiar. –Nos
acercábamos al edificio donde se hallaba la oficina –. Graeme...
–Probablemente
está pensan 4o en otro miembro de la misma familia –y Janol se tragó el anzuelo
–. Donald Graeme, un sobrino, el que realizó aquella colosal maniobra, no hace
mucho, atacando a Newton, sólo con un puñado de barcos Amistosos. Kensey es el
tío de Dona1d. No tan espectacular como el joven Graeme, pero apuesto a que
usted lo preferirá al sobrino. Kensey tiene dos hombres semejantes. –Y me miró
guiñándome ligeramente el ojo otra vez
–¿Supongo
que esto quiere decir algo especial? –Replique.
–Eso
es ––añadió Janol –, El mismo, y su hermano gemelo. Conocí a lan Graeme una vez
cuando estaba en Bluevain, donde se halla la Embajada Exótica, al Este de aquí.
Ian era un hombre moreno.
Entramos
en la oficina.
–No
puedo acostumbrarme a que los Dorsai estén tan emparentados entre sí –dije.
–Ni
yo tampoco En realidad, supongo, que será porque hay demasiados. Los Dorsal
forman un pequeño mundo, y viven unos cuantos años...
Janol
se detuvo al lado de un comandante que se hallaba sentado en su escritorio.
–¿Podemos
ver al Viejo, Hari? Este caballero es de la Red de Noticias.
–Claro,
supongo que sí. –El otro miró la señal del tablero de su escritorio –. El
Enlace Exterior estaba con él, pero acaba de marcharse ahora mismo.
Entramos.
Janol me condujo por entre los escritorios. Una puerta al fondo de la
habitación se abrió antes de que llegáramos a ella, y salió un hombre de
mediana edad, de rostro tranquilo que vestía una túnica azul y el pelo blanco
cortado casi al rape. Se le veía raro pero no ridículo, particularmente después
de contemplar sus extraños ojos color avellana.
Era
un exótico.
* * *
Conocí
a Padma, así como a los Exóticos. Los he visto en sus propios mundos de Mara y
Kurtis. Un pueblo dedicado a la no violencia, un pueblo de místicos, pero con
un misticismo muy práctico, conocedores de todo lo que llamamos «ciencias
ocultas» –una docena de portentosos hijastros de avanzada psicología,
sociología, y humanidades, en los campos de la investigación.
–Señor
–dijo Janol a Padma –, éste es...
–Tam
Olyn, ya lo sé –interrumpió Padma con suavidad. Me sonrió y sus ojos parecieron
atrapar la luz por un momento y cegarme –. Siento mucho lo de su cuñado, Tam.
Me
quedé de piedra. Estaba dispuesto a irme, pero ahora permanecí allí, clavado,
mirándole.
–¿Mi
cuñado? –repliqué.
–El
joven que murió cerca de Castlemain, en Nueva Tierra.
–Oh,
sí –dije apretando los labios –. Me sorprende que usted lo sepa.
–Lo
sé a causa de usted, Tam. –Una vez más, los ojos color avellana de Padma
parecían querer cazar la luz –. Tenemos una ciencia llamada ontogénica, por la
cual calculamos las probabilidades de las acciones humanas, y la situación presente
y futura. Durante algún tiempo usted ha sido un importante factor en ese
cálculo –y sonrió –. Por eso le estaba esperando para conocerle. Hemos contado
con usted, Tam, para nuestra situación actual aquí en Santa María.
–¿Usted
lo ha hecho? –contesté –. ¿Ustedes lo han hecho? Es muy interesante.
–Pensé
que lo sería –dijo Padma con voz agradable –. Especialmente para usted. Un
periodista, lo encontraría interesante.
–Así
es –dije –. Parece que usted sabe mejor que yo, lo que tengo que hacer aquí.
–A
este efecto –continuó Padma –, hemos hecho averiguaciones. Venga a verme en
Blaudvain, Tam, y se lo demostrare.
–Así
lo haré.
–Será
muy bien recibido –y inclinó su cabeza. Su túnica azul apenas rozó el suelo se
volvió, para abandonar la habitación.
–Sígame
–dijo Janol tocándome el codo, me levanté como si acabara de despertarme de un
profundo sueño –. El comandante está aquí.
Le
seguí automáticamente hasta otra oficina. Cuando llegamos el individuo al que
había venido a ver estaba sentado. Era un hombre alto, esbelto, con uniforme de
campaña, osamenta poderosa y un rostro franco y sonriente, bajo unos cabellos
negros, ligeramente rizados. Una especie de cálida personalidad –cosa extraña
en un Dorsai – parecía flotar en torno de él cuando sé levantó para saludarme,
y sus largos dedos y potentes manos escondieron la mía entre las suyas en un
fuerte apretón.
–Entre
–dijo – y permítame que le ofrezca una copa. Janol –añadió el comandante
mercenario de Nueva Tierra –, no es preciso que se quede ahí parado. Puede marcharse,
y diga al resto de los hombres de la oficina exterior que dejen de dar golpes.
Janol
saludó al irse. Me senté y Graeme se dirigió a un pequeño bar que estaba dentro
de un armario detrás de su mesa, y por primera vez en tres años, bajo la magia
de aquel hombre peculiar que luchaba oponiéndose a mí, una cierta paz entró en
mi alma. Con alguien como él a mi lado no podía perder.
III
–¿Sus
credenciales? preguntó Graeme, tan pronto como estuvimos preparados para tomar
un vaso de whisky Dorsai, que por cierto era muy bueno.
Le
entregué mis papeles, y les echó una ojeada, cogiendo las cartas de Sayona, y
el Enlace de Kultis para el comandante de
las Fuerzas de Campo en Santa María. Las miró y las puso a un
lado, mientras me devolvía la carpeta de las credenciales.
–¿Se
paró usted al principio en Joseph's Town? –preguntó.
Yo
asentí y vi que me miraba a la cara.
–A
usted no le gustan los Amistosos –dijo.
Sus
palabras me dejaron sin aliento. Había venido prevenido para hablarle
abiertamente, pero había sido demasiado brusco, y desvié la mirada.
No
me atreví a contestar enseguida. No podía; habría dicho mucho o demasiado poco,
si hubiera hablado sin reflexionar, así que me encerré en mi mutismo.
–Si
no hago nada durante el resto de mi vida –dije despacio –. Haré todo lo que
pueda para eliminar a los Amistosos, y todo lo que pretenden, de la comunidad
de los seres humanos civilizados.
Volví
a mirarle. Estaba sentado con un codo apoyado sobre la mesa, vigilándome.
–Es
un punto de vista muy severo. ¿No es cierto?
–No
más severo que el suyo.
–¿Lo
cree así? –dijo muy serio – No lo diría yo.
–Creí
que usted era uno de los que les combatían.
–Bueno,
sí. –Y sonrió un poco –, pero somos soldados los que estamos en ambos lados.
–No
creo que ellos piensen de ese modo.
Denegó
ligeramente con la cabeza.
–¿Qué
le hace decir eso? –replicó.
–Lo
he visto –contesté –. Me cazaron frente a las líneas de Castlemain, en Nueva
Tierra, hace tres años –Y golpeé mi rodilla rígida –. Me hirieron y no pude
navegar. Los Cassidan que había a mí alrededor comenzaron a retirarse... eran
mercenarios y las tropas enemigas eran Amistosos alquilados también como
soldados a sueldo.
Me
detuve para tomar un sorbo de whisky. Cuando dejé el vaso, Graeme no se había
movido, y permanecía sentado como si esperase.
–Allí
estaba el joven Cassidan, un soldado fanfarrón –añadí –. Estaba completando una
serie sobre la campaña desde vista individual, y la reunía para mi uso
personal. Era una colección ordinaria, como usted sabe –volví a beber y vacié
el vaso –. Mi hermana menor consiguió un contrato de contable con Cassidan, dos
años antes, y se casó con él. Es mi cuñado.
* * *
Graeme
tomó el vaso y lo lleno en silencio.
–No
era en realidad un militar –dije –seguía un curso de mecánica y le faltaban
tres años para terminar, pero quedó en un lugar muy bajo en los exámenes de
competición cuando. Cassidan debía ir a Nueva Tierra en balance contractual de
tropas. –Respiré profundamente –. Bueno para abreviar, acabó en Nueva Tierra en
la misma campaña que yo estaba. A causa de la serie que escribía, lo asignaron
conmigo. Los dos pensamos que era un buen asunto para él y que estaría más
protegido de aquel modo.
–Bebí
un poco más de whisky –. Pero, ya sabe que siempre hay una historia –más
interesante que contar allá de la línea de combate. Nos cazaron en el frente un
día en que las tropas de Nueva Tierra emprendían la retirada, y me metieron un
balazo a través de la rodillera. Las tropas blindadas de los Amistosos
maniobraban en transferencia y las cosas iban de mal en peor. Los soldados que
estaban con nosotros se marcharon rápidamente a la retaguardia, pero Dave
intentó llevarme, porque pensó que los blindados Amistosos me freirían antes de
que se dieran cuenta de que yo no era un combatiente. Bueno, –Y tomé otra vez
aliento –. Las tropas Amistosas de tierra nos, cogieron. Nos llevaron a un
claro donde había un montón de prisioneros y nos retuvieron durante algún
tiempo. Entonces un militar... uno de esos tipos fanáticos, un hombre de gran
estatura que parecía un soldado muerto de hambre y que venia a tener mi edad...
llegó con la orden de que teníamos que formar de nuevo para otro ataque.
Me
detuve, a beber, pero no pude encontrarle gusto a lo que bebía.
Esto
significaba que no podían distraer hombres para vigilar a los prisioneros.
Tendríamos que soltarlos detrás de las líneas de los Amistosos. El soldado dijo
que no sería conveniente. Tendrían que asegurarse de que los prisioneros no les
pondrían en peligro.
Graeme
estaba aun mirándome.
–No
comprendo, no acabo de entender porqué los demás Amistosos ponían reparos...
ninguno de ellos era un suboficial como el soldado –. Puse el vaso sobre la mesa y miré las paredes de la oficina,
viéndolo todo otra vez tan claro como si mirara por una ventana –Recuerdo cómo
el soldado se mantuvo erguido. Vi sus ojos, como si hubiera sido insultado por
los otros cuando les replicaba.
–¿Son los Escogidos de Dios? –les gritó –. ¿Son
de los Escogidos?
Miré
a Kensie Graeme que continuaba inmóvil, en su contemplación con un vaso pequeño
en una de sus grandes manos.
–¿Comprende?
–le dije –, como si los prisioneros no fueran Amistosos, no fueran humanos.
Como si pertenecieran a un orden inferior al que estuviera bien matar. ¡Y lo hizo! Permanecí sentado contra un
árbol, a salvo a causa de mi uniforme de corresponsal, y vi cómo les disparaba
a todos. Estaba sentado allí y miraba a Dave y él me miraba a mí, sentado,
mientras el soldado les daba muerte a todos.
Me
detuve enseguida. Aquello no quería decir que fuera a explicarlo todo. Era
precisamente que no había podido hablar con nadie que pudiera hacerse cargo de
cuán desamparado había estado; pero algo en Graeme me sugirió que podría
comprenderme.
–Sí
–dijo después de un momento tomando mi vaso y llenándolo otra vez –. Esta clase
de cosas son muy desagradables. ¿Se encontró y se juzgó al soldado según el
Código de los Mercenarios?
–Sí.
Después de que fuera demasiado tarde.
Asintió
y miró hacia la pared.
–Todos
no son así, naturalmente.
–Pero
es suficiente para conseguir una mala reputación.
–Desgraciadamente,
sí. Bueno, me dirigió una sonrisa –, procuremos mantener esas cosas fuera de
esta campaña.
–Dígame
algo –dije dejando mi vaso –. ¿Esta clase de cosas –como dice usted – les
suceden alguna vez a los Amistosos?
Algo
pasó en la atmósfera del cuarto. Hubo una pequeña pausa antes de contestar y yo
sentía mi corazón cómo latía lentamente, tres veces, mientras esperaba que
hablase.
Por
fin dijo:
–No,
no les suceden.
¿Por
qué no? –pregunté.
La
sensación de un cierto climax en torno a nosotros se hizo más patente y me di
cuenta de que había ido demasiado aprisa. Había estado sentado hablándole como
un hombre y olvidándome de quién era. Ahora empezaba a olvidar que era un ser
humano y tuve conciencia de él como de un Dorsai –un individuo tan humano, como
yo, pero sometido a un entrenamiento distinto y educado por generaciones
diferentes. No se movió ni cambió el tono de su voz, pero en cierto modo,
parecía que nos sepárase un abismo infranqueable, una extensión en la que no me
era posible aventurarme sin riesgo de mi vida.
Recordaba
lo que se había dicho de su gente procedente de aquel pequeño mundo frío y
montañoso: que si los Dorsai retiraran a sus guerreros del servicio de los
otros mundos y éstos desaparecieran, los hombres de esta raza no sabrían
adaptarse a las normas de civilización de la Humanidad en paz. En realidad,
nunca lo hubiera creído antes. Nunca me había detenido a pensarlo, pero estando
allí sentado, precisamente, y a causa de lo que sucedía en la habitación, de
pronto se me apareció en toda su realidad. Podía sentir el conocimiento, frío
como el viento que sopla en un glaciar; y entonces, contestó a mi pregunta.
–Porque
las cosas como ésta están prohibidas específicamente por el articulo dos del
Código de Mercenarios.
Entonces
se echó a reír bruscamente y lo que había notado en la habitación, se retiró, y
respiré de nuevo.
–Bueno
–dijo poniendo su vaso vacío sobre la mesa, ¿Y si nos trasladáramos a la mesa
de la oficialidad para comer algo?
Cené
con ellos y la comida fue muy suculenta. Querían que me preparara para la noche
–pero me sentía arrastrado hacia aquel frío recinto, triste, cerca de Joseph's
Town, donde todo lo que me esperaba era una especie de fría y amarga
satisfacción al sentirme entre mis enemigos. Y regresé.
Serían
las once de la noche cuando me dirigí a la puerta del recinto donde aparqué, y
precisamente entonces una figura salió de la entrada de los cuarteles de
Jamethon. La manzana estaba poco iluminada, sólo unos cuantos focos en las
paredes, cuya luz se perdía en el pavimento mojado por la lluvia. Durante un
momento, no reconocí la figura, y luego vi que era Jamethon.
Habría
pasado por mi lado a muy corta distancia, pero salté de mi coche y me acerqué a
saludarle. Se detuvo cuando me paré enfrente de él.
–Mr.
Olyn –dijo con suavidad. En la oscuridad no podía descubrir la expresión de su
rostro.
–Tengo
que hacerle una pregunta –dije sonriendo en la oscuridad.
–Es
tarde para hacer preguntas.
–No
tardaremos mucho. –Me esforcé por captar la expresión de su rostro, pero estaba
todo en sombras –. He visitado el campamento Exótico, y su comandante es un
Dorsai. ¿Supongo que usted lo sabe?
–Sí.
–Apenas podía ver el movimiento de sus labios.
–Tenemos
que hablar. Ha surgido una duda y deseo preguntarle, comandante. ¿Ordena usted
a sus hombres que maten a los prisioneros?
Entre
nosotros se hizo silencio breve y extraño, y después contestó:
–El
asesinato o abuso en los prisioneros de guerra –dijo sin emoción –, está
prohibido por el artículo dos del Código de Mercenarios.
–¿Pero
ustedes no son mercenarios aquí, no es cierto? Ustedes son tropas nativas al
servicio de su propia comunidad verdadera y de los fundadores.
–Mr.
Olyn –dijo mientras yo intentaba todavía sin éxito descubrir la expresión de su
rostro en sombras, y parecía que las palabras salían lentamente, aunque el tono
de la voz que las pronunciaba permaneciese tan tranquilo corno siempre –. Mi
señor me ha hecho para ser su servidor y un líder entre los hombres de guerra.
En ninguna de estas tareas puedo faltarle.
Y
al decir esto, se volvió. Su rostro todavía se ocultaba a mi vista cuando pasó
por mi lado y se fue.
Solo,
regresé a mi habitación. Allí me desvestí y me eché en el duro y estrecho catre
que me habían asignado. Afuera la lluvia había cesado al fin. A través de la
ventana abierta y sin cristales podía ver unas cuantas estrellas.
Permanecí
allí, dispuesto a dormir y pensando en lo que tenía que hacer al día siguiente.
El encuentro con Padma, el Enlace –Exterior, me había conmovido profundamente.
Acepté con reservas lo que él llamaba cálculos de acciones humanas pero había
sido forzado para que los aprendiera. Tenía que descubrir aún más, todo lo que
su ciencia sobre ontogénicos conocía y podía pronosticar. Si fuera necesario,
del mismo Parma. Pero comenzaría primero con las fuentes normales de
referencia.
Nadie,
pensé, podría tomar en consideración el fantástico pensamiento de que un hombre
como yo pudiera destruir una cultura que concernía a las poblaciones de dos
mundos. Nadie, excepto Padma, quizá. Lo que yo sabía, él podría descubrirlo con
sus cálculos. Y así fue que las palabras de los Amistosos de Armonía y
Asociaciones, se enfrentaban a una decisión que podía significar la vida o la
muerte para su forma de vivir. Una cosa muy pequeña podía volcar la escalera
que ellos habían suspendido.
Por
eso un nuevo viento soplaba entre las estrellas.
Cuatrocientos
años antes, todos hubiéramos sido hombres de la Tierra. La Vieja Tierra, el
planeta madre que era mi suelo natal. Un pueblo.
Luego,
con el traslado a nuevos mundos, la raza humana se había «astillado», para usar
un término Exótico. Cada tipo menor de fragmento social y psicológico se había
apartado por sí mismo, y unido a otros como él, en su progresión hacia tipos de
mayor especialización. Hasta que tuvimos media docena de fragmentos de tipos
humanos el guerrero entre los Dorsai, el filósofo en los mundos Exóticos, el
duro científico en Newton, Cassidan y Venus, etcétera...
El
aislamiento había creado unos tipos específicos. Luego, una creciente
intercomunicación entre los mundos más jóvenes, ahora establecidos, y un
cálculo de aumento continuo en los avances tecnológicos, había obligado a la
especialización. El comercio entre los mundos, era el de mentes inteligentes o
especializadas. Los generales de los Dorsai eran valiosos para intercambiarlos
por psiquiatras de los Exóticos. Los hombres de Comunicaciones de la Vieja
Tierra, como yo, trajeron de Cassidan proyectistas de naves espaciales. Y así
había sido durante los últimos cien años.
Pero
ahora los mundos se agrupaban. La economía fusionaba las razas en una sola. Y
la lucha de cada mundo consistía en asegurar las ventajas de aquella fusión
mientras fortalecían todo lo que podían sus propios sistemas.
Las
transacciones eran necesarias y la áspera y rígida religión Amistosa prohibió
las transacciones y se creó muchos enemigos. Hasta en otros mundos la opinión
pública se movió contra los Amistosos. Los desacreditaron, los infamaron
públicamente y no pudieron reclutar fuera sus soldados. Sufrieron el
desequilibrio de su balanza comercial con la que contaban para contratar a los
sabios especialistas entrenados por las facilidades especiales de otros mundos,
y que necesitaban para mantener sus dos mundos vivos, pobres en recursos
naturales. De seguir así todos morirían.
Como
el joven Dave había muerto. Lentamente. En la oscuridad.
Ahora
en la oscuridad, mientras pensaba, se representó la escena ante mí una vez más.
Era apenas mediodía cuando fuimos hechos prisioneros, pero en el momento en que
el soldado vino con las órdenes de vigilarnos y de que no escapáramos, el sol
ya casi se había puesto.
Después
de que se hubieron ido, cuando todo había desaparecido y me dejaron solo, me
arrastré en la claridad hasta sus cuerpos, entre ellos encontré a Dave; y su
vida aún no se había extinguido completamente.
Estaba
herido y sangraba y yo no podía contener la hemorragia.
No
hubiera recibido ayuda si no hubiera sido por mí según me dijeron más tarde.
Pero luego me pareció que podría ayudarle, así que lo intenté y finalmente lo
tuve que dejar ya que en aquel momento era noche oscura. Sólo le sostuve y no
supe que había muerto hasta que comenzó a enfriarse; y entonces se inició en mí
un cambio, como mi tío había siempre deseado. Me sentía muerto por dentro. Dave
y mi hermana habían sido mi familia, la única familia que siempre tuve la
esperanza de conservar. En cambio estaba sentado en la oscuridad, sosteniéndole
y oyendo la sangre que salía de sus ropas empapadas de rojo, cayendo gota a
gota, lentamente sobre las hojas muertas de un roble que se hallaba debajo.
* * *
Ahora
estoy echado en el recinto de los Amistosos, incapaz de dormir y recordando. Al cabo de un rato oí la marcha de los
soldados formados en el patio para el servicio de medianoche.
Estaba
echado sobre mi espalda escuchándolos. La única ventana de mi cuarto quedaba
sobre mi cama a gran altura en la pared, en cuyo lado izquierdo se hallaba el
catre. No tenía cristales, y el aire de la noche con sus sonidos, pasaba
libremente por la luz opaca de la calle que pintaba un pálido rectángulo en la
pared opuesta de mi habitación. Miraba aquel rectángulo escuchando los sonidos
que llegaban del exterior; y oí al oficial de guardia que se dirigía a los
soldados en una arenga sobre el valor. Después, cantaron otra vez su himno de
guerra; y en esta ocasión lo escuché hasta el final.
y'
28
Soldado, no preguntes –ahora, o nunca.
Donde a la guerra tus banderas van.
Las legiones anárquicas nos rodean
¡Lucha pero no cuentes tos golpes!
Gloria, honor –alabanza y provecho,
No son más que juguetes de oropel.
Haz
tu trabajo, sin preguntar,
Deja a la tierra la arcilla humana.
Sangre y tristeza –dolor sin fin,
Son todos nuestros tesoros.
Empuña la espada desnuda, hacia tu
enemigo,
Alegremente en la batalla
¡Así nosotros, ungidos soldados,
Estaremos por fin ante el Trono,
Bautizados en el torrente rojo de
nuestras heridas.
Confirmados por nuestro Señor sólo!
Después
se dispersaron hasta sus catres en nada diferentes al mío propio. Escuchaba el
silencio de la calle y las gotas de lluvia, a través de mi ventana, cómo caían
lentamente, una a una, incontables en la oscuridad.
IV
Al día siguiente del aterrizaje, ya no llovía. De día en día, los campos se secaban y pronto estarían firmes para
soportar el peso de los equipos de guerra. Y todos sabían que para entonces
prepararían los Exóticos su ofensiva. Mientras tanto las tropas Exóticas y
Amistosas estaban sometidas a duro entrenamiento.
Durante
la semana siguiente estuve muy ocupado con mi trabajo de corresponsal. La mayor
parte del mismo consistía en pergeñar cuentos y narraciones, cartas sobre
soldados y nativos. Tenía mensajes personales que entregar, y lo hice
fielmente. Un corresponsal sólo vale lo que sus relaciones; yo las hice en
todas partes, menos entre las tropas Amistosas que permanecían aisladas. Aunque
hablé con muchos de ellos, rehusaban exhibir ante mí su temor o su duda.
Había
oído decir que los soldados Amistosos estaban cortos de adiestramiento a causa
de las tácticas suicidas de sus oficiales, que conservaban sus grados mediante
reemplazos nuevos Pero los que estaban aquí eran los supervivientes de una
fuerza expedicionaria de un contingente seis veces mayor al actual. Todos eran
veteranos, aunque la mayoría no habían cumplido los treinta años. Sólo de vez
en cuando, entre los suboficiales, y más a menudo entre los oficiales
comisionados, vi al prototipo del subalterno, que había ordenado que mataran a
los prisioneros de Nueva Tierra. Los hombres como él parecían lobos furiosos
mezclados con cachorrillos, dulces y sumisos.
Era
una deliciosa tentación pensar que había venido sólo por ellos y para
destruirlos.
Para
vencer esta tentación, me dije, que Alejandro el Grande había mandado
expediciones contra las tribus de las colinas y cuando gobernaba en Pella,
capital de la Macedonia, había ordenado a sus hombres, que fueran sin temor a
la muerte. Pero hasta los soldados amistosos me parecían demasiado jóvenes. No
podía dejar de compararlos con los mercenarios de Kensey Graeme, fuerzas
adultas y expertas.
Los
Exóticos, obedientes a sus principios no contratarían tropas o soldados que no
llevasen el uniforme por su propia voluntad.
Hacía
tiempo que no sabía nada del Frente Azul, ya habían pasado dos semanas desde
que tuviera mis primeros contactos en Nuevo San Marcos y al comenzar la tercera
semana uno de ellos me trajo la noticia de que la joyería de Wallace Street,
había cerrado sus puertas, bajado los cierres metálicos y vaciado la gran
estancia de personal y existencias, trasladándose o cesando en el negocio. Esto
era todo lo que necesitaba saber.
En
los días siguientes permanecí en la vecindad de Jamethon Black y al final de la
semana vi mi vigilancia coronada por el éxito.
A
las diez de la noche de aquel viernes me hallaba en la pasarela, precisamente
encima de mi cuarto, y bajo el camino del centinela, advirtiendo cómo tres
civiles, con el distintivo del Frente Azul, que conducían un coche por el
interior del rectángulo, salían de él y a continuación entraban en la oficina
de Jamethon.
Estuvieron
allí poco más de una hora. Cuando salieron, me fui a la cama y aquella noche
dormí profundamente.
* * *
A
la mañana siguiente me levanté temprano, y encontré Correo para mí.
Un
mensaje del director de la Red de Noticias en la Tierra había llegado por vía
espacial; en él me felicitaba personalmente por mis crónicas. Hacía tres años
una cosa como aquella habría significado mucho para mí, mientras que ahora sólo
me preocupaba que decidieran enviarme un ayudante para que me echara una mano
en mi trabajo, y no podía arriesgarme a que otra persona de mi oficio viera lo
que yo hacía.
Subí
a mi coche y me dirigí al Este, siguiendo el camino a Nuevo San Marcos y al
Cuartel General Exótico. Las tropas Amistosas ya estaban en el campo, a
dieciocho kilómetros al Este de Joseph's Town. Me detuvo una patrulla de cinco
hombres, que no llevaban oficial subalterno. Me reconocieron en el acto.
–En
nombre de Dios, Mr. Olyn –dijo el primero que llegó a mi coche, inclinándose
para hablarme por la ventanilla abierta – No puede continuar por este camino.
–¿Le
importaría si le pregunto el motivo? –le repliqué.
Se
volvió y señaló hacia abajo, a nuestra izquierda, hacia un pequeño valle entre
dos colinas boscosas.
–La
práctica del levantamiento de planos va progresando.
El
pequeño valle o pradera tenía quizás unos cien metros de ancho entre las laderas
de los bosques, y se curvaba a mi derecha hasta desaparecer. En el borde de las
laderas, donde se hallaban las praderas, había matas de lilas con capullos. La
misma pradera era verde y hermosa, con la hierba joven de principios del
verano, el blanco y púrpura de las lilas y los robles que estaban detrás de las
lilas tenían un contorno velloso con pequeñas y tiernas hojas.
En
medio de todo aquello, en el centro de la pradera, se veían unas figuras
vestidas de negro con aparatos de calcular, midiendo e imaginando las
posibilidades de muerte desde cada ángulo. En el mismo centro de la pradera,
por algún motivo, habían colocado postes indicadores; un poste solo, luego otro
en frente, con otros dos a cada lado, y un poste más en la línea frontal. Más
lejos había otro poste solo, desplomado, como si hubiera caído en la hierba y
estuviera abandonado.
Miré
otra vez al joven soldado.
–¿Están
preparándose para derrotar a los Exóticos? –pregunté.
Como
no había ironía en mi voz, tomó la pregunta como si hubiera sido sincera.
Sí,
señor –dijo muy serio, y yo lo miré, así como a su piel lisa y sus claros ojos.
–¿Han
pensado alguna vez que podrían perder?
–No,
Mr. Olyn –sacudió la cabeza con solemnidad –. Ningún hombre que lucha por el
Señor puede perder. –Vio que necesitaba convencerme y continuó muy serio –.
Puso Su mano sobre Sus soldados, y para ellos sólo es posible la victoria, o
algunas veces la muerte. ¿Y qué es la muerte?
Miró
a sus compañeros y todos asintieron.
–¿Qué
es la muerte? –contestaron a coro.
Les
miré cuando me preguntaron lo que era la muerte y comprendí que entre ellos
también se hacían esta misma pregunta como si estuvieran hablando de un trabajo
duro pero necesario.
Tenía
una contestación, pero no quise dársela. La muerte era un jefe de grupo, uno de
su especie, dando órdenes a soldados como ellos de asesinar a los prisioneros.
Esto era la muerte.
Llamé
a un oficial y le dije:
–Mi
pasaporte me permite pasar por aquí.
–Lo
siento, señor. –Dijo el que me había estado hablando –. No podemos dejar nuestra
posición para avisar a un oficial. Pronto llegará uno.
Sabía
lo que significaba "pronto", y tenía razón. Ya era media noche cuando
llegó el jefe de la fuerza y ordenó que se marcharan y me dejaran pasar.
* * *
Cuando
entré en el Cuartel General de Kensie Graeme el sol estaba bajo, trazando
dibujos en el suelo con las grandes sombras de los árboles Parecía como si el
campamento acabara de despertarse. No necesité mucho tiempo para ver que los
Exóticos comenzaban al fin a avanzar contra Jamethon.
Encontré
a Janol Marat, el cabo de Nueva Tierra.
–He
venido a ver al comandante de Campo Graeme –dije.
Sacudió
la cabeza, puesto que ahora nos conocíamos bien uno y otro.
–Ahora
no, Tam. Lo siento.
–Janol
–supliqué –, no es para una entrevista, es un asunto de vida o muerte Se lo
aseguro. Tengo que ver a Kensie.
Se
quedó mirándome y yo aparté la vista.
–Espere
aquí –me dijo. Estábamos precisamente en la oficina del Cuartel General. Janol
salió y estuvo fuera unos cinco minutos. Permanecí escuchando el ti–tac del
reloj de pared. Cuando regresó me dijo:
–Sígame
por aquí.
Me
condujo al exterior y por entre la redonda bola de plástico que eran los
edificios, hasta una pequeña estructura medio escondida entre los árboles.
Cuando nos detuvimos a la entrada me di cuenta que se trataba de la residencia
personal de Kensie. Atravesamos un pequeño salón hasta un cuarto que era alcoba
y baño. Kensie salía de la ducha y se estaba poniendo el albornoz. Me miró
primero a mí con curiosidad y luego a Janol.
–Muy
bien, comandante –dijo –. Puede regresar ahora a sus obligaciones.
–Señor
–dijo Janol sin mirarme.
Saludó
y se fue.
–Está
bien, Tam –dijo Kensie poniéndose los pantalones del uniforme –. ¿Qué hay?
–Sé
que usted está dispuesto a atacar –repliqué.
Me
miró sonriendo con ironía, mientras se abrochaba la cintura de los pantalones.
Aún no se había puesto la camisa, y en aquella habitación, más bien pequeña,
parecía un gigante con una fuerza natural irresistible. Su cuerpo estaba
bronceado, como la madera oscura, y los músculos como bandas elásticas cruzaban
su pecho y hombros. Tenía el vientre hundido y los brazos nervudos. Una vez más
percibí la particular calidad de los Dorsai. No era precisamente su tamaño o su
fuerza física, ni el hecho de que hubiera sido entrenado para la guerra desde
su nacimiento y preparado para la lucha. No, era algo más vivo pero intangible
–la misma calidad que se hallaba en los Exóticos puros, como Padma, el Enlace
–Exterior, o algún investigador de Newton o Cassidan. Algo muy por encima y más
allá de la forma de un hombre común; una especial serenidad, un sentido del
convencimiento de que su propia personalidad era tan excepcional que le hacía
aparecer más allá de todas las debilidades, a la vez intocable e
inconquistable.
Vi
con mis ojos la ligera y oscura sombra de 3amethon Black, opuesta a este
hombre; y la sola idea de que pudiera vencerle resultaba poco menos que
inconcebible.
Pero
había siempre un peligro.
–Bien,
le diré lo que va a pasar –le dije a Kensie –. Acabo de descubrir que Black
había estado en contacto con el Frente Azul, un grupo político terrorista
nativo, con su Cuartel General en Blauvain. Tres de ellos le visitaron la noche
pasada; yo los vi.
Kensie
cogió la camisa y deslizó su brazo por una manga.
–Ya
lo sé –contestó.
Me
quedé mirándole.
–¿No
lo comprende? –dije –. Son asesinos. Es su oficio, y el único hombre de clase
que ellos y Jamethon Black podrían querer matar es usted.
Metió
el otro brazo por la manga restante.
–También
lo sé –replicó –. Quieren que el actual gobierno de Santa María desaparezca y
ocupar ellos el poder, lo que no será posible mientras los Exóticos tengan
dinero suficiente para contratarnos para que conservemos la paz.
–No
han conseguido ayuda de Jamethon Black.
–¿La
tiene, ahora? –preguntó.
–Los
Amistosos están desesperados –le expliqué –. Aunque llegaran mañana los
refuerzos, Jamethon sabe cuál es su suerte, ahora que usted está dispuesto a
atacar. Los asesinos pueden ser hombres fuera de la ley, según las Convenciones
de Guerra y el Código de Mercenarios, pero usted y yo conocemos a los
Amistosos.
–Kensie
me miró de un modo peculiar, mientras cogía su chaqueta.
–¿Los
conocemos? –Contestó.
Aguanté
su mirada.
–¿No
lo cree así?
–Tam.
–Se puso la chaqueta y la abotonó – Conozco a los hombres contra los que voy a
luchar. Esta es mi misión. ¿Pero, por que se cree usted conocerlos?
–Porque
también es la mía –contesté – Quizás usted ha olvidado que soy periodista.
Conocer la gente es mi oficio, primero, después y siempre.
–Pero
usted no tiene que tratar con los Amistosos.
–¿De
veras? –repuse –. He estado en todos los mundos y he visto al decidido Cetan, y
quiere su parte, pero es un ser humano. He visto a los Newtonianos y a los
Cassidianos con sus cabezas en las nubes, pero si les da un tirón en la manga
se les puede atraer a la realidad. He visto a Exóticos como Padma, con sus
artimañas mentales y a los Frienlanders escuchándose en cintas magnetofónicas.
Los he visto desde mi mundo de Vieja Tierra, y también a Coby, Venus y hasta a
los Dorsai como usted. Y le digo que todos tienen una cosa en común. Todos son
humanos Cada uno es humano a su manera, y su especialización viene a resultar
tremendamente valiosa.
–Y
los Amistosos, ¿no la tienen?
–Fanatismo
–le dije –. ¿Es eso valioso? Es, precisamente, todo lo contrario. No puede haber
nada de bueno en una fe increíble, ciega, sorda y muda que no deja al hombre
razonar por sí mismo.
–¿Cómo
sabe usted que no razonan? –preguntó Kensie
Estaba
de pie mirándome.
–Quizás
alguno de ellos lo haga –le contesté –. Quizá los jóvenes, antes de que el
veneno tenga tiempo de hacer su efecto. ¿Qué bien puede reportar esto, mientras
exista la cultura?
* * *
En
la habitación se hizo un súbito silencio.
–¿De
qué está hablando? –preguntó Kensie.
–Supongo
que usted quiere capturar a los asesinos –le dije –. No a las tropas Amistosas.
Demuestre que Jamethon Black ha roto las convenciones de guerra mediante un
acuerdo con ellos para matarle y podrá ganar Santa María para los Exóticos sin
disparar un tiro
–¿Y
cómo podría hacerlo?
–Conmigo
–le repliqué –. He conseguido un salvoconducto para llegar hasta el grupo
político que representa a los asesinos. Déjeme ir con ellos como su
representante y pujar más que Jamethon. Ofrézcales el reconocimiento del
gobierno ahora. Padma y el actual gobierno de Santa María estarían en sus manos
si pudiera borrar a los Amistosos del planeta de esta manera tan sencilla.
Me
miró sin expresión alguna.
–¿Y
qué supondría que voy a conseguir con eso?
–El
testimonio jurado de que les habían contratado para asesinarle. Todos los
testimonios que se puedan necesitar están a su servicio.
–Ningún
juez de Investigación Interplanetaria podría creer a esa gente –dijo Kensie.
–¡Ah!
–exclamé. Y me eché a reír –. Pero sí me creerían a mí, un representante de la
Red de Noticias, cuando respaldara sus declaraciones.
Hubo
un nuevo silencio durante el que su rostro continuó tan inexpresivo como
siempre.
–Ya
comprendo –contestó. Pasó ante mí en dirección al salón mientras yo le seguía.
Se acercó al dictáfono, apretó un botón y habló a una pantalla gris sin imagen.
–Janol
–llamó.
Se
apartó de la pantalla, cruzó la habitación hacia un armario y empezó a ponerse
su equipo de combate. Se movía deliberadamente sin mirar ni hablar hacia donde
yo estaba. Después. de unos cuantos minutos, la puerta del edificio se abrió y
entró Janol.
–¿Qué
desea, señor? –dijo el Friendiander.
–Mr.
Olyn se queda aquí hasta nuevas órdenes.
–Sí,
señor –replicó Janol.
Y
Graeme salió de la estancia.
Me
quedé mudo, mirando la puerta por la cual había salido. No podía creer que
hubiera violado la Convención, no sólo por desconsideración hacia mí, sino para
ponerme bajo arresto y tenerme allí atado de pies y manos.
Me
volví hacia Janol que me estaba mirando con una especie de amarga simpatía
reflejada en su largo y moreno rostro.
–¿Está
el Enlace –Exterior en el campamento? –le pregunté.
–No.
–Se acercó a mí –. Ha vuelto a la Embajada Exótica en Blauvain. Ahora sea buen
chico y siéntese. ¿Por qué no lo hace? Podríamos pasar las próximas horas de un
modo agradable.
Nos
estábamos mirando cara a cara cuando le di un golpe en el estómago.
Había
boxeado un poco en la Universidad en mis tiempos de estudiante. Si explico esto
no es para aparecer como una especie de héroe musculoso, sino para especificar
que tenía suficiente sentido común para no intentar golpearle en la mandíbula.
Graeme habría encontrado con toda probabilidad el punto vulnerable, sin
pensarlo siquiera, pero yo no soy un Dorsai. El área bajo el pecho de un hombre
es relativamente grande, blanda, manejable y generalmente buena para los
aficionados, y yo sabía algo sobre la forma de golpear. No obstante, Janol no
estaba noqueado. Permanecía en el suelo, doblado, con los ojos abiertos. Pero
no hubiera podido incorporarse de inmediato. Me volví y salí rápidamente del
edificio.
En
el campamento había mucho trabajo y nadie me detuvo. Entré en mi coche y cinco
minutos después estaba libre discurriendo por la carretera hacia Blauvain.
V
Catorce
kilómetros separaban Nueva San Marcos de Blauvain y la Embajada de Padma, y los
hubiera recorrido en seis horas, pero me detuvo un puente semiderruido y empleé
catorce horas.
A
la mañana siguiente, después de las ocho, irrumpí en el semi-parque,
semi-edificio de la Embajada.
–¿Está
todavía Padma? –dije.
–Sí,
Mr. Olyn –contestó la joven recepcionista –. le está esperando.
Llevaba
una túnica púrpura y me dirigió una sonrisa que me dejó indiferente; estaba
demasiado contento porque Padma aún no se hubiera puesto en marcha hacia el
área del conflicto.
La
recepcionista me llevó a un ángulo y me dejó con un joven Exótico, que se
presentó a sí mismo como uno de los secretarios de Padma. Me condujo a cierto
lugar cercano y me presentó a otro secretario, esta vez se trataba de un hombre
de mediana edad, que me llevó a través de varias estancias, y por un largo corredor
hasta llegar a una esquina en la que se hallaba, según dijo, la entrada al área
oficial donde Padma trabajaba en aquel momento. Entonces me dejó.
Seguí
la dirección, pero cuando me detuve en la entrada, no había dentro una
habitación, sino otro corredor más corto. Y, de pronto, tuve que poner sordina
a mi sorpresa, pues la persona que se dirigía hacia mí era Kensie Graeme.
Pero
el hombre que parecía Kensie, apenas me dirigió una mirada, y sin percatarse de
mi presencia continuó su marcha. Entonces lo comprendí todo.
No
era Kensie, naturalmente. Era su hermano gemelo Ian, comandante de las Fuerzas
de Carrington de los Exóticos, aquí en Blauvain.
Dio
unos pasos mientras yo me acercaba, pero la emoción todavía hacía presa en mi
cuando nos encontramos.
No
creo que nadie se le hubiera acercado en mi situación, sin haberse sentido
emocionado del mismo modo. A veces, en diferentes ocasiones, supe por Janol que
lan era todo lo contrario de Kensie, no en el sentido militar –los dos eran
magníficos ejemplares de oficiales Dorsai – sino en lo que hacía referencia a
sus características personales.
Kensie
me había producido un profundo impacto desde el primer momento que lo vi, con
su naturaleza alegre, con su carácter cálido que a veces empeñaba el hecho de
que fuera un Dorsai. Cuando los asuntos militares no le presionaban
directamente aparecía radiante; en su presencia uno podía calentarse como bajo
el sol. lan, su doble físicamente y que en aquellos momentos se dirigía hacia
mí, parecía todo oscuridades.
Al fin,
la leyenda de los Dorsai cobraba realidad. Ante mí estaba el hombre.
inflexible, de corazón de piedra y alma sombría y solitaria. En la poderosa
fortaleza de su cuerpo, lan moraba, como un eremita aislado en una montaña. El
orgullo de sus remotos antepasados, solitarios montañeses de Escocia, se hacía
evidente en su persona.
No
era la ley ni la ética sino la confianza en la palabra dada, la lealtad al clan
y el deber de la sangre feudal lo que predominaban en lan. Era un hombre que
hubiera atravesado el infierno para saldar una cuenta.
En
aquel momento, cuando vi que se acercaba me di cuenta por fin de cómo era, y di
gracias a Dios de que no tuviera que vérmelas con él.
* * *
Luego
pasamos uno al lado del otro, y desapareció doblando la esquina.
Recuerdo
haber oído el rumor de que a su alrededor la oscuridad se iluminaba excepto en
presencia de Kensie. Era la otra cara de su hermano gemelo y si hubiera perdido
alguna vez la hizo que la presencia de Kensie le prestaba, se hubiera quedado
sumido en la más negra oscuridad.
Había
una explicación que iba a recordar más tarde, mientras le veía venir hacia mí
en aquel momento.
Pero
entonces cuando entraba en lo que parecía un pequeño invernadero y veía el
rostro y el blanco pelo cortado al rape de Padma, en enlace –exterior no
recordaba nada semejante.
–Entre,
Mr. Olyn –dijo levantándose –. Y venga conmigo.
Pasó
bajo una bóveda de capullos de clemátides color púrpura. Le seguí y me encontré
en un pequeño patio, donde sólo se veía la forma elíptica de un aerocoche sedan.
Padma subió a uno de los asientos frente a los controles, mientras me abría la
puerta.
–¿Adónde
vamos? –le pregunté al subir.
Tocó
el panel del autopiloto; la nave se elevó en el aire. Dejó que navegase por sí
misma, y dio vuelta a su asiento para mirarme cara a cara.
–Al
cuartel general en el campo de batalla del comandante Graeme –contestó.
Sus
ojos tenían el color de las avellanas, pero parecían contraerse con la luz del
sol que atravesaba la superficie transparente del aerocoche, el cual cuando alcanzamos
cierta altura, comenzó a moverse horizontalmente. No podía leer en sus ojos, ni
ver la expresión de su cara.
–Ya
entiendo –dije –. Naturalmente, sé que una llamada del Cuartel General de
Graeme llegará a usted más deprisa de lo que yo podría hacer en un coche
corriente, desde el mismo sitio. Pero espero que ustedes no intentarán raptarme
o algo por el estilo. Tengo las Credenciales de Imparcialidad que me protegen
como periodista, así como las autorizaciones de los mundos Amistosos y
Exóticos. Y no pretendo asumir la responsabilidad de cualquier conclusión que
haya tomado Graeme, después de la conversación que los dos sostuvimos a primera
hora de la mañana.
Padma,
mirándome, seguía en el asiento de su aerocoche. Sus manos, cruzadas sobre las
rodillas, estaban pálidas, destacando en su túnica amarilla, pero con fuertes
venas que resaltaban bajo la piel del dorso.
–Usted
viene conmigo por mi propia decisión, no por la de Kensie Graeme.
–Quiero
saber por qué –le contesté tenso.
–Porque
usted es muy peligroso –dijo lentamente, y se volvió a sentar mirándome con
firmeza.
Esperaba
que siguiera pero no lo hizo.
–¿Peligroso?
–repliqué –. ¿Peligroso para quién?
–Para
el futuro de todos nosotros.
Me
le quedé mirando y estallé en una carcajada. Estaba verdaderamente enfadado.
–No
es cierto –dije. Movió lentamente la cabeza sin dejar de mirarme; yo me sentía
desconcertado ante esos ojos inocentes y abiertos como los de un niño, pero no
pude ver en ellos al hombre.
–Está
bien –continué –. Dígame, ¿por qué soy peligroso?
–Porque
quiere destruir toda una raza, y usted ya sabe como.
* * *
Hubo
un corto silencio. El aerocoche volaba por el cielo sin un sonido.
–Se
me ocurre una cosa –dije lentamente –. ¡Me gustaría saber de dónde ha sacado
esa idea singular!
–De
nuestros cálculos ontogénicos –contestó Padma. con la misma calma que yo –. Y
no es una presunción, Tam, como usted sabe.
–
¡Ah, sí! –repliqué –. Los ontogénicos. Voy a tener que estudiar esa ciencia.
–¿Lo
ha hecho ya, no es cierto, Tam?
–¿Yo?
–exclamé –. Supongo que sí. No entiendo muy bien en qué consiste todavía pero
recuerdo que es algo sobre la evolución.
–La
ontogenia –continuó Padma – es el estudio de los efectos de la evolución sobre
las fuerzas que actúan recíprocamente en la sociedad humana.
–¿Soy
yo una fuerza recíproca?
–Por
el momento y durante los pasados años, sí –dijo Padma –. Y posiblemente durante
algunos años en el futuro, pero puede también ser que no siga siéndolo.
–Esto
parece una amenaza.
–En
cierto sentido lo es.
–Los
ojos de Padma se iluminaron mientras yo le miraba –. Usted es tan capaz de
destruirse a sí mismo, como a los demás.
–No
me gustaría hacerlo.
–Entonces
–dijo Padma –será mejor que me escuche.
–Claro,
con mucho gusto repliqué –. Mi oficio es escuchar. Dígame todo lo que sepa
sobre la ontogenia y sobre mí mismo
Ajustó
los controles y dio la vuelta a su asiento para mirarme otra vez.
La
raza humana –explicó Padma – estalló en una explosión evolucionaría en el
momento histórico en que la colonización interestelar se había hecho ya corriente.
Se sentó mirándome, mientras yo le escuchaba atentamente –. Esto sucedió por
razones contrarias al instinto de la raza, pero que era una autoprotección
esencial dada nuestra naturaleza.
Busqué
en los bolsillos de mi chaqueta.
–Quizá
sería mejor que tomara unas notas –dije.
–Como
quiera –contestó Padma imperturbable –. Después de aquella explosión llegaron
las Culturas dedicadas individualmente a la faceta única de la personalidad
humana. La faceta combativa, la lucha, fueron los Dorsai. La faceta que
entregaba al individuo en brazos de una u otra fe, correspondió a los
Amistosos. La faceta filosófica fue la creada por la Cultura Exótica a la que
pertenezco, y a todas ellas las llamamos las Culturas Divididas.
–
¡Ah, sí!, ya he oído hablar de las Culturas Divididas –repliqué.
–Usted
sabe algo de ellas, Tam, pero no las conoce de verdad.
–¿Que
no las conozco?
–No
–continuó Padma –porque usted, como todos nuestros antepasados, pertenece a la
Tierra. Son hombres viejos, todo espectro. Los pueblos divididos están más
adelantados que ustedes en su evolución.
Sentí
de pronto que un nudo me sofocaba la garganta dejándome un regusto amargo.
–
¡Oh!, temo no verlo así.
–Porque
no quiere –continuó Padma –. Si quisiera debería admitir que son distintos a
ustedes, y que deben ser juzgados de acuerdo con normas diferentes.
–¿Diferentes?
¿Cómo?
–Diferentes
en el sentido de que todos los pueblos divididos, incluyéndome a mí, comprenden
por instinto, pero que el hombre todo –espectro debe elucubrar para comprender.
–Padma se movió un poco en su asiento –. Tendrá una idea, Tam, si usted se
imagina a un miembro de la Cultura Dividida que es un hombre como usted,
poseído y poseedor de una monomanía que le empuja por completo a ser un tipo
exclusivo de persona, pero con la diferencia de que en vez de sentir una
atrofia de todas aquellas partes restantes de su organismo tanto físico como
mental que no estuvieran en activo para la mayor eficacia de su obsesión vital
como le ocurriría a usted...
–¿Por
qué a mi particularmente? –le interrumpí.
–A
todos los hombre que son todo espectro les ocurriría –dijo Padma con calma – en
cambio nosotros en vez de dejar que se atrofien nos adiestramos para que
también sirvan a nuestro objetivo y por eso no hay enfermos entre nosotros sino
solo individuos llenos de salud y muy diferentes a ustedes.
–¿Salud?
–dije viendo al subalterno Amistoso, de Nueva Tierra in mente
–La
salud como cultura. No como individuos mutilados ocasionalmente de aquella
cultura.
–Lo
siento, pero no puedo creerlo –contesté.
–Pues
tiene que hacerlo, Tam –dijo Padma –. Y en su caso usted no quiere darnos
crédito porque intenta aprovecharse de la debilidad que ve en la cultura que
debe destruir.
–¿Y
qué debilidad es esa?
–La
debilidad normal, es decir, lo contrario de la fuerza –dijo Padma –. Las
Culturas Divididas no son viables.
A
decir verdad, me sentía desconcertado.
–¿No
son viables? ¿Quiere decir que no pueden bastarse a si mismas?
–Claro
que no –dijo Padma –Enfrentada a una expansión en el espacio, la raza humana
reaccionó al desafío de un ambiente diferente, intentando adaptarse a él y lo
consiguió separando todos los elementos de su personalidad para ver cual
sobrevivía mejor. Ahora que todos esos elementos, las Culturas Divididas, han
sobrevivido y se han adaptado, es la hora de engendrarse en ellas de nuevo,
para producir un ser humano mas duro, orientado al universo.
El
auto aéreo empezó a descender, cerca ya de nuestro destino.
–¿Qué
van a hacer conmigo? –pregunté al fin.
–Si
se frustra una de las Culturas Divididas, no podrán adaptarse en sí mismas como
el hombre todo –espectro haría, y morirán. Y cuando la raza vuelva a
integrarse, se perderá para ella aquel valioso elemento.
–Quizá
que no se pierda –dije a mi vez con voz suave.
–Una
pérdida vital –dijo Padma –. Y puedo probarlo. Usted, un hombre todo –espectro,
lleva en sí un elemento de cada Cultura Dividida; si admite esto, puede
identificarse aún con aquellos que quiere destruir. Tengo pruebas para
demostrárselo ¿Quiere mirar hacia allí?
La
nave aterrizo y la puerta de mi lado se abrió. Salí con Padma y Kensie nos
estaba aguardando.
Miré
a Padma y a Kensie, que permanecía con nosotros, me pasaba a mí la cabeza y más
de dos cabezas al Enlace –Exterior. Kensie me miraba sin ninguna expresión
particular; sus ojos no eran como los de su hermano gemelo, pero, por alguna
razón, no podía hacer que nuestras miradas se encontraran.
–Soy
periodista –dije –. Como es natural, tengo la mente despierta.
Padma
comenzó a caminar hacia el edificio del Cuartel General; Kensie iba con
nosotros y creo que Janol y algunos más nos seguían detrás, aunque no miré para
asegurarme de ello.
Entramos
en la oficina donde había conocido a Graeme, únicamente Kensie, Padma y yo.
Sobre el escritorio de Graeme únicamente Kensie, Padma y yo. Sobre el
escritorio de Graeme había una carpeta del archivo; la cogió, extrajo una
fotocopia y me la entregó cuando me acercaba.
La
tomé y no tuve duda de su autenticidad.
* * *
Era
un memorándum del mayor Bright, que ostentaba el grado superior en la Junta del
Gobierno de Armonía y Asociación, dirigido al Jefe de Guerra Amistoso, en el
Centro de la Defensa X, en Armonía. Estaba fechado dos meses antes; era una
hoja de una sola molécula en la que la escritura no podía falsificarse ni
borrarse, y decía así:
Le informamos en nombre de Dios:
Puesto que la Voluntad del Señor es que
nuestros Hermanos en Santa María no progresen, se ordena que de aquí en
adelante no se les envíen más reemplazos, o personal o suministros. Pues sí
nuestro capitán consigue con nosotros la victoria, seguramente la obtendremos
sin más gastos. Y si es Su voluntad que no venzamos, sería un acto impío
emplear los viáticos de las Comunidades de Dios, en un intento de defraudar su
Voluntad.
Se le ordena también que a nuestros
Hermanos de Santa María no se les haga saber que en el futuro no se les enviará
nueva ayuda, que pueden llevar su fe como testimonio en las batallas, como
siempre, y que las Comunidades de Dios serán amparadas.
Rogamos cumpla esta orden, en el Nombre
del Señor:
Por orden del llamado...
Bright
El Mayor Entre Los Escogidos.
Por
encima del memorándum vi que Graeme y Padma me vigilaban.
–¿Cómo
han conseguido esto? –dije –. Naturalmente no van a decírmelo.
De
pronto sentí sudor en las palmas de las manos por lo que el material aceitoso
de la hoja se me escapaba entre los dedos. Lo agarré con fuerza, alzando la voz
para mantener sus miradas fijas en mi rostro.
–¿Qué
vamos a hacer? Ya lo sabemos, nadie ignora que Bright los había abandonado.
Aquello lo probaba. ¿Por qué se molestan en mostrármelo?
–Pensé
–dijo Padma – que le haría cambiar un poco, quizás hacerle ver las cosas desde
otro punto de vista.
–No
dije que no fuera posible. Les digo que un periodista mantiene siempre la mente
alerta. Como es natural, escogía mis palabras con todo cuidado –. Si pudiera
examinarlo y...
Esperaba
que se lo llevara usted –dijo Padma.
–¿Eso
esperaba?
–Si
usted profundizara y comprendiera lo que Bright quiere decir, entendería la
diferencia que hay en los Amistosos. Podría verlos de otra manera.
–No
lo creo –dije –. Pero...
–Permítame
que le suplique que haga lo que pueda –dijo Padma –. Llévese el memorándum.
Por
un momento permanecí en silencio, mientras Padma me miraba, y Kensie se
destacaba a su espalda. Luego encogiéndome de hombros me metí el memorándum en
el bolsillo.
–Muy
bien –dije –. Me lo llevaré a mi habitación y pensaré en todo esto. He traído
un coche que debe estar por algún sitio, ¿no es así? –Y miré a Kensie.
–Está
a diez kilómetros –dijo Kensie –. De todas formas no podría pasar. Nos estamos
trasladando para el asalto y los Amistosos están haciendo maniobras para salir
a nuestro encuentro.
–Tome
mi auto aéreo –dijo Padma –. Las banderas de la Embajada le servirán de mucho.
–Muchas
gracias –repliqué. –salimos juntos hacia el auto aéreo. Pasé junto a Janol en
la oficina exterior y me miró con gesto agrio. No se lo censuré.
Llegamos
al auto aéreo y entré en él.
–Puede
devolver el aerocoche en cualquier lugar en el que se halle –dijo Padma,
mientras yo entraba en la parte superior del aparato –. Es un préstamo que le
hace la Embajada, Tam, y no quisiera tener disgustos.
–No
–le contesté –, no tiene por qué preocuparse
Cerré
la puerta y puse en marcha los controles.
Era
un sueño de aerocoche. Se deslizaba tan ligero como una pluma y en un segundo
me hallé a dos mil pies de altura, y muy lejos del punto de partida.
Procuré
serenarme hasta encontrar en mi bolsillo el memorándum.
Lo
saqué para mirarlo y mi mano aún temblaba un poco al sostenerlo.
Tenía
aquí, en mi puño, por fin, lo que había estado buscando desde un principio y el
mismo Padma había insistido para que me lo llevara
Era
la palanca de Arquímedes que movería no un mundo, sino catorce y empujaría a
los Amistosos hacia su extinción.
VI
Me
estaban esperando y convergieron sobre el vehículo en cuanto aterricé en el
interior del recinto de los Amistosos. Eran cuatro de sus hombres con rifles
negros a punto de disparar.
Parecían
los únicos que quedaban. Como si Black hubiera hecho marchar el resto de su
equipo de batalla, y aquéllos fueran los rezagados que pude ver. Veteranos de
guerra. Uno era el ordenanza que había estado en la oficina la primera noche
que volví del campamento Exótico, al que le pregunté si había ordenado a sus
hombres que mataran a los prisioneros. Otro era el Dirigente de Fuerza, el
grado más inferior, pero que hacía las funciones de comandante, como Black, un
comandante que actuaba como Jefe de Campo de la Expedición, una situación
equivalente a la de Kensie Graeme. Los otros dos soldados eran subalternos, o
similares. Los conocía a todos. Eran ultrafanáticos y ellos también me
conocían, por lo que nos comprendimos al instante.
–Tengo
que ver al comandante –dije mientras salía, antes de que pudieran
preguntármelo.
–¿Sobre
qué asunto? –dijo el Jefe de Fuerza –. Este aerocoche no tiene por qué estar
aquí. Ni usted tampoco.
Yo
insistí:
–Debo
ver al comandante Black inmediatamente. No estaba aquí en un aerocoche llevando
las banderas de la Embajada Exótica, si no fuera absolutamente necesario.
No
podían arriesgarse a no dar importancia a mis razones para ver a Black, y yo lo
sabía. Discutieron un poco, pero como yo insistiera en ver al comandante, el
Jefe de Fuerza me llevó por fin a la misma oficina exterior donde había hecho
siempre antesala para ver a Black.
Vi
a Jamethon Black solo en su oficina.
Estaba
poniéndose el correaje, como había visto a Graeme hacerlo antes. Sobre Graeme,
el correaje y las armas parecían de juguete. Sobre el delicado cuerpo de
Jamethon parecían demasiado pesados para que pudiera soportarlo.
–¿Cómo
está, Mr. Olyn? –dijo él.
Atravesé
la habitación sacando el memorándum de mi bolsillo. Se volvió un poco para
mirarlo, mientras con sus dedos abrochaba los botones del correaje, acariciando
ligeramente sus armas al darse la vuelta hacia mí.
–¿Está
dispuesto a dar la batalla a los Exóticos? –le pregunté.
Asintió.
Nunca me había sentido tan cerca de él. A través de la habitación hubiera
creído que mantenía su habitual expresión pétrea, pero, a pocos pasos, vi la
línea cansada de una sonrisa que se dibujaba en los ángulos de su boca.
–Es
mi obligación, Mr. Olyn.
–Buena
obligación –le repliqué –. Cuando sus superiores en Armonía le han borrado de
sus libros.
–Ya le he dicho –repuso con tono plácido –
que los Escogidos en el Señor no se traicionan entre sí.
–¿Está
usted seguro? –pregunté.
Una
vez más vi aquel pequeño fantasma de su sonrisa fatigada.
–Es
un asunto. Mr. Olyn, en el que estoy más versado que usted.
* * *
Lo
miré a los ojos, cansados pero serenos, y eché una ojeada al lado de la mesa
escritorio donde estaba todavía la fotografía con el anciano, la mujer y la
niña
–¿Es
su familia? –pregunté.
–Sí
contestó.
–Me
parece que usted pensaba en ellos en otra ocasión como ésta.
–Pienso
en ellos casi siempre.
–Pero,
pese a eso va a salir y hacer que le maten.
–Eso
es contestó.
–
¡Seguro! –dije –. ¡Lo hará! Había alcanzado un gran autocontrol de mis nervios,
pero ahora era como si una carcoma me estuviera royendo en mi interior desde
que conocí la muerte de Dave Empecé a temblar –. Porque todos ustedes son unos
hipócritas, todos los Amistosos. Son tan mentirosos, están tan podridos en la
claridad de sus propias mentiras, que si alguien se las arrancara no les
dejarían nada. ¿No es así? Por lo tanto, prefiere morir antes que admitir que
va a cometer un suicidio, como si éste no fuera la cosa más gloriosa del
universo. Prefiere morir que admitir que está comido por las dudas como
cualquier otro, porque tiene miedo.
Di
unos pasos hacia él, pero no se movió.
–¿Quién
es usted para intentar esta locura? –dije –. ¿Quién? Veo a través suyo cómo es
la gente de los otros mundos. ¡Sé que está enterado de la clase de mascarada
que son las Comunidades Unidas! ¡ Sé que conoce su modo de vida y que ésta no
es precisamente ejemplar! ¡Conozco a su Mayor Bright con toda su caterva de
viejos llenos de prejuicios, que son sólo unos tiranos en un mundo hambriento,
a los que no importa un ardite la religión ni nada, mientras consigan lo que se
proponen. Sé que usted lo sabe... ¡y voy a obligarle que lo reconozca!
Y
le mostré el memorándum.
–
¡Léalo!
Lo
cogió, mientras yo me separaba unos pasos, temblando al mirarle.
Lo
examinó durante un largo espacio de tiempo, al punto que yo contenía la
respiración. Su rostro no cambió de expresión cuando me devolvió el papel.
–Puedo
darle un vehículo para ir a encontrarse con Graeme –dije –. Podemos cruzar las
líneas en el auto aéreo del Enlace –Exterior. Usted puede conseguir que se
rindan, sin disparar un solo tiro.
Meneó
la cabeza y me miró de un modo particular, con una expresión que no pude
descifrar.
–¿Qué
quiere decir?... ¿No acepta? –pregunté.
–Es
mejor que se quede aquí –dijo –. Aun con las banderas de la Embajada pueden
disparar al auto aéreo desde las líneas. –Y se volvió como si fuera a
marcharse.
–¿Dónde
va? –le grité. Estaba delante de él y otra vez le pasaba el memorándum por las
narices –. Es auténtico. ¡No puede cerrar los ojos a la evidencia!
* * *
Se
detuvo y me miró; me cogió el puño y me hizo a un lado la mano y el puño con
que yo tenía en alto el memorándum. Sus dedos eran delgados, pero mucho más
fuertes de lo que pensaba, así que dejé caer el brazo ante él, aun cuando no
tuviera intención de hacerlo.
–Sé
que es auténtico, y tendré que avisarle de que no se vuelva a mezclar en mis
asuntos, Mr. Olyn. Ahora tengo que irme. –Pasó ante mí y se dirigió a la
puerta.
–¡Está
mintiendo! –le grité mientras él continuaba andando, y quise detenerle.
Entonces agarré el solidógrafo que estaba en su escritorio y lo aplasté contra
el suelo.
Se
volvió como un gato, mirando los trozos que estaban a mis pies.
–¡Esto
es lo que usted hace! –le grité señalándolos.
Regresó
sin decir una palabra e inclinándose reunió con cuidado las piezas, una a una;
las puso en su bolsillo y se irguió alzando su rostro hacia el mío, y cuando vi
sus ojos me quedé sin aliento.
–Si
mis deberes –dijo en voz baja – no fueran en este momento...
Se
detuvo, y vi cómo sus ojos me miraban; y lentamente vi cómo cambiaban y el
asesino que había en ellos se suavizó hasta convertirse en algo prodigioso.
–¡Tú...!
–dijo con suavidad –. ¡Tú no tienes
fe!
Había
abierto la boca para hablar, pero lo que dijo me detuvo; y me quedé como si me
hubieran dado un golpe en la boca del estómago, sin aliento para contestar. El
continuaba mirándome.
–¿Qué
le hace pensar –dijo –, que este memorándum cambiaría, mis ideas?
–
¡Lo ha leído! –replique – Bright escribió que ustedes eran un asunto perdido
aquí, por lo que no recibirían más ayuda, y ninguno se atrevía a decírselo por
temor de que se rindiera al saberlo.
–¿Es
eso lo que ha leído? ¿ Precisamente eso?
–¿Qué
otra cosa podría leer en él?
–Lo
que está escrito. –Se detuvo frente a mí y ahora su mirada ya no se apartó de
la mía –. Lo ha leído sin fe, dejando fuera el Nombre y la voluntad del Señor.
El Mayor Bright no escribió que nos iban abandonar, sino que, puesto que la
nuestra era una causa perdida, nos ponía en manos de nuestro Capitán y nuestro
Dios. y, además, escribió que no
debíamos saber nada, que nadie aquí debía tentarnos para hacernos buscar en
vano la palma del martirio. Mire, Mr. Olyn. Está aquí abajo, en blanco y negro.
–
¡ Pero esto no es lo que quería decir! ¡No
quería decir esto!
Sacudió
la cabeza.
–Mr.
Olyn, no puedo dejarle con esta desilusión.
Me
le quedé mirando y vi en su rostro cómo se reflejaba la simpatía que sentía por
mí.
–Es
su propia ceguera lo que le desilusiona –exclamo –. No ve nada, y cree que
ningún hombre puede ver. Nuestro Señor no es sólo un nombre, sino todas las
cosas. Por esto en nuestras comunidades no hay adornos, y despreciamos
cualquier pintura que medie entre nuestras creencias y nosotros. Escuche, Mr.
Olyn, esas mismas comunidades no son más que tabernáculos de la Tierra.
Nuestros Superiores y Dirigentes, aunque sean Escogidos y Ungidos, no son más
que hombres mortales. A ninguna de estas cosas o gentes, escuchamos con
atención los que tenemos nuestra fe, sino sólo la misma voz de la conciencia
dentro de nosotros.
Hizo
una pausa; de todos modos yo no podía hablar...
–Supongamos
que es lo que usted pretende –continuó cada vez con voz más suave –, supongamos
que todo lo que dice es cierto; y que nuestros superiores no son más que
voraces tiranos, y que nosotros estamos abandonados aquí por su voluntad
egoísta y sólo para cumplir un propósito falso y lleno de vanidad. No. –La voz
de Jamethon se alzó –. Déjeme hablar como si lo hiciera para mi solo.
Supongamos que usted, tuviera que darme pruebas de que todos nuestros
superiores mentían y de que nuestros propios convenios eran una patraña.
¡Supongamos que pudiera demostrarme –su rostro y su voz se alzaron hacia mí –
que todo es perversión y falsedad, y que ni entre los Exóticos, ni aún en la
casa de mi padre, hubiera fe o esperanza! Si pudiera demostrarme que ningún
milagro me podría salvar, que ningún alma me sostendría y que se me oponían
todas las legiones del universo, todavía yo, yo solo, Mr. Olyn, seguiría adelante como me han ordenado hasta el
fin del universo, hasta la culminación de la eternidad. ¡Pues sin fe no soy más
que un pedazo de tierra, pero con mi fe no hay fuerza que pueda detenerme!
Dejó
de hablar y se volvió. Y le vi cómo cruzaba la habitación y salía.
Me
quedé allí, clavado en mi sitio, hasta que oí fuera, en el recinto cuadrado, el
sonido de un aerocoche militar que despegaba.
Desperté
de mi éxtasis y salí del edificio.
Cuando
irrumpí en el recinto, el aerocoche militar acababa de salir y en él pude ver a
Black con sus cuatro subordinados, por lo que no pude más que gritarle cuando
se alejaba –. Eso está bien para ustedes, ¿pero qué pasará con sus hombres?
No
podían oírme y yo lo sabía. Por mi rostro rodaban lágrimas incontenibles, pero
seguí gritando hacia el aire.
–¡Están
matando a Sus hombres para probar sus motivos! ¡No pueden escucharme! ¡Están
matando a hombres indefensos!
Sin
hacer caso, el aerocoche militar se dirigió rápidamente hacia el Sudeste, donde
convergían las fuerzas combatientes. Y las paredes de duro cemento y los
edificios del recinto vacío me devolvieron las palabras con un eco profundo y
burlón.
VII
Debía
haber ido al puerto espacial, pero no obstante regresé al aerocoche y crucé
como un rayo las líneas en busca del Puesto de Mando de Graeme.
Me
importaba tan poco mi vida como la de un Amistoso. Creo que me dispararon, por
lo menos dos veces, a pesar de las banderas de la Embajada que ondeaban en el
vehículo. Encontré por casualidad el Puesto de Mando y descendí.
Cuando
salí del vehículo, los hombres alistados me rodearon. Les mostré mis
credenciales y subimos a donde estaba la pantalla militar, colocada al aire
libre, al borde de unos robles frondosos y de gran altura. Graeme, Padma y toda
su plana mayor estaban reunidos contemplando los movimientos de sus tropas y
del enemigo. Se discutía en voz baja, y una fuerte corriente de informes
llegaba del centro de comunicaciones, sito a unos quince pies de altura, con
respecto al suelo.
El
sol derramaba sus rayos sobre las copas de los árboles. Era casi el mediodía de
una mañana brillante y cálida. Durante mucho tiempo nadie me miró, hasta que
Janol, volviéndose desde la pantalla, me divisó al lado de los computadoras. Su rostro tenía una expresión helada.
Sin duda recordaba lo que le había hecho, pero yo debía tener muy mal aspecto
porque después de un rato se acercó con una copa y la dejó sobre la parte
superior de un computador.
–Beba
esto –dijo rápidamente, y se marchó.
Al
beberlo noté que era un whisky Dorsai, y lo apuré de un trago sin saborearlo,
pero es evidente que me sentó muy bien, ya que a los pocos minutos el mundo me
parecía otra cosa, y comencé a pensar de nuevo.
Me
dirigí a Janol para darle las gracias.
–No
hay de qué. –No me miró, y siguió revolviendo los papeles que había sobre la
mesa.
–Janol
–le dije –. Dígame lo que pasa.
–Véalo
usted mismo, contestó inclinándose sobre los papeles.
–No
puedo verlo por mí mismo, ya sabe por qué. Mire, siento mucho lo ocurrido, pero
era mi deber. ¿Puede decirme lo que pasa y luego luchar conmigo?
–Ya
sabe que no puedo discutir con civiles. –Y su rostro se suavizo –. Está bien,
vamos.
Me
condujo al otro lado de la pantalla militar, donde se hallaban Padma y Kensie,
y señaló hacia una especie de triángulo oscuro entre dos serpenteantes líneas
de luz. Por arriba se alineaban focos y luces de diversas formas.
–Aquí
están los ríos MacIntock y Sarah –y señaló las líneas serpenteantes –, a diez
millas de Joseph's Town. Es un terreno más bien alto, con colinas cubiertas de
maleza. Un buen terreno para una defensa contumaz, pero un mal lugar para verse
atrapado.
–¿Por
qué?
Señaló
las dos líneas de los ríos.
–Retroceda
y se encontrará suspendido sobre los acantilados del río. No es un camino fácil
de cruzar, ya que no da refugio a las tropas en retirada. El resto del camino
es casi todo tierras de labranza, al otro lado de los ríos hasta Joseph's Town.
Su
dedo retrocedió desde el punto en el que se juntaban las líneas del río,
después de una pequeña zona de oscuridad en el interior de los aros de luz que
la rodeaban.
–Por
otra parte, si nos acercamos a este terreno desde nuestra posición, ha de ser
también a través de los campos abiertos, granjas estrechas de labranza,
dispersas entre pantanos y marismas. Si luchamos aquí, nos veremos en una
posición difícil para cualquier ejército, pues el primero que ataque se
encontrará en seguida en apuros.
–¿Va
a luchar usted?
–Depende.
Black ha enviado sus carros blindados ligeros. Ahora está llevándolos hacia las
tierras altas, entre los ríos. Somos muy superiores en numero y equipo, y no
hay motivo para no seguir avanzando hasta que lo tengamos cogido.
–¿No
hay motivo? –pregunté.
–No
desde un punto de vista táctico. –Y Janol miró a la pantalla –. No podemos
encontrarnos en apuros, a menos que tuviéramos que retirarnos de pronto. Y no
lo haríamos antes de conseguir una gran ventaja que nos hiciera imposible
quedarnos allí.
Miré
su perfil.
–¿Y
si fuera derrotado Graeme? –le dije.
Trasladó
su mirada hasta mí y añadió:
–No
hay peligro de que esto suceda.
* * *
Hubo
cierto cambio en los movimientos y voces de la gente que nos rodeaba, y ambos
nos volvimos a mirar.
Todo
el mundo se agrupaba alrededor de la pantalla. Avanzamos por entre la multitud,
y pudimos ver en la pantalla la imagen de una pequeña pradera, la bandera
Amistosa ondeaba con su fina cruz negra sobre campo blanco, al lado de una gran
mesa instalada sobre la hierba. Había a cada lado de la mesa un sillón
tapizado, pero sólo una persona –un oficial Amistoso, estaba junto a ella en
actitud de espera. Había varios arbustos de lilas al borde las colinas, que
bajaban por los robles de color ceniza, y los capullos de las lavandas
comenzaban a oscurecer, pues la estación tocaba a su fin. ¡Qué diferente había
sido todo hace veinticuatro horas! Al lado izquierdo de la pantalla pude ver el
asfalto gris de una carretera.
–Conozco
ese lugar... –empecé a decir volviéndome a Janol.
–¡Cállese!
–replicó levantando un dedo. A nuestro alrededor todos guardaban silencio, sólo
frente a nuestro grupo se oía una voz
–...
es una tregua.
–¿La
han pedido ellos? –dijo la voz de Kensie.
–No,
señor.
–Bien,
sigamos mirando. –Se distinguía un movimiento al frente. El grupo empezó a
disgregarse y vi a Kensie y a Padma dirigirse al área donde el aerocoche estaba
aparcado. Me mezclé entre la pequeña concurrencia como si fuera uno de los
auxiliares, corriendo detrás de ellos.
Oía
a Janol que gritaba a mi espalda, pero no le presté atención y me dirigí a
Kensie y Padma, que se volvieron al oírme.
–Quiero
ir con ustedes, –les dije.
–Está
bien, Janol –Kensie dijo mirando detrás de mí –. Puede dejarlo con nosotros.
–Sí,
señor. –Y vi cómo Janol se volvía y salía.
–¿Quiere
usted venir conmigo, Mr. Olyn? –preguntó Kensie.
–Conozco
ese lugar –le expliqué –. Precisamente hoy he pasado en el coche por allí. Los
Amistosos se apostaban por toda la pradera y a ambos lados de la colina. No
hablaban para nada de tregua.
Durante
un largo intervalo, Kensie me miró como si estuviera meditando en alguna medida
táctica.
–Entonces,
vamos –dijo. Se volvió hacia Padma –. ¿ Se queda aquí?
–Como
es zona de combate, será mejor que no me quede – y Padma volvió su rostro hacia
mí – Buena suerte, Mr. Olyn –me dijo. Y se marchó. Contemplé su figura envuelta
en la túnica amarilla, escondiéndose por unos segundos entre la hierba y
apareciendo de nuevo; luego giré hacia Graeme, que se hallaba a mitad de camino
del aerocoche militar más cercano, y corrí en su seguimiento.
Era
un carro de combate menos lujoso que el del Enlace –Exterior, y Kensie no voló
a dos mil pies, sino que hizo que se arrastrara entre los árboles, a pocos
palmos del suelo. Los asientos estaban sujetos. Oí el ruido de contacto
metálico que producía su pistola de muelles al moverse a mi lado a cada
movimiento que hacía ante los controles.
Al
fin llegamos al borde del triángulo que formaban la colina y los bosques
ocupados por los Amistosos, y ascendimos una ladera bajo el amparo de los
robles de tiernas hojas.
Su
número era más que suficiente para cubrir una mayor extensión de terreno. Entre
sus troncos como pilares, el suelo aparecía sombreado y tapizado con las
oscuras hojas muertas. Cerca de la cresta de la colina tropezamos con una
unidad de tropas de los Exóticos, que descansaba a la espera de la orden de
ataque. Kensie salió del coche y devolvió el saludo al Jefe de la Fuerza.
–¿Ha
visto usted la mesa que han colocado los Amistosos? –preguntó Kensie.
–Sí,
comandante. Aquel oficial que han cogido, está todavía allí. Si sube a la punta
del acantilado podrá verlo, así como los muebles.
–Está
bien –replicó Kensie –. Mantenga a sus hombres aquí. El periodista y yo iremos
a echar un vistazo. A doscientas yardas se hallaba la mesa, con la figura
inmóvil negra del oficial Amistoso, de pie, en su parte más lejana.
–¿Qué
piensa de todo esto, Mr. Olyn? –preguntó Kensie, mirando por entre los árboles.
–¿Por
qué no le ha disparado alguien? –pregunté.
–Queda
mucho tiempo para dispararle –contestó –, antes de que pueda conseguir cubrirse
en la otra parte. Si es que al fin y al cabo tenemos que matarle, que es lo que
me gustaría saber –. Usted ha visto hace poco al comandante Amistoso. ¿Le dio
la impresión de que estaba dispuesto a rendirse?
–¡No!
–repliqué.
–Ya
entiendo –dijo Kensie.
–¿No
cree realmente que vayan a rendirse? ¿Qué le hace suponer semejante cosa?
–La
mesa de tregua se coloca generalmente para discutir las condiciones entre las
fuerzas enemigas –dijo Kensie.
–Pero
no le ha pedido que vaya a verle.
–No
–Kensie vigilaba a los oficiales Amistosos, inmóviles a la luz del sol –. Podría
ir contra sus principios solicitar conversaciones de tregua, aunque a la postre
no hubiera nada que discutir y nos encontráramos junto a la mesa uno frente al
otro.
Dio
media vuelta señalando con la mano. El jefe de Fuerza, que había estado
esperando al pie de la ladera, a nuestras espaldas, inició la ascensión.
–¿Señor?
–le dijo a Kensie.
–¿Hay
alguna fuerza Amistosa entre esos árboles en el camino?
–Cuatro
hombres, eso es todo, señor. Nuestros prismáticos nos permiten divisarlos con
toda claridad. No intentan ocultarse.
–Comprendo,
jefe.
–¿Quiere
algo más, señor?
–Hágame
el favor de bajar a la pradera para preguntar al oficial Amistoso qué es lo que
sucede.
–Sí,
señor.
Permanecimos
mirando al jefe de Fuerza, que bajaba la ladera por entre los árboles. Cruzó la
hierba –daba la impresión que iba muy despacio y llegó hasta el oficial
Amistoso.
Se
quedaron mirándose el uno al otro; estaban hablando, pero no pudimos oír sus
voces. La bandera, con su fina cruz negra, ondeaba en la brisa que soplaba en
aquel momento. Entonces el jefe de Fuerza se volvió y trepó hasta donde nos
hallábamos.
* * *
Se
detuvo frente a Kensie, saludándole.
–Comandante
–dijo –, el comandante de las tropas Elegidas de Dios desea verle en el campo
para discutir la rendición. –Se paró para tomar aliento –. Si usted quiere
acercarse a la mesa para reunirse con él.
–Gracias,
jefe de Fuerza –contestó Kensie. Miró al campo y a la mesa –. Creo que voy a
bajar.
–No
sabe lo que hace –dije.
–Jefe
de Fuerza –exclamó Kensie –. Forme a sus hombres bajo la cúspide de la ladera,
por la parte de atrás, Si se rinde, voy a insistir para que vuelva conmigo a
este sitio inmediatamente.
–Sí,
señor.
–Esta
forma de proceder sin una convocatoria formal para parlamentar puede significar
que desean rendirse primero y hacerlo saber más tarde a las tropas. De forma
que tenga listos a sus hombres. Si Black quiere poner a sus oficiales frente a
un hecho consumado, no seremos nosotros quienes le pongamos dificultades.
–No
va a rendirse –dije.
–Mr.
Olyn –replicó Kensie volviéndose hacia mí –. Le sugiero que vuelva detrás de la
cresta de la colina. El jefe de Fuerza le dará algo en qué ocuparse.
–No
–exclamé –. Voy a bajar. Si se trata de una conversación de tregua para
discutir las condiciones de rendición, no tienen ningún objetivo militar y
entonces tengo perfecto derecho a estar presente. Si no fuera así, ¿qué iría
usted a hacer?
Kensie
me miró de una forma extraña durante unos segundos.
–Está
bien, venga conmigo.
Kensie
y yo bajamos por entre los árboles por las escarpadas pendientes de la ladera.
La suela de nuestras botas resbalaba, al tiempo que los tacones se nos hundían
a cada paso. Mientras caminaba por entre las lilas aspiraba el suave y delicado
perfume –casi desaparecido ahora – de los capullos próximos a marchitarse.
Al
otro lado de la pradera, en línea recta con la mesa, cuatro figuras de negro se
nos aproximaban. Una de ellas era Jamethon Black.
Kensie
y Jamethon se saludaron.
–Comandante
Black –dijo Kensie.
–Sí,
comandante Graeme, estoy en deuda con usted por encontrarse aquí conmigo
–replicó Jamethon.
–Es
mi deber y un placer, comandante.
–Desearía
discutir las condiciones de rendición.
–Puedo
ofrecerle las habituales que se aplican a las tropas en su situación, según el
Código de Mercenarios –dijo Kensie.
–No
me ha comprendido, señor –exclamó Jamethon –, es la rendición de ustedes lo que
he venido a discutir.
* * *
La
bandera se plegó.
De
pronto vi a los hombres de negro midiendo el campo como los había visto el día
anterior. Habían estado precisamente donde ahora nos hallábamos nosotros.
–Temo
que la incomprensión sea mutua, comandante –dijo Kensie –. Estoy en una
situación estratégica superior y su derrota es cierta. Yo no necesito rendirme.
–¿No
va a rendirse?
–No
–contestó Kensie con fuerza.
De
pronto me fijé en los cinco postes del lugar en el que los suboficiales,
oficiales, y Jamethon estaban ahora. El poste que se hallaba frente a ellos se
había caído.
–
¡Cuidado! –le grité a Kensie. Pero era demasiado tarde.
Los
acontecimientos se precipitaron. El jefe de Fuerza había saltado frente a
Jamethon, mientras los otros cinco sacaban sus dagas. Oí cómo se plegaba de
nuevo la bandera y el sonido que hacía al arrollarse permaneció en mis oídos
durante bastante tiempo.
Por
vez primera vi entonces a un hombre de los Dorsai en acción La reacción de
Kensie fue tan rápida, tan imponente, como si hubiera leído el pensamiento de
Jamethon un instante antes de que los Amistosos preparasen sus armas. Cuando
sus manos tocaron las dagas ya se había lanzado sobre la mesa con la pistola de
muelles en la mano. Pareció dirigirse en derechura al jefe de Fuerza. Ambos se
encontraron y sólo Kensie pudo proseguir su carrera. Rodó, alejándose del jefe
de Fuerza que quedaba tendido sobre la hierba. Se arrodilló, disparó y se arrojó
hacia adelante rodando otra vez.
El
ordenanza que estaba a la derecha de Jamethon cayó. Jamethon y los dos
restantes se volvieron para tratar de detener a Kensie. Los otros que quedaban
se colocaron ante Jamethon, todavía sin apuntarle con sus armas. Kensie dejó de
correr como si se encontrara ante un muro de piedra. Se agazapó y disparó dos
veces más. Los dos Amistosos cayeron por separado, uno a cada lado.
Ahora
Jamethon se hallaba frente a Kensie; su pistola en la mano a punto de disparar.
Jamethon hizo fuego, y una luz azul brilló en el aire, pero Kensie se había
dejado caer otra vez. Echado en la hierba, sobre un costado y apoyado en un
codo, apretó el gatillo de su pistola de muelles por dos veces.
El
arma de Jamethon pendía de su mano. Estaba inclinado sobre la mesa, agarrado
fuertemente con la mano libre para no caer. Hizo otro esfuerzo para levantar el
arma, pero no pudo; ésta cayó de su mano. No podía sostenerse en la mesa, se
volvió un poco y su rostro miró hacia donde yo estaba. Su expresión era tan
serena como siempre, pero había algo distinto en sus ojos cuando me miró
reconociéndome, algo extraño como la mirada de un hombre que mira al adversario
por quien ha sido vencido. Una ligera sonrisa se dibujó en los ángulos de sus
finos labios. Como una sonrisa de triunfo interior.
–Mr.
Olyn... –murmuró. Y en aquel momento la vida abandonó su cuerpo y cayó al lado
de la mesa.
Unas
explosiones cercanas sacudieron el suelo bajo mis pies. Desde la cresta de la
colina, a nuestras espaldas, el jefe de Fuerza a quien Kensie había dejado allí
estaba lanzando bombas de humo entre nosotros y los Amistosos de la pradera. Un
muro de humo gris se elevaba entre nosotros y la colina más alejada, formando
una cortina que nos cubría de la vista del enemigo. Se alzaba hacia el cielo
azul como una barrera infranqueable. Sólo quedábamos en pie, Kensie y yo.
La
débil sonrisa permanecía aún en el rostro de Jamethon.
VIII
Como
en un deslumbramiento, vi a las tropas Amistosas rendirse aquel mismo día. Era
una postura que sus oficiales encontraron justificada.
Ni
aun sus superiores esperaban verse envueltos en una situación a la que les
había llevado un comandante de campo, muerto por razones estratégicas que no
habían sido explicadas a los oficiales.
No
esperé el fin de los acontecimientos. No tenía nada que esperar. En un momento,
la situación en el campo de batalla se había volcado como una olla irresistible
sobre nuestras cabezas, elevándose, girando por todas partes para estrellarse
en un impacto que hubiera resplandecido por todos los mundos del hombre. Ahora,
y de pronto, ya no estaba sobre nosotros. Sólo había un silencio que se
arrastraba a lo lejos, llevándose consigo los recuerdos del pasado.
No
había nada para mí. Nada. Si Jamethon hubiera conseguido matar a Kensie, aun
cuando hubiera provocado la rendición de las tropas Exóticas sin derramamiento
de sangre, yo debía de haber intentado hacer algo, como él lo hiciera, aunque
su fracaso le costara la vida. ¿Quién se iba a preocupar ahora de los
Amistosos?
Me
embarqué hacia la Tierra como el hombre que vive en un sueño, preguntándome el
por qué de todo aquello.
De
regreso a la Tierra, dije a mis directores que no me encontraba bien, y después
de un ligero reconocimiento lo creyeron. Me tomé unas largas vacaciones en La
Haya, y me dediqué a husmear en las Bibliotecas Centrales de la Red de
Noticias, buscando ciegamente por entre los montones de escritos y material de
referencias todo lo que se relacionase con los mundos de los Amistosos, los
Dorsai y los Exóticos. ¿Para qué? No lo sabía. También revisé gran número de
noticias concernientes al asunto de Santa María, y mientras trabajaba, no
cesaba de beber. Me sentía como un soldado condenado a muerte por faltar a su
deber. Entonces, entre tanta noticia me llegó la información de que el cuerpo
de Jamethon volvería a Armonía para los funerales; y, de pronto, advertí que
eso era lo que estaba esperando: las honras inmerecidas que dedicaban aquellos
fanáticos, a quien con cuatro paniaguados había intentado asesinar al
comandante enemigo al amparo de una bandera de tregua. ¡Cuántas cosas se podían
escribir aún sobre aquel tema!
Me
afeité, tomé una ducha, me puse mi mejor traje y fui a ver a mis superiores
para que me enviasen de incógnito a Armonía, con intención de escribir un reportaje
sobre los funerales de Jamethon.
Las
felicitaciones del director de la Red de Noticias, que me había enviado a Santa
María, fueron mi mejor carta de presentación, ya que todavía se hallaban
frescas en la memoria de mis superiores y así fue cómo me mandaron allí.
* * *
Cinco
días después estaba en Armonía, en una pequeña ciudad llamada «Recordado por el
Señor». Los edificios eran de cemento y burbujas de plástico, aunque resultaba
evidente que habían sido constituidos para que durasen muchos años. El suelo de
la ciudad, fino y pedregoso, estaba pavimentado como los campos de Santa María
cuando llegué allí procedente de otro mundo, pues en Armonía estaba entrando la
primavera por su hemisferio septentrional. Y también llovía cuando salí del
puerto espacial de la ciudad, como lo había hecho en Santa María aquel primer
día. Pero los campos Amistosos que vi no mostraban la rica oscuridad de los de
Santa María, sólo una delgada y dura negror en la humedad, que era como el
color de los uniformes de sus guerreros.
Me
dirigí a la iglesia, precisamente cuando llegaba la gente. El cielo entraba con
su oscuridad en el interior de la iglesia aumentando las tinieblas, pues los
Amistosos no se permiten ventanas ni luces artificiales en los lugares de
culto. Una claridad gris, un viento frío y la lluvia penetraba por la entrada
sin puerta de la parte posterior de la iglesia. Por el único rectángulo abierto
en el techo se filtraba la acuosa luz del sol sobre el cuerpo de Jamethon
puesto en una plataforma colocada sobre un andamio. Una cubierta transparente
protegía al cadáver de la lluvia, que caía a chorros por el espacio abierto y
bajaba por las paredes. Pero el principal oficiante del Servicio Fúnebre y
cualquiera que se acercase a ver el cadáver, sabían que se exponían a las
inclemencias del tiempo.
Me
puse en la cola de gente, adelantando lentamente hacia el pasillo central,
detrás del cadáver. A mi lado, las vallas en las que la congregación se hallaba
durante el servicio se perdían en las tinieblas. Las vigas inclinadas del
tejado se ocultaban en la oscuridad. No había música, sólo el sonido profundo
de algunas voces que rezaban a mi lado en las hileras de bancos, se mezclaba en
una especie de ritmo con un tono de tristeza. Como Jamethon, la gente era muy
morena, procedente del Norte de Africa. Oscuros en la oscuridad, se mezclaban y
perdían en las tinieblas.
Me
acerqué por fin a Jamethon. Estaba igual a como lo recordaba. La muerte no
había tenido el poder de cambiarlo. Yacía boca arriba, con las manos a los
lados y los labios tan firmes y rígidos como siempre. Sólo sus ojos estaban
cerrados.
A
causa de la humedad cojeaba notablemente y cuando me separé del cadáver noté
que me tocaban en el codo. Me volví bruscamente. No llevaba el uniforme de
corresponsal; y para pasar más disimulado iba vestido de paisano.
Miré
al rostro de la jovencita del solidógrafo de Jamethon. En la lluviosa luz gris
sus facciones desdibujadas parecían sacadas de un ventanal de cristales de una
antigua catedral de la Vieja Tierra.
–¿Le
han herido? –me dijo con voz dulce –. Usted debe ser uno de los Mercenarios que
le conoció en Newton, antes de que fuera enviado a Armonía. Sus padres, que son
también los míos hallarían la paz en el Señor si pudieran saludarle.
El
viento soplaba junto con la lluvia sobre la abertura del techo y el frío me
helaba hasta los huesos.
–¡No!
–dije –. No soy yo. No lo conocía. –Y me separé bruscamente de la joven,
abriéndome paso por entre la multitud hasta salir a un pasillo.
Al
cabo de un rato me di cuenta de lo que había hecho, y regresé lentamente. Seguí
caminando cada vez más despacio hacia el fondo de la iglesia, donde había un
pequeño lugar para descansar, ante la primera hilera de vallas. Me quedé
mirando cómo entraba la gente. No cesaban de venir, caminando envueltos en sus
negros ropajes, con la cabeza inclinada y sin dejar de rezar en voz baja.
Permanecí
allí, un poco más atrás de la entrada, medio aterido y presa de los más tristes
pensamientos, con el frío que había traído de la Tierra y que me dejaba
exhausto. Las voces zumbaban a mí alrededor. Estaba medio dormido y no podía
recordar por qué había venido.
Entonces
la voz de una niña surgió de la confusión, volviéndome a la realidad.
–
... lo negó, pero estoy segura de que es uno de los Mercenarios que estaban con
Jamethon en Newton. Cojea al andar y sólo puede ser un soldado herido.
* * *
Era
la voz de la hermana de Jamethon, que sonaba con un acento más fuerte en su
propio idioma que el que había empleado al hablarme a mí, un extranjero. Me
desperté completamente y la vi de pie en la entrada, a pocos pasos de mí,
acompañada de dos personas mayores que reconocí como la antigua pareja del
solidógrafo de Jamethon. Un súbito terror me paralizó.
–
¡No! –apenas pude gritarle –. No le conozco. Nunca le había visto. ¡No sé de lo
que están hablando! –Y me volví, lanzándome por la entrada de la iglesia hacia
la lluvia protectora.
Durante
un largo rato no hice más que correr, y sólo me detuve cuando no oí ninguna
pisada tras de mí.
Estaba
solo, al descubierto. El día era ahora aún más oscuro y la lluvia caía con más
fuerza. A mí alrededor sólo veía tinieblas, y una cortina de oscuridad se hacía
más y más espesa como un sonido de tambores. No podía ver lo que había en el
interior de los coches aparcados que se hallaban frente a mí; y era seguro que
no podían ver tampoco desde la iglesia. Levanté mi rostro y dejé que la lluvia
me golpeara las mejillas y los párpados entornados.
–¿Así
que –dijo una voz a mi espalda – usted no le conoció?
Las
palabras parecían cortarme por la mitad, y me sentí como un lobo acorralado, y
como un lobo me volví.
–Sí,
¡le conocí! –grité.
Delante
de mí estaba Padma con una túnica azul que la lluvia no parecía mojar. Sus
vacías manos, que en su vida habían sostenido un arma, estaban cruzadas ante
él. Pero la parte de lobo que había en mi, supo que en lo que a mí concernía,
estaba armado hasta los dientes como un cazador.
–¿Usted?
–dije –. ¿Qué está haciendo aquí?
–Pensaba
que usted vendría –dijo Padma con suavidad –Por lo tanto, yo también he venido.
¿Pero por qué está aquí, Tam? Entre
estas personas, habrá por lo menos unos cuantos fanáticos que habrán oído más
de un rumor sobre su participación en la muerte de Jamethon, y sobre la
rendición de los Amistosos.
–¡Rumores!
–replique –. ¿ Quién los inició?
–Usted
–contestó Padma –. Por su actuación en Santa María. ¿No sabía que iba a
arriesgar su vida viniendo hoy aquí?
Abrí
la boca para negarlo, y entonces me di cuenta de lo que había sabido.
–¿
Qué pasaría si alguien les diera la voz de alarma? –dijo Padma –, ¿ si les
dijera que Tam Olyn, el corresponsal de guerra en Santa María está aquí, de
incógnito?
Le
miré ceñudo con mis instintos de lobo.
–¿Puede
justificarlo con sus principios Exóticos?
–No
nos hemos comprendido –contestó Padma con calma –. Contratamos soldados para
que luchen por nosotros, no en nombre de algún mandamiento moral, sino porque
nuestra perspectiva emocional se pierde si nos vemos directamente implicados en
la acción.
No
anidaba en mi ningún temor. Sólo un sentimiento duro y vacío.
–Entonces,
llámelos –dije.
Los
ojos color avellana de Padma me observaban a través de la lluvia.
–Si
eso fuera todo lo que necesitábamos –replicó – hubiera podido enviarles el
aviso y no habría tenido necesidad de venir yo mismo.
–¿Por
qué vino? –Mi voz se quebró en la garganta –. ¿Por qué se preocupa de mí y de
los Exóticos?
–Nos
preocupamos de todos los individuos –dijo Padma –. Pero nos preocupamos más por
la raza, y usted sigue siendo un peligro para ella. Usted es un idealista, Tam,
envuelto en motivos de destrucción. Hay una ley de conservación de las energías
en las relaciones de causa y efecto al igual que en las otras ciencias. Su
motivación destructora se vio defraudada en Santa María. Ahora puede invertirse
y destruirle, o exteriorizarse contra toda la raza humana.
Me
eché a reír y escuché la aspereza de mi risa.
–¿Qué
va usted hacer con todo esto? –pregunté.
–Le
mostraré cómo el cuchillo que usted tiene corta la mano que lo empuña y también
cómo al enemigo que va destinado: Tengo noticias para usted, Tam. Kensie Graeme
ha muerto.
* * *
–¿Muerto? –La lluvia parecía rugir en torno mío y el
aparcamiento deslizábase bajo mis pies.
–Fue
asesinado por tres hombres del Frente Azul en Blauvain, hace cinco días.
–Asesinado...
–murmuré – ¿Por qué?
–Porque
la guerra había terminado –dijo Padma –. A causa de la muerte de Jamethon y la
rendición de las tropas Amistosas sin los preliminares de una guerra que
hubiera asolado los campos abandonados por la población civil dispuesta
favorablemente hacia nuestras tropas. Porque el Frente Azul se encontró más
allá del poder, como resultado de estos sentimientos favorables. Esperaban, al
matar a Graeme, provocar en sus tropas, un motín contra la población civil, por
lo que el gobierno de Santa María hubiera ordenado regresar a nuestros
Exóticos, y dejarles sin protección frente a las tácticas revolucionarias del
Frente Azul.
Me
le quedé mirando.
–Todas
las cosas son recíprocas –dijo Padma –. Kensie fue lanzado a una promoción
final para combatir otra vez en Mara o Kultis. El y su hermano Ian hubieran
estado alejados de la guerra durante el resto de su vida profesional. A causa
de la muerte de Jamethon, que permitió la rendición de sus tropas sin lucha, se
produjo una situación que condujo al Frente Azul a asesinar a Kensie. Si usted
y Jamethon no hubieran venido juntos a Santa María, y Jamethon hubiese ganado,
Kensie viviría aún. Esto es lo que demuestran nuestros cálculos.
–¿Jamethon
y yo? –mi aliento era entrecortado, tenía la garganta seca, y la lluvia seguía
cayendo cada vez más fuerte.
–Usted
fue el factor que ayudó a Jamethon a su resolución final –dijo Padma.
–¿Yo
lo ayudé? –exclamé – ¡No es cierto!
–El
veía a través de usted –dijo Padma –. El veía a través de la amarga venganza,
la retorcida superficie que usted pensaba que era, el fondo idealista enterrado
a tan gran profundidad en usted, que ni aún su tío hubiera podido borrar.
La
lluvia tronaba entre nosotros, pero cada palabra de Padma me llegaba con
claridad meridiana.
–¡No
lo creo! –grité –. ¡No creo que hiciera nada de eso!
–Ya
le dije –continuó Padma –, que usted no apreciaba completamente los adelantos
evolutivos de nuestra Cultura Dividida. La fe de Jamethon no era de las que
pueden verse conmovidas por factores externos. Si usted hubiera sido, en
realidad, como su tío, él ni le habría escuchado. Le hubiera despedido como a
un hombre sin alma. Pero creyó en usted, en vez de considerarle un poseso. Un
hombre que hablaba con lo que el hubiera llamado la voz de Satanás.
–¡No
lo creo! –grité.
–Sí
que lo cree –continuó Padma –. No tiene otro remedio que creerlo, porque así
sólo podría encontrar Jamethon su solución.
–
¡Solución!
–Era
un hombre dispuesto a morir por su fe, pero como jefe se le hacía muy cuesta
arriba que sus hombres muriesen por otras causas menos razonables. –Padma me
miraba, y por un momento la lluvia amainó –. Pero usted le ofreció lo que él
reconocía como la elección del diablo: su vida en este mundo, si pudiera rendir
su fe y sus hombres, para evitar el conflicto que acabaría con su muerte y la
de los suyos.
–¿Qué
pensamiento más estúpido? –dije.
Dentro
de la iglesia, las oraciones habían cesado y una sola voz fuerte y profunda
había dado comienzo al Servicio de Difuntos.
–No
es estúpido –exclamó Padma –. En el momento en que se dio cuenta, su respuesta se
hizo más simple. Todo lo que podía hacer era negar lo que Satanás ofrecía.
Debía comenzar con la absoluta necesidad de su propia muerte.
–¿Y
esto era una solución? –procuré reír, pero la garganta me dolía.
–Era
la única solución –dijo Padma –. Una vez lo hubo decidido, vio en seguida que
la única posibilidad de que sus hombres se rindieran era la de que él muriera y
se encontraran en una posición insostenible por motivos que sólo él conocía.
Noté
que las palabras me salían sin sentirlo.
–¡Pero
él no quería morir! –dije.
–Lo
dejó en las manos de su Dios, y obró para que sólo un milagro pudiera salvarlo
–continuó Padma.
–¿De
qué está hablando? –y le miré. fijamente –. Preparó una mesa con una bandera de
tregua, tomó cuatro hombres...
–No
había bandera. Los hombres eran viejos que buscaban el martirio.
–¡Tomó
cuatro! –grité –. Cuatro y uno hacen cinco. Cinco contra un solo hombre; yo
estaba allí al lado de la mesa lo vi. Cinco contra...
–Tam.
* * *
Esta
sola palabra me detuvo. De pronto empecé a sentir miedo. No quería oír lo que
iba a decir. Tenía miedo de saber lo que iba a contarme. Lo que yo había sabido
durante algún tiempo, y no quería oírle ni quería saber cómo lo decía.
La
lluvia caía cada vez más fuerte, sin piedad, sobre nosotros y el asfalto, pero
escuché cada palabra implacable a través de todos aquellos ruidos y sonidos.
La
voz de Padma rugía en mis oídos como la lluvia, y una sensación de desamparo
flotaba sobre mí como si tuviera una fiebre muy alta.
–¿Cree
que Jamethon enloqueció durante unos momentos? Era un producto de Cultura
Dividida. Reconocía a otro en Kensie. ¿Cree usted que por un minuto pensó que
sólo un milagro podía hacer que él y los cuatro viejos fanáticos pudieran matar
a un hombre armado, alerta y bien entrenado de los Dorsai, ¿a un hombre como Kensie Graeme? ¿Antes de que cayeran acribillados
por las balas y muertos por ellos mismos?
Ellos...
ellos... ellos...
Durante
un largo rato escuché estas palabras que surgían de la lluvia y de la
oscuridad. Como la lluvia y el viento detrás de las nubes, eso me levantó y
arrastró alejándome por fin a esta alta, dura y pedregosa tierra que había
vislumbrado cuando hice a Kensie Graeme la pregunta sobre si permitía el
asesinato de los prisioneros Amistosos. Era ésta la tierra que siempre había evitado,
pero a la que había llegado por fin.
Y
recordé...
Desde
el principio, había conocido en mi interior que el fanático que mató a Dave y a
sus compañeros era la imagen de todos los Amistosos. Jamethon no era un asesino
más. Yo había procurado hacer que lo pareciera a fin de ocultar mi propia
vergüenza, mi propia auto –destrucción. Durante tres años me había mentido a mí
mismo. La muerte de Dave no me había afectado como yo mismo me imaginaba.
Estaba
sentado bajo aquel árbol viendo cómo Dave y los otros morían, mirando al
ordenanza vestido de negro, cómo los mataba con su rifle, y en aquel momento mi
pensamiento justificó tres años de caza en busca de una oportunidad para
arruinar a Jamethon y destruir a los pueblos amistosos.
No
fui yo el que pensó: ¿qué está haciendo
allí, qué hace a esos hombres inocentes y desvalidos? Yo no pensé en nada
tan noble. En aquel instante, sólo un pensamiento ocupaba mi mente y mi cuerpo.
Había pensado simplemente... después de
lo que ha hecho, ¿va a volver el arma contra mí?
* * *
Regresé
al día y a la lluvia. Esta se apagaba, y Padma me sostenía en pie. Lo mismo que
con Jamethon, estaba asombrado de la fuerza de sus manos.
–Déjeme
ir –murmuré.
–¿Adónde
va a ir, Tam? –preguntó Padma.
–A
cualquier parte –musité –. Quiero salir de aquí. Me meteré en algún agujero de
cualquier sitio y dejaré este asunto. Lo quiero dejar.
–Una
acción –dijo Padma soltándome –, siempre produce efectos. La causa nunca cesa
en sus efectos. Ahora no puede eludirlo, Tam. Sólo puede cambiar de partido.
–
¡De partido! –exclamé. La lluvia volvía a caer cada vez más deprisa –. ¿Qué
partido? –Y le miré como si estuviera ebrio.
–El
de que es uno –dijo Padma – y el opuesto que es el nuestro también. –La lluvia
caía ahora ligeramente, y el día se aclaraba. Un pálido rayo de sol surgió por
entre las finas nubes e iluminó el espacio entre nosotros –. Además hay dos
fuertes influencias aparte de nosotros los Exóticos que pretenden transformar
al hombre. No podemos calcularlas, comprenderlas todavía, más allá del hecho de
que actúan casi como una sola voluntad individual y poderosa. Una parece
ayudarle, otra, frustrar el proceso evolutivo; y sus influencias pueden ser
rastreadas por lo menos hasta la primera aventura del hombre de la Tierra al
espacio.
Moví
la cabeza.
–No
lo comprendo –farfullé –. No es
asunto mío.
–Si
lo es. Lo ha sido toda su vida –los ojos de Padma se iluminaron por un momento
–. Una fuerza se entrometió en el nódulo de Santa María, con la forma de una
unidad envuelta por una pérdida personal y orientada hacia la violencia. Esta
fuerza era usted, Tam.
Procuré
denegar con la cabeza de nuevo, pero comprendí que tenía razón.
–Está
bloqueado en su esfuerzo –dijo Padma –. Pero la ley de conservación de la
energía no puede ser negada. Cuando Jamethon le defraudó, su fuerza,
transmutada, dejó el nódulo en la unidad de otro individuo, falseado por la
pérdida personal y orientado hacia el efecto violento en la estructura.
Le
miré y me humedecí los labios.
–¿Qué
otra individualidad?
–lan
Graeme.
Le
miré más fijamente.
–Ian
encontró a los tres asesinos de su hermano escondidos en la habitación de un
hotel en Blauvain. Los mató con sus propias manos... y al hacerlo calmó a los
Mercenarios y defraudó al Frente Azul. Pero luego dimitió y regresó al hogar de
los Dorsal. Ahora se halla abrumado por el sentimiento de pérdida y amargura
que usted llevaba consigo cuando llegó a Santa María.
–Padma
hizo una pausa – y añadió con dulzura –. Ahora él posee una gran potencia
fortuita que todavía no podemos calcular.
–Entonces...
–mire a Padma –. ¿Significa que estoy libre?
Padma
movió la cabeza.
–Sólo
está usted abrumado por una fuerza diferente. Usted recibió todo el impacto y
la carga del autosacrificio de Jamethon.
Me
miró casi con simpatía, y a pesar de la luz del sol, empecé a temblar.
Así
fue, y no pude negarlo. Jamethon, al dar su vida por una creencia, cuando yo me
había desprendido de todas las creencias ante el rostro de la muerte, me había
fundido y cambiado como el rayo funde y cambia la hoja de la espada sobre la
que cae. No podía negar lo que me había sucedido.
–No
–dije temblando –. No puedo hacer nada.
–Sí
que puede –dijo Padma con calma –. Lo hará.
Desunió
las manos que había tenido juntas desde el principio.
–El
propósito por el que calculamos que le encontraríamos aquí ya se ha cumplido
–dijo –. El idealismo básico en usted permanece aún. Ni su tío podría
arrebatárselo. Sólo podría atacarlo, hasta que la amenaza de muerte en Nueva
Tierra se volviera en su contra. Ahora usted ha sido moldeado en la forja de acontecimientos
de Santa María.
Me
reí, pero la garganta seguía doliéndome.
–No
lo acabo de entender repliqué.
–Dele
tiempo al tiempo –continuó Padma –. Las heridas necesitan tiempo para
cicatrizar. Los nuevos brotes tienen que endurecerse como los músculos antes de
volver a ser útiles. Ahora comprende mucho más la fe de los Amistosos, el valor
de los Dorsai... y algo de la fuerza filosófica que atesoramos los Exóticos.
Se
detuvo para sonreírme, con lo que casi era una sonrisa piadosa.
–Para
usted debiera de haber estado todo claro hace mucho tiempo, Tam –dijo –, su
trabajo es el de un intérprete entre lo viejo y lo nuevo. Su trabajo prepara la
mente de la gente de todos los mundos... todo espectro y Cultura Dividida...
para el día en que el talento de la raza se mezcle en una nueva generación. –La
sonrisa se dulcificó, mientras su rostro se entristecía –. Usted vivirá más que
yo para verlo. Adiós, Tam.
Se
marcho. Por entre la tranquila bruma, aunque el aire parecía brillar, vi cómo
caminaba solo hacia aquella iglesia de la que salía la voz que ahora anunciaba
el número del himno final.
* * *
Como
una centella, volví en mí, me dirigí al coche y entré. Ahora la lluvia casi
había desaparecido y. el cielo se aclaraba cada ve más. La débil humedad que
caía parecía dejar a la atmósfera más fresca, y suave.
Abrí
las ventanas del coche, mientras lo sacaba del aparcamiento y lo dirigía hacia
la larga carretera que había de llevarme al puerto espacial. Y por la ventana
abierta a mi lado oí cómo cantaban el himno final dentro de la iglesia.
Era
el himno de batalla de los soldados Amistosos. Mientras rodaba por la
carretera, las voces parecían seguirme con fuerza. No con un sonido, lento y
luctuoso como en las tristes canciones de despedida, sino fuerte –y triunfal
como una canción de desfile en los labios de los que toman la ruta al principio
de una nueva vida.
Soldado, no preguntes, ¡ahora o siempre!
Dónde a la guerra tus banderas van.
Los
cantos me siguieron por el camino mientras me alejaba. Y a medida que me
distanciaba, las voces se mezclaban hasta parecer una sola que cantara
poderosamente. Por delante, las nubes se aclaraban. Bajo los rayos del sol,
trozos de cielo azul parecían brillantes banderas ondeando al viento, como las
enseñas de un ejército que marchara para siempre hacia tierras desconocidas.
Las
miré mientras continuaba adelante, hacia donde se mezclaban en el cielo
abierto; y durante un largo rato escuché el canto detrás de mi, mientras me
dirigía al puerto espacial y a la nave para regresar a la Tierra que me
esperaba bajo la luz del sol.
FIN
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